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Izda.: fachada del Banco de Crédito Suizo. Dcha.: cámara acorazada de la Unión de
Bancos Suizos.
Los adolescentes drogadictos de las calles de Nueva York, Milán y Londres agonizan
por obra de los señores del crimen; éstos hacen reciclar, lavar sus beneficios en Suiza.
En Filipinas, Brasil, en Congo, los niños, por millares, mueren de desnutrición, se
prostituyen, perecen de abandono y enfermedad. Importantes riquezas autóctonas, en
lugar de contribuir a crear en su país hospitales, escuelas, empleos, se refugian en Suiza;
allí son recicladas y reinvertidas en la especulación inmobiliaria en París, Roma y
Tokio, o alimentan las bolsas de Nueva York, Londres y Zurich.
El saqueo financiero del Tercer Mundo y el tráfico de drogas son dos obras mortíferas,
que provocan desastres sociales, síquicos y fisiológicos análogos. Ambos se benefician
de la competencia reconocida, de la asistencia experta, de la complicidad eficaz de los
banqueros suizos.
Veamos ejemplos que se refieren al análisis de un periodo de un poco más de diez años.
Los filipinos
En 1986, Ferdinand Edralin Marcos amaña una vez más las elecciones nacionales. El
vaso se desborda... La insurrección popular barre Manila. Al alba del 25 de febrero, el
protector americano ordena la huida: helicópteros de las fuerzas aéreas de los Estados
Unidos se posan en el césped del palacio de Malacanang. Evacuan a Imelda, Ferdinand
y ochenta y tres parientes y socios hacia la base americana de Subic Bay. Ferdinand
Marcos morirá el jueves 28 de septiembre de 1989 en un hospital militar americano en
Hawai.
El déspota asiático ha sido, en vida, un cliente casi ideal para los jeques helvéticos: es
inmensamente rico, está imbuido por una verdadera manía de acumulación de riquezas.
La evacuación del tesoro no plantea ningún problema: el cleptócrata está en el poder.
Además, el hombre practica permanentemente un doble juego con sus protectores
americanos y japoneses. Como es, además, de una extraordinaria complejidad síquica,,
es vulnerable. Los jeques pueden desplumarlo a voluntad, imponerle condiciones de
inversión y de reciclaje draconianas.
El joven Ferdinand y aquél a quien tomará largo tiempo por su padre pertenecen casi a
la misma generación: una solidaridad intensa les une. 1935: Mariano es candidato a la
diputación. No resulta elegido. El candidato adverso, comerciante y contrabandista
acomodado de la localidad, humilla a su familia: se atreve incluso a pasear un féretro
bajo sus ventanas. Algunos días más tarde, se encontrará al recién estrenado diputado de
Ilocos Norte al borde de una carretera, con un tiro en la cabeza.
Imelda y Ferdinand forman una pareja temible: ducho orador, incendiario y demagogo,
Marcos es adorado por las masas. Los pobres aman a Imelda, que distribuye arroz y
ropa en los bidonvilles. Hasta 1972, Marcos es reelegido sin problemas. Después las
cosas se deterioran: el odio a la oligarquía ciega a la pareja. Su pasión por palacios,
joyas, dinero es ilimitada, y la pareja saquea literalmente el país. Marcos, lentamente, se
transforma en déspota asiático; Imelda, en lady Macbeth. A Marcos le gustan las
mujeres; y es generoso: Carmen Ortega y sus tres hijos —una de las numerosas familias
paralelas de Marcos— se encuentran en la actualidad entre los clanes más ricos de
Manila.
Volvamos a esa mañana del 25 de febrero de 1986, cuando el protector americano deja
caer al cleptócrata e instala en el palacio de Malacanang a una mujer de la oligarquía,
Cory Aquino, viuda de un opositor asesinado por Marcos el 21 de agosto de 1983.
Evacuados a la fuerza a Subic Bay, Marcos, su hermana y su familia son conducidos el
mismo día a Hawai, en los Estados Unidos. Desde su descenso del avión, en Honolulu,
agentes del FBI se acercan hacia Marcos y sus allegados, les confiscan maletas y bolsos
que contienen los nombres codificados, los números, la localización de las cuentas
bancarias distribuidas a través del vasto mundo. El FBI devuelve estos documentos a la
nueva presidente de Filipinas, Cory Aquino.
El razonamiento del presidente Reagan es tan simple como convincente: tres ejércitos
de guerrilla, de los que dos hacen rápidos progresos, amenazan al frágil poder pro-
americano de la señora Aquino. El éxito de esta guerrilla autóctona, sin vínculos
notables con ninguna potencia extranjera, se basa esencialmente en la abismal miseria
de las familias en los campos semifeudales y en las ciudades proletarizadas. Si Cory
Aquino quiere sobrevivir, necesita efectuar rápidamente inversiones sociales masivas en
las ciudades, una reforma agraria consecuente, una reconversión de las plantaciones
azucareras en el campo. Todo esto costará centenares de millones de dólares. Para el
presidente Reagan, no hay ninguna razón para que el contribuyente americano pague
estos nuevos y extraordinarios créditos mientras miles de millones de dólares, robados
por Marcos y los suyos, descansan tranquilamente en los bancos suizos.
La presión del presidente Reagan, del FBI, del secretario americano del Tesoro se hace
cada vez más fuerte. El Consejo Federal intenta tergiversar, explicar su singular
impotencia: desde hace algunos años, las autoridades americanas muestran una gran
brutalidad hacia Suiza... La Administración Reagan no se deja embaucar y exige de
manera imperativa, apoyada con amenazas de sanciones comerciales, el bloqueo y
posterior restitución de los miles de millones robados por el cleptócrata de Manila.
Drama corneliano en el palacio de Berna: ¿Hay que violar la ley suiza, atraer contra sí a
los jeques, agradar a los americanos y por lo tanto bloquear las cuentas? ¿O es mejor
afrontar las sanciones americanas, proteger el secreto bancario y dejar al Crédit Suisse,
a la Unión de bancos suizos, etc., devolver tranquilamente sus ahorros a Marcos y a sus
cortesanos?
La noche del lunes 24 de marzo de 1986, la solución aparece durante la cena de gala
ofrecida por el Gobierno al presidente de la República de Finlandia, Koivisto, en el gran
hall medieval del Ayutamiento de Berna. La atmósfera, entre los ministros federales, es
siniestra: las presiones americanas —telefonazos, gestiones diplomáticas, amenazas más
y más precisas sobre las exportaciones suizas hacia los Estados Unidos— se han
acrecentado más todavía durante el fin de semana. Los comensales se sientan para
comer. El profesor Mathias Krafft, consejero jurídico de Asuntos Exteriores obtiene de
los servicios de seguridad el permiso para entrar en el gran hall. Se dirige derecho hacia
Pierre Aubert, ministro de Asuntos Exteriores, y le tiende un papel. Aubert, radiante, se
inclina hacia el presidente de la Confederación, Alphonse Egli. Apenas pronunciados
los últimos discursos, terminados los postres, Egli reunió a sus colegas en el salón del
Ayuntamiento, donde había tenido lugar la cena. El Consejo Federal decide bloquear
provisionalmente, con efecto inmediato, todos los haberes del cleptócrata, de su familia
y de sus allegados en todos los bancos que operen en territorio suizo. Terremoto: es la
primera vez, en la historia multisecular del país, que una decisión de este tipo es tomada
en contra de los jeques. Funcionarios les comunican por teléfono esa misma noche la
mala noticia. En cuanto al público estupefacto, será oficialmente informado por medio
de un comunicado, el miércoles 26 de marzo.
El camuflaje del botín de Marcos y de los suyos obedecía a una estrategia compleja. El
jeque que había sido destacado en Manila y su estado mayor se ocupaban prácticamente
a tiempo completo (desde 1968) de la evaluación y del reciclaje del dinero.
Consiguieron mantener un contacto cotidiano con el cleptócrata, incluso cuando fue (a
partir de marzo de 1986) internado en la base aérea americana de Hickham, en
Honolulu. En un primer tiempo, estos ríos de dinero sucio eran dirigidos hacia múltiples
cuentas numeradas en el Crédit Suisse de Zurich. Primer lavado. Después el botín era
transferido a la sociedad fiduciaria Fides, donde el tesoro cambiaba una segunda vez de
identidad. La sociedad Fides pertenece al imperio del Crédit Suisse. Y finalmente el
tercer lavado: Fides abría sus esclusas, los ríos lodosos volvían a salir, hacia
Liechtenstein esta vez. Allí, se sumían en estructuras preparadas con cuidado, las
famosas anstalten.[154] En el estado actual de los procesos, se han descubierto once.
Todas llevan nombres poéticos: Aurora, Charis, Avertina, Wintrop, etc.
Detalle pintoresco: desde 1978, con el fin de racionalizar las transferencias de capitales,
¡Marcos nombró cónsul general de Filipinas en Zurich a un director del Crédit Suisse!
Cory Aquino, excelentemente aconsejada por el tutor americano, envía a tres hombres
políticos y abogados para recuperar el botín: Guy Fontanet, de Ginebra, antiguo
consejero de Estado y consejero nacional del Partido Democratacristiano; Moritz
Leuenberger, de Zurich, consejero nacional del Partido Socialista; y el consejero
nacional Sergio Salvioni de Locarno, miembro del Partido Radical. Estos hombres
honestos y experimentados están hoy en día agotados, debido a que los consejeros
fiscales, las redes de convoyantes del consorcio bancario helvético han hecho un
admirable trabajo de camuflaje.
En la primavera de 1998, solamente una pequeña fracción del botín había retornado a
Filipinas.
Los haitianos
Primavera de 1986: otro dictador cae. Baby Doc Duvalier es desalojado como un
indecente de su palacio de Puerto Príncipe. El mismo escenario se repite: el tutor
norteamericano de Haití embarga gran cantidad de documentos en las maletas del
fugitivo y las transfiere a los nuevos sátrapas de Haití. Duvalier, su familia y la de su
mujer habían bebido en las reservas de divisas del Banco Nacional, saqueado las
empresas del Estado, vendido para su beneficio licencias de importación, etc.
Izda.: el pueblo haitiano celebra la caída del dictador Baby Doc Duvalier ante el palacio
presidencial. Dcha.: Baby Doc Duvalier en su exilio de Niza.
Esta vez, lo esencial del botín se encuentra en Ginebra. Los imperios bancarios
multinacionales --Union de Banques Suisses, Société de Banque Suisse, Crédit Suisse,
etc.-- practican en efecto una juiciosa división del trabajo entre sus filiales. Zurich
absorbe los fondos provenientes de Asia y Medio Oriente; Ginebra, los de los países de
África, del Caribe y de América Latina.
El pueblo miserable de la isla de Haití tiene, como el pueblo filipino, muy pocas
posibilidades de recuperar sus bienes. Gracias a la feroz resistencia de los bancos (a esto
se llama "defender al cliente por todos los medios"), ninguno de los múltiples procesos
emprendidos contra Duvalier y los suyos está en vías de concluir. Durante este tiempo,
Baby Doc y su clan llevan una vida suntuosa en las clementes alturas de Grasse. En
1998 se mudan al Jura. En 1998, la fortuna de los Duvalier, fruto de un pillaje feroz de
varios decenios, reposa todavía en cuentas numeradas de grandes bancos suizos.
La pobreza en Haití
Mobutu, antiguo chivato de la policía colonial belga, era uno de los jefes de Estado más
complejos, más astutos que la tumultuosa historia de la descolonización haya producido.
Gozaba de protecciones extranjeras sólidas, y estaba dispuesto a pagar el precio. Era un
negociador sin par. Como ejemplo: luego de una de sus numerosas visitas "privadas" a
Washington (febrero de 1987), Mobutu concluyó con el Pentágono un acuerdo por el
cual cedía a los Estados Unidos, por un contrato a largo plazo, la base militar y aérea de
Kamina, en Shaba; en adelante los americanos organizan su apoyo logístico a la UNITA
angoleña desde Kamina. En contrapartida (además de los pagos en divisas en concepto
de alquiler), el régimen zaireño obtiene, en mayo del mismo año, una nueva
renegociación de su deuda externa. Mientras el laxismo de su política económica es
universalmente reconocido, el régimen arranca al FMI, en 1987, un crédito de 370
millones de dólares.
Mobutu, su hermana, sus guardias, sus mujeres están en visita privada. Dos de sus hijos
estudian en la universidad de Ginebra. El mariscal va a alojarse algunas noches en el
Noga-Hilton, en casa de su amigo, el promotor inmobiliario, corredor en petróleo y en
algodón africanos, Nessim Gaon. Más tarde se dirigirá, para una estancia de reposo, a su
propiedad de Savigny, inmensa residencia señorial en las alturas de Lausana. Pero, por
el momento, Mobutu recibe a sus banqueros ginebrinos. Durante este tiempo, sus
ministros, amigos, oficiales y mujeres desvalijan las tiendas de lujo de la calle Rhóne,
las joyerías de la avenida Bergues, pagando los ríos de perlas, broches de diamantes,
relojes Rolex y sortijas de oro con fajos de billetes de 1.000 francos suizos que los
dependientes de la banca acaban de deslizar a sus guardaespaldas.
Mobutu es en esa época uno de los hombres más ricos de la tierra: su inmenso país
encierra yacimientos considerables de diamantes, manganeso, cobalto, uranio y cobre.
Encontrándose una buena parte de su fortuna en los sótanos de los bancos suizos, los
jeques locales cobran anualmente jugosas comisiones sobre el tesoro del jefe de Estado
zaireño. En resumen, las autoridades federales no le han rechazado nada al respetado
cliente de los grandes bancos. Unos días más tarde, algunos de estos opositores serán
cargados en un avión de la Swissair, esposados durante todo el vuelo, en dirección al
aeropuerto de Ndjili, Kinshasa. La policía secreta zaireña recogerá a los exiliados a su
descenso del avión. Las vacaciones de Mobutu han comenzado verdaderamente en ese
mismo momento.
Tras su salida de Suiza, tres semanas más tarde, los periódicos, en tono admirativo, me
mostraron que el mariscal hubo de alquilar un camión de gran tonelaje para desplazar
hasta su Boeing privado la montaña de regalos, de compras de todas clases, que sus
acompañantes habían acumulado durante su estancia al borde del Leman.
Conclusión
El capítulo XVIII del Libro de los Levitas de la Biblia menciona la extraña y terrorífica
historia de esa divinidad de Medio Oriente que se llamaba Moloc. Los cananeos le
sacrificaban regularmente niños arrancados a las tribus prisioneras, a las familias de los
más pobres. Ante la inmensa e impasible estatua de bronce levantada sobre una montaña
en pleno desierto, un fuego ardía día y noche. Cada treceava luna, columnas de niños
temblando de miedo, miserables, hambrientos, eran conducidos ante el monstruo; eran
degollados, y luego sus cuerpos despedazados lanzados en su gran boca abierta. Como
Moloc, la oligarquía bancaria multinacional helvética se alimenta de la carne, de la
sangre de los pueblos cautivos, sujetos a tributo, de los tres continentes más pobres de
nuestro planeta.
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