ID: 140135 Artes Plásticas Materia: Arte y sus discursos Fecha: 26 de octubre de 2009
La introducción de la creatividad y originalidad a la producción de objetos
estéticos
Galerías repletas de pinturas, museos exhibiendo colecciones de los “grandes
artistas”, gente de dinero comprando pinturas, grabados y esculturas para presumir en las salas de sus casas el dinero que les sobra y su supuesta cultura desbordante, y el artista orgulloso de ser una extraña persona creativa y genial. La compra y venta de los objetos que Maquet denominaba estéticos es una costumbre adoptada recientemente, al igual que el estándar de artista (creativo, original, extraño, genial, etcétera), que son finalmente acuñados en el siglo XVIII en base a una construcción más vieja aún que el cristianismo pero que nos parece que eterna, que existe desde el momento en que el ser humano es humano. Veremos a continuación la construcción del mercado de ciertos objetos estéticos así como la construcción del artista como lo conocemos hoy en día, todo en base a un factor: el patronazgo. Para poder entender la construcción del mercado del arte, tenemos que tener en cuenta algunas cosas, una de ellas, la más importante a mi parecer, es que no en todas las culturas ni en todos los idiomas existen las mismas palabras ni los mismos conceptos idénticos, es decir, no existen una traducción exacta para todas las palabras de un idioma a otro. De hecho, existen palabras que son intraducibles de un idioma a otro porque no se ajustan al contexto histórico, cultural o social del lugar en donde se habla dicho idioma. Ese es el punto de partida de este trabajo: la palabra arte se ajusta solamente al contexto socio-cultural del siglo XVIII occidental europeo hasta la época actual, y que se ha ido esparciendo mediante las colonizaciones. Antes del siglo XVIII no existía la palabra arte ni artista, y aunque si existían los objetos que denominaremos estéticos como esculturas, pinturas, dramas, música y poesías no eran ni siquiera agrupados dentro de la misma categoría como ahora lo hacemos y llamamos arte. Maquet nos hace reflexionar sobre la palabra arte como lo entendemos hoy en día: es el objeto estético autosuficiente; es un objeto destinado a ser mirado sin ninguna otra función. Por el contrario, los griegos, la supuesta cuna de la cultura y el arte, no hacían sus objetos estéticos para ser autosuficientes ni para ser vistos únicamente, es más, dichos objetos estéticos tenían una función específica, ya fuera la de reconocer a un héroe o un atleta y documentar sucesos o alabar a sus dioses. De igual manera las tragedias y comedias tenían una utilidad social, religiosa y/o política pues servían para solidarizar y mostrar júbilo con la comunidad; otros dramas eran rituales para honrar a sus dioses o a los guerreros muertos en batallas (Gruen en Shiner, 2004: 45). Ninguno de los productores de los objetos mencionados anteriormente eran para nada personas excepcionales ni admirados; por el contrario, eran comparados con las personas que hacían trabajos como cortar el cabello o con los zapateros o herreros. Para la sociedad griega estas personas eran personas que sabían hacer su oficio, que poseían techné, y que hacían un trabajo mecánico, algo que en el contexto cultural e histórico de la Antigua Grecia era muy mal visto. Según Platón en la República, los trabajos que requería mayor esfuerzo eran los trabajos más despreciables; haciendo contraste, tenemos a los filósofos, quienes estaban a la cabeza en la jerarquía social griega ya que su trabajo consistía en pensar. El uso del cuerpo desprestigiaba la condición social de los trabajadores. Aun más, la pintura, la escultura e incluso la poesía para Platón y Aristóteles no representaban ingenio, creatividad ni mucho menos originalidad, ya que solamente copiaban a la naturaleza, pero si requerían techné para poder ejecutarlas. Es entonces cuando se empieza una agrupación primitiva de las artes, que no es como las agrupamos hoy en día pues tan solo se relacionaban los objetos que imitaban a la naturaleza, se les denominaban artes miméticas. En cuanto a sus productores los agrupaban como personas que tenían la técnica para fabricarlos, de esa manera el pintor y el escultor se encontraban en la misma categoría que el zapatero o el médico (Shiner, 2004: 47). Las artes que eran consideradas liberales en el medievo eran las que no requería el uso del cuerpo y se dividían en Trivium (gramática, retórica y lógica; es por eso que la literatura no era mal vista además que iba de la mano con los discursos políticos) y el Quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y teoría musical -por su naturaleza matemática-). Esta clasificación serviría de argumento para los renacentistas de incluir a la pintura y escultura en las artes liberales, pero antes de llegar a ese punto veremos la función del productor de objetos estéticos que Shiner denomina como artesanos/artistas en cuanto a sus propias producciones. El artesano/artista ganaba dinero de los objetos que él realizaba y a su vez, los objetos que realizaba tenían un objetivo específico, esto significa que el artesano/artista no podía darse el lujo de hacer objetos producto de su imaginación y venderlo, pues como hemos visto, la producción estética no se compraba para contemplarse. Es de ese modo que los artesanos/artistas hacían únicamente los objetos que les encargaban. El que decidía la forma que tomaría una escultura, o la imagen que pintaría el artesano/artista era quien pagaba por el trabajo. Este fue el sistema en el que se involucraban los creadores de productos estéticos. Una vez en el medievo el término artista (del romano ars, a su vez del griego techné) se utilizaba para nombrar únicamente a las personas que estudiaban las artes liberales. A los artesanos/artistas se les denominaba artífices (artifex) (Shiner, 2004: 60). Los artífices en contraste con los artistas eran los que hacían, no los que creaban, además eran los que trabajaban para patronos que especificaban el contenido, diseño, materiales, entre otras cosas de las obras. Los artistas practicaban las artes liberales sin lucrar, pero vivan con un mecenas quien los alimentaba y les daba hogar. Sin embargo, si alguien practicaba, por ejemplo, la poesía o la música como un trovador, para ganarse la vida, era considerado como artífice y su producción era considerada como arte vulgar. El patrono era quien se encargaba de los artífices. Los patronos eran generalmente papas o cardenales que pagaban a los artífices para adornar sus iglesias. Los artífices hacían sus encargos siguiendo al pie de la letra las especificaciones del patrono. Estas especificaciones se establecían mediante contratos. Este sistema de producción fue característico del medievo. Lo que se pintaba en las iglesias era la imposición del gusto de los papas y cardenales. Por parte de los artífices, si caían en el gusto de los papas siguientes podrían ser contratados por ellos. Pero era muy difícil que eso sucediera, ya que los papas no siempre eran del mismo lugar y tenían preferencia hacia sus paisanos. De esta forma se podría decir que cada que moría un papa y surgía uno nuevo, la tendencia ornamental cambiaba también. Cada papa imponía sus gustos y colocaba a sus propios artífices. Los artífices no solamente decoraban las iglesias, también eran empleados para la decoración de las casas de los cardenales y de los familiares de éstos. Si el artífice era muy bueno el patrono lo recomendaban a las personas de su círculo social, de esa manera el artífice podría terminar decorando el palacio de un aristócrata. La decoración con frescos y la colección de pinturas comienza a representar status social. Los artífices ya no podían estar al nivel de los zapateros ni de los barberos al decorar palacios pues ya eran parte de la servidumbre real, así que fueron subidos de rango a Valet de Chambre y algunos adquirieron títulos de nobleza (Shiner, 2004: 76). La elite influyó muchísimo en la construcción de la ideología actual del arte y artista. A pesar de que los artífices ya eran respetados y tenían cierta admiración por parte de la sociedad, aun no eran los extraños sujetos desbordantes de creatividad y originalidad. Por el contrario, aun tenían que cumplir específicamente con los contratos que establecían con el patrono. Tenían incluso que ocupar los pigmentos que les ordenaban que ocuparan. En el siglo XVI salió a la luz el Concilio de Trento en el cual se especificaba como pintar a una virgen, qué colores utilizar, cómo hacer las alas de los ángeles y en base a la forma de éstas establecer la jerarquización de los ángeles, entre otras cosas. En el renacimiento, la pintura pasa a las Academias (s. XVI), además de los adelantos en las técnicas, así como el descubrimiento de la perspectiva y su relación con la geometría y la aritmética, estaba por alcanzar el status de arte liberal, pues ya tenía un fin cognoscitivo. Uno de los paso más importantes fue por parte del papa Sixto IV cuando dejó a Miguel Angel hacer lo que él quisiera dentro de un tema establecido en un contrato. (Shiner, 2004: 82). Cabe mencionar que Miguel Angel no hizo el trabajo solo, sino con un equipo designado por el papa, lo cual rompe con la idea de que los artistas son seres solitarios. La ascensión a cortesano del pintor no fue el único avance social que éste tuvo, también se empezaron a hacer frecuentes los autorretratos, así como se empezaron a hacer biografías de los pintores. La demanda de pinturas subió de una manera extraordinaria durante el renacimiento y al inicio del barroco; la gente quería tener alguna obra de los pintores de moda, y la gente que podía pagarlas las compraba. Los pintores llegaron a estar en la aristocracia y comportarse como tal. Empelucarse y vestirse bien así eran conductas que adoptaban al tener la oportunidad económica. El mercado de las obras de los pintores se vio afectada por la ley de la oferta y la demanda: la demanda creció tan fuertemente que los pintores no solo fijaban precio (como Guercino quien cobraba por figura en la obra) sino también tenían la libertad de elegir el tema (Haskell, 1980: 31). Esto no significaba que se expresaban a si mismos como es la idea dieciochesca del artista, con esta libertad los pintores escogían un tema bíblico y lo representaban a su gusto. Muchos artistas ya no trabajaban por encargo directo, en vez de eso hacían cuadros a la mitad y los exponían a un posible comprador y si le gustaba pagaba porque se terminara y se le entregara. En el siglo XVII los artistas eran nombrados Cavaliere dell'abito di Cristo en Roma, pero para dejar en claro que la idea de arte no es para nada universal, en el mismo país, en Venecia, los artistas siguieron siendo de una posición baja hasta el siglo XVIII (Haskell, 1980: 36-8). En el siglo XVII ya es notable la diferenciación entre los artistas de las demás personas, como cita Malvasia al papa Pablo V: “Debemos consentir a estos grandes hombres, porque ese exceso de Espíritu que les hace grandes es el mismo que les induce a este extraño comportamiento” (Haskell, 1980: 33). Se comienza a asociar la idea de locura como una característica inherente de los artistas. Giovanni Perugini afirma no poder pintar tan bien sin el factor locura. Quien finalmente conjunta todos los elementos que actualmente consideramos características de un artista fue Salvator Rosa. Principalmente, Salvator Rosa se rehusa totalmente al patronazgo, aseguraba no pintar por dinero sino por placer, no pedía anticipo por sus obras porque no le gustaba trabajar presionado pensando en tener que acabar una obra que quizá no quisiera acabar. Era un hombre autónomo y extravagante. Probablemente en la actualidad veamos con buenos ojos la actitud de rebeldía y excentricidad que caracterizaba a Salvator Rosa, pero en esa época su comportamiento era visto tan negativamente como nosotros tan positivamente lo vemos. Es éste casi el final de la construcción del ideal del artista. Tan solo faltaría colocarlo en el contexto del Romántico del siglo XIX para poder por fin alabarlo, mientras tanto, Salvator Rosa se encontraba solo. Bibliografía • Maquet, Jaques. La Experiencia Estética. Madrid: Celeste Ediciones, 1999. • Shiner, Larry. La invención del arte. Barcelona: Paidos, 2004. • Haskell, Patronos y pintores. Madrid: Cátedra, 1980. • Buohellec, Laurence. Apuntes de la clase “Arte y sus Discursos” Universidad de las Américas Puebla. 2009.