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Las declaraciones de Claudio Pizarro sobre la envidia han despertado diversos comentarios

en los medios. Incluso César Hildebrandt ha escrito al respecto y nada menos que para darle

una razón parcial al Bombardero de los Andes. El tema es la importancia de la envidia como

motor de la conducta social en el país. La idea de Pizarro es que el Perú no soporta al que

sobresale y trata de bajarlo de la posición que ha obtenido con su esfuerzo.

Años atrás, al respecto del mismo tema, el antropólogo Carlos Delgado escribió un artículo

en la recordada revista Amaru. Allí se sustenta que la generalización de la envidia es

consecuencia de la extrema rigidez de la estructura social peruana. Ascender es difícil y

mejorar de posición es un bien escaso. No es posible que todos suban, porque las alturas son

un lugar limitado, donde sólo entran pocos. Mientras que, en sociedades más horizontales,

ascender socialmente es más simple y casi todos sus integrantes aspiran a realizar ese

camino por sí mismos, sin tener que luchar contra los demás.

En el Perú, para ascender socialmente es necesario bajar a otro que ya ha ascendido.

Derribar para subir. Por ello, el raje sirve para debilitar a quien levanta cabeza. Se inventan

historias y se exagera para sacar de camino a un potencial rival que obstruye el ascenso que

uno mismo quiere para sí. Así, el raje es asunto de multitudes y el mismo humor nacional es

cáustico y negro. Nuestro mundo incluye una elevada dosis de maledicencia. Esa costumbre

de reírnos hablando cosas horribles de los demás expresaría precisamente una envidia

generalizada en la sociedad.

El arma del envidioso es el serrucho, se trata de hacer caer a quien está por encima. El

que sale a la luz pública tiene que saber que se hablará mal de él o ella y se dirán miles

de infundios. Es el precio de ascender en una sociedad tan difícil. Así, la solidaridad orgánica

es muy débil, por el contrario prima una competencia feroz, que hace insoportable el

ambiente en muchas instituciones, incluyendo algunas ONG.

Otro rostro del raje es la sobonería. Quien ocupa una posición busca conservarla simulando

una exagerada fidelidad al que gobierna. Esa lealtad se evapora apenas cambia la situación.

Asimismo, el sobón se congracia con el de arriba para que facilite su ascenso a las alturas.

En más de una entidad pública o privada, llevarse bien con el jefe es una ciencia que

fundamenta la carrera profesional. No impera el mérito, sino la vara.

Frecuentemente, el sobón es la misma persona que el rajón. Son dos caras de la misma

medalla. Se hallan personas que soban al de arriba y maltratan al de abajo. “Humilde con los

poderosos y abusivo con los débiles”. Esta terrible sentencia circula con profusión para

caracterizar el ser nacional. Los exitosos saben que son sujetos de constantes ataques
inmisericordes, se desgastan y acostumbran odiar a los débiles. Y los humildes, despreciados

por los de arriba, miran el mundo con pesimismo; la vida carece de futuro.

La explicación que formula Carlos Delgado enfatiza en la sociedad patrimonial, como marco

de la extendida envidia social. Según su parecer, el patronazgo es la clave organizativa de la

sociedad peruana. No imperan los valores democráticos ni las normas culturales asociadas al

capitalismo. Sigue siendo una sociedad tradicional, donde los contactos y las relaciones

personales son la clave del ascenso. Ese régimen patrimonialista incluye al Estado y forma la

peruanidad.

El modo más sencillo de hacer negocios es cargarle la cuenta al gobierno. Por ejemplo,

privatizaciones abusivas y privilegios bajo la mesa. La regla siempre ha sido maximizar la

ganancia particular para arrojar las pérdidas al Estado y a los trabajadores. La sociedad de la

envidia es también del egoísmo y el Estado peruano es el instrumento político de ese

sentimiento pernicioso, porque aniquila el sentido de patria.

Entre la envidia y el egoísmo se halla una asociación poderosa. Son dos motores que nos

carcomen como país. Los enemigos no hay que buscarlos fuera, no están en Chile ni allende

nuestras fronteras. Somos hermanos enemigos de nosotros mismos.

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