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Jesús se acerca a Tomás con amor y simpatía. La misma actitud que tiene con
nosotr@s. Acompaña nuestra búsqueda y, cuando dudamos, está más cerca de lo
que pensamos.
Del más “incrédulo” surge una gran confesión de fe : “Señor mío y Dios mío”.
Jesús sigue mostrándonos sus llagas, para que le reconozcamos en ellas y, como
a Tomás, sigue invitándonos a tocarlas y a aliviarlas en tantas personas heridas
en el alma y en el cuerpo.
Jesús le dijo:
«¿Porque me has visto has creído?
Dichosos los que crean sin haber visto.»
El evangelio está escrito «para que creáis» y así «tengáis vida en su nombre».
Nuestra fe y adhesión a Jesús se traducen en signos de vida para el mundo.
Nuestros signos son vivir resucitad@s, sin miedo, en paz, con alegría, porque
tenemos misión, porque Jesús está en medio de nosotr@s.
¿Soy consciente de que mi fe, si es auténtica, ha de traducirse en signo y misión?
Danos, Señor, aquella Paz extraña
que brota en plena lucha
como una flor de fuego;
que rompe en plena noche
como un canto escondido;
que llega en plena muerte
como un beso esperado.
Danos la Paz de los que andan siempre,
desnudos de ventajas;
vestidos por viento
de una esperanza núbil.
Aquella Paz del pobre
que ya ha vencido el miedo.
Aquella Paz del libre
que se aferra a la vida.
Paz que se comparte en igualdad
como el agua y la Hostia.
Pedro Casaldáliga.