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una arquitectura primera. Estas formas, al ser arquetípicas y puras, nos las
vamos encontrando –dice él- a lo largo de la historia. El contexto, de donde el
texto cobra su significado concreto, como lo fundamenta la semiótica general y
de forma más explícita la semiótica del lenguaje arquitectónico, se encuentra
en su sistema de ideas negado, en tanto que tales formas son para él
autónomas e inmateriales. La autonomía se debe entender, en sus propias
palabras, como un atributo de las cosas que generan y obedecen sus propias
normas. Asumido pues de la forma como lo plantea el propio Armesto, el con-
texto, según nosotros, ya no podría proveer de significados al texto en un
sentido ideal porque el texto arquitectónico, al ser autónomo, genera sus
propias reglas y por lo tanto sólo se entiende bajo sus propias normas
interpretativas: aquí, el texto se provee a sí mismo de su significado. Una
arquitectura entendida de esta manera -consecuente con los enunciados de
Armesto-, nos parece una suerte de tautología, es decir, una arquitectura
totalmente autosuficiente que se define a sí misma y que por tanto es inmune al
devenir de las transformaciones semióticas del mundo.
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concepción ésta que puede juzgarse de exagerada pero que sin embargo está
a la altura de lo postulado por Hediegger en su ensayo: Construir, habitar,
pensar: “No habitamos –afirma Heidegger- porque hemos construido, sino que
construimos y hemos construido en la medida en que habitamos, es decir, en
cuanto que somos los que habitan”.1 Habitar, en este sentido existencial, quizá
no es en rigor un habitar propiamente arquitectónico, pero es fundamental para
comprender la relación constitutiva del espacio y del hombre en una dimensión
que no puede separarse en modo alguno, cosa que la arquitectura objetual
hace todo el tiempo y que una arquitectura menos maniquea no haría: “Cuando
se habla de hombre y espacio –dice Heidegger-, oímos esto como si el hombre
estuviera en un lado y el espacio en otro. Pero el espacio no es enfrente del
hombre, no es ni un objeto exterior ni una vivencia interior. No hay los hombres
y además espacio”.2
Por otro lado, los tres elementos básicos que Armesto descubre e impone a la
arquitectura como basamento primordial, en cuanto formas muy generalizadas
aunque no universales, son de una obviedad tan bárbara que no necesita de
una interpretación sofisticada ni ella tiene que ser necesariamente académica,
pues tales elementos pueden ser inferidos por cualquier observador común y
corriente sin más herramienta epistemológica que el sentido común que todos
los seres humanos tenemos. El mismo que para Popper constituye el inicio de
toda construcción de conocimiento, o para Heidegger el fundamento existencial
que devela al hombre como un “interpretador”natural. Por supuesto que tales
formas se encuentran en la arquitectura como otras, pero lo que hubiera
ameritado una fundamentación epistemológica y teórica más sólida que sólo un
convencimiento personal, es que sean estas formas precisamente las formas
propias de la arquitectura y no otras igualmente presentes en ella. No
discutimos aquí si tales formas son o no útiles durante el ejercicio de la crítica
proyectual en las aulas universitarias; creemos que lo son sin duda, pero
llevarlas a una sacralidad formal excluyente exige mucho más trabajo teórico
que el desarrollado con un largísimo tren de diapositivas que más bien evitan
explicar el fondo metafísico de esa disertación. A nuestro modo de ver, la
1
Martín Heidegger), Conferencias y artículos, Barcelona, Ediciones del Serval, 2001, p. 110.
2
Idem, pp. 115-116.
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duda interesante pero en modo alguno absoluto, siguieron dos horas y media
de redundancia formal preciosista y de una extraña y ambivalente devoción a
su maestro a través de la misma danza de diapositivas que parecen
acompañar siempre su elaboraciones magisteriales, no sin antes reservarse
para el tercer día la apología que ha llevado ya por otros muchos auditorios
académicos sobre el valor arquitectónico de las persianas y la lámpara
maravillosa de Coderch, objeto este último al que atribuye características por
demás sustantivas y únicas. Al respecto, no tengo contra-argumentos para
oponerme a tan pormenorizado análisis formal, pero no porque esté de acuerdo
con él (cosa que podría ser si pudiésemos conversar), sino porque no hay
argumento teórico alguno ni fundamentación epistemológica explícita en sus
afirmaciones: todo fue un decir desde sí a partir de sus propias construcciones
personales: descripción empírica de algunas realidades arquitectónicas
escogidas por él y aderezadas con un anecdotario de orden histórico y político
pero nada que tenga que ver sustantivamente con un debate teórico-
arquitectónico de nivel.
Ahora bien, si entendemos estas tres “clases” así, sólo como el intento
académico de un profesor que nos vino a compartir su experiencia, y miramos
tal esfuerzo como un discurso fenomenológico en que las teorías estuvieron
entre paréntesis durante su elaboración, para dejarnos ver muy a su manera
cómo el fenómeno de la arquitectura se ha venido conformando en su
conciencia en tanto intuición personal que intenciona y encuentra la esencia de
lo que para él constituye una arquitectura primera, no puede menos que
nutrirnos; y deberíamos estar agradecidos con su esfuerzo porque ya de por sí
es bastante árido el campo y una gota de agua en el desierto no deja de ser
agua igualmente necesaria, si no es que más. Pero si, por el contrario, hemos
de ver estas clases como un espacio para posibilitar el diálogo teórico con otros
autores fundándose todo ello en una construcción epistemológica explícita que
dé sentido de verdadera búsqueda a los argumentos esgrimidos, dejando a un
lado los insultos disfrazados de humor negro y las descalificaciones a colegas
de mucho más estatura en el dominio de la disciplina como Calatrava; entonces
lo producido en estos tres días no sólo es pobre conceptualmente hablando
sino que constituye un pésimo modelo de lo que queremos que suceda en las
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nos parece que es relevante señalar –a propósito de estas clases- que todavía
prevalece en la enseñanza de la arquitectura una limitación seria en los
procesos de enseñanza-aprendizaje que proviene de los viejos tiempos en que
la crítica del maestro al aprendiz era el modo correcto de transmitir los secretos
de un oficio. Esta práctica medieval anterior a la industrialización ha cambiado
radicalmente a partir de la aparición del constructivismo como paradigma
cognitivo, y sin embargo es hora que en las escuelas de arquitectura no se ha
incorporado de forma suficiente, y por tanto los maestros siguen reproduciendo
una forma de enseñanza iniciática que pone en segundo plano al alumno, su
pensamiento y su experiencia. Cuando Armesto, durante el segundo día, le
señala categórico a una alumna que se atrevió a brincar el límite de su
condición de escucha, que no estaba ahí él hablando de “geometría”sino de
“formas fundamentales”, y no se toma la molestia de preguntarle –por ejemplo-
en que sentido está diciendo ella lo que dice, muestra un desprecio por el
pensamiento de esa alumna además de una falta de respeto a la persona. La
alumna, por supuesto, aplastada en público por el ponente en una relación de
total desventaja, guarda silencio y vuelve obediente a su condición de lo que
para Armesto seguramente es una buena alumna: aquella que sabe oír
inteligentemente. Ilustro con este brevísimo ejemplo pero muy emblemático de
lo que todavía sucede en las aulas universitarias; la forma como la enseñanza
de la arquitectura sigue siendo en muchos casos –por fortuna no en todos-
unidireccional y pétrea. Armesto es un buen ejemplo de cómo la pedagogía y la
didáctica en la enseñanza de la arquitectura sigue siendo la de las tribus donde
la iniciación no es un asunto de auténtico aprendizaje, y mucho menos de
diálogo inteligente, sino de simple aceptación del adolescente en el grupo de
los adultos mediante el proceso de un ritual, generalmente doloroso.
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