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LA MEDIOCRACIA

El gobierno de los mediocres no es un poder en el


sentido etimológico del término, por carecer
precisamente de la voluntad de dominio, de ese
imperium de los romanos y –cosa obvia- del vigor, la
capacidad y el poderío que en los mediocres no
existe, sino mediocremente...Tampoco se trata de
una conciencia de un grupo determinado –los
mediocres- unificados con el fín de predominar o
prevalecer en las decisiones de la colectividad, en
sus referentes comunes o directamente en su
actividad diaria.Y menos aún, describe un nuevo
tipo de gobierno político o perspectiva cultural, por
la obvia inexistencia de líderes mediocres (completa
contradicción semántica) que conduzcan la sociedad
hacia nuevas metas culturales, políticas y
económicas. No.Entonces, ¿Qué es?Un ambiente, un
etos cultural donde impera un nivelamiento sordo e
imperceptible a ojos no entrenados que -no
obstante- cuenta con una eficacia aterradora en
quienes desconocen su poder de facto...Comienza
por atacar el pilar de la fe, base del edificio cultural,
que arremete con lo que un intelectual francés
(Robert Dun) llamó justamente la semántica dirigida
o –diremos- el arte de cambiar los significados hacia
sentidos provechosos a una forma de ver el mundo
–aquí: una forma mediocre- de modo a lograr que
todo aquel que acepte dicha semántica o significado
de las palabras, termine por ver todo de un mismo
modo: mediocremente... No contento con cambiar el
sentido de los conceptos, también crea un arsenal
de neo-conceptos de carácter andróginos, claro-
oscuros, indefinidos, por conllevar su definición una
contradicción insalvable, una coincidentia
opositorum que expresa lo contrario de lo que
manifiesta aparentemente. Por ejemplo: lo
políticamente correcto, la aldea global, la
discriminación positiva, el mundialismo, y tantos
otros que son lanzados por la mediocracia –esa
mediocridad convertida en medio cultural
(televisión, radio y prensa escrita)- y aceptados por
la generalidad de los mediocres que los comienza a
usar sin por supuesto cuestionar su dudoso origen
semántico...

A río revuelto...
Ahora bien, La indefinición conceptual y el uso
prolongado de neo-conceptos andróginos termina
generalizándose y la pereza intelectual siendo una
regla de pocas excepciones, raros son los que
suenan la alarma al sentirse agredidos por la sorda
y omnipresente acción mediocrática y rarísimos los
que percibiendo dicha agresión logran definir su
origen y hacerlo patente al resto de sus
conciudadanos. Resultado: todo termina
significando todo y cualquier cosa, la palabra
concepto pierde su rol de catalizador de la energía
humana, la que se disipa en esa palabra lingual
estéril y disecante, y una palabra voluntad
provocando la indiferencia general del pueblo, si no
viene cargada con el único argumento de peso
remanente: la retribución económica. Consecuencia
prevista por la mediocracia: una sociedad
descerebrizada y abúlica sólo obedece a la presión
de la necesidad natural -aquí hipertrofiada por el
consumo- de sobrevivir. En efecto, cuando se han
evacuado de la mente humana las inquietudes
espirituales, éticas y anímicas, sólo nos queda el
animal de carga al que hay que engatusar con la
zanahoria-dinero y apalear con el garrote-represión
alternativamente, hasta que se resigne y termine
viéndose hasta como un ser privilegiado...
privilegiadamente mediocre.
Dinero y mediocridad

El nexo entre el dinero y la mediocridad es muy


antiguo, ya en los primeros tiempos del
cristianismo, San Clemente de Alejandría asimilaba

la noción de falsa y verdadera moneda al


discernimiento de los hecho y actos conformes al
espíritu; concepción que se confirmará en la Iglesia
de Oriente (Angelus Silesius y anónimo)
comparando la moneda al alma y su sello impreso,
ala marca del dios cristiano, tal como la moneda
física portaba el sello del soberano. De ese modo,
las cualidades supremas del individuo: el espíritu y
la rectitud del Alma eran depositadas en un símbolo
cuantitativo y podían por ese hecho ser medidas,
intercambiadas, “apreciadas”, perdiendo su valor
cualitativo y rebajadas al nivel de mercancías (lo
que inevitablemente desembocaría en la venta de
las Indulgencias, esos verdaderos “pases” al Cielo).
Dios se convertía en el gran cambista, el
intermediario obligado entre tú y tu propia
espiritualidad…De ahí, emanarían la asimilación
entre el pecado y las deudas (“señor, perdónanos
nuestras deudas”) la noción de falta, verdadera
carencia de la humanidad frente al todopoderoso, y
la actual analogía inconsciente entre dinero –poder-
potencia sexual, resabios sicológicos de esa vieja y
perseverantemente sistemática castración mental.
Las consecuencias en el plano de la personalidad no
tardarían en hacerse catastróficas: culpabilizados al
nacimiento, tabula rasa esperando recibir su sello
del gran acreedor espiritual, la humanidad
comenzaría el gran descenso hacia lo mediocre, lo
heterónomo, la falta de confianza en sí, y, en
definitiva en la incapacidad e regirse propio destino
sin muletas sicológicas (del tipo “si dios quiere”) ni
créditos del banquero (De la palabra credo: creo,
confío en ti…[1]). Llegamos aquí a uno de los
fundamentos de la paradoja mediocrática: la
humanidad reducida a polvo sólo podía salir de tal
condición por la fe y el sudor de su frente para
conseguir el dinero que la sacaría de su “estado
cero” y la haría “alguien”, dinero y dios mediante (el
dinero siendo una suerte de préstamo de su poder,
delegación parcial de su potencia). El problema es
que para hacer dinero, si bien se requiere de
algunas capacidades, estas poco tienen que ver con
nuestro grado de mediocridad interna. Es más, la
Casta Financiera lograría crear una vastísima
cadena de dependencia –su sistema crediticio y
financiero internacional- precisamente sobre la base
de la mediocridad de sus súbditos, los mejores
siendo excluidos por peligrosos para el sistema
mediocrático, por “incontrolables”, “provocadores
de inestabilidad”, ya que autónomos, aptos y con
alta auto-estima: lo que rompe todo lazo posible de
dependencia y servidumbre…

La fuerza inherente al hombre.


Nos percatamos entonces que aquella semántica
dirigida, asimilando la moneda al alma, ha
provocado un daño catastrófico a la humanidad, ya
que las divinidades –siendo una simbolización de las
cualidades del hombre- el depositar esas cualidades
en un símbolo práctico, concreto, cuantitativo, si
bien permitía a la elite vampirizar la energía social
por medio del asentimiento a ese símbolo –por
simbiosis simbólica: dios-dinero, diremos- en la
práctica, el combate entre el hombre y sus propias
debilidades (“penchants”: propensiones perversas)
ya no podía ser victorioso, ni esa victoria estar
debida a las fuerzas inherentes a su propia
naturaleza, sino que sería siempre atribuida a ese
recipiente vacuo vampiro: el dios-moneda, principio
vacío que llenamos de nuestras cualidades
personales en una suerte de auto castración
sicológica y Síndrome de Estocolmo[2] simultáneo.
Así, si bien siguen siendo los artífices de sus propias
desgracias o logros, los mediocres siempre le
atribuyen el mérito a ese seudo motor inmóvil -que
todo lo mueve por seducción, sin moverse nunca-
quedando, de ese modo, sometidos al ambiente
mediocrático propio a la proliferación epidémica de
todo tipo de parásitos y vampiros (únicos a quién
realmente siempre ha aprovechado la mediocracia):
los curas, banqueros, politicastros, sicólogos (entre
otros sicopolíticos) y en general, de todos aquellos
sin los cuales supuestamente ningún mediocre
podría vivir.Afortunadamente, la semántica dirigida
no resiste ningún análisis –aún superficial- y
bastaría con un poco de voluntad y disciplina
intelectual para corregir semejante suicidio cultural
y devolver el destino en las manos de las que nunca
debió caer: las del propio hombre, libre de toda
deuda metafísica….
[1] Léase al respecto el texto: Bases Teóricas para
una Campaña del Ahorro (2006)
lacentinelle.blogspot.com

[2] Síndrome del secuestrado que es reo y amante


de su verdugo.

por Christian Talarico

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