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PADRE PEDRO RICHARDS, C.P.

31/12/1911 - 30/10/2004
92 años vividos a fondo

¿Qué decir de alguien que además de vivir 92 años, los ha


llenado de vida y pasión? Un sacerdote tiene frecuentemente
la alegría de escuchar “muchas gracias, padre”, como un
retorno de alguien que experimentó el paso de Dios por la
mediación de “ese” hombre pecador y frágil, pero con “algo”
que lo supera y es fuente de paz. Pedro lo habrá escuchado
muchas veces. Si todos los agradecidos pudieran decirlo
juntos formarían un coro inmenso y una hermosa polifonía
anticipo del cielo. Aquí van algunas pinceladas.
La familia, antes de ser una “obsesión pastoral”, fue para él
una amorosa experiencia. Descendiente de irlandeses, la
familia era fuente de la vida, referencia de los valores más
profundos, escuela de fe. Hogar de puertas abiertas, con
muchos familiares e infinidad de amigos. Si rastreamos el
origen de su vocación pasionista descubrimos la presencia
sacerdotal en casa. El pasionista podría definirse en ese
tiempo – entre otras cosas – como el “hombre de Dios en la
familia”. Lo que no era frecuente para otros, para un
pasionista era lo habitual. No era solo el “amigote”, sino
consejero, confesor, confidente.
Uno de los amores más profundos de su vida fue el que tuvo por su hermana Minnie, que
murió a los 19 años. Compañeros de infancia y amigos – como sólo lo pueden ser hermanos -
, juventud con ideales compartidos (se preparaba para ser religiosa pasionista). Sufrió
intensamente su muerte y esa ausencia dejó en su espíritu para siempre una nostalgia muy
sentida, si bien rara vez expresada, y eso en caso de contadas personas muy allegadas a
Pedro.
En su juventud evidenció los dones que lo marcaron a lo largo de su vida: inteligencia,
creatividad, valentía en la defensa de sus convicciones, alegría de vivir, caballerosidad,
pulcritud, buenos modales, trabajador, constante en lo que emprendía, claridad de ideas. En
algunos casos podía dejar la imagen de honrar a su árbol genealógico, cuando defendía
tozudamente su punto de vista. Jugaban libertad y valentía cuando, contra viento y marea,
debía dar razón de lo que creía verdadero, justo o bueno.

El religioso
La familia Richards era, como dijimos antes, una casa pasionista. Ingresó en el noviciado San
Pablo en Capitán Sarmiento. Con la pasión que ponía en todas las cosas, se lanzó por el
camino de San Pablo de la Cruz. La vida de los pasionistas de entonces tenía fama de austera.
Y además, lo era en verdad. Pedro aceptó el desafío. Pero debió suspender su camino. Su
salud se resintió.
Al volver a casa decidió buscar trabajo y aportar así a los gastos comunes del hogar. Quedan
nebulosos recuerdos de aquellos años que vivió con entusiasmo y entrega en la oficina, en los
encuentros de amigos, en el deporte.
La vocación fue una herida incurable en la vida de Pedro. Nuevamente llegó a un Retiro
solicitando ser admitido en la Congregación (2 de enero de 1933). Después de varios años de
estudio, algunos de los cuales fueron en Escocia, llegó el momento de la ordenación
sacerdotal (25 de agosto de 1940).
“Su ordenación y primera misa – comenta una testigo - fueron una fiesta para toda la familia
y una fuente de inmensa alegría y, hasta entonces desconocida alegría que se extendió
durante largas semanas posteriores a ese agosto de l940. Un franciscano, muy amigo de la
familia, contó en la homilía del día de ordenación cómo el seno de su familia había ayudado
y acompañado la gestación de esa vocación. Hizo mención de valores como autenticidad,
verdad, libertad, servicio al prójimo, respeto, alegría, fraternidad, entre otros que sin duda
colaboraron en la meta alcanzada”.
Nuestras casas se llamaban “Retiros”. El nombre les venía por el hecho que se construían
lejos de los poblados. ¿La razón? El hábitat configuraba la vida de un pasionista: silencio,
soledad y vida en común favorecían el estudio y desafiaban la búsqueda de Dios, como los
antiguos profetas. Los cambios notables de la sociedad llegaron también al convento. El
activismo, los medios de comunicación social, las reuniones nocturnas de matrimonios, la
desvalorización de esos tiempos “perdidos, improductivos” de los retiros, la preocupación por
“estar cerca de la gente”... desequilibró la distribución de estos espacios. Pedro, intentando
recuperar el equilibrio en la alternancia contemplación-acción, solía reservarse el mes de
enero en el retiro San Pablo para estudiar, orar, escribir, responder el abundante correo que
con fidelidad atendía.

El misionero...

La tarea que daba identidad apostólica de un pasionista eran


las misiones. Mensaje misionero y método formaban una
unidad. El Crucificado era el centro; la meditación guiada
sobre la Pasión, el método; y el hombre venido del “retiro”,
el testigo.
Pedro asimiló profundamente los tres. Siempre inquieto y
creativo, buscó los nuevos elementos que pudieran ayudar
en la catequesis: así consiguió una caja con una lamparita
adentro que le posibilitaba proyectar unas filminas. ¡Toda una revolución pastoral para esos
tiempos!
La experiencia confirmó que las misiones era la Iglesia en las calles, saliendo hacia la gente.
El pueblo sencillo tenía gran ignorancia de su fe. Buscando a los que no llegaban al templo,
salió a las calles y organizó en teatros y salones, conferencias especializadas para distintos
grupos: varones, jóvenes, matrimonios, etc. Su estilo director, los ejemplos tomados de la
vida, el planteo de los problemas reales cautivó a la audiencia. Campos, pueblos, ciudades
fueron testigos de su paso misionero.
Por más de 30 años misionó los campos del Uruguay con jóvenes universitarios. Unió el
mensaje evangelizador con la atención médica y odontológica. Por supuesto, llegar a la
familia estaba entre las prioridades. El machismo, el laicismo oriental, la bajísima natalidad y
la pobreza herían su corazón de pastor.

La familia
Como dijimos ya, la experiencia propia de hogar y constatando que casi todos los problemas
tienen origen en la familia o la afectan profundamente, el P. Pedro lo sintió como un “SOS”
que la FAMILIA dirigía. En ella estaba, en miniatura, la sociedad y la “pequeña iglesia
doméstica”. Sonó a novedad – o desubicación – hablar de “espiritualidad matrimonial”, ya
que “espiritualidad” era considerada exclusiva de sacerdotes y religiosas. Tampoco los
primeros retiros espirituales para matrimonios fueron entendidos. Su libro que hablaba del
“Cristo nupcial” no encontró editor en estas tierras. Esto no es un juicio negativo a los que no
entendían, sino una constatación de los dones que Dios suele regalar.
La Congregación en Argentina, cuyos religiosos habían tenido idéntica experiencia de
familia, coincidieron en la intuición de Pedro. Los superiores aprobaron la iniciativa y varios
acompañaron grupos de matrimonios. Hoy hay muchos movimientos que se preocupan de la
familia. En medio de muchas sombras, brilla la luz.
El fuego por la familia se extendió rápidamente. No faltaron matrimonios que descubrieron
que “ese” podría ser su apostolado. Los matrimonios Soneira, Gelsi y Gallinal formaron con
Pedro en Uruguay un equipo imparable. Sembradores de esperanza, renovaban el amor de los
esposos y despertaban a una nueva empresa misionera: ayudar a descubrir la “iglesia
doméstica” en el hogar, a lo largo de toda América Latina.

Perseverar
Hoy se habla de “resistencia” ante una cultura deshumanizadora. El P. Pedro nos deja un
testimonio. Hombre de Iglesia, fiel al magisterio de los Papas, gozó al mismo tiempo de gran
libertad. Llevado por su intuición pastoral, recorrió el mundo, acompañado de matrimonios,
ofreciendo un testimonio vivo de esta nueva espiritualidad. A los 92 años, las terminales de
colectivo lo vieron pasar fácilmente distinguible por su hábito pasionista, maleta en mano y la
joven pasión por la familia en el corazón. Mil preguntas a flor de labios, un sinnúmero de
comentarios de actualidad e interrogantes pastorales o políticos salpicarán la conferencia o la
simple conversación. Parece decir: “Queda poco tiempo y hay mucho por hacer”.
Fue – y sigue siendo - un regalo de Dios la perenne vitalidad reflejada en el P. Pedro, que se
evidenciaba en su alegría de vivir, en su incondicional disponibilidad de servir y en el
testimonio de que Dios puede - ¡el único! – llenar el corazón humano. UN MATRIMONIO
DIVINO.
Quizá pudo parecer “duro” o “estricto” cuando hablaba. Pero en el mano a mano primaba la
comprensión y la ternura.
Pedro partió. “Quien guarda su vida, la pierde; el que entrega la vida, la gana”. No sé si esta
frase tiene algo que ver con la larga vida de este hermano nuestro, pero invita a unir sus
noventa y dos años con los días entregados en servicio. Todos tenemos aristas que hieren.
Pedro, humano y frágil, también las habrá tenido. Pero la misericordia del Dios que
reconoció, experimentó en Jesús Crucificado y del que fue mensajero nos da la alegría de
poder decir: “Gracias, Señor, por el don de este hombre que nos acercó a ti, nos orientó hacia
el amor, desde tu amor inclaudicable”.
Servicio Apostólico
· Consultor de la Provincia: 1948-1951
· Fundador del Movimiento Familiar Cristiano: 1948
· Asesor Latinoamericano del MFC: 1950
· Integrante de la Comisión preparatoria del Concilio (Laicos): 1960
· Director del IFFS: 1967
· Director del CENAPLANF: 1979
· Experto en el Sínodo de Obispos: 1980
· Consultor del Consejo Pontificio de la Familia: 1981)

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