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Datos históricos de Puerto Rico más allá de lo escrito

Por: Milton Laboy Rodríguez


Mayagüez, Puerto Rico

El tiempo, tal rayo relampagueante, en un abrir y cerrar de ojos, nos


priva de ciertas historias no escritas. Relatos que revelan lo
zarrapastroso, indigno e inmoral del trato a la vida en tiempos
pasados, en nuestro Puerto Rico. Ya nuestros ancianos están
desapareciendo del mundo de los vivos. Con ellos se va la sabiduría y
la verdadera historia.

No es mucho lo que puedo aportar pero, sé que otros pueden poner su


granito de arena y quizás surjan nuevos relatos, verificables o no, que
den luz, sobre lo que realmente paso en nuestra isla en los siglos XIX
(19) y XX (20), antes de la invasión y después de la invasión.

Las narraciones de mis abuelos

Según le contaban mi abuelo, y mi tía abuela, a mi madre, y que luego


ella misma, en sus días de juventud, pudo vivir para confirmar, bajo el
dominio español, y luego bajo el dominio americano - todos ellos -
vivieron en Puerto Rico épocas aterradoras de esclavitud, enfermedad
y muerte.

Mis abuelos vivieron ambas épocas, la española, antes de la invasión


de los americanos a la isla en el año 1898, y luego durante la nueva
era colonial, bajo el yugo americano, del cual ya llevamos 110 años.

Los talleres

Mi madre, hoy con 94 años de edad, trabajó en talleres de explotación


humana donde recibía solo centavos por largos días de trabajo, sin
descanso ni piedad alguna. Las obreras puertorriqueñas, obligadas por
la necesidad, tuvieron que trabajar, tanto en las fábricas, como en sus
propios hogares convertidos en talleres del sudor, o esclavitud. Fueron
arduas horas de trabajo día y noche, explotación cruel e inhumana.
Todo este esfuerzo infrahumano solo para completar la tarea asignada
y ganarse unos centavos adicionales por día.

Debido a toda esta atrocidad, las madres no podían enviar a sus hijos a
la escuela, por lo cual no recibían educación. Trabajaban en la casa
día y noche, fines de semana, ayudando en la tarea de costura y
bordado de pañuelos. Estos pañuelos eran vendidos a los europeos,
por las compañías americanas, en cientos de dólares la unidad, precios
exorbitantemente altos justificándolos por su calidad. La calidad de los
mismos era excelente, pero las manos diestras de nuestras mujeres
nunca recibieron la compensación justa y adecuada.

Nuestros jíbaros estaban sometidos al yugo explotador del colonialista


y capitalista americano. Sobre esta explotadora y aterradora situación
del ser humano en Puerto Rico se ha escrito algo, pero considero que
no lo suficiente. Indudablemente, esta parte de nuestra historia no
figura en los libros que se encuentran en nuestras escuelas. Sería
abrir una caja de Pandora. Provocaría un aumento en el número de
nacionalistas puertorriqueños rabiosos y con ansias de venganza.

En las piezas de caña de azúcar

Me contaba mi madre, que según le narraba su padre, en las piezas de


caña de azúcar, los capataces y listeros agredían a los obreros de la
caña tanto física como verbalmente. Utilizaban un pequeño fuete de
caballo para lastimar al obrero. La agresión física y el mal trato verbal
eran las maneras y formas de obligar al obrero a cumplir con la
explotadora tarea. El rico hacendado de la caña le imponía al capataz
cierta cantidad de producción en toneladas de caña, cortadas en cierto
determinado tiempo. Tenía que cumplir so pena y amenaza de
despido, o bajarle la compensación, o de quitarle la casa que le daba
en la hacienda. Este miedo obligaba al capataz a ser inhumano con el
obrero cortador de caña. La rabia lo invadía al sólo pensar que por
culpa de los sucios trabajadores, el fuera a perder su trabajo, o parte
de lo que tenía. Los trataban de vagos, flojos, piojosos y les
pisoteaban la dignidad diciéndole que por eso la mujer se las pegaba.
Por esa razón se dieron muchos “machetazos” que costaron heridas y
brazos, y peor aún… muerte.

Vales de comida y engaño

También me contaba, que el rico hacendado de la caña le pagaba al


obrero “con un vale de comida”. Estos vales tenían que redimirlos
en el almacén del hacendado. O sea, al final de la semana de trabajo
el obrero tenía que ir al almacén del rico hacendado a cambiar los
vales por comida. En el intercambio el obrero siempre salía perdiendo.
La cantidad de dinero que representaban lo vales no alcanzaba para
comprar todos los víveres que necesitaba su familia para sobrevivir.
También, como el obrero no sabía de letras lo engañaban. El tendero
le apuntaba dinero de más en su libreta. Por esta razón el obrero
tenía que pedir algunos alimentos más “fíaos” (a crédito) y siempre
mantenía una deuda con el rico hacendado por lo cual se veía obligado
a seguir trabajando para el mismo explotador patrono. El obrero se
veía secuestrado por su patrono, no tenían alternativa, solo dejarse
explotar.
Las grandes corporaciones americanas

Mientras en Puerto Rico se vivía este nivel de explotación y miseria


humana, las grandes corporaciones americanas, de las industrias del
azúcar, la costura y proveedores de provisiones y otros, lograban
ganancias netas (aumento de la riqueza) sin precedentes en los
Estados Unidos. Todo era bombas y platillos y la prensa americana
reseñaba con orgullo los logros de sus empresas en Puerto Rico.

Sabidas las buenas nuevas, los gobiernos de los países de Sur América
llegaron a entender que con tanto dinero que pasaba por Puerto Rico,
gracias a las inversiones de las empresas americanas, el borincano
mantenía una vida de esplendor. ¡Que triste sorpresa se llevarían años
más tarde!

La gran nación, portadora ante el mundo del estandarte de la


democracia, mataba a trabajos forzados y hambre al jíbaro borincano.
Cuando la invasión de los americanos los puertorriqueños pensaron
que la democracia había llegado a la isla. Pero NO fue así. Primero
se estableció un régimen militar y luego se perpetuo la colonia
mediante leyes que nos arrebataron todos nuestros derechos. (ley
Jones y Foraker)

Durante el dominio americano, fueron muchos los años en que las


familias puertorriqueñas no tenían casi nada que comer. Los niños no
tenían zapatos ni ropas que vestir. No podían ir a la escuela pues
tenían que trabajar. No había hospitales y los padres perdían a sus
hijos mientras los bajaban de las montañas en hamacas o mulas hacia
lejanos pueblos a muchas millas de distancia, tratando de conseguir un
médico que los atendiera.

Fue tanto así, que en el primer tercio del siglo pasado, el Presidente
Franklin D. Roosevelt, en 1934 y posteriormente su esposa, Eleanor
Roosevelt, visitaron la isla para evaluar la situación. Fue horrible lo que
encontraron. Para atender los problemas de Puerto Rico, Roosevelt
instituyó dos agencias que fueron clave en el proceso de aminorar las
condiciones deprimentes existentes en la Isla, la PRRA y la PRERA.
¡Que irónico no!, esto fue parte de un plan de ayuda de corte
socialista, NO CAPITALISTA.

Aprobadas estas leyes - en contra de los deseos de los republicanos


del congreso - empezaron a llegar alimentos a la isla que daban la
impresión de ser repartidos gratuitamente entre los puertorriqueños.
Ese fue el escenario que dejaron las grandes compañías americanas.
Hambre, necesidad, enfermedad y muerte.

Muchos puertorriqueños se sintieron agradecidos de los americanos y


muchos perdieron de perspectiva que eran alimentados porque fueron
explotados hasta la miseria, el sufrimiento y la muerte. No entendían
que dichos alimentos de la PRERA los pagaron por adelantado mientras
eran explotados en sus trabajos. Los pagaron con su sudor en sangre,
hambre, enfermedad y peor aún, ver la muerte de sus hijos.

¿Cómo le podemos llamar a toda esta atrocidad? ¿No es acaso


explotación del ser humano con el fin de producir riqueza? Puro
capitalismo siniestro y bárbaro.

Entonces, el gobierno americano, que dejó mano libre a las


corporaciones para que hicieran su agosto en la isla, tuvo que
arreglar, con planes de ayuda de corte socialista, lo que los
grandes intereses habían provocado. Para colmo, los republicanos
llamaban a Roosevelt comunista, por proveerle ayuda a los
puertorriqueños. Tienen la maldad en el corazón, y lo único que los
dirige es la ambición.

Finalmente - la muerte - era la única recompensa piadosa que liberaba


al infeliz borincano de su esclavitud y del sufrimiento que iba más allá
de toda tolerancia humana.

Finalmente, ¿Dónde encontramos escrita la verdadera historia?

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