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Abril 2004
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JOSÉ ROMÁN RODRIGUEZ DEL OLMO
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Cuando volvió a mirar todavía tenía sangre en las
manos.
Pensó que no había dejado de sonar el teléfono del
salón cada diez minutos en las últimas dos ó tres horas por lo
que supuso que los invitados se habrían marchado esta vez
antes que de costumbre.
Todo el mundo le decía siempre lo bellas que eran sus
manos; diáfanas, casi transparentes. Unas manos de venas
azules, delimitadas a la perfección, que se ramificaban en
otras venas más pequeñas, igual que ríos que lucran a morir en
el mar.
A la gente le gustaban tanto sus manos que una mañana de
Septiembre dieciséis años atrás, en un vagón de metro
pletórico sin aire acondicionado, había oído como una
hermosa chica rubia comentaba con otra no tan hermosa lo
que le gustaría ser explorada por unas manos así. Pero
aquella mañana, en el metro, él lucía aún en el larguísimo
anular de su mano derecha una fina y elocuente alianza de
oro.
Ahora las aspas del ventilador que colgaba del techo
zumbaban muy despacio, con pereza. El reloj de pared que
habían comprado en Lucerna en el verano de mil novecientos
ochenta y siete parecía anclado en las cuatro y veinticinco,
aunque él no recordaba que estuviese estropeado, y un vaso
de vidrio azul, de la vajilla a la que recurría en demasiadas
ocasiones recientemente, yacía quebrado en la repisa con un
sedimento ignoto.
No debía presentarse con sangre a la vista de su público. Al
comienzo de su carrera, en Londres, llegó a interpretar a
Maurice Ravel borracho como una cuba, y las navidades
pasadas, el aforo completo de Covent Garden, le dedicó una
ovación irrepetible tras cerrar las Variaciones Goldberg sin
una sola mella y sin ver apenas las teclas, pero tener las
manos bañadas en sangre era algo que los espectadores iban
a entender peor.
La brisa del ventilador, que seguía volteando el enrarecido
aire de la habitación, le aliviaba puntualmente cada once
segundos. El vaso de vidrio azul se movía con suavidad
cuando la ráfaga alcanzaba la repisa, y él creyó leer en la
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pantalla del despertador de la cómoda, en el rincón, los
signos digitales de las cuatro y veinticinco, pero desde su
sitio no lo podía ver bien. La luz del día, tibia y sigilosa, se
abría paso irremisible frente a la penumbra, y dividía ya la
cama con una diagonal perfecta. Fuera, en las acacias de la
Avenida, comenzaban a cantar los pájaros, pero de momento
no se sentía calor.
Él repasaba de memoria las notas del primer movimiento del
concierto de Rachmaninov que habría de representar por la
tarde en el Auditorio, e imaginó que a su conclusión, junto
con los suspiros, las toses amortiguadas y los cambios de
posición apresurados de los abonados en sus butacas, se
escucharían también algunas palmas despistadas de los muy
neófitos y otras más rotundas de los que, en éxtasis, nunca se
aguantan hasta el final para aplaudir.
Terminó mentalmente el primer movimiento. La luz del día
cubría toda la cama. La brisa del ventilador seguía llegándole
cada once segundos y balanceando el vaso de la repisa, y el
canto de los pájaros se iba perdiendo entre un barullo de
cláxones in crescendo.
Pudo confirmar que el reloj de pared se había detenido en las
cuatro y veinticinco, y se dijo que tendría que mirarlo en
cuanto se hubiera lavado las manos.
Otras mañanas, después de otras noches con invitados en la
casa, tras otras fiestas, se levantaba acuciado por un hambre
feroz. Atacaba entonces la nevera como un poseso sin freno,
de una manera brutal; mezclando los alimentos sin ningún
orden para acabar vomitándolo todo donde lo sorprendiera la
náusea. Pero ahora, mientras la Avenida se convertía poco a
poco en una Babel abrumadora, el único efecto que le invadía
era un incontenible sopor.
En ese instante la vio.
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LUIS VICENTE TRUJILLO ÁVILA
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Bartolomé estaba felizmente casado con su mujer,
Felisa, desde hacía tres años cuando extrañamente su
mujer falleció. Él no se preguntó nada, incluso ni en ese
mismo momento asimilaba lo grave de la situación;
solamente sabía que tenia trastornos mentales de hace
muchos años. Inocentemente, cambió de ciudad para
olvidarse de los felices momentos que había pasado con su
mujer. Él la quería, pero irremediablemente el olvido
hacia ella cada vez era mayor, aunque esa extraña
sensación de su muerte todavía no la había olvidado, hoy
día. Después de su trasladó a la ciudad de Bilbao, una tarde
sin previo aviso le llegó un comunicado de su mujer, la
cual había fallecido, hace ya cinco años.
La sorpresa de Bartolomé fue tan grande al ver en una
foto, ya desgastada por el tiempo y con una cara de
juventud de cuando el la recordaba, había una carta
manchada por los bordes de algo que se asimilaba a la
sangre, en la que ponía:
“Querido Bartolomé,
Todavía recuerdo aquellos momentos que pasamos en
aquel maravilloso pueblo, esos paseos inolvidables junto a
la luz de la luna, la emoción de sentir tus labios junto a los
míos. S/", como tu ya sabes lo que más me gustaba era la
Iglesia, tan acogedora ya la vez tan recatada, en la cual los
dos podíamos buscar tiempo para nosotros mismos.
Bueno tú ya sabes que yo te sigo esperando aquí en
nuestro pueblo, en nuestro lugar de tan buenas sensaciones,
en nuestro................................................................................................. “
Bartolomé estaba muy confundido, pero ¿su mujer no
estaba muerta?, entonces, ¿por qué...?, ¿por qué le escribía
ahora cuando ya la tenía tan en el olvido, cuando ya habían
pasado varios años desde su desaparición?.
Bartolomé hizo todos los preparativos para viajar al
pueblo, ese pueblo era Maranchón del Campo, dejó su
trabajo y emprendió rumbo a su destino para afrontar la
verdad, después de un largo viaje, ya de noche se fue a
descansar ya que le esperaba una larga búsqueda.
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A la mañana siguiente una espesa neblina cubría la
parte alta de los tejados de esas pequeñas casas. Cogió su
mochila con sus instrumentos y se fue derecho a la Iglesia,
en la cual había pasado buenos momentos con su mujer.
Llamó al cura para preguntarle algo sobre su mujer, pero
éste le aseguraba que ya hacía mucho tiempo que no la
veía y que ya no tenía ningún contacto con ella. Bartolomé
sacó la carta de su mujer y después de que el cura la leyera
lo único que pudo decirle fue que buscara en la Taberna,
porque con la última persona con la que había estado fue
Canduterio Matacansinos, la persona que actualmente
llevaba la Taberna.
Fue allí y tras un intensivo cuestionario por fin pudo
sonsacarle algo. Le dijo que estaba en una cabaña en medio
del bosque y que tuviera cuidado porque todos los
asesinos en serie estaban allí escondidos.
Bartolomé cogió su mochila y se decidió a correr el
riesgo de buscar la verdad de su esposa. En la mochila
metió muchas armas útiles por si ocurría algo, emprendió
la marcha con cuidado, en la mano llevaba un hacha muy
bien afilado y en el pantalón un cuchillo y una pistola
bien escondidos; cuando de repente se escucharon ruidos
extraños y pasos detrás de su espalda como si le estuviesen
siguiendo, se rodeo sigilosamente y no vio a nadie, cuando
se rodeo para seguir se encontró con dos asesinos, uno con
los ojos de cristal y el otro con un parche y una cicatriz en
el ojo que le atravesaba toda la cara, cogió el hacha con las
dos manos y con un movimiento rápido les rebano la cabeza
a los dos, las cogió y las metió en la mochila, la mochila la
dejo en el suelo para esconder los cuerpos que los dejo
colgados en un árbol. Cogió de nuevo la mochila con las
cabezas y siguió el viaje hacia la cabaña; de repente saltaron
cuatro de un árbol sobre el; el no se quedo quieto, en su
mano llevaba el hacha con el cual partió por la mitad a un
asesino, a otro dos les metió cinco tiros sin reparo ninguno
y el último lo hirió de muerte y para acabar con él le clavo
el cuchillo en el corazón retorciéndoselo con mucha rabia,
Bartolomé para no dejar huellas les roció de gasolina
quemándolos a los cuatro y echándolos al árbol donde se
encontraban los otros dos asesinos. Él se sentía muy seguro
con lo que hacía y no se arrepentía de nada. Después de un
día atrasado por lo ocurrido llegó a la cabaña, donde
Canduterio le había dicho, parecía que estuviera
abandonada, él se acercó para verla, y escuchó unos
chillidos que venían de una habitación cercana a él, la
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abrió y se encontró a su mujer en la cama con un asesino,
él no supo responder hablando, tiró al suelo la pistola y el
cuchillo, cogió la mochila y se la enseño al asesino
sacándole de ella las seis cabezas de sus hombres y
tirándolas a la cama donde se encontraban. Por ultimo
Bartolomé sacó su hacha y al asesino le corto las piernas
y brazos, a su mujer no le hizo nada por el momento
porque estaba terminando con el asesino, por último lo
cogió del pelo y le dijo que pidiera un deseo, el asesino no
tuvo tiempo de abrir la boca porque se la había arrancado
por la mitad; su mujer gritaba como una condenada y
Bartolomé solo le hizo una pregunta "¿nos veremos en el
infierno?" y le quito la cabeza, y después le arranco el
corazón para que no mintiera en otra carta.
Bartolomé salió de la cabaña, con el trabajo terminado,
emprendió el viaje hacia Bilbao su ciudad actual, se
despidió del cura, cuando este le hizo una pregunta
¿Encontraste a tu mujer?, entonces Bartolomé le sacó la
cabeza y le dijo se viene conmigo, el cura no supo
responder y lo bendijo. Bartolomé cogió el autobús y se
marchó a Bilbao con su mujer metida en la mochila
destripada.
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ZORAIDA CARAVACA JIMENEZ
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Nunca sabría que pasaba por su mente, la miraba
cada vez y siempre sacaba la misma conclusión, no
conseguía nada porque de todas formas nada es lo que
quería hacer. No se sentía capaz de siquiera acercarse a ella
pero además se lo impedía una extraña fuerza que le
mantenía clavado en el sitio cual muñeco de ojos
brillantes, abiertos hasta lo imposible cubiertos por la
mirada que corresponde a una ensoñación.
No confesó a nadie lo que le pasaba en el autobús,
nunca lo comentaría aunque una vez lo había intentado, las
palabras murieron en su boca, no pudo empezar porque sólo
su imagen en su retina, la sombra de su figura en la memoria
le anularon. Decidió guardárselo, regodeándose en el tesoro
que poseía aunque de manera etérea y lejana pero era
suya, cuando ella miraba absorta por la ventana, cuando se
sentaba, mientras esperaba para subir. Nunca se sentaba en el
pasillo, siempre en ventanilla, prefería los asientos de la
última fila o bien uno individual, si se quedaba de pie
extendía la mano hasta la barra más cercana de una manera
indolente pero segura, no forzando que nadie tuviera
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contacto con su mano pero consiguiéndolo; su mano era
fría, uno de los primeros días en que coincidieron ella se
agarró a la misma barra que él y aunque fue un roce, un
contacto que ninguno buscó y por ello ninguno pudo evitar
provocó que un vacío negro le invadiera.
Con los días esperar que ella subiera al autobús se convirtió
en rutina, no evitaba buscar su ya habitual persona salir de
detrás de la marquesina, no era espectacular, no podía decidir
si le parecía o no bonita, había visto como algunos chicos la
habían lanzado miradas, pero en general pasaba entre la
gente como si no estuviera ella o tal vez como si no
estuvieran ellos; su mirada era líquida, una vez se bajó del
autobús y girándose miró a través de los cristales pero ella
no estaba allí, buscó entre los que acababan de bajar del
autobús con él, espero a que arrancara pensando que tal vez
se había quedado dentro pero no la vio y no evitó sentir una
especie de aguja por dentro.
Sin darse cuenta ella llenaba sus días, creía verla en
cada una de las chicas que andaban delante suya, que se
reían de todo y de nada, por la facultad andaba sin andar, se
movía mirando los rostros, esperaba cruzársela por la calle,
tenía ensayadas mil y una conversaciones pero
inevitablemente sólo conseguía introducirse una y otra vez
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en el vacía de esa chica, una sensación que entremezclaba
rechazo y deseo de que se repitiera. La miraba, bebía sus
gestos, la devoraba con la mirada, reproducía el trayecto
del autobús en sus sueños agitados, inquietos en una espiral
en la que sólo existía el momento.
Un día esperó, no se bajó, se sentó en la última fila y
como siempre la encontró. Le dio la espalda, de pie, a tan
pocos metros y sin embargo tan lejos, tan fácil y tan difícil el
quedarse, el alejarse, el acercarse o el irse. Detenido el
tiempo porque ya no contaba y no servia, su piel recordaba
el mordisco de esa otra piel, se extendía esa herida con un
frío extraño, paulatino. El autobús pasaba las paradas y la
gente indiferente iba y venía, ella quieta agarrada a la
barra, la cara de niña bonita, tal vez de picara, tal vez
llena de pecas…sólo sabía del frío del abismo de sus ojos
líquidos; no supo cuando, no importó cuando pero estaban
solos midiéndose hasta que ella solicitó que el autobús
parara, él pensó que cuando se percatara intentaría evitarle,
había imaginado que tendría que lanzarse en una huida tras
ella porque huiría de él, pero lánguida, pausada, como una
persona normal esperó a la siguiente parada para bajarse con
él a escasa distancia.
Empezó a caminar, tranquila, pasos callados sin
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apenas levantar los pies del suelo, confundida entre las
sombras, fundida entre el ambiente se deslizaba con él
enganchado a sus andares en los que intentaba leer una
historia.
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ALMUDENA NOVO MENDO
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Gracias a aquella estrella con luz propia, el sol, el
planeta azul estaba provisto de luz y calor haciendo de él un
planeta habitable por infinidad de seres vivos. Aun habiendo
tanta variedad de seres, la evolución después de mucho
tiempo hizo sobresalir a una especie sobre las demás,
dándose a conocer por ellos mismos como la especie
humana.
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También olvidaron, como tantas otras cosas, que
todos ellos fueron uno. Se dividieron, crearon fronteras entre
ellos como la división del territorio y los distintos idiomas
que esa acción conllevó.
Creyeron en un hombre bueno, un hombre santo y a su
creencia se le llamó Religión, pero también olvidaron que
rezaban al mismo hombre santo y la Religión se dividió
como también sus corazones.
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ISMAEL TANCO GONZÁLEZ
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¿Hay alguien? Estoy solo. Oscuridad. Toco las paredes
alrededor de mi cuerpo. No veo nada, pero sé que sigo vivo.
La sensación de estar encerrado en esta tumba es angustiosa.
¿Cómo habré llegado este encierro? Creo recordar que fue
voluntario, pero no estoy seguro. Cuando era más joven era
muy impulsivo. Es posible que sea otra de mis extrañas
apuestas. Recuerdo haber pasado toda la noche en un
cementerio sólo para demostrar mi hombría, pero esto es
diferente. Esta vez estoy encerrado y rodeado de agua.
Debería ahogarme pero sé que puedo respirar . Por lo menos
mi mente parece funcionar, por lo que entiendo
perfectamente que estoy condenado a la peor de las muertes,
la de aquellos que saben que van a morir ahogados o
asfixiados pero un hilo de vida en los pulmones les retrasa su
momento final. Muchos de mis pacientes que han estado
cerca de la muerte me han dicho que la vida pasa delante de
sus ojos, así tal vez mis últimos minutos me den la respuesta
de por qué estoy aquí encerrado.
Recuerdo que estudié medicina y me especialicé en
neurocirugía. Vivía en una casa enorme, una hermosa mujer
veinte años más joven que yo, un perro cariñoso y dos hijos
insoportables. Prácticamente mi vida era perfecta. La relación
con mi mujer se basaba en una mutua infidelidad, nos
veíamos tan poco que siempre nos alegrábamos de
encontrarnos. Mi perro se alegraba sinceramente de verme y,
como no me pedía dinero, como las sanguijuelas de mis hijos,
yo también le quería. Mi casa estaba en una de las zonas más
caras de Madrid, pero era muy difícil encontrarme allí. Como
no soportaba a mi familia me dediqué por completo a mi
trabajo. Parece ser que hasta los médicos más estúpidos
respetaban mi trabajo y mis teorías revolucionadoras sobre el
comportamiento del cerebro humano. Me parece recordar que
mi mujer me dijo que estaba muy contenta porque salí en una
portada de una revista científica, yo le pregunté qué decían
sobre mis teorías y su respuesta fue que estaba más joven en
la fotografía. Creo que fue la última vez que me interesé
sobre su opinión en algo. El nacimiento de mis hijos me hizo
creer por algún tiempo en que la vida tenía algún sentido. Los
muy inútiles se criaron rodeados de los libros de medicina de
más alto nivel, uno quiso estudiar arquitectura y otro
empresariales. Creo que la única vez que me dieron las
gracias por algo fue cuando les pagué los estudios en Estados
Unidos, pero no fue que yo les hiciera un favor a ellos sino a
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mí mismo porque de esta manera les perdí de mi vista durante
algunos años.
He notado un movimiento en mi tumba. Parece que la
tierra se mueve . No sé si estoy bajando o subiendo. Ahora
dudo de si estoy en un lugar oscuro o si me he quedado
ciego. Me jodería mucho morir y no poder mirar a la muerte
directamente a los ojos. Otro movimiento. Además creo oír
voces. Parece que hay gente que espera fuera contemplando
la angustia de un condenado a muerte. En estos momentos
uno se alegra de no haber sido mejor médico porque el
mundo está lleno de desgraciados. Mis creencias sobre los
daños cerebrales y de sus efectos en la mente humana estoy
seguro que salvaron muchas vidas, era capaz de detectar
asesinos potenciales solo con ver una gráfica de los impulsos
cerebrales. Oyendo a los que disfrutan con mi futura muerte
creo que nunca las debí publicar.
Sigo sin poder saber que fue lo último que ocurrió para que
yo estuviera aquí. Tal vez se deba a mis investigaciones sobre
la degeneración medular a partir de los ochenta años. Como
no quería estar con mi familia me rodeé de viejos enfermos
para ver los progresos de los medicamentos que les
administraba. Sé que llegué a dormir en la misma habitación
que ellos. Fingía escucharles con atención como si me
importaran sus aburridas vidas e incluso les hacía enfadar
para anotar sus reacciones ante el desprecio o la ira del
médico. Tenía claro que mis investigaciones eran más
importantes que su bienestar. Todavía me hace gracia cómo
alababan los otros médicos que me afectara tanto cuando
aparecía muerto uno de aquellos viejos. Ellos pensaban que
me preocupaba demasiado por su salud. ¡Qué estúpidos! Cada
vez que se uno de esos viejos prefería morirse a ayudarme
con mis experimentos me robaba meses de trabajo. Pensaba
que mis hijos eran egoístas...
Intento mover las manos pero me duelen todas las
articulaciones. Acabo de darme cuenta que tengo una cuerda
atada al estómago. Además tengo las rodillas flexionadas.
Con el poco espacio que hay en esta tumba no puedo
estirarlas. Está claro que hice muchas cosas ilegales con
aquellos viejos, pero nunca se me ocurrió enterrarlos vivos
para anotar sus reacciones. Llegué a administrarles grandes
dosis de somníferos y, a los que sobrevivían, les preguntaba
qué es lo que había en la frontera con la muerte. Muchos me
decían las tonterías de siempre: la vida en imágenes, la
oscuridad y el túnel de la luz brillante. La verdad es que
disfrutaba con aquellos que me miraban con ojos de cordero
degollado porque habían comprendido que su contacto con la
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muerte no había sido casual. Algunos de ellos me
denunciaron a otros médicos y lo único que consiguieron fue
una gran dosis de morfina y un viaje definitivo al otro lado.
Esto se mueve. He dado un tumbo que me ha hecho
dar media vuelta. Me gustaría poder verme desde el exterior
para poder reírme de mí mismo, creo que el gato que encerré
en la centrifugadora cuando era pequeño debió sentir lo
mismo que yo poco antes de morir. Ahora me acuerdo que
fue lo que me unió definitivamente con la comunidad
científica. Cuando era un crío alguien me dijo que el
principio de la vida residía en el cerebro humano. En aquel
momento decidí a lo que iba a dedicar el resto de vida.
Empecé pronto a darme cuenta de la ignorancia de la
mayoría de mis colegas de profesión. La mayoría quería
salvar vidas y no pocos ser millonarios en una de las
profesiones mejor pagadas. Sabían que los ricos tienen
demasiado miedo a la muerte como para no pagar lo que
fuera para alargar sus insulsas vidas. Todos estos estúpidos
no creían en la ciencia, valoraban sus conocimientos como un
medio más que como un un fin. Nunca me gustaron, pero les
toleraba porque no molestaban en mis experimentos. No lo
hicieron hasta que se dieron cuenta que habían muertos
demasiados niños en la sección que yo trataba.
No es una cuerda. Creo que voy entendiendo los que
está ocurriendo. Tengo un cable clavado en el estómago.
Alguien está analizando mis reacciones ante la angustia del
entierro en vida. Parece que estos idiotas creen que basta con
enchufar cables en la barriga para sacar conclusiones.
¿Hacen esto para saber si tengo acidez de estómago mientras
me estoy muriendo? Menuda gilipollez. Yo me aburrí de los
viejos, estaba harto de que relacionaran sus experiencias con
la muerte con sus vivencias pasadas. Las viejas me hablaban
de la Virgen de su miserable pueblo y a los viejos se les
aparecían sus compañeros de cuando estuvieron en alguna
absurda guerra. Necesitaba cobayas que no tuvieran
demasiada información inútil en su cerebro. Por eso pedí
tratar la sección de los niños. Lo que no calculé es que era
normal que los viejos amanecieran muertos, pero con los
niños todos se empezaron a hacer preguntas. Creo recordar
que hubo médicos que amenazaron con denunciar al hospital
donde trabajaba. Me hace gracia que fue en ese momento
cuando se quejaron los familiares. Por lo que estoy seguro
que a nadie le molestaba que muriera un viejo, no solo se
quitaban preocupaciones sino que ganaban una herencia.
Creo que me lo agradecían. Me dijo el director que con los
niños era distinto. Claro que mi argumento sobre que con la
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muerte de un niño los padre hacían una inversión de ahorro a
largo plazo solo conseguí que me expulsaran del centro. El
estúpido del director hizo lo posible para evitar el escándalo,
era evidente que esto le importaba más que mis experimentos
sufrieran un parón. La tumba parece contraerse. He tocado el
material que me atrapa y he llegado a la conclusión que no es
un material duro. Es algo rugoso y flexible. Por mucho que
intenten asustarme no saben que no tengo miedo a la muerte.
Llevo trabajando demasiado tiempo sobre ella como para no
apasionarme el momento de la muerte misma. Creo que si
muero y no veo mi vida en imágenes y el famoso túnel soy
capaz de volver a la vida para enseñar a tanto ignorante lo
tontos que son. ¿Cómo habré llegado aquí? Me fastidiaría
morirme sin poder acordarme. Sí, es lo único que me hace
quedarme en este mundo. ¿Qué hice cuando pararon las
investigaciones en el hospital? Creo que volví a vivir con mi
mujer. No es que me apeteciera estar con ella, quería estar
con alguien que no pensara ni hiciera preguntas. Recuerdo
que mis hijos se habían casado y el menor vivía en nuestra
casa. Parece ser que el director de mi antiguo hospital había
hablado con otros directores sobre mí. No podía trabajar y
encima tenía que aguantar a más gente en mi casa. Tomé una
decisión, pero ¿Cuál? ¿Maté a mi familia? No, se me pasó
por la cabeza pero creo que les consideraba tan imbéciles que
no hubieran contestado a mis preguntas. Además son tan
egoístas que no hubieran colaborado con la ciencia. ¿Qué fue
lo que decidí? ¿Estoy aquí por eso? Recuerdo lo que hice esta
mañana, decidí desayunar con ellos. Vi a la zorra de mi
mujer, el inútil de mi hijo y la gorda de su mujer. Creo que
alguien me dijo que estaba embarazada. Me dieron asco y me
fui a mi habitación. ¡Quería dar el último paso!
¡Por fin! ¡La oscuridad se acaba y veo el túnel! ¡Qué
momento más apasionante para la ciencia! El túnel se va
haciendo más grande, desde aquí parece que se está
acercando hacia mí. ¿Dónde están las imágenes? ¡Las veo!
Me veo en mi habitación rodeado de libros de ciencia. ¡Sé por
qué estoy aquí! Decidí dar el último paso. Estaba harto de
que nadie supiera explicarme qué hay al otro lado.
Necesitaba alguien con la suficiente cultura como para
explicar lo que ocurría. ¡Yo mismo! ¡Otra imagen! Veo la
pistola. Mi reflejo en los cristales. La detonación del arma y
un charco de sangre en el suelo como última imagen clavada
en mi retina. ¡Estoy en el otro lado!
¡El túnel se acerca! ¡Es apasionante! Sé que al pasarlo
veré lo que hay después de la muerte. Los pacientes que
habían estado aquí me dijeron que ellos se negaron a
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cruzarlo y por eso volvieron al mundo de los vivos. Decían
que demasiadas cosas les ataban a la vida como para
rendirse. Me alegra que éste no sea mi caso. Estoy harto de la
vida. No quiero volver a ver más médicos ignorantes y
ambiciosos, ni a la mema de mi mujer, ni a unos hijos
decepcionantes. ¡Se acabó!
¡Ya está! ¡Voy a cruzarlo! Pero... ¡No es posible! ¡Una
mano gigante me atrapa por la cabeza y me obliga a cruzarlo!
¿Acaso Dios cree que yo no quiero pasar al otro lado? La luz
es tan fuerte que me ciega. Me colocan boca abajo, me
cortan el cable de mi estómago y me golpean. Intento
gritarles que le den hostias a su puta madre, pero sólo me
salió un berrido infantil.
El médico le entregó el niño a la enfermera para que lo
limpiara. Estaba sano. Al momento se lo entregaron a la
madre. Su marido se encontraba a su derecha sujetándole la
mano. Era uno de los momentos más felices de su vida, pero
había una sombra de tristeza en sus ojos.
-Es un niño, vida mía. Mírale a la cara, diría que tiene
la cara de tu padre. Es una desgracia que decidiera quitarse la
vida en el mismo día que nacería su nieto. Fíjate, estoy
seguro que será un científico como él.
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JOSÉ MARÍA MARTÍN JIMÉNEZ
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James cerró los ojos, sabía que ese era su fin. Notó como el
frío que llegaba a su nuca, el frío del metal, el frío de un
arma, empezaba a recorrer su cuerpo. Dejó de notar el dolor
de las rodillas, apoyadas en el suelo. Su mente empezó a
recordar la razón por la que se encontraba ahí, lo que había
llevado a un humilde cobrador de seguros a ese lugar.
Reconoció el sonido del percutor, y esperó el estallido final,
mientras seguía recordando... y ese sonido llegó...
Un reencuentro inesperado.
James entró en la casa, como un ratón que entra a una
ratonera conociendo su futuro. Richard le señaló un sofá.
Era igual que los que estaban fuera. Se sentaron a la vez,
como si ejercitaran una danza ensayada. La decoración del
piso era bastante simple: un sofá en frente de un televisor, y
encima de éste dos estanterías con fotos de Richard cuando
era un niño. No había habitaciones ni armarios, y la sala era
de planta rectangular, con una ventana al fondo. Empezó a
sonar una canción, un tango, posiblemente de un piso
superior o inferior, no se podía distinguir.
"¿Pero como puede ser posible que te este viendo, ahora,
aquí?" preguntó James, tímidamente. Richard se limitó a
mirarle, como una estatua. Cuando el cobrador hizo un
amago de levantarse, la respuesta llegó. "¿Tu que crees?"
dijo con un tono que paso en tres palabras de la neutralidad
al sarcasmo. "Me hiciste un regalo hace 4 años. Quería
devolvértelo.". Se levantó y se acercó a la estantería. James
se quedó petrificado al observar con incredulidad que las
miradas de las fotos de Richard le seguían como atraídos por
un imán., al cual no pareció sorprender, como si estuviera
acostumbrado. Cuando se dio la vuelta. Richard llevaba entre
sus manos una pistola, con restos de sangre, de su propia
sangre.
Epílogo.
"Hola... si... ¿el caso de James Clarens? Si, aun me acuerdo...
según el informe se hizo esas heridas él sólo, ¿no? ... si... si...
fue encontrado en el sótano de un edificio, estaba todo
destrozado y él agonizante... si., asegura que el fantasma de
un amigo suyo se quiere vengar de él... si... no.... que siga
en la celda de aislamiento, y no le suelten las correas,
puede que se intente auto herir de nuevo... si... entiendo... a
usted... adiós."
El teléfono recibe un golpe seco, lo suficiente como para
que la mesa retumbara y se cayera una placa que estaba en
la mesa. Un hombre mayor recoge la placa y la deja en la
mesa de nuevo. En ella pone: "Doctor Hans Westley
psiquiatra". Al momento la sala se queda vacía, y en el
ordenador aun está la ficha de la evaluación mental de James
Clarens. En su parte inferior se lee: "Cambios nulos, volver a
revisar dentro de 6 meses".
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CARLOS ESTEBAN MUÑOZ
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Por fin recobró el conocimiento, no sabía cuanto
tiempo había pasado desde que se desmayó. No veía nada,
estaba en la más absoluta oscuridad. Sentía un intenso dolor
en todo el cuerpo, cualquier movimiento que intentaba
realizar, incluso respirar, le producía tal sufrimiento, que si
de él hubiese dependido, habría dejado de respirar en aquel
momento. A pesar de eso trató de moverse, algo se lo
impedía, una extraña sensación se apoderó de él. Cuando el
dolor disminuyó, hizo un último intento, con las pocas
fuerzas que le quedaban empezó a moverse en todas
direcciones hasta que finalmente se liberó de su invisible
atadura. En ese momento se dio cuenta que estaba encerrado
en un lugar muy estrecho, no las veía pero estaba seguro
que las paredes estaban construidas de piedra. La "prisión"
no tendría más de dos metros cuadrados. Buscaba una salida
cuando una ligera brisa de aire le dio la respuesta. Empujó la
piedra todo lo que pudo y tras unos minutos de lucha lo
consiguió. Una tenue luz iluminó la prisión, efectivamente,
era de piedra, posiblemente de granito, pero no era una
prisión en el estricto sentido de la palabra, en realidad era una
tumba. La tumba de una cripta iluminada por cirios blancos.
En ese momento vio como empezaban a abrirse las
puertas. Un viento gélido penetró en la cripta, apagando los
cirios y velas, dejándola completamente a oscuras. No veía
nada, pero sí oía su respiración y unos ruidos extraños
que provenían de la dirección en la que estaba la puerta.
Su corazón latía rápidamente. Estaba en la más
absoluta oscuridad, no veía ni sus propias manos a unos
centímetros de la cara. Fue en ese instante cuando un gran
rayo iluminó la cripta y por primera vez vio a la criatura que,
sigilosamente, se le había aproximado. Tenía forma
humana, aunque no lo era en su totalidad, los ojos
completamente negros, afilados colmillos, los brazos
terminaban en unas garras metálicas que brillaron al
resplandor del rayo, tenía patas en vez de piernas, patas
como las de los lobos, musculosas y peludas, pero de igual
tamaño que las de los humanos. Avanzaba como un león
cuando se va a lanzar sobre su presa, con el cuerpo
ligeramente inclinado hacia el frente, babeando y
relamiéndose con una extraña lengua de color negro como
el carbón. La criatura lanzó tal rugido al aire, que tuvo que
taparse los oídos para no quedarse sordo. Esta vez estaba
seguro, iba a morir aquella noche, en aquella cripta.
34
No quería volver la vista hacia atrás pues oía la fuerte
respiración de la bestia corriendo tras él. Sorteaba lápidas,
criptas, árboles y estatuas como podía. Alguna vez estuvo a
punto de darse de bruces con algún árbol, pero a pesar de
eso, giró la cabeza para ver a que distancia se encontraba
aquel maligno ser. Cuando ya no podía correr más, creyó
ver a alguien que se aproximaba:
-¿Quién anda ahí?- preguntó la voz.
No llegó a responder. Cayó de bruces en el suelo,
extenuado tras la huida.
-Hola, por fin despiertas, creía que nunca lo harías.
Eso fue lo primero que oyó nada mas abrir los ojos,
no reconocía la voz así que intentó girar la cabeza en la
dirección de donde provenía la voz. Tenía la vista un poco
nublada, así que al principio sólo distinguió una mancha
borrosa, que tras unos instantes se convirtió en un viejo.
-Has estado dormido durante mucho tiempo, hace
dos días que te desmayaste en el cementerio, OH, perdón,
no me he presentado, me llamo Julián, y soy el
sepulturero.
Intentó incorporarse a pesar del fuerte dolor de
cabeza que tenía.
-Tranquilo, todavía estás débil- dijo el sepulturero
-¿Dónde estoy? Preguntó Luis.
-Estás en mi casa, junto al cementerio- respondió
Julián- No te preocupes, pronto podrás irte a casa ¿Cómo te
llamas?
-Luis- contestó
Seguía sintiéndose débil, aunque no tanto como
cuando recobró el conocimiento. No sabía el tiempo que
había pasado desde que se desmayó en el cementerio.
Salió de la habitación en la que dormía y se dirigió a una
pequeña habitación que hacía las veces de comedor y sala
de estar. Allí se encontraba Julián. Apenas había hablado
con él, tan solo cuando el viejo sepulturero la llevaba la
comida a la cama.
-Hombre, por fin puedes levantarte- dijo Julián al ver
a Luis entrar en el comedor.
-Si, ya no me duele tanto la cabeza, ¿a qué día
estamos?- preguntó Luis.
-Si no me equivoco, hoy es 3 de Agosto, Domingo-
respondió Julián.
-¡Joder, entonces llevo aquí más de una semana!,
creo que tendría que irme ahora mismo- exclamó Luis.
-No creo que debas salir por ahí todavía, aunque no
te duela tanto la cabeza, aun estas débil y puedes resentirte
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del golpe.
-Yo me encuentro bien, le estoy muy agradecido por
cuidarme estos días, pero debo irme, ya he estado mucho
tiempo fuera de casa. Aunque no le agrade, después de
comer me iré- dijo enfurecido Luis. Julián no contesto a
Luis, simplemente se dirigió a la pequeña cocina pues vio
que la comida ya se estaba quemando, no le preocupaba que
el chaval quisiera volver a su casa, sabía que no tardaría a
regresar a la casa del cementerio. Tenía la mejor forma
para retener a una persona sin recurrir a la fuerza.
Una vez terminado el almuerzo, Luis recogió todas
las pertenencias que tenía en la habitación, y se encaminó
hacia la puerta. En el momento en que daba el primer paso
fuera de la casa, una extraña sensación se apoderó de él, de
pronto sintió una gran ansiedad, pero no sabía por qué.
-Hasta que nos volvamos a ver-dijo Julián.
-Dudo que volvamos a vernos- repuso Luis.
-Nunca se sabe, nunca se sabe- dijo Julián con una
sonrisa.
Dando por terminada la despedida, Luis se
encaminó hacia la salida, que no estaba lejos de allí, según
Julián. No tardó en divisarla, se hallaba entre unos cipreses,
estaba hecha de piedra con un bello arco de medio punto. El
arco estaba coronado por una terrorífica gárgola de piedra.
La puerta estaba abierta y algunas personas entraban para
visitar a sus familiares muertos con ramos de flores y
artículos de limpieza para las tumbas y criptas. Al ver a tanta
gente, pensó que alguien iría a la cripta en la que fueron
atacados por aquella terrible bestia, así que se dirigió sin
rumbo, intentando encontrar la cripta, aunque eso sería muy
difícil, pues apenas la recordaba por dentro y no la había
visto por fuera, porque la criatura le perseguía. Después de
andar durante media hora, empezó a cansarse, quizá Julián
tenía razón y todavía no estaba totalmente recuperado. Pero
eso no lo detuvo, siguió buscando durante mucho tiempo
más, hasta que delante de él apareció una casa que le era
conocida, y en la puerta estaba saludándolo. Luis no se lo
podía creer, desde que empezó a buscar la cripta, no había
vuelto a pasar por la verja, por lo que no podía estar cerca
de la aquella casa.
-¡Hola Luis!, nos volvemos a ver, tal y como te
había dicho- dijo Julián al tiempo que reía -veo que no
puedes salir, ¿o no quieres?
-Claro que quiero, pero no encuentro la jodida salida.
-Tranquilo, no te preocupes mi joven amigo, tal vez
no hayas buscado en la dirección buena. ¿La buscarás esta
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noche?
-Sí, es más, pienso irme en unos minutos.
-Eso está bien, creo que ya has superado el
incidente que tuviste con la criatura, aunque no me acuerdo
bien de la historia, ¿me la podrías contar?
-Lo siento, no puedo esperarme aquí, tengo que irme
de inmediato- dijo Luis rápidamente en un primer momento,
aunque empezó a sentir como si tuviera que contar la
historia, por lo que tras pensarlo, decidió contársela a Julián.
Cuando Luis llegó a la parte en la que era perseguido por la
bestia, Julián le interrumpió y dijo:
-¿No has oído eso?
En ese instante, Luis se giró. Todas sus pesadillas
volvieron a su mente, al ver a la bestia dentro de la casa,
acercándose sigilosamente por detrás de Julián que miraba
con asombro al chaval, pues no entendía nada. Luis sólo
pudo levantar un dedo para señalar a la bestia antes que esta
cargaras contra el sepulturero. Las garras del monstruo
desgarraron la espalda de Julián quien gritó de dolor, pero
ese grito se apagó en el momento en el que era decapitado
de un fuerte garrazo. Sin pensárselo, Luis comenzó a correr
junto a la valla, para intentar encontrar la salida, su única
esperanza de vivir.
No paró de correr hasta que las fuerzas lo
abandonaron, pero para entonces ya se había alejado bastante
de la casa y de la criatura Se apoyó en la valla para intentar
recuperar el aliento, y tras unos breves instantes, le llegó el
rugido del animal o lo que fuera. De nuevo el pulso se le
aceleró y en un ataque de furia, arrancó uno de los barrotes
de la valla, por suerte, el barrote apenas estaba sujeto pues la
herrumbre había producido una grieta en el cemento. Sin
pensárselo dos veces, se lanzó a una frenética huida por el
bosque, estaba oscuro y la luz de la luna no lograba
atravesar las ramas de los árboles. Sorteando un árbol, se dio
cuenta de la existencia de un pequeño agujero en el suelo,
entre la maleza y la hojarasca. Rápidamente se agazapó
dentro y se cubrió con algunas hojas, para camuflarse,
dificultando su captura. Si dejaba de moverse y respiraba
silenciosamente, podía oír innumerable ruidos y sonidos
que halarían la sangre de cualquier mortal, Luis sentía que
decenas de ojos le vigilaban, animales salvajes
hambrientos, insectos venenosos, y lo que era peor, la
criatura. No tardó en oír una fuertes pisadas, acompañadas
de resoplidos y rugidos, la bestia se acercaba. La criatura
pasó de largo, sin percatarse del escondrijo. Pasados unos
minutos, pensó que la criatura ya estaría lejos, así que dio la
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vuelta y corrió en dirección a la carretera del cementerio,
creía que en la carretera estaría más seguro que en un lugar
tan sombrío y lúgubre como era aquel bosque. Una vez hubo
llegado a la ya mencionada carretera, se encaminó en una de
las direcciones, esperando que algún coche lo recogiera.
Parecía que aquella carretera era poco frecuentada, en
media hora en la que andaba por la calzada, no había
pasado ningún vehículo Luis bajó el cabeza,
apesadumbrado, sin esperanza por ser rescatado, pero al
volver a alzarla, vio cuatro luces aproximarse a él, no se lo
creía, dos coches se acercaban por lo que tenía que actuar
rápido. Se situó en el borde de la carretera esperando a que
alguno de los dos lo vieran. El primero no paró, aunque no
iba muy veloz, pareció no verle, en cambio, el segundo sí se
detuvo. El coche era de color blanco, con una franja azul a
media altura, estaba entusiasmado, acababa de detenerse un
coche de la policía. Por primera vez en mucho tiempo, se
sintió seguro y sin miedo. Corrió hasta el vehículo, pero
nunca llegó. Justo cuando se acercaba al coche patrulla, la
criatura salto de entre los árboles, y de un fuerte zarpazo,
le cercenó la cabeza, cayendo el cuerpo inerte a los pies del
oficial.
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CAROLINA PRADO ACEVEDO
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Sabed, oh reyes, que esta es la triste historia de mi vida.
Vine al mundo, a este triste mundo, en una forja de pueblo,
la más cutre y salchichera que hayan pisado vuestras botas.
Me pusieron en un estante de roble pulido, veteado con
caoba, adornado con gárgolas de lapislázuli y blanco pino
élfico.
Un buen día, entró en la tienda el mago Belsatán, famoso en
su casa, y dijo con voz segura al dependiente:
-Me llevo esa.
Y se me llevó. Vale, se refería a la estantería. Pero como yo
iba en el lote y le sobraba espacio para una espada más pues
ahí me quedé.
Me dejó colgada entre dos espadas, una negra llena de
ralladuras y pintarrajeada que no hacía más que presumir de
lo mala que era, de cuantos tíos se había pasado por la
piedra, que si Arioch blablabla, que si Elric nosequé, vamos,
más pesada que un yunque. Al otro lado, como contrapartida
al otro lado estaba una muy cuca, plateada y dorada, con
delirios de grandeza.
-Ya verás… ¡algún día llegará un rey! Y me sacará del
lago… Tenías que haber estado en Camelot, aquello si era
vida. ¡Y no había NEGROS! –gritaba, y entonces la otra le
contestaba:
-¡Fascista blanco! Tú te habrías cagado de miedo si te
hubieras enfrentado a GAAC y Gagak. ¡Timorata! ¿No te
mella la estrecha esta? Claro, viene de un continuo
espaciotemporal en el que lo más grande que hay es un
PUTO GIGANTE. La espada del dragón… Bonito epíteto.
Yo he visto dragones, espada de pacotilla, y de los que
escupen fuego.
-Yo me cargué a Mordred.
-Y te pasaste veinte años en una roca. ¡El colmo de la
emoción!
- Y tu cientos en una cueva de carne.
Bueno, la verdad es que esto solo pasaba de vez en cuando,
otras veces me contaban historias maravillosas de aventuras
y de héroes, y yo soñaba con salir del armario y participar en
alguna gesta épica.
No era una mala vida, semanalmente venía un sirviente y nos
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limpiaba y engrasaba. Stormy le acojonaba diciéndole:
-¡Que te chupo el alma, que te chupo el alma!
Y el pobre tipo huía espantado.
-Hala, media navaja, haz tu eso. – le espetaba como
chascarrillo a la otra.
-¡Pfft! Eso es fácil. A ver si consigues que la gente se
arrodille cuando te desenvainan.
-¡Pijo!
-¡Nenaza!
Si, era una buena vida. Cierto es que yo no era mágica, y que
no podía hablar, bueno, entre nosotras sí, pero es que no es lo
mismo, entre espadas se dice todo sin palabras. Yo no podía
usar telekinesia, ni tenía runas, ni brillaba, ni cantaba. La
verdad es que era un poco mediocre… Incluso como espada
estaba mal afilada. Pero ellas me trataban bien y yo era feliz.
Pero lo bueno se acaba. Un buen día, mientras mis amigas
dormían la modorra después de una bronca, oí a mi amo que
decía:
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ISRAEL MOLINA
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I El heredero Santamallor
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autoritaria.
-Veamos, acusado de robo, calumnias y pactos con el
maligno.
-Verá usted-balbuceó débilmente la pobre criatura-yo sólo
mendigaba sin hacer daño...
-¡¡Pereza!!-gritó el fraile, chorreando sudor, y con las arterias
dejándose ver en su cuello y frente-debiste ir a la iglesia y
pasar el día allí. Esta vez seré benevolente, ¡castrador y
garrote vil !
Acabada la frase dos alguaciles aparecieron como sombras,
silenciosos, como deslizándose por la sala, y cogieron al
hombre y le arrastraron por las escaleras mientras que este no
paraba de gritar y llorar desesperadamente, entonces dijo
hipócritamente-que Dios se apiade de su alma-.
Jorge Santamallor, el hijo del conde de Salamanca, caminaba
por las calles del Madrid del siglo XV, angostas y hediondas,
iba con una ropa que destacaba más que una monja en una
misa negra, capa y jubón inmaculados mientras que el pueblo
apenas podía vestirse.
Aquella noche era terrorífica, los rayos desgarraban el cielo
y los truenos los oídos de Jorge. Este estaba aterrorizado,
parecía la artillería del campo de batalla de Flandes del cual
desertó, los fantasmas de sus compañeros y superiores le
atormentaban constantemente, la culpa le devoraba el alma
como una manada de lobos fieros devora cruelmente a una
oveja coja; los truenos le retumbaban en la cabeza
terriblemente como si le diesen un cañonazo en la testa a
bocajarro, lo cual le hacía apretar más y más el paso, el cielo
negro como el carbón, los truenos, la lluvia que mojaba su
ropa y la hacia pesar más y más, Jorge tenia en su interior
una angustia que sólo pocos serían capaces de soportar. Ojos
más rojos que la sangre y figuras más negras que la
oscuridad le acechaban, no sabía que tipo de grotesco
criminal o satánica criatura de leyenda podría darle muerte.
Ya no podía aguantar mas y entró en una taberna, todos los
allí presentes le observaron detenidamente analizando una
manera de desplumarle en un instante, tullidos, leprosos,
ciegos y prostitutas. El ambiente era muy violento, un cono
de silencio se abalanzo sobre el, el terror le calaba hasta los
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huesos, así que salió.
En el momento que salió de la taberna, el líquido elemento
cayó sobre él como una lluvia de metralla, los truenos le
oprimían los oídos y la lluvia le aplastaba los huesos, se
sentía morir por lo que se desprendió de su capa e
instantáneamente un frió glaciar se apoderó de el, como si
creciese desde sus huesos y desprendiese su carne de ellos,
no pudo soportarlo más, por lo que decidió correr hasta la
villa de su familia como alma que lleva el Diablo. De repente
una sombra que incluso destacaba sobre la noche, se alzaba
sobre las calles vacías, una demoníaca sombra gigante se
hallaba tras él y corriendo como un lobo hambriento tras el
hijo del conde.
II Mi nombre es Legión
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RAUL CORDERO AYLLÓN
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El abuelo se dejó caer pesadamente sobre la butaca de piedra.
- ¿Qué es lo que quieres saber?- preguntó mirando al joven
retoño que aguardaba con ansiedad.
- Cuéntame algo de los viejos tiempos, de los Lejanos.- casi
saltaba de la emoción.
El anciano se acomodó en la butaca y encendió la pipa,
con un gesto estudiado, fruto de muchos ciclos de
experiencia.
- Los Lejanos- hizo una pausa como sopesando las sílabas
en la lengua- Su nombre parece mágico ¿No crees? Al
pronunciar su nombre parecen evocarse otras épocas, otros
paisajes. Fue en el amanecer del mundo, cuando nuestra raza
tan solo gateaba. La tierra estaba gobernada por los lejanos, la
sombra de su mano se veía por doquier, ¿has visto pictogramas
de las pirámides?
- Claro, en la escuela.
- Son obra de los Lejanos, tienen quince mil ciclos y aún
aguantan en pie, es posible que aún duren otros cinco mil
ciclos. Nuestros templos son obra suya también. Ellos nos
legaron la antigua fe en la altísima trinidad, que gravita
entorno al vacío, el calor que nos protege del frío de la piedra.
En las maravillosas ciudades de piedra y cristal, criaturas
míticas recorrían el cielo y el vacío exterior trazando líneas
brillantes de oropel sobre un cielo que desprendía aleluyas y
glorias al creador.
No se puede evocar la magia de aquellos tiempos sin dejarse
llevar por la imaginación. Era una sociedad de ensueño en la
que todos eran felices, y nadie pasaba hambre, fue una época
de esplendor artístico, aunque, claro esta, solo se puede juzgar
el arte de los lejanos entendiendo su sociedad, su religión y su
cultura, y para entender todo ello hay que entender su
morfología.
- No te entiendo abuelo.
- ¿Has visto alguna vez un esqueleto de los Lejanos?
- Si. en una visita al museo de ciencias naturales.
-¿Y que te pareció?
- Extraño, raro. Daba miedo. ¿Cómo una raza que tu dices era
tan maravillosa podía ser tan fea?
- No dejes que te engañe tu propio egocentrismo. El arte, la
sociedad, el pensamiento y sobre todo la morfología de los
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lejanos tienen un punto en común. Simetría.
-, Simequé?.
- Simetría hijo, simetría, significa que si tomamos un eje en la
mitad de una figura, la parte de la derecha es igual a la de la
izquierda.
-Que raro.
- Lo es para ti. Nuestros cuerpos, nuestros huesos son
asimétricos. Y nuestra arquitectura lo es también,
principalmente por que la estética está supeditada a nuestro
aspecto físico.
- Abuelo no te entiendo.
- La naturaleza nos imprime una estética, nosotros la imitamos
en nuestras creaciones, en nuestro
caso asimetría, en el caso de los Lejanos, la simetría.
- No veo a donde nos lleva esto.
- A que el arte de los lejanos encierra una belleza simétrica.
Todo en ellos era simétrico incluso
su historia.
- Abuelo, en el colegio no nos explican por que desaparecieron
los lejanos. ¿Que pasó?
Hijo, todavía no lo sabérnosles un misterio que enfrenta la
ciencia con la religión, nuestros sabios discuten con los
teólogos acerca de las razones. Los teólogos opinan que los
Lejanos ofendieron al creador con su arrogancia y este envió
plagas y desastres para destruirles, y luego nos creo a
nosotros, el pueblo elegido. Los sabios sostienen que los
mismos lejanos se destruyeron, que las catástrofes
climáticas las causaron ellos y que todo lo demás fue
consecuencia del comportamiento irresponsable y
autodestructivo de una raza infantil y salvaje. Nosotros
seríamos una extraña descendencia de aquella raza, o quizá
una mutación posterior. Naturalmente, esto no les gusta a los
religiosos. Ellos opinan que solo la mano de Dios puede
destruir o crear vida y, por supuesto niegan rotundamente la
teoría de la evolución.- se levantó del sillón pesadamente-
Ayúdame hijo, el frío cala hondo en mis huesos y es hora de
acudir a los oficios, quiero recibir mí comunión y el calor de la
trinidad en mi vieja piel.
- ¿Quiere que le acompañe al templo?- preguntó educadamente
el nieto.
- Si ello te complace...-
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JULIÁN MUÑOZ MARTÍNEZ
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Esa tarde de verano se parecía como las demás de
aquella semana, estábamos en un precioso paraje cercano a la
laguna negra y escuchábamos a David tocar la guitarra
mientras cantaba "la flaca" de Jarabe de palo. Hacia buen
tiempo durante todo el día tanto que apetecía acercarse a la
laguna para darse un baño. Estábamos disfrutando de unas
pequeñas vacaciones después de nueve meses de estudio
intenso, el grupo lo temamos formado por David que sus
aficiones eran la música y las acampadas; Elena quien
propuso esa zona para la acampada; Raúl amante de la
escalada y el cómic; Erika una nadadora desde bien pequeña
y gran amiga de David, J. M fanático de la ciencia ficción;
mar la novia de Raúl; Flor mi hermana y yo que me llamo
Félix y que fui porque el destino y la señora ironía lo
decidieron (me saque el carné de conducir aquel año y
necesitaban un segundo coche).
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-¿Quienes sois?- dijo el hombre
- Unos campistas que pasan las vacaciones aquí - respondió
Raúl.
- Perdonar la rudeza de mi compañero - comentó la
mujer - pero será mejor que os vayáis Va a ser peligroso.
En esos momentos se fueron los del grupo, pero yo me
quede allí. Me sentía impotente por no poder ayudarles, mi
hermana en esos momentos me llamo y la comente que
ellos se fueran. La mujer se acerco y suavemente me dijo:
-¿Quieres ayudar?
- Sí, pero… - respondí - ¿qué puedo hacer si aquellos
pilotos fueron derribados.
-Interesante – comentó el hombre, -tiene una mirada
especial.
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