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Domingo V

Nos encontramos en la recta final del camino cuaresmal y el Señor nos


propone meditar sobre le perdón y la misericordia.

Jesús sube al monte y cada vez que se nos dice esto implica contexto de
oración, de encuentro de Jesús con el Padre. Cada vez que Jesús nos tiene que
transmitir un mensaje del Padre se pone en oración, y esto es una gran enseñanza
para nosotros: antes de hablar o hacer algo tenemos que rezar, tenemos que
pedirle al Espíritu Santo que nos ilumine en el actuar y en el decir.

A renglón seguido baja al templo y le presentan a esta mujer, pecadora


pública, destinada a morir.

Los escribas y fariseos le ponen una trampa al Señor, para tener de qué
condenarle: si contraría la ley mosaica Él también se hace digno de muerte, si la
cumple mata a una mujer, mensaje que se contradice con su mensaje de amor y
misericordia.

Pero si la pregunta era inteligente, más lo es la respuesta. Esta se


entiende en primer lugar desde la misma persona de Jesús, Jesús va al quicio de
la humanidad, a lo que engrandece al hombre sin más, va a lo central: el perdón,
la misericordia. Jesús, el rostro misericordioso del Padre, no vino a condenar sino
a dar vida, y vida eterna. Durante toda su vida caminó el camino del hombre para
elevar al hombre a ser hijo de Dios- El mismo Jesús lo dice: yo no he venido
para los que están sanos, sino para los enfermos. El signo más grande del amor
del Señor es la cruz, allí Jesús nos ama hasta el fin. Es más, lo que nos salva no
es la cruz sino el amor.

Entrar en la lógica del amor compasivo nos ayuda a:

• Evitar la hipocresía: pensar y actuar como si no tuviéramos


pecado, como los que traen a matar a la pecadora. Cuántas veces nos
ponemos en jueces de los demás, en árbitros, como si nosotros no
tuviéramos pecado, y es más, sino no tuviéramos pecado tendríamos que
ser los más misericordiosos del mundo, como el mismo Jesús que siendo
Inmaculado nos amó hasta el fin. Cuántas veces frente a una situación de
pecado público hacemos leña del árbol caído, comentamos, comentamos,
agregamos y volvemos a comentar según nos parece. Si estamos
endurecidos por la hipocresía sería bueno que nos confesemos, para que
Jesús nos haga gustar qué grande es su amor.
• Compadecernos de los demás, como Jesús se compadece de la
pecadora: no nos toca juzgar, sino ayudar, ponernos en el lugar del otro
para ayudarlo a salir. Es verdad que es más fácil criticar, pero ese no es el
camino que nos propone Jesús.
La última palabra no la tuvieron los fariseos hipócritas, ni la mujer
equivocada, sino Jesús, portador y portavoz de la misericordia del Padre.
Compartamos nosotros también esta misericordia de Jesús, para entrar de modo
definitivo en el gozo del Señor.

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