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Un inmenso Gernika
Iñaki Egaña
En el Estado español, la guerra de 1936 fue una tragedia de efectos incalculables, cuyas
consecuencias políticas han llegado hasta nuestros días. Se podrían extraer numerosos
ejemplos de la barbarie, así como lecciones de sus secuelas. Por cercanía y sentimiento
me remito a los del País Vasco, conocidos internacionalmente por su crueldad. El 31 de
marzo y el 26 de abril de 1937 la aviación fascista bombardeó Durango y Gernika. El
cielo se abrió y escupió sangre. Fue el campo de pruebas de alemanes e italianos para la
Segunda Guerra Mundial. Durango y Gernika condensa-ron la tragedia y el dolor y
también la impotencia de contemplar al monstruo militar del fascismo, encarnado en los
ejércitos de Franco, Hitler y Mussolini.
Para el diputado socialista vasco Miguel Amilibia, la Guerra Civil española no fue sino
el preludio de la Segunda Guerra Mundial. [18] Sin la ayuda de sus aliados más
perceptibles, Portugal, Alemania e Italia, Franco no hubiera triunfado en la guerra,
concluyendo la aventura del verano de 1936 en un golpe de estado, de los que tan
acostumbrados estaban los militares españoles, más cruento eso sí que los anteriores.
Cuando el golpe de estado fracasó, la asonada se convirtió en una guerra civil cuyo
único responsable fue el fascismo que logró romper con todas los logros progresistas
que la República había consolidado en los años anteriores. La victoria de los sublevados
en 1939 trajo, en el Estado, un retroceso político y social del que la sociedad española
aún no ha logrado recobrarse.
En el conjunto del Estado, la guerra tuvo unas 600.000 víctimas mortales de las cuales
más de 100.000 correspondieron a los muertos en el campo de batalla. [19] El Ejército
vasco, que apenas pudo ofrecer resistencia a las tropas de Hitler, Franco y Mussolini en
la ofensiva aéreo-terrestre de la primavera de 1937, tuvo 7.000 muertos.
Entre el 31 de marzo de 1937 y el final de junio del mismo año, prácticamente todas las
poblaciones vascas republicanas fueron bombardeadas. Jamás el franquismo aceptó ser
artífice de las atrocidades que cometió desde el aire. Ni en Durango, ni en Gernika, ni
en Barakaldo, ni en Eibar... Arnold Lunn hizo célebre la frase de los muertos
inoportunos al referirse a las víctimas de la aviación fascista. Según el franquismo, no
hubo bombardeos sobre la población civil, sino autodestrucciones de los vascos. En el
fragor de la guerra, Radio Sala-manca, portavoz del bando rebelde, llegó a decir
atrocidades del tipo: "No queremos bombardear población civil; sufrimos del dolor que
causamos a los españoles. Pero hay deberes más elevados que nuestras inclinaciones
sentimentales". Luego fue la negación sistemática de la responsabilidad y la calumnia
como recurso. En total, mil civiles murieron en el País Vasco a causa de los bombardeos
y unos diez mil en el conjunto del Estado.
Los motivos de los verdugos para llevar adelante las ejecuciones fueron muy diversos,
desde las responsabilidades culturales o sociales en época republicana hacia el acusado,
hasta las más estrictas consideraciones políticas. En Arrasate, Isidoro Iturbe
Elcorobarrutia fue detenido y torturado por la Guardia Civil en plena calle por hablar en
euskara a su esposa. Fue fusilado en Hernani el 22 de octubre de 1936.
La magnitud e implicación del fascismo en todos los recodos de la vida social vasca y
española tuvo su más significativa expresión en las cárceles. En 1940, tres años después
de terminar la contienda en suelo vasco y un año más tarde de la capitulación de las
últimas bolsas de resistentes en Madrid, Alicante y Cataluña, un cuarto de millón de
personas permanecían encarceladas, lo cual equivalía al 8% de la población activa del
Estado español. Siete años más tarde, en 1947, el régimen franquista reconocía, según
estadísticas propias, que el número de presos políticos ascendía a 106.249, de los que
18.000 eran mujeres. Excepto un número cercano a los 5.000, los demás eran todavía
prisioneros de guerra.
No sólo hubo cárceles sino también campos de concentración y hasta un total de 110
batallones de trabajadores en los que los prisioneros construyeron obras estratégicas
para el nuevo régimen político, entre ellas el Valle de los Caídos, la que sería tumba de
Franco nada menos que cuarenta años más tarde.
Izda.: trabajo forzado en un campo de concentración de Franco; Dcha.: republicanos
españoles exiliados en Francia.
El exilio fue otra de las consecuencias que sufrieron decenas de miles de vascos, como
corolario a la Guerra Civil. La expatriación marcó también el país y las futuras
generaciones, tanto o más que la cárcel o la guerra, volviendo a abrir los viejos caminos
de siglos anteriores. Fue el mayor éxodo vasco jamás conocido hasta el punto que el
Gobierno vasco, ya en el exilio, llegó a señalar que "el éxodo del pueblo vasco, después
de la pérdida de su territorio, alcanza caracteres difícilmente igualables en otras
ocasiones de la historia y con referencia a otros pueblos".
La caída de Bilbao en junio de 1937 estuvo precedida de una huida organizada de niños
hacia la URSS, Bélgica e Inglaterra. La Segunda Guerra Mundial originó que el
contacto familiar con muchos de estos niños se perdiera, principalmente con los niños
ubicados en la URSS, algunos de los cuales se sumaron, entonces ya con 14, 15 ó 16
años, a las milicias soviéticas contra las tropas de Hitler.
El Gobierno vasco diría que 150.000 vascos se refugiaron en el Estado francés entre la
primera quincena de mayo de 1937 y el 25 de octubre del mismo año, lo que suponía un
12% de la población total de entonces. Esta cifra marcó una gran diferencia con el exilio
total español, en el que estaba incluido el vasco, que ascendió a 500.000 personas. A los
vascos refugiados en el Estado francés, habría que sumar una pequeña cantidad que, en
pequeños barcos, llegaron hasta las costas del norte de África. De estos 150.000 huidos,
30.000 eran niños.
Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los cargos políticos tuvo
que emigrar junto a sus familias a América, ante el temor a la persecución nazi. Hasta
entonces, el Estado francés había sido el centro del exilio, a pesar de que la recepción de
las autoridades francesas de semejante éxodo fue mezquina.
En esa época Europa vivía el auge del fascismo; la mayoría de los gobiernos del Viejo
Continente centraban sus declaraciones y movimientos en una estrategia anticomunista.
El rearme de Alemania tenía como uno de sus objetivos la expansión hacia el este, es
decir hacia la URSS y, bajo esa constatación, todos los sectores conservadores europeos
aplaudían las amenazas de Hitler. La guerra española les atrapó de lleno en esa línea de
intervención política, lo que sirvió para condenar al infierno al Gobierno republicano
español.
El avance del fascismo en Europa, con todos los sectores de derechas tras de sí y la
inhibición de la socialdemocracia, se vio apoyado en 1935 con la invasión de Etiopía
por la Italia de Mussolini. La Sociedad de Naciones decretó el embargo de mercancías
estratégicas contra Italia, pero ni la URSS ni los EEUU lo respetaron y, además, Francia
e Inglaterra reconocieron a Mussolini el derecho de ocupar dos tercios del territorio
etíope. Para completar el escenario, la URSS comenzó entonces las negociaciones para
lograr un acuerdo económico con Alemania, lo que condicionaría la política de Stalin en
Europa en los años siguientes.
En las elecciones celebradas en Gran Bretaña en 1931, poco después de las que habían
llevado a la coalición republicano-socialista a la victoria electoral en el Estado español,
los conservadores aplastaron a los laboristas, consiguiendo 472 escaños contra 46. Este
triunfo de la derecha, que se apropiaría de todos y cada uno de los resortes del poder en
los años siguientes, tendría una importancia capital a la hora del seguimiento por parte
de Londres de los futuros acontecimientos en el Estado español. La posición de la
derecha se vio reforzada con la consecución, en la consulta electoral del 15 de
noviembre de 1935, de 431 de los 615 escaños de la Cámara de los Comunes. En Gran
Bretaña, el grueso de la clase política tradicional inglesa era claramente conservadora,
con algunas particulares inclinaciones hacia la política de Hitler. Los periódicos más
influyentes, como The Times o The Observer, alababan a Hitler y a Mussolini e iniciada
la guerra no tuvieron reparo en repetir sus halagos con Mola y Franco, los dirigentes de
la rebelión.
Más cerca, en el Estado francés, el conflicto español también fue tratado con
vehemencia. El 5 de junio de 1936 quedó constituido en París el Gobierno
frentepopulista producto de consulta electoral y cuya presidencia quedó en manos del
socialista Léon Blum. El también socialista Robert Salengro sería el ministro del
Interior mientras que el radical Yvon Delbos lo sería de Exteriores. Este gabinete
persistiría precisamente hasta dos días después de la caída de Bilbao en poder de las
tropas fascistas en el verano de 1937.
Como en el caso inglés, uno de los orígenes de esta elección estuvo en las inversiones
francesas en el Estado español, un 34,6% del total de capital extranjero. En el País
Vasco peninsular, los franceses tenían intereses en la Sociedad Maderera de Bilbao,
General Eléctrica Española de Bilbao y diversas compañías de seguros y bancos
ubicados en la capital vizcaína, entre ellos el Urquijo y el Bilbao. Si estas inversiones
tuvieron un peso específico en el desarrollo de la estrategia de París, la situación
realmente determinante vino dada por las conexiones de las mismas y los consiguientes
intereses comunes. El paradigma de esta convergencia se produjo en los bancos Urquijo
y Vizcaya, así como en Babcok & Wilcox, en donde coincidieron capitales alemanes,
franceses, ingleses y españoles ligados, todos ellos, a los golpistas.
Los países con sistema parlamentario de partidos políticos prohibieron a sus súbditos
viajar al Estado español mientras se prolongó la guerra, en especial a los
internacionalistas que tuvieron que hacerlo de manera clandestina. Algunos de los que
apostaron por la neutralidad, como EEUU y Gran Bretaña, mejoraron su economía a
costa del petróleo que sus empresas vendieron al bando rebelde. La compañía
petrolífera americana Texaco libró a Franco la mayoría del combustible que su ejército
usó durante la guerra. Incluso su presidente Thorkield Rieber se entrevistó con Mola,
director del golpe de estado que propició la guerra, para sugerirle iniciativas
relacionadas con las hostilidades. Otros, como la URSS, aliada del bando republicano,
vendieron también armas a ejércitos que como el italiano tuvieron una implicación
directa y decisiva en la contienda.
Sólo el presidente mexicano Lázaro Cárdenas rompió con esta dinámica impuesta por
las potencias mundiales. El 4 de septiembre de 1936, México anunció su apoyo al
Gobierno republicano español, con el envío de 20.000 fusiles y 20 millones de
cartuchos. Ese mismo día, el Gobierno francés del Frente Popular prohibía en París una
manifestación en favor de la República española. Asimismo, el 5 de diciembre el
Ejecutivo francés prohibía la entrada en su país a Lluís Companys, presidente de la
Generalitat catalana, que debía dar una conferencia en París. Sin embargo, cuando
Hitler invadió Francia en 1940, Companys, refugiado en París, fue detenido por la
Gestapo y entregado a la policía española. El presidente catalán fue fusilado en
Barcelona el 15 de octubre de 1940.
Para el Ejecutivo republicano, la Guerra Civil no lo fue tal en su sentido estricto, sino
que se trató de una agresión exterior sobre un Gobierno, como el español, de contenido
republicano. Así lo denunció el Gobierno español ante la Sociedad de Naciones: "Sin
intervención extranjera, la rebelión habría sido liquidada en varias semanas. La
intervención comenzó inmediata-mente después del fracaso de la táctica de la sorpresa.
Ante la incapacidad de los rebeldes para vencer de un solo golpe la resistencia
republicana, que nadie esperaba, Alemania e Italia pasaron de un apoyo político a la
rebelión a una ayuda por las armas". [22]
Ya iniciada la guerra, esta percepción de las simpatías de los estados europeos por los
sublevados fueron notorias. De hecho, los consulados ubicados tanto en San Sebastián
como en Bilbao acogieron a numerosos fascistas que, en la mayoría de los casos,
pudieron pasar a territorio controlado por los facciosos sin ningún tipo de problemas.
Incluso, las autoridades republicanas llegaron a permitir que las embajadas alquilasen
edificios, a los que se les concedía el estatus de extraterritorialidad, para albergar a los
numerosos huidos. No ocurrió lo mismo a partir del verano de 1937, cuando la totalidad
del País Vasco peninsular fue ocupada militar-mente, ya que en todos los casos en que
republicanos o nacionalistas vascos solicitaron asilo en estos consulados, sus peticiones
fueron denegadas. [23]
Por otro lado, el bombardeo de la industria de Bilbao en los meses que se prolongó la
ofensiva fascista fue un elemento de discordia entre Franco y Mola. Para el ex
gobernador militar de Pamplona, las fábricas estratégicas vascas debían ser arrasadas y
así lo hizo saber a Sperrle, jefe de la temida Legión Cóndor. Este, dudando de la
efectividad de esta medida, consultó con Franco quien dio largas al asunto. La muerte
de Mola, en un supuesto accidente de aviación a comienzos de junio, quitó de en medio
al protagonista más notorio de la disidencia, lo que provocó que las tesis de Franco,
compartidas por los alemanes, resultasen hegemónicas. Así la industria vasca fue
respetada por los facciosos en beneficio de Hitler.
En marzo de 1939, concluyó la guerra tras la toma por las tropas fascistas de las últimas
posiciones republicanas. Sin embargo, el 3 de septiembre del mismo año se produjo la
declaración de guerra de Francia y Gran Bretaña a Alemania, tras la invasión de las
tropas nazis de Polonia.
Para entonces, sin embargo, la guerra llevaba tres años encendida. El 20 de noviembre
de 1945, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, Geoffrey Lawrence, presidente
de un tribunal militar internacional, proclamó la apertura de un juicio contra dirigentes
del III Reich alemán, para castigar los crímenes de guerra. Fueron en total veintiuno los
inculpados por crímenes contra la humanidad. Entre los encausados había ausencias
notables: unas por muerte previa (Hitler, Himmler o Goebbels), otras porque los
acusados habían logrado huir y, finalmente, un tercer grupo formado por quienes, a
pesar de sus responsabilidades al frente del Ejército alemán, no fueron perseguidos.
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[18] Ver el libro De Versalles a Hiroshima, escrito por el citado Miguel Amilibia y
publicado por la editorial Txalaparta en el año 1987.