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EN LIMA, DE PERFIL BAJO

CAPITULO I

Thadeus Vidal sonrió al ver aquella antigua


fotografía. Era de un hombre joven, delgado, con
pantalones demasiado anchos, y chaqueta cruzada.
Un poco paleto y un poco endomingado parecía el
joven de la foto, que no tendría mas de veinticinco
años cuando se la tomó, pero que hoy pasaba
ampliamente de los setenta... eso lo sabía Thadeus
con toda exactitud, por que aquella era una vieja
fotografía de su padre, que él llevaba
cuidadosamente perdida entre sus documentos,
para encontrársela de vez en cuando y que le
recordara quien era él.

Después de haber observado mil veces


aquella fotografía, aún sonreía al verla, y cada vez
sentía la misma mezcla de tristeza, ternura e ira,
que hacían de su sonrisa sólo un gesto
convencional. El podría haber dibujado de memoria
todos los rasgos de aquel rostro excesivamente
firme para su edad, podía recrear el brillo visionario
de los ojos febriles, que interrogaban desde debajo
del ala del sombrero, como preguntando ¿verdad
que tengo razón?; pero aún así seguía gozando
morbosamente el pequeño latigazo afectivo que le

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producía el encontrarse la fotografía cuando revolvía
entre sus papeles privados, en busca de cualquier
documento.

Moreno de verde luna, hubiera dicho el poeta


a la vista del hombre de la foto, y Thadeus
comprendía cada vez de nuevo la historia tremenda
de su madre, con su blancura germánica y su
cuerpo mollar, que aún hoy, a sus muchos años,
seguía hablando de hospitalidad, de comprensión,
de generosidad...Realmente la historia de aquella
pareja era de novela; pero la realidad en situaciones
extremas es, frecuentemente, más que novelesca.

Cuando miras atrás, y comparas lo que la vida


ha hecho de unos y de otros, incluido uno mismo,
con los planes que cada uno forjaba en la absoluta
intimidad de sus ilusiones, se te puede partir el
pecho de risa...cuando no el alma de pena. Afor-
tunadamente, las penas de uno pueden llegar a ser
las risas de otro, y así, por contagio, hasta las
propias penas se acabarían resolviendo en risas, si
no de alegría, si al menos de comprensión y
reconciliación con nuestro veleta destino.

Esto viene a colación por el padre de Thadeus;


socialista convencido, de provincias, en la España
de los años treinta.

Para él no había duda: La razón, puesta en


marcha por la revolución rusa de Octubre del 17, era
una imparable avalancha de justicia que barrería,

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aún a pesar de esos pocos parásitos, criminales
sociales, chantajistas espirituales y demás
productos de una maleducación ciega y egoísta, con
toda injusticia y desigualdad en este mundo,
dejando tras de sí al hombre nuevo, con una
dignidad recuperada a través del trabajo y la cultura
y el sentimiento de hermandad entre iguales, que,
como base monolítica, haría desarrollarse a este
hombre hasta las más altas cimas del arte y de la
tecnología.

Julian Vidal había visto salir el sol docenas de


veces mientras estudiaba textos, analizaba
artículos, preparaba comunicados o, simplemente
soñaba, junto con sus compañeros, en como sería
España aquel día en el que a ellos les dejaran
demostrar que tenían razón.

Después quedó claro que la cosa no iba a ser


tan fácil; hubo que tomar un arma, fue necesario
matar, o al menos aceptar un cierto nivel de
complicidad en la muerte de otro, que no era
anónimo ni lejano. El género humano se escindió en
"nosotros" y "ellos", y entre "ellos" hubo algunos que
él quería y a los que sabía buenos.

Fueron tres años de guerra, de los cuales


Julián salió herido en el cuerpo y con cicatrices de
escepticismo marcando muchas de sus antiguas
ilusiones. Camino de Francia, en Barcelona, se
tomó la famosa foto para hacer creer a su familia

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que todo iba bien, y que lo que empezaba ahora era
turismo...¡que equivocados estaban!

Por mucho que Thadeus había preguntado a


su padre y a su madre, aquí se abría un paréntesis
de cuatro o cinco años, durante los cuales solo pudo
averiguar que el joven Julian había vivido en
Francia, se había movido mucho, quizás hubiera
pertenecido a los grupos de españoles que,
ignorados después por la historia, tanto habían
ayudado a la Resistencia, y finalmente, capturado
por los nazis, fue a dar con sus huesos en un campo
de trabajo de un pueblecito del sur de Alemania.

Aquí el seguimiento se hacía algo más fácil


con la aparición de un narrador de excepción, que
le informó prolijamente del resto de la historia; eso
si, desde una sola de las vertientes: Esta persona
era su madre.

Para ella el primer episodio de la epopeya fue


el encuentro de lo que la propaganda nazi llamaba
un infrahumano, con uniforme de preso, arreglando
con manos hábiles una conexión eléctrica de su
casa.

Los veinte años de mujer se estremecieron al


verse en los ojos del estigmatizado, y se sintió
deseada, necesitada... pero también se supo
valorada y respetada como ser humano, y se
maravilló día tras día de no haber encontrado nada
brutal en aquel hombre.

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Siguió un proceso largo y difícil, de cruces de
miradas, más o menos casuales, durante los
traslados de los prisioneros a sus diferentes tajos, y
en las ocasiones especiales en las que el joven
moreno y delgado, de ojos profundos, tuvo que venir
a su casa para hacer algún trabajo.

Hannelore se sintió, a partir de aquellos


encuentros, extrañamente motivada a romper el
mito de la ignorancia, y comenzó a preguntarse que
es lo que pasaba con aquellos hombres, de donde
procedían, a donde iban los que periódicamente
salían en camiones del campo de concentración.
Comenzó a detectar señales de desnutrición, de
golpes, de enfermedades, en aquellos cuerpos
macilentos, que desde hacía unos años pertenecían
al paisaje de su pueblo, pues la ausencia de
hombres alemanes en los trabajos del campo, de
construcción, etc., venía siendo desde hace tiempo
suplida por los prisioneros.

El amor hacia el prisionero nació primero


como una respuesta a su creciente mala conciencia,
unida a su natural tendencia maternal, protectora.
Empezó sintiendo algo así como la responsabilidad
de no permitir que, al menos aquel, siguiera el
camino de deterioro físico de los otros, luego fueron
las miradas, como un discurso, de aquel que recibía
un pedazo de jamón, sabiendo el riesgo que ello
suponía para la joven.

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Un compañero le ayudó a aprender algunas
palabras en alemán, pocas, pero que llegaron a ser
suficientes, y la historia siguió...hasta que las tropas
americanas se acercaron al pueblo, y se corrió el
rumor de una ejecución en masa de los prisioneros.

Hannelore comprendió inmediatamente su


destino; ocultó al preso en un rincón del desván,
denunció su supuesta fuga durante una reparación
en su casa, y se dedicó durante más de cuarenta
días a ocultar a Julian de su familia y de las SS,
hasta que, finalmente, una buena mañana, el
pueblito apareció lleno de tanques americanos y sin
rastro de los SS ni de los prisioneros.

En el cambio de papeles, Julian asumió la


defensa de Hannelore y de su familia ante los
nuevos señores, llegando incluso a desempeñar una
alcaldía interina, nombrado por un oficial de origen
hispano, a quien el español le pareció el único
ciudadano de la comunidad libre de sospechas.

El mismo Julian no sabe cuando tomó la


decisión de quedarse. En su recuerdo se mezclan
muchos sentimientos: hambre, de pan y de hembra,
responsabilidad ante su salvadora. Por otro lado
sentimiento de que él podría ser necesario en otra
parte, mezclado con el temor de que eso no fuera
más que una ilusión suya... finalmente los años han
ido pasando, Hannelore es su compañera, la madre
de Thadeus y de la dulce Elfride, la niña de sus ojos,
y él es un hombre respetado, que gestiona con

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habilidad el patrimonio del suegro y que se compra
el primer Opel -duradero y seguro- al principio de
los sesenta y hoy vota al partido Liberal de Hans-
Dietrich Genscher.

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CAPITULO II

Con el apellido Vidal, como el gran peluquero


de la vecina ciudad de Munich, y ese tremendo
nombre, Thadeus, que suena tan alemán, el chico
se integra, pasa por bávaro, por alsaciano, por lo
que sea, pero se integra y juega y vive como un niño
alemán normal... bueno, casi normal, pues no todos
sus compañeros de escuela tienen un padre que se
niega a hablar con su hijo otro idioma que no sea el
de Cervantes, y que dedica largas horas a explicar
al jovencito la bella utopía de la fraternidad
universal.

Thadeus crece con el secreto convencimiento


de ser especial; de poseer un pacto con el destino,
que le prepara grandes tareas en esa labor de
desterrar la injusticia. Un par de veces le parten la
cara por meterse a Quijote; estudia Derecho,
sorprende a un tribunal de la Escuela Diplomática
con excelentes conocimientos lingüísticos y una
comprensión poco usual entre los alemanes de lo
que pasa más allá de sus fronteras, y se encuentra,
con menos de treinta años, en la ciudad de Lima,
con un destino de asistente del agregado de
cooperación al desarrollo.

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CAPITULO III

A Thadeus le habían hablado del invierno


limeño solo de pasada; los temas estrella del cursillo
intensivo de introducción a la realidad peruana, que
le habían obligado a tragarse en Bonn antes de
permitirle subir al avión, fueron: Alan García1, APRA,
el Sendero Luminoso2, antropología del cholo3
prominente y precauciones básicas para la vida
cotidiana en una de las ciudades más peligrosas de
América latina.

Le habían recomendado vivir en La Molina u


otros barrios aparentemente seguros, tener en casa
reservas abundantes de agua, comestibles,
gasolina, etc. Le habían explicado sobre un plano de
una ciudad, entonces desconocida para él, en que
lugares no debía ni poner los pies, que tipo de
"contactos" debía rehuir, y que estrategias de
actuación eran las que le permitirían cumplir con su
cometido, manteniendo una imagen de "perfil

1
Presidente de la República desde 1985 a 1990, por el APRA
(Alianza Popular Revolucionaria Americana)

2
Movimiento terrorista originado por el pase a la lucha armada
del PCP (Partido Comunista del Perú), activo desde 1980.

3
Cholo puede significar mestizo en Aymará, o muchacho en Que-
chua; yo no he conseguido respuesta precisa. Hoy se usa en el Perú
para designar a todo el que tiene evidentemente sangre india, y puede
tener matices peyorativos o cariñosos... depende.

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bajo"... pero nadie le había prevenido contra el frío
invierno limeño, con casi un 100% de humedad
relativa bajo un cielo permanentemente gris.

Thadeus recordaba sus impresiones de las


conferencias del cursillo como una mezcla de
super-previsión casi enfermiza, cinismo
maquiavélico, funcionalismo extremo y un periódico
retorno, lleno de mala conciencia, a posiciones
ridículamente Russeauianas, sobre el "buen
salvaje", y los daños causados al indio andino por la
civilización.

Un viejo diplomático, elegante en extremo y


con pinta de vividor, le había suministrado
informaciones de gran precisión sobre los muy
discretos y elegantes burdeles de la ciudad, y había
vertido en sus jóvenes oídos torrentes de nostalgia
por la Lima limpia, rica y señorial, con corridas de
toros, bellas mujeres y carreras de caballos, que él
había conocido en sus años mozos.

Aprovechando la germanidad del Barón von


Humboldt, de María Reiche y de otros estudiosos de
la arqueología, la biología, etc., peruanos, le habían
puesto al tanto de aspectos más o menos
relevantes, incluyendo alguno de valor poco más
que anecdótico... pero nadie le había prevenido
contra el invierno limeño.

Incluso tuvo que someterse a una entrevista


personal con un representante del Verfassungschutz

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(Servicio de Inteligencia), en la que no consiguió
entender absolutamente nada, llegando incluso a
dudar de la cordura del individuo. Lo único que
realmente sacó en claro de la charla fue que a partir
del momento de su incorporación, iba a tener que
estar dispuesto a soportar periódicas sesiones de
paranoia persecutoria por parte del Servicio de
Inteligencia, con la cual, él supuso, sus integrantes
se defendían del aburrimiento.

En todo caso, la impresión más terrible de su


incorporación en Lima, fue la constatación de que a
unos pocos Kilómetros de la línea del Ecuador
puede uno encontrarse con un cielo color panza de
burro, bajo el cual se mueven neblinas más o menos
espesas, pero frías. Esta constatación lo dejó
helado, literalmente, el mismo día de su llegada.

El avión llegó a primera hora de la mañana de


un día del mes de octubre de 1989. Thadeus había
elegido un traje clarito, comprado en Ibiza el año
pasado, y que solo había usado una vez: en Cuba,
en unas cortas vacaciones. Era un traje elegante e
informal, de lino delgadísimo, francamente fresco,
con el que Thadeus se imaginada a sí mismo,
finalmente subido en el carro de la
representatividad, paseándose por la Lima tropical
que él venía a conquistar.

En Caracas ya había tenido lo que él creyó un


adelanto: unas horas en una ciudad no lejana a la
costa, tropical, bullanguera, sensual, en la que las

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mujeres le sostenían con gusto la mirada; y en la
que él, que estaba por primera vez en su vida, libre
de preocupaciones presupuestarias, se sintió en
condiciones de llevar hasta sus últimas
consecuencias los contactos, que su buena planta y
la apariencia de hombre a quien la fortuna sonríe,
no tardarían en proporcionarle.

Por eso se sintió frustrado, estafado,


traicionado y quien sabe que más, cuando Lima lo
asfixió en su neblina fría, familiarmente europea,
desbaratando en un segundo toda la ilusión; él
podría organizarse en esta ciudad una vida
aceptable, sin lugar a dudas, pero la expectativa de
intensidad de sensaciones, relaciones y
experiencias se le vino abajo, y asumió Lima como
un destino laboral, al que habría que sobrevivir.

En el aeropuerto le esperaba su jefe - muy


gentil de no mandarme sólo al chofer - pensó, y le
confió inmediatamente su desencanto, como
justificación, asimismo, de llegar vestido de lino a un
lugar en el que todo el mundo llevaba lana sobre el
cuerpo.

Su jefe, el Sr. Hausmann, sonrió desde sus


cincuenta y tantos años, catorce destinos, dos
matrimonios de diferentes colores, y marcas en el
cuerpo de todas las enfermedades y experiencias
que un hombre puede haber vivido por esos mundos
de Dios.

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- Ciertamente Sr. Vidal, esto no es La Habana ni
Caracas, pero este destino es mejor que un
centenar de otros posibles, y somos muchos los
que hemos ido aprendiendo a respetar, e incluso a
amar a Lima; las razones ya las irá descubriendo
usted mismo con el tiempo -

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CAPITULO IV

A solas en el hotel, Thadeus recompuso su


proyecto de como habría de ser su vida en Lima,
dedicó un par de pensamientos al jefe, quien
parecía alguien que domina su situación, y con
quien se puede trabajar a gusto, lanzó al cielo, en
Español, un par de imprecaciones por la ilusión
rota; Thadeus solo juraba en Español, y fue a
comprarse ropa de abrigo y un par de libros que le
había recomendado el director de la GTZ4, como
literatura imprescindible de introducción a la
realidad peruana. -Léase usted las
"Conversaciones en la Catedral" de Vargas Llosa y
"Un Mundo para Julius" de Bryce Echenique, y así
sabrá lo que fue, lo que pudo haber sido, y por qué
no lo fue; léase también "El Otro Sendero" de
Hernando de Soto, y sabrá como es en realidad.-

Su nueva percepción de la ciudad, ahora


desde la libertad de quien carece de toda
expectativa, le dejó entrever ciertas posibilidades,
aunque la muy frecuente confrontación con
imágenes de una miseria, para él desconocida, le
encogían el corazón. - En todas partes hay pobres-
se decía, pero esta extraña cohabitación de tanta
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Gesellschaft für Technische Zusammenarbeit (Organización
alemana de cooperación técnica)

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pobreza, con exteriorizaciones nada discretas de
opulencia, le parecía como hecho aposta para que
la una resaltara a la otra y viceversa...- ya lo
entenderé algún día - se dijo, convencido de que
nunca lo entendería.

La soledad de su habitación se le hizo difícil.


Acababa de disolver algo así como una
cooperativa de cuentas claras y objetivos
comunes, que mantenía desde hacía algo más de
dos años con una compañera de universidad. En
esta relación estaba contemplado el compartir
piso, y sus gastos correspondientes, el llegar en
cada oportunidad de vacaciones lo más lejos que
el presupuesto permitiera, la satisfacción
equilibrada de las necesidades sexuales de
ambos, y algunos puntos más de menor rango.
Este arreglo le daba la sensación de compañía, y
aunque nunca pensó que le costaría el menor
trabajo ponerle fin, ahora buscó a su alrededor la
presencia de Anne.

También en sus primeros días de trabajo


echó de menos cosas. Le extrañaba eso de
trabajar lejos de su cama y de su cocina, de tener
que llegar allí a una hora, y de no poderse tumbar
un ratito, para cavilar, cuando tenía un pequeño
nudo en el cerebro; el trajín de una oficina, con
gente que le quería decir o preguntar cosas. Todo
eso era nuevo para él, acostumbrado al ritmo de
su habitación de trabajo, en un rincón del viejo piso
que compartía con Anne en el centro de Munich,

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donde se amontonaban libros y papeles alrededor
de su computadora, alguna taza con restos de té,
y el silencio de un cuarto piso que daba al patio
interior, donde una especie de federación de viejas
intransigentes había conseguido reducir al silencio
a la media docena de niños, la mayoría hijos de
emigrantes, con los que en total contaba la
manzana.

También se le hacía difícil organizar sus


relaciones con los servidores, más o menos
declarados. El era un demócrata de la Europa de
finales del siglo XX; la igualdad entre los hombres
era algo que para él estaba por encima de toda
cuestión, y había hasta tirado piedras en defensa
de los derechos humanos. Estaba convencido de
que "su" gente no eran esos ricos limeños que se
paseaban por la calle con una tabla de surf en el
asiento trasero del carrazo americano, y con unas
gafas de sol atadas con un cordel fosforescente...
pero los otros, los pobres del Perú, lo eran aún
menos. A Thadeus le dieron ganas un par de
veces de forzar la cercanía con algún desarrapado
que se encontró en su camino; de hacer patente su
posición intelectual, que nada tenía que ver con el
traje y la corbata que vestía, pero lo único que
consiguió fue encontrarse con que le habían
vendido algo que no necesitaba, a diez veces su
precio.

Más decisiones de las que crean conflicto:


¿viviría él en el mundo irreal de los dos o tres

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suburbios de lujo, donde se suponía que un
respetable funcionario de la Embajada Alemana
debía vivir, o intentaría alquilar un viejo piso en el
centro de Lima, para renovarlo con cariño, como
había hecho en Munich?. ¿Aceptaría él tener
servicio?. Estas cuestiones le dieron bastante que
pensar en los primeros días, tanto así, que su
propio jefe, el Sr. Hausmann, le mostró su
preocupación al cumplir un mes de estancia en
hotel, y le ofreció nuevamente el apoyo adminis-
trativo del personal de la oficina.

Otro tema peliagudo pareció ser el de las


mujeres, pues algunos intentos de acercamiento a
sendas representantes de diferentes grupos
étnico-sociales se tradujeron en respectivos
malentendidos, que le aconsejaron tomar un poco
de distancia del tema, hasta no haber aprendido a
controlarlo un poco mejor.

Aquella temporada hubiera sido muy


oportuna para establecer lazos de amistad con
otros jóvenes funcionarios de la embajada,
aprovechando la especial accesibilidad que
muchos seres humanos, y Thadeus era uno de
ellos, desarrollan en los momentos críticos.
Hubiera estado bien disponer de un amigo, un
confidente, un contrapunto en las disquisiciones
que él se veía obligado a hacerse en soledad. Pero
esta posibilidad tampoco parecía darse, pues la
mayoría del personal de la embajada eran gente
mayor, casados con hijos, o con pinta de que así

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fuera, otros le parecían antipáticos o simplemente
sosos, y además estaba su prejuicio en contra del
burócrata.

Dedicó, así pues, bastantes tardes a la


meditación en soledad, a escuchar aquel viejo
casete de Edith Piaff y a leer tumbado en la cama
de su hotel.

Para su sorpresa, sin embargo, la cuestión de


donde vivir se le resolvió de manera casi
automática, pues una de las agencias de
alquileres, que tradicionalmente conseguían piso al
personal de la embajada, le envió finalmente una
corredora súper energética, quien no sólo lo paseó
por todo Lima, sino que además le fue explicando
el perfil socio económico del habitante típico de
cada barrio, y presionándole, en cada caso, a la
búsqueda de una definición más clara. El resultado
fue que Thadeus se encontró, un buen día,
instalado en una casa relativamente antigua, pero
bien conservada y con algunos toques de viejo
estilo, que la hacían cómoda y elegante, sin ser
pretenciosa, en el barrio de Barranco, que gozaba
el prestigio de tener la más alta densidad en toda
la ciudad, de intelectuales, artistas y gente
"progresista".

Con la casa se le resolvió simultáneamente


la cuestión del servicio, pues la familia que había
atendido a los propietarios antes de su reciente
emigración a los EE.UU. debía ser desahuciada

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para que él recibiera la casa absolutamente libre.
Una primera reacción de solidaridad ante aquella
gente, acompañada del análisis pragmático de la
situación, por parte de la corredora, le llevó a
aceptar la presencia de un matrimonio de mediana
edad y sus tres hijos adolescentes en las
generosas dependencias de servicio, y a cerrar un
acuerdo de limpieza y atención básica del
inmueble y de su persona, lo cual le transportó a
un mundo de confort al cual él no estaba
acostumbrado, pues a pesar de sus protestas, se
vio adelantado en la mayoría de las labores
domésticas que él pretendía ejecutar; y que
ejecutaba normalmente en Munich, encontrándose
con que casi no le dejaban hacer nada.

Thadeus aún tuvo algunas reservas éticas,


pero la seguridad de que él estaba pagando un
sueldo anormalmente alto, la convicción de que su
trato sería siempre respetuoso para con sus
empleados, y el conocimiento de la escasez de
puestos de trabajo le tranquilizaron la conciencia,
dedicando pronto su atención a otros temas.

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CAPITULO V

En los primeros tiempos de trabajo, de


relación con sus colegas en la embajada, y con las
personas de otras instituciones con las que tenía
trato, Thadeus intentó desesperadamente definir
una imagen genuina, que no debía ser la del
funcionario preocupado por su carrera,
burocratizado y lejano a la realidad del país en el
que se encontraba, sino la del intelectual com-
prensivo hacia las particularidades características
del entorno, y comprometido con la interpretación
crítica de la realidad.

Este planteamiento le llevó, sin embargo,


rápidamente a situaciones de conflicto, en las que
se vio obligado a disipar malentendidos y a marcar
distancias entre lo que considera democracia
progresista un europeo occidental y lo que en Perú
se entiende por ese término. Incluso dentro de la
embajada, a pesar de ser allí todo el mundo muy
liberal, moderno y comprensivo, fue rápidamente
estigmatizado como rojo radical, imagen la cual se
vio obligado a desmentir apresuradamente, a partir
del momento en que un chofer, con tono discreto y
confidencial le solicitó un apoyo económico para
"alimentación de los camaradas presos".

La reconducción de su política de imagen no


fue fácil, habida cuenta de que él tampoco quería

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dejar de ser entendido como lo que era: un
demócrata progresista convencido. Al cabo de un
par de semanas de comunicación intensa,
consiguió, al menos, que sus colegas alemanes
tuvieran relativamente clara su posición; de lo que
los peruanos pensaban no llego a enterarse nunca,
a pesar de la buena comunicación que, desde un
principio, le permitió su perfecto castellano.

Thadeus había supuesto que su dominio


pleno del español le serviría de mucho en el
trabajo que le tocaba desempeñar en la embajada,
trabajo que por cierto, le parecía atractivísimo
desde el momento en que se lo asignaron... Desde
luego que fue así; en su primera visita al Cuzco
solo fue tratado como un turista los primeros diez
minutos, durante los diez siguientes se vio, sin
embargo, obligado a escuchar una cantinela que le
pareció demagógica y políticamente
malintencionada al respecto del oro que se habían
llevado los españoles -Thadeus pronunciaba unas
más que delatoras zetas- la cual tuvo que cortar
casi groseramente, recordando a sus interlocutores
que a los expoliadores había que buscarlos más
bien en el árbol genealógico de cada peruano, que
en el suyo, quien finalmente acababa de llegar.

Salvando esas experiencias, en realidad


anecdóticas, la verdad es que Thadeus se
comenzó a sentir en Perú como en su propia casa
justo al día siguiente de llegar. Se apresuró a
informarse de donde ocurrían cosas, se presentó

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voluntario a un par de obligaciones de
representación de la oficina, y al poco tiempo
empezó a tener problemas de agenda entre cine
clubes, conferencias, presentaciones de libros,
inauguraciones de cosas y cenas o charlas con
amigos... finalmente él era un soltero inde-
pendiente y con mucho tiempo disponible.

La correspondencia privada, que tuvo un


mínimo relativo a su llegada, seguido de un
máximo absoluto en los momentos de mayor
inseguridad, se redujo casi a cero en cuanto
Thadeus despejó incógnitas, pudiendo comprobar
éste sorprendido, que no echaba nada de menos,
y que lo que más le preocupaba era el manejo de
lo cotidiano, que amenazaba con tornarse
apasionante... La realidad vino a desbordar sus
previsiones.

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CAPITULO VI

La tarde había sido intensa, de


conversaciones cada vez más íntimas. El principio
de la noche cansado a base de salsa y huaino, y el
resto, excepción hecha del par de horas que había
conseguido dormir, maravillosamente agotador
entre los brazos de Cecilia, una niña bien - muy
bien - hacia la que Thadeus empezaba a sentirse
especialmente atraído.

La noche la habían pasado en una casa de


verano que la familia de Cecilia tenía en una playa
al sur de Lima, y que en esa época del año daba
una apariencia fantasmagórica, con las ventanas
aún condenadas por tableros de madera, y los
muebles cubiertos con fundas. La atmósfera había
sido, quizás por eso, ideal para su primer
encuentro, que tenía el gustillo de la transgresión
de reglas, de lo furtivo, de la protesta de la
jovencita contestataria ante los patrones de
conducta que le imponía su muy conservadora
familia.

Thadeus volvía a casa, cansado y con


urgencia de darse una ducha, para poder salir
inmediatamente después, hacia la embajada a
toda prisa. Paró el coche justo delante de la puerta
de su casa, abrió la portezuela, y se dio cuenta de
que había sobresaltado a un hombre, andrajoso,
despeinado y con la cara sucia, que de forma

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aparentemente indolente apilaba diarios viejos allí
mismo.

El hombre giró la cabeza en su dirección, le


miró como si le reconociera, hizo un gesto de
tremenda extrañeza, y dirigió la vista hacia la
esquina de enfrente, como buscando consejo. Lo
debió encontrar, pues súbitamente sacó de entre
los periódicos un pistolón de mucha consideración
y se lo colocó a Thadeus debajo de la nariz.

Ambos quedaron un segundo


desconcertados. Thadeus reaccionó
inmediatamente, recitando la cantinela que le
habían enseñado, y que consistía en ofrecer al
otro todo lo que llevaba encima y pidiéndole que
tuviera cuidado no se le fuera a disparar aquello.

El hombre contestó, casi épico: - no soy un


ladrón, esto es un secuestro en nombre del pueblo
a quien vosotros empujáis a la miseria y al hambre
- y le obligó a subir nuevamente al coche.

El secuestrador entró asimismo en el


automóvil y tomó asiento al lado de Thadeus,
disimulando el pistolón bajo un periódico, sobre
sus piernas. La puerta de atrás también se abrió,
volviéndose a cerrar después de que una
oscilación de la suspensión, hiciera patente la
incorporación al grupo de una tercera persona.

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Thadeus sintió la presión de un arma en su
espalda, a través del asiento del automóvil,
durante los doscientos metros que aún condujo él;
luego, en una callejuela discreta, transbordaron a
una camioneta de carga, en cuya caja fue
encerrado Thadeus, privado de toda visibilidad, y
de la mayor parte de lo que llevaba encima.

Durante los primeros minutos Thadeus


intentó llevar la cuenta de curvas y cambios de
dirección, hasta que se dio cuenta de la futilidad
del intento. Entonces se empezó a dar cuenta
consciente de lo que le había pasado, y le dio
miedo.

El miedo le duró poco; de pronto una idea se


hizo fuerte en su consciencia: Si le hubieran
querido matar ya lo hubieran hecho. - Lo más
probable es que me quieran para canjearme por
algún preso político - pensó, y casi se sintió feliz de
que la cosa fuera así, y de poder coadyuvar a la
libertad de un "compañero", el cual Thadeus
comenzó a imaginarse como un hombre íntegro,
fiel a sus principios políticos, a quien el corrupto
gobierno de Alan García había sepultado
injustamente en prisión, por defender los derechos
de los desheredados.

Se contó a sí mismo la historia, tal y como le


hubiera gustado que fuera, y se la creyó. Con la
explicación satisfactoria, un ligero aturdimiento
producto del vaivén del viaje y la dura noche a sus

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espaldas, Thadeus se acurrucó como mejor pudo,
y se quedó dormido.

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CAPITULO VII

Anne se despertó sobresaltada, ¿qué hora


sería?.. -¡las tres de la madrugada! - ¿a que débil
mental se le podría haber ocurrido llamarla a esas
horas?.
- ¿Qué dice? ¿de Perú? ¿quién? ¡Thadeus!
¿secuestrado? -
-.....-
- No, realmente no; yo no sabría que hacer...-
-......-
- En realidad debería llamar a sus padres, ¿tiene
usted el número de teléfono? -
-......-
- Si, yo también lo intentaré, ¡gracias! -

La muchacha dejó caer la cabeza


nuevamente sobre la almohada, como si fuera a
seguir durmiendo, pero solo estuvo así unos
segundos. Finalmente tomó un papel y anotó en él
algo, después puso el despertador en hora y, ya
más tranquila, se recostó nuevamente,
murmurando algo así como que ya llamaría a los
padres de Thadeus a una hora en la que se
pudiera hacer algo; y se volvió a dormir.

Don Julián saltó de la cama en el momento


en que Anne, con quien él personalmente se
llevaba mejor que su esposa, le contó lo poco que
sabía.

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- Pero Anne, no puede ser que solo te hayan
comunicado eso, ¿y por que no nos han llamado a
nosotros? -
- ......-
- ¿Tampoco has anotado el nombre del que te ha
llamado? -
- ......-
- Pero Anne ¿en qué estabas pensando? -
- ......-
- Si, si, ya entiendo que no tienes ninguna
obligación, y que hoy tienes un examen, y que
finalmente, los problemas de Thadeus son de él,
pero ¡es que lo han secuestrado! -
-......-
- Si, bueno, voy a dejar la línea libre, por si llaman
de exteriores... ah y gracias.-

Don Julian dejó caer violentamente el


auricular, jurando en español, pues de su padre
parecía tener esa costumbre Thadeus; Estuvo un
momento pensando, y súbitamente se puso a
revolver en el cajón de su mesilla, mientras
explicaba a su mujer, quien también se había
despertado con el alboroto, lo poco que hasta el
momento sabía.

Pronto le llamarían del Ministerio de Asuntos


Exteriores, pero él sospechaba que lo que la
Administración Alemana supiera, no sería mucho
más que lo que ya le había contado la muchacha... y

29
le parecía demasiado poco para sentarse
tranquilamente a esperar.

De entre las posibilidades de acceder a


mayor información a tan larga distancia, a Don
Julian se le acababa de ocurrir que la más confiable
podría ser la cadena de viejos compañeros:
conocidos en el campo de concentración alemán, en
algunas de sus actividades en la Francia ocupada;
gente de cuya capacidad de jugarse incluso la vida
por un compañero, él estaba convencido.

Algún mecanismo de su subconsciente le


había avisado inmediatamente, de que en alguna
reunión alguien le había comentado algo sobre un
viejo compañero que había ido a parar a Lima. No le
costó gran trabajo ir concretando, hasta averiguar
de quién se trataba, y le alegró recordar a aquel
joven alto y delgado, que recién terminada su
carrera de medicina se dejó llevar por la gran pasión
romántica que había ilusionado a toda su
generación... aunque finalmente lo que saliera de
esa ilusión fuera una guerra civil.

Siguió telefoneando a medio mundo,


intentando conseguir el número de su amigo
Antonio... ¿se acordaría Antonio de él? ¡Seguro que
sí!. Julian se evocó a sí mismo en el fortín, junto al
médico nunca ejercido, que se preguntaba el
sentido que tenía su juramento hipocrático, cuando
sostenía un fusil sobre sus piernas.

30
Dejó correr un poco de tiempo en su
evocación, y la nueva imagen de su amigo ya no
tenía fusil; esta vez estaba de paisano y sostenía
una bolsa de viaje y un maletín. Era la última vez
que se habían visto; los amigos se separaban.
Julian cruzaba la frontera hacia Francia y Antonio se
iba con el maquis, como médico eso si, harto de
muertes y confiado en que la victoria final le
encontraría contabilizando curaciones.

A través de amigos comunes supo Julián de


la captura de Antonio, de su providencial salvación
en el juicio militar, su larga estancia en la cárcel y
posterior emigración a América.

¡Ochenta años de hombre, casi dos metros de


hombre llorando como un chiquillo!

- ¡Julián, aún no me lo puedo creer! ¡esos hijos de


puta! ¿pero como se les ocurre secuestrar a tu
chico?. ya me parecía a mi raro, un diplomático
alemán con ese apellido. No te preocupes, voy a
intentar todo lo posible -
- ......-
- Si, sobre eso estate tranquilo; los periódicos han
dicho que los secuestradores son del MRTA...-
- ......-
- Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, gente
mas civilizada que los del Sendero Luminoso; no
sería el primer secuestrado que liberan indemne -
- .....-

31
- No, chico, supongo que lo que pretenden no es
dinero, y si eso fuera, pedirían un montón; les
interesa la publicidad, o la liberación de su jefe,
que está en la cárcel -
- .....-
- Recurrir a la embajada, psch... ¿a cual embajada
te refieres? -
- ......-
- No sé, yo no espero mucho de ellos. Lo que no
consigan los unos tampoco lo van a conseguir los
otros. Déjame que intente yo algo a través de
algunos compañeros... Te mantendré informado -
- ......-
- No te preocupes, yo te llamaré, ya veremos como
lo hago. Un abrazo muy fuerte Julian, confía en
nosotros, adiós. -

Antonio se derrumba literalmente sobre el


sillón; tiene los ojos rojos, los pulsos aún le golpean
el las sienes y todo el cuerpo está cansado como
después de un día entero de ejercicio físico, pero las
manos no le tiemblan. Antonio está desbordado
afectivamente, pero cien por ciento lúcido, y su
cerebro de estratega comienza a pensar en como
salvar al "chico de Julián", igual que pensó, como
médico-cerebro, todas y cada una de las acciones
de su grupo de maquis, allá en los Pirineos, durante
los primeros tiempos de la postguerra española.

Son como diez minutos; Antonio parece


dormido, con los ojos cerrados, pero se nota una

32
cierta tensión en su gesto. No está dormido; es la
computadora que trabaja.

33
CAPITULO VIII

- Antonio, que tú ni eres James Bond, ni


tienes treinta años - se dice a sí mismo -...ni hay un
solo minuto que perder -.

¿Con quien puedo contar?. Habrá que


establecer niveles: En primer lugar los dos hombres
que sé que hasta matarían por mí, en segundo los
compañeros que se comprometerían por ayudarme,
en tercero los amigos a quienes puedo pedir un
favor, y en cuarto lugar todo bicho viviente a quien
pueda convencer, contratar, comprar o sobornar.

La planificación es sencilla: consiste en poner


a la mayor cantidad posible de gente a buscar en los
lugares en los que los demás no buscarán.

El teléfono comienza a funcionar; Antonio


llama a todos sus posibles contactos, y a cada uno
le pide o le cuenta lo que su estrategia precisa. Así
lo encuentra su esposa cuando vuelve a casa y,
maravillada, siente la mano firme del hombre que se
apoya dulcemente en su cara, la besa y le pide que
le deje solo, que tiene algo que hacer, cuyo
conocimiento pudiera causarle problemas a ella.

Eloisa no da crédito a sus sentidos... Antonio


tiene cincuenta años menos, tiene el mismo gesto
que traía de España, antes, mucho antes de que se
hiciera contador público, de que cambiara el

34
estetoscopio por el lápiz, para poder vivir, antes de
cualquiera de las traiciones, reales o imaginadas,
que le había impuesto la emigración.

¡Otra que llora! Eloisa se va, sin comprender


nada, pero emocionada por la visión, a hacer
conjeturas y plantear hipótesis.

Las horas pasan, y el teléfono comienza a


recibir más llamadas que las que hace. Antonio se
va cansando, pero sabe que la búsqueda no es fácil,
y que no puede esperar éxitos rápidos; que no
puede cansarse. Eloisa hace esfuerzos para no
arrastrar los pies, para pisar nuevamente con
firmeza cuando le lleva un cortadito.

Las llamadas siguen sin traer nada firme, pero


la red se va tupiendo. Ya están en marcha amigos
sindicalistas, curas y ex-curas, comprometidos,
izquierdistas y de la teología de la liberación,
médicos amigos que alguna vez curaron heridas de
bala de dudosa procedencia, como él mismo
también hiciera, amigos masones, profesores de
asignaturas conflictivas en universidades
comprometidas, ex-compañeros que habían ido
resbalando hacia posiciones más violentas, a los
cuales no pidió nada, sino que transmitieran a
"quien pudiera interesar" su disposición para servir
de negociador. Otros amigos le ofrecieron dinero,
para el caso de que eso fuera necesario, y algún
contacto en las fuerzas armadas puso a sus

35
órdenes una compañía de soldados, si fuera
necesario.

A pesar de ser consciente de que la


búsqueda no es fácil, a Antonio le empieza a
extrañar la ausencia absoluta de pistas; pero
prosigue.

36
CAPITULO VIII

Thadeus había dormido dos noches en una


colchoneta tendida sobre el suelo, meado en un
rincón, y aún no había cagado en ese mismo sitio,
porque todavía era mayor su sentimiento de lo
indigno que eso era, que las ganas de hacerlo;
tampoco había comido mas que una media docena
de panecillos con queso salado y seco, y bebido,
eso si, toda el agua que quería, procedente de un
par de botellas de plástico, que le renovaban perió-
dicamente.

Le tranquilizó el hecho de que le trajeran la


comida dos personas encapuchadas, quienes no
dijeron ni una sola palabra. - Si pensaran matarme
no se andarían con estas discreciones - pensaba,
pero le frustró tremendamente el no haber tenido la
oportunidad de exponer sus puntos de vista ante
sus captores.

En su primer contacto con los guardianes


había protestado, incluso violentamente, hasta que
vio la chispa del odio en los ojos amarillentos de
quien le apuntaba con su pistola, y comprendió que
allí se estaban midiendo dos mundos, que había
caído en el centro de un conflicto, cuyos parámetros
se le escapaban, y decidió no volver a verse
obligado a mirar por el interior del cañón de una
pistola; le pareció más seguro esperar a que su

37
embajada negociara, y a salir de allí vivo y sin
heroicidades.

Sin embargo, para que la comunicación


existiera, aunque fuera solo en un sentido, pasaba
las horas de soledad diseñándose discursitos
breves, que le permitieran decir en el menor tiempo
posible, la mayor cantidad de cosas relevantes.

En los primeros mensajes lanzó algo así


como una definición de sí mismo: quien era, que
cargo ocupaba, el poquísimo tiempo que llevaba en
el Servicio Diplomático, y su calidad de miembro del
SPD ¡Partido Socialdemócrata Alemán¿.

Ya tenía preparado un nuevo paquete


comunicativo, en el cual informaba de teléfonos
directos y otros medios de hacer contacto con su
embajada, etc., cuando le sorprendió la entrada en
su celda de un tropel de gente, al menos cinco
personas, tres de ellas con los ojos vendados, y que
eran guiados por los encapuchados que
normalmente le atendían.

Thadeus se recompuso lo más rápidamente


que pudo, y quedó a la expectativa. Se tranquilizó
inmediatamente cuando los enmascarados retiraron
las vendas a los que conducían, y estos se
identificaron como periodistas.

38
El comprendió inmediatamente el sentido del
acto: se trataba de dar publicidad a su captura, de
mostrarle ¡vivo! ante los medios de comunicación.

La cosa, sin embargo, empezó a parecerle


extraña cuando ante su euforia, su alegría de
encontrarse junto a personas que se suponía
estaban fuera del juego, y eran más comunes a él,
comenzó a percibir la falta de interés que los
periodistas dedicaban a sus protestas respecto a la
indignidad de la forma de vida a que le obligaba su
encierro; a ellos parecían interesarles solamente las
fotos con un periódico del día. Por otro lado, a
Thadeus también le extrañó la evidente familiaridad
con la que el que parecía dirigir el grupo de
periodistas, cuchicheaba en un rincón, con uno de
los encapuchados... incluso le pareció observar
algunos gestos como de autoridad. ¡Lástima no
poder escuchar lo que hablaban!

Thadeus se dejó llevar por una sospecha, y


observó cuidadosamente al reportero que en ese
momento se encontraba más cerca suyo;
¡efectivamente!. El hombre no tenía sobre su piel ni
la más ligera marca del pañuelo. ¡Se lo acababan de
poner para entrar en la habitación!. Ahora recordó
que ninguno de los tres se había frotado los ojos, o
hecho algún gesto normal de habituamiento,
después de llevar mucho tiempo con ellos venda-
dos.

39
Las hipótesis que se le ocurrieron fueron dos:
O los tipos no eran periodistas, y todo era un
extraño paripé, cuyo sentido y utilidad se le
escapaban, o bien sí eran periodistas, pero estaban
asimismo implicados en el secuestro; en ese caso lo
más probable era que fueran del periódico "El
Diario", órgano del Sendero Luminoso, o bien de
"Cambio", si es que sus captores eran del MRTA...
Se le ocurrió que ese podría ser un buen sistema
para averiguar en manos de quien estaba; y lo
utilizó.

Ante su inocente pregunta - ¿ Y de que


periódico son ustedes ? -, se organizó un rápido
cruce de miradas de consulta, el cual resolvió, no
uno de los encapuchados, sino el jefe de los
visitantes, con un gesto que pudo ser entendido
como de autorización, a resultas del cual, el
reportero se limitó a dar el nombre. - Cambio -.

Thadeus tuvo la impresión de que sus


visitantes se ponían súbitamente nerviosos; ellos
también se habían dado cuenta de toda la
información que habían pasado al prisionero en una
sola palabra. Este hizo como si no se hubiera
enterado de nada, pero procuró grabarse el rostro
del que se había descubierto como jefe del cotarro.

Le llamó la atención el que aquel fuera de


raza totalmente blanca; - curioso - pensó en un
primer momento, considerando que los otros dos
eran mestizos, y que los movimientos terroristas le

40
parecían el lugar menos esperable para encontrar
blancos... - excepto arriba del todo - concluyó en
una segunda fase del análisis.

A partir de ese momento hizo un esfuerzo por


aparentar que el rostro del hombre no le interesaba
lo más mínimo, consciente de que quizás se estaba
jugando la vida.

Miró al techo y al suelo, preguntó si se sabía


algo de su liberación, qué habían pedido los
captores, si ya había negociaciones, etc., a lo cual
solo fue contestado con evasivas y generalidades.

Bruscamente, uno de los encapuchados; el


que había estado conversando con el periodista, dijo
que se había terminado la visita, y procedió a volver
a vendar los ojos a los visitantes, de una forma
ostentosamente ruda.

Thadeus se había concienciado


cuidadosamente, de que lo más importante era
sobrevivir sin problemas, confiado en que el
desenlace de la historia acabaría siendo
satisfactorio, gracias a las gestiones de su
embajada; algo así como aguantar un mal sueño del
que siempre se acaba despertando... pero él no
había contado consigo mismo, y cuando vio al grupo
desaparecer tras de la puerta, y ésta comenzar a
cerrarse, sintió un nudo en el estómago y se lanzó
inconscientemente hacia el hueco que aún quedaba
abierto intentando salir.

41
Su reacción tomó por sorpresa a los
demás, de manera que pudo atravesar el dintel y
agarrar a uno de los periodistas, justo en el
momento en que éste se estaba quitando el pañuelo
de los ojos. Thadeus no sabía qué era lo que
pretendía, pero en ningún caso quería quedarse
solo en aquella habitación.

Tarde comprendió el hombre que


aquella gente no se andaba con contemplaciones,
pues pasados los primeros instantes de sorpresa, se
encontró con una reacción de violencia inusitada;
culatazos, golpes de todo tipo, y una vez en el
suelo, unas patadas llenas de saña, que lo dejaron
en pocos segundos, inconsciente y sangrando por
media docena de pequeñas heridas.

42
CAPITULO IX

Antonio le había llamado y le había contado la


historia. El, Paco, había decidido intentar lo único
que le pareció útil, que era hablar con un cuñado
suyo, viejo militante del partido en el gobierno;
militante beligerante, si se puede utilizar esta
definición para llamar de alguna manera a los
grupos de choque, auténticos paramilitares, que
siempre habían hecho el trabajo duro al partido.

Realmente no tenía muchas ganas de


hablar con el cuñado, pues a la primera sintonía
como hombres de izquierdas, había sucedido una
mezcla de desprecio y vergüenza ajena, basadas
fundamentalmente en el amor al poder a al
enriquecimiento fulgurante del familiar, sin
explicación posible que no pasara por su cercanía al
poder... pero ¿qué le vamos a hacer? si se trata de
ayudar a Antonio, haremos de tripas corazón.

El cuñado, que no era idiota, y ya se


había dado cuenta de los sentimientos del español
aquel, con el que su hermana había decidido
casarse, a pesar de ser un muerto de hambre, sin
capacidad alguna para triunfar en la vida, y siempre
con esas extrañas ideas medio poéticas medio
filosóficas, supuso que si el otro le llamaba, sus
buenas razones había de tener.
Pero su sorpresa fue grande cuando
escuchó lo que le contaba...

43
- ¿Cómo dices?. Pero Paco, ¿cómo se te ocurre
que yo pueda saber algo de ese secuestro?
- ...
- Ya, ya me doy cuenta, pero yo no sé más que lo
que dicen los periódicos.
- ...
- Si, claro que yo tengo comunicación directa con
el Ministro del Interior. Tu sabes que somos viejos
amigos...
- ...
- Hombre, mi opinión personal es que ese amigo
vuestro, ese compañero español, estará en libertad
antes de veinticuatro horas.
- ...
- No me adules, así no vas a sonsacarme; yo te
digo lo que puedo.
- ...
- Si, de acuerdo, pero yo también tengo que ser
discreto...
- ...
- No seas dramático, nadie le va a hacer ningún
daño, yo te lo puedo asegurar.
- ...
- De nada, igualmente; ¿a ver cuando nos vemos y
me invitas a una botella de Chivas a la salud de tu
amigo, eh?.

Antonio recibió la comunicación con un cierto


escepticismo inicial, el cual sin embargo, fue
dejando paso lentamente a la comprensión de que
ahí podría estar el secreto del asunto...

44
- ¿Estás seguro de que ellos están mezclados en el
secuestro?
- ...
- Pero no sé que sentido pueda tener eso.
- ...

- Veinticuatro horas no son tanto tiempo; pronto


saldremos de dudas.
- ...
- Bien, ¡hasta entonces!.

La siguiente llamada fue a Alemania,


donde Don Julian no podía dar crédito a lo que le
decían:

- ¿Cómo dices, Antonio?, ¿que el Gobierno está


implicado en el secuestro?, ¿que debo estar
tranquilo por esa razón?. ¡No me cabe en la
cabeza!.

Antonio le explica lo que sabe, lo que


le han confirmado ya desde tres fuentes diferentes:
Que en ciertos niveles de ciertas fracciones del
APRA se habla del secuestro como algo previsto, y
que todos los informes cuentan con un rápido
desenlace favorable.

45
CAPITULO X

Thadeus se despierta con una


punzada de dolor bajándole del cuello y otra
subiéndole del costado. En la boca siente el sabor
pastoso de su propia sangre, pero hay algo en su
instinto que le dice que no tiene nada grave.

Lo que sólo en un primer instante le


asusta es la inmovilidad y un cierto cosquilleo; pero
se tranquiliza cuando comprende que está atado, y
que parte de su cuerpo está en una posición
forzada.

Thadeus recuerda, y se maldice a sí


mismo por su inconsciencia. - ¡Te has jugado la vida
idiota!- se dice - y sin la menor probabilidad de
éxito...-.

Lo incómodo de la postura se va
traduciendo en dolores menores, mientras que los
más agudos van perdiendo intensidad,
convirtiéndose la situación en un suplicio de
aburrimiento. Thadeus siente llegar la oscuridad,
tirado en el suelo y atado, con temor creciente ante
la perspectiva de una noche entera en esas
condiciones.

De pronto siente el alivio de que algo


puede cambiar, al escuchar ruidos en la cerradura
de su encierro. La puerta se abre lentamente, y

46
aparece un cuerpo humano, que cierra nuevamente
tras de sí, con un cierto sigilo; como si no quisiera
despertarlo. Thadeus se hace el dormido, pero
mantiene sus ojos abiertos con una rendija
imperceptible.

El visitante se acerca, es bajito y ...


tiene formas de mujer. Cuando llega al lado de
Thadeus se detiene y separa las piernas. Con las
manos en las caderas compone una figura
dominante ante el hombre tirado en el suelo.

La situación se prolonga un tiempo


que a Thadeus se le hace muy largo, luego la mujer
le da un puntapié, suave, en la pantorrilla, con la
intención de despertarlo. Thadeus finge, y se
despierta lo más convincentemente que puede.

La mujer, confiada en la oscuridad, no


va enmascarada y mira al hombre con un gesto
duro. Los ojos de Thadeus, habituados al bajo nivel
de luz, escudriñan aquel rostro joven, de pómulos
prominentes, y esperan alguna señal.

Ella rompe el silencio, con voz que


pretende ser segura, pero que contiene suficientes
matices como para confundir a Thadeus:

- Vengo a cobrar una deuda.


- ¿Qué te debo yo?
- Me debe tu raza, tu clase, tu mundo, tu género...
- Pero ¿qué?

47
- Nos debéis esclavitud, pobreza... Nos debéis la
dignidad que nos habéis robado. Nos debéis la
arbitrariedad de una cultura y de una religión que
relega al indio, y a la mujer del indio aún más, a la
posición del siervo.
- ¡Oye! que yo no tengo la culpa de todo eso.
- ¡Cállate! - La mujer parecía haber encontrado
más seguridad después de la anterior parrafada, y
apoyaba ostensiblemente la mano en la culata de
la pistola que llevaba al cinto. - ¡Te voy a violar! -
concluyó.
Thadeus no pudo reprimir una sonrisa.

- Me pregunto como te las vas a ingeniar para


violarme - Había un cierto tono de victoria en sus
palabras. Se dio cuenta demasiado tarde de que él
no estaba en situación de fanfarronear, cuando la
mujer le puso el cañón de la pistola apretándole un
labio contra los dientes.

- Voy a obtener de ti lo único que es realmente


tuyo, lo más sagrado. Tú me vas a hacer un hijo,
que yo convertiré en el más cruel enemigo de los
tuyos, y tú me vas a ayudar si quieres salir vivo de
aquí -

La mujer bajó a Thadeus los


pantalones y los calzoncillos, dejando su pene
flácido y arrugado al descubierto. Thadeus, con las
manos atadas a la pared, arriba de su cabeza,
miraba preocupado, sin comprender como iba a ser
posible que aquello acabara funcionando.

48
Nuevamente la pistola le apuntaba,
mientras la mujer le urgía la colaboración necesaria.
Thadeus intentó concentrarse para excitarse, pero
sin éxito.

- No puedo, con las manos atadas y una pistola


apuntándome, no me es posible, así, en frío... -

La mujer le miró como atravesándole,


dejó pasar un segundo, y con un gesto decidido se
quitó la camiseta.

A pesar de la poca luz, Thadeus


pudo ver los dos pechos, más claros que el resto
de la piel, libres de sostenes y erguidos allá arriba.
Luego ella se acabó de desnudar, manteniendo el
cinturón y la pistola, y se arrodilló junto al hombre.

Como quien toma un pájaro pequeño,


ella cogió entre sus manos el pene del hombre,
que ante el nuevo cariz que tomaban los
acontecimientos, comenzaba a reaccionar
ligeramente.

A Thadeus le pareció que la


experiencia de violación iba a ser más agradable
de lo que se podría suponer, cuando ella, después
de un suave masaje entre sus manos, tomo el
pene ya casi erecto en su boca, y comenzó a
chuparlo profundamente.

49
La erección fue total, y la mujer se
dio cuenta de que quizás había apresurado
demasiado las cosas, por lo que se apresuró a
sentarse sobre Thadeus, penetrándose, lo que por
cierto le endulzó el gesto.

A Thadeus, sin embargo, le vino a la


imaginación en aquel momento el fantasma del
SIDA, actuando como un anafrodisíaco fulgurante.
Ella al notarlo le clavó las uñas en los hombros.
- ¿Qué te pasa? ¿ya estás listo? ¿te has venido
ya? -
- Lo siento, he pensado en el SIDA, ¿no tendrás el
SIDA verdad?
- No tengo el SIDA - bufó ella impaciente - pero
tengo una pistola que mata más rápido. Como me
vuelvas a hacer esto otra vez te meto un plomo en
los huevos.

Nuevamente tomó ella el pene entre


sus labios, y esta vez Thadeus decidió dejarse
llevar por sus instintos, lamentando incluso el tener
las manos atadas, lo que le impedía acariciar a la
muchacha. El se lo dijo.

- No te equivoques; esto no es una fiesta. Tu estás


siendo utilizado como los tuyos han utilizado
siempre a las mujeres de mi raza. Ahora te toca a
ti hacer tu parte - le dijo, y se volvió a sentar sobre
el pene enhiesto, moviéndose rítmicamente arriba
y abajo.

50
Thadeus pensó que si así era la cosa,
lo mejor que podría hacer era concentrarse en
eyacular pronto y dejarse de problemas. Sin
embargo al mirar el rostro de la muchacha, se
encontró con que ésta había elevado la barbilla y
cerrado los ojos, componiendo una imagen de
placer, que tuvo la virtud de motivar más a Thadeus.

El elevó un poco su pubis y se


incorporó activamente al movimiento, siguiéndole el
ritmo a ella, hasta que, entre estertores y gruñidos,
ambos tuvieron un orgasmo simultáneo que les
dejó, desmadejados, ella sobre él, todavía con un
suave movimiento, como si ambos tuvieran
nostalgia de lo que habían alcanzado poco antes.

Thadeus vio dulzura y humanidad en


los ojos de la mujer, y eso le asustó, pues temió que
ella no le perdonara haber sido testigo de su
debilidad. Cerró entonces los ojos, y le dio tiempo
para recomponer el gesto que mejor le pareciera.

Cuando abrió los ojos ya era


nuevamente de día.

Las cosas ocurrieron después


extrañamente rápidas: Le desataron, le pusieron
una capucha, y le condujeron a toda velocidad al
mismo vehículo que le trajo, el cual lo volvió a dejar
en algún lugar, totalmente desconocido para
Thadeus, indemne, arrugado, con las piernas

51
temblorosas, y todas sus pertenencias en una
bolsita de plástico.

52
CAPITULO XI

El Embajador era un caballero de los


que ya no quedan; Quizás por ello sintonizaba bien,
a pesar de la diferencia de posición, con aquel
muchacho algo quijotesco en su empeño de definir
una imagen genuina, y en el que siempre acababan
por aparecer resabios hidalgos, procedentes quizás
de los muchos "un hombre no hace tal cosa" con los
que Don Julián había llenado de referencias la
infancia del muchacho.

Al Embajador von Schmetov, hijo de


un marqués de la Silesia, hoy polaca, pero alemana
en su nacimiento y juventud, le había preocupado
muchísimo el secuestro de su empleado, y respiró
aliviado cuando él mismo le telefoneó desde su
casa, antes incluso de meterse en la ducha.

Eran aún las 8 de la mañana, y el


Embajador se preparaba para tomar su desayuno,
cuando le pasaron la llamada.

Recordó con una cierta molestia, la


fama de radical que el imbécil del delegado del
Verfassungsschtz había creado alrededor del joven
Thadeus, al principio de su estancia en la
Embajada, y sacudió la cabeza, como queriéndose
quitar de ella todos los temores de los últimos días.

53
- Sr. Embajador, ya estoy libre, supongo que
gracias a sus gestiones. Quisiera agradecerle todo
y ponerme a su disposición.
- Me alegra mucho, Sr. Vidal, que esté Vd. libre y
bien, pero he de decirle que la Embajada no ha
tenido oportunidad de hacer nada; simplemente no
hemos encontrado interlocutores con los que
negociar, ni nadie se ha dirigido a nosotros con
ninguna exigencia... yo pensé que se habría
escapado Vd.
- Estoy confundido, Señor, ¿quién puede haber
conseguido mi libertad?
- Lo ignoro... Bueno, quizás el Sr. Antonio...
- ¿Qué Sr. Antonio?
- Un viejo amigo de su padre. Me llamó hace dos
días para contarme una teoría según la cual el
Gobierno podría estar implicado en su secuestro;
yo lógicamente hice un par de averiguaciones
discretas, con resultados más que confusos...
ahora todos están más preocupados de lo que van
a hacer después del 28 de julio5, que de lo que
pasa en el país. En la oficina tengo su teléfono;
por favor véame después de haber descansado.
¿a qué hora le mando un automóvil?.
- No se moleste Señor, yo iré dentro de una hora a
la Embajada.

La siguiente llamada es a Munich,


donde mamá Hannelore llora a moco tendido y
5
Fecha de toma de posesión del nuevo gobierno

54
papá Julian llora soto voce. Le cuesta un cuarto de
hora convencer a ambos de que está
absolutamente bien, de que no le han herido ni
torturado, ni está involucrado en nada turbio, ni
tiene por que ocurrirle nada en el futuro. Él está a
salvo, pero no sabe a quien se lo debe...
Nuevamente aparece el nombre de Antonio, y su
teléfono.

Cuando ya ha marcado el número de


Don Antonio, se acuerda de que no ha llamado a
Anne... sus padres la llamarán, se tranquiliza.

- ¿Donde estás Tadeo? ¿estás libre? - el viejo no


puede o no quiere llamar a Thadeus por su
nombre.
- Si Don Antonio, gracias
- Coño chaval no me llames Don Antonio, que no
soy tan viejo, ja, ja... solo te saco cincuenta y
cuatro años, ja, ja, ¿conque te has escapado tu
también?
- ¿Como que yo también? precisamente yo no me
he escapado; a mí me han soltado por las buenas.
¿Quién se ha escapado?
- Polay 6, ¿es que no lo sabes?. Se han escapado
cuarentaitantos emerretistas del penal de Castro
Castro, por un túnel que parecía el Metro, con

6
Máximo dirigente del Movimiento Revolucionario Tupac
Amaru, realmente fugado, junto con otros cuarentaytantos, en las
condiciones que narra la novela, en julio de 1990.

55
iluminación interior, ventilación y todos los lujos.
No ha quedado ni uno solo del MRTA en la cárcel.
- Pues a mí me han soltado - repite Thadeus.
- Coño, pues eso no es normal, por algo te habrán
secuestrado ¿no?.
- Eso digo yo.

56
CAPITULO XII

A partir del secuestro Thadeus goza


de un aura heroica en la embajada, es tratado con
especial deferencia y curiosidad por compañeros y
por contrapartes, e incluso los medios de comu-
nicación le persiguen con entrevistas periódicas, las
cuales no siempre tienen que ver con su secuestro...
hasta le buscan para que opine sobre un evento
deportivo.

Sacarse de encima a la Dircote 7 es


también una obra de arte de la diplomacia, la cual
logra llevar a término después de unas cinco o seis
horas de interrogatorios, informes, revisión de
archivos fotográficos, ejecución de retratos robot,
etc. Todo ello calificado por Thadeus como
peregrina pérdida de tiempo, pues la única pieza de
alguna consistencia, que él tiene para ofrecer: la
evidente complicidad de los periodistas, a quienes la
policía ha identificado a la primera, es
sistemáticamente ignorada.

El hombre del Servicio Secreto Alemán


es más considerado, en cuanto al tiempo se refiere,
pero mucho más impertinente, tanto así que a
Thadeus se le hace necesario hasta recordarle que
7
Dirección de la policía para la lucha contra el terrorismo

57
entre sus derechos está el ponerse o no corbata en
su tiempo libre. Sin embargo, él no cuenta a nadie la
historia completa; quizás un extraño pudor, quién
sabe por qué, le impide hablar de la "violación".

Con cierta frecuencia se sorprende a


sí mismo con la misma pregunta ¿por qué me han
secuestrado?. ¡Cualquier día tengo que visitar a D.
Antonio para buscarle explicación al asunto!, es la
conclusión típica... hasta que un día se decide a
visitar al viejo.

Don Antonio le ha dado cita en el


Centro de Día de la Tercera Edad, que es parte del
Centro Español; una especie de palacete antiguo
renovado con cariño, donde Thadeus se encuentra
al viejo, sentado tieso en una silla, frente a un vaso
de limonada, en una mesita que mira al jardín. El
hombre está solo, pero se nota que desde hace
poco, pues otro vaso, vacío, habla de un
acompañante.

Thadeus lo sabe; sabe que Antonio va


a decir que él es igual a su padre hace cincuenta
años, sabe también que el viejo se va a emocionar,
y le preocupa que le vaya a pasar algo, pero no, no
pasa nada. Antonio le dice: Sabía que ibas a ser
igual a tu padre, y sabía que me iba a emocionar...
lo cual no impide que por un momento los ojos del
viejo tengan un brillo húmedo.

58
¡Tiene planta el viejo!, allí sentado en
su silla, como un patriarca, en el entorno de chicos y
grandes que pululan por el Centro, le hace recordar
a Thadeus aquellos versos:

"Que suerte tienes cochino


por que al final del camino
te esperó la sombra fresca"

- Antonio ¿por qué me secuestraron?


- ¡Quien lo sabe!.
- ¡Hombre, a mí me gustaría tener una ideilla!, pero
no solo por curiosidad, sino para saber si me tengo
que preocupar, o si puedo dar la experiencia por
concluida.
- Mira, los periódicos, los analistas, y los amigos de
mi tertulia, que son de los que yo más me fío,
parecen coincidir en que tú eras la pieza de
seguridad en la planificación de la fuga de Polay.
- Si, yo también he escuchado como todo el mundo
estaba de acuerdo en esa teoría, pero el
razonamiento tiene un punto débil, y consiste en
que la única forma de que mi secuestro fuera la
carta de respaldo en esa fuga, es que se hubiera
negociado ésta antes de producirse.
- Bueno, y eso ¿a quién sorprende?.
- Pero Antonio, ¿no comprendes que eso
implicaría una voluntad del Gobierno de soltar a los
presos?. Por que a nadie se le puede hacer creer
que un diplomático alemán de cuarto nivel, tiene el

59
mismo valor que el mandamás del MRTA,
acompañado de treinta o cuarenta más.
- Tampoco eso sorprendería a nadie.
- ¡Coño Antonio!, si la cosa no es que sorprenda o
deje de sorprender, lo tremendo es que sea tan
evidente para cualquiera, y que nadie haya hecho
nada por camuflar la operación con alguna
maniobra de distracción.
- Tadeo, tu llevas en este país ya siete meses;
debiera ser suficiente para haber comprendido
que, en ciertos ambientes, la gente tiene una piel
extremadamente dura.
- Hombre, yo como diplomático extranjero no soy
la persona más adecuada para hacer tales
aseveraciones, por muy cierto que eso sea... Pero,
¿y si ambos nos equivocamos, y lo que hay detrás
es otra cosa?.
- ¿Como qué?.
- ¡Si yo lo supiera!.
- Pero ¿qué es lo que te preocupa?.
- Me preocupa que a esta historia le falte un acto, y
que en ese acto me toque a mí jugar un papel
desagradable.
- No seas tan alemán Tadeo. Aquí la planificación
no existe, y menos aún a medio plazo. Las
operaciones tienen un ciclo vital corto, un
beneficio grande o chico, pero unitario, y...¡a seguir
viviendo!.

Thadeus puede estar, o no, de


acuerdo con Antonio, pero le tranquiliza la seguridad
del hombre. También le relaja el ambiente familiar

60
del Centro, y se va quedando; ve atardecer, lee un
periódico español, mira con atención a un grupito de
chicas guapas que se dirigen al teatrín, mientras
que Antonio le presenta a otros asiduos del Centro,
o se dedica a sus gestiones.

Cuando Thadeus llega a su casa, lleva


el estómago calentito de unas sopas de ajo, como
las que preparaba su abuela, y el ánimo tranquilo de
una tarde de no hacer absolutamente nada, salvo
dejar que el alma se le aposente... El hombre
comprende, tirado en su cama, que lleva mucho
tiempo dando brincos por territorio hostil, y pasa
revista a las impresiones de los últimos días.

Lentamente, tirado en su cama, siente


que esta noche va a conseguir algo que ha venido
necesitando durante meses: resolver esa especie de
esquizofrenia teatrera que le hace sentir tan
forastero en las recepciones de Palacio, como en la
inauguración de la posta médica del Agustino8.

En realidad lo que a él le preocupa no


es sentirse forastero; él es forastero y lo sabe. Lo
que le inquieta es ese cinismo escéptico del que
está haciendo uso, para pasar por todos los
ambientes como protegido por una membrana
impermeable, le parece que es algo así como ir de
8
El Agustino es un "pueblo joven", especie de suburbio marginal
de Lima.

61
muerto en vida, demasiado separado de las cosas
reales... por otra parte puede ser que las cosas
reales, tal y como son en este país, no sean
asimilables por una afectividad sana, sin serio
peligro.

¿Cómo podría él acercarse a la


comprensión de los pobres, tan terriblemente pobres
como él nunca creyó que alguien pueda serlo, sin
verse obligado al mismo tiempo a comprender las
tristezas, angustias y desesperaciones que eso
puede originar?

Pero, si Thadeus quería comprender a


aquellos que le habían secuestrado, si quería
predecir un posible segundo acto del drama que
quizás llegara a implicarle a él, tenía que ponerse en
su lugar, y arriesgarse a la locura... o bien huir.

El hombre vuelve al tema; la huida es


desestimada, y hay que seguir trabajando sobre la
comprensión... le asalta el recuerdo de una cita de
Unamuno "los que un día se movieron entre los
pestíferos nunca volverán a estar limpios del todo", y
le asusta; se pregunta si será el síndrome de
Estocolmo.

Le asusta, sin embargo aún más, el


gallo final de la entonación del pituco9, y la
9
pituco es una forma de snob, elegante evidente, bastante hortera

62
capacidad de éste de ignorar todo lo que no sea la
burbuja de confort en la que se aísla del exterior.

Afortunadamente, el sueño resuelve al


cabo todas las cuestiones, y Thadeus se duerme
como un niño.

63
CAPITULO XIII

La era Cecilia ha pasado, quizás


arrastrada por el breve torbellino del secuestro, y
Thadeus sigue moviéndose entre la natural
atracción que él siente por las mujeres, y el también
natural temor a verse metido en líos.

El tiempo pasa rápido; el trabajo es


apasionante, y la aventura del secuestro empieza a
pertenecer a la historia. Thadeus se mueve mucho;
el contacto con Antonio le ha acercado al mundillo
de españoles de a pie, con los que se siente más
identificado que con la colonia de residentes
alemanes, y comienza a sustituir las visitas al Club
Alemán por paseos al Centro Español,
especialmente cuando hay cine, teatro, o quiere
echar una ojeada al "País"; sustituto ahora de sus
clásicos :"Die Zeit" y el "Süddeutsche Zeitung".

Entre las razones de este


acercamiento se encuentra también Montserrat;
Thadeus se lo confiesa a sí mismo con gusto.
Primero le impresionaron sus ojos, negros y
profundos, de mirada una pizca impertinente de
puro directa. Después se decidió a comprender que
además de esos ojos tan interesantes, la chica
poseía unas tetas la mar de atractivas, y que una
cierta dosis de deseo le daba encanto a la relación,
aún incipiente.

64
En el Centro Español funciona el
Circulo Juvenil, y en éste hay un grupito de
arquitectos, graduados y en trámite, que de vez en
cuando se reúnen para hacer tertulia. Montserrat es
parte del grupo, y Thadeus acaba acercándose
también, a cuenta de un proyecto de desarrollo de
tecnologías alternativas de construcción barata,
cuya formulación acaba asesorando.

Sobre las mujeres de Lima existen


muchos mitos e historias; desde las famosas
"tapadas", que personifican una insobornable
exigencia de libertad, a los más oscuros ejemplos
de conservadurismo. Y Thadeus no sabe muy bien
como enfocar las cosas con Montserrat,
especialmente teniendo en cuenta que la niña es
descendiente de catalanes y que debe andar por los
veinticinco.

Como alemán, o español de finales de


siglo, la primera idea que se le ocurre es proponerle
sencillamente un revolcón, pero se da cuenta de
que una propuesta de ese tipo hecha en frío tiene
pocas probabilidades de éxito. El enfoque ha de ser
más sutil, piensa.

Y como la suerte siempre sonríe a los


que confían en ella, Thadeus se encuentra al
levantar el teléfono, un momento antes de que
termine su jornada laboral, con la voz de Montserrat
que le pide una última leída al documento definitivo
del proyecto sobre arquitectura alternativa, que va a

65
enviar al Instituto de la Juventud de Madrid para
solicitar su financiación. Se ponen inmediatamente
de acuerdo, y una hora después ambos jóvenes
leen concentradamente el documento en la
habitación de trabajo de la vieja casa de Barranco,
en la que Thadeus ha conseguido ya sentirse
totalmente en su hogar.

La lectura y los comentarios se


prolongan; hay que hacer una pequeña
modificación, y se hace. La noche avanza, y, por fin,
en algún momento, se cierra la carpetilla del
documento con un suspiro de satisfacción. A
Thadeus se le escapan los ojos inmediatamente
hacia las tetas de Montserrat; esta le mira burlona,
expectante, con una sonrisa pícara, curiosa por ver
como el hombre enfoca la siguiente fase,
evidentemente inminente.

Thadeus se corta un poco, piensa,


luego junta ánimos y propone:
- Puedo abrir una botella de vino, sacar un poco de
queso y de paté y descongelar una barra de pan.
¿Te parece una propuesta tentadora?
- Me parece una idea excelente; realmente tengo
hambre, pero pensé que me ibas a proponer otra
cosa.
- ¡Te la voy a proponer!, pero con el estómago
lleno!.
- ¡Tu eres más alemán de lo que pretendes
aparentar, o yo te gusto menos de lo que me venía

66
pareciendo... ¡, o es que me miras por que tengo
una mancha en la camisa?.

Como quien quiere confirmar la


limpieza de la blusa, Montserrat mete la mano por
dentro, la ahueca y la levanta, pero no la mira, sino
que sigue los ojos de Thadeus, quien es consciente
de que está a punto de ser arrollado.

- ¡Que maravilla!, - suspira Thadeus - no sé por


qué, había temido tener que acercarme a ti
mediante maniobras estratégicas. - Ya te estabas
acercando con bastantes precauciones, ¿no te
parece?, o ¿temías que saliera corriendo y
llamando a mi mamá?.

Los ojos de la chica brillan desafiantes,


y Thadeus alarga las manos; le acaricia las tetas,
sobre la ropa primero, y metiendo las manos bajo el
sostén, después.

Montserrat , con sus dos manos


cerradas tras la nuca de Thadeus intenta llevar sus
besos a donde a ella le produce más placer; el
hombre, mientras lucha contra la asfixia, intenta y va
consiguiendo lentamente, desnudar el torso de la
mujer.

Son dos hambrientos dándose un


banquete, y ambos buscan la manera de sacarle
más sensaciones al momento; ambos buscan un
contacto cada vez más profundo, más intimo, pero

67
pasan conscientemente sin tocarlo, al lado de lo que
parecen ir buscando.

Sin embargo la resistencia a lo


inevitable tiene un límite, y en un momento dado,
entre jadeos, Thadeus hace un ademán de guiar su
pene dentro del cuerpo ya más que lubricado de
Montserrat.

- ¿No tendrás el SIDA? - pregunta ella.


- ¡Hombre! eso creo...
-¿Estás seguro? - insiste Montserrat - mira que
esto es muy serio -

Thadeus cierra los ojos y se acuerda


de su experiencia durante el secuestro. Le invade
una mezcla de sentimientos; sabe que no puede
estar seguro de no tener SIDA, y al mismo tiempo
se le viene encima una avalancha de recuerdos...
se siente, como en medio de un relámpago,
consciente de su situación privilegiada, y no le
importa; realmente hay momentos en los que la
conciencia social está de más.

- ¿No tendrás un condón? - le pregunta


Montserrat, sacándole de sus cavilaciones.
Thadeus salta de la cama - ¡Maldito destino ese
que nos obliga a correr a la búsqueda de un
condón, con un obstáculo hipersensible entre las
piernas, cuando lo que menos le apetece a uno en
el mundo es darse carreritas! - filosofa él, y termina
volviendo junto a ella con un paquetito, en el que

68
se lee el lema: "¡Póntelo, pónselo!, Ministerio de
Asuntos Sociales".

Tal y como pasa siempre, y seguirá


pasando, la sombra de la catástrofe planea un
momento sobre la pareja, mientras ambos
forcejean para colocar el invento, con las manos
resbaladizas y el pulso torpe; pero, tal y como pasa
siempre, y seguirá pasando, todo termina bien, y
las tensiones se resuelven en un orgasmo jaleado,
celebrado y aplaudido.

Tras el éxtasis viene la calma, los


cuerpos desmadejados gozan el descanso físico,
pero las mentes maquinan.

- Thadeus, ¿Me quieres?.


- Claro.
- ¿Siempre?.
- No, siempre no, es muy aburrido pensar eso.
- Entonces, ¿No me vas a pedir amor eterno y
fidelidad absoluta?
- Hombre... fidelidad absoluta... suena muy duro
¿no?.
- Si, eso me parece a mí.
- Te puedo pedir un lugar preferencial en tu
agenda.
- Te puedo ofrecer hasta una fecha fija; ¿te parece
bien los miércoles?.
- Me parece que tú le tienes tanto miedo como yo a
los compromisos y a las ataduras.

69
- Comprende chico, la vida es hermosa, y hay
demasiado tío empeñado en que las relaciones de
un hombre con una mujer han de ser las de un
colonizador con la tierra virgen... prefiero ser
Nueva York a la Amazonía.
- Pero, si no nos somos fieles tendremos que follar
siempre con condón.
- En eso estoy de acuerdo, pero tampoco es tan
malo, ¿no?.
- ¡Toma!, como no eres tú la que se lo tiene que
poner.
- ¿Quieres un besito de desagravio por las
incomodidades?.
- ¿Donde yo diga?.
- ¡Donde tú digas!.

CAPITULO XIV

Después del encuentro con


Montserrat, Thadeus piensa, durante un par de
días, con cierta frecuencia en su experiencia de
violación; a veces fantasea con la imagen de su
captora, en el contexto de una inversión de
papeles, otras veces llega hasta imaginarse una
paternidad con ribetes de aventura masoquista... y
con la redención final del muchacho.

- ¡Algún día se me olvidará! - Piensa Thadeus


finalmente, sin que esto le preocupe lo más
mínimo.

70
Pero parece que hay sangre nueva
en la Dircote, o que los viejos expedientes son
revisados de vez en cuando; El caso es que no ha
pasado una semana del primer encuentro con
Montserrat, cuando Thadeus recibe una llamada
en la que un joven teniente le pide, con toda
gentileza y respeto, si pudiera ampliarle un par de
puntos de su declaración, así como revisar algunas
fotos nuevas, para efectos de una eventual
identificación.

Thadeus recuerda al policía que los


captores habían usado máscara siempre, salvo en
el fugaz momento del secuestro, y que él no se
siente capacitado para identificar a nadie; sin
embargo la gentil insistencia del oficial, unida a su
personal obligación de mostrarse colaborador,
acaban llevando a Thadeus una mañana a la
oficina de la Dircote.

Aunque el ambiente del local sigue


desagradando al joven, Thadeus comprende que
el teniente que le ha llamado se toma su trabajo
con más fe que los oficiales que le tocaron en
suerte la otra vez. A Thadeus le impresiona el
análisis que el otro ha hecho de su declaración,
una tabla de datos y cuestiones que le recuerda
las matrices de relación que estudió en la asig-
natura de Investigación de Operaciones, y saluda
inconscientemente, con cierto instinto fraterno, el
componente técnico del policía.

71
El teniente, que ha percibido la
frialdad disciplinada con la que el joven diplomático
ha llegado a su oficina, y la ve transformarse en un
cierto interés, comprende que se va ganando su
confianza y no resiste la tentación de irle dando
señales de lo que se mueve en su cabeza.

- Como ve usted, de su declaración, según como


se la interprete, se puede concluir que el grupo
captor estaría compuesto por un mínimo de ocho
personas, si es que cada tarea fue desempeñada
por un delincuente diferente, o por dos, que es el
máximo que usted ha declarado haber visto
juntos.
- ¿Es eso relevante? - inquiere Thadeus.
- Si, pues la teoría que se ha considerado más
probable, implica que su secuestro sería una
acción de respaldo a la fuga de Polay, para cubrir
el caso de que algo saliera mal... al menos esa es
la explicación que más acogida y respaldo
oficiales ha encontrado. - el joven teniente duda
un instante, pero continúa con un gesto decidido -
sin embargo ¿no se ha parado usted a pensar
que lo que mejor explicaría todo sería que la fuga
se hubiera negociado, a cambio de su libertad?.
- Es una posibilidad - contesta Thadeus cauto.
- ¡Pues no! - casi grita el teniente - ¡eso no es
posible, salvo como maniobra de cobertura para el
que ha permitido la fuga!
- No le entiendo - disimula Thadeus, para tirar de la
lengua al oficial.

72
- Comprendo que éste no es su país ni su
problema, pero ¿no se siente usted ofendido por la
tosquedad de la maniobra? ¿no le parece que es
una ofensa a la inteligencia...?
- Supongamos por un momento que yo me he
hecho las mismas reflexiones que usted, pero
¿como podría ayudar mi testimonio a aclarar
algo?.
- ¡Recuerde cuanta gente ha estado involucrada en
su secuestro!
- ¿Para qué serviría eso?
- El MRTA puede movilizar mucha gente para una
operación de cobertura, incluso ocho me parecen
pocos, pero si la operación no es del MRTA,
directamente, sino de algún grupo muy cercano al
poder, que no quería dejar presos del MRTA en
manos del Gobierno de Fujimori, ésta tenía
necesariamente que ser llevada a cabo por alguno
de los pocos jóvenes que estos grupos pueden
movilizar... no me imagino a ninguno de los
violentos históricos, haciendo ese trabajo. ¡Están
demasiado bien situados!.
- Usted es consciente, teniente, de lo poco seguro
que puedo estar yo, en cuanto a los datos que me
pide, y la trascendencia que ellos pueden tener.
- ¿Trascendencia?, ja. ¡Esto nunca pasará de ser
un divertimento intelectual por mi parte!. Yo quiero
saber que es lo que ha pasado, pero si intentara
sacar mis conclusiones a la luz me encontraría
entre un poder, aún muy grande y muy real, y la
indiferencia de la justicia... me harían pedazos
antes de que llegara a abrir la boca.

73
- Demasiado joven para ser tan cínico.
- ¿Sabe usted cuanto gano?
- No.
- Si, si lo sabe, ¡sabe que gano una miseria!. Lo
único que me justifica en este trabajo es aplicar lo
que me han enseñado, practicar, aprender cada
día más, y ser cada día un mejor investigador...
quizás algún día eso me sea útil, a mí o a mi país.

Thadeus calla, comprende y sonríe. El


teniente comprende asimismo, y ambos cruzan una
mirada de inteligencia.

La siguiente hora y pico se pasa en un


despliegue de técnicas identificatorias y de
diagramas hombre/operación, con las que los dos
jóvenes analizan cada recuerdo de Thadeus, como
chiquillos ante un crucigrama, llegando finalmente a
una conclusión: Los secuestradores podrían
perfectamente haber sido solo dos; un hombre y una
mujer.

Cuando el teniente lleva a Thadeus a


la sala de los catálogos de fotografías, no le abruma
con cantidades ingentes, como le hicieron la otra
vez, sino que se dirige resueltamente al encargado,
solicita un volumen concreto, que el otro se ve obli-
gado a sacar de un armario cerrado con llave, y lo
abre ante Thadeus por una página, en la que sólo
hay rostros de mujeres jóvenes...

74
No ha pasado un par de segundos
cuando Thadeus tiene los ojos fijos en una
fotografía. El no tiene duda; la habitación podía
haber estado obscura, las circunstancias ser poco
propicias para una identificación, pero él estaba
seguro... aquella era la mujer.

Thadeus intenta recordar el número de


la foto, y disimula lo mejor que puede, sigue
haciendo como que busca, pasa alguna hoja
indolentemente, y finalmente dice al oficial que no,
que no ha habido suerte...

- Thadeus, de ninguna manera te voy a decir el


nombre de ella, si tú no me dices a mí de quién se
trata...

Thadeus brinca; el tuteo, la aparente


transparencia de sus sentimientos para el policía
le dejan desarmado durante un segundo.
- Bien, teniente, o... ¿cómo es tu nombre?.
- Pedro Santamaría.
- Bueno, Pedro, ¿cómo está el juego?.
- Tu tienes en la mano un puntero, que yo te he
dado para que me señalaras las fotografías que
pudieran corresponder a sospechosas; yo tengo en
la mía - dijo esto mostrando en la palma de la
mano un objeto metálico que podría pasar por un
encendedor - un receptor que me transmite tu más
leve alteración... y tú has pegado un brinco cuando
tenías los ojos sobre un área en la cual no hay
mas de cuatro fotografías. ¿me puedes explicar

75
por qué?. - sigue un corto silencio, y continúa el
oficial - Realmente no entiendo la razón por la que
tú pudieras estar interesado en ocultarme esa
información; y eso introduce en la investigación
una nueva variable que tendría que evaluar..
Quizás el síndrome de Estocolmo... perdóname,
Thadeus, ¿te importaría que te llamara mañana,
cuando esté un poco más claro?.

Thadeus, aún sorprendido por la


reacción del oficial, se apresura a volver a la
embajada, y busca la intimidad de su oficina; por
alguna razón se siente ahí más seguro que en cual-
quier otro sitio.

- ¡Tú eres tonto! - se increpa - ¿un Quijote latino?


¿un caballero defendiendo el honor de una
dama?... ¡Ein Arschloch; das bist Du, ein
vollkommenes Arschloch!10 - No es frecuente que
Thadeus maldiga en Alemán, pero esta vez le sale
del fondo del alma.

Se revuelve inquieto durante un rato.


Mientras se va sosegando y comienza a ser
consciente de que no ha pasado absolutamente
nada, objetivamente hablando; de que él sigue
siendo dueño de la situación, al menos de la parte

10
(Un gilipoyas, eso eres tú, un gilipoyas de remate)

76
que a él le puede afectar, y sin embargo se
pregunta por qué le ha afectado tanto... En ese
momento echa de menos a alguien con quien
poder analizar los hechos y sus reacciones, pero
comprende que, aún siendo una tontería, ya ha
hecho mucho camino solo, y no puede pedirle
consejo a nadie... ¿o si?. Thadeus llevado por un
impulso súbito llama a Antonio y se sincera del
todo.

El anciano le espera otra vez en el


Centro Español, sentado en aquel sillón
aparentemente incómodo, pero que parece
preferir, quizás por que le mantiene tieso.

Han pasado dos días desde la


llamada de Thadeus, y nuevamente Antonio ha
puesto en marcha su red de información. Ahora ya
sabe todo.

Thadeus ha vivido una nueva cita con


Montserrat, y ha podido confirmar que la chica
tiene mucho más fondo del que él suponía en un
principio, y que no es una niña a la que debe
cuidar y engañar simultáneamente, sino un sujeto
consciente de lo que desea y firme como
compañera... Su situación anímica de hoy difiere
mucho de la del momento en que llamó a Antonio,
temeroso de no tener con quien confiarse.

77
El joven se sienta frente al viejo,
también en un sillón frailero, tieso e incómodo,
pero bueno para verse las caras.

- ¡Hola Thadeus! - Antonio está jovial. Con gesto


pícaro recibe al muchacho como si él mismo
también lo fuera; chico y juguetón.
- Antonio, ¿cómo estás?. Gracias por tomarte
tantas molestias.
- ¿Molestias? ¡pero si desde que me llamó tu
padre no me duele nada, he recuperado contacto
con amigos a los cuales no veía desde hacía
eternidades, me estoy enterando de cosas
apasionantes y he rejuvenecido no sé cuantos
años!.
- ¡Oye! tu estás hoy que pareces un chico con
zapatos nuevos...
- ¡Si supieras...!
- Bueno, cuenta.
- La primera es que he podido averiguar a quien
corresponde la fotografía que viste en el catálogo
de la policía. ¡Agárrate! la niña se llama... pero a ti
no te va a decir nada el nombre; baste por ahora
con decir que su padre fue uno de los jóvenes
oficiales que se comenzaron a perfilar con "el
Chino" Velasco11, y que pudo haber sido Ministro
del Interior con Alan García. Ella, siguiendo quizás
con demasiada pasión la ideología del padre, se
11
El General Juan Velasco Alvarado, autor de un golpe militar de
orientación populista en 1968.

78
ha visto envuelta ya un par de veces en sucesos
violentos, a los cuales, por supuesto se ha echado
tierra... Esta pieza ajustaría muy bien en la
hipótesis de que tu secuestro ha sido una cortina
de humo para cubrir a alguien, que desde el
gobierno habría dispuesto que Fujimori no
heredara ni un solo emerretista en la cárcel. La
segunda es que el teniente Pedro Santamaría
Quispe tiene un brillante expediente académico,
así como una bien ganada fama de excéntrico,
con matices místicos, entre los que se cuenta su
afición como predicador dominical. Tiene enemigos
en el cuerpo por su tozuda negativa a colaborar en
"operaciones" de las que dejan dinero.
- ¡Pues si que estamos buenos!.
- ¿Qué te pasa?.
-¿Qué me pasa?. ¡Antonio, no te olvides que el
que está metido en esto soy yo, que soy un
diplomático de un país amigo, que he ocultado
información de valor definitivo, y que pudiera ser
que ese teniente ya estuviera al tanto de todo,
habiéndome dejado a mí con el culo al aire!.
- ¡Joder Tadeo, no dramatices!. En tu situación
puedes alegar de todo, que todo lo que alegues te
lo creerán.
- Si, quizás, pero tendré que pensar aún en alguna
explicación plausible, para el caso de que sea
necesario...

79
CAPITULO XV

El Embajador está muy serio pero, en


el fondo, su alma socarrona de hombre que ha visto
de todo, casi se divierte ante las tribulaciones de
aquel muchachón, a quién la situación se hace un
mundo. Por otra parte le halaga el que el joven haya
recurrido directamente a él, no oficialmente a través
de un frío informe, sino en el contexto de una charla,
como pidiendo consejo al amigo experto.

La duda del Embajador es hamletiana:


ser el caballero de referencia que busca el joven
diplomático; o no serlo, y recordarle que entre sus
respectivos niveles jerárquicos hay otros tres o
cuatro, pegarle la bronca por el informe incompleto,
y mandarle con el delegado del Vefassungsschutz.

Por otro lado, el instinto le dice al


Embajador que ha sido la providencia la que ha
empujado a Thadeus a callar, pues él no quisiera
imaginarse la situación, en el caso de que fuera un
funcionario de su embajada el responsable del
destape de algo tan conflictivo, como la fraterna
relación entre integrantes de un grupo guerrillero, y
miembros de un partido, que buenamente podría
estar de nuevo en el gobierno en 1995.

Thadeus también sabe todo lo anterior, y por


ello se ha arriesgado a brincarse los reglamentos y

80
ha puesto el tema en conocimiento del Embajador;
ahora espera su reacción, consciente de que todo
es posible, y sin poder adivinar nada tras el rostro
de jugador de póker del viejo diplomático.

- Su padre es español ¿no es así Herr Vidal?.


- Si señor, de Castilla.
- ¿Sabe usted enjuiciar unas croquetas bien
hechas?.- Thadeus se desconcierta un segundo,
toma aire, y comprende que el Embajador ha
tomado su decisión; casi ríe de júbilo cuando
contesta:

- Hombre, normalmente uno deja sus referencias


culinarias a su madre; que en mi caso hace un
asado de ciervo con mermelada de grosellas, que
para mí nadie puede superar. Sin embargo mi
abuela paterna ha jugado un papel importante en
mi cultura gastronómica, poniendo a mi alcance
todas esas delicias de la cocina popular española,
que los alemanes primero hemos repudiado por
que eran teóricamente muy insanas, y ahora idola-
tramos de una forma quizás un poco papanatas,
por la historia aquella de la equilibrada dieta
mediterránea... croquetas, potaje, estofados,
escabeches; en conclusión: ¡sí entiendo de
croquetas!.
- ¿Las sabe usted hacer?.
- Eso de las croquetas tiene tantas escuelas como
cocineros hay en la tierra; yo hago unas croquetas
un poquito heterodoxas, pero que yo creo que

81
saben divinas; les pongo cebolla en la salsa
blanca. ¿cómo le gustan a usted?.
- ¡Ah no Herr Vidal! yo no tengo ni la menor idea
de lo que las croquetas tienen dentro, pero jamás
olvidaré el sabor de aquellas que nos ponía la
patrona de la pensión en la que yo viví en Madrid,
cuando usted aún no había nacido, y yo me
empeñaba en aprender Español estudiando
Historia en la Universidad Complutense... creo que
aprobé lo que aprobé por que era extranjero, y los
españoles han sido siempre muy hospitalarios,
pero lo que realmente estudié fue la manera de
tirarse la tarde entera tomando "chatos" de tinto,
con su correspondiente tapita, y volver a casa
cenado, después de haber acompañado a las
chicas a casa ¡antes de las diez!.
- Huy Sr. Embajador, eso de que las chicas han de
estar en casa a las diez es hoy ya museable; ¡pues
no se han dado prisa los españoles en liberalizar
sus costumbres!.
- Ya, ya me he dado cuenta... a veces siento, junto
a los españoles de ahora, que les han salido alas,
que van más que ligeros, pero con paso seguro...
solo me preocupa que esa conquista de la libertad
y de la prosperidad, pueda ir seguida de una
obsesión de consumo, que les aprisione como una
nueva tiranía.
- Es cierto; a veces da la sensación en España de
que regalasen los Mercedes y los BMW, de tantos
como se ven por las calles...
- Yo no quiero ser injusto con España, ni con su
desarrollo, pero la que yo echo de menos es la

82
España de mis veinte años... ¿o lo que echo de
menos son mis veinte años?.
- A ese respecto, lo único que yo puedo intentar es
hacer croquetas de pobre, que se han de parecer
mucho a las croquetas de postguerra, de pensión
en Madrid.
- En realidad mi pregunta iba dirigida a obtener una
evaluación, por su parte, de las croquetas del
restaurante del Centro Español... aunque no tengo
fe alguna en que un restaurante pueda recrear las
croquetas a las que me refería -.
- Si le apetece, puedo intentarlo yo.
- Esta vez permítame que le invite yo a almorzar
unas croquetas del Centro Español, que ahora
mismo nos mandamos traer, mientras usted me
amplía con todo detalle, aquí, en mi salita de
reuniones, la historia y sus implicaciones.

La muy saludable apariencia del


Embajador se debe, sin duda alguna, a su enfoque
parco y equilibrado de la alimentación; come tres
croquetas y un puñadito de ensalada, y solo bebe
una copa de vino tinto, acompañada, eso sí, de dos
botellitas de agua mineral. Thadeus no quiere
parecer glotón, y se ve obligado, casi con lagrimas
en los ojos, a ver como quedan encima de la mesa
media docena de deliciosas croquetas.

Los labios del viejo diplomático tienen


un ligero brillo, de aceite, y su gesto es el
bonancible del recién comido, cuando se despide de
Thadeus, habiendo puesto en sus manos la

83
responsabilidad de llevar el asunto a buen puerto,
de manera discreta.

84
CAPITULO XVI

Thadeus ya mide el tiempo por


semanas, cuyo centro de gravedad son esos
miércoles de encuentro con Montserrat... En
realidad sólo van tres con éste, contando su primer
encuentro, y a Thadeus le parece el sistema algo
tonto. Un poco clásico eso del "jour fix", antiguo e
inflexible; pero aún no han decidido un esquema
alternativo de relaciones, y éste tiene la virtud de
existir.

La chica ha dejado a Thadeus,


después de una tarde de hacer el amor y hablar de
todo, cansado y sosegado. Con un millón de cosas
que le dan vueltas en la cabeza, pero que le dan
vueltas despacito, sin atosigarle.

- Hablar con esta mujer me aclara las ideas -


reconoce en su pensamiento Thadeus, después de
verse obligado a desliar un par de nudos ante las
preguntas claras de Montserrat. Uno de los nudos
de hoy fue el porqué del silencio de Thadeus ante la
experiencia de "violación"... Vergüenza fue
finalmente la explicación; pero una vergüenza
matizada de sentimiento de culpa. - ¡Me callé por
que me sentía yo mismo un poco violador! -, fue la
conclusión final de Thadeus, contestada con una
carcajada por parte de Montserrat, quien lo besó, le
tomó un poco el pelo al respecto de su "machismo
latino disfrazado", y con ello absolvió al joven.

85
Después de la marcha de Montserrat,
Thadeus se ve inundado por una deliciosa molicie
que lo lleva lentamente de vuelta a la cama,
haciéndole sustituir sus planes de lectura por una
experiencia de introspección, nada sistemática, en
la cual el joven siente que se va conociendo a sí
mismo con una transparencia nueva.

Pero el destino es veleidoso, y cuando


Thadeus está más feliz, a punto de dormirse, suena
el teléfono.

- Dígame.
- Doctor Vidal, buenas noches; le habla el teniente
Santamaría.
- Por Dios, ¿sabe que hora es?.
- ¡Es muy urgente!; si no, no hubiera llamado...
¿tiene usted un momento?
- No puedo garantizarle que mi conversación sea
muy lúcida, pues estoy ya dormido; pero usted no
se cohiba, y dígame por favor eso tan urgente.
- Oh, perdone, pero es realmente urgente.
- Bien...
- Se trata de las señoritas de las fotografías; aún
no comprendo por qué usted me ocultó que había
reconocido a una, pero me veo obligado a llamarle
para que me confirme la identificación.
- ¿Eso es lo que usted entiende por muy urgente?
- Si, pues en caso contrario me veré obligado a
detener a una de ellas. - la voz del teniente está
evidentemente alterada.

86
Thadeus tiene perfectamente claro,
que la única posición que él puede mantener sin
daño para nadie, es la de no conocer a la
muchacha, y está lo suficientemente tranquilo
respecto a su posición, como para dar el tema
definitivamente por cerrado, cueste lo que cueste.

- Teniente, le ruego que olvide este teléfono, y que


recuerde mis prerrogativas como diplomático. Si
usted se empeña en esa idea absurda de que yo le
estoy ocultando información, le sugiero que me
haga una reclamación formal a través del Minis-
terio de Asuntos Exteriores... aportando
evidencias, claro está...
- La voy a detener, se lo advierto... no permitiré
que ninguna salga del país.
- Haga usted lo que quiera; yo no conozco a nadie,
ni tengo la menor idea de lo que está usted
hablando.
- ¡No me obligue!... yo sé que es una de las tres,
pues la otra estaba en el extranjero cuando su
secuestro... incluso otra de ellas tiene una
coartada aún sin comprobar... quedan dos, y una
de ellas está a punto de tomar el avión para
Europa... ¡no lo voy a permitir!.
- Teniente, haga usted lo que quiera, pero no
olvide que lo hace bajo su total responsabilidad,
con el riesgo de que lo tomen por loco. Y ahora
¿me dejará dormir?.- Thadeus sabe que no tiene
otra alternativa, y juega su papel con la más
absoluta de las decisiones.

87
- ¡No lo permitiré!.
- Haga usted lo que crea más conveniente, pero
por favor, no me moleste más, si no desea que sea
yo quien haga la reclamación formal a la
Cancillería.

A Thadeus le cuesta mucho esa noche


conciliar el sueño, y cuando se duerme lo hace de
manera inquieta, intermitente; suda y se mueve, de
manera que el despertar lo encuentra como recién
salido de una pelea.

- ¡Mal diplomático haces tú muchacho, si una


mentirita de nada te alborota de esta manera! -
monologa Thadeus, y se mete en la ducha
meneando la cabeza.

88
CAPITULO XVII

Thadeus comienza su día de trabajo


con mucha más tranquilidad de lo que él temía. El
fantasma del escándalo internacional se va
debilitando a medida que avanza la jornada, y la
imagen de Montserrat se le cuela cada vez con más
frecuencia, cuando su mente queda por un
momento libre de concentración.

Normalmente Thadeus recibe los


periódicos, los deja sobre un mueble, y ahí quedan
hasta que se marcha a almorzar. Solo cuando
Thadeus sigue un tema con especial interés, hojea
la prensa por la mañana, aún cuando entiende que
leer el periódico es una parte de sus obligaciones
laborales.

Ese día no tiene por que ser diferente,


hasta que su secretaria le pasa una llamada de
Antonio. Thadeus la recibe, escucha, tuerce el gesto
y extiende la mano para alcanzar la prensa. Al dar la
vuelta al diario se encuentra con los ojos abiertos
del teniente Pedro Santamaría Quispe, que le miran
sin verle desde una fotografía grande como una
postal; entre los dos ojos el agujero negro de un
disparo, y bajo la foto el titular:

"TENIENTE DE LA POLICIA
APARECE ASESINADO EN LA

89
PLAYA DE ESTACIONAMIENTO DEL
AEROPUERTO INTERNACIONAL
JORGE CHAVEZ; SE DESCONOCE
LA IDENTIDAD DE LOS AUTORES,
ASI COMO LAS RAZONES DEL
HECHO"

90
EPILOGO

Thadeus miraba, sin dar crédito al hecho de estarlo


viendo sin marearse, como un manojillo de pelos
negros se abría paso entre los ralos, castaños y
ensangrentados del pubis de Montserrat.

El médico, un viejo italiano con pinta de burócrata y


rostro de santo renacentista, decía con voz
sosegada pero extrañamente firme: -presiona,
presiona alora, forte-, en ese eficaz Itañol que le
había permitido seguir como ginecólogo, vecino y
amigo de casa, el final del embarazo.

Él sintió en el apretón de la mano de Montserrat


como le subía el dolor, e hizo lo único que en ese
momento estaba a su alcance: se concentró en
jadear como un perro cansado, siguiendo el método
aprendido en el cursillo de "parto participativo", para
ayudar a Montserrat a concentrar en el parto toda la
energía disponible.

A Thadeus ya le estaba doliendo el culo de tanto


empujar, y sentía tentaciones de ayudar a la
comadrona, que casi sobre la barriga de Montserrat,
pretendía vaciarla como si de un tubo de pasta de
dientes se tratara. Finalmente terminó de salir la
cabeza, y todo terminó en segundos; el médico
acompañó el giro de aquel ser, parecido a un conejo
recién desollado, que se desprendía del cuerpo de

91
la mujer, y tiró de él hasta que lo tuvo entero en sus
manos.

Todos soltaron aire al unísono; el médico un poco


más tarde, pues se reservó los pocos segundos
necesarios para una primera inspección que le
confirmara la integridad de la recién nacida.

Y ahí comenzó la fiesta de la abundancia.

Diversas casas comerciales se las habían


ingeniado para que la habitación de la madre
estuviera llena de muestras, regalitos, folletos
informativos, tarjetas de felicitación, etc. Los colegas
de Thadeus, bien a título personal, u oficialmente,
comenzaron a hacer llegar cestitos con flores,
camisetitas para el niño o chocolates para la madre.
Incluso el Estado se tomó la molestia de enviarles
una "carta informativa", y la banca puso a
disposición del recién nacido al menos tres
diferentes cuentas de ahorro, abierta cada una con
un Marco.

Rio había sido un chasco; los compromisos


tomados lo habían sido para la galería, y la ecología
del planeta tierra seguía tan amenazada como
antes. El aire, el agua, la tierra y el espacio
seguirían soportando el maltrato de ese género
humano que cada día aumentaba en 250.000
personas.

92
Sobre la "wickeltisch", especie de cómoda alta con
una bandeja acolchada, construida especialmente
para cambiarle los pañales al bebé, se
amontonaban ya varios botes de potingues
incomprensibles, así como pañales, toallitas
húmedas de un solo uso, etc.

Thadeus se acordó de Perú. El Fujigolpe había


precipitado un traslado que, después de tres años
de servicio en un país, era previsible. Ahora, desde
Bonn, con su hija recién nacida acurrucada entre las
tetas de Monserrat, ahíta de leche, Thadeus se
acuerda de Perú.

Se acuerda de los pirañitas de Lima, que ya saben


robar, y acaso matar, con cinco años. Su
imaginación vuela, y recuerda a María Elena
Moyano, de quien casi llegó a ser amigo, asesinada
por haber puesto en pie una gran organización de
mujeres cuyo enemigo era el hambre. Thadeus ve
niños y más niños; muchos niños que jamás tendrán
ni siquiera lo suficiente, y así se acuerda de Perú.

Los papeles de la inscripción de Merceditas, que


en Alemania se llamará María, se rellenan en el
Standesamt (Registro Civil) de Bad Godesberg,
cerca de Bonn, donde viven desde su retorno a
Alemania. El oficial del registro hace de la
inscripción algo importante, y remarca un
comentario de alivio: "felizmente otro pequeño
alemán".

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Pero Perú no son sólo niños; también la imagen
del Teniente Santamaría le recuerda, cada vez con
más frecuencia, el Perú de quienes intentan arreglar
algo. Santamaría, loco de honradez, quizás muerto
por eso mismo, y Fujimori, poseído por el ansia de
poder (suya o de un tal Montesinos) son partes del
mismo dibujo, que Thadeus nunca entenderá del
todo.

FIN

Ramón Tejeiro nació en


Madrid, España, hace
cincuenta años, de los
que ha vivido casi la
mitad en diferentes
países de tres
continentes, recogiendo
experiencias diversas,
que mezcladas con un
inevitable aporte
autobiográfico, son la
base de sus novelas...
qué es lo uno y qué lo otro es irrelevante, pero le da
un cierto puntito morboso a la lectura.

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El autor reside actualmente en Guatemala.

En esta novela, cuya acción se desarrolla en los


primeros años 90, se narran las peripecias de un
joven diplomático alemán de origen español, en su
primer destino –en Lima, Perú- así como la
percepción, desde la óptica de un europeo, de uno
de los momentos más difíciles de aquel país, tanto
en lo económico como en lo social. El relato se
mueve entre un secuestro político, con sorpresas, y
una sencilla historia de amor, en el contexto de
viejas historias de refugiados -Republicanos-
españoles en el mundo.

Lima - Madrid, 1991/1992

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