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El hombre ech una veloz ojeada a su pie, donde dos gotitas de sangre
engrosaban dificultosamente, y sac sangre el machete de la cintura. La vbora
vio la amenaza, y hundi ms la cabeza en el centro mismo de su espiral; pero
el machete cay de lomo, dislocndole las vrtebras.
Lleg por fin al rancho, y se ech de brazos sobre la rueda de un trapiche. Los
dos puntitos violetas desaparecan ahora en la monstruosa hinchazn del pie
entero. La piel pareca adelgazada y a punto de ceder, de tensa. El hombre
quiso llamar a su mujer, y la voz se quebr en un ronco arrastre de garganta
reseca. La sed lo devoraba.
Su mujer corri con un vaso lleno, que el hombre sorbi en tres tragos. Pero no
haba sentido gusto alguno.
La mujer corri otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre trag uno tras
otro dos vasos, pero no sinti nada en la garganta.
Bueno; esto se pone feo... murmur entonces, mirando su pie lvido y ya con
lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pauelo, la carne desbordaba
como una monstruosa morcilla.
El hombre, con sombra energa, pudo efectivamente llegar hasta el medio del
ro; pero all sus manos dormidas dejaron caer la pala en la canoa, y tras un
nuevo vmito de sangre esta vez, dirigi una mirada al sol que ya traspona
el monte.
La pierna entera, hasta medio muslo, era ya un bloque deforme y dursimo que
reventaba la ropa. El hombre cort la ligadura y abri el pantaln con su
cuchillo: el bajo vientre desbord hinchado, con grandes manchas lvidas y
terriblemente doloroso. El hombre pens que no podra jams llegar l solo a
Un jueves...
Y ces de respirar.