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MORELOS Y LOS PRINCIPIOS

O ELEMENTOS CONSTITUCIONALES
DE MÉXICO

En la hermosa ciudad de Morelia, que se honra en proclamarlo sí en su nombre, grato


a los oídos, nació el 30 de septiembre de 1765 el primero y más grande de los
mexicanos: José María Morelos. Su cuna fue humilde, como lo es para la mayoría de los
hijos del pueblo. Sus padres eran tan semejantes a los demás mexicanos —por sus
rasgos étnicos, su condición social, su inteligencia, su cultura y tras cualidades humanas
— que hubieran podido encontrarse confundidos entre los rostros, las actitudes y los
pensamientos de los hombres y las mujeres del pueblo que lean ahora estas líneas. Los
primeros años de su niñez transcurrieron entre las sencillas alegrías y las luchas
privaciones que le deparaba el trabajo artesano de su padre, luego, la orfandad lo arrancó
bruscamente de la infancia, obligándolo a trabajar con dureza desde los 10 años de edad.
Su instrucción elemental quedó interrumpida entonces y solamente la pudo reanudar
muchos años después. Por otra parte, su vida de trabajador del campo le fue dando la
tenacidad, la resistencia, el temple y la impasibilidad que lo caracterizaron después,
especialmente durante los cinco años de su fulgurante actuación como el gran dirigente
popular que fue en el orden militar, político y social. Hasta los 27 años de edad fue
cuando Morelos tuvo oportunidad de entrar al Colegio de San Nicolás y luego al
Seminario, para realizar febrilmente sus estudios superiores, obteniendo en 1795 el
grado de Bachiller en Artes y empezando de inmediato su abnegada carrera como cura
de pueblos pobres y apartados, en la Tierra Caliente de Michoacán. De esta manera
oscura y sorda, padeciendo siempre las necesidades del pueblo, compartiendo
sus miserias y alentando sus mismas esperanzas de mejoramiento, fue como
se forjó en Morelos la conciencia profunda e imperiosa de que el pueblo mexicano
tenía que conquistar su emancipación lanzándose a la lucha, la cual supo encauzar y
dirigir con la mayor eficacia y grandeza.
Justamente en los primeros 45 años de la vida de Morelos, entre el último tercio del
siglo XVIII y la primera década del XIX, ocurrieron en el mundo muchos
acontecimientos de gran importancia económica, política y social. Entre los más
destacados tenemos la iniciación de la Revolución Industrial en Inglaterra, la Guerra de
Independencia en los Estados Unidos y el triunfo de la Revolución burguesa en Francia.
Estos acontecimientos influyeron poderosamente en los países que, como el nuestro,
eran entonces colonias españolas. En particular, la Revolución Francesa y la
Independencia Norteamericana produjeron un entusiasmo contagioso y contribuyeron a
fortalecer los anhelos de liberación nacional. Sin embargo, ni siquiera las colonias de
Francia recibieron las libertades democráticas que habían conquistado las masas
populares en su metrópoli. Y en las colonias españolas incluso los criollos siguieron en
la situación de inferioridad que tenían con respecto a sus parientes nacidos en España, a
la vez que mantenían su indecisión en cuanto a buscar el apoyo del pueblo. Al propio
tiempo siguió adelante la pugna entre Francia e Inglaterra por la hegemonía colonial.
Esta pugna se agudizó todavía más con el advenimiento de Napoleón Bonaparte al
poder. Entonces, como parte de sus proyectos para conquistar el dominio mundial,
Napoleón trató de avasallar a España para disponer ventajosamente de sus colonias. Pero
el pueblo español destruyó esos planes bonapartistas, luchando con heroísmo por su
independencia. Y poco después la campaña de Rusia y la guerra patriótica sostenida por
el pueblo ruso perdieron a Napoleón. Por lo demás, la invasión de España por los
ejércitos franceses imprimió un impulso nuevo y poderoso al movimiento de
independencia en los países de América española. La pérdida de autoridad y la relativa
impotencia de los funcionarios coloniales españoles fueron aprovechadas por los se-
paratistas criollos. De la indecisión que primero surgió entre el reconocimiento de la
junta Suprema de Sevilla y la autoridad del monarca, se llegó después al planteamiento
abierto de la separación completa de España. Especialmente la elección de diputados a
las Cortes de Cádiz puso en efervescencia a los ayuntamientos criollos y los hizo
pronunciarse por la autonomía nacional. México fue el único país de la América
española en donde los separatistas criollos no pudieron evitar la participación de los
campesinos indígenas, mestizos y mulatos en la lucha armada por la liberación nacional.
Más aún, el movimiento en contra de la dominación española coincidió con la
sublevación de los campesinos en contra de los hacendados y comerciantes españoles y
criollos. Por lo tanto, la guerra de insurgencia iniciada por Hidalgo el 16 de septiembre
de 1810 tuvo el carácter de un amplio movimiento popular. A dicho movimiento
tuvieron que plegarse los mestizos pertenecientes a la pequeña burguesía urbana y una
buena parte de la intelectualidad criolla.
Al terminar la primera fase de la guerra de independencia, con la aprehensión y el
fusilamiento de Hidalgo y sus compañeros, la dirección del movimiento insurgente pasó
a manos de Morelos, quien pronto logró organizar un ejército de campesinos que,
dirigidos por su valor y su talento, mantuvieron en jaque constante a las tropas
españolas. Con anterioridad, el 17 de noviembre de 1810, desde su cuartel del
Aguacatillo, Morelos hizo saber:

El establecimiento del nuevo gobierno por el cual, a excepción de los Europeos,


todos los demás, avisamos, no se nombran de calidades de Indios, Mulatos, ni
Casta, sino todos generalmente Americanos. Nadie pagará tributo, no habrá
esclavos en lo sucesivo, y todos los que los tengan, sus amos serán castigados. No
hay Cajas de Comunidad, y los Indios percibirán las rentas de sus tierras como
suyas propias, en lo que son las tierras. Todo Americano que deba cualquier
cantidad a los Europeos no está obligado a pagárselas; pero si al contrario, debe el
Europeo, pagará con todo rigor lo que deba al Americano. Todo reo se pondrá en
libertad con apercibimiento de que el que delinquiere en el mismo delito, o en otro
cualquiera que desdiga a la honradez de un hombre, será castigado [. . .]. Que las
Plazas y Empleos están entre nosotros, y no los pueden obtener los ultramarinos
aunque estén indultados.
En tanto que Morelos llevaba a cabo su campaña victoriosa desde las costas del sur
hasta el centro del país, derrotando a todos los ejércitos coloniales que se le opusieron,
los diputados americanos a las Cortes de Cádiz insistían en la igualdad política de los
países americanos con la metrópoli, la libertad de industria y agricultura, el libre
comercio y la supresión de estancos y preferencias a los españoles en los empleos y
cargos públicos, y conseguían la exención de tributos a los indios y castas, el reparto de
tierras a los pueblos de indios, la abolición de las mitas, mandamientos y repartimientos,
el cese de la administración de los frailes en las tierras de los indios, la cancelación de
los servicios personales y otras cargas y la concesión de becas para que los indios
estudiaran en los colegios de España.
Por su parte, Morelos llevó hasta sus últimas consecuencias el movimiento
insurgente, a la vez que demostró ser el más consciente y esforzado caudillo de las
aspiraciones del pueblo mexicano. En este sentido, abandonó decididamente la ficción
de que se trataba de un movimiento legitimista en favor del monarca español, orientando
claramente al pueblo hacia la independencia, el reconocimiento de nuestra nacionalidad
y la formación de un gobierno republicano. El 15 de septiembre de 1813, Morelos
instaló en Chilpancingo el Congreso de Anáhuac, que el 6 de noviembre declaró la
independencia de México sin poner ya restricciones de ninguna naturaleza

El Congreso de Anáhuac, legítimamente instalado en la ciudad de Chilpancingo,


de la América Septentrional, por las provincias de ella, declara solemnemente [. .
.] que por las presentes circunstancias de la Europa, ha recobrado el ejercicio de
su soberanía usurpada; que, en tal concepto, queda rota para siempre jamás y
disuelta la dependencia del trono español; que es árbitro para establecer las leyes
que le convengan para el mejor arreglo y felicidad interior. La soberanía dimana
inmediatamente del pueblo. Las leyes deben comprender a todos, sin excepción de
privilegiados. Como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro
Congreso serán tales, que obliguen a la constancia y patriotismo, moderen la
opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que
mejore sus costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto. Que el pueblo no
pague más obvenciones que las de su devoción y ofrenda.

Un año más tarde, el propio Congreso dio forma política a la nación con el Decreto
Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, sancionado en Apatzingán el
22 de octubre de 1814. A partir de entonces, las arraigadas convicciones de Morelos lo
hicieron planear todas sus operaciones militares de acuerdo con el propósito
fundamental de defender las actividades de los miembros del Congreso. Después del
fracaso sufrido en las lomas de Santa María, a las puertas de Morelia, y del fusilamiento
de Mariano Matamoros, la campaña militar se convirtió en una gran persecución contra
Morelos y las tropas insurgentes. Por último, Morelos fue capturado en Tezmalaca el 5
de noviembre de 1815, siendo llevado a la Ciudad de México, donde se le sometió a un
proceso civil, militar y religioso, y murió fusilado el 22 de diciembre en San Cristóbal
Ecatepec.
En ocasión de haber sido designado por el Congreso como depositario del poder
ejecutivo, Morelos rechazó el tratamiento de alteza serenísima, prefiriendo exaltar la
soberanía de la nación declarándose su siervo, de una manera sinceramente humilde y
apasionada.

Soy siervo de la nación —decía— porque ésta asume la más grande, legítima e
inviolable de las soberanías; quiero que tenga un gobierno dimanado del pueblo y
sostenido por el pueblo; que rompa todos los lazos que la sujetan, y acepte y
considere a España como hermana y nunca más como dominadora de América.
Quiero que hagamos la declaración de que no hay otra nobleza que la de la virtud,
el saber, el patriotismo y la caridad; que todos somos iguales, pues del mismo
origen procedemos; que no haya privilegios ni abolengos; que no es racional, ni
humano, ni debido que haya esclavos; pues el color de la cara no cambia el del
corazón ni el del pensamiento; que se eduque a los hijos del labrador y del
barretero como a los del más rico hacendado; que todo el que se queje con
justicia, tenga un tribunal que lo escuche, lo ampare y lo defienda contra el fuerte
y el arbitrario; que se declare que lo nuestro ya es nuestro y para nuestros hijos;
que tengan una fe, una causa y una bandera, bajo la cual todos juremos morir,
antes que verla oprimida, como lo está ahora y que, cuando ya sea libre, estemos
listos para defenderla.

En otra oportunidad agregó impersonalmente con la misma convicción: "Todo


hombre debe ser humano por naturaleza, porque en este orden no es más que hombre [ . .
.] y aun le sería mejor no verse elevado a tanta dignidad. Morelos no es más que un
siervo de la nación, a quien desea libertar ejecutando sus órdenes, lo que no es motivo
que lo saque de su esfera de hombre, como sus semejantes, a quienes ama hasta en lo
más pequeño".
En estos fragmentos se aprecia por entero la grandeza de Morelos. Como hijo del
pueblo supo luchar con su acción y su talento en favor de las aspiraciones populares.
Elevándose desde su humilde condición, llegó a ilustrarse para emplear sus luces en
beneficio de las más urgentes necesidades colectivas. Su genio militar lo llevó a
consumar muchas victorias en el campo de batalla y, todavía más, a obtener el triunfo
sobre la derrota, como ocurrió en el sitio de Cuautla. En todo caso, consiguió
transformar la lucha por la liberación política de la nación en una guerra revolucionaria
del pueblo mexicano. Su genio político le permitió organizar el primer gobierno
independiente de México, compartiendo la responsabilidad y defendiendo las institu-
ciones republicanas a costa de su vida misma. Su genio social le hizo comprender
hondamente las necesidades y los anhelos del pueblo, disponiendo en consecuencia las
medidas indispensables para satisfacerlas y darles cumplimiento. Así, abolió la
esclavitud y condenó los privilegios, propagando la fraternidad humana. Propició la
educación y la justicia para todos, combatiendo la ignorancia y los prejuicios. Y se
pronunció contra la opresión, tanto cuando procede del exterior, como cuando se aplica
en el interior de la nación, apelando a la conciencia de los mexicanos para defenderse y
precaverse de ella en todas la ocasiones y circunstancias.
En todos los momentos y situaciones, Morelos actuó siempre con el carácter que le es
innegable, esto es, como representante de los sentimientos de la nación y de los intereses
del pueblo. Por eso, lejos de acallar su voz o detener su acción, su muerte las hizo
todavía más poderosas y acrecentó sus alcances. Su fuerza se palpa en la continuación
de la Guerra de Independencia; es tangible en el resurgimiento de la República
Mexicana; está presente en las luchas de la Reforma y en las guerras contra las
intervenciones extranjeras; acompaña las gestas revolucionarias iniciadas en 1910; se
manifiesta claramente en la actualidad y se proyecta hacia el futuro, con pleno vigor,
entre los jóvenes. El destino histórico de Morelos consiste en reproducirse
continuamente, multiplicándose en los millones de cerebros y manos que allegan los
hombres y las mujeres del pueblo mexicano. Morelos es exponente del pensamiento y la
acción revolucionarios porque luchó heroicamente y nos enseñó el camino para
conquistar la dignidad de nuestra nación, junto con la de cada uno de sus integrantes.
Por ello es que sigue inspirando nuestras luchas como un factor activo importante. Por
eso mismo es que lo amamos y lo comprendemos, con sus errores y sus aciertos, con su
visión luminosa y sus limitaciones, con sus debilidades y sus actos de firmeza, con sus
virtudes y sus defectos, con sus fracasos y sus triunfos; ya que todos ellos son otros
tantos resultantes de la estrechez de las circunstancias de su educación, del ambiente
social en que le tocó vivir y de la grandeza de su condición humana. Cuando José María
Morelos contaba 49 años de edad, encontrándose en la madurez de su genio político,
tuvo la satisfacción de aprobar, junto con los otros diputados que componían el Supremo
Congreso Mexicano, el Decreto Constitucional para la Libertad de la América
Mexicana, en la ciudad de Apatzingán, el 22 de octubre de 1814, tal como ya lo
mencionamos antes. Este acontecimiento histórico de importancia tan singular no
solamente dió configuración política a nuestro país sino que expresó las necesidades
nacionales y los intereses del pueblo con tanta visión y profundidad que la mayoría de
los principios o elementos sancionados entonces siguen siendo sostenidos con firmeza
en las subsecuentes constituciones republicanas. Mencionaremos aquí esos principios en
su texto original:

La soberanía reside originalmente en el pueblo [ . . .]. Tres son las atribuciones de


la soberanía: la facultad de dictar leyes, la facultad de hacerlas ejecutar y la
facultad de aplicarlas a los casos particulares [...]. La soberanía [ . . . ] es por su
naturaleza imprescriptible, inenajenable e indivisible [...]. La felicidad del pueblo
y de cada uno de los ciudadanos consiste en el goce de la igualdad, seguridad [ . . .
] y libertad. La íntegra conservación de estos derechos es el objeto de la
institución de los gobiernos, y el único fin de las asociaciones políticas [...]. Todos
los ciudadanos, unidos voluntariamente en sociedad, tienen derecho incontestable
a establecer el gobierno que más les convenga, alterarlo, modificarlo y abolirlo
totalmente cuando su felicidad lo requiera [...]. La ley es la expresión de la
voluntad general en orden a la felicidad común: esta expresión se enuncia por los
actos emanados de la representación nacional [ . . . ]. La ley debe ser igual para
todos, pues su objeto no es otro que arreglar el modo con que los ciudadanos
deben conducirse en las ocasiones en que la razón exija que se guíen por esta regla
común [...]. Son tiránicos y arbitrarios los actos ejercidos contra un ciudadano sin
las formalidades de la ley [...]. La sumisión de un ciudadano a una ley que no
aprueba, no es un comprometimiento de su razón, ni de su libertad; es un
sacrificio de la inteligencia particular a la voluntad general [...]. La seguridad de
los ciudadanos consiste en la garantía social [...]. Ningún ciudadano podrá obtener
más ventajas que las que haya merecido por sus servicios hechos al estado [. . .].
[Es indispensable] favorecer todos los ramos de la industria, facilitando los
medios de adelantarla, y cuidar con singular esmero de la ilustración de los
pueblos [ . . . ] [la cual] debe ser favorecida por la sociedad con todo su poder [ . .
. ] [y] en consecuencia, la libertad de hablar, de discurrir y de manifestar sus
opiniones por medio de la imprenta [...].

Estos principios fueron incorporados a la Constitución Federal del 4 de octubre de


1824 y, luego, sirvieron de inspiración a los liberales, durante el periodo de gobierno
interino encabezado por Valentín Gómez Farías, en 1833, que representó el primer
intento de planear y organizar el desarrollo de la economía, la educación y las otras
instituciones públicas de México, orientándolas hacia el progreso efectivo de la nación
y con vistas a conseguir la liberación de las masas campesinas de los yugos feudales
mantenidos sobre ellas. Más tarde, cuando el pueblo hizo triunfar el movimiento
revolucionario iniciado en Ayutla, comenzó la promulgación de las Leyes de Reforma.
La primera de ellas, la Ley Juárez del 23 de noviembre de 1855, suprimió los fueros de
los eclesiásticos y militares y estableció la administración civil de la justicia de manera
común para todos. Poco después, el 31 de marzo de 1856, fueron intervenidos los bienes
eclesiásticos de la diócesis de Puebla; el 3 de junio, fue suspendida la Compañía de
Jesús, de acuerdo con la Ley Lerdo de Tejada, del 25 de junio del mismo año, se decretó
la desamortización de las fincas rústicas y urbanas que eran propiedad de corporaciones
civiles y religiosas.
Por su parte, el Congreso Constituyente, que terminó sus labores el 5 de febrero de
1857 con la aprobación de la nueva Constitución, la anunció a la nación con un
manifiesto en el que se decía:

[ . . . ] El Congreso ha sancionado la Constitución más demócrata que ha tenido la


República [ . . . ] ha proclamado los derechos del hombre, ha trabajado por la
libertad, ha sido fiel al espíritu de su época, a las aspiraciones radiantes del
cristianismo, a la revolución política y social a que debe su origen [...]. La igual-
dad será de hoy [en adelante] [. . .] la gran ley de la República; no habrá más
mérito que el de las virtudes; no manchará el territorio nacional la esclavitud,
oprobio de la historia humana; el domicilio será sagrado; la propiedad inviolable;
el trabajo y la industria libres; la manifestación del pensamiento sin más trabas
que el respeto a la moral, a la paz pública y a la vida privada; el tránsito, el
movimiento, sin dificultades; el comercio, la agricultura, sin obstáculos; los
negocios del Estado examinados por los ciudadanos todos; no habrá leyes
retroactivas, ni monopolios, ni prisiones arbitrarias, ni jueces especiales, ni
confiscación de bienes, ni penas infamantes, ni se pagará por la justicia, ni se
violará la correspondencia; y en México [ . . . ] será una verdad práctica la
inviolabilidad de la vida humana [...].

Benito Juárez, cuando se convirtió en Presidente de la República por disposición


constitucional y se puso al frente de las masas populares para hacer triunfar la causa
liberal, continuó la promulgación de las Leyes de Reforma. Así, en plena Guerra de Tres
Años, expidió en Veracruz la Ley del 12 de julio de 1859, por la cual se reintegraron al
dominio de la nación todos los bienes que el clero secular y regular administraba con
diversos títulos; se declaró la perfecta independencia entre el Estado y la Iglesia; se
suprimieron las órdenes religiosas, y se prohibió la fundación o erección de nuevos
conventos. Como complemento de estas disposiciones, se instituyó el Registro Civil,
mediante las Leyes de Melchor Ocampo de 23, 28 y 31 de julio de 1859. El 4 de
diciembre se decretó la libertad de cultos. El 2 de febrero de 1861 se publicaron la Ley
de Imprenta y el Decreto de Secularización de Hospitales y Establecimientos de
Beneficencia. Con la Ley del 15 de marzo se implantó el sistema métrico decimal en
toda la república, y el 15 de abril de 1861 se promulgó la Ley sobre Instrucción Pública,
debida a Ignacio Ramírez.
Finalmente, como resultado del gran movimiento popular conocido con el nombre de
Revolución Mexicana, se elaboró nuestra actual Constitución Política, la cual fue
promulgada el 5 de febrero de 1917. Los puntos más importantes del programa
revolucionario plasmado en dicha Constitución son: el establecimiento de una forma
democrática de gobierno; el ejercicio irrestricto de las libertades políticas; la educación
liberal y progresista impartida obligatoriamente en su nivel primario a todos los
mexicanos, con fundamento en el conocimiento científico y opuesta a los prejuicios
religiosos; la reforma de la propiedad agraria en beneficio de los trabajadores
campesinos; la limitación en la extensión de las tierras que puede poseer una sola
persona, con la consiguiente desaparición de los latifundios existentes; la restricción del
derecho de adquirir tierras a los extranjeros; la prohibición a las asociaciones religiosas,
las sociedades anónimas y las instituciones de beneficencia para tener en propiedad
bienes raíces; la reafirmación de las Leyes de Reforma, incluyendo sus disposiciones en
materia de cultos, la prohibición al clero de inmiscuirse en asuntos políticos y hacer
crítica del gobierno, y el desconocimiento de la validez de los estudios hechos en las
escuelas religiosas; la reglamentación del trabajo de los obreros y toda clase de trabaja-
dores, el establecimiento de la jornada máxima de 8 horas, la fijación del salario
mínimo, responsabilidad de los patrones en casos de accidente y enfermedad y el
reconocimiento de los medios de lucha de los trabajadores, tales como la huelga y la
autonomía de sus organizaciones sindicales; la reivindicación del dominio inalienable e
imprescriptible de la nación sobre las tierras, los bosques, las aguas, el petróleo y los
yacimientos minerales de cualquier especie; la promoción del desenvolvimiento
económico del país en forma independiente y con el propósito de mejorar el nivel de
vida de todos sus habitantes, y el sostenimiento de las relaciones internacionales en base
al respeto mutuo a la soberanía nacional, el mantenimiento de la integridad territorial, la
no intervención en los asuntos internos, la convivencia pacífica, el beneficio recíproco y
la igualdad en el trato.
Tales son los elementos o principios fundamentales que los mexicanos amantes del
progreso, la libertad y la independencia han establecido a través de las constituciones
republicanas, desde la de Apatzingán en 1814 hasta la de Querétaro en 1917. En
consecuencia, el pueblo mexicano sabe bien que la Guerra de Independencia, el
movimiento liberal de la Reforma y la Revolución Mexicana son tres etapas importantes
de la lucha indeclinable por su liberación, tanto colectiva como de cada mujer y de cada
hombre; y, ciertamente, el propio pueblo mexicano se muestra resuelto a seguir adelante
hasta llegar a conquistarla plenamente.

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