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Con sus parábolas, Jesús, trata de acercar el reino de Dios

a cada aldea, a cada familia, a cada persona.


Con las parábolas de Jesús “sucede” algo que no se produce
en las minuciosas explicaciones de los maestros de la ley.
Jesús hace presente a Dios irrumpiendo en la vida de sus oyentes.
Sus parábolas conmueven y hacen pensar;
tocan su corazón y les invitan a abrirse a Dios;
sacuden su vida convencional y crean un nuevo horizonte
para acogerlo y vivirlo de manera diferente.
La gente las escucha como una “buena noticia”,
la mejor noticia que pueden escuchar.
José Antonio Pagola.
Jesús: aproximación histórica.

Lucas 15, 1‑3. 11‑32 - Cuaresma 4 domingo –C-


Autora: Asun Gutiérrez.
Música: Albinoni. Adagio. Concierto Nº 12.
Entre tanto, todos los publicanos
1

y los pecadores se acercaban a Jesús


para oírlo.
2
Los fariseos y los maestros de la ley
murmuraban:
—«Este anda con pecadores
y come con ellos.»

La escena nos presenta a Jesús hablando con gente poco recomendable:


pecadores públicos y recaudadores de impuestos, ante el escándalo de la gente
de orden y de bien: los fariseos y los letrados.
En tiempo de Jesús, compartir mesa era una forma especialmente íntima de
amistad y solidaridad.
Por ningún motivo se podía compartir mesa con alguien de clase inferior y mucho
menos con alguien cuya conducta no se aprobara.
Jesús se hace cercano a los indeseables y escandaliza a los fariseos.
Ellos también están invitados. Jesús no excluye a nadie.
3
Entonces Jesús les dijo esta parábola:

A los fariseos y maestros de la ley les escandaliza el comportamiento atípico de


Jesús. Murmuran porque acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús les responde con esta parábola que revela el rostro misericordioso de Dios,
con el que Jesús se identifica con su modo de actuar.
Jesús dirige la parábola a los “hombres religiosos”, que le habían acusado de ser
“amigo de publicanos y pecadores”(Lc 7, 34), a las personas que no tienen misericordia,
que se escandalizan de su comportamiento y del mensaje del Evangelio.
En boca de Jesús la parábola no sólo anuncia cómo es Dios y su reinado, sino que
resulta una provocación para fariseos y letrados a quienes se dirige directamente.
11
—«Un hombre tenía dos hijos. 12 El menor dijo a su padre:
“Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.”
Y el padre les repartió el patrimonio. 13 A lo pocos días, el hijo menor recogió sus cosas,
se marchó a un país lejano y allí despilfarró toda su fortuna viviendo como un
libertino.

Jesús nos habla de Dios como de un padre.


Un padre muy especial. Tolera que un hijo se vaya de casa, con la parte de su
fortuna, en lugar de prohibírselo con su autoridad. Es un padre que deja libertad
a sus hijos, aunque parezcan que no están preparados para usar de esa libertad con
responsabilidad y madurez.
14
Cuando lo había gastado todo,
sobrevino una gran carestía en
aquella comarca, y el muchacho
comenzó a padecer necesidad.
15
Entonces fue a servir a un
hombre de aquel país , quien le
mandó a sus campos a cuidar
cerdos. 16 Habría deseado llenar
su estómago con las algarrobas
que comían los cerdos, pero
nadie se las daba.

Al alejarse de casa se deteriora su vida.


Siente añoranza de la satisfacción de sentirse hijo, del cariño, el trabajo,
el alimento, el bienestar... que supone estar en la casa del Padre.
El hambre, más que el arrepentimiento, es la verdadera motivación para su regreso.
Hambre física y hambre de recuperar su dignidad y su identidad.
Conoce a su padre y sabe que, por mucho que se haya alejado de casa, nunca
podrá llegar tan lejos que no le alcance su acogida y su amor.

17
Entonces recapacitó y se dijo:
“¡Cuántos jornaleros de mi padre
tienen pan de sobra, mientras que
yo aquí me muero de hambre!.
18
Me pondré en camino, volveré
a casa de mi padre y le diré:
Padre, he pecado contra el cielo
y contra ti. 19 Ya no merezco
llamarme hijo tuyo; trátame como
a uno de tus jornaleros.”
20
Se puso en camino
y se fue a casa de su padre.
Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y, profundamente conmovido, salió
corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos.
21
El hijo empezó a decirle:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.”

El padre sale al encuentro del hijo, no le deja acabar su confesión, no necesita que
el hijo pormenorice sus faltas, toma la iniciativa de besarlo y abrazarlo, su vuelta a
casa es una fiesta.
El abrazo del Padre estrecha todos nuestros errores, acaricia todas nuestras
cicatrices, borra todas nuestras equivocaciones.
Saberse amad@ y perdonad@ incondicionalmente, capacita para perdonar y para
amar.
Pero el padre dijo a sus criados:
22

“Traed, en seguida, el mejor vestido y ponédselo; ponedle también un


anillo en la mano y sandalias en los pies. 23 Tomad el ternero cebado,
matadlo y celebremos un banquete de fiesta, 24 porque este hijo mío había
muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y lo hemos encontrado.”
Y se pusieron a celebrar la fiesta.

La alegría del Padre, como toda alegría, busca compartirse y comunicarse.


Organiza una fiesta. Acoge, sienta a su mesa, ofrece perdón, comunión fraternal,
vida y libertad.
El “hijo menor” ha acogido ya el amor del Padre. Su vida sin sentido y sus carencias
le han ido conduciendo a los brazos del Padre que le esperaba sin condiciones.
Recupera su dignidad de hijo, sin tener que soportar un interrogatorio humillante
ni ningún escarmiento. No hay castigo ni penitencias. Hay alegría y fiesta.
Es la gracia verdadera,la gratuita; el amor que no se paga, sino que se disfruta
y se celebra.
25
Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando vino y se acercó a la casa, al oír la música y los cantos, 26 llamó a uno de los
criados y le preguntó qué era lo que pasaba.
27
El criado le dijo:
“Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado
sano.”
28
Él se enfadó y no quería entrar

Los “ hermanos mayores” se resisten a entrar en la casa de la fraternidad gratuita.


Piensan que el padre debe defender las leyes que “los justos y sabios” han creado
buscando seguridad. Defienden privilegios. Se atreven a hablar de Dios Padre, a
quien no conocen, porque no saben estar con las personas más débiles.
Los “hermanos mayores”, apropiándose indebidamente del Espíritu y creyendo que lo
tienen en exclusiva, rechazan a l@s teólog@s más evangélic@s y creativ@s, a las
comunidades de base, a l@s divorciad@s vuelt@s a casar, a quienes piden
reformas...
Se esfuerzan en cuidar normas no evangélicas, niegan mesa y mantel eclesiales por
preceptos humanos o por falta de misericordia (Mc 7,6-8).
Su padre salió a persuadirlo, 29 pero el hijo le contestó:
“Hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y
nunca me diste un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos. 30 Pero
llega ese hijo tuyo, que se ha gastado tu patrimonio con prostitutas, y le
matas el ternero cebado.”

El padre misericordioso también sale a buscar al hijo mayor.


Este hijo representa la actitud farisaica que Jesús quería combatir.
Se cree mejor que l@s demás, no ama, no tiene corazón capaz de acoger.
Le indigna la conducta del Padre hacia su hermano, le parece demasiado blando.
Él hubiera escogido un buen castigo, le hubiera desheredado definitivamente.
Pesa, cuenta, mide.... méritos e indulgencias. Trabaja por la recompensa. Tiende a
juzgar y a condenar. Pretende marginar a l@s demás de la salvación.
¿Qué me sale más espontáneo: ser fiscal, juzgar, acusar, condenar o perdonar
con facilidad, como hace el padre de la parábola, como hace Dios?
¿Soy tolerante, me alegro del bien, de la felicidad de l@s demás?
Pero el padre le respondió: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo
31

mío es tuyo. 32 Pero tenemos que alegrarnos y hacer fiesta, porque este
hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha
sido encontrado.”»

La Buena Noticia, la mejor noticia es


saber que así es Dios, como el padre
amoroso de la parábola.
Y un gran alivio el saber que no se
parece en nada al hermano mayor.
La parábola no tiene final.
Termina con la invitación del padre a
entrar en casa, perdonar al hermano
y celebrar una gran fiesta.
No sabemos su reacción.
No sabemos si entró o no entró.
Recibimos la misma invitación.
Y sabemos que para entrar en casa
del Padre y participar en la fiesta,
sólo hay una puerta: la acogida,
el perdón, el amor a l@s demás.
¿Entramos?
El Señor es bueno, la Bondad, desbordamiento de amor.
Respeta la libertad de sus hijos e hijas,
los ata sólo con correas de amor.
¡Qué bueno es el Señor!.
No excomulga ni maldice al hijo que se aleja,
pero sigue con el corazón sus pasos
y espera y sueña, no se le cura la herida de su ausencia.
La vuelta del hijo es para él la fiesta de las fiestas.
No castiga, no pide cuentas, regala dignidad y vestido, con
chinelas, anillo y banquete y belleza.
Besos y abrazos son su penitencia.
¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!.
Tampoco maldice ni excomulga al hijo “bueno”,
que no se alegraba con la vuelta del hermano.
Quiso abrir sus ojos a la luz del amor,
cambiar su corazón con sabiduría, con paciencia y con fuego.
La inmensidad de su amor se derrocha en todas sus criaturas.
¡Qué bueno es el Señor!.

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