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Otra lectura a la Carta del

Cardenal Castrillon
Fr. Nelson Medina, O.P.
El original en francés de la carta que el
Cardenal Darío Castrillón envió a Mons. Pierre
Pican, obispo de Bayeux-Lisieux, en Francia,
fue publicado, como se sabe por la revista
francesa Golias, y puede leerse aquí. Esta es la
traducción:
Vaticano, 8 de Septiembre de 2001

Excelencia Reverendísima,

1. Le escribo como Prefecto de la Congregacion para el


Clero, encargado de la responsabilidad de Padre común
para todos los sacerdotes del mundo.

2. Lo felicito por no haber denunciado a un sacerdote a


la administració civil. Ud. ha obrado bien y me alegro
de tener un hermano en el episcopado que, ante los ojos
de la historia y los de los demás obispos del mundo,
hubiera preferido la prisión a denunciar a su hijo
espiritual sacerdote (fils-prêtre).

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3. En efecto, la relación entre los sacerdotes y su obispo
no es profesional; es una relación sacramental que crea
vínculos muy particulares de paternidad espiritual. Este
tema ha sido retomado por el último Concilio, por el
Sínodo de los Obispos de 1971, y por el de 1991. El
obispo tiene otras formas de actuar, como lo ha
recordado recientemente la Conferencia de los Obispos
de Francia, pero no se le puede exigir que él mismo
denuncie. En todos los ordenamientos jurídicos civiles
se reconoce a los parientes cercanos la posibilidad de no
presentar testimonio en contra de otro pariente
inmediato.

4. Le recordamos también lo que dijo san Pablo: “Se ha


hecho público en todo el Pretorio y entre todos los
demás, que me hallo en cadenas por Cristo. Y la mayor
parte de los hermanos, alentados en el Señor por mis
cadenas, tienen mayor intrepidez en anunciar sin temor
la Palabra” (Filipenses 1,13-14).

5. Esta Congregación, para animar a los hermanos en el


episcopado en lo que atañe a este tema tan delicado,
enviará copia de este mensaje a todas las conferencias
de obispos.

6. Mientras le aseguro nuevamente mi cercanía fraternal


en el Señor, le saludo jutno con su obispo auxiliar, y su
diócesis.

(fdo.) Darío Card. Castrillón

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[La numeración no pertenece al texto original,
y aquí la he añadido para facilitar la citación de
los textos.]
En el clima cultural actual es perfectamente
comprensible que el Card. Castrillón resulte
acusado por parte de quienes ven en esa carta
un puro encubrimiento con expreso deseo de
proteger la “imagen corporativa de la Iglesia;”
uno puede entender también que haya católicos
fervientes que miran las posteriores
declaraciones de Castrillón sobre el beneplácito
de Juan Pablo II ante esta carta como una
cobarde transferencia de responsabilidad sobre
alguien que, por fallecido, no puede
defenderse.
Por mi parte, debo decir que no me considero
amigo personal o cercano de Castrillón;
tampoco espero nada en retribución de este
breve escrito. O mejor: sí espero algo, a saber,
que el justificado dolor por la Iglesia no nos
lleve a buscar remedios que a la postre resulten
peores que la enfermedad. Soy realista,
además, y doy por descontada una cuota de

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desprecio y de ira hacia mí por parte de quienes
se solazan exhibiendo el “Caso Castrillón”
como un trofeo en su lucha por quitar de en
medio a la Iglesia, o por lo menos, a la Iglesia
como aparece con Benedicto XVI al frente.
La misma revista Golias es la primera en
ofrecer un supuesto motivo para el alegado
encubrimiento de Castrillón: se trataría de
proteger la institución eclesial en desmedro de
las víctimas: “Es evidente que cualquier
organismo tiende a protegerse, a cubrirse para
evitar el estigma. Los eclesiásticos no son una
excepción a esta triste regla…”
Bien, lo primero que uno nota es que el
argumento de la “imagen eclesial” no aparece
por ninguna parte en la carta del Cardenal. Y
puesto que esa carta es la única base que Golias
tiene para argumentar contra él, toda acusación
que se salga de ese texto es algo imaginado y
agregado. Lo que se ve en el texto es que
Castrillón conoce muy bien la gravedad de lo
sucedido y que su única razón para no
denunciar ante la autoridad civil es la que

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aparece en el párrafo 3. Curiosamente es este el
párrafo que no aparece citado ni comentado en
ninguna parte, ni en Golias ni en ninguno de
los muchos medios de prensa que pronta y
profusamente han hecho eco a la revista
francesa.
Castrillón no dice nada de cuidar la imagen
sino que se sitúa en el plano de las relaciones
propias entre un obispo y sus sacerdotes. Y la
alternativa para él es clara: o el obispo es un
funcionario que debe servir de gerente a una
empresa, o tiene una relación nueva y diferente
con su clero, una relación que brota del
sacramento del orden. Su postura no es un
llamado a la irresponsabilidad ni a defender
una imagen, sino a atender los problemas desde
su raíz, esto es, en el vínculo primero que une
al obispo con su clero.
Si alguna pregunta hay que hacer aquí es:
¿Tienen los obispos un conocimiento, cercanía
y capacidad de influencia real en la vida y
ministerio de sus presbíteros como para que se
les considere verdaderos “padres,” tal como lo

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desea y lo plantea el Cardenal Castrillón? Si la
respuesta es que no, la solución hay que
buscarla por ahí, no por la salida más fácil–y
hoy políticamente más correcta–de purgar las
diócesis como quien limpia la nómina de una
empresa, como si la reducción al estado laical o
el envío a la cárcel fueran el equivalente de:
“Estás despedido.”
Muchos, inconscientemente, pueden haber
interpretado las palabras de Castrillón como
una propuesta de echar al olvido el pasado del
sacerdote culpable, o pueden incluso haber
relacionado este caso con lo que sucedió en
Irlanda y Estados Unidos, cuando algunos
obispos trasladaban los curas “problemáticos”
de parroquia en parroquia. Pero, de nuevo: no
hay NADA en la carta de Castrillón que sugiera
desatención a las víctimas ni tampoco hay el
menor apoyo al juego de los traslados. Si
queremos ser honestos, no podemos aplicar
todo lo que se diga de pederastia a todos los
casos que se publiquen, como si todo sucediera
en todas partes.

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La propuesta del Cardenal es: tomemos en
serio el sacramento del orden, incluso cuando
el tamaño de nuestras miserias y el volumen de
nuestros pecados haría pensar que todo ha
quedado arruinado.
Aun sin tener todos los detalles de un caso que
necesariamente implica información que no es
pública, yo reconstruría lo sucedido de la
siguiente forma.
El obispo francés, Mons. Pican, conoció de
modo confidencial, pero seguramente no en
confesión, la situación del sacerdote ofensor
dentro de unos límites que luego se supo que
eran mucho más graves. Sin embargo, no hay
constancia de reincidencia debida a traslados
del padre realizados por el obispo después de
conocer la situación. Se trata entonces de
información confidencial, comparable a la que
tiene un psicólogo, sólo que revestido del
carácter propio de la relación que el sacramento
establece. Por supuesto, quienes no creen que
el sacramento del orden cambie nada en las
personas y sus mutuas relaciones rechazarán la

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postura de Castrillón, pero igualmente
rechazarán que exista un Papa, que exista una
Curia Vaticana y que exista la Iglesia.
Volvamos a Mons. Pican. Dadas las
circunstancias mencionadas, y con la
información que él tenía en aquel momento,
denunciar al sacerdote a las autoridades
utilizando información recibida
confidencialmente equivalía a destruir TODA
la confianza de los sacerdotes en su obispo, y
era también entregar las armas, declarando
incapaz a la Iglesia para afrontar el pecado de
sus hijos. El hecho de que la mayor parte de la
gente hoy piense que ese es el procedimiento
único para afrontar las faltas de los clérigos no
significa que eso sea la verdad. Una Iglesia que
hable de redención pero que tenga como única
estrategia frente al error y el pecado entregar su
gente a los tribunales estaría contradiciendo su
propia misión. Otra vez: quienes no creen que
la Iglesia tenga algo que decir sobre cambio en
la vida de las personas llamarán cinismo, o
despreciarán con ira, lo que aquí argumento
pero esas mismas personas no echarian de
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menos la Iglesia si por un imposible dejara de
existir.
Lo que alaba el Cardenal no es la ocultación
del delito, sino la manera como el obispo buscó
reparar el daño del sacerdote sin destruir al
presbiterio. No es una felicitación por la astucia
para cuidar imagen o dejar impune al culpable.
Es una palabra de ánimo dirigida a un obispo
que acababa de ser condenado a tres meses de
prisión, así la sentencia no se aplicara y
quedara “suspendida.” Puestas así las cosas, el
Cardenal consultó el asunto con el Papa Juan
Pablo II, y este dio su aval, creo yo que por una
razón obvia, que fervorosos católicos de hoy no
parecen tomar en serio: sencillamente el Papa
pensaba como el Cardenal.
El tamaño colosal de la obra de Juan Pablo II
puede hacer creer que él ya pensaba como
ahora piensa la Iglesia sobre este tema de los
abusos mas personalmente creo que no es así.
Este Papa tenía serias razones para desconfiar
de los sistemas judiciales civiles por la sencilla
razón de que la justicia en su propio país era un

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apendice más dentro de un sistema de gobierno
inicuo. Juan Pablo II sabía que la justicia civil
no es inmune a todas las torceduras de la
naturaleza humana, y por eso también en otros
casos, incluso más graves, parece que quiso
tratar las cosas dentro de los límites de lo
eclesiástico, si bien el tema supera el ámbito de
esta reflexión.
Vista en perspectiva, esa política de esperar lo
máximo de los recursos intraeclesiales y
canónicos resulta insuficiente, y es posible que
en el largo plazo sea juzgada como una falla,
una mancha en el recuerdo de Juan Pablo II. Y
sin embargo, la manera de mejorar la opinión
sobre este gran Papa no es decir que “así no
pensaba él” porque hay muchos indicios de que
él quería una Iglesia capaz de regular desde sí
misma su propia vida, más allá de los vaivenes
de la política civil y de las presiones e intereses
económicos que a la larga marcan a los
sistemas legales. Hay grandeza y profundidad
en esta concepción eclesiológica pero los
riesgos de eclesio-centrismo son también
visibles.
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Por otra parte, mirar a la ley civil como
salvación que purificará a la Iglesia es olvidar
que esa misma ley consagra también todo tipo
de inquidades. Los arrestos de judíos bajo el
régimen Nazi siempre tenían una justificación
legal; la esclavitud perduró siglos bajo un
amplio paraguas de leyes; el aborto voluntario,
incluso por decapitación es legal en muchos
sitios del mundo. Sucede que la ley depende en
todo de los cuerpos legislativos de cada país, y
estos dependen de los políticos elegidos, los
cuales a su vez dependen de quién maneje los
recursos económicos y el marketing. Creer que
el sistema legal civil será neutro y perfecto es
simplemente ignorar todo el mensaje del
pecado y la gracia. Es verdad que los
propulsores de una sociedad sin Dios en la
esfera de lo público tienen que creer que el
sistema judicial es útil, suficiente y fiable, pero
Mons. Castrillón no es de los que quieren esa
clase de sociedad laicizada y atea.
¿Quién y en qué momento hizo público la
situación de Mons. Pican? Dado que él fue
condenado por la justicia francesa, es evidente
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que su supuesto “encubrimiento” salió a luz en
el curso de la investigación penal contra aquel
sacerdote de su diócesis. Así el obispo quedó
públicamente expuesto, tanto como su condena,
que fue algo real y público. Hubiera sido pobre,
en esas circunstancias, que la Curia Vaticana
diera una voz de aliento en una simple llamada
telefónica o un mensaje secreto y privado. Por
contraste, el objetivo de la carta es dar fuerza
en un momento en que todas las evidencias
exteriores presentan a Mons. Pican como un
miserable que sólo quiso el bien de la imagen
de la Iglesia. La carta de Castrillón quiere
decirle a él, y seguramente a los presbíteros de
esa diócesis: “Atención: este obispo se puso de
parte de ustedes; quiso hacer el menor daño
posible.”
Eso explica también por qué la carta, con la
aprobación de Juan Pablo II, se hace pública. Si
Pican ha sido públicamente condenado, las
voces en favor de su deseo de servir al
presbiterio y a la diócesis no podían quedar en
susurros y murmullos. Castrillón declaró
recientemente: “Me autorizó el Santo Padre
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para que enviara esa carta a todos los obispos
del mundo y también la pusimos en internet.”
De donde puede verse el interés denigratorio de
Golias, cuando afirma, en el mismo enlace
citado previamente: “El sistema resulta
claramente desestabilizado cuando los secretos
enterrados cuidadosamente salen a la
superficie…” Para Golias la Iglesia es eso: un
“sistema” que pretende operar dentro del
sistema social más amplio. Les resulta
satisfactorio ver que este “sistema” más
amplio, aconfesional y ajeno a cualquier
reconocimiento de un Dios, quede ahora con
pleno poder para juzgar a la Iglesia.
Dicho esto, quedan todavía preguntas y
objeciones.
Ante todo: esa idea de una Iglesia que se sana y
corrige a sí misma no está avalada por los
hechos antiguos y recientes, donde la
corrección nunca llegó y las víctimas se
multiplicaron. Aunque no hubiera habido
propiamente encubrimiento en el caso de

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Mons. Pican, sí que lo ha habido en muchos
otros casos que hoy hacen avergonzarse a la
Iglesia.
Concedido. La Iglesia es peregrina y ello
significa que no ha alcanzado esa plenitud, a la
que solemos identificar con el Reino de Dios
anunciado por Jesucristo. En la medida en que
la Iglesia no ha llegado todavía a su meta es un
hecho que requiere del cuidado y la
reconvención que Dios le hace de muchos
modos, también a través de aquellos que no
pertenecen explícitamente al Cuerpo de Cristo.
Ya San Pablo hace notar en la Primera Carta a
los Corintios que a veces se dan escándalos
entre los creyentes que ni siquiera se ven entre
los mismos paganos, poniendo así como punto
de referencia a no-cristianos. Cosa que tiene su
precedente en la manera como Cristo pone de
ejemplo al buen samaritano, aunque los
samaritanos eran despreciados como
heterodoxos por los judíos.
Esta explicación permite responder a otra
objeción: si la postura de Castrillón es la

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correcta, ¿por qué no recibe respaldo irrestricto
del Vaticano? Porque, siendo esencialmente
correcta, una aplicación irrestricta o
irresponsable del principio de la paternidad
espiritual puede situar al clero en condiciones
de perpetuar sus propias iniquidades. Además,
en este enfoque no queda claro en qué
momento los procesos canónicos mismos
deben dar paso a la autoridad civil, o a otra
clase de ayudas que en principio no son
eclesiásticas en su naturaleza, por ejemplo, el
diagnóstico experto sobre las posibilidades
reales de cambio de conducta en pederastas.
Lo cual no significa, por si fuera necesario
repetirlo, que la gran solución de todos los
problemas de Iglesia es la autoridad civil. De
hecho, el recurso irresponsable y automático a
la autoridad ha causado daño irreparable en la
reputación de sacerdotes o religiosos inocentes
que, una vez acusados en público, poco podrán
hacer para limpiar sus nombres. Los intereses
económicos de los abogados y la sed de
escándalos de la prensa sensacionalista
sencillamente empeoran el daño causado.
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En conclusión, lo sensato parece ser fortalecer,
como ha pedido el Cardenal Castrillón, los
vínculos de fe, fraternidad y paternidad
espiritual en la Iglesia; pero también, en
determinados casos, una vez comprobados los
hechos, dar paso a la justicia ordinaria, no
como quien abandona un caso especialmente
grave sino como quien entiende que el castigo
civil es sólo parte integrante, y no la más
importante, de un proceso de penitencia y
conversión.
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