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infinitos.
Roma la tuvo, y Espaa la tuvo, y Venecia, y los Estados Unidos del
"destino manifiesto".
Los pueblos no decaen por otra causa, sino por la prdida de ese
don de visin, de ese estado de conciencia, que es el que les revela
su propia identidad y les permite no extraviarse en el camino del
logro de sus intereses fundamentales.
Si de estas consideraciones generales y un poco retricas bajamos a
nuestra Venezuela, tierra tan crucificada de problemas y dolores y tan
mal encontrada con rumbos, caeremos en pronto en la cuenta de que lo
que ms le ha faltado ha sido esa conciencia del inters superior, ese
sentido del tema de su historia viva.
Las ms de las veces, en su convulsa vida, no solo no ha seguido el
rumbo verdadero, sino que lo ha abandonado o negado con ciega ligereza
para entregarse al juego de la sangre, miseria y muerte, por palabras
demasiado abstractas u hombres demasiado concretos, por retrica
poltica o apetitos de caudillos.
Esa ha sido su grande, su atroz, su irreparable desgracia. Cuando
vena el tiempo de construir la nacin y conquistar el desierto, a la
manera norteamericana o argentina o brasilea, nos entregamos a la
guerra civil invocando la federacin o el centralismo. Cuando la
cuestin era de caminos contra soledades, de gentes contra desiertos,
de trabajo contra pobreza, nada pareca ms importante que la lucha de
Pez contra Monagas, o la de los liberales contra los godos, o la de
los centrales contra los orientales o los andinos.
No solo hemos perdido de vista los verdaderos objetivos, sino que
hemos empequeecido los falsos. A falta de otra cosa hemos sabido
cosechar abundantemente odios, y nada nos ha parecido ms importante
que envidiar y envilecer al prjimo.
Del eco
pugnas, lo
sabido ser
palabreros