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Lenguaje y Poder en la Sociedad del Conocimiento

XI

Las características neurobiológicas y sociales del lenguaje constituyen un desafío para


el mejor uso y perfeccionamiento de las nuevas fuerzas de producción que están
significando a la Sociedad de la Información y del Conocimiento, en la medida que el
uso masivo de las telecomunicaciones y la globalización que ellas posibilitan,
agregarán más dificultades hermenéuticas al proceso de comunicación comprensiva
entre las personas.

En efecto, de una parte la comunicación telemática –en continuo aumento- tiene sus
propios códigos, los que aún realizándose desde la oralidad, la textualidad o la propia
imagen, son distintos a la experiencia vital directa (ante la ausencia de otros sentidos
decodificadores claves como el olfato, la piel o el gusto), así como porque las
tradiciones culturales imponen a los hombres distintas cargas de interpretación.

El trabajador o estudiante de la nueva Sociedad será uno cuyas competencias deberán


ser cualitativamente superiores al obrero o gerente de la era industrial, puesto que la
materia prima con la que operará será fundamentalmente la información, y la
información no se logra comunicar más allá de lo que el lenguaje permita hacerlo.
Máxime si aquello se realiza a través de un medio. De allí la relevancia de un manejo
experto de la lengua en la que se vive, sus orígenes, desarrollo e implicancias, y en lo
que dice relación con las significaciones que a los conceptos le va dando el poder e
intereses explícitos u ocultos, de grupo, o personales.

Pero también el trabajador y estudiante de la sociedad emergente requerirá de conocer


de aquellas lenguas que han surgido en entornos diferentes a los propios. Sus razones,
motivos e intenciones serán claves a la hora de la comprensión de los mensajes
telemáticos. No se trata pues de una simple acción cognitiva, sino de la conformación
de un lenguaje universal complejo, que implica el reconocimiento, en los juicios
emitidos y recibidos, de aquellos factores emocionales y actitudinales que están
inmersos en él y que son parte del acervo cultural que la lengua porta.

En tal contexto, información es la suma de conceptos y de reglas de actuación


extraídas de una comunicación, es decir, una agrupación de datos con el objetivo de
lograr un significado específico, más allá de cada uno de ellos. “La propia etimología de
la palabra es indicativa de su esencia y sentido. Al descomponerla nos encontramos
con “in-formación”. Es decir, con poner en forma algo. Se trata de una estructura con
forma específica, que se puede almacenar y transmitir…(que)…puede expresarse en
datos…(y que)…se constituyen en maneras de “medir” o poner en forma la realidad,
utilizando para ello, un conjunto de códigos. En resumen, la información es tangible,
observable, aunque provenga o se refiera a una abstracción”1. Por ejemplo, sean 2, 0 y
9 datos; y 2009, una información.

El anterior proceso está en la base del verdadero fenómeno de la comunicación, el que


“se resiste a expresarse en unidades de medida, porque se sitúa en el campo del
sentido y los significados”2. El concepto proviene etimológicamente del latín
“communicare”, que significa “poner en común”, devenida a su vez del latín antiguo
comoinis y éste del indoeuropeo ko-moin-i “común, público”, que deriva de ko-
“juntamente” + moi-n “intercambio de servicios”3 (probablemente trueque). En
diversas áreas de las ciencias se usa el concepto para infinidad de fenómenos distintos,
aunque todos de una naturaleza similar a la que explica su raíz etimológica.

Por comunicación entenderemos, pues, la “transmisión y recepción dinámicas de


información, ideas o sentimientos. Interacción entre individuos a través del lenguaje
en todas sus formas”, es decir, “un comportamiento mediante el cual, vía símbolos y
otros sistemas de señales, se trasmite de manera intencional información a otros,
buscando despertar reacciones mediante un mensaje dirigido a un receptor”. O dicho
de otro modo, comunicación es “la interacción entre personas, que asumen significados
representados (información) o no formulados (metacomunicación), desde los cuales se
da el compromiso, emoción, predisposición, premonición y el conjunto de elementos
que definen la sustancia de la relación social entre personas, grupos y sociedades. El
entendimiento comunicacional no puede operar si no es desde la vinculación entre
señal-significado-sentido y este descansa, a su vez, en una práctica y expectativa
humanamente construida”. “Sin saber la intencionalidad de los sujetos, no se puede
hablar de comunicación”4.

1 Diferencias Teóricas y Prácticas de la Información y de la Comunicación. Vera, Héctor, en E-Presentaciones


Nº 1. Escuela de Periodismo Usach. Junio-Diciembre 2006.
2 Ibid
3 Cfr. Gómez de Silva, Guido.- Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española, Colegio de México/
Fondo de Cultura Económica, México, 1998. 2ª. Edición
4 Diferencias Teóricas y Prácticas de la Información y de la Comunicación. Vera, Héctor, en E-Presentaciones
Nº 1. Escuela de Periodismo Usach. Junio-Diciembre 2006.
Es decir, comunicar, poner en común, implica intención, repercusiones y compromisos
entre quienes interactúan y cada acto de comunicación transforma a los sujetos de
aquella. Este proceso, que se constata ya en la sociedad industrial de un determinado
modo e intensidad, en la nueva Sociedad se maximizará. Veamos.

Siendo el comunicar un acto de la voluntad, previo al momento de hacerlo está


siempre la decisión interna del sistema-individuo de realizar la comunicación o no y la
de optar por alternativas posibles de intención (motivación) u objetivos para tal
comunicación. Como la decisión de no comunicar un “algo” no materializa actos, para
efectos del análisis sólo importa la puesta en común efectiva y no la potencial. Desde
una perspectiva fenomenológica, esta última no expresa consecuencias fácticas.

Decidida la comunicación de esa forma, el curso del fenómeno, del acto comprometido
en la interacción, se va realizando en el mundo con arreglo a la secuencia del
contenido-significado de las señales seleccionadas por el emisor y decodificadas por el
receptor de entre las diversas posibilidades o modos de resolver múltiples situaciones,
en diferentes contextos, dejando fuera del cuadro de percepción y transformación del
vínculo entre los sujetos de la comunicación, todas aquellas alternativas que no fueron
expresadas. La complejidad de tales interrelaciones se resuelve mediante la
permanente opción o toma de decisiones que deben realizar los sistemas
interactuantes, para lo cual el lenguaje es el adaptador de dicha variedad.

La Ley de la Variedad Requerida, o Ley de Ashby, ampliamente conocida en el ámbito


de la sistémica tiene un enunciado sencillo: “Sólo la variedad puede absorber
variedad”, o lo que es lo mismo, ningún sistema de control puede controlar totalmente
a otro si tiene una variedad (término asimilable a “complejidad”) inferior al sistema
controlado”5 .

Sin embargo, cotidianamente observamos que sistemas menos complejos pueden


enfrentar con éxito a otros más variados. “¿Dónde está el truco? Desde luego no en
disminuir la complejidad de los sistemas controlados: por ejemplo, no podemos hacer
que Internet tenga menos páginas. Pero lo que sí estamos en condiciones de hacer es
“disimular” esa complejidad, ocultándola en otro lugar donde, de momento, no nos
moleste. Así, la complejidad no puede eliminarse, pero puede ocultarse o postergarse.

5 García Rueda, Jose Jesús. “E-learning en la empresa: ¿hay sitio para el aprendizaje informal?”. Universidad
Carlos III de Madrid; agosto 2007
Y la forma de lograrlo es emplear adaptadores de variedad. Ejemplos de este tipo de
adaptadores son infinitos: cualquier herramienta es un adaptador de variedad, que nos
permite enfrentar (“controlar”) problemas para los que nuestras aptitudes físicas no
son suficientes. Por ejemplo, un buscador de Internet es una herramienta que nos
oculta la enorme diversidad de páginas disponibles, a fin de hacernos posible encontrar
aquella que nos sirve”6, aún cuando sea en el modo de una utilidad mínimo
satisfactoria, como veremos.

Un lenguaje acomodado a la nueva Sociedad de la Información y del Conocimiento,


como adaptador de la enorme variedad social de intercomunicaciones posibles con las
NTIC, implica una profunda reformulación de la forma en que el operador ha
gestionado habitualmente el suyo (su habla). Desde luego, la masiva circulación de la
información a través de las carreteras digitales crea y destruye significantes y
significados. Una palabra que hasta ayer era utilizada en un determinado sentido,
adquiere otro y se agrega a los juicios y frases cada vez más polisémicamente.

Los propios significantes, tan estables hasta hace pocos años, muestran profundas
mutaciones como resultado de las interpretaciones, traducciones y retraducciones.
Como en el alma del poeta, el lenguaje de retuerce, transforma y transfigura, en las
hablas de millones de hermeneutas ciberspeciales del mundo, que juegan a añadir
formas a un idioma que, por una parte se universaliza, y por la otra se tribaliza.

“Cool” ya no es frío, sino a la moda, “popular”, “bacan”7 y millones de


hispanoamericanos “watchean” TV. La decisión de comunicar importa así cada vez una
mayor cognición de los múltiples entornos a los que obligadamente se ven expuestos
los habitantes de esta sociedad virtual universal. Pero no sólo eso, también incitan a
una postura actitudinal y conductual de más tolerancia ante la diversidad y una
comprensión activa frente a emociones y conductas ajenas, que de pronto invaden la
hasta hace poco amurallada ciudadela de la cultura nacional, porque en dichas
resignificaciones hay actos de “rebeldía” implícita que se deben reconocer como partes
de una reconfiguración mayor de engranajes lingüístico-comprensivos complejos de
aspectos de realidad que los usuarios están realizando.

6 Ibid
7 Chilenismo juvenil que significa bueno, “cool”.
Ante estas circunstancias también serán esperables las reacciones; las de aquellos que
no pudiendo asimilar los cambios, buscarán afanosamente el retorno a la aislada
seguridad tribal-local, donde su cultura era, de algún modo, carga aceptada, aunque
siempre amenazada desde dentro por el propio hastío, tras la larga lucha individual por
la contención de la violencia liberadora de su “naturaleza” frente a los suyos, y a las
normas que lo han “civilizado” tan duramente.

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