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Pedro Jaramillo Rivas

PARA LEER LA BIBLIA “COMO DIOS MANDA”

PPC, Madrid 1973

INTRODUCCIÓN

Un día me contó un obispo una anécdota curiosa. El suceso tenía por


protagonista a un sacerdote anciano que había recibido la visita de unos
Testigos de Jehová. Habían estado hablando largo y tendido y, naturalmente,
llegaron a uno de los clásicos puntos de choque: los hermanos de Jesús. Aquel
sacerdote defendía a capa y espada que Jesús no había tenido hermanos y
pensaba que los interlocutores usaban una Biblia adulterada... Le contaba al
obispo su confusión: "Figúrese - decía - mi chasco fue total porque resulta que
subí rápidamente a leer mi Biblia... y allí decía que Jesús tuvo hermanos y
hermanas".

El buen sacerdote quería argumentar con unas palabras y no con su


significado. Se ponía, de hecho, en el mismo terreno de los Testigos de Jehová,
cuya fuerza consiste en afirmar: "La Biblia lo dice así". Pero, ¿hay que tomar
siempre la Biblia al pie de la letra? ¿Por qué unas veces sí y otras no? En ese
caso, ¿quién me ayuda a mí a discernir unos casos de otros? ¿Quién tiene el
encargo y la autoridad suficiente para ayudarme?

Este folleto pretende dar respuesta a esos y otros interrogantes.


Las reflexiones que en él transmitimos son fruto de muchos esfuerzos
por popularizar algunos principios de interpretación de la Sagrada
Escritura. A través de charlas, jornadas, semanas bíblicas dirigidas a
público muy sencillo, he podido comprobar que cualquier persona
puede entender los conceptos más difíciles con tal de que - se le
expresen en un lenguaje adecuado. Basta a veces un ejemplo, una
insinuación, una llamada a la experiencia de cada día para que
muchas cosas queden claras y se entiendan.

Por esta razón las reflexiones siguientes son muy sencillas y no


tienen ninguna pretensión desde el punto de vista científico, de la
ciencia bíblica, se entiende. En un primer momento tuve la tentación
de poner como subtítulo: "unas reflexiones de perogrullo". Al final no lo
hice porque me pareció poco serio. Pero sí puedo decir que estas
sencillas explicaciones han sido leídas por gente del pueblo y las han
entendido y apreciado. En ellas se tienen en cuenta muchas preguntas
que se me han ido haciendo cuando he dialogado sobre estos temas,
y en algunos casas, incluso se reproduce la conversación en forma
directa y en su estilo coloquial.

La Biblia - hay que tenerlo presente- es un libro escrito hace


muchos siglos, en un lenguaje de otras épocas y de otros hombres.
¿La podríamos leer - sin ninguna preparación, como leemos el
periódico cada mañana? El lenguaje del periódico es nuestro lenguaje,
emplea nuestros modos de hablar y de expresarnos-- -. y sabiendo
leer, no cuesta mucho trabajo entender lo que dice. Para interpretar la
Biblia, ¿basta con saber leer?

Me parece que este pequeño trabajo puede ser una buena pista
de lanzamiento para aprender a leer la Biblia en forma adecuada. Nos
daremos por muy satisfechos si alguien encuentra una ayuda en los
comienzos de un camino que otros libros más exigentes pueden
continuar y ampliar.

EL AUTOR

EL CATÓLICO Y LA BIBLIA

¿Apreciamos los católicos debidamente la Biblia? De escuchar


las enseñanzas de la Iglesia, así debiera ocurrir. ¿En qué medida? Si
fuera posible la comparación, diríamos que tanto como veneramos el
Cuerpo de Cristo en la Eucaristía. Así lo dice el Concilio Vaticano II:

"La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el


Cuerpo de Cristo, pues, sobre todo, en la sagrada liturgia nunca ha cesado de
tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de
Dios y del Cuerpo de Cristo. La Iglesia ha considerado siempre como norma
suprema de su fe la Escritura unida a la Tradición, ya que, inspirada por Dios y
escrita de una vez para siempre nos transmite inmutablemente la Palabra del
mismo Dios... Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que
constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento
del alma, fuente límpida y perenne de la vida espiritual" (DV 21).

Quien quiera sintonizar con la Iglesia ha de participar de estos


mismos sentimientos hacia la Biblia. Abiertamente, sin recelos, sin
temores ni cosa que se les parezca.

Pero, ¿qué es la Biblia?

EL NOMBRE: En primer lugar, ¿qué significa "Biblia"? Biblia significa


"libros". Y es uno de los nombres con que designamos los Libros
Santos de Israel y de la Iglesia. Es denominada también Escritura,
Sagrada Escritura, Sagrado Texto, Libros Sagrados...

LA BIBLIA, OBRA HUMANA


He aquí algunas afirmaciones fundamentales:
- En primer lugar, tenemos que decir que los Libros de la Biblia no
cayeron escritos del cielo.

- Tampoco se escribieron "de una sentada". Su escritura duró siglos.

- No los escribió Dios directamente, usando "su pluma" y "su tintero".

Merece la pena detenerse un poco en este último punto. Dice el


Concilio: "Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en
lenguaje humano". Es muy necesario tenerlo en cuenta, porque
señala una verdad importantísima que nunca debemos olvidar: Que la
Biblia es obra totalmente de Dios y totalmente del hombre. Por ser
obra de Dios nos transmite las verdades que Dios quiso
manifestamos para nuestra salvación. Por ser obra del hombre nos
transmite esas verdades con los mil modos de expresión humana
con que hablaban los hombres del antiguo Oriente en donde se
escribió la Biblia.

El lenguaje humano

Importa que quede esto claro. Es algo que nos pasa a nosotros mismos en
nuestro cotidiano modo de hablar. Una misma verdad la expresamos de
múltiples maneras. Corrientemente no nos importa demasiado el modo, sino
que vamos abiertamente a la verdad que queremos significar.

Por ejemplo, estoy bajo un estado de depresión pesimista ante


un grave problema (esta es la verdad que quiero comunicar). Y para
expresárselo a un amigo le digo: "Chico, estoy hecho polvo". No cabe
duda que mi amigo me entiende perfectamente. Pues bien, imaginaos
que un autor bíblico hubiese dicho de algún personaje: "estaba hecho
polvo". Nunca debemos pensar que porque lo dice la Biblia, que no
puede engañarnos por ser Palabra de Dios, aquel personaje estuviera
materialmente triturado y reducido al polvo. En este ejemplo, la Biblia
quiere expresar la misma verdad que nosotros hemos manifestado con
semejante dicho: la existencia de un estado de ánimo decaído y
pesimista.

He aquí, pues, una cosa muy interesante que debemos grabar en


nuestra cabeza:

• Que la Biblia nos transmite la verdad que Dios nos quiere comunicar.

• Que nos transmite mediante los numerosos modos de expresión


humana que se utilizaban entonces.

Esto trae una consecuencia que vamos a entender en seguida: Que no siempre
y en todas las afirmaciones podemos tomar la Biblia al pie de la letra. Si yo te
escribo una carta y te digo "Padezco un confusionismo de cabeza muy
grande", tú entiendes al pie de la letra e interpretas lo que quiero decir. Pero, si
por el contrario, digo: "Estoy hecho un taco” o "Estoy hecho un lío" es claro
que tomado al pie de la letra igualmente, resulta ininteligible lo que quiero
decir.

Lo que quieren decir los autores de la Biblia

Es muy importante saberlo y tenerlo en cuenta. De ello nos dice


el Concilio:

"Para descubrir la intención del autor (es decir, para descubrir lo que nos
quiere decir) hay que tener en cuenta, entre otras cosas, los géneros
literarios. Pues la verdad se presenta y se enuncia de modo diverso en obras
de diversa índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros
literarios. El intérprete indagará lo que el autor sagrado intenta decir y dice,
según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios propios de su
época. Para comprender exactamente lo que el autor quiere afirmar en sus
escritos, hay que tener muy en cuenta los modos de pensar, de expresarse, de
narrar que usaban en tiempo del escritor, y también las expresiones entonces
en la conversación ordinaria" (DV 12).

¿Qué significa esto? Que muchas veces no coincide lo que decimos con lo que
queremos decir. Y que lo que cuenta siempre es lo que queremos decir. El otro
día estuve en una romería e impresionado por el gentío que había comenté:
"Aquí está todo el pueblo". Estas fueron mis palabras; pero lo que quise
expresar es que había mucha gente. Quien captó esto segundo entendió bien,
entendió la verdad que encerraba lo dicho. Si alguien supuso al oírme que
estaba todo el pueblo, de tal modo que ni una sola persona quedó en su casa,
entendió mal, no alcanzó la verdad implícita en mi afirmación.

¿No os ha ocurrido alguna vez que habéis entendido de modo


perfecto la materialidad de una afirmación hecha por una persona y sin
embargo habéis preguntado: "¿Y qué quieres decir con esto?"

A esto alude el Concilio cuando afirma que para interpretar lo


que el autor sagrado quiere decir hay que conocer muy bien el modo
de expresarse que utilizó. Pero – se puede preguntar - ¿es que el
autor sagrado, o los autores sagrados, emplean muchos modos de
expresión y no solamente uno, que debería ser siempre categórico,
racional y contundente? Pues claro que sí. Decía Pío XII:

"Ninguna de aquellas maneras de hablar, de que entre los orientales solía


servirse el humano lenguaje para expresar sus ideas, e s ajena a los libros
sagrados, con la condición de que el género de decir empleado en ninguna
manera repugna a la santidad y verdad de Dios" (Encíclica "Divino Afflante
Spiritu").

Tomemos el ejemplo de una poesía. El poeta emplea con


frecuencia un lenguaje lleno de imágenes. Para señalar que el agua
producía un ruido agradable, escribe que el agua cantaba. O para
expresar que unos árboles crecían altos y rectos, nos dice que los
árboles apuntaban al cielo... Nosotros distinguimos muy bien entre lo
que quiere decir y cómo lo dice. Pues bien, también en la Biblia se nos
dicen muchas verdades utilizando la poesía: hay todo un libro -el
Cantar de los Cantares- lleno de poesía; y muchos salmos; y buena
parte de los libros de los profetas. Evidentemente, en todos estos
pasajes poéticos de la Sagrada Escritura no debemos enredarnos con
las imágenes y las expresiones, sino captar la verdad que nos
transmiten.

El lenguaje de las imágenes


Hay algo muy especial en este sentido. La Biblia habla
constantemente de Dios y del hombre, de las relaciones entre ambos.
Y tiene cosas importantísimas que decirnos en este terreno. Lo hace
empleando imágenes. Como cuando nosotros hablamos a un niño y
para que nos comprenda hacemos lo más plástica posible la
expresión, nos amoldamos lo más posible a su mentalidad, para
hacemos entender: recurrimos a comparaciones, le ponemos
ejemplos, nos fijamos en su experiencia...

Hay una verdad en estas relaciones entre Dios y el hombre, la de nuestra total
dependencia de Él. El hombre no debe ignorarlo, cayendo en la tentación del
orgullo. Se le podría decir: "Tu vida depende totalmente de Dios". Es una
manera fría y contundente de expresar aquella verdad. Pero el autor sagrado
prefiere decir: "Dios es un alfarero y nosotros somos la masa en sus manos. Él
hace con su barro lo que quiere". ¿Hay mejor manera de expresar nuestra total
dependencia de Dios? Y, sin embargo, ni El es alfarero ni nosotros somos
barro. Esta es la gran verdad que nos quiere hacer llegar, por ejemplo, el Libro
del Génesis, cuando, en la Creación, nos presenta a un Dios alfarero
modelando la figura del hombre del barro de la tierra.

El pueblo de Israel era un pueblo de pastores. Había visto


muchas veces la estampa del pastor, abnegado, entregado, totalmente
pendiente de las ovejas de su rebaño... Y de nuevo el autor sagrado,
cuando tuvo que señalar cómo es Dios para el hombre, le vino
enseguida a la mente aquella imagen entrañable del pastor. Y afirmó:
"El Señor es nuestro Pastor". Evidentemente, Dios no es un pastor ni
nosotros somos un rebaño de ovejas.

También era aquel pueblo, pueblo de viñadores. Y estaban


acostumbrados todos a ver la ilusión con que el viñador planta sus
vides, las poda, las limpia, las desembaraza de piedras y broza... con
la esperanza de poder recoger en su día la hermosa uva. Y, cuando la
viña sale borde, y en lugar de uva da agrazones, la desilusión de aquel
hombre no tiene comparación. El pueblo de Israel sabia lo bueno que
Dios era para con él y tampoco ignoraba que él, pueblo de Dios, solía
corresponder a tal bondad con su infidelidad y su pecado, olvidado del
Creador y no dando buenos frutos. Entonces pensó en la imagen de
un viñador desilusionado, porque plantó su viña, la cuidó, la mimó... y
su viña le dio agrazones. Ni Dios es viñador ni nosotros somos una
viña pero, ¿se puede plasmar de mejor manera la desilusión que
nuestro pecado causa en el corazón de Dios?

Oseas fue un gran profeta. Pero en su vida matrimonial sufrió


un fracaso. Como tantos fracasos matrimoniales se suceden en
nuestros días. Y en la tragedia de su amor no correspondido descubrió
la fuerza para expresar, con un lenguaje "de matrimonio" de adulterio,
de prostitución..., la misma tragedia de Dios, unido en matrimonio con
su Pueblo, y frustrado por la ligereza de una esposa (ese mismo
Pueblo de Dios) que lo abandonó y fue tras otros amores (los ídolos).
Y la imagen del matrimonio quedará, sobre todo en los libros de los
profetas, para expresar esta cruda realidad.

Y, ¿cómo ignorar que la verdad más fundamental del Nuevo


Testamento, el amor de Dios a los hombres, a todos los hombres, y
principalmente a los pecadores se nos expone con la imagen sencilla y
entrañable, también fruto de nuestra propia experiencia, del padre
bueno que espera contra toda esperanza al hijo que se marchó de
mala manera?

Pues bien, esto nos pone de manifiesto una característica muy


significativa de toda la Biblia: que con mucha frecuencia nos habla con
imágenes. ¿Es por ello menos verdad lo que nos dice? Ni mucho
menos. Quiere decir, simplemente, que expone la verdad de un modo
muy propio. Precisamente con éste del uso de las imágenes. Y que
nosotros, inteligentemente, debemos tenerlo presente y no tomar una
cosa por otra.

Dos posturas erróneas ante el lenguaje de las imágenes

Una postura peca por exceso y otra por defecto. Por exceso, la
de aquellos que, materializando la imagen, la toman al pie de la letra y
con el mismo rasero miden la verdad que implica y la imagen que nos
la transmite. Y por defecto pecan los que, sabiendo sobradamente que
se trata de una imagen, la desdeñan entendiendo que es un lenguaje
impropio. Una actitud equivocada, porque cualquier imagen es lo
suficientemente explícita, "habla" suficientemente bien si se la sabe
interpretar correctamente.

No hay que olvidar, sin embargo, que toda imagen tiene "su"
significado y que, por tanto, no es indiferente el empleo de una que
todo el mundo entiende o, con el achaque de que es el suyo un
lenguaje impropio, inventarse cada cual la suya. Si yo voy de paseo y
en un árbol me encuentro pintado un corazón traspasado por una
flecha, aquello me habla muy claro de toda una realidad de
enamoramiento; si más adelante, en otro árbol, tropiezo con una oreja
grabada en su corteza, atravesada por una flecha, no tiene para mí
ningún significado. Y tan impropia es una pintura como la otra. La
diferencia estriba en que, en nuestra cultura, una imagen tiene
significado y la otra no.
Las dificultades propias del lenguaje humano

Claro que todo esto plantea una dificultad para leer la Biblia.
Una dificultad que es común a todos los libros de la antigüedad. Se
usaban entonces modos de expresión, imágenes que hoy no se
emplean corrientemente en nuestra conversación y que, en muchos
casos, son sólo conocidas de aquellos que se dedican al estudio de
tiempos lejanos. Un poco lo que ocurre con las modas, que hay
muchas que pasaron y que sólo conocemos por las fotografías que
aparecen en nuestros álbumes familiares. Por eso necesitamos saber
cuáles eran esos modos de decir y expresarse los que escribieron la
Biblia. En las Introducciones y Notas de las diferentes ediciones del
Libro Sagrado se nos explica esto claramente, para ayudarnos a
entender su contenido correctamente.

¿Por qué todo esto es así? Porque Dios -que se acopla


totalmente a nosotros- en modo alguno hubiera sido comprendido por
aquellos hombres de no emplear su mismo lenguaje. Por otra parte,
los hombres por medio de los cuales nos hizo llegar su Palabra no
hubieran podido expresarse de otro modo.

Es esto un punto que debe quedar claro. Y ahora vamos con


otro no menos interesante.

COMO NACIÓ LA BIBLIA

¿Cómo, cuándo, por qué y para quién fue escrita la Biblia?


Hemos dicho al principio que no cayó escrita del cielo. Y que tampoco
se escribió de una sola vez, de una ''sentada''. Añadamos ahora que
no la escribió un señor y que después la gente comenzó a leerla y que
los que la leían se convertían inmediatamente, y formaron una
comunidad religiosa: el pueblo de Israel o la Iglesia. Las cosas no
sucedieron así. Primero nació el pueblo de Israel. Primero nació la
Iglesia. Y después, en el seno de ambos, nació esta literatura que
recogía las riquezas de su fe.

La Iglesia y la Biblia

Lo vamos a ver más claro en el caso de la Iglesia, por tratarse


para nosotros de una realidad más cercana. Jesucristo murió y
resucitó, para salvarnos. Esta es la manifestación más grande y
definitiva del amor que Dios nos tiene. Así cumplió el Señor el
mandamiento que tenía del Padre. Pero El no escribió nada. Vivió su
vida de entrega total y envió a sus Apóstoles a que predicaran la
Buena Noticia (eso significa la palabra Evangelio) a todos los hombres,
reuniéndoles en una comunidad de fe que se llama Iglesia.

Los Apóstoles, después de la venida del Espíritu Santo, se lanzaron por


todos los caminos a proclamar esta estupenda noticia... Muchos comenzaron a
convertirse, recibían el bautismo y se incorporaban a la Iglesia. Así comenzó
ésta a vivir en plenitud. Allá por el año 50, en la comunidad de Tesalónica hay
muchos que esperan la segunda venida del Señor... y ni trabajan, pensando que
no vale la pena. Entonces San Pablo les escribe una carta, recordándoles
algunas verdades de la fe cristiana que tienen que ver con el problema que ante
sí se plantean. Es la carta a los Tesalonicenses. También surgen problemas en
la comunidad de Corinto: problemas de fuertes divisiones internas... Y el
mismo San Pablo les escribe para recordarles igualmente ciertos extremos de
la fe en torno a la unidad de todos los miembros de la Iglesia.

Entre tanto, la vida de ésta continúa. Los Apóstoles predican la


muerte y resurrección de Jesucristo, pidiendo a los que escuchan que
crean y se bauticen..., los que se han incorporado a la Iglesia se
reúnen en las casas y celebran la Eucaristía. Los que han sido
bautizados continúan instruyéndose en la fe, centrada la enseñanza en
la persona y en la obra de Jesucristo. Todo esto hace que aquí y allá
vayan surgiendo testimonios escritos que recogen esta predicación de
los Apóstoles, o el desarrollo de la catequesis, o sirven de material
para las celebraciones litúrgicas. .. Llega un momento en que se ve la
necesidad de que se recoja a todo esto para que no se pierda y van
surgiendo obras más completas que recopilan este material: nacen,
poco a poco, nuestros cuatro Evangelios.

Esta manera de originarse la Biblia (similares razonamientos


son válidos para el Antiguo Testamento) nos proporcionan ya algunas
enseñanzas:

1. Que la Biblia nace en el seno de Israel (Antiguo Testamento) y


en el seno de la Iglesia (Nuevo Testamento).

2. Que los escritos, tantas veces, son ocasionales (con motivo de


un error, de un problema ... ) y funcionales (se escriben para el
servicio de la comunidad creyente). Puede afirmarse que si no
se hubieran dado problemas en la primitiva comunidad cristiana,
por ejemplo, los de Tesalónica o Corinto, de muchas verdades
cristianas, que seguirían siendo tan verdades, no hubiera
quedado testimonio escrito.

3. Que, por consiguiente, ni en el Antiguo ni en el Nuevo


Testamento podemos ir a buscar una presentación de todas las
verdades de la fe de una manera sistemática. No entraba esto
en la idea de ninguno de los escritores de la Biblia.

4. Que las enseñanzas bíblicas, antes de ser escritas, fueron


enseñadas oralmente en el seno de la comunidad creyente.

5. Que, dada la ocasionalidad de estos escritos, y e que ninguno


de ellos pretenda presentarnos una enseñanza sistemática de
las verdades de la fe hay extremos sobre ella que pertenecen a
lo que Dios quiso manifestarnos y que, sin embargo, no están
materialmente registrados en la Sagrada Escritura. El Evangelio
de San Juan hace una explícita alusión a esta circunstancia:

"Jesús realizó en presencia de sus discípulos otras muchas cosas que


no están escritas en este libro. Estas han sido escritas para que creáis
que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis
vida en su nombre" (20, 30).

6. Que, por tanto, la Biblia no se puede leer al margen de la


Iglesia. Sería como arrancar un cuadro de su marco. Lo que no
quiere decir que la Iglesia prime sobre la Biblia, sino que su
misión es ponemos en contacto con la Sagrada Escritura de una
manera viva, para que escuchemos en ella la Palabra de Dios,
que nos habla también hoy. Para que no la tratemos como una
pieza de museo, como a un libro de otro. tiempo. Nos dice el
Concilio:

"El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral y


escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio de la Iglesia,
el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el Magisterio no está
por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar
puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia
del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente,
lo explica fielmente; y de este único depósito de fe saca todo lo que
propone como revelado por Dios para ser creído" (DV 10).

¿Qué ocurre, entonces, si comparamos la letra de la Biblia con la


doctrina actual de la Iglesia con los dogmas, con sus enseñanzas
normativas...? Lo mismo que si comparamos el grano y la espiga. Todo
estaba contenido en el grano, pero ha hecho falta tiempo y crecimiento
interno para que fructifique. Pero la vocación del grano es ser espiga.
Como la vocación de la Palabra de Dios, contenida toda ella en
germen en la Biblia, es la vocación a un desenvolvimiento que, en la
tierra fértil de la Iglesia, va sacando a la luz todas sus riquezas.

Algo que es muy necesario tener en cuenta. Porque no faltará quien


diga: "Esa doctrina de la Iglesia no aparece en la Biblia". Como si se
lamentaran de que la vitalidad del grano haga realidad la espiga. ¿No
sería malograr el grano si, asfixiado por una subordinación
equivocada, le hiciéramos infecundo?

7. Una primera intervención de la Iglesia, en este sentido, se


refiere a cuáles son los libros que tenemos que reconocer como
inspirados y, por tanto, como regla de fe. En esta línea, es
célebre la frase de San Agustín: "Yo no creería en el Evangelio,
si la Iglesia no me obligara a ello".
DIVISIÓN DE LA BIBLIA

La Biblia o Sagrada Escritura se divide en dos grandes partes:

Una primera parte, que recoge la historia de la salvación (la


historia de la manifestación de Dios como Salvador de los hombres, a
través de hechos y palabras) que corresponde al tiempo anterior a
Jesucristo. Es el tiempo que prepara su venida. A esta parte la
llamamos Antiguo Testamento.

Una segunda parte, que recoge la historia de la salvación en


su etapa definitiva: Jesucristo. Su muerte y su resurrección, las
consecuencias que este acontecimiento tuvo en la nueva comunidad
creyente: la Iglesia. A esta segunda parte la llamamos Nuevo
Testamento.

No hay contradicción entre ambos Testamentos


Estos dos Testamentos no son cosa distinta. Se da entre ellos la
relación que existe entre una promesa y si realización definitiva. Nos
dice el autor de la carta a los Hebreos:

"Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres


por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio
de su Hijo".

Y el Concilio se expresa de este modo:

"Dios es el autor que inspiró los libros de ambos Testamentos, de


modo que el Antiguo encubriera el Nuevo, y el Nuevo descubriera el
Antiguo. Pues aunque Cristo estableció con si: sangre la Nueva
Alianza, los libros íntegros del Antiguo Testamento, incorporados a la
predicación evangélica, alcanzan y muestran su plenitud de sentido en
el Nuevo Testamento y a su vez lo iluminan y lo explican".

En cada uno de estos grandes períodos: antes de Cristo


(Antiguo Testamento) y Cristo mismo (Nuevo Testamento), se
produjeron muchos libros, como testimonios de fe. Estos libros son
muy distintos entre sí. Basta tomar la Biblia en las manos para advertir
las diferencias que existen entre el Libro de Isaías, por ejemplo, y el
Libro de las Crónicas; o, entre la carta a los Romanos y la carta a
Filemón. Los libros son de diferentes autores, de diferentes épocas;
manifiestan preocupaciones distintas, hablan, a veces, de los mismos
hechos, con puntos de vista muy diferentes... Pero, a pesar de todo,
podemos hablar de
La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento

¿Cómo es posible que, pese a esas diferencias, todos estos


libros puedan constituir un todo, puedan estar recopilados en uno solo,
en la Biblia? Sencillamente, porque hay un hilo conductor que siempre
es el mismo en todos ellos: Dios, que quiere salvar al hombre y se
acerca a él poco a poco, hasta encarnarse. Es como si tuviéramos un
puñado de perlas, cada una de un valor diferente, de distintos matices,
color, peso... Mientras están en nuestras manos sueltas, aisladas, sólo
contamos con eso, con un puñado de perlas. Pero si las engarzamos
con un hilo, obtenemos un collar. Así pasa con la Biblia: cada uno de
sus libros es de un valor diferente, con distinto matiz, con diverso
estilo... Pero hay un hilo conductor: Dios que nos salva a través de la
historia. Ese hilo es el que hace posible que la Biblia se nos presente
como una unidad.

Una consecuencia práctica de la unidad de la Biblia

Y ahora que hablamos de la unidad real de toda la Biblia, vamos


a derivar hacia otro aspecto sumamente interesante para leerla con
discernimiento.

Dios se nos fue manifestando, nos fue diciendo su verdad, las


verdades necesarias para nuestra salvación, despacio, poco a poco...
Desde aquellos remotos siglos en que Abraham comenzó a conocer a
Dios hasta las enseñanzas que nos proporcionó Jesucristo hubo un
crecimiento lento. Crecimiento que fue quedando reflejado en los
testimonios escritos de los distintos libros de la Biblia, que nos
muestran así las etapas sucesivas que se fueron recorriendo hasta
llegar a Jesús.

Un ejemplo quizá haga comprender mejor lo que quiero decir.


Un señor aficionado a la fotografía se casa y tiene una niña.
Periódicamente obtiene fotos de su hija, como un recuerdo gráfico, que
colecciona amorosamente en un álbum. Pues bien, la Biblia es el
álbum - que como el de la muchacha el suyo - recoge las fotografías
de las diferentes etapas del crecimiento de la revelación. Un día, ya
mayor, el novio pide una foto a la joven. Y ella saca del álbum una de
cuando tenía cinco años... El novio se siente defraudado. No valen los
argumentos de la chica diciendo que es ella misma. SI, responde el
joven, eres tú de verdad, pero no me interesa esa foto, porque no eres
tú en tu plenitud. Una de dos: o me mandas el álbum completo, para
que conozca todos los momentos de tu vida, o me mandas la más
reciente fotografía que te hayas hecho, que es la que más me interesa.

Volvamos a la Biblia: cualquier trozo del Libro Sagrado es


siempre verdad (como aquella foto de la niña). Pero si un determinado
pasaje del Antiguo Testamento es como la fotografía de la verdad de
Dios en un primer período de crecimiento, también podemos afirmar
que es ciertamente verdad, pero no es la verdad en plenitud. Por esto
no es válido aislar fragmentos de la Biblia de todo el conjunto y
presentarlos así, como desgajados de ella. Podríamos decir como el
novio de nuestro ejemplo: "O me das el álbum entero (o damos un
repaso general a la Sagrada Escritura para ver en ella el crecimiento
de la verdad) o me das solamente la última foto" (o buscamos el
mensaje de Jesucristo, donde la revelación llega a su plenitud).

¡Qué diferencia entre las fotos de nuestros cinco y nuestros


veinte años! Y las dos son nuestras. Y las dos son verdad. Como todas
las que nos hicieron entre una y otra fecha... Así pasa con la Biblia,
pese a las diferencias de sus libros.

Es preciso tener esto en cuenta para que nadie nos sorprenda


espigando trozos de los textos bíblicos, haciéndoles hablar por si
solos, cuando no pueden hablar sino engarzados en el conjunto al que
pertenecen. Ese es el trato que con frecuencia dan los Testigos de
Jehová a los textos de la Escritura. Honradamente, eso no se puede
hacer. Si alguien intenta confundirnos así, no estará de más recordar el
ejemplo de las fotografías.

LA BIBLIA, OBRA DIVINA


¿Cómo es posible todo esto, si la Escritura es obra de Dios?,
me diréis. Precisamente es así por ser obra de Dios y no obra de un
mago. Fijaos en Jesucristo: perfecto Dios y perfecto hombre. Los que
lo velan se preguntaban: "Pero, ¿no es éste el hijo del carpintero, el
hijo de María ...?”. Y solamente desde la fe, los Apóstoles pudieron
decir: "Tú eres el Hijo de Dios". Dios, en las realidades que nos
transmite como suyas, obra respetando tanto lo humano, que lo que
resulta siendo totalmente divino, no deja de ser obra del hombre.

El Concilio nos recuerda:

"Sin mengua de la verdad y de la santidad de Dios, la Sagrada


Escritura nos muestra la admirable condescendencia de Dios para que
aprendamos su amor inefable y cómo adapta su lenguaje con
providencia solícita por nuestra naturaleza. La Palabra de Dios,
expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje
humano, como la Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra débil
condición humana se hizo semejante a los hombres".

Y es precisamente en esa cercanía de la palabra de la Sagrada


Escritura, tan como la nuestra, en donde tenemos que descubrir, con
los ojos de la fe, la Palabra de Dios. Y, ¿qué nos dice la fe de esa
Palabra de Dios?

- En primer lugar, que la Palabra de Dios ha sido puesta por escrito


(esto es la Sagrada Escritura) por inspiración del Espíritu Santo.
- Y que, por tanto, es Dios el autor de estos libros. Pero no autor de una
manera directa, como si, empuñando al pluma y mojando en su
celestial tintero hubiese escrito la Biblia, sino que "en la composición
de los libros sagrados se valió de hombres elegidos, que usaron de
todas sus facultades y talentos".

- Y todo esto lo hicieron de tal modo que "obrando Dios en ellos y por
ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que
Dios quería" (DV 11).

No estará de más recordar ahora lo que decíamos al principio:


pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería, pero usando de
todas sus facultades y talentos; con sus modos de decir, por tanto; con
su manera de expresarse, utilizando todos los modos de expresión de
su época...

La Biblia, ¿dice siempre la verdad?

Afirmada esta gran verdad: Que Dios es autor de la Sagrada


Escritura, queda por analizar una consecuencia inmediata que de aquí
se desprende:

"Como todo lo que afirman los autores sagrados lo afirma el Espíritu


Santo, se sigue que los Libros Sagrados enseñan sólidamente
fielmente y sin error la Verdad que Dios hizo consignar en dichos libros
para nuestra salvación".

Es decir, como Dios no puede engañarse ni engañarnos, las


afirmaciones que hace en la Sagrada Escritura, aunque a través de
autores humanos, no pueden ser nunca mentira.

Ahondemos un poco en esto.

Primero. Ya hablamos al principio de la distinción entre la


verdad y los modos de expresarla. Repitamos una vez más que si yo,
por ejemplo, afirmo que llevo a una persona en mi corazón, no significa
que la lleve allí materialmente alojada, sino que la quiero. Si un
personaje bíblico dijese de otro que lo llevaba en su corazón, por el
hecho de aparecer esta afirmación en la Biblia, no significaría nunca
que en el tiempo en que se escribió tal frase, se llevaban físicamente
unos a otros en el corazón, sino que se querían. Y ésta es siempre la
verdad que encierra tal afirmación.

Segundo. Lo que sigue, tal vez sea más difícil de comprender.


Veamos. Pensad, por ejemplo, que ha ocurrido un accidente de
carretera. Este es el hecho. Y este accidente de carretera lo han visto y
lo cuentan diversas personas. Nos lo refiere el que pasaba por allí y
quedó fuertemente impresionado; nos lo relata el policía en el informe
que ha de dar; y, nos lo puede contar, incluso, la misma persona que
sufrió el accidente. Todos nos cuentan el mismo suceso, la misma
realidad, pero cada cual nos lo cuenta desde su propio punto de vista.
Esta conclusión permite afirmar que un mismo hecho se puede
presentar desde puntos de vistas totalmente diferentes.

Pues bien, la Biblia nos habla de los hechos desde un punto de


vista muy determinado, que es el suyo propio. Este punto de vista es la
relación de tal hecho con nuestra salvación. Y fuera de ahí la Biblia ya
no nos dice más. . Pongamos un ejemplo: la Creación. La Creación es
un hecho que puede ser mirado desde distintos ángulos: el del
científico, que sabe mucho de Geología, y de Ciencia Naturales, y de
Biología. Sus afirmaciones acerca de la Creación responden al
concepto que él tiene de la misma desde su particular parcela.
Observa un poeta la Creación y descubre en ella los encantos de la
belleza natural... Su imagen de la Creación responderá a esa realidad.
Las afirmaciones de la Biblia de cara a la Creación sólo pueden estar
hechas desde el ángulo de la fe. La Biblia nos dirá que la Creación es
para la fe.

Entonces, la Biblia, ¿no contiene afirmaciones que puedan


corresponder a las Ciencias Naturales, o a la Geología, o a la Biología,
al modo científico de originarse el mundo ... ? Pues no y sí. No, en el
sentido de que esas afirmaciones caen fuera de su campo, y, por tanto,
no se dirigen a ellas la intención del autor del texto sagrado ni la
intención de Dios. Ya lo decía San Agustín: "Dios nos quiso enseñar no
cómo van los cielos (ciencia), sino cómo se va al cielo" (salvación). Y
si, en el sentido de que el autor sagrado para hablar de todas estas
realidades tiene que utilizar el modo de hablar corriente y el
pensamiento científico -muy poco evolucionado- que se usaba en su
tiempo.

Para no salirnos del ejemplo de la Creación. En el tiempo en


que el autor sagrado transmite las grandes verdades religiosas acerca
de la Creación, existían cantidad de creencias populares y de
afirmaciones, que se decían científicas, acerca del mundo. Se
pensaba, sin ir más lejos, que la estructura de la tierra era como la de
una enorme casa, con dos pisos y un sótano. El piso principal era la
tierra, una gran superficie plana que poseía en sus extremos unos
enormes montes, montes altísimos. De monte a monte se extendía
una gran bóveda, el cielo, de donde colgaban los astros, como cuelgan
las lámparas de nuestras habitaciones. La gran superficie plana que
era la tierra, se apoyaba sobre colosales columnas, en esa especie de
sótano que era el abismo...

Cualquier niño de nuestras escuelas se reiría de esta


representación del mundo. Porque sea ésta la representación científica
que del mundo tiene la Biblia, ¿la tenemos nosotros que aceptar, ya
que tenemos fe en la Palabra de Dios? Si la Biblia fuera un libro de
Ciencias, las ciencias de Dios, sí la tendríamos que aceptar; pero
siendo la Sagrada Escritura el libro de la historia de la salvación, ni
entra ni sale en estas disquisiciones de las Ciencias Naturales.
Imaginad, por un instante, que el autor sagrado en lugar de vivir
en la Palestina de hace tres mil años hubiera vivido en nuestro mundo
de hoy, que hubiera escrito su relato en esta hora. ¿Qué sucederla?
Que tendríamos las mismas verdades de fe: Dios es el Creador de
todas las cosas, el hombre es el rey de la Creación, hombre y mujer
son de igual dignidad, todo lo que Dios ha creado es bueno... Y, sin
embargo, el modo en que estas verdades se presentarían sería
completamente distinto: la estructura del mundo no sería una casa de
dos pisos.... ni Dios sería un alfarero, ni sacaría a la mujer de la costilla
de Adán...

Luego, la Biblia, ¿no nos habla de edades geológicas, ni de


cómo se originó el mundo, ni de otras afirmaciones del campo de las
ciencias? Sencillamente y llanamente, no. La Biblia nos dice que todas
estas cosas (que nosotros, desde un punto de vista científico hemos
de comprender según la evolución que han ido experimentando las
ciencias) están siempre abiertas a una explicación nueva: la
explicación de la fe. Y de esa nueva explicación que la fe da a las
cosas es de la que constantemente nos habla la Escritura. Y esto
sencillamente porque la Biblia tiene un punto de vista propio, en él cual
se coloca y desde el cual mira todas las cosas. Punto de vista propio
que no es otro que el de la relación de estas cosas con nuestra
salvación.

Por tanto, que nadie nos confunda intentando que la Biblia haga
afirmaciones científicas en contradicción con lo que la ciencia moderna
asegure de un mismo hecho. No se le hace ningún servicio a la Biblia
queriendo que tenga razón en extremos en que no tiene por qué
tenerla. Y no tiene por qué llevar la razón en cosas que son del
dominio de las ciencias. Sencillamente esto cae fuera de la intención
de Dios al manifestársenos, que fue la de comunicarnos su salvación.
Si ha caído en vuestras manos algún libro de los Testigos de Jehová
referente a esta materia, habréis podido apreciar el afán desordenado
de que coincidan las ciencias y la Biblia en las afirmaciones que hacen
en el terreno científico.... ¡como si la Biblia fuese un libro de ciencia
más!

¿ES DIFICIL LEER LA BIBLIA?

Y para terminar. Diréis: Entonces, ¿una lectura de la Biblia es


difícil? En cierto sentido, sí. Como es difícil la lectura de cualquier libro
que pertenece a la antigüedad. Por eso, son necesarias las ayudas
que se nos prestan a la hora de leerla. Como se le presta ayuda al
estudiante que quiere leer con fruto una obra de Homero. ¿Cuáles son
esas ayudas? Las introducciones a cada uno de los libros. En ellas se
nos dice quién fue su autor, en qué época vivió, qué modos de decir
utilizó, si es un libro de historia, si es un libro de poesía... Si
recordamos lo que escribíamos al principio, podrá calibrarse la
importancia de todo ello para entender correctamente lo que se nos
quiere decir. De lo contrario, podríamos interpretar una cosa por otra,
en un soberano error. En la obra aparecerán notas, para explicarnos
algunas palabras explicarnos algunas especialmente difíciles; algunos
giros algunos conceptos. Y también para establecer la relación entre
algunos fragmentos determinados con todo el con junto de la Biblia. Lo
cual ya hemos dicho que es suma mente interesante para poder
entenderla de verdad.

¿Por qué tanta complicación, si la Sagrada Escritura tendría que


ser clara para todos, ya que en ella está nuestra salvación? No tiene
más remedio que ser así, pues Dios llega a nosotros a través de
hombres muy concretos: aquellos autores que escribieron bajo su
inspiración ¿No merecerá la pena que nosotros nos esforcemos,
entonces, en escudriñar la verdad de Dios metiéndonos en el mundo
bíblico que fue el marco en el que esta Palabra se nos comunicó?
Cuando algo tan importante es lo que, está en juego, evidentemente
que sí.

Surge un nuevo problema: el tiempo. ¿De dónde sacamos


tiempo para convertirnos cada cristiano en un investigador? Es cierto.
Pero, ¿acaso todos los humanos nos dedicamos a la investigación de
la ciencia médica? Y, sin embargo, nos fiamos del doctor que nos
receta unas medicinas, con un prospecto para nuestro manejo y evitar
que cometamos un disparate. Hay también una ciencia bíblica y unos
hombres que, dentro de la Iglesia, consumen su vida para poder
ofrecernos los resultados de sus investigaciones, verificadas con gran
espíritu científico y gran espíritu de fe. Mientras estén en el seno de la
Iglesia y ella no los desautorice, podemos y debemos fiarnos de sus
interpretaciones, identificadas con la enseñanza de la propia Iglesia,
depositaria del mandato de Jesucristo de interpretar auténticamente la
Palabra de Dios. Solamente en el seno de ella -ya lo vimos antes-
podemos escuchar de una manera viva la Palabra que Dios nos dirige
a cada uno de nosotros, para nuestra salvación. Fuera de la Iglesia, la
lectura de la Biblia puede desgraciadamente quedar reducida a la
lectura de un libro curioso de la antigüedad; pero nunca será una
lectura de fe, para aumentar, para sostener, para vigorizar nuestra vida
cristiana.

Recordemos la frase del Concilio que citábamos al principio:

"El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral y


escrita, ha sido encomendado únicamente al Magisterio de la Iglesia,
el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo".

Acaso, entonces, ¿no se puede leer la Biblia "sin más"? Sin


más, no. Para leer la Biblia no basta con saber leer. Hay que saber
leerla "como Dios manda". Leerla inteligentemente, que para eso Dios
nos ha dotado de raciocinio. Y hay que leerla con fe. Para lo primero,
tal vez os ayuden estas reflexiones. La fe habrá que pedirla al Padre
humildemente cada día.

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