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Universidad Marista de Mérida

Ser para Servir

Escuela de Psicología

Significados y experiencias de hombres yucatecos sobre violencia intrafamiliar

Tesis que para obtener el grado de:


Licenciado en Psicología

Presentan

Sergio Andrés Moreno Cabrera

Claudia Concepción Vega González

Mérida, Yucatán, Abril de 2006


Derechos reservados © por
Sergio Andrés Moreno Cabrera y
Claudia Concepción Vega González
2006
CONTENIDO

DEDICATORIA
RECONOCIMIENTOS
CONTENIDO ............................................................................................................... i
LISTA DE TABLAS ...................................................................................................... iii

RESUMEN ..................................................................................................................... iv

CAPÍTULO I.
Introducción ............................................................................................................... 1

Antecedentes ...................................................................................................... 1
Planteamiento del problema ................................................................................. 2
Justificación ................................................................................. 4
Delimitaciones ............................................................................................. 5
Limitaciones ......................................................................................................... 5
Definición de términos ....................................................................................... 5
Organización del estudio .................................................................................... 7

CAPÍTULO II.
Revisión de la literatura ................................................................................................ 8

Delimitación de conceptos: agresión y violencia ................................................... 8


Violencia Intrafamiliar .......................................................................................... 12
Definición y tipos de violencia ..................................................................... 12
Mujeres y violencia en la familia .................................................................. 17
Violencia y maltrato infantil ........................................................................... 21
Mitos y creencias que sostienen la violencia en la familia ........................... 24
Modelos explicativos de la violencia
cuando la ejercen los hombres ..................................................................... 25
Modelo médico-psiquiátrico ........................................................................... 26
Modelo psicológico-individual ..................................................................... 27
Modelo de factores externos ........................................................................... 31
Modelo psicosocial ....................................................................................... 32
Modelo de perspectiva de género .................................................................. 34
Violencia, género y poder ....................................................................................... 37
Patriarcado ..................................................................................................... 38
Masculinidad ................................................................................................ 46

CAPÍTULO III.
Método ............................................................................................................... 55

Los investigadores ................................................................................................... 55


Escenario ............................................................................................................... 56
Sujetos de investigación ....................................................................................... 56
Procedimiento ......................................................................................................... 56
Análisis de datos ................................................................................................... 62
Resumen de la metodología .................................................................................... 63

CAPÍTULO IV.
Resultados ............................................................................................................ 64

Observaciones generales del trabajo de campo ........................................................ 64


Presentación de los participantes ........................................................................... 67
Resultados ............................................................................................................... 68
Significados de la violencia ........................................................................... 68
Familia de origen .......................................................................................... 74
Experiencias con la violencia ........................................................................ 76
Sentimientos ante las experiencias con violencia .......................................... 81
Cambios en la manifestación de comportamientos violentos ........................ 83
Masculinidad-feminidad ................................................................................. 84

CAPÍTULO V.
Discusión de resultados, conclusiones y recomendaciones .......................................... 92

Discusión de resultados .......................................................................................... 92


Significados de la violencia ........................................................................... 93
Familia de origen .......................................................................................... 98
Experiencias con la violencia ........................................................................ 99
Sentimientos ante las experiencias con violencia .......................................... 105
Cambios en la manifestación de comportamientos violentos ........................ 107
Masculinidad-feminidad ................................................................................. 108
Conclusiones ......................................................................................................... 114
Recomendaciones ................................................................................................... 120

Referencias bibliográficas ............................................................................................. 121


LISTA DE TABLAS

Tabla 1.1 Formas de maltrato según el género y la generación ....................................... 1


6

Tabla 4.1 Descripción de los participantes ...................................................................... 6


. 7
RESUMEN

Significados y experiencias de hombres yucatecos sobre violencia intrafamiliar

por

Sergio Andrés Moreno Cabrera

Claudia Concepción Vega González

La presente investigación aborda la problemática de la violencia intrafamiliar,


reconociendo que se trata de un problema de salud pública y de carácter multifactorial y
que impacta a mujeres, niños y niñas, ancianos y a hombres. De esta forma, este proyecto
busca conocer cuáles son los significados y las experiencias que los hombres tienen sobre
esta situación, y así avanzar un poco más en la comprensión de la misma.
Para esto, se ha recopilado información en relación a la definición y características de la
violencia; sobre las distintas formas en las que ésta se manifiesta en la familia, sus tipos,
sus mitos y características, así como algunos elementos sobre cómo es vivida desde la
experiencia de la mujer y la de los niños. De igual manera, se presentan diversos modelos
que explican el fenómeno, siendo la perspectiva de género el enfoque que permite realizar
un análisis más acorde al objetivo. Por último, se expone cómo la violencia se relaciona
con el poder, y las características y efectos del patriarcado presentes en lo que se conoce
como masculinidad y feminidad.
El método utilizado fue la investigación cualitativa a través del instrumento de la
entrevista en profundidad, misma que permitió establecer conversaciones muy
interesantes y ricas con los participantes.
Los resultados de la investigación presentan los significados que los participantes tienen
de la violencia, mencionando su definición, las causas que le atribuyen y los tipos; hablan
de su experiencia al interior de su familia de origen y de la violencia que vivieron en la
misma, así como las experiencias en las que reportaron haber ejercido algún tipo de
violencia. También hablan de sus sentimientos al ser receptores y ejecutores de la
violencia, así como algunos procesos de cambio que algunos de ellos identifican en sus
vidas. Por último se exponen las ideas y creencias que poseen sobre lo que es y hace un
hombre y una mujer.
Se concluye que existe una visión aun naturalista de la violencia, pero que al mismo
tiempo se le otorga un papel importante a lo aprendido en la familia. Los sentimientos de
los participantes arrojan información valiosa sobre la forma en como han vivido estas
experiencias, como receptores y como ejecutores, en el pasado y en el presente. Se puede
observar que algunas formas de violencia, especialmente la económica y la sexual, se han
mantenido a consecuencia de las creencias que tanto hombres como mujeres poseen sobre
las relaciones entre ambos géneros, caracterizadas por la desigualdad y las jerarquías.
DEDICATORIA

A cada una de las personas que contribuyeron para que llegara al término de esta

maravillosa experiencia de vida. Especialmente quiero dedicar esta tesis:

Al Ser que me cubre con su manto y que con Su luz guía mi existir.

A mi madre, por ser uno de mis mayores ejemplos, por su amor a Dios, su fortaleza y su

entrega a los demás, por amarme mucho antes de nacer… A mi papá Carlos, quien ha

sido el más grande apoyo de mi madre y por lo tanto el mío, porque me hizo parte de su

vida desde el primer momento en que llegue a ella.

A mi padre, por sus enseñanzas, sus consejos, por la gran confianza y la mutua

complicidad que existe entre nosotros, por creer en mí y por facilitarme los elementos

para que yo aprendiera a abrir las alas y volar.

A René, por ser la primera que vio la psicóloga que había en mí. Por tomarme de la mano

y acompañarme durante todo este proceso con su amor y paciencia. Porque es mi acicate

cuando me he sentido caer y porque ha puesto su hombro para que yo pudiera apoyarme

cuando lo he necesitado. Por ser la gran persona que es y por alentarme a crecer.

A mis hermanas, hermano, abuelos y tíos por ser una gran bendición en mi vida.

Claudia Vega González


DEDICATORIA

Dedico este trabajo a los participantes de esta investigación, por su tiempo, su

atención, su confianza y sobre todo por compartir sus experiencias y sus sentimientos

conmigo. A ellos, por abrirme un espacio en el que, más allá de la investigación, vivimos

un encuentro personal en el que se logró la comprensión de diversas experiencias y

formas de entender la realidad desde el particular punto de vista de cada persona, desde el

respeto y aprecio por cada palabra y cada sentimiento y que finalmente nos ayudó a

conocernos un poco más.

A todas las personas, hombres y mujeres de cualquier edad, que han vivido de una

u otra manera la violencia intrafamiliar. Comprendo que es una experiencia que así como

puede ser fuerte, compleja y difícil de explicar e incluso de entender, también creo que

puede llegar a servir de base para el crecimiento personal; que puede ser un insumo que

nos enriquezca como personas y que a partir de la misma se pueden generar cambios en

nosotros y nosotras mismas, y podamos contribuir (desde nuestras propias habilidades y

capacidades) ha transformar relaciones injustas, insanas y desiguales en nuestra vida

personal y en nuestro medio.

Por último, no sólo agradezco, sino dedico este trabajo, a cada persona que a lo

largo o corto de mi vida, me ha compartido su tiempo, su sentir, su experiencia, su

comprensión, su sabiduría, su serenidad y valor, su ser. A todas esas personas que de una

u otra forma contribuyeron a que eligiera este tema, a que lo desarrollara y a que

aprendiera de él y de mi mismo.

Sergio Moreno Cabrera


AGRADECIMIENTOS

A la Universidad Marista de Mérida, en especial a la escuela de Psicología por enseñarme

que la educación es un acto de Fe a través del cual podremos cambiar el rumbo de nuestra

sociedad. A María Luisa, Vero y Cecy por contagiarme su amor por el trabajo con la

gente y para la gente.

A Sergio, por permitirme vivir esta experiencia de vida a su lado, haciéndola más

profunda y reflexiva. Por haberme compartido aprendizajes que me acompañaran toda la

vida. Por ser un ejemplo de valor, amor, sensibilidad, fortaleza y pasión en todo lo que

hace. Por enseñarme que para ser un agente de cambio social hay que soñar y trabajar sin

cesar para lograr lo que anhelamos. A su familia, por hacerme sentir parte de ella.

A Roxana Quiroz, por ser la primera persona que creyó en este proyecto y lo ayudo a

nacer. Por compartirnos su gran experiencia y sus conocimientos. Y más que nada, por

contagiarme su pasión por la Investigación.

A Lety Murúa, por todo el apoyo que nos brindo y por sus cuestionamientos que nos

permitieron ver desde diferentes posturas nuestra investigación.

A Sayda Quintal, por sus conocimientos, su preparación y por las observaciones que

hicieron más rico nuestro trabajo de investigación.

A Karla, Emily, Caro, Cecy y René B., por ayudarme a crecer como persona, por su

apoyo y amistad incondicional.

Claudia Vega González


AGRADECIMIENTOS

A Claudia, por ser mi compañera en este proyecto, por ser una gran amiga que

descubrí en el proceso. Por cada risa, por cada lágrima, por cada preocupación, por cada

muestra de fe, de confianza y de afecto. Gracias.

A las asesoras Psic. Leticia Murúa, L. C. C. Roxana Quiroz y Psic. Sayda Quintal

por su acompañamiento, sus conocimientos, su tiempo y sus observaciones a lo largo del

proyecto. Por enriquecer nuestro entendimiento del tema y darnos recursos para poder

abordarlo. A la Psic. Maricarmen Vadillo por su escucha y su interés en compartir con

nosotros otras formas de entender y comprender este tema.

A cada maestra y maestro que durante 9 semestres de formación se entregaron y

me enseñaron el valor del conocimiento personal. Especialmente a Diana Pacheco por su

apoyo infinito, por su confianza y por contagiarme la pasión y amor por la psicología y

por Aprender siempre a través del Servicio.

A la Universidad Marista de Mérida, de quien me llevo algo más que el título, una

visión y una filosofía de vida: Ser para Servir.

A mi familia, a cada miembro de ella que estuvo presente en este proceso y que

continuamente me dio su apoyo, su amor y su compañía. A mi madre por proveerme de

su experiencia, su comprensión, su tiempo, su interés, su paz, su confianza y su amor. Por

que estuvo conmigo en cada momento y por que en cada uno de ellos siempre me dijo

que hiciera y eligiera lo que quisiera, pero que mi elección siempre fuese: “ser yo

mismo”. A mi padre quien creyó y cree en mí como hijo y como psicólogo. Por que me

comparte su visión de las cosas y del mundo que son valiosísimos aprendizajes en mi

vida. Por su tiempo, por su amor, por su constante preocupación. A mis hermanos Jorge,

Manolo y Juan Pablo, por que en mi ser y hacer como persona y como psicólogo, están
impresas las múltiples vivencias y aprendizajes que he pasado con ellos y que espero

seguir disfrutando.

Por último quiero agradecer a esas personas a quienes llamo amigos y amigas, por

que sin ellos este proyecto, mi carrera y mi vida estarían incompletos: A Azeneth, a Maria

José y a Juan, por estar siempre ahí, en el tiempo, en los recuerdos y en grandes

momentos. A Pilar, por el año en el que compartimos un ideal, un sueño, una misión; por

que confió en mí, me aceptó y me dio su apoyo, cariño y amistad. A José y a Laura,

quienes revivieron en mí la música presente en la vida, por sus risas, sus vivencias y su

cariño. A Juan Carlos, a Manuel y a Lupita, pues con ellos no sólo aprendí, sino comencé

a vivirme con mayor alegría. A todos y todas mis compañeros de la carrera por el gran

lazo que se creó, por su tiempo, su escucha, su sabiduría.

A Ana Ceci y a Javier, quienes son parte de mi vida y mi ser, como una familia

que enriquece con el paso del tiempo y que me colma de amistad y de cariño. Por lo que

han sido, por lo que son y por lo que serán: unos inigualables amigos seres humanos.

A Tamara, quien ha sido en mi vida una amiga y un ángel que me ha enseñado a

ser sin miedo, a través de la confianza y del amor; que me ha acompañado e inspirado en

el proceso y la aventura del autoconocimiento y del cambio personal. Quien me ha

compartido lo grande que es su ser, su inteligencia y su fe. Quien ha estado, quien está y

quien estará mientras así nos lo permita la vida.

A Dios, que se ha estado y se manifestado en el amor y compañía de todas y cada

una de estas maravillosas personas que el día de hoy, nutren mi vida.

¡GRACIAS!

Sergio Moreno Cabrera


CAPITULO I

Introducción

Una de las problemáticas de mayor gravedad e impacto que enfrenta la humanidad

contemporánea es la violencia familiar, fenómeno que afecta no sólo a las familias y a sus

miembros, sino que limita el desarrollo humano y social en general (Ruiz, 2002).

Algunas décadas atrás, expresiones tales como “niños maltratados”, “mujeres

golpeadas” o “abuso sexual” tal vez habrían sido comprendidas, pero no consideradas

como sinónimos de graves problemas sociales. En sus múltiples manifestaciones, la

violencia siempre es una forma de ejercicio de poder mediante el empleo de la fuerza e

implica la existencia de un “arriba” y un “abajo”, reales o simbólicos que adoptan

habitualmente la forma de roles complementarios: padre-hijo, hombre-mujer, maestro-

alumno, patrón-empleado, etcétera (Corsi, 1999).

Ruiz (2002) señala que la transmisión de roles a través de la cultura ha entrañado

“desigualdad”, misma que viene impregnada por el dominio de un sexo sobre el otro,

pues los roles masculinos comprenden estereotipos de “mando”, “dominio”, “uso de la

fuerza”, “agresividad” e “inhibición de la expresión de los sentimientos”, entre otros.

En México, según el informe “La salud y el sistema de atención 2003”, una de

cada cinco usuarias de los servicios de salud es víctima de la violencia en su relación de

pareja y poco más de 40 por ciento de ellas la sufrieron durante la infancia (Informe de

Salud México, 2003, en red). Basándose en la Encuesta Nacional sobre Violencia contra

las Mujeres 2003, se indica que el 60 por ciento de las usuarias han sido víctima de algún

tipo de violencia en su vida, ya sea por parte de su pareja sentimental, por algún miembro

de la familia u otra persona. De acuerdo con el informe, el 10 por ciento presenta signos
de violencia física sufrida dentro de sus hogares. (Instituto Nacional de Salud Pública

[INSP], 2003).

Asimismo la Encuesta Nacional de la Dinámica de las Relaciones en los Hogares,

realizada en 57 mil viviendas de todo el país, el 46.55% por ciento de las mujeres que

viven con su pareja reporta algún incidente de violencia emocional, física, económica o

sexual (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática [INEGI], 2004).

No menos relevante es la violencia que se ejerce contra la infancia. Según un

estudio en México 750, 000 niños son golpeados seriamente por sus padres cada año;

según las estadísticas, cada minuto un niño es vejado de su integridad física y moral por

alguno de sus progenitores (Fontana, 2003).

El abuso sexual es una modalidad del maltrato y ocupa el 6% de los casos que se

atienden en la Clínica de Atención Integral a la Adolescencia en la ciudad de Mérida,

Yucatán, según cifras proporcionadas en la conferencia “Acoso y Abuso Sexual”, por la

Dra. Gabriela Bastarrachea Sosa (Chavez, J. L., Diario de Yucatán, 2006).

Por otro lado, existen estudios que muestran que existe una relación entre género y

violencia, al respecto Ramírez (2000) menciona que “la mayoría de los actos violentos

son ejecutados por hombres. Existe una clara conexión entre el género y el ejercicio de la

violencia, es decir, es muy posible que las características de la masculinidad esten

directamente relacionadas con el potencial de la violencia del individuo. Por esto es

necesario analizar qué es la masculinidad” (p. 25).

Planteamiento del problema

De acuerdo a la Encuesta Nacional sobre la Violencia contra las Mujeres del

Instituto Nacional de Salud Pública (INSP, 2003), Yucatán ocupa el décimo octavo lugar
a nivel nacional por número de mujeres que han sufrido algún tipo de violencia alguna

vez en su vida representando éste el 59.7%. Del mismo modo se señala que en Yucatán el

26.0% de las mujeres han sufrido algún tipo de violencia con su pareja actual (que incluye

a todas aquellas que hayan tenido violencia psicológica, física, sexual o económica por

parte de su novio, esposo o compañero actual); de éste, el 23.7% refiere haber recibido

violencia psicológica, 10.1% violencia física, el 7.9% violencia sexual, y el 7.0%

violencia económica.

En Mérida, de acuerdo al Informe Anual de actividades del área de psicología del

Centro Integral de Atención a la Violencia Intrafamiliar [CIAVI] (2005), de enero de

2004 a enero de 2005 se han reportaron 202 casos de violencia en la familia, de los cuáles

los más comunes son por violencia física, emocional y verbal. Por su parte, el área

Jurídica de este mismo centro, en su reporte anual de actividades, de enero de 2004 a

enero de 2005, se han presentado por violencia intrafamiliar, en su mayoría emocional,

354 casos a los que se ha dado asesoría legal.

No obstante, su reconocimiento en la realidad, aún falta mucho por hacer en torno

a los servicios que atienden a las personas involucradas en la situación de violencia.

Por lo anterior, el objetivo general de este proyecto consistió en realizar una

investigación exploratoria de corte cualitativo que permitiera conocer cómo los hombres

explican y entienden la violencia intrafamiliar a partir de sus significados y experiencias

sobre la misma, de tal forma que se pueda tener una visión más amplia de la

problemática. De este objetivo se formularon los siguientes objetivos particulares:

1. Identificar el significado que hombres yucatecos tienen de la violencia

intrafamiliar a partir de su discurso.


2. Identificar algunos factores culturales e ideológicos (creencias, mitos, prejuicios,

estereotipos) tanto explícitos como implícitos, que intervienen en el ejercicio de la

violencia, presentes en el discurso de los entrevistados.

Para lograr estos objetivos se plantearon las siguientes preguntas de investigación:

1. ¿Qué significado tienen los hombres de la violencia intrafamiliar?

2. ¿Cuáles son los factores culturales e ideológicos, tanto explícitos como

implícitos, que intervienen en el ejercicio de la violencia, presentes en el

discurso de los entrevistados?

Justificación

Se ha trabajado e investigado sobre el fenómeno de la violencia doméstica y sus

efectos en los miembros de la familia; sin embargo se ha tomado como principal foco de

exploración y análisis las experiencias y significados de una parte de las personas

involucradas en la problemática, es decir, los niños y las mujeres que son receptores. Se

considera que para acercarse a una perspectiva integral del fenómeno es necesario

explorar los factores socioculturales, ideológicos y personales que intervienen en el

reforzamiento del ejercicio de la violencia familiar.

Luján, Vadillo y Vera (2004) recomiendan que para futuras investigaciones es

importante conocer el significado que los hombres le atribuyen a la violencia en la

familia, ya que de esta forma se tendría una visión más amplia del fenómeno al identificar

las creencias que tienen alrededor de la temática.

Del mismo modo se contribuye a proporcionar información que permita romper

con algunos mitos y paradigmas que pudieran existir en torno a la violencia, como señala
Corsi (1999) al referir que los hombres que ejercen la violencia no son los “pobres,

borrachos y enfermos” que se cree en el imaginario colectivo.

De esta forma, los resultados podrían servir como referencia teórica para sustentar

programas de intervención dirigidos a hombres que ejercen la violencia, reflexionando

sobre las estrategias con las que trabajan estos grupos, a fin de aumentar su efectividad e

impacto.

Delimitaciones

Se planteo trabajar con hombres que estén dispuestos a colaborar con la

investigación y que quieran compartir su experiencia y significado con relación a la

violencia intrafamiliar.

Limitaciones

Una limitante fueron las creencias que tanto los investigadores como los

entrevistados poseían acerca del tema, puesto que al verlo como un tema difícil o

complejo de abordar se genero resistencia para explorar sobre algunas temáticas como lo

era la violencia sexual.

Definición de términos

Violencia: ejercicio del poder mediante el empleo de la fuerza (ya sea física,

psicológica, económica, política…) e implica la existencia de un arriba y una abajo, reales

o simbólicos, que adoptan habitualmente la forma de roles complementarios (Corsi,

1994).
Violencia intrafamiliar: acto u omisión recurrente, intencional y cíclico dirigido a

dominar, someter, controlar o agredir física, verbal, psicoemocional o sexualmente a

cualquier miembro de la familia fuera o dentro del domicilio familiar (Corsi, 1994).

Violencia de género: son todos los actos mediante los cuales se discrimine, ignore,

someta y subordine a las mujeres en los diferentes aspectos de su vida, siendo todo acto

material y simbólico que afecte su libertad, dignidad, seguridad, intimidad e integridad

moral y/o física (Velázquez, 2003).

Género: complejo de determinaciones y características económicas, sociales,

jurídico-políticas, y psicológicas, que crean lo que en cada época, sociedad y cultura son

los contenidos específicos de ser mujer o ser hombre, o ser cualquier otra categoría

genérica (Lagarde, 1997).

Patriarcado: un orden social genérico de poder, basado en un modo de dominación

cuyo paradigma es el hombre. Este orden asegura la supremacía de los hombres y lo

masculino sobre la inferiorización previa de las mujeres y de lo femenino. Es, así mismo,

un orden de dominio de unos hombres sobre otros y de enajenación entre las mujeres

(Lagarde, en Ramírez, 2000).

Masculinidad: es la forma aprobada de ser un hombre adulto en una determinada

sociedad concreta (Gilmore, 1994).

Estereotipo: es la atribución de ciertas características a las personas pertenecientes

a determinados grupos, y que se les imputan algunos aspectos característicos (Rodríguez,

1976).

Rol de género: funciones, actitudes capacidades y limitaciones diferenciadas en

mujeres y hombres, que la normativa de la cultura vigente establece como atributos

“naturales” de ambos sexos (del Campo, 2004, en red).


Organización del estudio

Dentro del capítulo 1 se describen de manera general: el problema de

investigación, los objetivos, limitaciones y delimitaciones, así como la importancia y

propósito del estudio.

En el capítulo 2 abarcará la revisión de la literatura relacionada con el tema de

investigación, explicando las teorías o conceptualizaciones en las que estará basada la

investigación.

El capítulo 3 incluirá la metodología de investigación, donde se describirá la

población, los instrumentos que se utilizarán para recabar la información, así como el

análisis de la misma.

En el capítulo 4 se encontrarán los resultados de la investigación.

En el capítulo 5 se mencionarán las discusiones derivadas o concluidas a las que

se llegará después de finalizar el trabajo de tesis, a partir de la teoría analizada, así como

las conclusiones y recomendaciones.


CAPÍTULO II

Revisión de la literatura

Este capítulo inicia haciendo una diferenciación entre los términos de agresión y

violencia debido a que son usados como sinónimos al momento de explicar la violencia.

Se incluye también un apartado que expone el fenómeno de la violencia intrafamiliar

desde sus definiciones, su tipología y manifestaciones; así como aquellos mitos y

creencias relacionados con su práctica y las formas en cómo esta violencia se ejerce hacia

los grupos considerados como vulnerables. Posteriormente se abordarán algunos modelos

que explican cómo se origina, se mantiene y se refuerza la violencia cuando es ejercida

por los varones. Por último se exponen algunos elementos socioculturales y psicológicos

que intervienen en el ejercicio de la violencia intrafamiliar, en relación al patriarcado y a

la masculinidad.

Delimitación de conceptos: agresión y violencia

Cuando se habla de agresión, es común confundir el término y su significado con

el de violencia dada la amplitud de posturas al respecto. Algunos autores los usan como

sinónimos, otros los diferencían entre sí y de otros conceptos, mientras que otras

investigaciones la equiparan con impulsividad, la ira o con la hostilidad.

Berkowitz (1996) define la agresión como toda conducta, sea física o simbólica,

que se ejecuta con la intención de herir a alguien. Continúa diciendo que esta definición

no la aplica como sinónimo de asertividad, dominio o independencia. Más allá del

enfoque con el cual se defina la agresión, el mismo autor señala que se debe hacer

referencia al propósito o meta del acto, ya que para él, las personas agresivas actúan

racionalmente. También clasifica la agresión como física, verbal y/o emocional


dependiendo del propósito que tenga, pero diferenciándola de la ira y la hostilidad, siendo

la primera un conjunto de sentimientos que cumplen ciertas características, pero que no

persigue una meta en particular; mientras que la hostilidad se refiere a una actitud

negativa hacia las demás personas que se refleja en un juicio desfavorable de ellas. Por lo

tanto, para Berkowitz (1996) la agresión es todo acto que busque herir a otro, ya sea

física, emocional o verbalmente, y utiliza el concepto de violencia cuando se trata de “una

forma extrema de agresión, un intento premeditado de causar daño físico grave” (p. 33).

Baron (en Corsi, 2003; Berkowitz, 1996) dice que la agresión es cualquier tipo de

conducta dirigida hacia la meta de lesionar, perjudicar o dañar a otro ser viviente,

enfatizando que la persona que agrede sabe que al blanco de su agresión no le gusta lo

que le está haciendo, es decir, hay una sensación de desagrado por parte de quien recibe la

agresión y esta característica es conocida por quien la ejerce.

Por su parte, Moser (1992) puntualiza que la agresión, no consiste sólo en herir a

alguien intencionalmente; este autor incluye en sus apreciaciones el valor de ubicar el

acto agresivo dentro del contexto en que se presenta. De este modo, indica que una

conducta se puede considerar agresiva si cumple con tres criterios: a) que se compruebe

que haya daño posible o real por parte de la víctima, es decir, que la persona se sienta o se

identifique como agredida; b) que esté presente la intención de causar ese daño y c) que el

hecho se considere por parte de la víctima o de un observador, como inapropiado para una

situación determinada, es decir, que se identifique como una violación a la norma. Moser

(1992) también propone una clasificación de la agresión, en la que incluye un tipo de

agresión pasiva y otra activa; en ambas puede ser física o verbal. También hace la

diferencia entre agresión instrumental y agresión hostil, donde la primera se encamina al

logro no agresivo de un objetivo, mientras que la segunda implica infligir un daño. Aquí
se presenta una imprecisión conceptual al definir la agresión instrumental, como una

carencia de la misma (Moser, 1992). Afín a esta propuesta, Coie y Dodge (en Duskin,

Papalia y Wendkos, 2001), al referirse a la agresión presente en la niñez intermedia,

diferencian también la agresión hostil de la instrumental; la hostil la definen como toda

agresión dirigida a lastimar a su objetivo, mientras que la instrumental está orientada a

conseguir un objetivo.

Partiendo de una propuesta con un enfoque de tipo sistémico, Nannini y Perrone

(1997) clasifican la violencia en dos tipos: a) violencia agresión, que se da dentro de una

relación de iguales, es decir, ambas partes son receptoras y emisoras de violencia, dentro

de un mismo status de fuerza y de poder; y b) violencia castigo, que se inscribe en el

marco de una relación desigual. Dentro de la violencia castigo, tal como la definen sus

autores, uno de los actores en la relación, reivindica una condición superior a la del otro y

se adopta el derecho de infligirle un sufrimiento a quien se coloca en una clase inferior a

la suya. Desde esta postura, la violencia es unidireccional e íntima; el que la ejerce se

define como existencialmente superior al otro y éste, por lo general acepta este control

que se le impone ya sea a manera de golpes, humillaciones, torturas o privaciones de

afecto o de cuidados; ya sea de un adulto hacia otro adulto o de un adulto hacia un infante

(Nannini y Perrone, 1997).

Desde el psicoanalisis, la agresividad es definida como una pulsion, si no un

instinto profundamente inscrito en nuestro patromonio genetico y que se expre a traves de

muchas actividades cuyo objetivo principal es la supervivencia del individuo y la

preservacion de la especie (Tordjman, 1981).


Para Dutton y Golant (1997) la agresión se distingue de la violencia, ya que esta

última se encuentra íntimamente relacionada con la necesidad de control y dominio por

parte de la persona que la ejerce, y no sólo con la intención de herir o lastimar.

Siguiendo el curso de estas ideas, Corsi (1994) menciona que a diferencia de la

agresión, la violencia implica siempre el uso de la fuerza para producir un daño, el cual

debe ser entendido como cualquier tipo y grado de menoscabo para la integridad del otro.

Se puede hablar de violencia familiar, económica, social y política, en todos los casos la

violencia se refiere a un ejercicio de poder mediante el empleo de la fuerza e implica la

existencia de un “arriba y un “abajo”, reales o simbólicos, que adoptan habitualmente la

forma de roles complementarios: padre-hijo, hombre-mujer, maestro-alumno, patrón-

empleado, joven-viejo. Así el uso de la fuerza, se constituye en un método para la

resolución de conflictos interpersonales, como un intento de doblegar la voluntad del otro

(Corsi, 1994).

Ruiz indica (2002) que “la acción violenta viene determinada por una oposición

asimétrica, jerárquica, basada en el dominio de uno sobre otro mediante la fuerza física o

moral” (p. 20).

Para fines de la presente investigación, se tomará como agresión toda conducta o

acto orientado a lastimar o herir a otra persona, siendo que esta última reconoce como

desagradable el trato o acto recibido. Se entenderá la violencia como todo daño físico,

emocional o psicológico, moral, económico o sexual, que se circunscribe dentro de una

relación desigual asimétrica, en donde una de las partes ocupa un lugar jerárquicamente

superior al otro, siendo que esta jerarquía es simbólica y que la persona lastimada no

siempre es capaz de identificar el daño del que está siendo receptora.


Violencia intrafamiliar

La violencia intrafamiliar es reconocido hoy en día como un problema de salud

pública y ya no sólo como una problemática exclusiva de las familias (Informe de Salud

México, 2003, en red). El impacto que este fenómeno llega a tener es a nivel individual,

familiar, social, político, económico y por supuesto de salud, de aquí la importancia de su

reconocimiento y de tomar medidas preventivas para la disminución paulatina de sus

efectos y de su futura erradicación.

Definición y tipos de violencia.

La violencia que se vive al interior de la familia puede definirse según Felipe

Ramírez (2000) como “la agresión o daño sistemático que se comete en el hogar contra

algún miembro de la familia por alguien de la misma familia” (p. 3).

De acuerdo a las normativas nacionales, la Norma Oficial Mexicana NOM-190-

SSA1-1999, Prestación de Servicios de Salud, que en sus criterios para la Atención

Médica de la Violencia Familiar, en el Modelo Nacional de Referencia Procuraduría de la

Defensa del Menor y de la Familia (Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la

Familia [DIF], 2004) define la violencia familiar de la siguiente forma:

Al acto u omisión único o repetitivo, cometido por un miembro de la

familia, en relación de poder -en función del sexo, la edad o la condición

física- en contra de otro u otros integrantes de la misma, sin importar el

espacio físico donde ocurra el maltrato físico, psicológico, sexual o

abandono (p. 85).

Por otra parte, la Organización Panamericana de la Salud dentro del Modelo de

Leyes y Políticas sobre Violencia Intrafamiliar Contra las Mujeres (Organización

Panamericana de la Salud [OPS], 2004), establece a nivel internacional las siguientes


definiciones para tipificar las distintas formas en que se presenta la violencia

intrafamiliar:

1. Violencia física: ocurre cuando una persona le inflige daño no accidental a otra,

usando la fuerza física o algún tipo de arma que puede provocar o no lesiones, ya sean

éstas internas, externas o ambas. El castigo repetido no severo también se considera

violencia física.

2. Violencia psicológica: Se considera violencia psicológica toda conducta que ocasione

daño emocional, disminuya la autoestima, perjudique o perturbe el sano desarrollo de

la mujer u otro integrante de la familia, como por ejemplo, conductas ejercidas en

deshonra, descrédito o menosprecio al valor personal o dignidad, tratos humillantes y

vejatorios, vigilancia constante, aislamiento, constantes insultos, el chantaje,

degradación, ridiculizar, manipular, explotar, amenazar el alejamiento de los(as)

hijos(as) o la privar de medios económicos indispensables, entre otras.

3. Violencia sexual: todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, las

relaciones sexuales no deseadas, las insinuaciones sexuales no deseadas, o las

acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad… de un

miembro de la familia mediante la coerción de otro, independientemente de la

relación de éste con la víctima.

4. Violencia patrimonial o económica: incluye aquellas medidas tomadas por el agresor

u omisiones que afectan a la supervivencia de los miembros de la familia. Esto

implica la pérdida de la casa y el no cubrir las cuotas alimenticias, entre otras. En

algunas legislaciones la violencia patrimonial se relaciona con las limitaciones

económicas tales como manejo y control del salario, exclusión en las cuentas

bancarias y exclusión en sociedades en las que se incluya el patrimonio o capital


familiar, entre otras. Las distintas leyes no precisan con claridad qué se entiende por

violencia patrimonial. Algunas la definen como toda acción u omisión que implica

pérdida, transformación, sustracción, destrucción, retención o distracción de objetos,

documentos personales, bienes, valores, derechos o recursos económicos destinados a

satisfacer las necesidades de alguna de las personas vulnerables a este tipo de

violencia; puede abarcar los daños causados a los bienes comunes o de la víctima.

Ruiz (2002) menciona que para comprender el fenómeno de la violencia

intrafamiliar se deben tomar en cuenta las siguientes características elementales:

1. Es una construcción humana, no natural, puesto que son conductas aprendidas y

transmitidas a través de la enseñanza del ser humano durante su desarrollo, en las que

se reconoce que el ser humano no nace violento, que en los genes no existe

información de que el ser humano transmita este tipo de conducta.

2. Es intencional, lo cual se transfiere al tener como objetivo prioritario dañar,

imponer, vulnerar, reprimir, anular, etcétera.

3. Posee direccionalidad, ya que siempre va dirigida a una persona específicamente,

que se encuentra en una posición de desprotección y debilidad.

4. Es un ejercicio de poder, dado que la violencia se ejerce del más fuerte al más

débil, siendo un abuso de superioridad.

5. Obstaculiza el desarrollo humano, al tener que reconocer que la violencia es una

barrera que limita al ser humano, dado que le impide que pueda desenvolver sus

capacidades plenamente dentro de los contextos familiar, social, laboral, etcétera.

Para fines de esta investigación, coincidimos con algunas de las ideas de Ruiz

(2002) como que la violencia es una construcción social, cuya intención u objetivo es el

de imponer, reprimir, controlar y/o someter y no el de lastimar o herir a alguien; va


dirigida hacia alguien que se encuentra en una posición jerárquica inferior, dentro de un

orden social que permite y legitima esa desigualdad por lo que también es un ejercicio de

poder. Sin embargo, y aun cuando la violencia en la familia pueda limitar el desarrollo

personal, creemos que puede no detenerlo, ni paralizarlo, ya que cada persona es capaz

de ir más allá de estos aprendizajes sociales y de crear nuevas formas de relación, más

sanas, justas y equitativas.

De igual modo, nos parece importante retomar las características de la violencia

intrafamiliar que propone el Modelo de Referencia Nacional, Procuraduría de la Defensa

del Menor y la Familia (DIF, 2004): que la persona que la ejerce abusa de su poder ya sea

por el sexo, edad, o condición física, que se da en todos los niveles económicos, que

puede suceder en todo tipo de relaciones (conyugal, parental, fraternal o de otro tipo),

puede consistir en acciones u omisiones, quienes son receptores de la violencia tienen en

común su posición de inferioridad sea real o simbólica (Corsi, 1994), que quien ejerce la

violencia es muchas veces el jefe de familia (varones) y que la violencia repetida e

intermitente se entremezcla con períodos de arrepentimiento y ternura, lo cual provoca en

las mujeres respuestas de alerta y de sobresalto permanentes.

La violencia se dirige hacia una población definida culturalmente como “más

débil”, por lo que los grupos que se han considerado como más vulnerables son las

mujeres, los niños y las niñas y las personas mayores. Corsi (2003) menciona que “la

violencia familiar tiene dos vertientes: una de ellas basada en el género y la otra basada en

la generación” (p. 19).

A continuación se exponen las diferentes formas que adoptan estos tipos de

violencia:
Tabla 1.1 Formas de violencia familiar basadas en el género y en la generación.

Violencia basada en la
Violencia basada en el género (Mujeres)
generación(Niños/as y Ancianos/as)
• Violencia física
• Aislamiento y abuso social
• Abuso ambiental • Maltrato físico
• Abuso económico • Abandono físico
• Conducta de control y dominio • Maltrato emocional
• Control por medio amenazas • Abandono emocional
• Abuso verbal y psicológico • Abuso sexual
• Violencia sexual • Abuso económico
• Abuso ambiental • Explotación
• Chantaje emocional

Fuente: Corsi, J. (2003). Maltrato y abuso en el ámbito doméstico. Argentina. Editorial Paidós. p. 19.

Es común que se sigua pensando en la violencia como una realidad externa y ajena,

cuando para muchas personas el lugar más inseguro es su hogar.

Esta violencia que se vive en el hogar, se ha considerado como una pauta de

relación o de resolución de conflictos. La violencia familiar ha llegado a ser tan cotidiana

que es vista como algo natural, aceptando ese modo de actuar a través de las pautas

culturales vigentes que atraviesa todos los grupos socioeconómicos, edades y razas. Sin

embargo, el que sea cotidiano no significa que se deba considerar como normal o natural

(DIF, 2004).

Al referirse al fenómeno de la violencia intrafamiliar, Lammoglia (2002) plantea

que:

Muchas familias resuelven sus conflictos familiares y personales a través

de la violencia física o psicológica, situación que viene a reforzar y

prolongar una cultura de violencia con la que se aprende a vivir como algo
cotidiano, llegando en ocasiones hasta el homicidio o al suicidio a manera

de escape de las situaciones de agresión vividas (p. 29).

Mujeres y violencia en la familia.

De acuerdo con las investigaciones citadas, es posible señalar que las mujeres

están expuestas a vivir violencia de género. En diferentes partes del mundo siguen

viviendo situaciones de violencia de diversa índole, tanto dentro como fuera del hogar,

por diversos factores asociados a su condición de ser mujeres.

En relación a esto, la violencia de género se entiende como aquella que abarca

todos los actos mediante los cuales se discrimina, ignora, somete y subordina a las

mujeres en los diferentes aspectos de su vida, siendo todo acto material y simbólico que

afecte su libertad, dignidad, seguridad, intimidad e integridad moral y/o física

(Velázquez, 2003), teniendo como base el género, es decir, esta diferencia y desigualdad

social que se construyen y significa a partir de la diferencia sexual entre los hombres y las

mujeres.

Por otra parte, las Convenciones Internacionales Aprobadas por los Estados han

establecido definiciones sobre la violencia contra la mujer y las esferas en que la misma

se expresa. En la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la

Violencia contra la Mujer (en Velázquez, 2003) se establece que:

Se entenderá que la violencia contra la mujer incluye la violencia física,

sexual y psicológica: que tenga lugar dentro de la familia o unidad

doméstica o en cualquier otra relación interpersonal, ya sea que el agresor

comparta o haya compartido el mismo domicilio que la mujer, y que

comprende, entre otros, violación, maltrato y abuso sexual; que tenga lugar

en la comunidad y sea perpetrada por cualquier persona y que comprende,


entre otros, violación, abuso sexual, tortura, trata de personas, prostitución

forzada, secuestro y acoso sexual en el lugar de trabajo, así como en

instituciones educativas, establecimientos de salud o cualquier otro lugar,

y que sea perpetrada o tolerada por el Estado o sus agentes, donde quiera

que ocurra” (p. 9).

Por otra parte, Torres (2001) explica que el maltrato a las mujeres en el hogar

abarca una amplia gama de conductas y comportamientos cuya finalidad es obligar a la

víctima a hacer lo que el agresor quiere; su fin último no es producir un daño, sino ejercer

el poder y el control, así como estrechar las redes de sujeción.

Debido a las diferentes medidas tanto sociales como legales que se han tomado

para erradicar la violencia contra las mujeres, se ha observado que la sociedad comienza a

desaprobar la violencia física, sin embargo tal y como señala Castañeda (2002) al parecer

los hombres están pasando de una actitud dominante que golpea, castiga y daña a las

mujeres a una intimidación psicológica que no revela necesariamente un cambio en ellos.

Esta misma autora puntualiza que entre algunas de las formas de intimidación

psicológica se encuentran: a) la intimidación, que puede manifestarse como una

descalificación a la otra persona, misma que se basa en un doble discurso, es decir que el

contenido es hasta cierto punto inocente, pero en la forma de hablar, en la mirada o el

gesto, se esconde la anulación del otro; b) falsa protección, en la que se ve a la mujer

como un ser desprotegido que necesita de un hombre que la acompañe y la proteja de

cualquier posible peligro; y por último c) invisibilidad de la mujer, se refiere a que es el

hombre en su posición de mayor jerarquía, quien toma las decisiones anulando a la

persona de la mujer.
Otra forma en la que el hombre ejerce control y dominio sobre la mujer es la

invasión de espacios, ya que mientras más de éstos invade, deja a su pareja sin recursos,

débil y desprotegida; así ella carece de los medios suficientes para oponer resistencia.

Felipe Ramírez (2000) menciona que existen cinco espacios en los que el varón puede

llegar a invadir a su pareja:

1. Espacio físico: incluye la invasión del cuerpo de la persona y el espacio donde

desarrolla sus actividades. Para el hombre violento este espacio resulta importante

debido a que a través de golpes, jalones, encierros, lesiones y ataques de tipo sexual,

puede mantener el control sobre su pareja.

2. Espacio intelectual: este se refiere a las creencias, ideas y pensamientos de una

persona, en el que el hombre, al invadirlo, busca anular las ideas y pensamientos de su

pareja, con el objeto de que ésta pierda su independencia y sienta la necesidad de

consultarle antes de tomar cualquier decisión.

3. Espacio emocional: son los sentimientos o emociones de una persona. En este espacio

el varón busca desequilibrar las emociones de su pareja para que ésta no tenga forma

de entender sus razones de querer evitar la violencia en que vive. De este modo, si no

entiende las razones para estar en una relación violenta, se quedará y no se preguntará

si le duele o no.

4. Espacio social: es todo aquel en donde se desarrollan contactos, interacciones e

intercambios ente dos o más personas. De esta forma, el hombre restringe las

relaciones de su pareja. Cuando se presenta la violencia física, este espacio se ve

afectado ya que la mujer limita sus contactos sociales por la vergüenza producida por

las marcas de los golpes.


5. Espacio cultural: abarca las diversas formas de procesar la realidad, de acuerdo con

parámetros establecidos por el aprendizaje que el individuo ha recibido en su grupo

social. El hombre crea formas culturales que definen y refuerzan la supuesta

inferioridad de la mujer: los mitos y tradiciones. El hombre violento apoya estas

creencias pues es él quien obtiene los beneficios. Al unirse a él, la mujer tiene que

cambiar muchos de sus patrones culturales para adaptarse a los de su pareja, siendo

ésta la forma de invasión de este espacio.

Lo anterior hace referencia a las distintas formas y posibles explicaciones de la

violencia que reciben las mujeres al interior de su hogar, la mayoría de las veces por su

pareja (varón). Sin embargo también es necesario hablar de las situaciones en las que son

ellas quienes ejecutan el acto violento y las condiciones en las que éste se da.

Al respecto, las madres de familia no parecen ser menos golpeadoras que los

padres, aunque en algunas ocasiones actúan como intermediarias para que el castigo hacia

sus hijos, por parte del padre sea menor, pero nunca impidiéndolo y mucho menos

poniéndose a sí mismas en riesgo para proteger a sus hijos. Sin embargo, el poder de la

madre parece estar más justificado, más legitimado que el del padre, lo que sugiere un

mayor poder en relación con los hijos. La violencia que ejerce la madre sobre los hijos se

utiliza como ejercicio de una norma incuestionable: ellas “enderezan”, ellas “enseñan”

(Torres Falcón, en Luján et al., 2005). De igual modo se inculca a los hijos e hijas la idea

que deben querer a las madres por sobre todas las cosas; este amor no se halla expuesto al

error, a la duda, ni a la ambivalencia de los afectos ordinarios. No hay “malas madres”,

solamente hay malas mujeres (Friday, en Luján et al., 2005). Frente a esto encontramos

que los hijos e hijas muchas veces se encontrarán en un dilema frente a la valoración o el

afecto que puedan tener ante su madre, si ésta los violenta (Luján et al., 2005).
Al respecto, Martha Ramírez (2002) como parte de su trabajo con hombres que

ejercían violencia, plantea que los padres de éstos los violentaban a través de la fuerza

física y el abandono material y afectivo, mientras que las madres, aunque también

golpeaban, recurrían más a la violencia psicológica para ejercer dominio sobre los niños a

través de la indiferencia y la omisión de afectividad, las amenazas y la manipulación

emocional.

Violencia y maltrato infantil.

En 1999, la Reunión de Consulta sobre la Prevención del Maltrato de Menores de

la Organización Mundial de la Salud (Informe Mundial sobre la Violencia y la Salud,

2003) llegó a un acuerdo sobre la definición del maltrato infantil:

El maltrato o la vejación de menores abarca todas las formas de malos

tratos físicos y emocionales, abuso sexual, descuido o negligencia o

explotación comercial o de otro tipo, que originen un daño real o potencial

para la salud del niño, su supervivencia, desarrollo o dignidad en el

contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder (p. 65).

Como la anterior, existen diversas definiciones y consideraciones sobre el maltrato

infantil. Para fines de esta investigación consideramos el maltrato infantil como una

forma de violencia que daña o lastima a un menor de dieciocho años que puede ser de

manera física, psicológica, emocional, económica y sexual, y que llega a adoptar la forma

de cualquier acto u omisión no accidental como abusos, abandonos o siendo testigos de

violencia, y que generalmente es provocada por sus padres, sean biológicos o adoptivos, o

por un adulto (cuidador o tutor), ya sea al interior de la familia o incluso fuera de esta a

través de otras instituciones sociales (Cantón y Cortés, 1997; Corsi, 1994; DIF, 2004).
En relación a los tipos de maltrato infantil, Corsi (1994) identifica tres: a) las

formas activas de maltrato, en las que incluye el abuso físico, el emocional y el sexual; b)

las formas pasivas, como el abandono físico y emocional y c) presenciar la violencia,

siendo testigos de la misma.

Por otra parte, Cantón y Cortés (1997) consideran que el maltrato infantil adopta

principalmente dos formas: a) el abuso, ya sea físico, psicológico, emocional, económico

o sexual; y b) el abandono, sea físico o emocional.

Tomaremos como referencia la propuesta de Corsi (1994) sobre tipos de violencia

infantil, al ser más general y cubrir de alguna manera las otras propuestas: formas pasivas,

activas y de presenciar la violencia.

En ralacion al abuso sexual, se sabe que las víctimas son tanto hombres como

mujeres. Sin embargo, debido a que la incidencia de abuso hacia los hombres es menor en

términos generales, se considera como casi exclusivo hacia la mujer (COVAC y

UNICEF, 1994/1995; DIF, 2004).

A principios de los años setenta se comenzó a hablar sobre el “síndrome del niño

maltratado” dado que antes no se había reconocido la violencia que viven los menores

dentro del hogar. Se consideraba que el padre y la madre, al tener la función de educar,

hacían bien en utilizar los golpes como un método educativo y legítimo. Como dice Ruiz

(2002):

El origen del maltrato sigue siendo en gran medida la mala interpretación

que los adultos tenemos de ese mal llamado derecho a la corrección; como

ejemplo de ello podemos señalar las veces que hemos dicho o escuchado

decir a manera de justificación lo siguiente: “tuve que pegarle para que

obedezca y entienda”, “a su edad sólo entiende con golpes”, “así me


educaron y ya ve, soy gente bien”. Estas son actitudes y acciones que a

través del tiempo hemos venido imitando (p. 159).

De la misma manera, Villagómez (2005) señala que la violencia dirigida a los

niños es resultado de una serie de variables relacionadas con la familia y particularmente

con los padres, quienes reproducen prácticas tradicionales de educación, y que aunque

lleguen a ser violentas, son aceptadas por la sociedad respaldándose en la idea de que

sirven para corregir las conductas inadecuadas de los niños.

En la actualidad son pocos los menores que se atreven a expresar el maltrato que

viven, tal y como lo menciona Lammoglia (2002) al plantear que estos menores llegan a

creer que se merecen ese tipo de trato particularmente porque el acto violento proviene de

una persona con autoridad; otros piensan que si se callan evitarán más maltratos.

Los niños que son víctimas de maltrato llegan a ocupar un lugar inferior en la

jerarquía de la familia, sin embargo desde ese lugar están observando e incorporando

estas pautas recurrentes que utilizan los adultos en relación con las personas que tienen

menos “poder” o que son más “débiles” y como una forma de relación interpersonal y de

solución de conflictos.

Salmerón e Hidalgo (en Fortes y Trujillo, 2002) identifican algunos factores o

variables que contribuyen a que se de una situación de maltrato infantil y finalmente de

violencia intrafamiliar. Aseguran que situaciones como la estructura y composición

familiar, el contexto socioeconómico-cultural, la situación laboral de los miembros de la

familia, las características y roles de los padres y de los hijos, la relación entre los padres

y la relación entre padres e hijos, las relaciones sociales, las situaciones de estrés, la falta

de conciencia del problema y la ausencia de motivación para el cambio pueden llegar

facilitar que el maltrato infantil se lleve a cabo.


Mitos y creencias que sostienen la violencia en la familia.

En torno a la violencia familiar se han generado distintas creencias falsas que se

han arraigado en la sociedad y se han extendido en el imaginario social. Algunos de estos

mitos tienden a negar la existencia del fenómeno o a cuestionar su carácter de problema

social.

Entre los mitos y creencias que sostienen la violencia, Corsi (1994) señala los

siguientes:

1. Hay una falsa creencia con respecto a que los casos de violencia intrafamiliar son

producto de una enfermedad mental, cuando en realidad estudios al respecto muestran

que al menos 10% de los casos son ocasionados por algún tipo de trastorno

psicopatológico.

2. Otra creencia es que la violencia familiar es un fenómeno que sólo ocurre en las

clases sociales más carentes, cuando en realidad la pobreza y las carencias educativas

constituyen únicamente factores de riesgo para las situaciones de violencia, es decir,

no son exclusivos de estos sectores de la población, sino que la violencia se distribuye

en todas las clases sociales y en todos los niveles educativos.

3. Un mito muy grave es creer que las mujeres que son maltratadas por sus compañeros

disfrutan de esa situación, cuando en realidad la mayoría de los casos reflejan que las

mujeres que sufren situaciones crónicas de abuso no pueden salir de ellas por una

cantidad de razones de índole emocional, social, económico, etcétera. Además, estas

mujeres suelen experimentar sentimientos de culpa, vergüenza, impotencia, miedo y

debilidad, por lo que les es difícil pedir ayuda.


4. También existe la creencia de que las víctimas de maltrato son culpables de su

situación, cuando en realidad la conducta violenta es responsabilidad de quien la

ejerce.

5. Otro mito corresponde a la creencia de que el maltrato emocional no es tan grave

como la violencia física, cuando en realidad el abuso emocional continuo, aun sin

violencia física provoca consecuencias muy graves para el equilibrio emocional de la

persona.

6. Por último existe la creencia de que la conducta violenta es algo innato, que pertenece

a la esencia del ser humano, lo que es falso, ya que la violencia es una conducta

aprendida a partir de modelos familiares y sociales que la define como un recurso

válido para resolver conflictos.

Modelos explicativos de la violencia cuando la ejercen los hombres

A continuación se presentan las diversas perspectivas o modelos desde los que se ha

tratado de explicar la violencia, especialmente la ejercida por los varones, abarcando una

amplia gama de factores considerados como desencadenantes de la misma. Para esto, nos

apoyamos en la investigación realizada por Daniel Ramírez (2005) quien hace una

revisión de distintos modelos de atención para hombres que ejercen violencia en el hogar,

mismos que tomamos como referencia para proponer los que se explican a continuación:

1. Modelo médico-psiquiátrico.

2. Modelo psicológico-individual.

3. Modelo de factores externos.

4. Modelo psicosocial.

5. Modelo de perspectiva de género.


Modelo médico-psiquiátrico.

Dentro de esta perspectiva existen distintas propuestas y modelos que han

intentado explicar el fenómeno de la violencia de manera descriptiva, analizando sólo a

quien ejerce violencia, sin considerar la interacción entre individuo y sociedad. Desde

esta perspectiva, las explicaciones se centran en las características neurobiológicas, en

trastornos psicopatológicos y en el abuso de alcohol drogas u otras sustancias como

factores que determinan las conductas violentas de los varones.

Profundizando desde esta perspectiva la neurobiología explicaría la violencia

como una consecuencia de la anatomía y hormonas del varón (Gilmore, en Ramírez,

2005). Se han realizado diversas investigaciones en relación a diferencias entre hombres y

mujeres a fin de descubrir condicionantes genéticos únicos en los hombres, como la que

plantea que la corteza cerebral masculina regula menos la agresión en comparación a la

de las mujeres, como la realizada en el Centro Médico de la Universidad de Pensilvania

(en Ramírez, 2005); sin embargo los aspectos biológicos no representan la única

explicación del comportamiento violento. La existencia de un instinto agresivo ha sido

desmentido por autores como Montagu (en Ramírez, 2005) quien señala que la herencia

sólo proporciona la potencialidad y que en realidad el resultado queda fijado por las

distintas experiencias que a lo largo de la vida va teniendo un individuo.

En cuanto a los trastornos psicopatológicos, se habla de diversos factores

predictores de violencia entre los enfermos mentales tales como un historial previo de

agresiones, trastornos del pensamiento, daños cerebrales, etc., de igual modo se han

establecido tipologías clínicas de aquellos hombres que ejercen violencia (Echeburúa, en

Ramírez, 2005). Sin embargo, Ramírez señala que estas explicaciones poseen tres

limitantes: a) si bien algunos hombres que ejercen violencia padecen algún tipo de
trastorno, sólo entre un 10 y 15 por ciento de los casos de violencia está relacionado con

alguna patología o trastorno; b) no forman un grupo específico con un perfil

psicopatológico único; y c) no explica por qué se presenta con mayor frecuencia hacia las

mujeres y principalmente en el hogar.

Por último, se ha asociado el alcohol y las drogas al ejercicio de la violencia,

aunque esto se debe a que estos casos (de alcoholismo y drogadicción) eran los más

accesibles para la investigación clínica y sociológica.

Actualmente y en oposición a esta idea, autores como Adams y Corsi (en Ramírez,

2005) plantean que estos factores son sólo una parte del problema y que no cubren la

circunstancialidad del mismo, por lo que muchas personas los usan como justificantes; el

abuso de alcohol o de drogas puede favorecer la emergencia de conductas violentas pero

no las ocasiona, ya que muchas personas alcohólicas no usan la violencia dentro del hogar

o por el contrario mantienen relaciones abusivas sin consumir alcohol u otras drogas.

Modelo psicológico-individual.

Desde una perspectiva individual los orígenes de la violencia se explican

partiendo desde la propia persona que ejerce el acto violento. Mucho del trabajo realizado

para definir estas causas ha puesto su atención en las características psicológicas de

quienes ejercen la violencia, tales como sus actitudes, estilos de vida y de

comportamiento y, en particular, las circunstancias bajo las que se desencadenó la

violencia.

Lammoglia (2002) plantea que la inseguridad y la baja autoestima entre otras, son

algunas características comunes presentes en individuos propensos a agredir a otros,

pudiendo desarrollar en consecuencia una fuerte necesidad de controlar su entorno,

llegando incluso a dominar a su esposa. El mismo autor, dice que estos hombres buscan
mujeres con ciertas características de docilidad para ejercer un mal trato hacia ellas, a

causa de estos sentimientos de inferioridad.

Por otra parte, Corsi (1994) menciona que, en general, los hombres que ejercen

violencia suelen ser profundamente celosos debido a su necesidad de dependencia; de

igual forma habla de un sentimiento de omnipotencia que se llega a generar tras maltratar

a los miembros de su familia. Considera que estos hombres constantemente tienen miedo

de ser abandonados por la mujer.

Con base a estas actitudes y comportamientos individuales, Ruiz (2002) considera

que existen dos tipos principales de hombres que ejercen violencia: aquellos que se

muestran más dominantes al poseer rasgos de personalidad antisocial y ejercer las

conductas más violentas, tanto dentro como fuera del hogar; y aquellos quienes se

muestran más dependientes y que son más depresivos y celosos, y ejercen la violencia

sólo en el ámbito doméstico.

Al respecto de lo mencionado por los autores anteriores, sobre los sentimientos de

inseguridad, dependencia, celos y necesidad de control (Lammoglia, 2002; Corsi, 1994;

Ruiz, 2002) consideramos que éstos sí pueden llegar a ser parte importante de lo que un

hombre siente al momento de ejercer un acto de violencia, sin embargo, no creemos que

expliquen por completo las causas de la misma al dejar a un lado la relación con el medio

y otros aspectos socioculturales.

Por otra parte existen dos corrientes y propuestas psicológicas que han intentado

explicar la violencia: una desde la teoría del aprendizaje y la otra desde el psicoanálisis.

Desde la teoría del aprendizaje se piensa que la violencia es el resultado de la

reproducción de patrones conductuales a través de los ciclos de desarrollo de la persona,

teniendo como resultado la asociación de experiencias traumáticas vividas en la infancia,


con las conductas repetidas en etapas posteriores. Por lo tanto se esperaría que aquellas

personas que fueron expuestas a algún tipo de maltrato dentro de su familia de origen,

podrían llegar a ejercer violencia en la edad adulta (Ramírez, 2005). Dentro de la

investigación que el mismo autor realiza sobre este supuesto, se considera que ser

observador de una situación de violencia en la infancia, tiene una importante relación con

la aparición de conductas violentas en el futuro.

Siguiendo con estas ideas, Bandura (en Ramírez, 2005) señala, en su teoría del

aprendizaje, que los niños a través de las experiencias directas y vicarias van

incorporando formas de comportamiento o de relación, que observan en su medio

ambiente inmediato; los niños llegan a aprender que la violencia es una forma eficaz y

aceptable para hacer frente a las frustraciones del hogar. Así mismo Barker y Nascimento

(en Ramírez, 2005) plantean que además de la familia existen otros espacios como la

escuela, la comunidad, etc., en donde los niños pueden aprender comportamientos

violentos, principalmente cuando se enfatiza el uso de la violencia como atributo positivo;

en palabras de Ramírez (2005): “De esta forma el aprendizaje de la violencia llega a

representar un mecanismo facilitador en la ejecución de la misma, siendo su

comportamiento determinado por los patrones conductuales que recibieron en la niñez y

adolescencia” (p. 48).

Por otra parte, Del Castillo Falcón (2002) explica que existe un ciclo de la

violencia donde aquellos niños que han crecido en un ambiente de violencia, ya sea que la

vivan o que la presencien, tienen más probabilidades de reproducir de generación en

generación este estilo de interacción como parte de su forma de relación con otras

personas, sean hermanos, compañeros de escuela o futuras parejas. Al respecto, Corsi

(1994) menciona que en su trabajo con hombres que han ejercido violencia, ha
encontrado que los primeros contactos que tuvieron éstos con la violencia se presentaron

en su infancia al ser víctimas de diversas formas de maltrato o como testigos de la

interacción violenta entre sus padres.

En cuanto al psicoanálisis, puede observarse que en relación a la masculinidad y la

violencia se ha dejado de hablar y de ver sólo el aspecto pulsional, la identidad sexual y el

miedo a la castración para incluir cuestiones relacionadas con el papel social. Es a partir

del proceso de diferenciación-separación que el varón comienza a alejarse y a repeler

todo aquello que tenga que ver con lo femenino, imagen de la que se va diferenciando,

para así comenzar a identificarse con el papel e imagen masculina. Esto implica no sólo

evitar lo femenino, sino también adoptar aquellas actitudes y conductas que son propias

de su identidad social como varón, mismas que poseen un fuerte prestigio social al ser

más activas y públicas, y entre las que se puede encontrar el ejercicio de la violencia

como una forma de solución de conflictos o de ejercicio de poder (Ramírez, 2005).

Al respecto, coincidimos con Burin (Burin y Meler, 2000) cuando señala que:

El psicoanálisis intentó fundar un nivel de análisis específico para los

procesos subjetivos, y lo logró, pero no pudo evitar escapar por completo a

lo que constituía la caución de cientificidad durante el siglo XIX y

comienzos del siglo XX: la referencia de los procesos psíquicos a un

sustrato biológico respecto del cual se esperaba encontrar una

correspondencia punto a punto (p. 59).

Esto nos permite presentar al psicoanálisis como una importante propuesta que

pudiera explicar la violencia, en términos de rechazo y evitación de los hombres hacia lo

femenino en su ser y hacer, pero reconociendo que tiene un fuerte referente en un


determinismo biológico, mismo que limita la propia subjetividad e incluso las

posibilidades de cambio.

Modelos de factores externos.

Bajo esta modelo, las condiciones endógenas, individuales, los rasgos de

personalidad, el estado mental, el abuso de sustancias, etc., por parte de la persona, son

considerados de menor relevancia en relación a los mecanismos exógenos sociales que

intervienen en la violencia; por lo que se centra principalmente en las condiciones

sociales facilitadoras de estrés que estimulan el uso de la violencia.

Entre estas condiciones se encuentran las características socioeconómicas,

reflejando que la mayor carencia de recursos educativos, sociales y económicos genera

una mayor frustración y estrés, que hacen más probable la aparición de conductas

violentas, al no contar con las habilidades necesarias de afrontamiento. Si bien estas

variables estresantes pueden llegar a ser factores de riesgo, no determinan de manera

exclusiva el abuso y uso de la violencia en una esfera o nivel socioeconómico

determinado; incluso se sabe que a medida que ascendemos en la escala social, existen

más recursos para mantener oculto el problema (Ramírez, 2005).

El mismo autor plantea que aun cuando las condiciones ambientales como la

pobreza, la descomposición del tejido social, crisis económicas, etc., pueden llegar a

favorecer la aparición de actitudes y conductas violentas, esto no explica por que entonces

la violencia es más frecuente en los varones que en las mujeres si ambos se desarrollan en

las mismas situaciones.

También menciona que existe una aceptación social de la violencia, ya que la

violencia que ejercen los varones es propiciada por la violencia estructural al interior de

una cultura como la nuestra, en donde se desarrolla como un medio lícito y legítimo para
la solución de conflictos. Tal y como lo explica Corsi (1995) cuado dice que la conducta

violenta se entiende como el uso de la fuerza para resolver conflictos interpersonales y se

hace posible en un contexto de desequilibrio de poder. La explicación de cómo se genera

este desequilibrio de poder se explica con mayor claridad desde el modelo de la

perspectiva de género.

Modelo psicosocial.

Este modelo se caracteriza por poseer un mayor grado de complejidad al

considerar simultáneamente aspectos psicológicos y socioculturales como causales de la

violencia en los varones.

Por un lado existe una propuesta que considera diversos factores de tipo

psicosocial que postula que la violencia ejercida por los varones es resultado de un estado

emocional intenso definido como ira que interactúa con diversas variables como actitudes

de hostilidad, deficiencia en las habilidades de comunicación y de solución de problemas,

situaciones de estrés, consumo abusivo de alcohol y/o drogas, percepción de

vulnerabilidad hacia la persona a quien se dirige la violencia, dificultades de expresión

emocional, aislamiento socio-emocional y sesgos cognitivos o falsas creencias sobre los

roles sexuales y la inferioridad de la mujer, así como con ideas distorsionadas sobre la

legitimización de la violencia como forma de resolver los conflictos (Echeburúa y Corral,

en Ramírez, 2005).

Otra propuesta es el Enfoque Ecológico, que toma en cuenta factores como las

características intrapsíquicas de las personas, del grupo familiar, del contexto próximo en

que se halla inserto ese grupo familiar y del contexto general al que pertenece.

Bronfrenbrenner (1987) propone que a través de esta propuesta teórica se puede

estudiar a la persona en desarrollo, al ambiente y la interacción entre ambos; para lo que


sugiere un conjunto de estructuras concéntricas, cada una de las cuales está incluida

dentro de la siguiente. Corsi (1994) explica cada una de estas estructuras vinculandolas

con el fenomeno de la violencia:

1. El macrosistema: representa las creencias culturales que se asocian al problema de la

violencia familiar; se ha definido al entorno más amplio como una sociedad patriarcal,

dentro de la cual el poder es conferido al hombre sobre la mujer, siendo este el eje que

estructura los valores históricos de la sociedad occidental. Las formas más rígidas de

este modelo prescriben la obediencia automática e incondicional de la mujer y de los

hijos al jefe de familia. También en esta esfera se establecen las normas sociales,

culturales y legales, así como los mecanismos para su vigilancia y sanción.

2. El exosistema: es el nivel que representa la serie de espacios que constituyen el

entorno social más visible, como lo son las instituciones educativas, recreativas,

laborales, religiosas, judiciales, entre otros que mediatizan los valores culturales; la

estructura y el funcionamiento de éstos juegan un papel decisivo para favorecer la

realimentación permanente del problema de la violencia en la familia, por ejemplo la

llamada “legitimación institucional de la violencia”. Esto se refiere a cuando las

instituciones reproducen en su funcionamiento el modelo de poder vertical y

autoritario, logrando así un espacio simbólico que propicia el aprendizaje y la

legitimación de las conductas violentas a nivel individual. Un componente

especialmente poderoso de este nivel es representado por los medios masivos de

comunicación debido a su potencial multiplicador teniendo una influencia decisiva en

la generación de actitudes.

3. El microsistema: representa los elementos estructurales de la familia y los patrones de

interacción familiar, así como las historias personales de quienes constituyen la


familia. En los casos en los que se ha sufrido violencia intrafamiliar en la familia de

origen, se observa un efecto cruzado al considerar su relación con el género dando

como resultado que los varones se identifican con el agresor interiorizando lo que

alguna vez sufrieron pasivamente y en las mujeres se da el aprendizaje de la

indefensión ubicándose así en el lugar de la victima del maltrato. Así mismo en esta

esfera, se incluye el nivel individual, el cual incluye las formas que tiene la persona de

percibir el mundo y las motivaciones que hay detrás de cada comportamiento

agresivo, ya que éstas son adquiridas en la familia de origen desde la más temprana

infancia. Volveremos sobre este tema al explicar la violencia que se ejerce contra los

niños y niñas.

Modelo de Perspectiva de género.

El término género es entendido hoy como una categoría de análisis, sin embargo,

no siempre ha sido así. El término comienza a utilizarse en los años setenta, impulsado

por el movimiento feminista anglosajón, a fin de diferenciar las construcciones sociales y

culturales de la biología (Lamas, 1996). Stoller en 1968 (en Lamas, 1996) introdujo a las

ciencias sociales la categoría género como una construcción social de lo femenino y lo

masculino.

Lamas (1996) señala que el género “facilita un modo de decodificar el significado

que las culturas otorgan a la diferencia de sexos y de comprender las complejas

conexiones entre varias formas de interacción humana” (p. 330).

Para Scott (en Lamas, 1996) el género posee cuatro elementos: a) los mitos y

símbolos presentes en las culturas entorno a lo que es masculino y lo que es femenino; b)

los conceptos normativos de lo femenino y masculino que manifiestan las

interpretaciones que se hacen de los significados de dichos símbolos; c) las instituciones y


organizaciones sociales referentes a las relaciones de género, tales como la familia, el

parentesco, el mercado laboral, la política, etc.; y d) la identidad, aunque no distingue

entre identidad subjetiva de identidad de género. Continúa puntualizando que el género se

implica en la concepción y construcción del poder, mismo que se desarrollará con mayor

amplitud en el apartado de masculinidad.

Martha Ramírez (2002) explica que la idea central de una perspectiva de género,

es que se distingue sexo de género, partiendo de que el primero se refiere al hecho

biológico de las diferencias anatómicas y de funcionamiento fisiológico presentes en

hombres y mujeres asociadas a la reproducción humana; mientras que género concierne a

los significados que cada cultura atribuye a este hecho. Al igual que Lamas, entiende esta

categoría como una construcción sociocultural a partir de la cual las diferencias entre

hombres y mujeres ya no se basan sólo en atributos dados por la naturaleza sino que se le

otorga un papel relevante a la vida social dentro de este proceso de construcción. De esta

forma, la identificación de lo que es y será femenino y masculino, estará pautado por lo

que cada cultura ha construido en torno a ello. La misma autora dice:

Las posiciones genéricas establecen un sistema específico de símbolos y

significados que marcan determinadas normas sociales, con ciertos valores

y lugares dentro de las jerarquías sociales. Los significados genéricos y el

lugar que cada uno ocupe en la sociedad varían en cada cultura y siempre

están en relación con factores políticos y económicos. El sistema de

normas y valores que prevalece en cada cultura, vinculado a factores

sociopolíticos e históricos, condiciona la posición que mujeres y hombres

tendrán en la escala social (p. 30).


Siguiendo con estas ideas, Lamas (1996) plantea que lo que define al género es la

acción simbólica colectiva, ya que a través del proceso de constitución del orden

simbólico en una sociedad, se construyen las ideas de lo que deben ser los hombres y las

mujeres. Puntualiza que la categoría género permite delimitar con más claridad y

precisión cómo la diferencia sexual, se convierte en desigualdad; al respecto señala:

La preocupación por la diferencia sexual y el interés por la reproducción

marcan la forma en que la sociedad contempla a los sexos y los ordena en

correspondencia con sus supuestos papeles “naturales”. Reconocer la

diferencia de papeles implica una jerarquización (p. 343).

A partir de esta categoría es posible pasar del terreno biológico (que determina la

diferencia entre los sexos, como en el caso del psicoanálisis) al terreno de lo simbólico,

donde aparece esta desigualdad (Lamas, 1996). Es a partir de esta perspectiva que es

posible explicar las jerarquías y las relaciones desiguales de poder. Más adelante, en el

apartado de masculinidad, se desarrolla con mayor amplitud lo referente a los estereotipos

y roles de género que surgen como consecuencia de ese orden simbólico colectivo sobre

los significados sociales de lo biológico o “natural”.

Finalmente, como resultado de la incorporación y aceptación de los estereotipos y

roles de género, se produce una crónica situación de violencia en la estructura social que

ofrece, de esta forma, un marco permisivo para el ejercicio de la violencia en el ámbito

doméstico (Ruiz, 2002). De igual modo, Ramírez (2005) considera que como sociedad

poseemos normas e ideas que prescriben y proscriben los derechos y responsabilidades de

todas las personas en un estatus social particular, incluyendo los papeles asignados a

hombres y mujeres. Estas normas socioculturales pueden llegar a favorecer y crear ideas

de superioridad en los varones y por lo tanto expectativas de obediencia en la mujer. Es


posible que cuando estas expectativas fallan, se de una situación explosiva de violencia

por parte del hombre. Esta situación predispone la tolerancia a las conductas violentas de

los varones en diversos espacios, principalmente en el seno familiar.

Al respecto, Torres (2001) considera que la violencia es la afirmación de un orden

o estructura social que tolera la subordinación de las mujeres y el uso de la violencia

como un medio legítimo de interacción y de uso del poder. Es un fenómeno que es

promovido por un orden social basado en la desigualdad.

Para finalizar, recordemos que la violencia está dirigida hacia grupo de personas

considerados como más débiles, siendo estos las mujeres, los niños y las niñas y las

personas mayores Corsi (2003). A continuación se exponen las definiciones, los tipos y

algunas características de la violencia dirigida hacia las mujeres y hacía los niños y niñas.

Violencia, género y poder

Ya hemos explicado la relación que guarda la violencia con la categoría género, a

partir de la perspectiva de género, desde la cual se pasa del terreno biológico al terreno de

lo simbólico, donde aparece la desigualdad de los sexos (Lamas, 1996). La incorporación

y aceptación de este orden social simbólico de la desigualdad facilita una crónica

situación de violencia en la estructura social. Es así que la violencia afirma esta estructura

que acepta la subordinación de las mujeres y el uso de la violencia como un medio de

interacción y de ejercicio del poder por parte de los varones (Torres, 2001).

Lamas (1996) refiere que la cultura marca a las personas con el género y el género

marca la percepción de todo lo demás; la lógica del género es una lógica que poder y

dominación. Esta lógica, presente pues en la percepción y la forma en como nos

explicamos el mundo y sus relaciones, es el modelo de la violencia simbólica, que en


palabras de Bourdieu (en Lamas, 1996) se define como aquella que se ejerce sobre un

agente social con su complicidad o consentimiento, es decir, que existe una aparente

aceptación social de este ejercicio de poder y de subordinación que tiene como sustento la

falsa percepción de la desigualdad social basada en la biológica. Continúa diciendo que

por lo tanto, el orden social masculino está tan profundamente arraigado en lo simbólico

que no requiere justificación y es tomado como natural.

Paralelo a estas ideas, Calveiro (en Luján et al., 2004) define el poder como el

establecimiento de relaciones asimétricas que implican control y administración de

diferentes recursos, establecimiento de normas legitimadas y la capacidad para sancionar

si éstas no son cumplidas.

Patriarcado.

Por lo anterior, el orden social en el que la violencia mantiene relaciones

desiguales de poder, es el patriarcado, definido de la siguiente manera:

...un orden social genérico de poder, basado en un modo de dominación

cuyo paradigma es el hombre. Este orden asegura la supremacía de los

hombres y lo masculino sobre la inferiorización previa de las mujeres y de

lo femenino. Es, así mismo, un orden de dominio de unos hombres sobre

otros y de enajenación entre las mujeres (Lagarde, en Ramírez, 2000, p.

23).

Por su parte, Felipe Ramírez (2000) considera el patriarcado como un sistema de

relaciones que usa a los individuos para imponer el control sobre sí mismos y sobre otros

(hombres y mujeres) para usar sus recursos y reforzar el dominio del modelo que es

considerado como superior, siendo en este caso, el masculino. A la par, Aumman e

Iturralde (en Corsi, 2003) explican que lo femenino ha sido desvalorizado y oprimido
tanto en los hombres como en las mujeres, al mismo tiempo que se han sobrevalorado las

aptitudes y las características consideradas como masculinas, otorgando al hombre un

lugar destacado y superior.

Por lo tanto, las mujeres, los niños y las niñas han sido los más desfavorecidos de

la sociedad patriarcal, aunque también los hombres han sufrido las consecuencias al

sentirse presionados por su virilidad al desempeñar un rol estereotipado que les es

impuesto desde que son niños y que los conduce a perder gran parte de su potencial

humano relacionado con la sensibilidad, el afecto o el compromiso familiar, más allá del

aspecto económica.

Bourdieu (1998) considera que así como las mujeres ejercen actitudes como la

sumisión, la abnegación, el silencio y la resignación, todas estas aprendidas tras un

proceso de socialización, también los hombres están prisioneros o atrapados y son

víctimas de la representación dominante; una imagen de hombre que debe someter y

controlar. Más adelante se explica con mayor detenimiento estas actitudes en los varones.

Montoya (1998) plantea que los varones recurren a diversos métodos de control y

regulación para mantener este orden social. Explica que para comprender entonces las

relaciones de violencia entre hombres y mujeres es necesario reconocer que son

relaciones desiguales de poder, como consecuencia del sistema patriarcal que posiciona a

los varones en lugares privilegiados y de dominación sobre los demás, con mayor

frecuencia, sobre las mujeres.

Para comprender la forma en que esta estructura de poder se instituye en cada

individuo, Castañeda (2002) habla del patriarcado haciendo referencia a una de sus

manifestaciones: el machismo, y plantea que: “no es necesario ser hombre para ser

machista: muchas mujeres también lo son, en una amplia variedad de contextos y roles”
(p. 22). Esto no implica aspectos de carácter únicamente, sino que se trata de una forma

de relacionarse, una forma de contactarse con las demás personas y de establecer

relaciones interpersonales, entre ellos y ellas.

De lo anterior consideramos que las personas viven el patriarcado y posiblemente

lo mantienen, a través de la forma en como se relacionan entre sí, independientemente de

que sean hombres o mujeres. Nos referimos a estilos de relación basados en la

desigualdad de poder entre las personas, en el que uno de los dos ocupa un lugar superior

y por encima del otro, ejerciendo actitudes de control, sujeción y dominación sobre la otra

persona. Y dado que el patriarcado es un orden social que implica una serie de valores,

creencias, expectativas, actitudes, etc., de una cultura, en un contexto histórico y

sociocultural determinado, y que tiene como base el género (interpretación sociocultural

que se ha hecho de las diferencias sexuales entre hombres y mujeres), es que se ha

aceptado y consensuado que los hombres ocupen la posición de superioridad en relación

con las mujeres, como el género dominante de dicha estructura social.

Montoya (2002) se refiere a estas relaciones desiguales y a la relación que guarda

con la violencia, de la siguiente manera:

Ante esta estructura de desigualdad entre hombres y mujeres, la violencia

masculina no resulta casual. Entendemos por violencia masculina todo

acto de agresión física, verbal, psicológica, sexual o económica ejercida

por los hombres contra mujeres, niños, niñas y contra otros hombres en un

esfuerzo por afirmar poder y dominio sobre los demás. La violencia de los

hombres contra las mujeres ha sido uno de los principales instrumentos de

preservación del sistema patriarcal y, a su vez, en un reflejo de su crisis de

legitimidad. Si el sistema de dominación masculina gozara de total


consenso y aceptación, quizás la violencia como mecanismo de

perpetuación del sistema no tendría sentido (p. 14).

El mismo autor expone una serie de expectativas que los hombres tienen de su

pareja-mujer, como parte del patriarcado, por lo que buscan tener el control en su

relación:

a) Que la esposa lo “atienda” (servidumbre femenina). Los hombres quieres recibir

atenciones y servicios de sus parejas (sobre todo domésticas). Esperan que ella haga

cosas que lo agraden. Una forma de lograr sus expectativas es si ella se convierte en

una mujer de hogar. El centro de esta expectativa masculina es el deseo de que la vida

de su esposa o compañera gire en torno a él, que primero este él, luego sus hijos y

después su hogar, dejando a un lado otros intereses personales ajenos a su relación de

pareja. Estos hombres no se oponen a que su pareja trabaje, siempre que no descuide

sus responsabilidades en la casa.

b) Que la esposa lo “entienda” (resignación y tolerancia femenina). Los hombres quieren

que entienda que ellos tienen actividades e intereses en la vida pública, necesidades de

libertad y mayor necesidad sexual; si ella entendiera eso no tendría por que reclamar

tanto. Los hombres participantes interpretan los reclamos de su pareja como una

desconsideración de su parte y como ganas de buscar pleito. Si los problemas de

pareja continúan es necesario que ella cambie pues la problemática la tiene ella al no

ser comprensiva.

c) Ser el que dirige la relación de pareja (pasividad femenina). El mandato patriarcal de

dominar a las mujeres obliga a todos los hombres a “llevar las riendas de su relación

de pareja”; ella debe casi pedir autorización para decidir cosas. Los hombres quieren

que las decisiones de la esposa primero sean consultadas con ellos.


d) Que la esposa dependa de él (dependencia femenina). Los hombres necesitan saber y

sentir que sus esposas los necesitan. La característica que garantiza esa situación es

cuando ellos son los proveedores económicos del hogar.

e) Que ella sea “fiel” (control de la sexualidad femenina). Los hombres esperan

exclusividad sexual de sus esposas; ellos se reservan el derecho de tener relaciones

con otras mujeres por ser del género masculino. Si la pareja se atreve a violar estas

normas desiguales puede ser motivo para terminar la relación o para vengarse de ella,

lo cual puede incluir el uso de violencia física y sexual contra ella.

f) Que “le tenga hijos” (fecundar como prueba de virilidad). Muchos hombres valoran a

sus parejas por su capacidad reproductora. Ser padre es una necesidad importante de

muchos hombres que esperan realizar al establecer relaciones de pareja. El ser padre

es importante para demostrar la masculinidad.

Por otra parte también menciona una serie de temores, presentes en los hombres

de su investigación (1998), con respecto a su pareja y que se relacionan con la pérdida de

poder:

a) Miedo a ser dominado. Este es el temor más frecuente expresado por los hombres,

éstos interpretan cualquier intento de su pareja por influenciarlos como momentos en

los que quieren “dominar”. Estos hombres viven su relación de pareja como una lucha

y celos de poder, piensan que en la relación o se está por encima de ellas o se está por

debajo de ellas, no se concibe en el mismo plano. Para muchos hombres es una

vergüenza no poder dominar a su pareja por que significa que son dominados y por

tanto son objeto de la crítica de otros hombres.

b) Miedo a tener esposa independiente. Una esposa independiente es aquella que

desatiende el hogar y tiene intereses propios ajenos a su relación de pareja; esto hace
que los hombres se sientan marginados, no valorados y lo interpreten como falta de

amor de parte de ella.

c) Miedo a que la esposa tenga relaciones con otro. Este temor impulsa a muchos

hombres a controlar a sus parejas: que ella no se pinte, que no se arregle, que no tenga

un trabajo donde esté con muchos hombres. El temor a que la pareja tenga relaciones

con otros lleva a algunos hombres a la agresión sexual. El miedo a que la esposa se

acueste con otro en el fondo es el miedo a perder el control sobre ella y perder el

control de su sexualidad. El hombre teme la burla por parte de otros hombres si

llegaran a darse cuenta de esa infidelidad.

d) Miedo a no rendir sexualmente. Muchos hombres desarrollan un miedo a fracasar en

el acto sexual. A otros no les importa si la mujer goza o no la relación sexual, ellos

están centrados en satisfacer sus propias necesidades y utilizan a la mujer sólo como

un objeto sexual.

Todo lo expuesto anteriormente sobre el patriarcado responde a una postura en el

que las relaciones entre los hombres y las mujeres son definidas como relaciones

desiguales de poder, sujetas a la noción de déficit y sumisión de lo femenino frente a lo

masculino, respaldado en un orden y estructural social patriarcal que hace uso de la

violencia como medio para mantener el control. Interpretar la historia de la relación entre

los sexos a través de la autoridad masculina versus la sumisión femenina refuerza el mito

de la pasividad femenina (Luján et al., 2004).

En relación a esto, Martha Ramírez (2002) plantea que un aspecto importante en la

construcción social de lo femenino y lo masculino, y de su diferencia social, es el poder al

pensarse en términos de la existencia de intereses y posiciones que animan la búsqueda

del dominio de un género sobre otro, ante lo cual considera que no es unidireccional (del
hombre hacia la mujer) sino que varía conforme a la posición que ocupe el sujeto en

relación con los demás. Continúa diciendo que el poder está en las relaciones inter e

intragenéricas y generacionales; la posibilidad de ejercerlo está asociado a las diferencias

en la posición de la jerarquía social que pueden variar en el tiempo, a las condiciones

específicas en que se dan la relaciones entre las personas y por la situación específica que

la persona tenga en determinado momento de su vida.

Creemos que es necesario señalar que, como plantean Epston y White (1993), esta

postura ha enmarcado al poder como un fenómeno represivo específicamente vinculado a

la diferencia entre los sexos, por lo que “es importante también considerar el espectro más

general del poder, no sólo sus aspectos represivos sino al mismo tiempo sus aspectos

constitutivos” (p. 35). Foucault (en Epston y White, 1993) sostiene que las personas

también experimentamos los efectos positivos y no sólo los negativos que descalifican o

limitan. Plantea que estamos sujetos al poder por medio de “verdades normalizadoras”

que configuran o “construyen” nuestras vidas y nuestras relaciones. El mismo autor (en

Ramírez, 2002) entiende al poder bajo una óptica relacional como un conjunto de

acciones sobre otras acciones; siempre es una manera de actuar sobre un sujeto a su vez

actuante, en tanto que actúan o son susceptibles de actuar. Retomando a Martha Ramírez

(2005), se trata de un poder que no es unidireccional pero que depende de la posición que

ocupen las personas en la jerarquía social, del momento específico de sus vidas y de las

condiciones específicas en que se da la relación.

Con lo anterior hemos hablado de la otra cara del poder, especialmente al

reconocer que las mujeres no son víctimas de un sistema masculino opresor, sino que son

seres actuantes igual que los varones, capaces de constituir y construir sus relaciones y

sus vidas.
En el caso de los varones, el tradicionalismo nos lleva a pensar el poder masculino

como ese sistema que limita, somete y controla. Sin embargo, Martha Ramírez (2002) a

partir de su investigación con hombres que ejercían violencia, afirma que los hombres, al

igual que las mujeres, son producto de un proceso social y han mantenido posiciones

subalternas y han padecido formas de subordinación, especialmente en sus relaciones

primarias:

A partir de estas relaciones desigualitarias se fueron conformando

creencias y valores que, durante su historia personal, se reforzaron

mediante instancias sociales que permitieron y toleraron el ejercicio del

poder masculino violento en contra de la mujer (p. 33).

En relación a estas relaciones primarias la misma autora señala que bajo estas

consideraciones, cabe introducir el término “padecer” como una instancia que permite

acceder a la trayectoria social de los hombres desde su proceso de socialización temprano,

en el que en su condición de niños, padecieron formas de abuso de poder. Así, el

“padecer” es una dimensión que nos acerca a un mosaico de emociones y sentimientos

desde el punto de vista de la persona y desde su situación social particular. Ayuda a

conocer hasta que punto estuvo presente la violencia en la vida de los sujetos, dirigida a

ellos; que significaciones se hizo al respecto y cómo influyó en su formación como

hombres que posteriormente ejercieron acciones violentas en contra de su pareja.

Si bien el ejercicio de la violencia puede representar momentos de gratificación

para el hombre (en el caso particular) que la ejerce, por sentir o creer que se tienen el

control de la relación, los varones también experimentan malestar y sentimientos como:

miedo al rechazo o abandono femenino, culpa por el daño causado, arrepentimiento,

tristeza y frustración por la imposibilidad de establecer relaciones afectivas (Ramírez,


2002). Si bien es cierto que los varones experientan estos sentimientos de malestar esto

no significa que se de un cambio en ellos ya que como Corsi (1994) explica, existe un

ciclo de la violencia que se desarrolla en tres fases: a) fase de acumulacion de tension,

durante la cual se produce una sucesion de pequenos episodios que llevan a roces

permanentes entre los miembros de la pareja, con un incremento constante de la ansiedad

y la hostilidad; b) episodio agudo, en la que toda la tension acumulada da lugar a una

explosion de violencia que puede variar en gravedad; y por ultimo c) la luna de miel, en la

que se produce el arrepentimiento por parte del hombre sobreviniendo un pedido de

disculpas y la promesa de que nunca mas volvera a suceder. Al cierto tiempo vuelven a

recomenzar los episodios de acumulacion, de tension y a cumplirse el ciclo.

Para finalizar el apartado y para fines de esta investigación, reconocemos que el

poder se manifiesta al interior de las relaciones como una forma de sujeción, dominación

y control, pero no es la única. Creemos que también implica que como personas somos

seres actuantes y capaces de constituir y construir nuestras vidas y nuestras relaciones y

por lo tanto capaces de transformar esa relación mediada por la violencia. Ver y pensar al

poder sólo desde su negatividad, como una forma de dominio, limita a la mujer al verse

como víctima y sujeta a la voluntad masculina; y al hombre al creerse regidor de la vida

de su pareja, al mismo tiempo que incapaz de establecer relaciones afectivas

satisfactorias.

Masculinidad.

En las últimas cuatro décadas se ha visto la necesidad de hablar del concepto de

masculinidad y de sus significados, no sólo como un constructo teórico o conceptual, sino

como una forma de comprender al ser humano, su desarrollo y sus relaciones.


La masculinidad es definida como la forma aprobada de ser un hombre adulto en

una determinada sociedad concreta (Gilmore, 1994).

Retomando su proceso histórico, el concepto de masculinidad se ha ido

incluyendo con mayor frecuencia en diversos discursos que han buscado incluir una

perspectiva más integral de la masculinidad, en una sociedad capitalista que la identifica,

en todos sus ámbitos, principalmente en lo económico. De alguna forma les resulta difícil

a los hombres encontrar algo que reivindique sus cualidades tradicionales: fuerza física,

iniciativa e incluso imaginación. También se han presentado cambios dentro del ámbito

familiar, debido a que el hombre ya no es el proveedor exclusivo, puesto que muchas

mujeres han ido ocupando espacios de mayor competencia laboral y son capaces de

mantener sus hogares sin la necesidad de que un hombre-proveedor lo haga (Montesinos,

2002).

Montesinos (2002) analiza también el concepto de la masculinidad a partir de un

enfoque antropológico, señalando que desde éste, la masculinidad (y la femineidad)

implican las diferentes formas de expresión, formas de entender y comprender la realidad,

y de relacionarse, de una determinada cultura. Desde este enfoque se postula que la

diferencia entre los géneros queda establecida por estructuras de poder que reproducen la

imagen patriarcal como la máxima autoridad social, esto último como parte de lo que la

masculinidad representa para cada cultura.

Para apoyar estas ideas, Lagarde (1997) menciona que ser mujer o ser hombre es

un hecho sociocultural e histórico. Más allá de las características biológicas del sexo,

existe el género. Los géneros son históricos, y en ese sentido son producto de la relación

entre biología, sociedad y cultura, y por ser históricos devienen y presentan una enorme

diversidad. Los atributos sociales y psicológicos de los sujetos, las formas de


comportamiento, las actitudes, las relaciones, las actividades, así como el lugar que

ocupan en relación con el poder, y todo lo que se atribuye al sexo, es presentado por el

fenómeno del etnocentrismo, como universal. De tal manera que cada cultura, y en ella

cada grupo dominante, consensualizan sus estereotipos de hombre y de mujer como

únicas formas de ser hombres y mujeres; como si siempre hubiera sido así, y como si

siempre fuera a ser así. En nuestra cultura, las formas de ser hombres y mujeres son

calificadas como características sexuales y esta consideración forma parte de la ideología

que analiza lo humano, como parte de una naturaleza humana.

De la misma forma, Gilmore (1994) explica que “las ideologías respecto a las

sexos son hechos sociales, representaciones colectivas que empujan a la gente a

comportarse de determinadas formas a menudo difíciles y sacrificadas” (p. 218).

Es de esta manera, que la masculinidad se manifiesta de diversas formas en

contextos socioculturales e históricos específicos y se concretiza en lo que se considera

que deben ser y hacer cada uno de los sexos, es decir, en los estereotipos y roles de

género. Los estereotipos son atribuciones de ciertas características a las personas

pertenecientes a determinados grupos, y que se les imputan algunos aspectos

característicos (Rodríguez, 1976), en el caso de los estereotipos de género, la atribución

viene dada en función de las características y diferencias sexuales. Los roles de género

son las funciones, actitudes, capacidades y limitaciones diferenciadas en mujeres y

hombres, que la normativa de la cultura vigente establece como atributos “naturales” de

ambos sexos (del Campo, 2004, en red).

En cuanto a los roles de género, un aspecto que se le atribuye al hombre, es su rol

de proveedor, ya que como señalan Luján et al. (2004) en su investigación con mujeres,

éstas creen que “las tareas de los hombres con respecto a su familia consisten en dar la
manutención de los hijos, proteger a los miembros del hogar, proporcionarles vestido,

calzado, formación académica y ser los responsables de poner los límites en la casa” (p.

186), entre las más importantes.

Gilmore (1994) señala, a raíz de su investigación realizada con varones de la

cuenca mediterránea, que para ser un hombre uno debe preñar a la mujer, proteger a los

que dependen de él y mantener a los familiares: “el varón preñador-protector-proveedor”

(p. 217). El mismo autor postula que en la mayoría de las sociedades las mujeres se

responsabilizan de la reproducción y los hombres de la producción (y defensa); en general

estos papeles consisten en reproducir estructuras sociales en lugar de buscar formas de

autorrealización personal.

En cuanto a los estereotipos de género, Barrios (2003) habla de un ideal mexicano

de ser varón que implicaría ser un hombre casado y con hijos, con varias parejas, rural o

citadino, católico, heterosexual y con poder económico o de otra índole.

En relación a las mujeres, Ander-Egg (en Fajardo y Ricalde, 2004) menciona que

tradicionalmente en nuestra cultura ser femenina significa ser suave, dulce, afectiva,

frágil, dependiente, tímida, coqueta, insegura, pasiva, monógama, virgen, abnegada,

apegada a la casa e histérica. En contraposición a todas las características femeninas surge

lo masculino, ya que como explica Suárez (en Corsi, 1994) los hombres son designados

como la máxima autoridad de la casa, además de tienen que ser independientes, libres,

individualistas, objetivos, racionales y jueces en última instancia. Así mismo, menciona

que para los hombres el trabajo es su única preocupación vertebral, ya que en la sociedad

occidental, la masculinidad deriva fundamentalmente del trabajo y del éxito laboral que

puedan llegar a tener, mientras que para las mujeres el éxito surge de cuidar el hogar.
Siguiendo con estas ideas, Kimmel (en Barrios, 2003) plantea que existe una

especie de modelo hegemónico de la masculinidad que tiene como principales postulados

que un hombre: a) no sea maricón, es decir nada femenino; b) que sea importante, en base

a su posición económica, política o social; c) que sea fuerte, resistiendo los embates de la

vida sin quejarse y d) que sea violento, ya que esto significa valentía y decisión. Vemos

de esta forma que las mujeres son confinadas a desenvolverse en los espacios privados,

mientras que a los hombres se les otorga los espacios públicos.

Al respecto Gutman (1997, en red) ha hecho una breve reseña de diversos estudios

realizados en diferentes sociedades y culturas del mundo, en la que concluye que la

masculinidad puede entenderse hasta de cuatro formas distintas, y en todas ellas está

presente este carácter de expresión o manifestación de lo que es ser hombre en cada

cultura. Estas generalidades de entender la masculinidad son: a) cualquier cosa que los

hombres piensen y hagan, noción relativa a la identidad masculina; b) todo lo que los

hombres piensen y hagan para ser hombres, noción relativa a la hombría; c) lo que

inherentemente o por adscripción implicaría “ser más hombres” que otros hombres,

noción de que se entendería por virilidad y d) cualquier cosa que no sean las mujeres,

noción que responde más a lo que se entiende por roles masculinos.

Al hablar de los estereotipos que existen sobre los varones, es importante hablar

del machismo, como una forma y postura extrema del ser varón, como lo mencionaba

líneas antes Gutman, al referirse a lo que los hombres hacen para “ser más hombres”.

Otra forma en como se han denominado estas supuestas cualidades masculinas, es a

través del concepto de virilidad.

Al respecto, Kimmel (en Barrios, 2003) menciona que en algunas culturas cuando

se piensa en masculinidad se debe pensar en ser fuerte, exitoso, capaz, confiable y


ostentando control. Las propias definiciones de virilidad desarrolladas en nuestra cultura

perpetúan el poder de los hombres sobre otros, y de los hombres sobre las mujeres. Se

trata de la búsqueda del hombre individual por acumular aquellos símbolos culturales que

denotan virilidad, señales de que él lo ha logrado (ser hombre). Se trata de esas normas

que son usadas contra las mujeres para impedir su inclusión en la vida pública y su

confinamiento a la devaluada esfera privada. Se trata del acceso diferenciado que

distintos tipos de hombres tienen a esos recursos culturales que confieren la virilidad y de

cómo cada uno de estos grupos desarrolla sus propias modificaciones para preservar y

reclamar su virilidad.

Siguiendo con el curso de estas ideas, al hablar de machismo ya no sólo se trata de

ser hombre de acuerdo a dichos elementos socioculturales y psicológicos, sino que, en

términos de Castañeda (2002) la enredada esencia del machismo se encuentra en el

supuesto de que no es suficiente pertenecer al género masculino, se trata de “ese extra que

deben poseer los verdaderos hombres” (p. 33).

Diferentes autores (Connell, en Castañeda, 2002; Bourdieu, 1998) se refieren al

machismo como un ideal de lo que es el hombre verdadero o auténtico, y hablan de

características tales como la dominación sobre las mujeres, competencia entre los mismos

hombres, la exhibición de agresividad, la promiscuidad y peligrosidad de conductas

sexuales irresponsables, así como también la aptitud para el combate y el ejercicio de la

violencia.

Ramírez (en Montesinos, 2002) indica que el machismo “es una categoría que nos

presenta (a los hombres), como seres agresivos, opresores, narcisistas, inseguros,

fanfarrones, mujeriegos, grandes bebedores, poseedores de un sexualidad incontrolable”

(p. 95). Sin embargo, Bourdieu (1998), Gomensoro y cols. (1998) y Kaufman (1997) han
reconocido que este ideal de virilidad o de hombre auténtico implica no sólo los

privilegios de la dominación y sumisión de las mujeres, o el mayor reconocimiento de los

hombres en espacios laborales y públicos. Estos autores plantean que esta condición

machista no sólo es un privilegio, sino también una carga para los hombres, ya que

debido a esta imperiosa necesidad de revalidar su pertenencia al grupo de hombres

verdaderos, experimentan sentimientos de frustración cuando no se alcanzan, ejecutan

conductas de alto riesgo (físico y emocional) a fin de demostrar su combatividad y

agresividad; como consecuencia existe un miedo al estigma que los produciría no cumplir

con estos parámetros. A la par, Gilmore (1994) plantea que los cultos a la virilidad están

directamente relacionaos con el grado de dureza y autodisciplina requerida para

desempeñar el papel del varón, lo cual demuestra que la vida es dura y agotadora en casi

todas partes y a los varones les suelen tocar los trabajos “peligrosos” en razón de su

anatomía y que hay que presionarlos para que actúen. Las ideologías de la virilidad

obligan a los hombres a prepararse para la lucha bajo pena de verse despojados de su

identidad.

Los mismos autores (Bourdieu, 1998, Gomensoro y cols., 1998 y Kaufman,

1997), al hablar de las implicaciones emocionales y psicológicas del machismo,

concuerdan al identificar que los varones no sólo son los victimarios insensibles, o los

despiadados destructores, sino que a pesar de que ser el sexo dominante, en el sentido

anteriormente expuesto, viven una contradicción interna, producto de estas características

tan supravaloradas. Por un lado se enfrentan a los sentimientos de dolor y tristeza, así

como de frustración y miedo, pero al ser los representantes de esta figura de hombres

fuertes que (aparentemente) no sienten, se ven limitados en su expresión y vivencia de sus

sentimientos; también concuerdan en subrayar la presencia de este sentimiento de


inseguridad a ser rechazado y a no pertenecer al grupo de los hombres auténticos.

Castañeda (2002) lo indica de la siguiente forma, al referirse a ciertos ritos de iniciación

masculina: “el verdadero hombre oculta su miedo, su dolor y resiste estoicamente las

duras pruebas de la virilidad” (p. 35). Lo anterior se relaciona con la dimensión del

padecer masculino del que hablaba Martha Ramírez en el que los hombres han vivido el

ejercicio del poder masculino con ambivalencias.

Estas formas de ser hombre y de ser más hombre, son dictadas por el orden social

denominado como patriarcado que permite relaciones de poder desiguales, teniendo como

modelo hegemónico el masculino.

Existe una propuesta sociológica de la masculinidad que sugiere que la

conformación de nuevas identidades genéricas responde a cambios registrados en todos

los ámbitos de la cultura (Montesinos, 2002), “así, la identidad genérica será producto de

la transformación social que impulsa nuevos patrones de cultura, propiciando la

emergencia de nuevas identidades genéricas” (p. 86). Esto se refiere al surgimiento de

nuevas formas de entender y comprender lo que (en este caso) implica ser hombre y lo

que implica ser mujer.

Para Montesinos (2002) “la masculinidad tiene como referente constante las

relaciones entre los géneros que se reproducen, primero, en el espacio privado, y luego,

en el público” (p. 133). Según Agnes Heller (en Montesinos, 2002) la reproducción del

individuo depende, de manera general, de la reproducción cotidiana de su identidad de

género, tanto la identidad de lo que es ser hombre como la identidad de lo que es ser

mujer tienen su referencia inmediata y permanente en el espacio familiar, en el espacio

privado de la vida. De la misma manera, Gilmore (1994) cree que la sociedad es un

delicado mecanismo de movimiento permanente que depende de la reproducción de sus


estructuras primarias, la familia en concreto, porque sin la familia no hay contexto en el

que enseñar las relaciones sociales a los niños y así perpetuar la cultura.

Así, puede verse a la familia como una síntesis del sistema social además que cada

familia reproduce culturalmente a la sociedad y toma de ésta, lo que considera mejor para

sí, a partir de la experiencia de cada uno de sus miembros; por lo anterior es posible

considerar que en la actualidad la familia continúa siendo un importante referente de la

identidad de los géneros (Montesinos, 2002).

Para finalizar este apartado, queremos concluir que la masculinidad no se limita o

circunscribe a una única definición de la identidad del varón. De hecho se debiera hablar

no tanto de masculinidad sino de masculinidades, pues de esta forma se hace referencia a

todas las posibles y variadas formas que existen de ser hombre, razón por la que el

concepto se ha intentado explicar desde diferentes posturas (antropológica, sociológica,

psicológica, etc.) y que en definitiva no terminan de explicar el término en todas sus

esferas.

Para fines de la presente investigación, hemos retomado las posturas anteriores,

ya que su visión incluye aspectos socioculturales y psicológicos que permiten comprender

la relación entre la idea tradicional de masculinidad y lo que es ser varón, y el ejercicio de

la violencia.
CAPITULO III

Método

En el presente capítulo se presenta a los investigadores, la forma en cómo el

estudio se realizará, así como la descripción del escenario y de los participantes de esta

investigación, con el fin de conocer desde que perspectiva se llevará a cabo la obtención y

el análisis de los resultados.

Los investigadores

Nuestro equipo de investigación se encuentra conformado por un varón y una

mujer, de 24 y 22 años de edad respectivamente. Ambos cursamos la Licenciatura en

Psicología en la Universidad Marista de Mérida, gracias a la cual hemos reforzado valores

como el trabajo honesto, productivo y perseverante; verdad, equidad y justicia; respeto

hacia la dignidad humana, teniendo como lema y estilo de vida el “ser para servir”.

Ambos compartimos la creencia de que el hombre como la mujer, por su

condición de personas merecen un trato respetuoso y digno, independientemente de su

género, etnia, condición socioeconómica y cultura. Creemos también que como personas,

ambos sexos somos capaces de generar formas sanas y satisfactorias de relación, así como

de transformar aquellas que nos impidan nuestro desarrollo integral. Por lo mismo,

pensamos que dentro del fenómeno de la violencia intrafamiliar, ambos géneros llegan a

ser responsables de mantener ciertas creencias y actitudes que finalmente determinan lo

que se espera que sean y hagan tanto hombres como mujeres, condicionando su desarrollo

a las expectativas culturales y no a las propias necesidades e intereses.


Escenario

La selección de los hombres participantes se realizó en lugares públicos como

parques y plazas comerciales.

Algunas de las entrevistas se llevaron a cabo en el domicilio de los participantes y

el cafés públicos, con el propósito que los entrevistados se sintieran cómodos para hablar

del tema con los investigadores.

Sujetos de Investigación

La muestra de esta investigación se integró por ocho hombres, los cuales se

buscaron con base a los siguientes criterios: a) que sean hombres entre 30-50 años; b) que

tengan una pareja mujer; c) que no asistan a ninguna institución que atienda casos u

ofrezca servicios de apoyo con relación a la violencia intrafamiliar; d) que tengan la

disposición de hablar sobre su experiencia personal con la violencia intrafamiliar; e) y

que no hayan sido partícipes en ningún tipo de servicio psicológico, ya sea terapia, grupos

de apoyo o talleres. Este último criterio, merece una especial atención, debido a que

después de cualquier tipo de intervención psicológica, es muy probable que los

significados, creencias y actitudes se modifiquen, ya sea a nivel de pensamiento,

sentimientos o conducta. De lo contrario, difícilmente se podría conocer el significado

real o puro de la persona que ejerce o ejerció violencia.

Procedimiento

A continuación se exponen las razones por las cuales se eligió la metodología

cualitativa para la realización de la presente investigación. Del mismo modo, se explica la

técnica de la entrevista a profundidad, así como la guía temática para realizarla. Por
último se explican los pasos que se llevarán a cabo para realizar la investigación y obtener

los datos.

En cuanto a la metodología cualitativa Guadarrama (1999) plantea que ésta tiene

como objeto la búsqueda de los sujetos y su mundo social de representaciones. Por otro

lado Merleau-Ponty y Paul Ricoeur (en Sierra, 1995) plantean tres principios generales

que rigen al paradigma cualitativo: a) el estudio de los fenómenos desde la propia

perspectiva de los personas; b) el análisis de la interpretación del mundo, desde los

actores sociales y c) la inclusión de la experiencia subjetiva como fundamento para el

conocimiento social. De esta manera, la investigación cualitativa se constituye en una

metodología que permite acceder y conocer la subjetividad de los personas.

Siguiendo el curso de las ideas anteriores, Orozco (1997) define la perspectiva

cualitativa como “un proceso de indagación de un sujeto, al cual el investigador accede a

través de interpretaciones sucesivas con la ayuda de instrumentos y técnicas, que le

permiten involucrarse para interpretarlo de la forma más integral posible” (p. 83), de esta

forma la investigación cualitativa permite acercarse y conocer de manera más profunda a

sus sujetos de investigación.

Debido a los objetivos planteados en esta investigación, el paradigma cualitativo

sería la metodología más adecuada para allegarse a los significados que le dan los

hombres a la violencia, así como a los factores culturales e ideológicos que se encuentran

en su discurso, puesto que como menciona Sierra (1995) a través de ella, se pueden

conocer los significados sociales, debido a que las personas interactúan con otros sujetos

y las cosas sobre la base de sus propios significados, lo cual determina el rumbo de sus

acciones.
Dentro de la investigación cualitativa existen diversas técnicas para abordar la

subjetividad y significaciones de las personas ante diversos temas y situaciones. La que se

utilizará en esta investigación es la entrevista en profundidad.

Para Guerrero (2001, en red) la entrevista en profundidad:

…permite acceder al universo de significaciones de los actores, haciendo

referencia a acciones pasadas o presentes, de sí o de terceros, generando

una relación social, que sostiene las diferencias existentes en el universo

cognitivo y simbólico del entrevistador y el entrevistado (s/p).

La misma autora parte de que la conversación, en la vida diaria, supone un punto

de referencia constante, por lo tanto, las entrevistas constituyen una relación diádica

canalizada por la discursividad, propia de la cotidianidad, bajo la condición de encuentros

que tienen como característica el seguimiento de ciertos parámetros a fin de diferenciase

de una mera conversación a un proceso de diálogo con el fin de obtener cierta

información. Continúa diciendo que dentro de la entrevista en profundidad, el

entrevistador es quien escucha al entrevistado, animándolo a hablar, y es quien asume la

organización y mantenimiento de la conversación, sin contradecirle. Por su parte, el

entrevistado introduce sus prioridades en forma de temas de conversación y prácticas

atestiguadas por el investigador, que revelan los nudos problemáticos de su realidad

social, tal como la perciben desde su universo cultural.

La entrevista cualitativa aun cuando se desarrolla como una conversación flexible

y abierta, requiere de una guía flexible que aborde los temas que fundamentan la

investigación. Por lo tanto, la guía temática, las preguntas generadoras y el orden de las

mismas que se proponen para la realización de la entrevista son las siguientes:

A. Motivo por el que participa en la investigación


1. Protocolo de datos socioeconómicos (tipo y características de la vivienda, trabajo del

padre y/o madre, quien mantiene el hogar, trabajo de los hijos, nivel de estudios,

personas que viven en la casa).

2. ¿Qué lo motivó a participar en la investigación? ¿expectativas?

B. Significado de la violencia

1. ¿Para ud. qué es o qué significa la violencia?

2. ¿Me podría dar un ejemplo de esto? ó ¿para ud. qué sería hacer algo violento?

(explorar algunas de las cosas que para él significan hacer algo violento)

3. Siempre ha creído o pensado esto acerca de la violencia? (si responde que no,

preguntar qué es lo que pensaba antes que era la violencia, preguntar cuándo o a qué

edad pensaba eso)

4. ¿Con qué cosas que la gente dice que es violencia ud. no está de acuerdo, es decir, no

cree que así es? ¿por qué? (explorar con qué definiciones o significados de la

violencia no está de acuerdo)

5. ¿Con cuáles cosas que la gente dice que es violencia sí está de acuerdo, que sí cree

que es así?

C. Experiencias con la violencia: Familia de origen y relaciones de pareja actuales o

anteriores

1. ¿Qué me podría contar sobre la forma en cómo se llevaban su papás? (exploración de

posibles episodios de violencia entre los padres, características, circunstancias, etc.)

2. Me podría hablar de alguna ocasión en la que alguien de su familia lo haya maltratado

o lo haya lastimado. (papás, hermanos, tíos, abuelos, etc.)


3. ¿Alguna vez ha lastimado, de alguna manera, a alguien de su familia? (explorar

diferentes tipos de violencia ya sea hacia la pareja, hijos, u otr@s; frecuencia,

circunstancias, etc.)

4. ¿Alguna vez a lastimado a alguien con quien tenga una relación cercana? (amig@,

pareja)

5. ¿Qué siente cuando esto pasa? (cuando lastima a una de estas personas).

6. ¿Hay algo que pase por su mente (antes, durante y después) de que esto sucede?

7. ¿Hay algo que sus hijos / esposa / otr@s en su familia hacen, para que ud. pierda el

control, para que haga algo violento? (algo que pase de manera externa para que

ocurran esas cosas)

8. ¿Siempre que sus hijos / esposa / otr@s hacen eso, ud. reacciona de forma violenta?

9. ¿Cree que hay ocasiones en las que ell@s no hacen cosas para que ud. se moleste, y

de todas formas ud. se comporta de manera violenta?

D. Relaciones de poder.

1. ¿En alguna ocasión ha sentido que su pareja / hijos o alguien de su familia, hacen

cosas que no debieran?

2. ¿En alguna ocasión ha sentido que su pareja / hijos o alguien de su familia, hace cosas

que atentan o van en contra de ud.?

3. ¿Alguna vez ha tenido la sensación de que su pareja / hijos o alguien de su familia “se

le sale de la manos”?, ¿qué ha hecho o que hace cuando pasa esto?

4. ¿Alguna vez le han dicho que alguien de su familia se le está saliendo de las manos?,

o ¿que no debe permitir que su familia haga lo que quiera por que se le va a salir de

las manos?, ¿Qué piensa y/o siente cuando oye esto?


5. ¿Cómo actúa (qué cosas hace) para que las cosas salgan como ud. quiere? (explorar

ejemplos, situaciones en las que aplique esto).

6. ¿Qué hace cuando las cosas no salen como quiere o espera?

7. Explorar que pensamientos, sentimientos o actitudes manifiesta el entrevistado ante

los siguientes dichos populares (dichos con contenidos de vigilancia y control):

• “A la mujer ni todo el amor, ni todo el dinero”

• “El caballo y la mujer, al ojo se han de tener”

• “La mujer honrada, a pierna quebrada y en casa”

E. Roles y estereotipos de género esperados de acuerdo al sexo y actitudes que adopta:

machismo, masculinidad y feminidad (atribución que le dan al ejercicio de la

violencia y si se relaciona con el género).

1. ¿Para Ud. cómo cree que debe ser una mujer? ¿una mujer ideal?

2. ¿Hay algo de lo anterior que le haga falta a su pareja? (identificar algunas posibles

causas por las que ejercen violencia)

3. ¿Qué es lo primero que piensa cuando escucha la palabra: hombre?... ¿o cuando

piensa en un hombre?

4. ¿Para ud. qué es lo que hace o debe hacer un hombre? ¿es decir, lo que un hombre o

lo hombres hacen? Las cosas de hombres…

5. ¿Qué es lo que hace un verdadero hombre, un hombre muy masculino? (un auténtico

hombre)

6. ¿Para ud. que se debe hacer para ser más hombre?

7. ¿Qué es lo que un hombre no debe hacer? ¿por qué?


8. ¿Qué es en lo primero que piensa o lo primero que se le ocurre cuando piensa en una

relación de un hombre y una mujer?

9. ¿Para ud. cómo cree que debe ser una relación entre un hombre y una mujer? (quién

debe de tomar las decisiones, quien debe llevar las riendas de la relación y de la casa).

10. ¿Qué cosas debe hacer cada uno dentro de la relación (el hombre y la mujer) para que

las cosas funcionen?

Es importante mencionar que previo a la entrevista, se realizó una breve encuesta

de datos socioeconómicos, cuya información se presenta en la tabla 4.1., en el capítulo 4.

Para la realizar las entrevistas se procedió de la siguiente manera: a) primero, se

consiguieron a los hombres participantes, para lo cual se acudió a lugares públicos como

plazas comerciales, iglesias y parques. Una vez que se llegaba a ellos dentro de los

lugares mencionados, se les explicaba la naturaleza del proyecto de investigación, se les

mostraba una carta de autorización emitida por la Universidad Marista de Mérida y se les

comentaba la forma en como se requería su ayuda; b) una vez que la persona aceptaba

colaborar con la investigación, se realizó la investigación de datos socioeconómicos, con

el protocolo de datos socioeconómicos, y se les decía que los investigadores se

comunicarían con ellos en los próximos días para concretar una cita, para llevar a cabo la

entrevista; y c) una vez hecha la cita, se decidió el lugar, mismo que podía ser el

domicilio del participante, uno de los domicilios de los investigadores o cualquier otro

lugar público como plazas comerciales, restaurantes, etc.

Análisis de datos

Primero se redujo la información para conservar únicamente aquellos datos que

eran relevantes para la investigación. Después se agrupó la información en los diversos


temas que se plantearon en la guía de entrevista, con el objeto de organizarla en

segmentos para su análisis posterior. Para realizar esta categorización, se utilizaron

abreviaturas o códigos para indicar el tema al que pertenecen. Una vez agrupada la

información se contrastó a la luz de la teoría para interpretar el discurso de los

entrevistados.

Resumen de la metodología

La presente investigación es de corte cualitativo ya que a través de esta

metodología es posible acceder al significado y subjetividades de las personas en relación

a la problemática de la violencia intrafamiliar.

En cuanto al instrumento, se utilizo la técnica de la entrevista en profundidad,

misma que brinda información sobre las experiencias pasadas y presentes de la persona

entrevistada, dentro de un proceso de diálogo que facilita el conocimiento de las

diferencias existentes en el universo cognitivo y simbólico tanto del entrevistado como

del entrevistador.

Para llevar a cabo la investigación se recurrió a hombres que estaban dispuestos a

hablar de su experiencia con la violencia intrafamiliar y de los significados que tienen en

torno a ésta.

Por último, una vez hechas las entrevistas, se analizó la información con base a la

guía temática de la entrevista, para facilitar su interpretación.


CAPITULO IV

Resultados

A continuación se presenta los resultados obtenidos; la información está

organizada de la siguiente manera: descripción general de las observaciones que los

investigadores realizaron durante el trabajo de campo; una breve presentación de las

personas participantes y los resultados de las entrevistas ordenados de acuerdo a las

categorías temáticas.

Observaciones generales del trabajo de campo

Al inicio del trabajo de campo, los investigadores observamos que al acercarnos a

las primeras personas para invitarles a participar en el estudio, y al preguntarles si alguna

vez habían ejercido violencia, se mostraban incómodos y rechazaban participar en la

investigación, argumentando que les parecía un tema muy delicado e íntimo. Por lo que

decidimos preguntarles “qué pensaban al respecto” en vez de “si habían ejercido

violencia”, reduciendo de esta forma las resistencias y contribuyendo a que participaran.

Otras dificultades que observamos en nosotros mismos fueron el nerviosismo al momento

de abordar a las personas y el hecho de darle una connotación negativa al tema,

sugiriendo que se trataba de una difícil y reprobable situación social.

Una vez hecho los contactos hubo personas que tras aceptar participar en la

investigación, cancelaron la cita argumentando diversos motivos como falta de tiempo o

por que su esposa le pidió que no “ventilara los problemas familiares”; otras personas

evadieron nuestras llamadas o daban excusas para evitar el contacto. En consecuencia la

muestra se redujo de ocho personas a siete. También hubo participantes que una vez
establecida la fecha de la entrevista, reprogramaron el encuentro en varias ocasiones, pero

que al final sí se llevaron a cabo.

En la búsqueda de participantes pudimos observar que las personas mostraban

incomodidad y nerviosismo cuando se les mencionaba el tema, al mismo tiempo que

nosotros también nos pusimos nerviosos. Esto sugeriría que a pesar de la información y

difusión que en la actualidad existe sobre el tema, aun sigue manteniéndose o pensándose

como algo de lo que no se habla abiertamente ni de manera personal con otras personas.

De las siete entrevistas, los investigadores realizamos tres en conjunto y cuatro por

separado: dos realizadas por Claudia y dos por Sergio. Esta decisión la tomamos en

términos de disponibilidad de tiempo tanto de los participantes, como de nosotros

mismos.

En cuanto a las entrevistas realizadas por separado, (Claudia) observé que durante

la primera entrevista que realicé, me fue difícil hacer de la entrevista una conversación,

puesto que la persona se limitaba a contestar únicamente lo que le preguntaba, sin mostrar

mayor interés más que el de dar información, como una “plática informativa”. Durante la

segunda, al inicio me mostré más directiva a fin de generar la conversación; conforme fue

avanzando la entrevista la persona fue más participativa hasta el grado en que comenzó a

proporcionar más información relacionada con el tema sin que yo tuviera que hacerle las

preguntas directamente.

Por mi parte, (Sergio) observé que durante la primera entrevista que realicé, el

entrevistado se portó muy atento y participativo. Sin embargo pude identificar, después de

la entrevista, que por mi parte hubieron algunos comentarios que influyeron en el

participante, el cual se mostró enaltecido y por ende tomó el tema a modo de crítica

social pero poco personal, como posicionándose de manera externa al tema y no como
parte de él. Durante la segunda entrevista el desarrollo fue diferente. El participante

mostró mucha disposición lo que permitió que se generara un ambiente de confianza y

comodidad por ambos lados.

Ambos creemos que la metodología utilizada y la forma en como nos organizamos

para la realización de las entrevistas, tanto en conjunto como de manera individual,

resultó de mucho provecho para que las personas se sintieran con la confianza para hablar

sobre el tema de la violencia familiar. Además, algunos de los entrevistados, comentaron

sentirse a gusto con el tipo de entrevista o “plática” (como lo mencionó uno de ellos) que

tuvieron con nosotros. Al respecto uno de ellos comentó:

Rodrigo: El tema estuvo bien, me gusta por que lo van retomando bien…

que violencia… pero platicamos de otras cosas, me gusta de

esto, que en que estás platicando, como te dije hace un rato, te

das cuenta de muchas cosas, hace rato me dijiste ¿de qué te

diste cuenta?, no pues me di cuenta de que esta persona me ha

ayudado en esto, me di cuenta de que cada vez… ¿no?, es

bueno estem… ¿no sé como llamarle?, esta plática, esta forma

de entrevista, por que de alguna manera sí crea una especie de

conciencia en la otra persona; yo no sé si sea recíproco, si a la

otra la hagan pensar, pero en mi caso, de este lado, vinieron

respuestas que no tenía, por la misma plática, eso me gustó

mucho…

Para esta persona, la forma en como se desarrolló la entrevista en profundidad le

ayudó a hablar del tema, dándose cuenta de ciertos aspectos que antes no había

considerado. Esto también fue observado con otros entrevistados que mostraban sentirse
más cómodos y en confianza cuando se les mencionaba que más que una entrevista o

encuesta, tomaran ese encuentro como una plática o conversación.

Presentación de los participantes

La población de la presente investigación la conformaron siete personas con las

siguientes características generales, que se presentan a continuación:

Tabla 4.1 Descripción de los sujetos de investigación.

Nivel
Edad Estado Civil Escolaridad Hijos
Socioeconómico
PEPE 32 Casado – 6 Medio alto 3° Preparatoria -
años
MAX 35 Casado – 12 Medio Secundaria 1
años
RODRIGO 33 Soltero Medio Profesional -
REINALDO 31 Casado 12 Bajo Primaria 3
años-Separado
JAIME 47 Casado – 25 Medio Profesional 3
años
GREGORIO 31 Casado – 6 Medio Alto Profesional 2
años
LUCAS 35 Casado – 10 Medio Profesional 3
años

Es importante señalar que el nombre de los participantes, así como algunos datos

personales y familiares fueron cambiados a fin de proteger el anonimato y

confidencialidad de las personas.

La duración de las entrevistas dependió exclusivamente del tiempo y disposición

de los participantes tomando desde una hora hasta poco más de tres horas, en la entrevista

de mayor duración.
Resultados

A continuación se presentan los resultados, ordenados de acuerdo a seis categorías

temáticas elaboradas con base a los contenidos encontrados en los discursos de los

participantes y en relación a los objetivos planteados para esta investigación: a)

significados de la violencia, en la que se agrupan las definiciones de violencia, los tipos y

las causas o explicaciones que dieron los sujetos; b) familia de origen, entendiendo por

esto la dinámica y las relaciones que reportaron haber vivido en este ámbito; c)

experiencias con la violencia, entendiendo por ello las diversas vivencias en las que

reconocieron haber recibido violencia y también en las que ejercieron algún tipo de

violencia hacia otra persona, especialmente dentro de su familia, además de presentar

algunos comportamientos violentos que ellos reportaron en sí mismos; d) sentimientos

ante las experiencias con la violencia, refiriéndose a las emociones que experimentaron

como consecuencia de recibir o ejercer algún tipo de violencia; e) cambios en la

manifestación de comportamientos violentos, entendiendo por ello las razones que

identificaron como factores que para ellos han contribuido a que disminuyan sus

manifestaciones de comportamientos violentos; y f) masculinidad-feminidad, refiriéndose

a los estereotipos y roles de género que los participantes mencionaron, así como factores

que se relacionen con la construcción de la identidad masculina.

Significados de la violencia.

En relación a las definiciones que los entrevistados tienen de la violencia, éstos

incluyen aspectos como la supervivencia, la dominación, el concepto de maltrato y las

reacciones incontrolables. Todos coinciden en que la violencia es una forma de agresión o

de daño hacia otra u otras personas. Tres creen que se trata de una forma de dominio y

control sobre otras personas y dos mencionaron que la violencia no es sólo una forma de
dominio y control hacia otras personas, sino que también creen que puede usarse como un

medio de defensa o de supervivencia cuando así se requiere:

Pepe: … el hombre tiende a ser agresivo cuando se encuentra bajo

amenaza, pero la violencia no creo que sea lo mismo… cuando

se trata de algún tipo de reacción por la supervivencia… en

cambio cuando uno es dominante y quiere subyugar como en el

caso de los padres, o cuando el esposo quiere subyugar o

dominar como el perro viejo de la manada…

Reinaldo: …pues a mi la violencia me ha servido mucho para defenderme

porque alguna persona me ha dañado, me ha agredido…

Más de la mitad de los entrevistados cree que la violencia es una reacción que no

se puede controlar o de la que no se tiene plena conciencia ni de su dimensión ni de sus

consecuencias, algunos de ellos llegaron incluso a compararla con una explosión; en

relación a lo último, dos de ellos, incluyen en su narración que se trata de algo innato,

algo instintivo en sus propias palabras, dijeron:

Gregorio: Es una explosión, es una respuesta de una persona ante un

estímulo, en mi opinión, también no es conciente que tanto

daño puede hacer…

Jaime: Es la actitud digamos irracional del humano, que explota su

lado primitivo, pierde toda… todo principio y busca someter,

busca agredir, busca lesionar, busca dominar el momento, el

ambiente, o la persona, o cualquier circunstancia...


Rodrigo: Violencia es cualquier acto o comportamiento en el cual yo

pierdo el control de mí mismo y te agredo a ti… es todo acto en

el que yo no puedo controlar la situación y te agredo…

Reinaldo: Es algo que se siente, uno se molesta, agredes a la persona, a

veces sin querer…

Como parte de los significados sobre la violencia, los entrevistados hablaron

también sobre los tipos de violencia que para ellos existen. En general encontramos que

todos los entrevistados identifican principalmente dos tipos: la física y la psicológica, a la

que la mayoría denominó también como violencia emocional. Todos los entrevistados

señalaron que la violencia psicológica o emocional es la más dura y difícil, ya sea como

receptor o como ejecutor de la misma:

Lucas: No precisamente que tu golpees a tu esposa, sino hasta con

insultarla o hacerla de menos es una violencia… lo más difícil

de una violencia, es eso, de rebajar a una persona, humillarla, lo

psicológico… es lo que más siente el corazón…

Gregorio: No tiene que ser sólo física, siento que hay varios tipos de

violencia, desde un grito o un insulto hasta un golpe…

Reinaldo: Tal vez no hay daños físicos, pero hay daños con palabras,

como que duele más las palabras que la violencia física…

La violencia económica sólo es mencionada por uno de los sujetos, mas no dice

explícitamente que se tratara de una forma de violencia, sino que la menciona como parte

de la dinámica de su familia de origen, ante la cual él no estaba de acuerdo:

Pepe: … mientras su situación actual sí le permitía dar más de esos

100 pesos, sin embargo, no lo hace porque sus razones


tendría… o sea, según él esta controlando el dinero, lo controla

para cosas que no son… en una ocasión… le dije... ‘oye papá

¿puedo ir a la disco?’... él dijo sí, ‘pero necesito para mi

entrada’, agarra y me da 5 pesos y yo le digo ‘¿no tienes más?’

y él me dice ‘pues qué, ¿eres hijo de rico?’ de ese tipo de cosas

que de por sí son incomodas

Por otro lado, en cuanto a la violencia sexual dos personas la mencionan como

parte de su experiencia de vida, uno de ellos fue objeto de abuso y otro supo que sus

hermanas lo habían sido.

En el caso de estos dos tipos de violencia, ninguno de los entrevistados las

identifica como tales, aunque en su discurso pueden detectarse algunas actitudes que nos

sugieren que aunque no las reconocen, están presentes en sus relaciones de pareja:

Gregorio: Estamos batallando mucho en ponernos de acuerdo, bueno no

mucho, por que es mi dinero y ella no tiene una pistola para

amenazarme… cuando llego a tener un dinero extra, no se lo

digo, o cuando mi negocio que son dos y logro ahorrar algo,

tampoco se lo digo… por eso tampoco yo considero es bueno

decir todo lo que tienes por que sino tu esposa puede disponer

de tu dinero y luego tu responsabilidad y tus planes ya no los

vas a poder llevar a cabo…

Jaime: … y se ve también por el lado de los animales cuando cuidan a

su pareja y cualquier otro animal que se le acerque lo defiende,

sucede también con el hombre, no es sometimiento… siempre


cuida a su pareja y siempre cuidamos que no sea ofendida,

agredida, y tú siempre pendiente.

Por último, otro tipo de violencia encontrado, pero no reconocido en su totalidad

por los participantes fue el maltrato infantil, ya que aunque los entrevistados mencionaron

que algunos métodos para educar en ocasiones lastiman, algunos de ellos creen que más

que violencia son medidas correctivas:

Gregorio: Ahora bien, sí considero violento que le pega a sus hijos por

una razón que no es suficientemente válida, que les pegue una

nalgada, para mí no es violencia ¿ok? es ponte quieto, pero si

ya le pegas, le jalas el pelo, ese es un acto de violencia y eso

para mí no es normal. La nalgada no es agresión, es

correctivo…

Jaime: El padre o la madre tienen que ser a veces enérgicos y es parte

también de una violencia, ¿no?, sin embargo eso se acepta en la

sociedad yucateca para la obediencia de los hijos y se canaliza

para educar bien a los hijos…

Entre las causas o explicaciones que los entrevistados asocian con la violencia, en

general mencionan distintos factores como las agresiones de otras personas, los celos, el

alcohol, la educación recibida en la familia y en la sociedad, así como la influencia del

medio.

Dos participantes mencionaron el papel de la herencia, específicamente del

temperamento, aunque no desarrollan más esta creencia. Uno de ellos lo explica así:

Rodrigo: … yo creo en dos cosas: yo siento que… este temperamento

viene… en primer lugar sí siento que se hereda, siento que sí


están involucrados los genes aquí en el comportamiento…

ciertas sustancias de tu cuerpo, hormonales, entran en acción…

el cincuenta, sesenta, ochenta por ciento es, pues genético.

Dos de ellos creen que la inseguridad o temor dentro de la relación de pareja

puede llegar a generar la violencia.

Pepe: A mi me ha sucedido que por temor a que la otra se vaya a

encontrar a alguien mejor que yo, pretenda dominarla como

taparle los ojos para que no se de cuenta de que existen más

personas en el mundo que yo, más que nada son temores, son

miedos, en ese tiempo a mi me pasaba lo mismo yo era muy

dominante, aprensivo y muy celoso, y era como un perro

defendiendo su territorio, has de cuenta no podía acercarse a

nadie por que ya estaba sacando chispas y no solamente era

contra la persona que se acercaba sino también con la pareja

misma, llegando a pensar que ella era una cualquiera…

Dos más, piensan que la violencia es una enfermedad, haciendo referencia a

alguna patología, como la neurosis o a un trauma generado en la infancia.

Sin embargo, la mayoría de los participantes se explican la violencia a partir del

aprendizaje por observación al ver cómo sus padres se relacionaban entre sí y el trato que

les daban a ellos en su infancia. Al mismo tiempo algunos comparan el comportamiento

violento con los instintos animales, como algo que es parte de la naturaleza humana:

Jaime: … es el temperamento y es parte pues también de la formación

del humano, saca a veces el aspecto primitivo… es el aspecto

negativo…
Rodrigo: Es un instinto de tener violencia, de golpear a alguien,

cualquier tipo de contacto… no te tomas el tiempo de decir:

“no, no lo voy a hacer por que está mal, voy a lastimar a

alguien, me voy a meter en problemas”… y la otra parte a la

que le atribuyo, es la forma en que te educaron, a la forma en

que te educaron tus papás, tu familia…

Max: Por que la violencia la traes dentro y a veces no sabes en qué

momentos la puedes dejar salir o por qué circunstancias puede

salir la violencia…

Pepe: Yo creo que la violencia es algo aprendido… creo que es una

actitud aprendida de los padres, principalmente de la figura

paterna sin excluir a la materna.

Reinaldo: Por que esto pasa de una generación a otra y cuando creces

también lo va aprender otro, pues sí, como mi hijo…yo he

llegado a lo que yo soy porque mi papá era muy violento…

Familia de origen.

Todos los entrevistados al hablar de su familia de origen hablan de su experiencia

de violencia dentro de ella, misma que se retomará con mayor profundidad en el apartado

siguiente.

Con respecto a la relación con el padre, seis mencionaron que la relación era

distante y en la mayoría de ellos conflictiva, probablemente se debiera a que la mayor

parte del tiempo recuerdan que sus padres estaban trabajando y al margen de su

educación, con excepción de los momentos en los que se requería reprender y enseñar a

los hijos a ser “verdaderos hombres”. Lo explican de la siguiente forma:


Gregorio: …no se metía, o sea, mi papá era un hombre sumamente

“workaholic” (adicto al trabajo) metido en su trabajo… como

que dejaba a mi mamá la educación… mi papá no se metía

mucho, era un proveedor.

Lucas: En mi infancia, pues mi papá o sea… si, si vivimos la violencia

familiar… vivimos una situación difícil y yo lo presencié y

vivimos mucho tiempo así por la violencia y es horrible… se

vivió la violencia y en ocasiones sí hubo maltrato físico y lo

veíamos…

Reinaldo: …mi papá era muy violento, una persona muy irresponsable,

muy gritona… por momentos nos trataba bien, por momentos

nos trataba mal…

Con respecto a la madre, todos refieren que la relación era cercana debido a que

principalmente era de ella de quien recibían afecto, cuidados, protección, alimentación,

etc., al mismo tiempo que llegaba a ser conflictiva puesto que sentían que la madre

permitía o justificaba hasta cierto punto el comportamiento violento del padre, o porque a

decir de cuatro de los entrevistados, ella también los agredía de manera física o

emocional, como dos de ellos señalan a continuación:

Gregorio: Tengo relaciones distantes con mi mamá… quiere que yo la

mantenga contenta y que la atienda toda su vida… (refiriéndose

a chantajes).

Jaime: Mi madre realmente tenía un carácter fuerte... en algún

momento, hubo algo de violencia…


En cuanto a la relación con los hermanos, sólo mencionaron que mantenían una

buena relación y algunas peleas sin trascendencia en su infancia.

En general, los entrevistados hacen referencia a su familia de origen en términos

de las experiencias de violencia que vivieron en su infancia, recordando lo difícil que

fueron y el impacto que éstas han tenido en sus vidas.

Experiencias con la violencia.

Los entrevistados identificaron diversas vivencias en las que reconocieron que han

recibido y ejercido algún tipo de violencia, especialmente al interior de su familia.

Los entrevistados reportan haber recibido violencia de ambos padres. Tres de

ellos, hablaron sobre las diversas situaciones en las que el padre los agredió o lastimó

física y emocionalmente. Como se señaló antes, uno de ellos recuerda haber vivido

violencia económica, que la explica como el control que su padre tenía del dinero. Los

cuatro restantes hablaron principalmente de la violencia recibida de parte de la madre, la

mayoría se refirió al maltrato psicológico, y uno de ellos a fuertes experiencias de

maltrato físico. En estos casos se refieren al padre como alguien que estaba ausente o que

cumplía el papel de proveedor en el hogar únicamente, por lo que la convivencia con él

era mínima. De los siete uno de ellos reportó que su padre había fallecido cuando tenía

dos años de edad.

Estas experiencias de violencia en el interior de sus familias de origen, las hemos

clasificado en términos de maltrato infantil, activo, pasivo y testigos de violencia.

Sobre las formas activas de maltrato, tres de los participantes mencionan distintas

formas de abuso físico por parte del padre, como los golpes y que los obligaba a trabajar,

así como algunas expresiones y actitudes de su parte que hacían ver que era él quien tenía
el control de las cosas e incluso de sus vidas. De igual modo, algunos mencionan el

alcoholismo del padre como parte de los episodios de violencia al interior de su familia:

Pepe: Sí recuerdo haber recibido golpes y todo eso (refiriéndose al

papá)… siempre decía alguna frase inteligente que me hiciera

quedar mal, de una forma que se hiciera notar que él era el que

estaba a cargo…

Reinaldo: Siempre quería manejarme a su antojo, nos llevaba a las

cantinas, trabajábamos y trabajábamos y por cualquier cosita

nos pegaba, y nos sacaba de la casa y gritaba cosas… llegó al

grado de decir que yo no era su hijo, que era hijo de otra

persona, le llegué a perder el respeto…

Lucas: Nos salíamos en la tarde de la casa: ‘ya va a venir mi papá, va a

venir tomado, va a empezar a gritar, va a decir groserías y

todo… vamos a salirnos’.

Dos de ellos, como mencionamos párrafos arriba, hablaron de experiencias de

abuso sexual como parte de la violencia recibida en su infancia; el primero la vivió de

manera directa, mientras que el segundo la reporta como una situación que vivieron sus

hermanas, aunque se refiere a ésta como algo que lo lastimó por el vínculo y relación que

mantenía con ellas:

Max: … a mi me empezaron a pegar… muy pequeño, el día que me

violaron ese día me pegaron y tenía cinco años… al mismo

tiempo empiezan a ver, entre todos los abusos en lo sexual, las

burlas… así estuve y fueron vecinos, amigos, primos,


parientes… que bueno que no tuve hermanos, o sea, fue…

muy, muy marcado.

Reinaldo: Yo tenía una hermanita que estaba muy apegado a ella… me

decía que mi papá la insultaba, le pegaba y yo escuché decir a

mis hermanos más grandes que mi papá trató de abusar de ella,

pero yo no lo creí… empecé a tener más problemas con él… él

abuso de todas mis hermanas…

Por otro lado, además de los abusos y maltratos ejercidos por el padre, cuatro

participantes también reportaron que su madre llegó a maltratarlos. Es estos casos,

hablaron de maltratos emocionales a modo de chantajes y discusiones, así como

agresiones verbales y físicas.

Gregorio: Tengo relaciones distantes con mi mamá… quiere que yo la

mantenga contenta y que la atienda toda su vida… (refiriéndose

a chantajes).

Jaime: Mi madre realmente tenía un carácter fuerte... en algún

momento, hubo algo de violencia…

Max: Toda mi vida fueron golpes, o sea, mis golpes más sencillos

fueron cables de teléfono, cables de plancha… los más graves

fueron los que me agarraron a trompadas, estando en primero

de secundaria, mi mamá herméticamente alcoholizada… mi

cuerpo quedó todo moreteado por todos lados…

Rodrigo: Mi mamá sabe cómo buscarle y yo también sé cómo buscarle,

es lo peor, es mutuo, me agrede muy… lo sabe a hacer… y la

agredo también…
De las experiencias de maltratos pasivos, la mayoría habla de abandono

emocional, no como concepto, pero desde su experiencia y su sentir en cuanto a la falta

de relación y comunicación que tenían con el padre, y en consecuencia, al

distanciamiento y la poca confianza:

Lucas: Llegó el momento de sentir un odio, un rencor a, a mi padre…

uno admira a su padre… no sentir el cariño del padre, eso sí, lo

siento… que tu papá no confía en ti, que te diga, que estás más

con tu mamá: ‘anda con tu mamá’, ‘a salir con tu mamá’… o

sea, se siente…

Algunos de los entrevistados recordaron haber visto distintas formas de violencia

que sus padres ejercían sobre sus madres. En estos casos, aun cuando la acción no era

dirigida a ellos, lo recuerdan como un daño por haber sido observadores de estas

situaciones y por que finalmente la violencia tuvo efectos negativos al interior de sus

familias, ya sea generando conflictos o separándolos física o emocionalmente:

Lucas: … pues mi papá o sea… si, si vivimos la violencia familiar…

maltrataba a, o sea, con palabras a mi mamá y vivimos una

situación difícil, y yo lo presencié… y es horrible, por que, la

verdad, una familia… se destruye.

Reinaldo: Se fue dedicando más a la calle y nos abandonó más tiempo, él

ya no veía el restauran, sólo nos dejaba a nosotros a trabajar y

él se iba por dos o tres días, aquí empezó el problema con mi

mamá, ella le reclamaba que porqué no iba a trabajar, porqué

no venía a la casa… empezamos a tener problemas, no sólo

problemas económicos, si no también problemas familiares.


Por último podemos resaltar que los participantes retomaron en diversos

momentos de la entrevista, el impacto y papel que ha tenido en sus vidas, haber vivido

una situación de violencia intrafamiliar. Por un lado consideran que parte de sus

conductas violentas se relacionan con los aprendizajes que tuvieron de sus padres en

relación a la violencia, por otro, hablan de lo difícil que fue para ellos vivir estas

experiencias.

En cuanto a las experiencias en las que reconocieron haber ejercido algún tipo de

violencia, siendo adultos, todos los entrevistados refieren que la mayoría de las veces que

se ha dado dentro del hogar ha sido hacia sus esposas o parejas principalmente a modo de

insultos, humillaciones y malas palabras; dos refirieron situaciones en las que quisieron

controlar las decisiones de sus parejas, sin embargo tocaron este tema de manera muy

rápida y como manteniendo la duda de que fuera una forma de violencia.

La violencia cruzada con su pareja, fue reportada por tres de ellos, tanto verbal

como física en dos de los casos, y uno de ellos mencionó haberlo hecho como medida

correctiva:

Jaime: En una ocasión, precisamente por que me amenazó de que me

iba a dejar y todas las cosas, que se iba y le digo: ¿a dónde

vas?, tú no sales de acá y fue que la agarré del cabello y la metí,

y eso fue una violencia… en ese momento fue sometimiento…

el problema radica en ¿qué iba a traer ella con esa actitud? otro

problema y, no justifico mi violencia, realmente quizás si ella

se iba, se llevaba a la niña, los niños… para mi forma de ver las

cosas en ese momento fue evitar eso.


Dos de ellos también mencionan haber agredido física o emocionalmente a sus

hijos. Las formas de maltrato que reportaron tienen que ver con: a) maltrato físico y

emocional a modo de golpes y por no creerles a sus hijos; b) abandono físico y

emocional, por estar fuera de casa mucho tiempo debido al trabajo; y c) maltrato por el

hecho de que sus hijos presenciaron la violencia, en el caso de Reinaldo.

En cuanto a las formas en que los entrevistados ejercieron violencia, como ya se

ha mencionado, refieren a agresiones verbales (cinco de ellos), agresiones físicas (tres) y

formas de control por querer tomar decisiones en lugar de sus parejas (dos). Lo que

predomina desde su forma de entender y definir sus conductas violentas, son acciones

menos fuertes e intensas en comparación a muchas de las experiencias que ellos vivieron

en su infancia, es decir, no reportan conductas semejantes y de hecho, ninguno de ellos se

define a sí mismo como una persona violenta o que ejerza violencia de manera

sistemática hacia su pareja u otro miembro de la familia. Las experiencias compartidas,

las recordaron como casos únicos o muy esporádicos.

Sentimientos ante las experiencias de violencia.

Entre los sentimientos que los entrevistados reportaron como más significativos al

recordar las situaciones en las que recibieron violencia se encuentra la humillación,

vergüenza y sentimientos de inferioridad; coraje, enojo e ira, y la sensación de haber sido

lastimados o heridos de una forma que a la fecha les es difícil olvidar. Esto expresaron

quienes recibieron maltratados en relación al padre:

Reinaldo: Tengo un rencor hacia mi papá que creo que nunca se lo he

expresado, él me ha dicho: ‘hijo, perdóname’ y yo le digo:

‘nunca te voy a perdonar, además que yo no soy nadie para


perdonar’, me ha hecho cada cosa que… no puedo perdonar, no

sé como olvidar.

Lucas: Llegó el momento de sentir un odio, un rencor a, a mi padre…

que tu papá no tiene confianza hacia ti… eso se siente…

En cuanto a los malos tratos de la madre, aun cuando cuatro de los participantes

reportaron algún tipo de maltrato, sólo Gregorio habló de ellos:

Gregorio: Genera malas relaciones, te genera distanciamientos y te genera

un sentimiento de desagrado… me parte el alma.

En relación a los sentimientos experimentados por ejercer violencia, los

entrevistados reportaron sentimientos de arrepentimiento, tristeza y de sentirse mal por

haber lastimado a otra persona, especialmente si se trata de sus parejas o hijos. Algunos

hablan de los sentimientos que experimentaban antes de ejercer la conducta violenta,

como enojo, ira o frustración por la situación en la que vivían.

Jaime: Luego viene el arrepentimiento y sobretodo si, en este caso, mi

hija la más pequeña se dio cuenta ¿no?, y siempre me lo

comenta y me lo dice…

Max: Le aviento la nalgada y me duele mi mano no sabes cuanto, o

sea, lo lloro después, pero ya se la di…

Rodrigo: Las veces que he tenido una confrontación violenta, en

ninguna, te puedo asegurar, ninguna, en ninguna me he quitado

con la sensación de: ‘me desahogué’ o ‘gané’, o ‘lo vencí’, en

ninguna… me siento peor, más enojado… pero cuando termina

te sientes re mal, muy mal, no venciste a nadie… te arrepientes.


Cambios en la manifestación de comportamientos violentos.

Podemos encontrar que los factores a los que los participantes le atribuyen sus

cambios se deben, por un lado, a su relación de pareja, porque su esposa o novia les

marcaron un alto y les hacen ver que están siendo violentos con ellas:

Rodrigo: … ella me lo enseñó, el maltrato… cuando decían la palabra

maltrato yo pensaba que el maltrato era maltratar a alguien

físicamente, la segunda vez me dijo: ‘ya estoy cansada de que

me maltrates’, y yo dije: ‘¿cuándo?, ¿cuándo te pongo una

mano encima?’, ‘no’, me dice, ‘¿quién te dijo que eso es el

maltrato?’

Por otra parte, se mencionó la relación con los hijos, ya sea porque ellos les dicen

que están ejerciendo violencia para con ellos o con su madre, o por temor a que sus hijos

llegaran a repetir las mismas conductas:

Jaime: …mi hija la más pequeña se dio cuenta y siempre me lo

comenta y me lo dice y a veces uno siente vergüenza al oír eso

¿no?, pues realmente está mal por que ellos lo vieron y que

explicación le buscas…

Reinaldo: … yo quiero cambiar mi sistema de vivir ¿porque? Por mi hijo,

mi hijo ve en mí, que soy una persona violenta y que no tengo

respeto a nada y como que siente como que yo vivo mal. Me

siento mal, porque a mi no me gustaría que mi hijo sea como

yo, a parte no le puedo pedir que no se pelee con los demás, si

yo lo hago, porque me lo hecha en cara.


Dos de los entrevistados hablaron de procesos de introspección y reflexión en los

que se dieron cuenta de las consecuencias negativas que les traía el ejercer violencia:

Pepe: … creo que en el fondo uno sabe lo que esta bien, no hay nada

de eso de que yo no sabía, el hombre sabe cuando está haciendo

algo mal.

Max: Uno tiene que elegir lo que uno quiere ser, te presionen, te

maltraten, te griten te humillen, uno tiene la capacidad de decir

hasta donde, tiene la capacidad de elegir hasta donde quiere

llegar… yo decidí romper con los círculos (de violencia).

Masculinidad – Feminidad.

Por último se presenta las creencias e ideas que los entrevistados externaron en

torno a lo que son y hacen los hombres y las mujeres, es decir, sobre los estereotipos y

papeles que consideran deben de desempeñar cada uno.

Antes de empezar a hablar sobre los estereotipos y los roles de género, nos parece

importante señalar que los entrevistados confunden los términos sexo y género, ya que

para ellos significan lo mismo, por lo cual ser femenina o masculino implicar el verse

como mujer u hombre y poseer ciertas características que ellos le atribuyen a la naturaza

de sus sexos, precisamente a partir de estas ideas es que surgen los estereotipos y los roles

de género.

Entre los estereotipos sobre la mujer se encuentra el destacar aspectos

relacionados con la sensibilidad, el afecto y el físico:

Pepe: … que esté en contacto con ese famoso lado femenino.


Gregorio: La mujer ideal para mí, pues es una mujer femenina, delicada,

hembra, no sé, no puedo dar muchos ejemplos… hembra, con

todo lo que tiene la palabra hembra, forma de mujer, senos…

Rodrigo: Cariñosa, que no sea muy independiente, que sea independiente

pero no al grado que no necesite nada de mí.

Max: La mujer es la capacidad de amar… es capaz de amar hasta el

último momento de su vida amando a los que tiene a su

alrededor… tiene una capacidad de amar increíble, por que lo

perdona, por que lo llora, por que lo escucha, podríamos pensar

que es un signo débil, pero yo creo que es una fortaleza.

Otros clasifican a las mujeres en buenas, al ser decentes y al tener buenos

principios; y las malas, con hábitos o estilos de vida inadecuados al ser seductoras,

libertinas y con una vida complicada. En relación a esto, las siguientes expresiones son un

ejemplo de esta clasificación:

Jaime: En el aspecto más bien de nobleza, de principios, es

fundamental; una mujer con buenos principios tiene más valor

en una familia.

Rodrigo: Para mí una mujer que va a un bar que no sólo va, como un

hombre, a platicar y a tomar unas cervezas… yo siento que está

más por algo de ligue, de que sí… está buscando algo… a lo

mejor conocer a alguien… cervezas es el lugar óptimo, un bar,

cervezas con un montón de chavos… en cambio un hombre no,

también lo tiene, no estoy diciendo que no, pero un hombre…

yo puedo ir con un amigo y nos pueden pasar hasta tres horas,


de verdad, sin voltear… las conocidas que he tenido de ahí,

todas llevan una vida complicada, complicada, una que se

acaba de divorciar por que se peleó con su esposo, que ya firmó

los papeles, otra que su hijo no la puede ver, otra que se salió

de la escuela, que no terminó su prepa… complicada en ese

aspecto…

Con respecto al hombre señalaron características que tienen que ver con el aspecto

racional del ser humano, la toma de decisiones, responsabilidad, así como ser

competitivos y sobresalir:

Pepe: Que este dispuesto a luchar, tiene que ser una persona

inteligente, para que no le vean la cara de buey, vivimos en un

mundo y en una época que es muy competitiva, entonces yo

creo que cualquier hombre necesita eso, … entonces si tú vas a

ser la cabeza de alguien y vas a hacerte cargo de alguien y vas a

ver ya sea por tu esposa, tus hijos, tus hermanos o lo que sea, tu

necesitas tener esas yo no sé si cualidades, pero si esos

requisitos para que en un momento dado puedas responder.

Gregorio: Un hombre es alguien coherente con lo que dice, con lo que

hace, pero sobretodo que sostiene su palabra, alguien que no es

maricón, así, que sostiene su palabra, que no es una nenita.

Jaime: …tienes en la mente que eres el rector de las cosas, el jefe de

familia, tienes que ver que si salen mal las cosas hay que

corregir, pero a veces uno tiene que saber corregir…


Los entrevistados coinciden en cierto modelo o ideal del hombre, reconociéndolo

como características necesarias en un varón, para que pueda ser definido como tal.

Algunos reportaron algunas de las consecuencias que han vivido en determinados

momentos y diversos ámbitos de sus vidas, por no cumplir con este modelo y con las

expectativas de ser hombre:

Pepe: … no es que el hombre tenga que ser así, que sea un ideal, si no

que es necesario que lo tenga por que de otra manera te dejan

atrás y te pisan…

Gregorio: entonces ese tipo de cosas fueron determinantes, tal vez para

que yo pueda ser una persona súper tolerante, y por eso dicen

que soy, demasiado buena gente… yo creo que este tipo de

cosas no me ayudaron a que yo pueda ser una persona, como

me hubiera gustado ser, sin embargo las acepto, las tengo como

área de oportunidad y hay que superarlas… trabajando he visto

muchas oportunidades de moverme de puesto pero no me ha

sido posible… muchos puestos no me los han dado porque soy

muy buena persona, o sea, sí me han dicho: ‘porque es muy

bueno, como se porta bien, es buen chavillo’, entonces, buena

persona para la gente quiere decir falta de carácter, de decisión,

agallas, temple…

Jaime: A veces dices: tienes que ser más hombre, hombrecito y todas

esas cosas… le están diciendo que se tiene que imponer, que

tiene que dominar… y te están indicando que te tienes que

imponer de manera brusca… tienes que dominar el ambiente…


si no al rato te dicen: ‘a ti te fregaron, tú eres el tonto’, o

palabras más, ofensivas.

Los entrevistados reconocen este ideal del ser varón como algo que así debiera de

ser, pero que no siempre es posible o fácil de cumplir y que cuando no lo hacen, tienen

que afrontar fuertes reprimendas como la crítica, el rechazo e incluso la discriminación de

otros hombres, especialmente cuando sus actitudes o comportamientos corresponden más

a lo que definen como femenino.

Sólo uno de los entrevistados cuestionó los estereotipos masculinos:

Reinaldo: … algunos hombres creen deben de llevar las riendas, por

ejemplo, mis cuñados por cualquier cosa te quieren agarrar a

golpes, mayormente con ellos tuve muchos problemas, por que

creían que su hombría los hacía mejores. Yo pienso que la

hombría es algo que uno no inventa, si no que te enseñan, algo

en lo que dices mira yo soy hombre porque hago esto o por que

golpeo a éste o por que en mi casa yo manejo a mi mujer, yo

hago todo lo que quiero por que soy hombre, eso es una

hombría, es un defecto que tenemos los hombres… yo

considero que ese tipo de hombre es un macho…

Continuando con los roles femeninos, con excepción de uno, los entrevistados

mantienen la creencia de que las mujeres deben ser hogareñas, es decir, ver por el cuidado

de la casa y hacerse cargo de las labores domésticas, cuidar de los hijos y del esposo y

velar por la educación de sus hijos:

Gregorio: Que le guste servir, que está pendiente de las necesidades de su

casa y de las necesidades de la misma…


Lucas: hogareña, que quiera a sus hijos, que no sea materialista…

preocuparse por el hogar y por el esposo también.

Rodrigo: Soy el tipo de hombre que prefiere y está completamente

convencido de que la esposa, pareja, es preferible que esté en

su casa… mi novia, ella trabaja, ella sale y sé que va a trabajar

… en eso estoy de acuerdo, pero yo prefiero… si yo fuera

millonario, para nada, que no trabaje; si puse la opción, por que

puede trabajar es por que ahorita las condiciones han cambiado

económicamente para sostener un hogar, pero fuera de eso,

debe estar en su casa, atendiendo mientras no está su esposo,

mientras su esposo está trabajando puede estar atendiendo a sus

hijos… siempre la familia.

También mencionó que hay que mantener ciertos roles de género:

Rodrigo: Hay ciertas cosas que yo sigo pensando que no deben cambiar

nunca, eso de: ‘es que la mujer debe ser tan libre como un

hombre’, no estoy de acuerdo; debe expresar sus ideas por que

tiene más o igual inteligencia que nosotros los hombres, pero…

hay cosas que no va poder hacer jamás…

Sobre los hombres, los roles de género giran en torno a realizar trabajos pesados, y

el ser proveedores y autoridad de la familia, piensan que son los responsables del sustento

del hogar, les toca vigilar la educación que los hijos reciben, especialmente cuando hay

faltas y se debe poner disciplina, así como también es quien toma las decisiones

importantes dentro del hogar, es el rector de la familia; cuando se necesita debe también

corregir a la esposa:
Gregorio: El hombre tiene que cargar cosas pesadas por que una mujer no

puede, así es la naturaleza del hombre y de la mujer, el hombre

tiene que asumir su responsabilidad como tal… para mí, el

papel del hombre y de la mujer están muy relacionados en

cuanto a su naturaleza… como hombre, como yo lo veo, yo soy

el responsable de proveer en a mi casa, el alimento de mis

hijos, el sustento, entonces yo tengo que administrar y tomar

decisiones al respecto…

Reinaldo: … el hombre debe de ser responsable, debe de hacer bien las

cosas y cuidar a su familia. Al hombre le toca lo más duro,

trabajar y trabajar, además de pasar tiempo con los niños para

que no tengan pleitos o malos tratos en la calle, que sean

diferentes, que sean mejores…

Jaime: …tienes en la mente que eres el rector de las cosas, el jefe de

familia, tienes que ver que si salen mal las cosas hay que

corregir, pero a veces uno tiene que saber corregir… en la casa

hay una autoridad… no es una autoridad que somete, sino una

autoridad que corrige, una autoridad que de alguna manera

muestre… el camino correcto.

Uno de los entrevistados da un claro ejemplo de la importancia que tiene para él,

como varón, poseer el poder económico que se menciona líneas antes, para poder cumplir

con sus responsabilidades como proveedor de la familia:

Rodrigo: primordial para mí, que debe hacer es: trabajar lo suficiente

para tratar de tener segura y con todas las comodidades a su


familia… un hombre debe proveer eso, que es muy difícil, que

es difícil,… ese es el sueño, para mí, del hombre, dar esa

comodidad…

Por último, retomamos parte de uno de los discursos en torno al papel de

protector de la familia y su pareja, elaborado por uno de los participantes al planteársele

siguiente situación hipotética: una pareja va caminando por la calle y de repente un

desconocido le dice una grosería a la esposa, o a la mujer, y su esposo o pareja no hace

nada, no le dice nada o no responde de manera agresiva (usando las palabras del

entrevistado), “¿Qué pensaría usted de ese hombre?”:

Jaime: …o pasó rápido el individuo y no lo oyó…, ni lo escuchó bien,

pero si lo escuchó bien y no hizo nada: o no es su esposa, o

realmente no sabe definir el papel de representar a su esposa,

por que, si escuchó una grosería y no hizo nada, pues realmente

comete un error, un grave error, pues puede ser que le guste a

su esposa y al rato el que le dijo la grosería se lo repita en otras

circunstancias…

Por tanto refuerza la idea de que como hombre, es el rector, proveedor y protector

de su hogar, sobretodo de su pareja.


Discusión de resultados, conclusiones y recomendaciones

En el presente capítulo se presenta la discusión en torno a los resultados retomando para

ello, los conceptos y enfoques relativos al tema eje de la investigación y que fueron

presentados en el capítulo II.

Recordando que la presente investigación tiene como objetivo general describir y

sumar esfuerzos a la comprensión del fenómeno de la violencia intrafamiliar a partir de

las experiencias y significados que hombres yucatecos le atribuyen a este fenómeno Para

el análisis de los datos se procedió a utilizar las mismas categorías temáticas en las que se

organizaron los resultados. Cabe señalar que debido al carácter cualitativo de esta

investigación, los resultados y conclusiones no son generalizables aunque posiblemente

se podrían utilizar para la comprensión de casos o experiencias semejantes a las que se

presentan en esta investigación. Por último se presentan las recomendaciones para futuras

investigaciones relacionadas con el tema de la violencia intrafamiliar.

Nos parece importante iniciar señalando que los sujetos que participaron en la

investigación , expresaron además de sus ideas, los sentimientos que estas experiencias

han generado en ellos y los cambios que encuentran en sí mismos en relación a sus

conductas violentas. Esto nos muestra que hablar de la violencia familiar, cuando se ha

pasado por esta experiencia, implica no sólo hablar de las definiciones que se tienen de

ella, sino también remontarse a aquellas situaciones en las que se vivieron y revivir las

emociones que estas vivencias han dejado en las personas. Asimismo pudimos constatar

que no hubo grandes diferencias en los discursos de los participantes de acuerdo a la edad

y al nivel educativo, confirmándose con ello que el fenómeno de la violencia intrafamiliar


no es privativo de un grupo generacional o que quienes la ejercen sean sólo personas con

bajo nivel educativo.

Significado de violencia

En el presente apartado hacemos un análisis que nos sugieren los resultados en

torno a una de las preguntas que guiaron la investigación: ¿Qué significado tienen los

hombres de la violencia intrafamiliar?

En general los entrevistados definieron a la violencia como una forma de reacción

ante un estímulo que perciben como amenazante, para lo cual utilizan la agresión como el

medio para dominar una situación o a una o varias personas. Reacción sobre la que

tienen poco control o conciencia de ésta. En tanto que la violencia es vista como un acto

que busca controlar al otro.

Podemos ver que para la mayoría de los entrevistados no existe una clara

diferencia entre lo que es la agresión y la violencia ya que para ellos son sinónimos. Sin

embargo creemos que la agresión es una pulsión o característica natural en las personas

que tiene como fin el herir o lastimar a otros, cuando se percibe una situación de peligro,

a modo de defensa, mientras que la violencia es una construcción social que va orientada

a someter o controlar situaciones o a personas. Esta distinción refuerza el planteamiento

de investigadores como Berkowitz (1996), Corsi (1994), Dutton (1997), que distinguen la

violencia y la agresión, tal y como fue observado en las respuestas de los entrevistados.

Por lo anterior, vemos que al no haber una delimitación de estos conceptos, la

violencia se define en términos biológicos-pulsionales que sirve para defenderse de

cualquier cosa, situación o persona que es percibida como amenazante y por lo tanto para

los entrevistados, al ser una característica natural en el ser humano, es incontrolable.


Podría parecer que al definir la violencia de esta forma, atribuirían el ejercicio de

la misma a factores que son transmitidos a través de la genética o que son producto de la

herencia familiar, como parte de la naturaleza humana. Sin embargo, la causa principal a

través de la cual explican la violencia es el aprendizaje, resultado de haber presenciado la

forma en como se relacionaban sus padres y la manera como los trataban en su infancia;

de esta manera, los entrevistados fueron interiorizando valores, creencias y formas de

relación que aprendieron en el seno familiar y que son aprobados culturalmente y que

posiblemente les sirvió como marco de referencia para sus futuras relaciones (Bandura,

en Ramírez, 2005; Del Castillo Falcón, 2002 ). Por lo anterior encontramos una

discrepancia entre la definicion y las causas de la violencia, ya que por un lado la definen

en términos de algo natural o innato en el ser humano, pero por el otro la explican a partir

de un proceso de aprendizaje.

Nosotros concordamos en el hecho de que la violencia no es parte de la naturaleza

humana, pues aunque reconocemos que los factores genéticos pueden contribuir a la

realización de la conducta violenta, no la determinan o la condicionan como factor único

o principal. El contexto cultural y la persona misma son los determinantes para que este

potencial se ejerza o no. En este sentido, los factores biológicos no son determinantes

para justificar un acto de violencia. En realidad, la violencia es una construcción humana,

no natural, puesto que son conductas aprendidas y transmitidas a través de la enseñanza

del ser humano durante su desarrollo (Montagu, en Ramírez, 2005).

Sin embargo, vemos que, ya sea que expliquen la violencia a través del

aprendizaje o por factores biológicos, pensamos que desde su punto de vista ambas

explicaciones son utilizadas como justificaciones que evitan asumir la propia

responsabilidad sobre las conductas violentas y sobre la posibilidad de cambio. Como una
muestra de la posibilidad de cambio y de hacerse responsable de la propia conducta,

tenemos el ejemplo de Max, quien a pesar de reconocer que parte del maltrato que ejercía

en contra de su hija era resultado del maltrato que su madre ejercía hacia él, decide

romper con este patrón y buscar nuevas alternativas de relación.

Por otro lado, aunque existe un reconocimiento de que la violencia es utilizada

para dominar o controlar situaciones o a personas, aun predomina la idea de que no es un

acto conciente ni voluntario, lo cual nos sugiere que existe una importante incongruencia

entre las definiciones que presentan. Creemos que un acto que se reconoce con un fin

específico, como en este caso es someter o controlar, no puede ser inconciente e

involuntario por que posee intencionalidad (Ruiz, 2002). Probablemente no se trate de

una falta de conciencia sobre sus actos y de las consecuencias de estos, sino que creen

que es el medio mas adecuado para lograr su objetivo, siendo asi mas facil decir que es

algo de lo que no se dan cuenta o inconciente y por lo tanto que no pueden controlar o

cambiar.

En cuanto a los tipos de violencia, recordemos que los entrevistados identificaron

principalmente dos: la física y la psicológica, señalando que la segunda tiene efectos y

consecuencias más negativas que la primera.

Es posible que el reconocimiento de estos dos tipos de violencia se deba a que los

daños físicos y emocionales son más evidentes que en los otros tipos de violencia.

Consideramos que la violencia sexual y la económica no son reconocidas por los

entrevistados como formas de violencia por tres razones: la primera, por que no se

observa el daño que genera; la segunda, por que son formas de violencia con mayor

aceptación social, que se refuerzan en estereotipos y roles de género entre los que

destacan las ideas de que el hombre tiene el papel de proveedor y jefe de la familia por lo
que puede disponer y controlar tanto el dinero como la vida e incluso el cuerpo de los

suyos, y aun con más razón el de su pareja, viéndose como el dueño de su sexualidad,

mismos que son mencionados por los entrevistados y que se analizan más adelante y la

tercera porque existe un marco legal que sustenta estas formas de relación.

Es importante señalar que estas formas de violencia en ocasiones tampoco son

reconocidas por las mujeres por lo que se considera a estas actitudes como parte de la

relación de género. Luján, Vadillo y Vera (2004) en su investigación sobre los

significados que poseen las mujeres sobre violencia familiar, mencionan en sus resultados

que las mujeres no consideran la violencia sexual como una forma de abuso o como algo

que no debería de ser, si no más bien lo ven como una problemática en la relación de

pareja, al parecer porque prevalece en ellas la creencia de que su pareja tiene derecho

sobre su sexualidad. Es decir tanto en hombres como en mujeres prevalece la idea de que

la mujer debe cumplir con su rol de esposa, el cual incluye la disponibilidad de tener

relaciones sexuales cuando el esposo lo requiera.

Llama la atención que todos los entrevistados reconocen la presencia de la

violencia psicológica como un tipo de violencia que a su juicio, resulta más dañina que la

física. Esto nos lleva a pensar que hoy por hoy existe un mayor reconocimiento de esta

forma de violencia, muy probablemente por el acceso a la información sobre lo que es la

violencia y sus manifestaciones y que ellos hayan vivido violencia en su familia de

origen.

Otro tipo de violencia que fue encontrado, pero no reconocido del todo, fue el

maltrato infantil, puesto que aunque los entrevistados mencionaron que algunos métodos

para educar en ocasiones lastiman, creen que es necesario usarla como medidas

correctivas.
.

Creemos que la violencia dirigida a los niños es producto de una serie de variables

relacionadas con la familia y particularmente con los padres, quienes reproducen prácticas

tradicionales de educación, las cuales aunque son reconocidas como violentas por

nuestros entrevistados son en cierta forma aceptadas por la sociedad, ya que se hace con

el propósito de corregir las conductas inadecuadas de los niños (Villagómez, 2005). Por

otra parte, el origen del maltrato sigue siendo la mala interpretación que los adultos tienen

del derecho a la corrección (Ruiz, 2002), el cual es justificado con frases como la que

menciona Jaime al respecto: “el padre o la madre tienen que ser a veces enérgicos y es

parte también de una violencia, eso se acepta en la sociedad yucateca para la obediencia

de los hijos y se canaliza para educar bien…”.

Nos parece importante resaltar que aun cuando los participantes no identificaron

este tipo de medidas como maltrato hacia sus hijos, sí hablan de este maltrato y de sus

efectos dentro de las experiencias de su propia infancia. Partiendo de la definición del

maltrato infantil (Informe mundial sobre la violencia y la salud, 2003, en red) recordamos

que éste implica siempre un daño real o potencial para el niño. Esto sugiere que los

entrevistados sí identifican ese daño en sus personas cuando hablan de las experiencias en

las que reconocen que recibieron algún tipo de violencia de sus padres, sin embargo es

posible que consideren que sus conductas o formas de corrección no ocasionan ninguna

especie de daño hacia sus hijos, sino más bien se trata de la formación y educación de los

mismos.

Creemos que otra posible explicación a esta falta de reconocimiento de la

violencia o maltrato infantil hacia sus hijos se debe a que al comparar los

comportamientos y tratos que sus padres les dieron en su infancia y la manera en la que
ellos tratan a sus hijos, difieren en que las medidas correctivas que ellos utilizan no son

conductas violentas porque son menos intensas. Si bien es cierto que existe una diferencia

entre estas medidas que sus padres aplicaron en ellos y que identifican como experiencias

de violencia (mismas que se presentan en el apartado de experiencias por haber recibido

algún tipo de violencia), se mantiene la idea que de finalmente sí es permitido utilizar

ciertas medidas correctivas aunque lastimen a los hijos, siempre y cuando se “canalicen”

para su buena educación.

Familia de origen

En relación a la estructura familiar, se reportan familias de tipo tradicional, en

donde la madre se hace cargo de su cuidado y educación, en tanto que el padre se ocupa

de trabajar y de proveer a la familia (Gilmore, 1994).

Sobre la dinámica familiar, se reporta un padre ausente la mayor parte del tiempo

y relaciones marcadas por la violencia. Es posible que esto se deba, por un lado, al tema

de la investigación por lo que los entrevistados se sintieron comprometidos a hablar de

estas experiencias. Por otro lado, los mismos entrevistados señalaron que la violencia

familiar fue parte de sus vidas y subrayaron el impacto que ésta tuvo y ha tenido en las

mismas

Algunos mencionaron que esta ausencia del padre debido a su trabajo, se traducía

en distanciamientos y poca confianza de su parte, al mismo tiempo que la cercanía con su

madre, llegaba a los malos tratos físicos y emocionales.

Es posible que la forma en como estas familias estaban estructuradas facilitara la

dinámica y situación de violencia que reportan, en donde el padre continuamente estaba

trabajando y se mantenía alejado tanto de los hijos como de la esposa, lo que ocasionaba
la poca convivencia y relación con los mismos. Por su parte la madre era quien pasaba

mayor tiempo con los hijos cumpliendo con el papel de educarlos, cuidarlos y

alimentarlos, lo que ocasionaba que quien debía de aplicar, con mayor frecuencia,

medidas correctivas o sanciones (fueran físicas o emocionales) era ella. Las experiencias

de malos tratos que algunos de los entrevistados reportan de parte del padre tienen que

ver, además del alejamiento, con el dinero, pues era él quien lo administraba (en su papel

de proveedor) y decidía si lo daba o no.

Cabe señalar que se pueden encontrar puntos en común en la estructura y

dinámica de las familias de origen de los participantes, no hay tales coincidencias en lo

referente al nivel socioeconómico y educativo, por lo tanto, la violencia no se presenta

únicamente en los niveles sociales más carentes y con menor educación, si no que se

distribuye en diferentes sectores de la población (Corsi, 1994).

Retomaremos el papel de la familia de origen más adelante en el establecimiento

de los roles y estereotipos de género que se transmiten al interior de la misma, en el

apartado de Masculinidad-Feminidad.

Experiencias con la violencia

En esta sección analizaremos las experiencias que tienen que ver con la violencia

intrafamiliar que vivieron los entrevistados. Las primeras experiencias de las que nos

hablan se remontan a su niñez, ya que en su hogar se les posiciono en un lugar de

inferioridad en relación a la madre y al padre, por la idea de que éstos tenian la autoridad

sobre ellos y por lo tanto el derecho a utilizar cualquier medio, incluyendo la violencia

para educarlos (Ruiz, 2002; Villagómez, 2005).


Nos parece importante resaltar que en las experiencias compartidas por los

entrevistados se pueden encontrar elementos en común desde la forma en como se da la

dinámica y estructura familiar, hasta algunas experiencias con la violencia. Sin embargo

es preciso recordar que cada experiencia es única y la forma en como la vivieron, la

recuerdan y la explican depende de las circunstancias familiares, personales y

contextuales de cada uno de los participantes. Como menciona Lucas al hablar sobre su

experiencia:

Lucas: … es como una película vamos a decir, esta violencia que digo

fue de película… es una película pues que yo viví; a lo mejor

otro tipo de personas tienen otro tipo de violencia, tienen otros

orígenes, otras causas…

En relación a la tipología del maltrato infantil clasificaremos las experiencias de

los participantes con base a la propuesta de Corsi (1994) quien identifica tres tipos de

maltrato infantil: las formas activas de maltrato, las formas pasivas y el ser testigos de la

violencia. Como parte de las formas activas incluiremos los abusos o malos tratos; y

dentro de las formas pasivas estarán las experiencias de abandono fisico o emocional

(Cantón y Cortés, 1997; Corsi, 1994).

En relación a las formas activas de maltrato infantil, los participantes mencionan

distintas formas de abuso físico y emocional, como los golpes y que el padre los obligaba

a trabajar, así como algunas expresiones y actitudes de su parte que hacían ver que era él

quien tenía el control de las cosas e incluso de sus vidas como cuando los humillaban con

frases o los hacían sentir menos.

Por otro lado, también reconocieron que su madre llegó a maltratarlos. Es estos

casos, hablaron de maltratos emocionales a modo de chantajes y discusiones, así como


agresiones verbales y físicas. De la misma forma, podemos observar que nuestros

resultados coinciden con los de Martha Ramírez (2002) en su trabajo con hombres que

ejercían violencia. Esta autora plantea que los padres de éstos los violentaban a través de

la fuerza física y el abandono material y afectivo, mientras que las madres, aunque

también golpeaban, recurrían más a la violencia psicológica para ejercer dominio sobre

los niños a través de la indiferencia y la omisión de afectividad, las amenazas y la

manipulación emocional. En el caso de nuestros entrevistados, se puede identificar que sí

hay un reconocimiento de la violencia que ejercía la madre, aunque se justifica en

términos de una “potestad incuestionable”. De esta forma creemos que, en relación al

padre, los participantes reconocen y recuerdan formas de maltrato y que son definidas

como violencia, pero en el caso de la madre, aun cuando también se identifican los

episodios de violencia, muestran mayor resistencia a reconocerlo y a referirse a la madre

como una mujer violenta hacia ellos.

Por último, al recordar las experiencias de abuso sexual de las que hablaron Max y

Reinaldo, Corsi (1994) plantea que en más del noventa por ciento de los casos quien

ejecuta el abuso es varón, además de que ocho de cada diez casos de abuso, son

ejecutados por una persona conocida por el niño. Por lo que creemos que es un mito el

que se crea que el abuso y las violaciones suceden en lugares peligrosos y oscuros, y son

ejecutados por un desconocido, ya que en las experiencias que nos relataron estos

entrevistados, eran personas cercanas y con quienes mantenian un vinculo afectivo. Nos

parece importante resaltar que de siete sujetos de investigacion, dos de ellos hayan

hablado y recordado el abuso como parte de su experiencia en la infancia, sobre todo por

el hecho de que existe la creencia de que un porcentaje minimo de los hombres son

victimas de abuso sexual (COVAC y UNICEF, 1994/1995). Es muy posible, que este
bajo porcentaje se debe más que la ausencia del abuso a que los hombres que viven una

situacion de abuso sexual tienden a ocultarlo, tal vez por miedo al estigma social, ya que

el abuso es asociado con lo femenino y el haberlo vivido pone en duda su masculinidad.

En cuanto a las formas pasivas de violencia, mencionan situaciones de abandono

físico de ambos padres especialmente cuando no estaban con ellos por motivos de trabajo,

aunque esta es mencionada en menor frecuencia. Sin embargo observamos que en el caso

de la figura paterna, a excepción de Rodrigo que reportó que su padre murió cuando él

tenía dos años de edad, el resto de los entrevistados reportan abandono emocional al

sentirlo como lejano y un tanto ajeno a lo que les sucedía como hijos en sus emociones,

sentimientos y necesidades de afecto. Recuerdan al padre como desapegado y sin mayor

involucramiento con ellos (Cantón y Cortés, 1997).

Por último, algunos participantes hablaron de su experiencia como testigos de

violencia, al recordar haber visto distintas formas de violencia que sus padres ejercían

sobre sus madres. En estos casos, aun cuando el acto violento no era dirigido a ellos, lo

recuerdan como un daño por haber sido observadores de estas situaciones y por que

finalmente la violencia tuvo efectos negativos al interior de sus familias, ya sea generando

conflictos o separándolos física o emocionalmente.

Nos parece importante señalar que Salmerón e Hidalgo (en Fortes y Trujillo,

2002) identifican algunos factores o variables que facilitan una situación de maltrato

infantil y finalmente de violencia intrafamiliar. Aseguran que situaciones como la

estructura y composición familiar, el contexto socioeconómico-cultural, la situación

laboral de los miembros de la familia y las relaciones entre los padres y los hijos,

alcoholismo de uno de los padres, ausencia de uno de los progenitores, entre otras,

pueden llegar facilitar que el maltrato infantil se lleve a cabo.


Al respecto podemos observar que, en el caso particular de nuestra población, los

aspectos socioeconómicos no fueron una variable determinante en la violencia que

vivieron los hijos y las esposas ya que las familias de origen de los entrevistados (como

también sus propias familias) son de distintos niveles socioeconómicos, así como de

diferentes niveles educativos. Sin embargo, sin encontramos algunos factores que se

repiten en los discursos de los participantes en relación a sus experiencias de violencia en

su infancia y como hijos de familia: a) la dinámica y estructura familiar; b) el alcoholismo

de uno de los progenitores y c) la ausencia (física o emocional) de uno o ambos padres.

Si bien, el ámbito familiar no es el único espacio en el que se viven situaciones de

violencia y maltrato, ya que también pueden presentarse en otras instituciones como la

escuela, el gobierno, la sociedad, etc.; sin embargo, creemos que son las experiencias de

violencia al interior de la familia las que pudieran recordarse de manera más significativa,

tal y como lo compartieron los entrevistados, ya que al pedirles que nos hablaran de las

situaciones en las que han sido receptores de algún tipo de violencia, la totalidad de sus

experiencias más significativas sucedieron al interior de sus familias.

Por lo anterior, coincidimos con Martha Ramírez (2002) al hablar del “padecer

masculino” en términos de que los hombres, además de ejercer violencia desde una

posición de superioridad, también han la han experimentado desde una posición de

inferioridad en su niñez. Por lo anterior podemos ver el impacto y papel que ha tenido en

la vida de los participantes el haber vivido una situación de violencia intrafamiliar,

particularmente cuando intentan explicar sus propias conductas violentas. De aqui que en

los casos en los que se ha sufrido violencia intrafamiliar en la familia de origen, podemos

observar un efecto cruzado al considerar su relación con el género dando como resultado
que los varones se identifiquen con el agresor interiorizando lo que alguna vez sufrieron

pasivamente (Corsi, 1994).

Por otra parte y en relación a las situaciones en las que los participantes

reconocieron haber ejercido algún tipo de violencia al interior de la familia, podemos

clasificar las experiencias en base a quien iba dirigido el acto violento, siendo hacia su

pareja y hacia sus hijos (maltrato infantil). En general nos llama la atención que si bien la

totalidad de los participantes reportaron haber lastimado de manera fisica en algún

momento a sus parejas, la mayoría de ellos se refiere a estas situaciones como eventos de

muy poca frecuencia, además de resaltar que únicamente lo han hecho de manera

psicológica y emocional. Al respecto Castañeda (2002) menciona que al parecer los

hombres están pasando de una actitud dominante que golpea, castiga y daña a las mujeres

a una intimidación psicológica que no revela necesariamente un cambio en ellos.

Esto nos lleva a pensar que el reconocimiento de la violencia aun es parcial por

parte de los hombres. Reconocen formas de violencia física y psicológica, en función de

sus experiencias pasadas, por la relación actual con sus parejas y por el acceso a la

informacion a este tipo de temas. En sus discursos se pudieron detectar diversas creencias

en torno al manejo del dinero y en relación al control de la sexualidad de la pareja y celos,

que sugieren que los entrevistados ejercen diversas formas de violencia económica y

sexual, pero que como mencionamos anteriormente no se ven como tales.

Sobre el maltrato infantil reportado hacia sus hijos, las formas de maltrato tienen

que ver con: a) maltrato físico y emocional a modo de golpes y por no creerles a sus hijos;

b) abandono físico y emocional, debido a que uno de ellos pasó mucho tiempo fuera de

casa por su trabajo, lo que en consecuencia los distanció; y c) maltrato por el hecho de

que sus hijos presenciaron la violencia.


En el apartado de tipos de violencia y maltrato infantil mencionamos nuestras

impresiones respecto a que los entrevistados no reconocieran como una forma de

violencia, ciertos comportamientos o actitudes que tienen con sus hijos. Al respecto

podemos decir que por sus respuestas y por la poca mención de este tipo de violencia

intrafamiliar, sugieren que aun piensan que como padres tienen la autoridad para recurrir

a ciertas medidas correctivas con sus hijos, sin llegar a medidas “extremas” que a su

juicio, de verdad los lleguen a lastimar.

Sentimientos ante las experiencias de violencia

Como ya hemos mencionado, los sentimientos que los entrevistados reportaron

como más significativos al recordar las situaciones en las que recibieron violencia son la

humillación o sentirse avergonzado, inferioridad; sentimientos de coraje, enojo o ira, y la

sensación de haber sido muy lastimados.

Por otro lado, también hablaron del enojo, la ira y la frustración antes de ejercer

un acto violento y de arrepentimiento, tristeza y malestar por haberlo ejercido.

Sobre esto, nos parece importante retomar las ideas de Martha Ramírez (2002) en

relación a los sentimientos que tienen los hombres cuando ejercen violencia.

Compartimos la idea de que existe una serie de sentimientos de ambivalencia: por un lado

ira, enojo y frustración antes diversas situaciones al interior de la familia, que los lleva a

hacer uso de la violencia; por otra parte, sentimientos de arrepentimiento y tristeza por

haber lastimado a un miembro de su familia. Como se señala líneas antes, esto nos

permite conocer en qué medida los hombres vivieron situaciones de subordinación y

violencia en su infancia. Por otra parte, permite reconocer el abanico de sentimientos que

un hombre presenta cuando ejerce un acto violento. Es decir, reconocemos que los
hombres realmente sienten el dolor, la tristeza y el arrepentimiento por haber lastimado a

una persona, especialmente si es de su familia; sin embargo, podemos constatar que estos

sentimientos no implican necesariamente que las conductas violentas disminuyan o

desaparezcan, ya que al parecer la violenca es cíclica en sus formas de relacion con su

pareja e hijo (Corsi, 1994).

Sin embargo creemos necesario poner especial atención en los sentimientos de

estos varones como parte de los resultados de esta investigación, por que inicialmente, no

contemplamos hablar de éstos en nuestro esquema de entrevista, sino al momento de la

misma surgieron como una necesidad sentida de los propios entrevistados al insistir en

compartirnos sobre los sentimientos experimentados en su infancia, así como aquellos

experimentados en su relación de pareja.

Estos resultados nos permite cuestionarnos algunas creencias con las que nos

encontramos a los largo de esta investigación. Por un lado, al consultar el material

bibliográfico, nos topamos en su mayoría, con una idea de hombre violento que

comúnmente sólo es capaz de sentir ira, enojo, coraje, etc. Pocos autores, nos hablan de

los sentimientos que experimenta un hombre después de ejecutar un acto violento, como

si le quitaran peso a los sentimientos de arrepentimiento o de malestar, reforzando la idea

de que los hombres que ejercen algún tipo de violencia tienen un deseo incontrolable de

poder y dominio, que en consecuencia los lleva incluso a lastimar en repetidas ocasiones

a su pareja e hijos, o que son “pobres, borrachos y enfermos” (Corsi, 1999). Por otra

parte, también se piensa que únicamente sus experiencias traumáticas determinan su

sentir actual y estos sentimientos son el producto de lo vivido en la infancia.

Al respecto, reconocemos que finalmente las experiencias pasadas influyen en las

formas actuales de relación y de solución de conflictos, pero también creemos que junto
con éstas, la violencia, entendida desde el género, posee una carácter relacional y que por

lo mismo, los sentimientos que los entrevistados compartieron no sólo nos hablan de su

padecer (Martha Ramírez, 2002) en la infancia, sino de su padecer y de cómo se sienten

en su relación actual, en relación y en la interacción con su pareja.

Esto nos genera diversas reflexiones sobre el papel de estos sentimientos en el

fenómeno de la violencia: ¿El hecho de que algunos de ellos definan la violencia como

una enfermedad, refleja su malestar sobre ella, más allá de algo que disfruten? ¿Si

conciben la violencia como una forma de defensa, qué es lo que perciben que los está

amenazando? ¿Como psicólogos, cuál es la importancia de trabajar con los sentimientos

de los hombres que ejercen algún tipo de violencia?

Cambios en la manifestación de comportamientos violentos

Los factores principales a los cuales los participantes les atribuyen su cambio son:

que la pareja les hiciera notar que sus conductas le estaban produciendo un daño y les

marcaran un alto, y por sus hijos, ya sea porque se sentían avergonzados de su actitud,

porque no les gustaría que viviesen lo mismo que ellos o porque consideraban que no

eran un buen ejemplo (Ramirez, 2000). Sin embargo, aunque en algunos casos el cambio

es motivado por factores externos, podemos ver que quien decide finalmente son ellos.

Por otra parte, vemos que aunque algunos de nuestros entrevistados reportan cambios en

sus actitudes, no lo hacen en sus creencias, lo cual los lleva a utilizar un tipo de violencia

simbolica, recordando que con esto nos referimos a las formas de violencia que se ejercen

sobre una persona (o agente social), con su aparente complicidad o consentimiento al

existir una aceptación social de este ejercicio de poder y de subordinación, por lo que lo
simbólico no requiere justificación y es tomado como natural (Bourdieu, en Lamas,

1996).

Cabe señalar que estas acciones de cambio en los entrevistados incluyen

únicamente las que se refieren a la violencia física y a la emocional, puesto que dentro de

su significado no se encuentra la violencia económica, la sexual ni el maltrato infantil, al

ser precisamente formas de violencia simbolica que poseen una aparente aceptacion

social, por lo que es posible que se sigan manteniendo estos tipos relación.

En relación a los cambios que reportaron es importante subrayar que dos de los

entrevistados se refirieron a la autonomía y a su propia capacidad, tanto de darse cuenta

como de decidir continuar o no ejerciendo algún tipo de violencia. Esto nos confirma que

la violencia no es algo instintivo e imposible de controlar y que a pesar de que reconocen

que en ocasiones les ha sido difícil controlar sus conductas, también señalan que son

capaces de darse cuenta del daño que producen y de decidir ejercer o no un acto violento.

Todo lo anterior nos lleva a preguntarnos ¿Qué se está trabajando en la práctica

terapéutica tanto individual como grupal, que a pesar del trabajo que se realiza los

avances son escasos? ¿Será que en la práctica se le está dando más peso al cambio de

conductas que al cambio de creencias al interior de una relación?

Masculinidad- Feminidad

Este apartado se hace un análisis de la creencias e ideas que los entrevistados

sobre cómo creen que debe ser un hombre y una mujer, así como los roles que consideran

debe de desempeñar cada uno y su relación con la violencia familiar, tratando de dar

respuesta a la segunda pregunta que guió esta investigación: ¿cuáles son los factores
culturales e ideológicos, tanto explícitos como implícitos, que intervienen en el ejercicio

de la violencia

Es importante hacer notar que sus respuestas dan énfasis en “lo que cada uno debe

hacer según su sexo” a través de sus respuestas es posible considerar que para ellos, sexo

y género tienen el mismo significado y por lo tanto los atributos psicológicos y las

actividades tanto del hombre como de la mujer son determinados por la naturaleza, es

decir por haber nacido hombre o mujer. Es decir que los aspectos relacionados con la

cultura, los atributos sociales y psicológicos de los sujetos, las formas de

comportamiento, las actitudes, las relaciones, las actividades, así como el lugar que

ocupan en relación con el poder, se atribuyen al sexo, es decir, las formas de ser hombre y

mujer son calificadas como características sexuales y por lo tanto como parte de una

naturaleza humana (Lagarde, 1997). Por lo que es posible suponer que la legitimación del

ejercicio de la violencia de parte de los varones hacia las mujeres y sus hijos e hijas, esté

anclada en la naturalización de los sexos. Sin embargo, creemos que aunque existan

diferencias que son originadas por aspectos biológicos, no hay que ya que perder de vista

que la predisposición biológica no es suficiente por sí misma para provocar un

comportamiento que sea exclusivo de un sexo u otro.

Tomando en cuenta lo anterior, podemos decir que cada individuo construye su

identidad genérica a partir de los criterios establecidos por su propia sociedad. Siguiendo

con el transcurso de estas ideas, Gergen (1996) postula que las formas mediante las cuales

obtenemos la comprensión del mundo y de nosotros mismos son el producto de

intercambios sociales y culturales, por lo cual podemos afirmar que los atributos

considerados como masculinos y femeninos son en realidad construcciones sociales


Como se dijo anteriormente los entrevistados mencionaron que las diferencias que

existen entre hombres y mujeres únicamente surgen a partir de cuestiones naturales, es

decir, atribuyen a la biología las características que ven en las personas como masculinas

o femeninas, y a los cuerpos los clasifican como hombres o mujeres, por lo que se

terminan diciendo que una mujer y un hombre son y actúan como lo hacen porque son

hombres o mujeres, es decir dicen que son “propias de su sexo”. Así mismo, clasifican

estas diferencias en dos grupos: lo que un hombre y una mujer deben de hacer (roles de

género) y cómo idealmente debe de ser cada uno (estereotipos de género). Para entender

con claridad cada una de estas clasificaciones las dividiremos para su mejor comprensión.

Entre los estereotipos que identificamos que los hombres le atribuyen a las mujeres,

se encuentra el hecho que para ellos ser femenina es sinónimo de verse físicamente como

mujer y estar en contacto con su lado sensible, lo cual hace que vean como parte de la

naturaleza de la mujer que sea comprensiva, suave, dulce, afectiva, frágil, dependiente,

tímida, coqueta, insegura, pasiva, monógama, virgen, abnegada, apegada a la casa

tolerante, que pueda expresar sus emociones, que sea servicial, entre otras cualidades que

son de carácter emocional (Ander-Egg, en Fajardo y Ricalde, 2004).

En cuanto a los roles que los hombres identifican en las mujeres, principalmente

prevalece la creencia de que las mujeres deben ser hogareñas, es decir, ver por el cuidado

de la casa y hacerse cargo de las labores domésticas, cuidar de los hijos y del esposo y

velar por la educación de sus hijos, al parecer los hombres tienen la expectativa que sus

parejas los atiendan, esto es, quieren recibir servicios domésticos y atenciones, esperan

que ellas hagan cosas que los agraden, una forma de lograr esta expectativa es si ellas se

convierten en mujeres de hogar, el centro de esta expectativa masculina es el deseo de que

la vida de su pareja gire en torno a él, luego a sus hijos y después su hogar, dejando a un
lado otros intereses personales ajenos a su relación de pareja; estos hombres no se oponen

a que su pareja trabaje, siempre y cuando no descuide sus responsabilidades como mujer

de la casa (Montoya, 1998). Para complementar nuestras ideas, Luján, Vadillo y Vera

(2004) reportaron que las mujeres que participaron en su estudio también mencionaron un

listado de responsabilidades que les corresponden con base a su género y que comprenden

varios deberes y obligaciones que responden al requerimiento tradicional de ser mujer en

nuestro contexto. A continuación presentamos el discurso que las mujeres:

Virginia: (La mujer) tiene que atender a sus hijos, arreglar la casa, hacer

la comida. Si tienes marido atender a tu marido…

Ligia: … pues cuando llegan sus amigos y lo atiendo, él me lo ha

dicho, que soy una buena mujer, que los he soportado mucho…

yo me desvivo por atenderlo lo mejor que yo pueda (al marido).

Manuela: (A los niños) los llevo a la escuela, me levanto y les doy de

comer, voy por los niños, le vuelvo a dar de comer, cumplo con

mi papel de mamá (en Vadillo et.al 2004, p. 184).

Podemos observar que existen importantes semejanzas entre los discursos de los

participantes de esta investigación y las mujeres de la investigación de Luján, Vadillo y

Vera (2004) sobre los roles que esperan cumpla una mujer en función del género. Estas

semejanzas nos parecen muy importantes por la relación que guardan con la violencia de

género, pues tal parece que la mujer se ha visto atrapada en un determinismo histórico de

tipo económico que le ha hecho aceptar la posición que la sociedad le confiere en

términos de dependencia hacia el hombre; como menciona Lamas ( 1996) son

precisamente los comportamientos y responsabilidades que aprendió que debe realizar


como mujer los que la han colocado en una posición de inferioridad frente al hombre y

que facilitan el surgimiento de la violencia de género (Lamas, 1996).

Creemos que la violencia como una práctica social, no es mantenida de manera

exclusiva por uno u otro género, independientemente de la posición o beneficios que cada

uno de los sexos tenga, sino que ambos comparten ideas y creencias sobre lo que es ser

mujer y hombre y lo que cada género debe hacer. Tal y como señalan Giberti y Fernández

(en Luján et al., 2004), la violencia, así como la desigualdad y la discriminación, forman

parte de un ciclo de realimentación mutua que se despliega a través de su producción

social, con diversas formas de aceptación social que finalmente las legitiman; la violencia

es constitutiva de las relaciones entre los géneros.

Por otra parte, los entrevistados también manifestaron sus creencias sobre lo que

es y hace un hombre. Nos parece oportuno resaltar que muchas de estas creencias (de

estereotipos y roles) forman parte de lo que se ha definido como masculinidad y aunque

esta investigación no buscó conocer los significados de los hombres yucatecos sobre la

masculinidad, de alguna manera se hacen presentes porque estas creencias sustentan el

ejercicio de la violencia.

Entre los estereotipos de género se encuentran los que los la máxima autoridad de

la casa, además de ser independientes, libres individualistas, objetivos, racionales y jueces

en última instancia. Como vemos, en los discursos de los entrevistados resaltan las

cualidades racionales que suponen debe poseer siempre un hombre, así como las

relacionadas con ser el rector u juez de las cosas y del hogar. Subrayan que un hombre no

es una “nenita” (mujer) por que cumple con su palabra y por que es coherente con lo que

dice y hace como hombre. Afirman que el no tener alguna de estas características llega a

ser motivo de burla y de severas críticas por parte de otros hombres.


Por otro lado, Barrios (2003) habla de un ideal mexicano de ser varón que

implicaría ser un hombre casado y con hijos, con varias parejas, rural o citadino, católico,

heterosexual y con poder económico o de otra índole. Los participantes no mencionaron

todas estas pero sí comparten algunas, como el hecho de estar casados y tener hijos, ser

heterosexuales y que se vean a sí mismos como personas que poseen el poder o control

sobre ciertas situaciones e incluso personas. Los entrevistados coinciden pues en cierto

modelo o ideal de lo que debe ser un hombre y que reconocen como algo necesario en un

varón para que pueda ser definido como tal; encontrándose en sus discursos ciertas

consecuencias que han vivido en determinados momentos y diversos ámbitos de sus

vidas, por no cumplir con este modelo y con las expectativas de ser hombre.

Los entrevistados reconocen este ideal del ser varón como algo que así debiera de

ser, pero que no siempre es posible o fácil de cumplir y que cuando no lo hacen, tienen

que afrontar fuertes reprimendas como la crítica, el rechazo e incluso la discriminación de

otros hombres, especialmente cuando sus actitudes o comportamientos corresponden más

a lo que definen como femenino.

En relación a lo que piensan que los hombres deben de hacer, dijeron que son los

responsables del sustento del hogar, les toca vigilar la educación que los hijos reciben,

especialmente cuando hay faltas y se debe poner disciplina, así como también creen que

son quienes toman las decisiones importantes dentro del hogar y cuando se necesita,

deben también corregir a la esposa, por lo tanto, el hecho de que se use la violencia como

medio para lograr este objetivo es válido para ellos, ya que lo justifican en el

cumplimiento de su deber.

En general podemos decir que los entrevistados resaltaron el papel de proveedor

del hombre al interior del hogar, así como el principal responsable de que las cosas se
hagan de manera correcta en su familia. También se menciona que al hombre le toca lo

más difícil al tener que trabajar para mantener un hogar. Uno de los entrevistados da un

claro ejemplo de la importancia que tiene para él, como varón, poseer el poder económico

que se menciona líneas antes, para poder cumplir con sus responsabilidades de hombre y

proveedor de la familia. Así, la masculinidad se ve como algo deseable pero que al mismo

tiempo los hombres perciben como una carga que hay que cumplir.

El género en tanto categoría relacional, nos señala que es posible decir que las

concepciones en torno el deber ser de hombres y mujeres es compartido por ambos.

Retomando la investigación de Luján et al. (2004), podemos encontrar nuevamente

importantes coincidencias entre lo que las mujeres y los hombres creen que les

corresponde hacer a cada uno. Las autoras señalan que las mujeres entrevistadas

consideran que “las tareas de los hombres con respecto a su familia consisten en dar la

manutención de los hijos, proteger a los miembros del hogar, proporcionarles vestido,

calzado, formación académica y ser los responsables de poner los límites en la casa” (p.

186), entre las más importantes.

Conclusiones

A continuación presentamos las conclusiones de la presente investigación y las

clasificamos en dos tipos: las primeras se relacionan con los aspectos teóricos y los

resultados de la investigación, y las segundas, con el proceso de cambio que los

investigadores tuvimos a lo largo del proyecto.

Dando respuesta al objetivo general de la investigación, el cual fue conocer cómo

los hombres explican y entienden la violencia intrafamiliar a partir de sus significados y

experiencias sobre la misma, podemos observar que los hombres de esta investigación
explican la violencia como una respuesta instintiva, consideramos desde nuestra

perspectiva que la violencia es una construcción social que se ha utilizado en la

resolución de conflictos al interior de relaciones desiguales. Creemos que los factores que

ellos mencionaron no determinan la aparición de la conducta violenta, si no más bien

pueden favorecer su ejercicio ya que la violencia es un fenómeno multicausal.

En cuanto a los tipos de violencia que los entrevistados reconocieron se encuentra

la violencia física y la psicológica. Por otro lado, no mencionan la violencia económica,

sexual ni el maltrato infantil, al ser formas de violencia simbolica. Consideramos que esta

falta de reconocimiento es posiblemente un importante factor que contribuye a que la

violencia se siga ejerciendo y se mantenga al interior de las relaciones familiares.

Siguiendo con esto, nos parece importante retomar de manera particular el maltrato

infantil por el impacto que tiene en la persona misma y en las futuras generaciones, ya

que aunque se reconoce como una forma de agresión, continua presentándose y

justificándose desde la idea de que más que una forma de violencia es una forma de

educación y de corrección a los hijos. También podemos observar una importante

diferencia entre las experiencias de violencia intrafamiliar y maltrato infantil que los

entrevistados reportaron sobre sus familias de origen, y las formas de violencia que ellos

reconocieron que han ejercido. Denotando cambios de una generación y otra, en cuanto a

las manifestaciones de estas conductas violentas y malos tratos al interior de la familia.

Sin embargo podemos ver que aun cuando a nivel comportamental hay una disminución

en la intensidad y frecuencia, ciertas creencias sobre el maltrato infantil aun permanecen

en el discurso de los entrevistados. Esto nos lleva a preguntarnos ¿hasta dónde es válido

usar este tipo de medidas correctivas?, ¿quién decide la intensidad y la forma más

adecuada de educar?, ¿qué criterios hay que utilizar para poner un castigo?, ¿según
quien?, ¿qué otras alternativas existen o podemos usar para educar?, ¿se podría educar a

través del diálogo? Consideramos que una de las razones que pueden dificultar que exista

una educación sin violencia, es pensar y mantener la creencia de que los niños y niñas son

seres que no piensan o que no tienen el criterio y la capacidad de darse cuenta de lo que

sucede a su alrededor ni de tomar decisiones sobre sus propias vidas. Por lo tanto,

tampoco se les concibe como sujetos de derecho.

En relación a las familias de origen de los entrevistados, podemos ver que reportan

experiencias de violencia tanto del padre como de la madre, distinto a lo que se podría

pensar en cuanto a que los hombres son los únicos o quienes con mayor frecuencia

ejercen la violencia. Sobre esto, Luján et al. (2004) y Ramirez reportan en las

conclusiones de sus investigaciones, que efectivamente ambos padres ejercen violencia,

sólo que la diferencia en el ejercicio de la misma radica en que en la madre se justifica

con la idea de que ella lo hace como parte de la educación y disciplina de los hijos, ya que

es el ejercicio de una potestad incuestionable, mientras que si el padre la ejerce, ésta sí se

valora como violencia. Es importante hacer notar que en nuestros resultados, los

entrevistados coinciden con este punto de vista ya que ellos sí consideraban como

violencia la forma en la que eran tratados por sus padres, mientras que justificaban el trato

de sus madres, posiblemente por la relación cercana que tenían con ellas.

Otro punto importante de resaltar, tiene que ver con los sentimientos que se

generan en los hombres después de un episodio de violencia, puesto que ninguno habla de

sentirse bien después del acto violento, reconocen que muchas veces se sienten culpables

y arrepentidos por haberlo hecho. Esto nos arroja que realmente las personas que ejecutan

algún acto violento, en este caso los hombres, no lo hacen por placer, sino porque han

aprendido que la violencia puede ser un medio para solucionar problemas. Sin embargo,
al darse cuenta que con su comportamiento lastiman a otras personas, algunos buscan

nuevas alternativas de relación, lo cual ha generado cambios en ellos. Esto no significa

que siempre que una persona se siente arrepentida por ejecutar un acto violento, tenga

necesariamente que dejar de hacerlo o tenga que cambiar, pero no implica que sus

sentimientos no sean genuinos.

Por lo anterior, nos parece que en el trabajo terapéutico, independientemente del

enfoque, es importante trabajar con las conductas, con los sentimientos y con las

creencias que están inmersas en una situación de violencia. Creemos que cuando se

trabaja con lo que una persona siente (tanto del pasado, como del presente) y con lo que

cree, específicamente en lo referente a lo que son y hacen los hombres y las mujeres, es

posible que los cambios sean más profundos y por lo tanto permanentes.

Existe un aspecto que nos parece fundamental subrayar y hacer notar, que se trata

de la capacidad de decisión sobre la propia vida que cada persona tiene. Algunos de los

entrevistados dijeron que se daban cuenta de las consecuencias que sus conductas estaban

teniendo en sus vidas situación que los motivó al cambio como se menciona

anteriormente; de igual forma, uno de ellos cree que como personas somos capaces de

decidir lo que queremos y no queremos ser y hacer en nuestras vidas. Por lo tanto,

creemos que el ser humano no es un ser determinado ni por su naturaleza biológica, social

o histórica-cultural, sino que es capaz de decidir quien es y lo que hará en su vida. Por lo

tanto es posible que encuentre nuevas formas de relacionarse sin violencia y de manera

satisfactoria y plena, ya sea utilizando sus propios recursos o con el apoyo de otros.

Por último, y respondiendo a la segunda pregunta de investigación en relación a

cuáles son los factores culturales e ideológicos que intervienen en el ejercicio de la

violencia, presentes en el discurso de los entrevistados, podemos ver que se basan


principalmente tanto en los estereotipos como en los roles que asignan a hombres y a

mujeres, desde su construcción de masculinidad y feminidad y que los explican desde la

naturaleza biológica de cada sexo. Creemos que muchos de los estereotipos y roles que se

esperan que hombres y mujeres cumplan forman parte de un orden social genérico de

poder que puede ser definido como patriarcado y que se funda en un modo de dominación

cuyo modelo suele ser el hombre y que asegura su supremacía y la inferiorización de lo

femenino (Lagarde, 1997). Sin embargo este sistema patriarcal no es mantenido y

reproducido única y exclusivamente por los hombres, sino que ambos géneros comparten

importantes creencias acerca de lo que a cada uno le corresponde al interior de las

familias y lo transmiten a sus miembros de diferentes formas; y son estas diferencias entre

el ser y hacer de hombres y mujeres lo que en muchos casos facilita la ejecución de la

violencia intrafamiliar. Agnes Heller (en Montesinos, 2002) habla de la autonomía que

poseen las familias al momento de transmitir valores y tradiciones culturales, y que los

progenitores son los principales miembros que determinan qué aspectos mantienen y

cuales no. Podemos ver pues que al interior de las familias de los entrevistados, así como

dentro de sus familias de origen, se han mantenido, tanto por el padre como por la madre,

estereotipos, roles y estilos de relación que se basan en las desigualdades de género y que

perpetúan y legitiman el uso de la violencia no sólo con la pareja, sino también con los

hijos.

Para terminar, queremos compartir las conclusiones a las que llegamos de manera

personal como investigadores, a lo largo de este proyecto. Podemos decir que aunque

ambos (Claudia y Sergio) vivimos procesos únicos y diferentes, compartimos la

experiencia de cambio acerca del tema de la violencia y de clasificar a los hombres como

“violentos”, “golpeadores” o “abusadores”. Iniciamos este proyecto pensando que los


varones, por el simple hecho de serlo, eran naturalmente violentos y con tendencias al

dominio y control de las mujeres y de otras personas. Sin embargo, tras compartir las

experiencias, significados y sentimientos de los hombres que colaboraron es nuestra

investigación, creemos que el fenómeno de la violencia intrafamiliar va más allá de

culpabilizar a los hombres y victimizar a las mujeres, pues es necesario entenderlo como

una responsabilidad compartida, en donde tanto el hombre como la mujer son parte activa

de su relación. No nos referimos a la conducta o acto violento, ya que esta es

responsabilidad de quien la ejerce; hablamos del sistema de creencias que mantienen y

reproducen estilos de relación desiguales, estereotipos y roles de género que contribuyen

al ejercicio de la violencia.

De igual manera nos dimos cuenta de lo necesario que es explorar estos temas con

una actitud abierta, sin prejuicios y sin etiquetar a las personas involucradas en el

fenómeno. En nuestro caso, fue importante el mirar de esta manera a los participantes de

la investigación, pues nos permitió conocer discursos y realidades alternativos sobre sí

mismos y sobre la violencia; diferentes y al mismo tiempo complementario de lo que

comúnmente se dice sobre los hombres que ejercen algún tipo de violencia.

Por último, queremos mencionar que después de la experiencia con los

participantes, vemos que una conversación puede tener beneficios terapéuticos cuando

existe una escucha activa, interés en la otra persona y se le entiende desde su propio

marco de referencia. De esta forma, es posible que en estas conversaciones se produzca

un darse cuenta de aspectos y se cambie la percepción que se tiene de ciertas cosas o de sí

mismo.
Recomendaciones

Entre las principales recomendaciones para futuras investigaciones sugerimos las

siguientes:

a) Realizar una investigación exploratoria que permita conocer las ideas que

sustentan la falta de reconocimiento de la violencia económica y sexual y cómo

son percibidas al interior de las parejas y de los niños.

b) Seguir investigando sobre la construcción de la identidad masculina en nuestro

contexto, y su relación con la violencia, ya que los datos sugieren que para “ser

hombre” o “sentirse hombre”, está asociado a la posibilidad de control y de

autoridad sobre otros.

c) Conocer como los discursos sociales, científicos y la educación, siguen

propiciando una autoridad incuestionable de los adultos hacia los infantes

reforzando la violencia como medida correctiva.


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