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UNIVERSIDAD ADOLFO IBAÑEZ

TEORIA Y TÉCNICA I: PROCESOS TRANSFERENCIALES

Por: Santiago Astudillo C.


Fecha: 4 / 11 / 2009

ENSAYO SOBRE LA PSICOLOGÍA DE LA TRANSFERENCIA


“EL ASENSO DEL ALMA”

La lectura de este texto, irracional y ambiguo como el mismo inconsciente, me


ha parecido algo así como un recorrido por una exhibición de arte conceptual
de algún renombrado pintor del que no entiendo casi nada. Qué queda
entonces sino recorrer, mirar fijamente las obras y divagar, escuchar las
interpretaciones de los expertos (todas diferentes y contradictorias) y pescar a
río revuelto para que algo cobre sentido.

¿Qué quiso decir Jung al tratar de explicar la transferencia por medio de estas
imágenes extrañas? Él mismo afirma que la transferencia es algo engañoso,
que solo en apariencia es aprehensible por la razón, que en última instancia y a
pesar de que le ha dedicado muchos años de su vida, no la entiende del todo
(Jung, 2006). Es inquietante que precisamente lo que es un aspecto esencial
de la psicoterapia analítica tenga la cualidad de lo incomprensible; esto
evidencia el estado de la psicología como ciencia: ¡un niño jugando con fuego!
Y este juego con fuego es el que estudiamos ahora: ¿Cómo manejar esa
sustancia viva, luminosa, peligrosa y potencialmente benéfica que es la
relación terapéutica? ¿Cómo se enciende el fuego? ¿Cómo mantener la
combustión?, ¿Cómo evitar quemaduras? y ¿Cómo se siente una quemadura?
Los autores de la bibliografía nos han transmitido, de alguna manera, sus
experiencias; pero como todo arte se aprende con la práctica, la vivencia
particular y directa será la que nos enseñe más y mejor:

Nadie más que yo debía cuidarse de este fuego. Los demás podían
hacer fuego en esas cavidades, pero esos fuegos eran profanos y
dejaban de interesarme. Solo mi fuego permanecía vivo y poseía un deje
inconfundible de santidad (Jung, 2003 , pág. 35).

Para jugar con fuego de la mejor manera posible, Claudia Grez recomendaba
en clases una tríada esencial: terapia, atención a pacientes y supervisión.

Tal vez las imágenes alquímicas del Rosarium Philosophorum sean el


andamiaje ilustrativo de una de pedagogía junguiana sobre la experiencia de la
transferencia, de fenómenos de relación apenas aprehensibles a la
consciencia, una descripción ilustrativa de este prodigio misterioso aun para la
psicología contemporánea, de la síntesis de los opuestos y las
transformaciones psíquicas. El mismo Jung afirmaba que el estado actual de
los conocimientos psicológicos es comparable a los de la medicina en la edad
media. Nos movemos en un campo apenas iluminado en donde el “Deo
concedente” juega un papel primordial, mucho más importante del que el yo y
la persona del terapeuta quisieran en realidad, pues esta obra y sus resultados
escapan con mucho la esfera de acción de la voluntad cuando ésta no se
alinea con esa especie de voluntad divina que parece provenir de los estratos
más profundos de la psique transpersonal y de la naturaleza en sí.

Esta visión teleológica junguiana es la que proporciona la escasa claridad en el


panorama: El filósofo no es el maestro de la piedra sino mas bien su servidor
(Jung, 2006, pag. 291). Cuando entramos en un proceso terapéutico, como
terapeutas o como pacientes, la realidad cotidiana se relativiza frente al ser
atemporal del inconsciente y más conviene estar consciente, en la medida de lo
posible, de que es la totalidad de la psique del paciente y del terapeuta la que
comienza a organizar lo que ocurre en este espacio hermético, por ello los
fenómenos que ahí ocurren resultan muchas veces inesperados y extraños a la
consciencia si es que se alcanzan a percibir.

Con el Rosarium, Jung trata de ordenar un proceso, un recorrido o una


sucesión de estados de la materia psíquica cuando se presenta la
transferencia. Desde su configuración inicial, la fuente mercurial, movilizada por
el impulso primordial de la libido endogámica y la suposición de su potencial
asenso hacia las realidades espirituales, cuyas imágenes inconscientes, de
carácter generalmente parental o filial se proyectan sobre el analista con el
objetivo implícito de hacerse conscientes. Este trasfondo arquetípico se tiñe y
se complica, supongo, con los matices de la experiencia personal de las
relaciones más tempranas del desarrollo. Al parecer el terapeuta (y el paciente
en el caso de la contratransferencia), son el otro que sustenta y favorece, de
manera lo suficientemente intensa el conocimiento de lo inconsciente y la
individuación. Sobre el terapeuta se proyecta generalmente el arquetipo
contrasexual Anima-Animus según el caso, que lo afectará inevitablemente en
alguna dirección.

Si seguimos la hipótesis finalista junguiana y planteamos la pregunta de la


finalidad del fenómeno de la transferencia, encontramos que, en última
instancia, su análisis proporciona al individuo lo que las instituciones de la
cultura occidental dejaron hace mucho de aportar: ayudarle al ser humano a
diferenciarse de la masa colectiva, cohesionada en las instituciones por la libido
exogámica, mediante el laborioso trabajo artesanal con la libido vinculante
endogámica.

El vínculo de transferencia, aunque pueda parecer difícil de soportar y de


comprender, tiene una importancia vital no solo para el individuo, sino
también para la sociedad y por o tanto para el progreso moral y espiritual
de la humanidad. Así, el psicoterapeuta […] Está luchando no solo por
este paciente concreto, tal vez insignificante, sino también por sí mismo
y por su propia alma y de este modo deposita un granito, tal vez
infinitesimal, en el platillo de la balanza del alma de la humanidad […] es
un opus magnum pues se consuma en un campo en el que el numen se
ha establecido recientemente y en el que se concentra la problemática
de la humanidad (Jung. 2006, pag. 223)

La sucesión de imágenes van dando cuenta del paulatino proceso de


vinculación sagrada (entiendo que tanto en la relación entre paciente y
terapeuta como en la relación de ambos con su respectivo inconsciente) cuya
realidad se despoja poco a poco de los atavíos innecesarios; Consciencia e
inconsciente se sumergen poco a poco en las aguas mercuriales contenidas
hasta que se consuma la unión; donde antes habían pares de opuestos ahora
se han fundido para morir y dar a luz a un tercero; al hijo hermafrodita que
abandona los cuerpos inertes y les envía compasivo desde el cielo, mientras se
incuba, la lluvia purificante antes de descender y reinar como espíritu
encarnado. De todo este proceso me corresponde detenerme el la séptima
estación, el momento en que después la coniunctio y de la muerte, el nuevo ser
asciende al cielo.

Es el estado de putrefactio que corresponde a la desorientación psíquica tras la


unión del inconsciente con la consciencia, la hinchazón psíquica que padece la
consciencia tras la coniucntio da paso a la pérdida de perspectiva de sus
límites. La trascendencia de los opuestos todavía es un potencial y son un
peligro la confusión y la desesperanza. Lo inconsciente se ha vuelto
consciente, pero la consciencia también se ha modificado y ya no es la que fue,
se ha hundido en lo inconsciente. La luz de la consciencia ha iluminado a lo
inconsciente y las tinieblas de lo inconsciente han oscurecido a la consciencia.
Lo que reina es la expectativa por un alma volátil que quiere escapar y se
resiste a ser integrada; el cadáver es lo que ha quedado atrás y nunca más
será lo mismo: aquello de lo que cuesta desprenderse. El asenso al alma es el
momento en que Cristo encomienda su espíritu al padre. La plegaria. El
momento en que Jung le pide a Sabine que contenga su amor, se confiesa
enfermo y pide auxilio a Freud, algo se está gestando pero es imposible
contemplarlo en la nube confusa de los pensamientos y los temores. Sabine
siente la traición y la furia, pues ignora que el hijo que ha pedido ya se está
gestando, es un hijo espiritual. Es la imagen del Homúnculus que se escapa de
la phisis y asciende hacia el espíritu (Jung, 2006). Imagino que Jung transitaba
por estas huellas dolorosas de su memoria en el momento de formular su
teoría; son imágenes que soportaron en carne propia tanto él como Sabine:
gatitos y caballos, al fuego amoroso y violento del vínculo, devienen
expresiones intensas de la vida, estar en el mundo, hurgar en sus profundos
secretos y recorrerlo como una planicie sin fin…
Jung recomienda para este momento la contención adecuada mediante la
interpretación acertada de las imágenes del inconsciente, más allá de la
explicación razonable aunque sin excluirla 1. Es el momento en el que la
función inferior asciende a la consciencia y busca consolidarse; esta transición
necesita alimentarse de significados; actividades espirituales que le permitan, si
no dominar, otorgarle un lugar y comprender aquella masa confusa de
experiencias que requieren sentido, así como la inundación del Nilo cobra
sentido al fertilizar sus praderas.

Este momento lo experimenta también el terapeuta; hay sesiones en las que el


sentido se extravía y la desorientación es lo que predomina. Momentos en los
que surge la pregunta por el sentido del trabajo terapéutico, la pregunta de si
en verdad funciona, la tentación de abandonar. Es reconfortante la idea y la
experiencia de que es un estadio, una fase que tarde o temprano se trasciende.
Pero mientras dura, la oscuridad es muy oscura. Tal vez lo que me ha
sostenido en esos períodos es un acto de fe, una estrella en el fondo de la caja
de Pandora. Me parece que se trata de una fase en la que cuesta comprender
que hay algo más grande que nos sostiene. Esa otra voluntad más profunda.
Me inquieta además la afirmación de Jung sobre la explosión de las psicosis
latentes en esta fase, una cuestión que me interesa profundizar.

Bibliografía.

• Jung, C. G. (2006). La Psicología de la trnsferencia . En C. G. Jung, La


práctica de la psicoterapia (págs. 159-304). Madrid: Trotta.
• Jung, C. G. (2003). Recuerdos, sueños, pensamientos. Barcelona: Seix
Barral.

1
El manejo de la transferencia y las decisiones que corresponden a la consciencia en la terapia analítica se
describen muchas veces como el pasaje de Odiseo por el estrecho entre Escila y Caríbidis: El estrecho
margen que corresponde a un justo medio en una situación vital en la que cualquier extremo representa la
catástrofe.

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