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c : elemento esencial, tantas veces obviado.

La fuerza de
la costumbre nos hace ciegos a la importancia de la luz para el
desarrollo de la vida. Es la luz que baña los campos que permite
al maíz y al trigo crecer. Es la luz que después de un largo viaje se
encuentra con este diminuto planeta y lo ilumina para que sus
habitantes puedan ver las cosas con claridad. Sirve como
ejercicio valorativo el imaginar: ¿qué pasaría si de repente la luz
del mundo se apagara?

Para muchos pueblos antiguos y milenarias religiones, la luz


no es solo un hecho físico; La oscuridad no es exclusiva del
espacio; el alma de los humanos es, muchas veces, lugar que
anida condiciones que se asemejan a un ͞andar en tinieblas͟ o ͞a
tientas͟ sin saber con ciencia el camino a seguir. Actitudes,
modos, elecciones y creencias se derivan de este nada inocente
estado de cosas del mundo interior.

Para el occidental promedio hablar de luz equivale a focos


(ahorradores o no), lámparas, alumbrado público, etc. Pero al
escuchar a Doña  , maestra artesana oaxaqueña, hablar
de la ͞luz͟, una cálida onda recorre el cuerpo; un llamado
quedito e irrevocable a la trascendencia de lo impronunciable
presente en la palabra se manifiesta sublime e impactante a la
vez. La experiencia obliga a cuestionar: ¿a qué luz se refiere Doña
Sofía que trae consigo esa fuerza extraña? Luz que trae claridad,
luz que muestra el camino, luz que esclarece el panorama de la
amenazadora tormenta͙ Luz que identifica la acción y a lo
Superior presente en nosotros y entre nosotros.

Doña Sofía se dedica desde hace 23 años a la elaboración


artesanal de velas con cera de abeja. Como ella misma explica,
esta es una tradición anterior a la colonización española.
uardiana entonces de una monumental herencia, su día a día
es dedicado a un oficio laborioso y hermoso: elabora el
instrumento que simboliza la presencia de la luz. Sus velas son
empleadas en distintos tipos de rituales; de nacimiento, de
crecimiento, de reproducción y de muerte. La luz que ilumina las
distintas etapas de la vida en el camino de los humanos. Luz
sustantiva que marca la notable diferencia entre el saber y la
ignorancia, entre el poder ver y la oscuridad que ilude y extravía.

De la mano de su abuela paso tres años de aprendizaje, los


últimos en la vida de la antecesora. Aunque apenas tenía nueve
años de edad asumió (y cumplió) los compromisos del taller.
Desde entonces no ha parado de hacer velas. Y ahora 23 años
después comparte con nosotros su visión.

La riqueza en el simbolismo de la vela se extiende a cada


detalle de la misma. Junto a la fuerza de la luz, está el decorado
con que Sofía adorna la vela. Los pájaros representan la paz y la
armonía, las manzanas y los mangos representan la abundancia,
la piña la bienvenida, las flores la vida. Los colores también son
colocados como parte de la expresión simbólica del mensaje. El
amarillo es abundancia, el rojo es amor, el verde vida, el negro
luto y el blanco pureza. Los colores son obtenidos de la grana
cochinilla y del añil, 100 por ciento natural.

El conjunto es soportado por un ángel que se encuentra


justo en la base de la vela sustentándola con la fuerza divina de
sus alas.

La elaboración de una pieza puede variar entre 3 días y


hasta ocho meses dependiendo del tamaño y esto viene
determinado por la necesidad del cliente. En un proceso
artesanal, natural y libre de moldes, la vela se va formando por
capas de cera derretida que apenas escurren cuesta abajo por un
pabilo previamente colocado. Enfriada la capa anterior, la
sucesiva le sigue para engrosar paulatinamente la pieza. De ese
modo se puede llegar a colocar hasta 1.080 capas durante largas
jornadas de paciente trabajo que se extiende por semanas y
meses. En la cantidad de capas hay también una expresión. Por
ejemplo como cuando las hacen de 365, a pedido del cliente,
para simbolizar los 365 días del año.

La cera también puede venir de la colmena de diferentes


colores, dependiendo de la floración dominante. Si son
cempasúchil la cera vendrá más amarilla y si son jacarandas
vendrá con un tono más morado. Para hacer las velas blancas, la
cera es expuesta durante un mes aproximadamente al sol
proceso mediante el cual pierde toda coloración.

La formidable laboriosidad asombra y lleva este trabajo a


un nivel más allá de lo meramente artesanal. Portadora de la luz,
las velas de Doña Sofía reflejan al mismo tiempo mucho del
espíritu oaxaqueño. El detalle fino, cuidado sin importar la
cantidad de trabajo ni de tiempo invertida para lograr el
objetivo. Esto es luz, ahora que inspira y anhela ser multiplicada
por doquier.

Entrevista personal con Doña    en su taller


artesanal ubicado en Teotitlán del Valle, Oaxaca.

c
   
Oaxaca, Oaxaca; abril de 2010.

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