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PRÁCTICAS DEL LENGUAJE Nº 4
Formación de lectores
propuestas para alumnos de 2º Ciclo
Año 2007
Este material fue remitido en las III Jornadas Institucionales y
sugerido para la capacitación a través de los Equipos Técnicos
Regionales
2
Propuestas de lectura
1- Secuencia didáctica: Abuelitas eran las de antes… “La del once ‘Jota’”1, de
Elsa Bornemann. (Para 5º y/o 6º año)
El cuento “La del once ‘Jota’” es la historia de una abuela malvada, muy
malvada, con claros visos de brujería. Su riqueza -la del cuento- en buena medida
descansa aquí: sacude la mirada más tradicional acerca de las “abuelitas”, entre las
cuales sin duda la más famosa es la indefensa anciana de Caperucita Roja, quien nos
ubicaba en la tranquilidad de los buenos vínculos familiares.
Cuesta creer que una abuela no ame a sus nietos, pero existió la viuda de R.,
mujer perversa, bruja del siglo veinte que sólo se alegraba cuando hacía daño. La
viuda de R. nunca había querido a ninguno de los tres hijos de su única hija. Y mucho
menos los quiso cuando a los pobrecitos les tocó en desgracia ir a vivir con ella,
después del accidente que los dejó huérfanos y sin ningún otro pariente en océanos a
la redonda.
1
Los Equipos Técnicos Regionales disponen también de este material; si el director lo considera
interesante, puede solicitar el apoyo de los Asistentes en su escuela, de común acuerdo con el Inspector.
2
En: Bornemann, Elsa (2005) ¡Socorro! (12 cuentos para caerse de miedo). 2ª edición. Buenos Aires:
Alfaguara. (1ª edición 1988).
3
Durante los años que vivieron con ella, la viuda de R. trató a los chicos como si
no lo hubieran sido. ¡Ah... si los había mortificado! Castigos y humillaciones a granel.
Sobre todo, a Lilibeth -la más pequeña de los hermanos- acaso porque era tan dulce y
bonita, idéntica a la mamá muerta, a quien la viuda de R. tampoco había querido -por
supuesto- porque por algo era perversa ¿no? Luis y Leandro no lo habían pasado
mejor con su abuela pero -al menos- sus caritas los habían salvado de padecer una
que otra crueldad: no se parecían a la de Lilibeth y -por lo tanto- a la vieja no se le
habían transformado en odiados retratos de carne y huesos.
El caso fue que tanto sufrimiento soportaron los tres hermanos por culpa de la
abuela que -no bien crecieron y pudieron trabajar- alquilaron un departamento chiquito
y allí se fueron a vivir juntos.
Pasaron algunos años más.
Luis y Leandro se casaron y así fue como Lilibeth se quedó solita en aquel 11
“J”, contrafrente, dos ambientes, teléfono, cocina y baño completos, más balconcito a
pulmón de manzana.
Lili era vendedora en una tienda y –a partir del atardecer- estudiaba en una
escuela nocturna.
Un viernes a la medianoche –no bien acababa de caer rendida en su cama– se
despertó sobresaltada. Una pesadilla que no lograba recordar, acaso. Lo cierto fue
que la muchacha empezó a sentir que algo le aspiraba las fuerzas, el aire, la vida.
Esa sensación le duró alrededor de cinco minutos inacabables.
Cuando concluyó, Lilibeth oyó –fugazmente- la voz de la abuela. Y la voz
aullaba desde lejos:
-Lilibeth... Pronto nos veremos... Liiilibeeeth... Liliii... Liliii...
La jovencita encendió el velador, la radio y abandonó el lecho. Indudablemente,
una ducha tibia y un tazón de leche iban a hacerle muy bien, después de esos
momentos de angustia.
Y así fue.
Pero –a la mañana siguiente- lo que ella había supuesto una pesadilla más
comenzó a prolongarse, aunque ni la misma Lili pudiera sospecharlo todavía. Las
voces de Luis y Leandro –a través del teléfono- le anunciaron:
-Esta madrugada falleció la abuela... Nos avisó el encargado de su edificio...
sí... te entendemos... Nosotros tampoco, Lili... pero... claro... alguien tiene que hacerse
cargo de... Quedate tranquila, nena... Después te vamos a ver... Sí... Bien... Besos,
querida.
Luis y Leandro visitaron el 11 “J” la noche del domingo. Lilibeth los aguardaba
ansiosa.
Si bien ninguno de los tres podía sentir dolor por la muerte de la malvada
abuela, una emoción rara –mezcla de pena e inquietud a la par- unía a los hermanos
con la misma potencia del amor que se profesaban.
-Si estás de acuerdo, nena, Leandro y yo nos vamos a ocupar de vender los
muebles y las demás cosas, ¿eh? Ah, pensamos que no te vendrían mal algunos
artefactos. Esta semana te los vamos a traer. La abuela había comprado TV-color,
licuadora, heladera, lustradora y lavarropas ultra modernos, ¿qué te parece? Lilibeth
los escuchaba como atontada. Y como atontada recibió –el sábado siguiente- los cinco
aparatos domésticos que habían pertenecido a la viuda de R., que en paz descanse.
Su herencia visible y tangible (La otra Lili acababa de recibirla también,
aunque... ¿cómo podía darse cuenta?...¿quién hubiera sido capaz de darse cuenta?)
Más de dos meses transcurrieron en los almanaques hasta que la jovencita se
decidió a usar esos artefactos que se promocionaban en múltiples propagandas, tan
novedosos y sofisticados eran. Un día superó la desagradable impresión que le
causaban al recordarle a la desamorada abuela y –finalmente- empezó con la
licuadora. Aquella mañana de domingo, tanto Lilibeth como su gato se hartaron de
bananas con leche.
4
A partir de entonces comenzó a usar –también- la lustradora... enchufó la
lujosa heladera con freezer... hizo instalar el televisor con control remoto y puso en
marcha el enorme lavarropas. Este aparato era verdaderamente enorme: la chica tuvo
que acumular varios kilos de ropa sucia para poder utilizarlo. ¿Para qué habría
comprado la abuela semejante armatoste, solitaria como habitaba su casa?
A lo largo de algunos días, Lilibeth se fue acostumbrando a manejar todos los
electrodomésticos heredados, tal como si hubieran sido suyos desde siempre. El que
más le atraía era el televisor color, claro. Apenas regresaba al departamento –después
de su jornada de trabajo y estudio- lo encendía y miraba programas de trasnoche.
Habitualmente, se quedaba dormida sin ver los finales. Era entonces el molesto
zumbido de las horas sin transmisión el que hacía las veces de despertador a
destiempo. En más de una ocasión, Lili se despertaba antes del amanecer a causa del
“schschsch” que emitía el televisor, encendido al divino botón.
Una de esas veces –cerca de la madrugada de un sábado como otros- la
jovencita tanteó el cubrecama –medio dormida- tratando de ubicar el control remoto
que le permitía apagar la televisión sin tener que levantarse.
Al no encontrarlo, se despabiló a medias. La luz platinosa que proyectaba el
aparato más su chirriante sonido terminaron por despertarla totalmente. Entonces la
vio y un estremecimiento le recorrió el cuerpo: la imagen del rostro de la abuela le
sonreía –sin sus dientes- desde la pantalla. Aparecía y desaparecía en una serie de
flashes que se apagaron de pronto tal como el televisor, sin que Lilibeth hubiera –
siquiera- rozado el control remoto. A partir de aquel sábado, el espanto se instaló en el
11 “J” como un huésped favorito.
La pobre chica no se animaba a contarle a nadie lo que le estaba ocurriendo.
-¿Me estaré volviendo loca? –se preguntaba, aterrorizada. Le costaba
convencerse de que todos y cada uno de los sucesos que le tocaba padecer estaban
formando parte de su realidad cotidiana.
Para aliviar un poquito su callado pánico, Lilibeth decidió anotar en un
cuaderno esos hechos que solamente ella conocía, tal como se habían desarrollado
desde un principio.
Y anotó –entonces- entre muchas otras cosas que...
“La lustradora no me obedece; es inútil que intente guiarla sobre los pisos en la
dirección que deseo...(...) El aparto pone en acción “sus propios planes”, moviéndose
hacia donde se le antoja...(...) Antes de ayer, la licuadora se puso en marcha “por su
cuenta”, mientras que yo colocaba en el vaso unos trozos de zanahoria. Resultado:
horrendas sorpresas (...) Encuentro largos pelos canosos enrollados en los alimentos,
aunque lo peor fue abrir el freezer y hallar una dentadura postiza. La arrojé por el
incinerador...(...) La desdentada imagen de la abuela continúa apareciendo y
desapareciendo –de pronto- en la pantalla del televisor durante las funciones de
trasnoche...(...) Mi gato Zambri parece percibir todo (...) se desplaza por el
departamento casi siempre erizado (...) Fija su mirada redondita aquí y allá, como si
lograra ver algo que yo no (...) El único artefacto que funciona normalmente es el
lavarropas... (...) Voy a deshacerme de todos los demás malditos aparatos, a
venderlos, a regalarlos mañana mismo... (...) Durante la siesta dominguera, mientras
me dispongo a lavar una montaña de ropa...”
(AQUI CONCLUYEN LAS ANOTACIONES DE LILIBETH ABRUPTAMENTE, Y
UN TRAZO DE BOLIGRAFO AZUL SALE COMO UNA SERPENTINA DESDE EL
FINAL DE ESA “A” HASTA LLEGAR AL EXTREMO INFERIOR DE LA HOJA.)
Tras un día y medio sin noticias de Lili, los hermanos se preocuparon mucho y
se dirigieron a su departamento.
Era el mediodía del martes siguiente a esa “siesta dominguera”.
Apenas arribados, Luis y Leandro se sobresaltaron: algunas vecinas
cuchicheaban en el corredor general, otra golpeada a la puerta del 11 “J”, mientras
que el portero pasaba el trapo de piso una y otra vez.
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-No sabemos qué está pasando adentro. La señorita no atiende el teléfono, no
responde al timbre ni a los gritos de llamado... Desde ayer que...
Agua jabonosa seguía fluyendo por debajo de la puerta hacia el corredor
general, como un río casero.
Dieron parte a la policía. Forzaron la puerta, que estaba bien cerrada desde
adentro y con su correspondiente traba. Luis y Leandro llamaron a Lili con
desesperación. La buscaron con desesperación y –con desesperación- comprobaron
que la muchacha no estaba allí.
El televisor en funcionamiento –pero extrañamente sin transmisión a pesar de
la hora- enervaba con su zumbido.
En la cocina, “la montaña” de ropa sucia junto al lavarropas, en marcha y con la
tapa levantada.
Medio enroscado a la paleta del tambor giratorio y medio colgando hacia fuera,
un camisón de Lilibeth; única prenda que encontraron allí, además de una pantufla
casi deshecha en el fondo del tambor.
El agua jabonosa seguía derramándose y empapando los pisos.
Más tarde, Luis ubicó a Zambri, detrás de un cajón de soda y semi-oculto por
una pila de diarios viejos. El animal estaba como petrificado y con la mirada fija en un
invisible punto de horror del que nadie logró despegarlo todavía (se lo llevó Leandro).
El gato, único testigo.
Pero los gatos no hablan. Y a la policía, las anotaciones del cuaderno de
Lilibeth le parecieron las memorias de una loca que “vaya a saberse cómo se las
ingenió para desaparecer sin dejar rastros”... “una loca suelta más”... “la loca del 11
Jota”... como la apodaron sus vecinos, cuando la revista para que yo trabajo me envió
a hacer esta nota.
Primer momento
1- El maestro muestra el libro, pregunta qué conocen los chicos acerca de esta
autora; lee el título del libro y propone algunos comentarios de anticipación de
contenidos –por ejemplo, partiendo del simpático subtítulo (“12 cuentos para
caerse de miedo”) que utiliza la polifonía para aludir a un uso coloquial del
lenguaje-. Introduce la temática del cuento a leer dentro de la categoría
“cuentos de terror/de suspenso/fantásticos” (luego podrá discutirse) y prepara
el “ambiente” para la escucha.
2- Lectura por parte del docente del cuento La del once “Jota”. Es
importante, por una parte, que el docente haya leído primero el texto para
poder luego leerlo a los alumnos con expresividad; además, no interrumpir la
lectura del cuento le asegurará mantener la atmósfera de suspenso que van
desatando los distintos indicios que el texto provee.
3- Brinda luego un espacio para que los chicos expresen sus impresiones sobre el
cuento; no se trata de renarrar la historia y asegurar una única interpretación –
como si eso fuera posible en un texto deliberadamente ambiguo…- sino más
bien de ofrecer oportunidades para que cada uno comparta sus pareceres, las
posibles respuestas que abre el final, los gustos particulares sobre el género.
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4- El docente posteriormente guiará algunas reflexiones sobre el cuento (No
se trata de un cuestionario del que se esperan respuestas, sino de una serie de
preguntas que pueden orientar el comentario) :
a. Qué impresión da el narrador sobre la abuela, cómo la caracteriza.
¿Tiene nombre? ¿Por qué?
b. ¿Cómo se logra en el relato nuestra “cercanía” con los nietos de la
viuda de R.? Puede haber descripciones, presentación de sentimientos,
modos de adjetivarlos, relato de eventos que han vivido…
c. Prestar atención a cuáles son los lugares donde se desarrolla la acción.
¿Es previsible en ellos que suceda algo malo? ¿Por qué? ¿Cuál habrá
sido la causa para elegir estos ambientes? (Si el hecho extraño sucede
en un departamento, con objetos cotidianos, no tiene el mismo efecto
que si ocurriera en un bosque nocturno… La irrupción de lo extraño en
lo cotidiano resulta aún más desestabilizante…)
d. ¿En qué época se ubica la historia? ¿Es muy actual o de algunos años
atrás? ¿Cómo lo sabemos? (TV color, con control remoto, “lujosa”
heladera con freezer… hoy ya no son vistos como artículos “de lujo”:
podría ser de un pasado cercano, pero no de absoluta actualidad; de
hecho es escrito en la década del ´80).
e. Revisar en qué momento se complican las cosas… ¿El sueño de Lili
funciona como premonición? ¿Existen las premoniciones?¿Son
ciertas?¿Tuvieron alguna?
f. ¿Podíamos prever un final desdichado?, ¿por qué? ¿qué partes del
cuento nos dan pistas sobre esto?
g. ¿Por qué se llama así el cuento? ¿Quién/quiénes parecen enunciar
esta frase?
El comentario es un ida y vuelta entre lo que el texto dice y lo que los lectores
piensan; en una situación de la vida cotidiana, algunos lectores vuelven al texto,
releen o le leen a alguien con quien quieren compartir un fragmento impresionante,
por ejemplo. En la situación escolar, esperamos que los chicos crezcan como
lectores volviendo al texto para justificar sus opiniones o interpretaciones con las
palabras del narrador, releyendo cómo dice que es la abuela y, finalmente, leyendo
por sí mismos, lo que implica encontrar (localizar, orientándose a través de
diversos índices en la “zona” donde creen que dice lo que buscan, releyendo lo
que ya saben que allí dice –es decir, no se trata de pedir una lectura ardua y
dificultosa, sino de invitar a compartir, leyendo, una expresión, una presentación,
un sentido, que ya saben que allí esté expresado-, en fin: LEYENDO)
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6- Para profundizar un poco más (El docente puede plantear que, tratándose de
un cuento de estas características, es posible que haya diferentes
interpretaciones para sucesos tan extraños o que se haya pasado por alto
algún detalle revelador. Por eso, propone releer el cuento; lo hace invitando a
los alumnos a seguir la lectura en sus textos. Consideramos muy
enriquecedora esta práctica escolar muy pensada para niños más pequeños;
permite que los grandes –algunos de los cuales tampoco han logrado una
lectura totalmente autónoma- se apropien de secretos del texto a través de la
entonación y la continuidad de la voz del lector experto; se apropien de cómo
se leen algunos fragmentos en los que, por su inexperiencia, se detienen
demasiado extensamente; aleja del deletreo inútil y arduo en la búsqueda de
significados; y finalmente, da a los chicos un placer del que han disfrutado
poco, escuchar leer lo que tienen escrito delante de los ojos) A partir de esta
nueva lectura, propone nuevos intercambios, de aspectos menos evidentes en
este caso :
a. ¿Qué función cumple el gato Zambri en esta historia (para qué lo
incluye la autora)?¿Es un “adorno”, proporciona indicios? ¿Qué percibe
el gato respecto de los eventos que van sucediendo? ¿Por qué será
así? ¿Los gatos tienen una percepción distinta?
b. ¿De qué diferentes modos podría explicarse lo que Lilibeth va narrando
en su diario?¿Los objetos pueden cobrar vida? ¿Qué otras
explicaciones caben?
c. Pensemos posibles explicaciones para esas frases que aparecen en el
cuento: qué pueden significar, o qué tipo de indicios nos adelantan.
(Revisar estas frases que luego no se recogen explícitamente en el
relato sino que hay que recuperar para dar una vuelta de tuerca):
i. “La otra Lili acababa de recibirla también, aunque... ¿cómo
podía darse cuenta?...¿quién hubiera sido capaz de darse
cuenta?”.
ii. “Lo cierto fue que la muchacha empezó a sentir que algo le
aspiraba las fuerzas, el aire, la vida”.
iii. “Este aparato era verdaderamente enorme: la chica tuvo que
acumular varios kilos de ropa sucia para poder utilizarlo. ¿Para
qué habría comprado la abuela semejante armatoste, solitaria
como habitaba su casa?”
Segundo momento
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- ¿Podría contar Lilibeth esta historia? ¿Cómo sería? ¿Qué cuestiones de la
historia deberían ajustarse? (desde su punto de vista no son alucinaciones
sino crecientes certezas que los aparatos cobren vida). ¿Qué aspectos del
relato cambiarían en ese caso? (uso de 1ª persona, protagonista…) ¿Y si lo
contara el gato, qué cambiaría? ¿Seguiría siendo un cuento fantástico (es
decir, un cuento donde la respuesta al interrogante planteado es ambigua,
o que ofrece responderse de modo realista o de modo sobrenatural)?
Tercer momento.
1- El docente inicia un diálogo acerca de esta peculiar abuela del cuento “La
del once ‘Jota’”. Retoma lo charlado en el primer encuentro y en diálogo con los chicos
la pone en relación con otras “abuelitas” o ancianas que los chicos recuerden de
relatos orales, cuentos, dibujos animados, películas, etc. para discutir sus
características, y sus semejanzas o contrastes con la viuda de R..:
- Abuela de Caperucita (abuela ”prototípica”)
- Anciana de Hansel y Gretel (bruja)
- Abuela de Pocahontas, (abuela árbol, anciano como sabiduría…)
- Abuela de Arrnold en Hey, Arnold! (dibujo de Nickelodeon) como sustituto materno,
extravagante…
- Muriel (dueña de Coraje, el perro cobarde, de Cartoon Network), etc., fiel a su
mascota/ amigo.
- Otras que pudieran surgir.
El maestro alienta el diálogo y la expresión de todos, pide justificaciones,
ejemplificaciones, datos de lo que se sostiene.
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desarrollar un primer plan de escritura (un plan que sólo puede tratarse de “pensar qué
poner”).
Nací en el campo y viví allí hasta terminar la escuela primaria. Recién entonces me
mudé al pueblo para ir a la secundaria. ¿Quién cuenta la historia, cuántos años
puede tener más o menos, aunque el narrador no lo diga ni necesite decirlo?¿En
qué momento de la historia aparece la abuela, antes de mudarse, cuando era
pequeño y vivía en el campo, es una abuelita buena, una abuela normal, una
bruja malísima…?
Todas esas decisiones influyen en el cuento: la abuela puede recibirlo en su
casa del pueblo para que el narrador pueda asistir a la secundaria, entonces se
justifica haber dado a conocer el hecho de la mudanza; la abuela puede ser una
gran cocinera o no, hacer unas comidas espantosas, puede coser y tejer las
prendas más modernas y hacer que el narrador sea admirado/a por sus
nuevos/as compañeros/as o coser prendas horribles y el narrador sentirse
obligado/a a usarlas por no herir a la anciana…, entonces…
(Se podrían pensar dos o tres inicios e indicar –para los docentes- reflexiones
similares a partir de los caminos que la historia puede tomar)
Los ejemplos del maestro, breves parrafitos de inicio a partir de los cuales se comenta
en clase, ponen de manifiesto las decisiones del escritor y, a la vez, dan ideas para
los que no saben qué escribir quienes pueden, incluso, copiar alguno de los
parrafitos y continuar a partir de allí. Mientras tanto, los que tienen mucho para decir
no necesitan recurrir a las sugerencias de la maestra y se trabajará fundamentalmente
con ellos a partir de los borradores que produzcan.
3- Lectura entre pares. Los compañeros serán los primeros lectores de cada
borrador, podrán hacer preguntas sobre lo que no se entiende, sugerencias sobre
cómo puede seguir avanzando la historia, etc. La maestra, mientras transcurre la
escritura, se va acercando a cada escritor/ pareja de escritores para ir haciendo
nuevas sugerencias.
4- Cada chico (o pareja) reescribe los aspectos que desea ajustar a partir de
los comentarios recibidos y busca llegar a una versión final (antes de dar cierre a este
momento deberá haber cotejado con otros su ortografía o cuestiones de puntuación
que obstaculicen la comprensión de su texto).
Cuarto momento
El maestro ofrece ahora la posibilidad de leer otro cuento, o bien uno vinculado
con la figura de una abuela (el Caperucita Roja de Perrault) , o bien otro en cuya trama
aparece, como en La del once ”jota”, un personaje bastante peculiar, perceptivo y
atento (Sólo Giovanino, de Isabel Muñoz)3. El nuevo texto será para leer por sí
mismos, en casa, o bien reuniéndose entre dos con el docente que los ayudará a
leer (por ej. leyéndoles fragmentos para que ellos se atrevan a empezar o avancen en
3
Ambos cuentos en Anexo.
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la continuación de la lectura por sí mismos). Si alguno no lee bien, o no sabe leer, el
maestro le lee (Caperucita, o Sólo Giovanino), comparte con él la lectura dejando en
sus manos los fragmentos canónicos –en el caso de Caperucita, las repeticiones
canónicas en el diálogo con el lobo son previsibles y su lectura puede apoyarse en la
repetición; así, la correspondencia entre lo que se dice y lo que se sabe que está
escrito colabora con una lectura cada vez más ajustada-; o bien comparando qué
similitudes y diferencias hay entre el gato de un cuento y otro (con el cuidado de no
revelar este dato para no anticipar el final de Sólo Giovanino).
Por otra parte, la puesta en común posterior puede abrir a nuevos debates: con
estas nuevas lecturas el maestro puede hacer recursiva la secuencia, y alentar a los
alumnos a revisar, como en el “Primer momento”, los indicios/núcleos/voces, etc. del
cuento. La versión elegida de Caperucita Roja tiene su fundamentación: la versión de
Perrault – previa a la de los hermanos Grimm, que incluye otros elementos que
garantizan el final feliz- sostiene el final inesperado. Discute los saberes de los chicos
sobre los “cuentos de hadas” y propone la muerte de la protagonista, si bien aquí el
propósito es claramente moralizante: el castigo a la desobediencia (es más: la
moraleja hace advertencias al tránsito iniciático de la adolescencia…). En el diálogo
con los maestros se puede avanzar en estas reflexiones para proveerles nuevas
miradas acerca de los cuentos y así enriquecer también los intercambios con los
chicos. El propósito aquí, fundamentalmente, será acompañar el crecimiento de los
niños como lectores, con hábitos de lectura apoyados en claves de interpretación
más allá de “lo renarramos para ver si lo entendimos, buscamos el vocabulario y lo
ilustramos”, todavía tan presente en nuestras aulas.
Otras opciones
El acercamiento a otros géneros no literarios puede ser un espacio para afianzar la
lectura. Un modo de hacerlo puede ser el siguiente: Presentar a la autora desde la
palabra del docente, que recuerda otros cuentos que los chicos seguramente conocen,
dice que es argentina, que es contemporánea, y todo dato que conozca; luego
propone la lectura de la biografía4 y conversan sobre temas como: ¿Qué libros de
ella hay en la biblioteca?, ¿cómo sabemos cuáles son los nombres de sus libros?,
¿cuántos años tendrá, cómo podemos saberlo? ¿escribe sólo para chicos o también
para los grandes?, etc. Esto invita a los chicos a revisar índices, catálogos, solapas,
contratapas de libros de la misma autora; es decir: van adquiriendo experiencia en la
práctica como lectores sobre dónde es pertinente buscar este tipo de información,
ajustar la lectura al propósito, seleccionar datos según el mismo propósito, elegir entre
diferentes opciones: “En esta biografía dice que… En cambio en la solapa del libro…”,
aprendiendo a priorizar información, a identificar formas de presentación de
determinados contenidos (una biografía puede ser una cronología, allí los datos parten
de fechas; puede ser una narración, entonces tendremos que hacer un barrido con la
vista para ubicar fechas importantes en la biografía de Elsa…). La toma de notas, la
jerarquización de la información según el tipo de biografía que queremos armar –más
cronológica, más anecdótica, con gran cantidad de información sobre sus libros, con
mayor información sobre otros aspectos de su vida, etc.-, y la escritura a partir de lo
leído puede ser un nuevo desafío para escribir según un propósito (ir armando, por
ejemplo, fichas para la biblioteca del aula sobre los autores de los cuentos leídos).
4
Puede leerse en http://www.imaginaria.com.ar/06/6/bornemann.htm
11
ANEXO
Sólo Giovanino5
Isabel Muñoz
5
http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca
12
Caperucita Roja
Charles Perrault (1697)
Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su
madre estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer
le había mandado hacer una caperucita roja y le quedaba tan bien que todos la
llamaban Caperucita Roja.
Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo.
-Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una
torta y este tarrito de mantequilla.
Caperucita Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otro pueblo. Al pasar
por un bosque, se encontró con el compadre lobo, que tuvo muchas ganas de
comérsela, pero no se atrevió porque unos leñadores andaban por ahí cerca. Él le
preguntó a dónde iba. La pobre niña, que no sabía que era peligroso detenerse a
hablar con un lobo, le dijo:
-Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le
envía.
-¿Vive muy lejos? -le dijo el lobo.
-¡Oh, sí! -dijo Caperucita Roja-, más allá del molino que se ve allá lejos, en la primera
casita del pueblo.
-Pues bien -dijo el lobo-, yo también quiero ir a verla; yo iré por este camino, y tú por
aquél, y veremos quién llega primero.
El lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto y la niña se
fue por el más largo entreteniéndose en recoger avellanas, en correr tras las
mariposas y en hacer ramos con las florecillas que encontraba. Poco tardó el lobo en
llegar a casa de la abuela; golpea: Toc, toc.
-¿Quién es?
-Es su nieta, Caperucita Roja - dijo el lobo, disfrazando la voz-, le traigo una torta y un
tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
La inocente abuela, que estaba en cama porque no se sentía bien, le gritó:
-Tira la aldaba y el cerrojo caerá.
El lobo tiró la aldaba, y la puerta se abrió. Se abalanzó sobre la buena mujer y la
devoró en un santiamén, pues hacía más de tres días que no comía. En seguida cerró
la puerta y fue a acostarse en el lecho de la abuela, esperando a Caperucita Roja
quien, un rato después, llegó a golpear la puerta: Toc, toc.
-¿Quién es?
Caperucita Roja, al oír la ronca voz del lobo, primero se asustó, pero creyendo que su
abuela estaba resfriada, contestó:
-Es su nieta, Caperucita Roja, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi
madre le envía.
El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:
-Tira la aldaba y el cerrojo caerá.
Caperucita Roja tiró la aldaba y la puerta se abrió. Viéndola entrar, el lobo le dijo,
mientras se escondía en la cama bajo la frazada:
-Deja la torta y el tarrito de mantequilla en la repisa y ven a acostarte conmigo.
Caperucita Roja se desviste y se mete a la cama y quedó muy asombrada al ver la
forma de su abuela en camisa de dormir. Ella le dijo:
-Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!
-Es para abrazarte mejor, hija mía.
-Abuela, ¡qué piernas tan grandes tiene!
-Es para correr mejor, hija mía.
-Abuela, ¡qué orejas tan grandes tiene!
-Es para oírte mejor, hija mía.
-Abuela, ¡qué ojos tan grandes tiene!
13
-Es para verte mejor, hija mía.
-Abuela, ¡qué dientes tan grandes tiene!
-¡Para comerte mejor!
Y diciendo estas palabras, este lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la
comió.
Moraleja
14