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FACTORES GEOGRÁFICOS Y CREMIMIENTO

ECONÓMICO

¿Cuenta la geografía en el desarrollo económico?

La geografía nos puede ayudar a entender porque España no está tan desarrollada como otros países
siempre, en mayor o menor mediad, las actividades económicas han estado condicionadas por las
características del medio físico donde se han desarrollado, porque ha habido periodos en los que ha
condicionado más o menos dependiendo de la actividad.
Los físicos condicionan el desarrollo de las economías. La geografía impone restricciones y
proporciona incentivos, pero no determina el desarrollo económico (por ejemplo, en España no se
cultivan productos tropicales). Hay que huir del determinismo geográfico, el desarrollo económico
no viene condicionado por un solo factor, y menos por la geografía. La geografía no cambia, pero el
nivel de desarrollo económico sí. Por ello, hay que considerar otros factores (Políticos, sociales…).
La acción humana es clave para entender la evolución económica. Lo que determina la curva de
posibilidades de producción: determinada por el capital social, la tecnología, la agricultura,…
Estamos más cerca o más lejos de esa curva de posibilidades de producción por la acción humana.
Los mayores niveles de desarrollo económico corresponden a países situados en las zonas
templadas del planeta. Incluso dentro del mismo continente y hasta dentro del mismo país hay
diferencias económicas (los países menos desarrollados de Europa son los del este y los del sur).Las
provincias costeras están más desarrolladas que en el interior.
En definitiva, los factores geográficos no parecen ser ajenos a las disparidades económicas de los
territorios.
Hasta fechas recientes la geografía ha sido obviada como variable explicativa de los contrastes entre
los distintos territorios del planeta.
Durante mucho tiempo, los economistas han tenido como referencia la teoría neoclásica y la
marxista, que prestaban muy poca atención a los factores geográficos. El marxismo no valoraba
esos factores porque pensaba que el hombre era capaz de transformar las economías y alcanzar el
desarrollo económico al margen de las condiciones geográficas.
Los problemas de los países menos desarrollados han sido problemas que han permanecido en el
tiempo, y muchos de ellos tienen que ver con la vieja geografía física y con la nueva geografía
económica. Esto ha hecho que los economistas empezasen a prestar más atención a las condiciones
geográficas.
Jefrey Sachs (Economista norteamericano) ha identificado 5 factores geográficos influyentes en el
crecimiento económico contemporáneo:

1. La distancia a mercados relevantes, que reduce costes de transporte, comercialización,…, y


aumenta la productividad al permitir la especialización.
2. Las facilidades de acceso al comercio marítimo, ya que el transporte marítimo ha sido hasta el
siglo XX mucho más barato que el terrestre y es más conveniente para mercancías de gran
tamaño.
3. Los efectos del clima sobre la salud: Es muy importante para buena parte del continente.
4. La dotación de recursos agrarios. A sido muy importante estar bien dotado sobre todo hasta la
revolución industrial.
5. La dotación de recursos minerales y, sobre todo, de recursos energéticos. Uno de los factores
limitativos más importantes del crecimiento económico es la dotación energética. En la
antigüedad, la energía más usada era la tracción animal y esta era limitada.

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LA SITUACIÓN ESPAÑOLA

España está situada en el extremo suroccidental del continente europeo, y forma parte de una
península que está separada de dicho continente por la cordillera pirenaica. Por tanto, estamos en la
periferia europea, y nuestras comunicaciones terrestres con el continente europeo son complicadas
(hay que atravesar los pirineos).
En contrapartida, España dispone de muchos kilómetros de costa, está bañada por tres mares
comunicados entre ellos y se encuentra próxima al continente africano.
España es un país mediterráneo, y esto ha sido una ventaja, ya que desde la Grecia clásica hasta
finales de la Edad Media, España ha podido participara en los intensos tráficos de mercancías y en
la circulación de ideas que se desarrollaron a través del Mediterráneo entre el Próximo Oriente, el
norte de África y la Europa Meridional. En esta época, las áreas más desarrolladas del planeta han
sido Galia, la Europa Meridional y China, gracias entre otras cosas al Mediterráneo.
El centro de gravedad de la economía europea se va a desplazar a partir del siglo XVI desde el
Mediterráneo al Atlántico, pero esto no tenía por que perjudicar a España, que va a participara en
las grandes expediciones marítimas a través de la costa africana y del Atlántico (Portugal y Castilla
fueron los protagonistas de estas expediciones).
Sevilla fue un importante núcleo mercantil, gracias en parte al oro procedente de África.
En la Edad Contemporánea, nuestra pertenencia a Europa ha ejercido una influencia favorable en
algunas coyunturas importantes: facilitó la reorganización del comercio exterior en nuestro país tras
la pérdida de las Colonias americanas en la década de 1820 (se perdieron todas las Colonias menos
Cuba y Puerto Rico).
España importó de América plata procedente sobre todo de Perú, Bolivia y México. Al perder el
Imperio, el comercio exterior de España con las Colonias se reduce drásticamente, ya que las
Colonias empezaron a abastecerse de los países más desarrollados, como Inglaterra. El comercio
colonial dentro del comercio exterior español representaba el 35%.
La pertenencia a Europa facilitó la integración de la economía española en Europa de la Revolución
Industrial a través de la importación de capital y tecnología, y de la exportación de productos
agrarios y minerales. Capital y tecnología es lo que necesita un país para modernizarse.
La pertenencia a Europa hizo posible que España se beneficiara del rápido desarrollo de las
economías de Europa Occidental tras la Segunda Guerra Mundial (años 50, 60 y principios de los
70), ya que hubo una importante corriente migratoria hacia esos países, proporcionándonos
remesas. Además, empezaron a llegar un número creciente de turistas, así como importaciones de
capital.
La pertenencia a Europa ha sido decisiva para que España pudiera ingresar en la CEE en 1985.
No formamos parte del corazón europeo, ni de la cruz de riqueza actual.

Últimamente está habiendo un desplazamiento de la riqueza hacia el este de Europa. Cada vez es
menos importante para el desarrollo la localización gracias al desarrollo de las tecnologías de la
información.
España es un país extenso, con forma poligonal compacta, y muy montañoso. (Es el tercero más
extenso, tras Rusia y Francia). Esto implica dificultad para el transporte interior, y para la formación
de un mercado nacional. De ahí que en España los mercados hayan estado compartimentados.

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España tiene forma de hexágono o poligonal ( 500.000 Km2: es tercero tras Rusia y Francia). La
distancia promedio de las localidades españolas al mar es bastante elevada. Muchos puntos están
separados por más de 200 Km al mar.

Otro problema es la disposición de las cordilleras, que dificultan la conexión entre la costa y el
interior. Otro de los problemas es que España apenas tiene ríos navegables (sólo los tramos finales
del Ebro y del Guadalquivir), por lo que el transporte interior deber ser terrestre. Esto es porque los
ríos españoles son poco caudalosos y además se secan en verano. A pesar de esto, el río
Guadalquivir alcanzó gran importancia en el siglo XVII, aunque la navegación no era fácil. Por ello,
a finales del siglo XVII se trasladó el comercio desde Sevilla a Cádiz.
En definitiva, el acceso al comercio marítimo resultaba complicado y caro para buena parte de los
territorios de nuestro país.
Sachs contempló los efectos del clima sobre la salud para tener en cuenta la influencia económica
de las enfermedades tropicales y, sobre todo, de la malaria en África. Ni Europa ni España han
padecido la permanente proliferación de agentes patógenos con consecuencias sobre la capacidad,
la pasividad existencial, los gastos sanitarios o el aislamiento del exterior. Las enfermedades
tropicales han tenido tanta importancia porque han sido endémicas.
Europa también ha padecido epidemias, pero casi siempre de carácter ocasional (peste, tifus).
Ha habido zonas especialmente áridas de España en las que las tasas de morbilidad y mortandad han
sido relativamente altas hasta fechas recientes debido al paludismo y a enfermedades
gastrointestinales. Al llover poco, aparecen aguas estancadas, muy propicias para el desarrollo de
determinados insectos que traen consigo enfermedades.

(Tasa de morbilidad número de enfermos con respecto al total de la población)

Otra variable de carácter geográfico es el impacto destructivo de las catástrofes naturales en el


capital social fijo. En este ámbito, Europa y España han tenido ventaja, ya que las catástrofes
naturales no han sido demasiado importantes (inundaciones, terremotos, maremotos, ciclones han
tenido efectos de mucho menor alcance que en otras zonas del planeta, como Asia, el sur de EEUU
y el Caribe…). En España la catástrofe natural más importante es la gota fría, pero los efectos
suelen ser locales, o, como mucho, regionales.
Con respecto a los recursos agrarios, España está mediocremente dotada de recursos agrarios,
tomando como referencia la Europa occidental. Los problemas radican en la pobreza de los suelos,
en el accidentado relieve, en el elevado grado de aridez y en la alta oscilación térmica. Los suelos
españoles en general son poco profundos y además están mal dotados de algunas sustancias
nutritivas claves, de modo que los rendimientos son bajos. Las cordilleras dificultan la penetración
hacia el interior de la influencia marítima, que suministra humedad y suaviza los contrastes
térmicos.
Otro problema es la elevada altitud de nuestro país (sólo el 11% de territorio español es inferior a
200 m, mientras que este porcentaje en Europa alcanza el 65%). El país más montañoso de Europa
es suiza, y después España.
En España, sólo el 55% del territorio nacional resulta apto para la labranza. (Las zonas muy
montañosas no son aptas para el cultivo). La altitud es un problema para la agricultura debido a que
los contrastes térmicos son más agudos. (Los contrastes térmicos restringen la gama posible de
cultivos).
En España, casi 2/3 de la superficie de nuestro país son consideradas áridas o muy áridas, debido a
la elevada evaporación. Por tanto, sin regadío resulta casi imposible el desarrollo agrícola, y esto es
un problema debido a las obras de regulación y distribución de recursos hídricos, que son costosas.
En definitiva, el clima y el relieve restringen la posible gama de cultivos.
España, como consecuencia, ha sido un país de densidad de población relativamente reducida.
Cuando hay mayor densidad económica se forman mercados más importantes, y esto es ventajoso.

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En esto, estamos en desventaja con respecto a otros países como Alemania, aunque puede ser
ventajoso en cuanto a que España es un país menos saturado, con más espacio.

En la España peninsular se distinguen 3 dominios ecológicos: La España Septentrional húmeda, la


España mediterránea interior y la España mediterránea litoral.

1. España Septentrional húmeda: incluye el norte y las montañas del interior del Pirineo (Galicia,
Asturias, Cantabria, País Vasco). Su clima se caracteriza por abundantes precipitaciones,
pequeña insolación y escasa variación térmica en zonas bajas. Este clima, el relieve y los
suelos propician el predominio de los aprovechamientos forestales y ganaderos y el cultivo
intensivo de las pocas zonas aptas para la labranza (situados en los estrechos valles). La
agricultura tiene poca importancia.
2. España Mediterránea Interior: la forman las dos Castillas, el Valle del Ebro y Extremadura.
Tiene un clima continentalizado, con fuerte aridez y agudas oscilaciones térmicas a lo largo del
año. Estos rasgos contribuyen a explicar por qué las actividades agrafias se han centrado en la
producción extensiva de cereales y en la ganadería extensiva o muy extensiva. Es un ganado
trashumante, que necesitan unos pastos de invierno y otros de verano.
3. España Mediterránea Litoral: incluye las provincias costeras andaluzas, Cataluña, Murcia y la
Comunidad Valencia. Tiene un clima mediterráneo, con oscilaciones térmicas mucho menos
acusadas que en la España interior. Esto posibilita una mayor variedad de cultivos (cítricos,
arroz, frutales,…). Muchos de estos cultivos han sido posibles gracias al regadío, y son
cultivos mucho más intensivos que los de la España interior (cultivo al tercio, al cuarto, al
quito, año y vez…) Con estos cultivos los rendimientos son mayores, hay al menos una
cosecha al año y la productividad es mayor. Estos cultivos no se podían dar en la España
interior debido al régimen hídrico. Este dominio ecológico alberga las zonas que alcanzaron un
mayor desarrollo agrario en nuestro país. Para poder desarrollar esos cultivos (que son bastante
mercantiles) es necesario que los mercados absorban los excedentes de esos cultivos en tales
áreas.

La acción humana transforma el medioambiente. La principal secuela de la acción humana en el


medioambiente de nuestro país en el último milenio es el proceso de desforestación. Esto ha
incrementado el grado de aridez de nuestro país, reduciéndose las precipitaciones.
En la época preindustrial, las principales fuentes energéticas eran los animales y el hombre (en la
agricultura), el agua, la madera y el viento (en la industria).
España estaba en desventaja con respecto al resto de países de la Europa Occidental en el ámbito
energético, por 3 motivos:

1. España estaba mal dotada de recursos hídricos (los molinos debían permanecer parados duran
el verano porque los ríos se secaban)
2. El bosque mediterráneo se degrada con rapidez, y esto afecta a la industria de la construcción,
y puesto que España tuvo que construir muchos barcos debido a las guerras, esto suponía un
problema.
3. En España para alimentar a una cabeza de ganado mayor, es preciso utilizar bastante más tierra
que en los países de la Europa húmeda (el coste de oportunidad de sustentar a una cabeza de
ganado mayor es mucho más elevado en España).

De esta manera, España ha tenido un déficit energético importante en la época preindustrial.


La primera fase de la Revolución Industrial fue muy intensiva en carbón mineral, que se emplea en
las máquinas de vapor y en el sector metalúrgico. España estaba mal posicionado porque los
recursos carboníferos españoles son escasos y de mala calidad. Quizá a España la habría convenido
carecer de carbón mineral, para poder importarlo y usar carbón más barato y de mejor calidad que el
que poseía España.
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(UNOSA: ha sido una empresa carbonífera pública que ha tenido que ser ayudada con grandes
cantidades de subvenciones para mantenerse)

Tras la era del carbón mineral, llegó la era de la electricidad. La electricidad comienza a usarse para
la iluminación en la década de 1870, pero había problemas para utilizarla en la industria, has que a
finales del siglo XIX se descubre una manera de no perder fluido eléctrico en el transporte: la alta
tensión.

Había dos tipos de centrales eléctricas:


− Termoeléctricas
− Nucleares
España estaba mejor dotada, pero no mucho.
El petróleo es importante para los motores de combustión, y en este terreno España no tiene
petróleo, pero muchos otros países desarrollados tampoco.
Esta nueva era se ajusta mejor a las exigencias de energía de la propia industria española.
España podría conseguir una mejor posición energética si se la diese un uso eficiente a la energía
(por ejemplo, utilizando más energía solar).
Con respecto a los recursos minerales, España ha estado bien dotada de otros minerales. Fue una
potencia pionera en la época romana (fueron muy importantes La Médulas, minas de oro situadas en
León y en la monarca de El Bierzo). España en la Baja Edad Media y en la Edad Moderna exportó
importantes cantidades de hierro y mercurio (el mineral de hierro estaba en el País Vasco y el
mercurio en Ciudad Real). El mineral de mercurio se utilizaba en el proceso de amalgamación de la
plata, y se exportaba a Perú y Nueva España.
España también estaba bien dotada del mineral de cobre, de plomo y de zinc (el cobre se encontraba
en Río tinto en Huelva; el plomo se encontraba en Almería, Granada, Murcia, Jaén, Córdoba,…).
La mayor parte de estos yacimientos no fueron explotados hasta la segunda mitad del siglo XIX, ya
que para explotar a gran escala los grandes yacimientos mineros se requería disponer de una
elevada suma de capital, conocimiento técnicos y de un marco institucional propicio, cuando
España se convirtió en una gran potencia minera. Esta situación no duró mucho tiempo. En
vísperas de la Primera Guerra Mundial la mayor parte de nuestros yacimientos mineros habían
dejado de ser competitivos o se agotaron.
La naturaleza no ha sido generosa con España en lo que concierne a la dotación de recursos
energéticos y agrarios.
En contrapartida, España ha sacado provecho de su ubicación entre el Mediterráneo y el Atlántico y
de su proximidad a la costa africana (ha obtenido rentas de situación). Tenía importancia desde un
punto de vista económico, político, etc ya que exportaban esclavos, especias y oro.
Globalmente, los factores geográficos han ocasionado más rémoras que estímulos al crecimiento
económico, pero la influencia de la geográfica ha variado con el tiempo de acuerdo a diversos
factores, entre los que cabe destacar la tecnología.
Las primeras civilizaciones grandes surgen en los valles de los ríos. El nivel de desarrollo
tecnológico era muy bajo, pero los mayores rendimientos se obtienen en esas zonas. Cuando tiene
lugar el desarrollo tecnológico, el escenario ideal para obtener rendimientos no es ese (son zonas
muy estrechas).

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EVOLUCIÓN DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA
(SIGLOS XI-XV)

En el siglo XI, el grado de integración entre los distintos reinos hispano-cristianos era muy bajo.
En esta etapa, las trayectorias económicas y demográficas de los reinos hispano-cristianos fueron
similares a las de los restantes territorios de la Europa Occidental.
Hay 3 grandes fases:
1. Expansión entre los siglos XI y XIII.
2. Crisis debido a la peste negra en el siglo XIV
3. Recuperación en el siglo XV.
No obstante, las evoluciones de las sociedades de los reinos hispano-cristianos tuvieron ciertas
peculiaridades, marcadas por la reconquista y colonización. El binomio expansión territorial
colonización impregno intensamente la evolución de las economías hispano-cristianas. Los reinos
Cristianos asentados en el norte conquistaron y repoblaron más de 2/3 de la Península Ibérica. En
este contexto, las formas de colonización influyeron decisivamente en el poblamiento, en la
ocupación social del espacio, en los paisajes agrarios y en la urbanización. La expansión territorial
no fue acompañada de un fuerte crecimiento demográfico ya que la colonización no atrajo una
intensa corriente inmigratoria de larga distancia. En la Península Ibérica, los territorios del sur del
Duero fueron poblados con colonos procedentes de las zonas septentrionales, donde había
excedentes relativamente modestos, de manera que había una aguda escasez de colonizadores.
Por otro lado, la convivencia entre hispano-musulmanes e hispano-cristianos fue difícil, de modo
que no siempre se pudo retener a la mayoría de la población de los territorios sometidos por los
hispano-cristianos.
En el siglo XIII la colonización ya mostraba signos de debilidad al sur del Tajo y no cuajó
definitivamente en la baja Andalucía.
En el sur del Reino de Valencia, la falta de colonizadores indujo a los monarcas a mantener a la
población musulmana.
Entre finales del siglo XII y principios del siglo XV, hay dificultades de poblamiento.
Hacía el año 1000, España tenía 3,5 millones de habitantes.
Hacia 1300, la población es de 5,1 millones y en 1400 lo población se reduce hasta 4,8 millones.
En 1500, la población con respecto a Europa era baja durante toda esta etapa.
El débil poblamiento favoreció el desarrollo de la ganadería bovina en extensos territorios de la
Corona de Castilla. Esa opción productiva se reforzó a raíz de la crisis demográfica del siglo XIV y
más tarde, a raíz del incremento de las exportaciones de lana fina a Italia y sobre todo a Flandes (en
Italia y Flandes estaban los grandes centros pañeros europeos, que traían la lana de Inglaterra. Pero
Inglaterra deja de exportar y Castilla cubre su hueco). Este será un comercio muy importante para
Castilla hasta el siglo XIX.
Va a surgir una institución muy importante: La Mesta, una especie de gremio de las producciones
de lana fina. Para que el negocio de lana funcionara bien, se necesitaban vías de trashumancia
expeditas (las cañadas tenían que ser anchas). También es importante que haya pastos baratos, pero
relativamente seguros.
Pese a la debilidad demográfica, ya antes del siglo XIV la urbanización había arraigado en el
camino de Santiago, en la Meseta y en los valles del Ebro y del Guadalquivir. Se distinguen las
urbes de los núcleos rurales por el tamaño y, sobre todo, por las actividades económicas.
En los valles del Ebro y del Guadalquivir, los reinos hispano-cristianos heredaron las ciudades
andalusíes.
Los mercaderes castellanos conectaron desde los puertos Cantábricos con los tráficos del litoral
atlántico francés y del canal de la Mancha y desde la costa meridional atlántica restablecieron
algunos circuitos comerciales andalusíes con el Norte de África.

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Por su parte, Barcelona protagonizó una importante expansión comercial en el Mediterráneo que
alcanzó su zénit entre 1280 y 1350. Los comerciantes barceloneses establecieron factorías en el
Mediterráneo Occidental y Oriental.
La corona de Aragón se anexiono Sicilia en 1282 y Cerdeña en 1326. Barcelona llegó a controlar
una parte significativa del comercio de redistribución de productos Africanos y Orientales Europa.
Ese comercio había estado antes en manos de italianos.
Las sociedades medievales estaban divididas en estamentos:

La nobleza y el clero disfrutan de diversos privilegios (fiscales, militares, jurisdiccionales,…)


Dentro de cada estamento existían grandes diferencias económicas. A finales del siglo XVIII había
en España unos 400.000 nobles y unos 185.000 eclesiásticos. Los miembros de los estamentos
privilegiados suponían tan solo el 5,5 % de la población. En esa misma fecha, los auténticamente
pudientes suponían en torno al 3% de la población Española.
Los miembros del estado llano que se enriquecieron solían adquirir títulos nobiliarios. Esto fue así
debido a la enajenación de títulos nobiliarios por parte de la monarquía.
Hacia 1750 la nobleza y el clero poseían entre el 60 y el 75% de las tierras productivas de la corona
de Castilla (el grado de concentración de la propiedad territorial rústica era elevado). De ese
porcentaje el clero poseía el 15%. Además de estas tierras, el clero tenía otra fuente de financiación:
el diezmo, que era el 10% de la producción agraria, y casi el 40% del producto neto. El obispo y los
cabildos se llevaban los mayores porcentajes del diezmo.
En la corona de Aragón el grado de concentración de la propiedad territorial no era tan alto.
El clero y la nobleza intentaban conservar sus propiedades, intentaban evitar la fragmentación de
sus propiedades territoriales. En este aspecto, el clero estaba en ventaja porque la mayor parte de
sus propiedades pertenecían a instituciones y no a particulares. Por ello, los patrimonios de la
iglesia no se fragmentaban con el paso de las generaciones. En cambio los de la nobleza si se
fragmentaban con las dotes y las herencias.
El clero y la nobleza desarrollaron eficaces armas jurídicas para evitar la fragmentación de sus
patrimonios:
1. Amortización eclesiástica (el clero)
2. Mayorazgo (la nobleza)
La amortización eclesiástica entrañaba en teoría que los bienes adquiridos por la iglesia no podían
ser vendidos. En la práctica, no supuso la imposibilidad total de enajenar los bienes adquiridos, si
no un útil instrumento para evitar la fragmentación de los bienes del clero, de modo que funcionaba
de manera rígida cuando al clero le convenía.
El mayorazgo entrañaba la vinculación de un conjunto de bienes a una persona física, quien
careciera de facultades para enajenarlas en vida ni para dividirlo por testamento al tiempo de su
muerte. En teoría, también los bienes concejiles estaban amortizados. En suma, el clero y la nobleza
poseían más del 50% de la propiedad territorial de la Corona de Castilla y además podían hacer uso
de mecanismos jurídicos que dificultaban la fragmentación y la enajenación de esos territorios.

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El mercado de tierras por tanto era estrecho por lo anteriormente dicho, y por tanto el precio de los
labrantíos solía ser bastante elevado. Esa situación dificultaba la asignación de los recursos y el
ascenso económico de la burguesía rural.
La estructura de la propiedad territorial variaba notablemente de unas regiones a otras. Los mayores
índices de concentración se daban en Andalucía Occidental y Extremadura. En los siglos XVI y
XVII hubo cambios importantes en la asignación de la propiedad territorial: en Andalucía, las
pequeñas y medianas propiedades campesinas perdieron importancia.
En 1797, el 53% de los núcleos de población españoles eran señoríos. La jurisdicción real era sólo
claramente predominante en las ciudades. En sus correspondientes jurisdicciones, los señores
nombraban a los cargos municipales, asignaban justicia, percibían determinados derechos y
disfrutaban de ciertos monopolios (caza, pesca, molinos, hornos,…). Los ingresos jurisdiccionales
solían ser relativamente pequeños, pero las prerrogativas señoriales contribuían a consolidar la
privilegiada posición política de sus titulares, de modo que es un instrumento político muy
importante.
A partir del siglo XV, un porcentaje significativo de las rentas públicas fue enajenado por la
Hacienda a favor de la nobleza (Les tenían que dar algo a cambio de su apoyo). De ese modo, los
impuestos pagados por muchas vías y lugares pasaron a las arcas señoriales, convirtiéndose en una
importante fuente de ingresos para el sector de la nobleza. Por tanto, la corona tiene que
incrementar la presión fiscal para poder mantener el nivel de ingresos, lo cual afectó negativamente
a los pecheros.
El siglo XV fue un periodo de recuperación económica y demográfica para casi todos los territorios
peninsulares. No obstante, las economías de los reinos peninsulares evolucionaron de manera
diferente en la segunda mitad del siglo XV. Los contrastes más agudos los registraron Castilla y
Cataluña. Castilla registró una temprana recuperación primero y un crecimiento acelerado después,
mientras que Cataluña fue escenario de una prolongada Guerra Civil que agravo un declive
económico que se había iniciado con anterioridad. Los datos demográficos revelan esos contrastes
económicos.

Castilla Cataluña
1400  3 millones 1378  78104
1480  4,3 millones fuegos
1497 60570
fuegos

En el siglo XV creció más la población urbana que la rural. Las mayores ciudades se localizaban en
Andalucía. En las dos Castillas también había ciudades importantes, y además se formó una de las
redes urbanas más importantes de la Europa de finales de la Edad Media, lo que indica un aumento
del excedente en las zonas circundantes debido a un aumento de la productividad agraria y, por
tanto, un aumento del crecimiento económico.
En términos relativos, las ciudades españolas tenían una actividad agraria mayor que en las
ciudades del resto de Europa. Además, se desarrollaron las agrovillas, formadas por productores y
jornaleros.
En las postrimerías de la Edad Media, la Corona de Castilla era el territorio español más
densamente poblado y urbanizado, y ello respondía a que era también el área peninsular de mayor
riqueza y renta. Esto explica por qué la Corona de Castilla fue durante mucho tiempo el principal
sostén financiero y militar de la monarquía hispánica.

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El rápido crecimiento castellano del siglo XV se basó en los bueno resultados agrarios obtenidos, y
éstos fueron posibles gracias a la abundancia de labrantíos y pastizales. En Castilla, la densidad de
población era baja a comienzos del siglo XV, ya que la colonización había sido débil en buena parte
del territorio castellano. La relativa abundancia de recursos agrarios posibilitó que un elevado
porcentaje de campesinos explotase fundamentalmente tierras de su propiedad o tierras concejiles,
que las rentas territoriales fuesen moderadas y que los productores agrarios no tuviesen graves
dificultades para sustentar a sus yuntas y a sus pequeños rebaños de ovejas y cabras, y que resultase
compatible la expansión de las actividades agrícolas y de las pecuarias. Por otro lado, esta relativa
abundancia fue acompañada de una baja presión fiscal, y todo ello favoreció que bastantes
explotaciones campesinas obtuviesen excedentes de cierto relieve, de modo que el crecimiento
agrario propició, cuando menos, el desarrollo urbano. A su vez, el desarrollo urbano alentó la
mercantilización de las cosechas y de los esquilmos que favoreció el desarrollo de una capa de
campesinos y ganaderos.
En la España del siglo XV, el cultivo de cereales (sobre todo el trigo) era el más importante (a ellos
se destinaba el 60, 70% del terrazgo). El viñedo constituía el segundo cultivo de carácter
esencialmente mercantil. La expansión del viñedo estuvo alentada por el crecimiento urbano y por
el pequeño incremento de la renta por habitante. El tercer cultivo en abundancia era el olivar,
concentrados en Andalucía y concretamente en la comarca del Aljaraz. Con respecto a la ganadería,
tanto la estante como la trashumante se expandieron. Las explotaciones trashumantes se
beneficiaron de la exportación de lana fina (sobre todo a Flandes) y del apoyo de los Reye Católicos
a la Mesta. Confirmaron el derecho de posesión de ganado trashumante (se desplaza en busca de
pastos invernales y luego en busca de pastos estivales).
El derecho de posesión: se puede pastar siempre en esas tierras a no ser que:
− No pagase la renta correspondiente.
− Que el dueño pudiese demostrar que necesitaba esas tierras.
El sector agrario era con gran diferencia el más importante.

Trashumante:
1400 1,5 millones de
cabezas
1500 2,7 millones de
cabezas

En Castilla, el desarrollo manufacturero fue relativamente escaso. Catilla nunca va a destacar por
sus manufacturas. No obstante, a partir de 1430 aumentó notablemente la producción de paños de
calidades medias e inferiores destinados básicamente al mercado interior. En cambio, Castilla
importaba gran cantidad de paños flamencos e ingleses (A finales del siglo XV entraban anualmente
unos 20.000 piezas de paños extranjeros). Durante mucho tiempo, los costes de transporte limitaron
el comercio terrestre. En Valencia y en Mallorca, las manufacturas estaban más desarrolladas que
en Castilla. En Valencia destacaban las armas, el papel, los tejidos de seda, la cerámica, las
manufacturas de cuero… En Mallorca destacaban los textiles de calidad media, el vidrio, el jabón, y
las manufacturas de cuero. En Navarra y Aragón, las manufacturas estaban muy poco desarrolladas.
En cambio, en Cataluña las actividades industriales sí habían alcanzado en el pasado un notable
esplendor gracias al desarrollo marítimo y comercial del Principado. Cataluña había contado con
una importante minería del hierro, con una metalurgia avanzada y una industria lanera importante.
Las instalaciones de fundición eran las “fargas”, que fueron destruidas en gran parte durante la

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Guerra Civil Catalana (1462), lo que arruinó a la industria lanera. La posterior recuperación no fue
suficiente para que la industria catalana recuperase la posición que tenía antes de 1462.
Las actividades comerciales se expandieron en el siglo XV. La organización del comercio difería de
unos reinos a otros. No obstante, el comercio de carácter local y comarcal se desarrollaba en todas
partes en pequeños mercados semanales. En Castilla, las ferias vivieron un periodo de esplendor en
el siglo XV (se celebraban pocas veces al año, tenían productos de otras regiones y países). Las
ferias más importantes de Castilla eran las de Medina del Campo: Inicialmente eran ferias de
mercancías, pero acabaron convirtiéndose en ferias de pagos (de carácter financiero). En esas ferias
se pagaban, se renovaban prestamos y letras y se realizaban otro tipo de operaciones financieras. Su
periodo de esplendor fue entre 1450 y 1560.
A partir del reinado de Carlos I, el principal agente de esas ferias fue la Monarquía (Las guerras se
financiaron con préstamos de banqueros extranjeros, y esta financiación se llevaba a cabo en
Medina del Campo). Para poder pagar, la Monarquía esperaba a las flotas procedentes de América.
A partir de 1560 la monarquía tuvo problemas de pago, de modo que hubo que prorrogar las ferias,
entrando éstas en su etapa de declive. En la Corona de Aragón, las ferias tuvieron menos
importancia. Las casas Mercantiles disponían de sucursales y corresponsales fijos en los principales
mercados. Las lonjas constituían el lugar donde se realizaba una parte considerable de las grandes
transacciones. En Aragón exportaba alimentos y materias primas e importaba manufacturas.
Comerciaba sobre todo con Cataluña y el sur de Francia. La Guerra Civil Catalana ocasiono una
profunda recesión en el comercio del Principado. Este comercio se recupero a partir de 1492
(sentencia de Guadalupe, que pone fin a la Guerra Civil de Cataluña), pero esta recuperación fue
incompleta. Pese a todo, Barcelona no perdió completamente sus vínculos con diversas áreas
mediterráneas, sobre todo con Sicilia, Cerdeña y Nápoles.
En el siglo XV, Valencia se convirtió en un importante centro de redistribución y reexportación de
mercancías, debido en parte al declive de Barcelona. Allí se establecieron colonias de mercaderes
venecianos, catalanes, lombardos, castellanos, aragoneses, genoveses, toscanos y alemanes.
En cambio, el desarrollo de la burguesía comercial autóctona fue escaso.
El comercio exterior castellano creció notablemente en el siglo XV. Se efectuaba principalmente en
el Golfo de Vizcaya y el Mar del Norte (hacia la Europa Noroccidental); la Costa Atlántica
norteafricana; y el Mediterráneo Occidental. La actividad mercantil en el Golfo de Vizcaya y el Mar
del Norte estaba en manos de los navieros cantábricos y sobre todo los comerciantes burgaleses.
Anualmente, a finales del siglo XV, los barcos castellanos participaban en los intercambios con el
Mar del Norte. El mercado más importante para estos mercaderes era Flandes, Inglaterra y Francia.
Castilla exportaba sobre todo lana, hierro y también pescado, vino, cueros, aceite, miel, cera, frutos
secos, productos tintóreos y mercurio; e importaba textiles, objetos de metal y vidrio, cobre, plomo,
estaño y obras de arte.
Por consiguiente, Castilla era importadora neta de manufacturas y exportadora de materias primas,
lo que deja ver el escaso grado de desarrollo de la industria manufacturera Castellana.
Los comerciantes burgaleses también participaban en el comercio de intermediación de diversas
mercancías: el oro y las especias africanas, el azúcar de Madeira y Canarias, los vinos de Burdeos y
el pastel de la zona de Touluse. Ese activo papel no lo habrían podido alcanzar si no hubiesen
dispuesto de una gran organización mercantil y de una notable capacidad financiera.
En el siglo XV, Burgos se convirtió en una de las principales aseguradoras de Europa (se aseguraba
el transporte marítimo). Este papel atestigua el peso de los comerciantes burgaleses en el comercio
internacional. Estos comerciantes, desde mediados del siglo XV, también aumentaron sus
actividades en las ciudades Mediterráneas sobre todo Toscanas.
España exportaba a Italia lana, grana, azúcar y pimienta; e importaba básicamente productos de
lujo.
En la segunda mitad del siglo XV se produjeron cambios en el comercio europeo. En 1453, los
turcos tomaron Constantinopla, y a partir de entonces dominaron la navegación en el Mediterráneo
Oriental, por lo que los comerciantes Italianos tuvieron que desarrollar otras vías: Incrementaron
sus actividades en el Mediterráneo Occidental.
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En este siglo aumentaron notablemente los intercambios entre África negra y la costa atlántica
norteafricana, a la que estaba llegando oro, aceite, especias (productos en los que los europeos
estaban interesados). Resultaba lógico que los puertos de la Andalucía atlántica empezasen a ser
sedes de agentes comerciales, a almacenar numerosas mercancías, a albergar talleres de reparación
de barcos, y a asumir tareas de redistribución de productos (hay factores exógenos que favorecen el
desarrollo comercial de la baja Andalucía, pero también hay factores endógenos.
En la segunda mitad del XV, la expansión mercantil de Andalucía Atlántica también fue fruto del
florecimiento demográfico y económico. En la cuenca del Guadalquivir se estaban obteniendo
excedentes de trigo, aceite, vino, pescado,…
A principios del siglo XVI, las entradas de oro se estimaban en más de 200.000 ducados anuales.
Sevilla tenía la principal arca de España.
Buena parte del comercio andaluz estaba en manos de extranjeros. Especialmente importante era la
colonia de mercaderes genoveses, que participaba activamente en los intercambios con África y se
interesaron por las empresas atlánticas de castellanos y portugueses.
El primer tribunal inquisitorial se estableció en Sevilla. Muchas de las víctimas eran miembros de la
burguesía sevillana, por lo que el peso de los comerciantes extranjeros aumentó.
Esto contribuye a explicar la participación de Andalucía en el descubrimiento de América. Hacia
1492, era una de las áreas de mayor dinamismo comercial del planeta. La gran acumulación de
actividades técnicas y experiencias comerciales y marítimas explica que Andalucía sirviese de
plataforma a la empresa colombiana y, sobre todo, que estuviese en condiciones de sacar provecho
de las nuevas rutas comerciales abiertas por los grandes descubrimientos geográficos.
En este ámbito, es importante el desarrollo marítimo (la carabela fue vital, y éstas eran construidas
por navieros andaluces y portugueses). La carabela permitía navegar a mayor velocidad.
En el transcurso del siglo XV, la fiscalidad en los reinos peninsulares tendió a basarse cada vez más
en los tributos sobre el tráfico y comercio de mercancías.
En Castilla, las alcabalas se convirtieron en la principal figura tributaria (70%, 80% de los
ingresos). Grababan la circulación de mercancías. Tras ellas estaban las rentas de aduanas (10-12 %
de los ingresos). Después se situaba el servicio y montazgo, pagado por los dueños de los rebaños
trashumantes (5% de los ingresos). Por último, estaban las rentas sobre el consumo de sal (3% de
los ingresos).
En la época de los Reyes Católicos, muchos tributos, especialmente las alcabalas, se encabezaron
(encabezamientos: acuerdos entre la Monarquía y los municipios: La Monarquía no cobraba ciertos
tributos y los municipios se comprometían a pagar una cantidad anual). Para la Monarquía, esto
supone poder endeudarse (al contar con un ingreso fijo) y reducir los costes de recaudación. Por el
contra, se perderá dinero si hay crecimiento económico y si hay inflación.
Para los municipios, suponía una ventaja si había crecimiento económico o si había inflación;
podían diseñar el sistema fiscal y de recaudación de acuerdo a sus intereses. Las decisiones en estos
pequeños municipios se tomaban por todos los vecinos, reunidos en concejo.
Al crecer los municipios, este sistema desaparece, y son los concejos y alcaldes quienes deciden.
Para recaudar el dinero para hacer frente a los pagos a la monarquía, se podían poner impuestos al
consumo; repartir determinada cantidad de dinero entre los vecinos (derramas municipales) a partes
iguales, o de acuerdo a la riqueza de cada vecino; o privatizar el usufructo de una parte de los bienes
concejiles ( los municipios eran dueños de unas tierras, que inicialmente eran aprovechamiento
vecinal gratuito, pero cuando hay necesidades financieras se arriendan parte de esos bienes
concejiles). En las ciudades y las villas se usó el método de impuestos indirectos, y los municipios
pequeños acudieron al sistema de derramas.

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SIGLO XVI

El siglo XVI fue un periodo de crecimiento económico en España y en Europa, pero la prosperidad
no se prolongó durante toda la centuria: el primer tercio y las últimas décadas fueron épocas de
dificultades económicas para no pocas regiones.

TASA MEDIA ANUAL


ACUMULATIVA DE CRECIMIENTO
(1500-1600)

1500  5,5 Millones de


habitantes

1550  6 Millones de habitantes

1600  8 Millones de habitantes.

En casi todas las regiones, el crecimiento demográfico se prolongó hasta 1570. A partir de
1570, en algunas regiones siguió el crecimiento demográfico, pero en otras no. En las Castillas,
donde la recuperación demográfica del siglo XV se había iniciado en fechas tempranas, la
expansión terminó en 1580. En Aragón, la población creció hasta fechas posteriores. En Valencia y
Cataluña, el alza de la población se prolongo hasta los primeros años del siglo XVII.
En el siglo XVI, en España el crecimiento de la población se debió al alza de la tasa de natalidad.
La mortalidad continuo siendo elevado (régimen demográfico antiguo). Había crisis de mortalidad,
que absorbían buena parte y a veces la totalidad de los excedentes de los años “normales”.
En el siglo XVI no faltaron las crisis de mortalidad, bien por epidemias, bien por escasez de
alimentos o bien por una combinación de ambos factores. La crisis de mortalidad más importante en
España fue la peste atlántica, entre 1596 y 1602. Fallecieron unas 500.000 personas. Creció algo
más la población urbana que la rural (el peso relativo de las ciudades aumentó en la España del
XVI). La población urbana suponía menos del 20% de la población total.
En el siglo XVI la producción agraria logró aumentar, aunque comienza a caer en la década de
1580.
En las económicas preindustriales, el crecimiento del PIB per cápita en el largo plazo es muy lento.
Son economías muy volátiles, con intensas fluctuaciones interanuales. No era fácil la formación, de
reservas para enfrentarse a esas fluctuaciones. Los jornaleros, como consecuencia, también sufrían
bruscas fluctuaciones.
La producción agraria aumenta por el aumento demográfico, y por factores mercantiles, ya que los
precios relativos tendieron a evolucionar de manera favorable para los oferentes de cereales
panificables. Hay un factor que estimula el alza de la producción agraria en las zonas próximas a
Sevilla y a Cádiz: el comercio con América. El predominio de los cereales panificables en la
estructura de cultivos tiende a aumentar. No obstante, en el siglo XVI aumentó la producción de
aceite, vino… Es posible que la renta por habitante aumentara al menos hasta 1560.

12
El aumento del producto agrario se consigue mediante el aumento de factores de producción (sobre
todo tierra), es decir, mediante un crecimiento expansivo. Para ello, hubo que roturar tierras. Por
tanto, el área de bosques y pastos permanentes disminuye. Los rendimientos agrícolas descendieron,
debido a la extensión de cultivos (la calidad media de los terrenos labrados disminuye), Junto a las
ciudades se desarrollan cultivos intensivos. En esta época hay pocas innovaciones técnicas. La
capacidad de crecimiento se fue agotando, y tendió a hacerse más lento (ya no quedaban muchas
tierras de buena calidad). Hay que tener en cuenta un factor importante: el clima, que explica
algunos momentos de prosperidad (1571-1577).
Los balances de las explotaciones trashumantes tendieron a empeorar a partir de 1550 por dos
razones básicamente: el descenso de las exportaciones de lana fina a Flandes, y por la reducción de
la superficie de pastos permanente, que hizo aumentar los costes de esas explotaciones.
En general, las actividades pecuarias se vieron perjudicadas por los intensos rompimientos.
Además, los campesinos tuvieron dificultades para mantener a sus yuntas y a sus hatos, debido a la
privatización del usufructo de una parte de los terrenos concejiles (los municipios tuvieron
problemas financieros).
La situación de las economías campesinas tendió a empeorar en el siglo XVI debido a la reducción
de su tamaño medio, a las crecientes dificultades para mantener el ganado de labor y al ganado
auxiliar de labranza, y al aumento de la presión fiscal (a partir de 1570); y a que los campesinos
tuvieran que pagar rentas territoriales cada vez más altas, hasta el punto de que estas rentas
representaban hasta el 30% del producto bruto (las economías campesinas eran casi inviables).
Los excedentes de las economías campesinas se reducen, por tanto, notablemente.
Los que se beneficiaron de esta situación fueron los grandes propietarios territoriales y los
perceptores de diezmos.
Por tanto, en el siglo XVI, la participación en la renta nacional de los grandes propietarios
territoriales creció a costa de la de arrendatarios, pequeños propietarios y asalariados.
También hubo una expansión manufacturera en el siglo XVI, y la clave fue el tirón de la demanda.
España siguió sin destacar en este ámbito, no hubo grandes innovaciones técnicas en las
manufacturas de esta centuria. Los mayores centros textiles eran Córdoba, Segovia y Cuenca. La
situación de la industria comienza a deteriorarse en las décadas finales del siglo XVI. En esos
momentos, el contexto económico tendió a ser menos favorable para estas actividades, debido a la
creciente competencia de las manufacturas extranjeras, a que los precios relativos estaban
evolucionando de manera desfavorable para los productores de manufacturas, a que el gasto de las
familias tendía a concentrarse en los artículos alimenticios de primera necesidad, sobre todo el trigo
y el pan, y a que se estaba produciendo una creciente corriente de capitales desde la industria hacia
la compara de tierras (al empeorar la situación, los agentes económicos dejan de invertir en activos
de riesgo para invertir en activos seguros, como es el caso de la tierra).
La producción manufacturera primero se estanca y después comienza el declive.
En el siglo XVI hubo un crecimiento del comercio, sobre todo del exterior. Hubo una revitalización
del comercio intraeuropeo debido a la revitalización de los circuitos transoceánicos. En el siglo XVI
se registró un primer embrión de economía mundial: los descubrimientos geográficos. Los
españoles llegan a las Filipinas, donde se encuentran los portugueses. Varios galones conectaban a
Nueva España con Filipinas. España tuvo un cometido importante en este primer embrión de
economía mundial, movilizaron los metales americanos, trayéndolos a Europa, pero una parte acabó
en Asia porque Europa necesitó la plata americana para financiar el déficit comercial con Asia. El
comercio entre América y Europa aumentó especialmente entre 1511-1515 y 1606-1610 (se
multiplico por 15). Por aquel entonces, los tráficos transoceánicos eran relativamente reducidos. Por
ejemplo el comercio hispano-francés e hispano-inglés se desplazaron hacia los puntos andaluces, al
menos en parte. Los mercaderes de la Europa nororiental iban a Sevilla en busca de azúcar,
colorantes, maderas preciosas, cueros, productos de farmacopea y, sobre todo, metales preciosos. El
comercio entre Castilla y la Europa noroccidental comenzó a tener dificultades en el siglo XVI:
concretamente el comercio con Flandes, que empieza a resquebrajarse hacia 1550, debido a la

13
decadencia de los centros pañeros flamencos que se abastecían de lana castellana, a las guerras con
Francia, y al aumento de los derechos de exportación de los productos castellanos (sobre todo lana).
A raíz de la rebelión de los Países Bajos, el comercio con Flandes se hundió, y los mercaderes
castellanos intentaron buscar otros tráficos, por ejemplo impulsando el comercio con Italia.
Otro problema importante para el comercio castellano a partir de 1560 fue la concesión de licencias
de saca de metales preciosos a comerciantes y banqueros extranjeros por parte de la Monarquía.
Esto se dio entonces porque la situación financiera de la Monarquía se ha deteriorado, su capacidad
negociadora es cada vez menor. Esto supone un perjuicio para las actividades exportadoras
castellanas.
En el siglo XVI España importo de América gran cantidad de metales preciosos. No obstante, el
stock monetario aumentó considerablemente, a pesar de las exportaciones de metales a Europa. En
este siglo, aumentó la oferta monetaria. Los precios aumentaron debido a factores monetarios (en
torno al 1,5%). Esta tasa fue considerada por los bancos centrales como estabilidad monetaria. Sin
embargo, los contemporáneos hablaron de la revolución de los precios, ya que los precios nunca
habían crecido tanto (las grandes inflaciones se han producido en el siglo XX).
Este es un siglo de reforzamiento de las monarquías absolutas, que asumen más funciones
administrativas y militares, lo que hará crecer enormemente los gastos públicos. En España, los
Austrias de este siglo intentaron mantener la hegemonía política en Europa (Italia, Alemania), y
mantener la política religiosa. El resultado fueron conflictos bélicos de gran coste. Los ingresos
públicos eran claramente insuficientes para financiar ese alto coste público, de modo que la
Monarquía hispánica tuvo que acudir al crédito sobre todo para abastecer y pagar a los ejércitos
estacionados en Europa. Estos asientos consistían en préstamos reembolsables con la plata
americana o con las recaudaciones de los tributos.
El tipo de interés de estos préstamos aumentó mucho a medida que se fue deteriorando la situación
financiera de la monarquía (El riesgo de no poder pagar aumentaba y por eso aumentó el tipo de
interés). Esta deuda a corto plazo resultó insuficiente, por lo que la Monarquía también tuvo que
acudir a la deuda a largo plazo (juros). Los juros devengaban unos interese en torno al 7% pero la
Monarquía pronto tuvo problemas para hacer frente a estos pagos. Cada juro tenía una renta pública
con la que se iba a pagar. El problema fue que en 1559, los interese a abonar por juro ya superaban
lo recaudado a través de las rentas ordinaras de la Corona.
La casa de Austria intentó alcanzar y mantener la economía y política interior. Ni siquiera todas las
rentas ordinarias de la Monarquía eran suficientes para hacer frente a las deudas. La situación
financiera de la Monarquía se fue deteriorando. El déficit presupuestario fue crónico y no pudo
atender a sus compromisos financieros, especialmente al pago de préstamos concedidos por
banqueros extranjeros. Se produjeron bancarrotas en 1557,1575 y 1596. En esos años se
suspendieron los pagos de los asientos y se obligó a los prestamistas a aceptar juros. Por tanto, la
deuda a corto plazo se convertía en deuda consolidada, a largo plazo. En ocasiones la Monarquía
redujo los intereses de determinados activos de sus acreedores. Los prestamistas exigían tipos de
interés más altos y mayores garantías de devolución de sus préstamos, de modo que los costes
financieros se incrementaban. Aún así, seguían prestando porque la Monarquía seguía siendo
rentable.
La Monarquía no tuvo más remedio que incrementar la presión fiscal sobre la mayor parte de los
productores y consumidores castellanos para contener el crecimiento del déficit presupuestario y
para poder emitir más títulos de la deuda pública.
Hasta 1570 no hubo un aumento significativo de la presión fiscal en la corona de Castilla. En la
década de 1570 se incrementaron los encabezamientos de alcabalas y tercias. Hubo protestas. De
nuevo se produce un aumento de la presión fiscal en 1590, con la creación del Servicio de Millones
(1591). España necesita barcos de guerra y el servicio de Millones se establece para financiar la
reconstrucción de la marina de guerra. Inicialmente se concibió como un impuesto directo, pero la
Monarquía dio autonomía a los municipios para que recaudaran este impuesto de acuerdo a los
procedimientos que consideraban oportunos.

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La Monarquía no estaba capacitada para mover tal cantidad de recursos, y por eso a las oligarquías
locales se le otorgaba mayor margen de control sobre la economía y el sistema fiscal. Las
oligarquías locales impondrán gravámenes sobre el consumo de alimentos básicos, excluyendo el
trigo y el pan.
Entre las rentas americanas, la más importante era el llamado quinto, que gravaba los metales
preciosos con destino a particulares que llegaban a Sevilla (La Monarquía se quedaba con el 20%).
Las rentas americanas no llegaron a representar más del 25% del total de ingresos de la Hacienda
Real.
En el siglo XVI, en términos nominales, los ingresos públicos se multiplicaron por 13. Pese a ello,
el desequilibrio financiero de la monarquía no dejó de aumentar. Conviene tener en cuenta que la
presión fiscal no aumentó en la misma medida en todos los reinos: en la Corona de Castilla la
presión fiscal fue bastante mayor que en el resto de los reinos.
La política imperial acabó teniendo efectos nocivos sobre la economía castellana. La financiación
del abultado gasto público drenó capitales al sector privado y ocasionó perturbaciones a los
mercados de capitales.
La mayor parte de los juros acabaron estando en manos de castellanos, lo que da a entender que una
gran parte de los ahorros castellanos estaban invertidos, por lo que si no se hubieran dado estos, se
podían haber invertido en actividades productivas y los costes del sector privado habrían sido
menores.
La Monarquía tuvo que aumentar la presión fiscal. La Monarquía, para poder movilizar una gran
cantidad de recursos, no tuvo más remedio que otorgar más poder a las oligarquías, lo que perjudicó
a gran parte de la población.
Las oligarquías disponían de mayor margen de maniobra para introducir modificaciones en la
administración de los terrenos concejiles. Esto favorece el aumento de las desigualdades (a partir de
ciertos niveles de desigualdad, ésta es nociva para el crecimiento económico). Castilla sacó pocos
beneficios de la política imperial.

15
Es un Siglo
de Crisis

SIGLO XVII

Fue un periodo de dificultades económicas para casi todos los terrenos europeos. No obstante, la
crisis de este siglo no fue del todo generalizada ni tampoco ininterrumpida. Abarcó sólo a una parte
del siglo XVII y no afecto por igual ni a todas las áreas ni a todos los sectores. El balance global fue
bastante más favorable para la Europa noroccidental que para la Europa Oriental y Meridional.
España, Polonia, Alemana e Italia son los países con peores resultados económicos en el siglo XVII,
de manera que las diferencias económicas entre las distintas zonas de Europa se incrementaron.
La población española aumento muy ligeramente entre finales del siglo XVI y comienzos del siglo
XVII, de manera desigual en el tiempo y en el espacio.
En la primera mitad del siglo XVII la población descendió.
En la segunda mitad del siglo XVII la población ser recuperó, y en algunas regiones creció.
En el interior, la depresión demográfica fue intensa y prolongada, y la recuperación lenta,
incompleta y vacilante. En la periferia, la depresión fe más suave y menos prolongado, y la
recuperación fue más intensa y más sostenida. En Galicia y la cornisa cantábrica, la difusión del
maíz propició que la población creciera durante casi todo el siglo XVII. La disminución de la
población en la primera mitad del siglo obedeció a la caída de la natalidad. Aumentó la edad media
de las personas que contraían nupcias, la tasa de celibato definitivo, y el intervalo intergenésico,
debido a la crisis económica. En el interior, el descenso de población también obedeció a los
movimientos migratorios hacia las regiones periféricas, donde se está desarrollando la actividad
mercantil (esto no es sólo un fenómeno español, si n o también europeo).
Muchos de los problemas del sector agrario fueron consecuencia de los que se habían generado en
la centuria precedente. Los grandes propietarios territoriales tuvieron que aceptar notables recortes
de las rentas de sus labrantíos ante el descenso de población y ante la merma en la capacidad
productiva de las economías campesinas (muchas de ellas se hallaban en los umbrales de
inviabilidad). La presión fiscal sobre el campesinado continuó aumentando en la primera mitad del
siglo XVII, junto a la caída de la renta de la tierra, porque la monarquía tenía una costosísima
política imperial.
La presión de la población sobre los recursos agrarios se redujo en la Primera mitad del siglo XVI,
y también disminuyó la renta de la tierra, que era la mayor carga de las economías campesinas. Aún
así, la recuperación de la producción agraria no tuvo lugar hasta después de 1650 en la mayor parte
de la Corona de Castilla. Además, la recuperación del producto agrario sería lenta, incompleta y
vacilante.
En Castilla la Vieja también se produciría un movimiento descendente de la producción cerealística.
Se va a producir un descenso en la intensidad de la volatilidad de la producción cerealística en el
siglo XVII, lo que es un buen dato para las economías campesinas. El producto agrario por
habitante descendió en la mayoría de las regiones peninsulares durante el siglo XVII. Los factores
climáticos influyeron en el descenso de la volatilidad.
La recuperación agrícola tenía que afrontar dos obstáculos: la descapitalización de muchas
economías campesinas y la contracción de los mercados urbanos. La población urbana descendió
más que la población rural. Las ciudades sufrieron la crisis de manera más intensa que las zonas
rurales (la excepción fue Madrid, que hasta 1630 aumentó su población). Al bajar la demanda
urbana, fue difícil la recuperación de las economías campesinas. Al reducirse la población el área de
superficie cultivada disminuyó, y aumentó el área de pastos permanentes. Esto facilitó la

16
recuperación de la ganadería estante, pero esta recuperación también sería lenta, entre otras razones,
por la disminución de la demanda urbana. La producción pecuaria destinada al aumento del
consumo de las economías campesinas aumentó, pero no era suficiente.
Las exportaciones de lana fina castellana no comenzaron a recuperarse hasta después de 1640. Se
dependía de la demanda europea, que no aumentó hasta la segunda mitad del siglo. El número de
cabezas trashumantes seguía siendo relativamente reducido hasta finales del siglo XVII. Se pueden
establecer algunas excepciones: las agriculturas de Galicia y de las regiones cantábricas registraron
una evolución peculiar: apenas hubo crisis debido a la difusión del cultivo del maíz, que aportaba
más calorías que los demás cereales por unidad de superficie, permitiendo así mantener a
poblaciones más densas. Además, era un buen pienso para el ganado, de modo que su difusión hizo
posible compatibilizar el crecimiento agrícola y pecuario. Otra excepción fue Cataluña, aunque su
crecimiento agrario llegará a finales del XVII. Hacia 1650, la Francia occidental era la principal
zona productora de aguardientes de Europa. Los comerciantes ingleses y holandeses redistribuían el
aguardiente francés en los mercados situados más al norte, donde era más alto el consumo por
habitante de aguardiente. Esta situación cambió desde la Guerra comercial iniciada por la Francia
de Colbert contra Holanda. Los holandeses tuvieron que buscar el aguardiente en otras regiones
europeas mediterráneas y Cataluña podía aprovechar estas nuevas oportunidades mercantiles por
varias razones: porque las relaciones comerciales de Cataluña con el exterior ya estaban volcadas,
en gran medida, hacia los mercados atlánticos; el sistema de acceso a la tierra predominante en
Cataluña facilitó que los productores pudieran responder a esos estímulos externos. El contrato de
rabassa morta era muy apropiado para movilizar la mano de obra de pequeñas familias de
productores agrarios, en la plantación y cultivo de vides (esté contrato duraba hasta que la vid
fenea). Es un contrato enfitéutico (de cesión de la tierra a largo plazo). Además en Cataluña el
tratamiento fiscal de los aguardientes eran relativamente favorables a los productores.
En definitiva, el resultado final sería una recuperación relativamente laboriosa de la agricultura
catalana a partir de 1680 basada fundamentalmente en la expansión vitivinícola y en la producción
de aguardientes. En la mayor parte de los casos, las vides se plantaron en zonas yermas y en bajos
valles, lo que hizo aumentar el área de superficie cultivada. Era un cultivo relativamente intensivo
en mano de obra. El desarrollo de estos cultivos fue vital para el crecimiento agrario y de la renta
por habitante (ese fue el principal motor del crecimiento económico europeo antes de la Revolución
Industrial).
El proceso manufacturero prosiguió y se intensificó en el siglo XVII. A los viejos problemas se
añadió la debilidad de la demanda debido al descanso de la población y a la profunda crisis de las
ciudades.
Además, la Monarquía hispánica tardó mucho en adoptar una política mercantilista que protegiese a
las manufacturas autóctonas. En el siglo XVII, la competencia de las manufactureras foráneas se
intensificó, y ello provocó el derrumbe de alguno de los grandes centros textiles, como Segovia,
Córdoba…. También registraron retrocesos las industrias sederas de Granada y Valencia.
Las actividades comerciales registraron un movimiento contractivo. Retrocedió el comercio interior
y también el exterior (España pierde protagonismo en el comercio exterior). España tiene
dificultades para hacer efectivo su monopolio, y la mayor parte de las mercancías que se envían a
América son extranjeras.
En materia fiscal, las innovaciones durante el siglo XVII fueron escasas. Sólo se crearon algunas
figuras tributarias que complementaban otras anteriores, como los cientos, que complementaban las
alcabalas. La presión fiscal no se redujo hasta 1660. El zénit de la presión fiscal fue 1630-1660,
debido a las numerosas guerras (Guerra de los Treinta Años, guerra con Portugal, Guerra con
Cataluña). Los monarcas tuvieron que seguir recurriendo al crédito a gran escala para financiar las
guerras. Las dificultades para obtener esos recursos fueron mayores que en el siglo XVI. Los
banqueros genoveses, y desde 1630, los judíos portugueses, fueron los principales prestamistas de
la monarquía hispánica. Se produjeron bancarrotas en 1607, 1627, 1647, 1652 y 1662 (la
Monarquía transformó deuda flotante en deuda consolidada). El tipo de interés continuó
aumentando a medida que se aumentaba la crisis financiera de los Austrias.
17
La precaria situación de la economía y las dificultades para obtener fondos por otros medios,
forzaron a la monarquía a vender porciones crecientes de patrimonio real. La capacidad para emitir
deuda pública estaba casi agotada. España se va a convertir en una gigantesca almohada (venta de
inmuebles a través de subastas, venta de bienes públicos a bajo precio), Se vendieron rentas reales
(tributos, impuestos), vasallos, privilegios de villazgos, jurisdicciones, tierras realengas y baldías,
hidalguías, hábitos de las órdenes militares, privilegios para disponer de un mercado franco, la
promesa de no vender, regidurías y otros cargos públicos. Estos bienes y derechos fueron
comprados tanto por particulares como por los propios concejos.
Muchas villas se endeudaron para conservar sus jurisdicciones o para evitar la privatización de sus
baldíos. Ello obligó a bastantes concejos a incrementar sus ingresos aumentando las derramas,
incrementando las isas o privatizando una parte de los bienes concejiles o el usufructo de una parte
de los bienes concejiles (la corona también exigió dinero directamente a los ayuntamientos). La
Corona empleó a menudo las manipulaciones monetarias para financiarse. Con estas prácticas se
pretendía aliviar la escasez de metales preciosos y financiar los gastos del herario. En aquella época
había monedas de vellón, de plata y de oro. Las de vellón eran de cobre con un pequeño vellón
circulante. A continuación, se procedió a resellar las monedas de vellón, asignándolas un valor
facial superior. Estos resellos tenían dos efectos: generar tensiones inflacionistas y provocaba la
desaceleración de la circulación de la moneda buena (la de la plata, ya que la de oro sólo se usaba
en las grandes transacciones). Luego, para controlar la inflación, la Monarquía procedía a nuevos
resellos que reducían el valor facial de la moneda de vellón.
Entre 1620 y 1680, este mecanismo se reprodujo más de diez veces lo que provocó una
desconfianza hacia la moneda, ya que era muy inestable. En 1670, en muchas operaciones comienza
a usarse el trueque debido a esa desconfianza, y la Monarquía tuvo que adoptar medidas
estabilizadoras en 1680 y 1685 con dos reformas: la primera entrañó una drástica desvalorización
del valor nominal de la moneda de vellón y la pérdida de curso legal de todas las monedas
anteriores a dicha reacuñación. A corto plazo, esto generó una escasez de numerario, que dificultó
la actividad económica. Con todo, esta reforma no resolvió los problemas monetarios, porque la
plata seguía sin circular. Para que la plata circulase, en 1685 el Gobierno elevó el valor nominal de
la moneda de plata. Estas reformas permitieron restaurar la estabilidad monetaria, necesaria para
iniciar la recuperación económica castellana.

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19
Periodo de
expansión
SIGLO XIX agraria

La población española creció a una tasa media anual acumulativa durante el siglo XIX del 0,53%

1899 --- 11,0

1900 --- 18,6


1

En el siglo XVIII esta tasa era del 0,33%, de modo que la población creció más rápidamente en el
siglo XIX que en el XVIII.
La población europea en el siglo XIX creció a una tasa media anual acumulativa del 0,8%. Por
tanto, el crecimiento demográfico español fue mediocre con respecto a Europa.
En Francia, la población creció a una tasa del 0,34%, ya que Francia ya estaba densamente
colonizada. Francia introdujo el control de natalidad para evitar que la población creciera,
(natalidad y mortalidad caen casi al mismo tiempo en el modelo francés de transición demográfica).
El crecimiento demográfico se distribuyó de manera desigual. Entre 1800 y 1815 la población
permaneció estancada. Entre 1815 y 1860 la población española creció a una tasa del 0,75%, y entre
1860 y 1900 se produce una desaceleración del crecimiento demográfico (0,43%).El segundo
periodo fue en el que se amplió notablemente el área de superficie cultivada.
El PIB probablemente creció más entre 1815 y 1860, pero en esta etapa el crecimiento fue
extensivo. A partir de 1860, el crecimiento, al menos en parte, se basa en el aumento de la
productividad.
El crecimiento demográfico se distribuyó desigualmente en el espacio en el siglo XIX, per menos
desigual que en el XVIII. Las provincias del litoral norte reunían al 23% de la población, las del
litoral mediterráneo al 37%, el interior al 38% y los archipiélagos al 2% hacia 1787.
En 1900, el interior era el 35%, el litoral norte el 21%, el litoral mediterráneo al 42% y los
archipiélagos al 2% (el peso demográfico del mediterráneo aumenta a costa del litoral norte y el
interior).
Madrid, Cataluña, Canarias, Extremadura, País Vasco, Valencia y Andalucía fueron las regiones de
mayor crecimiento demográfico en el siglo XIX (regiones con condiciones económicas distintas).
El alza de población fue más intensa en los territorios con progresos industriales y mercantiles, o en
los que en mayor medida se expandió el área de superficie cultivada.

20
La transición demográfica en España se inició en la mayor parte de las regiones españolas en las
últimas décadas del siglo XIX (en muchas regiones de Europa esto se dio en la primera mitad del
siglo XIX o a finales del XVIII.
Hacia 1860 las tasas de natalidad y mortalidad seguían siendo bastante elevadas en España (tasa de
natalidad  36-38%, tasa de mortalidad  31-33%). Son tasas altas, pero menores que las del siglo
XVIII.

FINALES DEL SIGLO XVIII

Natalidad  42%

Mortalidad  38%

A partir de 1815 se registra en España y Europa una caída de la tasa de mortalidad, debido a
factores económicos y biológicos. Esto afecta a la natalidad, que cae sobre todo a partir de 1830. La
caída en la mortalidad se va a interrumpir a partir de 1840, y de nuevo, no sólo en España, sino
también en toda Europa. Desciende también la estatura de los españoles, coincidiendo con esa caída
de la mortalidad. Esto en Europa, se atribuyó a la urbanización e industrialización, pero en España
puede estar relacionada con la intensificación del esfuerzo laboral. A esto hay que unir el
empeoramiento en la distribución del ingreso a partir de 1840 (la renta de la tierra aumenta y los
salarios reales descienden).
En cualquier caso, la estructura demográfica de España era arcaica, debido sobre todo a la alta tasa
de mortalidad (y ésta respondía a su vez al atraso económico, que era la causa de la falta de
servicios sanitarios, de la insalubridad de viviendas, del consumo de aguas no potables, de las
carencias nutritivas y del analfabetismo, sobre todo femenino). La causa fundamental de la elevada
mortalidad era la mortalidad infantil (debido sobre todo a causas gastrointestinales que se contraían
al ingerir agua o alimentos en mal estado), sobre todo en las zonas áridas del país, debido a la
escasez de recursos hídricos y de ganado vacuno. La mortalidad catastrófica en el siglo XIX
disminuyó, pero no fue eliminado. El cólera fue la epidemia protagonista de las más importantes
crisis de mortalidad catastrófica en la España del siglo XIX. La tuberculosis fue la más típica
enfermedad social del periodo, que afectaba principalmente a personas con crónica desnutrición.
Hacia 1860 la esperanza de vida de los españoles era de 29 años, la de los italianos era de 33, la de
los franceses de 43, la de los ingleses de 45 y la de los suecos era de 50 años. No hay relación entre
el PIB per cápita y esperanza de vida. La esperanza de vida de los españoles hacia 1900 era de 34
años.
Entre 1800 y 1900 aumentó la edad media de las mujeres al contraer nupcias (se impuso un modelo
matrimonial algo más tardío). Concretamente, en 1797 la edad media de las primeras nupcias de las
mujeres era de 23,2 años y en 1900, de 24,5 años. Esto se dio por la superpoblación relativa en
algunas zonas rurales (los jóvenes tenían más dificultades para independizarse) y por el avance en la
urbanización (en las ciudades predominaban modelos matrimoniales algo más tardíos).
En el siglo XIX disminuyó la tasa de celibato definitiva, debido a la disminución del número de
eclesiásticos, sobre todo el número de personas pertenecientes al clero regular (debido a las
desamortizaciones).

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Entre 1858 y 1900, las capitales de provincia crecieron a una tasa de 1,4% y el resto de núcleos de
población al 0,28%. La población rural seguía siendo hegemónica.
Las migraciones internas no fueron demasiado importantes en la segunda mitad del siglo XIX,
aunque Cataluña si tuvo un importante saldo migratorio positivo entre 1830 y 1857, debido al
crecimiento industrial. En la segunda mitad del siglo, sólo Barcelona y Vizcaya ejercieron una
importante atracción inmigratoria relacionada con su creciente modernización económica. También
atrajeron población Madrid, las islas Canarias (debido al desarrollo de cultivos de exportación
relativamente intensivos en mano de obra), Murcia, Huelva y Jaén (debido al auge de la minería).
La crisis agraria de las últimas décadas del siglo XIX avivó algo las migraciones internas. En
cualquier caso, éstas fueron mucho más intensas en el siglo XX.
Entre 1815 y 1860, las migraciones exteriores fueron muy reducidas (se redujeron las migraciones a
América por la independencia de las colonias americanas). Este flujo migratorio se va a reanudar a
partir de mediados del siglo. Entre 1858 y 1870 salieron del país unas 300.000 personas. El gran
periodo de la emigración exterior fue 1888-1914. Entre 1882 y 1914 el éxodo definitivo de
españoles puede estimarse en 1.000.000 de personas. El principal destino de esos españoles era
Argentina (que estaba protagonizando un gran desarrollo agrícola y mercantil).
Otro destino importante fue Cuba (también con un importante desarrollo agrícola y mercantil), y
también Brasil. En España habrá 2 “booms” migratorios: uno el citado, a América, y otro en los
años 50-60.
Si consideramos el periodo 1815-1914, hemos de reconocer que España fue un país (en
comparación con Europa) de pulso migratorio débil. Si nos fijamos exclusivamente en el periodo
1880-1914, entonces España forma parte del grupo de países de pulso migratorio medio. (Irlanda
fue el país con mayor intensidad migratoria de la época, debido a la crisis de la patata, y Francia el
país con menor intensidad migratoria por la consolidación de la pequeña propiedad campesina).
Hubo una lenta modernización de la agricultura española. El siglo XIX fue un periodo de expansión
agraria. El producto agrario español creció entre 1840-1849 y 1880-1888 a una tasa media anual
acumulativa del 0,7% (según James Simpson), a una tasa mayor que la tasa de población, pero crece
menos que la mayor parte de países de la Europa occidental. Hubo expansión en todas las regiones,
pero sobre todo en las regiones mediterráneas. Junto al crecimiento de la producción, se registraron
algunas transformaciones en la agricultura española. El crecimiento agrario tuvo un carácter, en lo
esencial, extensivo, en la mayor parte de las regiones. Los progresos en este sector fueron
insuficientes para sustentar un proceso de industrialización. La estructura sectorial de la población
activa permite ver el grado de mecanización. Hacia 1900 más del 60% de los ocupados se empleaba
en el sector agrario, lo que revela el escaso crecimiento de la productividad. Además sabemos que
las transformaciones técnicas fueron escasas (la mecanización progresó poco y los abonos químicos
fueron poco utilizados). Esta mecanización estaba progresando en EEUU e Inglaterra (en EEUU era
necesario por la escasa población). Sin embargo, en España la oferta de mano de obra es muy
abundante, y los estímulos para la mecanización, pequeños. No hubo cambios drásticos en los
aperos de labranza. Muchos eran de madera, y en el siglo XIX fueron progresando los fabricados
con hierro.
Hubo ciertas mejoras desde mediados de siglo en los sistemas de captación e impulsión de aguas
subterráneas (las norias y los motores de bombeo constituyeron las principales novedades). En
cualquier caso, hasta la introducción de los motores eléctricos y de explosión (siglo XX), los
progresos en estos sistemas de extracción fueron modestos.
Se introdujeron nuevas razas de ganado en algunas regiones, y se procedió a la selección y al cruce
de razas, pero en la ganadería siguió primando la tradición sobre el cambio.
La productividad de la agricultura española era relativamente baja, y creció de manera modesta en
el siglo XIX. En el sector agrario, según las estimaciones de Patrick O´Brian y Leandro Prados,
hacia 1890 la productividad del trabajador masculino español era el 84% del italiano, el 53% del
francés, el 46% del danés, el 43% del alemán y holandés, y el 38% del británico. La productividad
de la tierra la situación española era también muy mala. Hacia 1890, la producción colectiva de
España suponía el 58% de la UK, el 45% de la de Francia, el 41% de la de Dinamarca, el 40% de la
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de Italia, el 39% de la de Alemania y el 30% de la de Holanda. Probablemente creció más la
productividad de la tierra que la del trabajo, y el incremento en de la tierra se logró sustituyendo
cultivos más intensivos por otros más extensivos (España tenía un atraso agrario considerable).
Los salarios agrícolas en el siglo XIX a largo plazo dependen de la productividad del trabajo, de
modo que no pudieron aumentar mucho. En la mayoría de las regiones españolas, durante la
segunda mitad del siglo se estancaron o crecieron muy modestamente. Únicamente en algunas
regiones periféricas como Cataluña, se incrementaron. Entre 1831-1845 y 1891-1905, los salarios
agrícolas crecieron un 33,6% en la Cataluña interior y un 47,5% en la Cataluña litoral, pero esto fue
la excepción.
La renta de la tierra tendió a aumentar a un rito relativamente vivo a partir de 1840. En varios
latifundios andaluces estudiados por Bernal, la renta media por fanegas de la tierra ascendía entre
1780-1790 a 14,2 reales, entre 1821-1831 fue de 9,4 reales, entre 1840-1850 de 15,3 reales, entre
1850-1860 de 16,8 reales y entre 1860-1870 de 34,8 reales. Estas cifras no se alejan mucho del
valor en reales.
Este incremento de la renta de la tierra se debe a la desaparición del diezmo, al aumento de la
presión demográfica y al escaso dinamismo de la demanda de trabajo en las ciudades. En algunos
casos, el incremento de la renta de la tierra fue acompañado de sustitución e intensificación de
cultivos. No obstante, este fue un fenómeno poco frecuente, sobre todo en la España del interior.
El grueso de la producción agraria seguía generándose en pequeñas explotaciones. Es verdad que
las desamortizaciones brindaron oportunidades a los labradores medianos y acomodadas para
ampliar sus explotaciones, pero esta producción seguía siendo minoritaria. El tamaño medio de las
exportaciones campesinas tendió a disminuir, sobre todo a partir de 1860, cuando las dificultades
para roturar suelos de calidad aceptable aumentaron notablemente. Otro elemento negativo fue la
privatización de terrenos concejiles, tanto las anteriores como las posteriores a 1855, que privó a las
pequeñas economías campesinas del acceso a determinados aprovechamientos pecuarios y
forestales gratuitos. En cambió, la situación de los grandes propietarios mejora.
En Ciudad Rodrigo, la calidad adquisitiva en trigo de la renta de la tierra aumentó un 74,2% entre
1840 y finales del siglo XIX.
Con todo, estamos en un periodo de expansión agraria, estimulada por cambios institucionales,
demográfica, política proteccionista sobre todo en materia cerealista, progresos en la integración del
mercado interior, y por la creciente demanda exterior de algunos productos mediterráneos.
El derrumbamiento del Antiguo Régimen provoco una modificación de las condiciones de acceso a
la tierra. Una porción notable de los terrenos concejiles que constituían la mayor parte de la reserva
de suelo agrícola fuer roturada y a menudo privatizada antes de 1855.
Las privatizaciones fueron resultado de usurpaciones, ventas o repartimientos, y acuerdos entre los
ayuntamientos y los ocupantes de las tierras concejiles.
Entre 1800 y 1860 el área de superficie cultivada se incremento en torno al 50%. Entre 1800 u
1910 el área de superficie cultivada sólo aumento un 18% (importante desaceleración). Hacia 1860
el margen para seguir extendiendo los cultivos ya era estrecho, al menos de acuerdo al nivel
tecnológico de la época.
A menudo, al roturar tierras se aclaraban algunos montes para incrementar los aprovechamientos
pecuarios y forestales. Pese a estos intentos de ampliar la superficie agraria productiva, la
intensificación del proceso roturador dificultó el mantenimiento del equilibrio entre labrantíos,
zonas de pastizal y áreas montuosas.
Para labrar más tierra sin que cayesen los rendimientos medios era necesario un abonado más
intenso de los campos, y ello no era posible porque el uso de abonos minerales era escaso y porque
las disponibilidades de abono animal por hectárea descendieron en el siglo XIX. En 1892, los
abonos minerales eran sólo el 3% del total de los fertilizantes utilizados en España.
Hubo algunos cambios en la composición del producto agrario, la disminución de la aportación del
producto agrario. En 1910, el producto ganadero era el 30,2% del producto agrario, en Italia el
28,3%, en Francia el 44,4%, en Alemania el 65,3%, y la UK el 71,9%. Esto se debe en buena
mediad a factores medioambientales. En España, la alimentación de una cabeza de ganado requería
23
el uso de una cantidad relativamente elevada de tierra debido a la escasez de precipitaciones y al
bajo nivel de los rendimientos de los cereales y el pienso.
Hubo tres factores que dificultaron el desarrollo de la ganadería:
1) La privatización de la mayor parte de las tierras concejiles a través de la desamortización
silenciosa y oficial llevada a cabo por Madoz.
2) Las lanas castellanas perdieron su hegemonía en los mercados internacionales a partir de
1820.
3) la renta per cápita aumentó lentamente en España, lo que impidió que la demanda de carne y
de leche pudieran incrementarse velozmente (la demanda de carne era bastante elástica).
No hubo variaciones drásticas en el uso del suelo agrícola. A finales de 1860 los cereales y
leguminosas eran el 80,7% de la superficie labrada, los viñedos y olivares el 13,1% y los restantes
cultivos el 6,8%. En 1888, estos porcentajes eran 77,2%, 15,6% y 7,2% respectivamente, y en 1910
estos porcentajes fueron el 75,1%, el 14,5% y el 10,4%. De la superficie labrada de cereales, el
barbecho y el herial suponían el 47,7% en 1860, el 44,8% en 1888 y el 44,1% en 1910, lo que
indica que la producción cerealista poco intensiva seguía siendo claramente hegemónica a finales
del siglo XIX principios del XX en España.
Los rendimientos de las plantas intensivas eran 4,5% veces mayores que los de los cereales, y las de
los cultivos leñosos (vides y olivos sobre todo) 1,5 veces mayores.
Con todo, la viticultura registró en varias regiones una notable expansión, sobre todo en las décadas
de 1860 y 1870. El oídium y la filoxera originaron en esas décadas grandes destrozos en las viñas
francesas, por lo que Francia se convirtió en importadora de vinos españoles. En España comenzó
entonces la producción de vinos de mesa de calidad (en la Rioja). El olivo también se expandió,
aunque menos que el viñedo (el principal uso de aceite era industrial). Por tanto, esta expansión
estuvo ligada a las crecientes demandas de la industria extranjera y española.
Esta imagen poco dinámica de la agricultura española en el XIX no se ajusta a lo acontecido en las
regiones mediterráneas, donde aumentó el peso relativo del viñedo, de los frutales y de los
productos hortícolas. En este siglo, el cultivo de la patata se expandió de manera notable, fue
cobrando importancia en la dieta de los españoles, sobre todo en aquellos grupos urbanos de rentas
más bajas. Este aumento permitió reducir la estabilidad en la ingestión de calorías de los grupos
más humildes.
Los progresos en la integración del mercado nacional de productos agrarios se vieron facilitados por
la desaparición de restricciones legales en el comercio interior y por las mejoras en el transporte,
sobre todo a raíz del tendido de la red ferroviaria.
En 1765/66-1807/08, el diferencial de precios del trigo entre Barcelona y Medina de Rioseco fue
100,4. En el periodo 1870/08-1834/35 este diferencial fue 163,11. Entre 1835/36-1859/60 este
diferencial fue 88,7, y entre 1859/60-1906/07, fue de 23,9.
El incremento del diferencial en las primeras décadas del siglo fue debido a las guerras
napoleónicas, a la adopción de una política prohibicionista de cereales en 1820. El descenso
drástico en los diferenciales de precios fue a partir de 1860, debido al ferrocarril sobre todo.
España mantuvo una política prohibicionista en materia de cereales y leguminosas entre 1820 y
1869, y esto fue una singularidad en Europa. En este periodo, las importaciones sólo podían tener
lugar cuando los cereales en los puertos superaban un determinado umbral de precios bastante alto.
No obstante, en algunas zonas costeras fueron relativamente importantes por la crisis del Estado.
Después de 1840, las importaciones de contrabando tuvieron escasa relevancia y las importaciones
legales sólo tenían lugar tras cosechas bastante cortas en extensas zonas del país. Las principales
consecuencias de la política prohibicionista fueron: se estimuló la extensión de cultivos y favoreció
la integración del mercado nacional de cereales. El prohibicionismo presionó al alza sobre los
precios de los cereales. Los altos precios favorecieron el cultivo de terrenos de mediocre calidad. El
prohibicionismo determinó que España tuviera unos precios de granos más elevados que en la
mayor parte de países de la Europa continental. Esto se traduce en un mercado más restringido de
manufacturas, y en una presión al alza de los salarios. Pese a todo, los industriales también
apoyaron el prohibicionismo.
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La industrialización de algunas zonas europeas impulsó el desarrollo de un mercado continental de
productos agrarios. La industrialización conllevaba la especialización, y se traducía en una demanda
creciente de productos agrarios. Las zonas que se estaban industrializando demandan cada vez más
productos agrarios de elevada elasticidad-renta, ya que el ingreso por habitante tiende a aumentar.
En general, las regiones mediterráneas tenían claras ventajas en el cultivo de plantas arbustivas y
arbóreas, y en el de productos hortícolas.
En suma, el crecimiento agrario español del siglo XIX fue pausado y bastante menos veloz que la
de la mayor parte de los países de la Europa occidentales. Tendían a ampliarse las diferencias entre
el sector exportado (pequeño, concentrado en las regiones mediterráneas, y bastante productivo y
competitivo), y el sector tradicional (mucho mayor, de bajos rendimientos, basado en los cereales y
dependiente de la política proteccionista. Fuera de este modelo dicotómico se hallaba el sector
agrario de la España húmeda, caracterizado por la considerable importancia de los
aprovechamientos ganaderos y forestales. El balance de la agricultura en la España norte en el siglo
no fue demasiado brillante, pero se producirán ciertos avances: los rendimientos aumentaron gracias
a la reducción de barbecho y a la ampliación del policultivo intensivo, a merced de nuevas
rotaciones, nuevos cultivos y un mayor efecto fertilizador, el incremento del número de cosechas y
la ampliación de los prados permitieron el crecimiento de la cabaña ganadera y, por tanto, del
estiércol disponible. Estas mejoras fueron contrarrestadas por la fuerte presión demográfica y por la
consiguiente reducción del tamaño de las explotaciones, campesinas, cuyo tamaño inicial ya era
bastante reducido, en un elevado porcentaje de cosas.
¿Podría haber obtenido la agricultura española en el siglo XIX unos resultados más satisfactorios de
los que efectivamente alcanzó? La escasez de agua y nutrientes de la mayor parte de suelos
españoles prácticamente impedía la adopción de sistemas de cultivo intensivos. La oferta
tecnológica disponible no permitía superar esos importantes escollos. (ni había posibilidad de
realizar grandes obras de regadío ni resultaba rentable el empleo de abonos químicos en la mayor
parte de explotaciones agrarias. Por tanto, las restricciones medioambientales impidieron que
España pudiera participar en la revolución agronómica que se estaba dando en la mayor parte de la
Europa occidental (esta revolución consistía en la práctica eliminación del barbecho, merced a lo
intensivo de los campos). Estas restricciones no implican que España, de acuerdo a la oferta
tecnológica disponible aprovechara todo su potencial agrario en el siglo XIX. Supongamos que en
España hubiera habido un nivel demográfico más alto. En 1800, España podría haber sustentado a
13,14 ó15 millones de habitantes. El crecimiento económico de todas formas no podría haber sido
muy distinto, ya que difícilmente podría haber alcanzado la productividad agraria niveles. Caso de
haber contado con 1315 millones de habitantes, España podría haber tenido un mercado interior
más profundo, y sus empresas manufactureras podrían haber aprovechado más economías de escala
y haber mejorado ligeramente su capacidad competitiva. También se hubieran producido otros
cambios: una colonización más temprana y vigorosa también podría haber tenido algunas
consecuencias sobre las vías de crecimiento agrario y sobre los movimientos migratorios. Habría
ensanchado los mercados para los campesinos y habría estimulado un sector agrario más mercantil.
Habría también ralentizado el crecimiento del número de jornaleros en la España meridional, y los
salarios habrían sido un poco mayores. Además, si la extensión de cultivos hubiera avanzado más,
la tierra habría sido un factor aún más escaso sobre todo en extensas áreas de la mitad sur.
En suma, una colonización más intensa y temprana habría generado unos precios relativos de los
factores de producción algo menos desfavorables para el cambio técnico en el sector agrario del
país, y una demanda de alimentos y materias primas algo mayor.
La magnitud del cambio técnico no podía ser de gran entidad en la agricultura española mientras los
abonos químicos y la maquinaria no se abaratasen sustancialmente, de modo que unas roturaciones
más tempranas y vigorosas podrían haber colocado a la agricultura española en una situación muy
difícil, al quedar poco margen para la extensión de cultivos y no poder avanzar lo suficiente la vía
intensiva.
El resultado final habría estado influido por la fuerza de las migraciones y por la capacidad del
sector para evitar retrocesos significativos en la productividad del trabajo.
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También podría haber sido distinto el grado de concentración de la propiedad territorial en España.
Los especialistas coinciden en que el alto grado de concentración de la propiedad territorial y de la
renta, y las polarizadas estructuras sociales fueron un obstáculo para la intensificación en el uso del
suelo.
Es cierto que esas desigualdades económicas no se generaron en el siglo XIX, pero no hay duda de
que la reforma agraria liberal las consolido. Numerosos trabajos han refutado la tesis del absentismo
generalizado de los grandes propietarios territoriales. En casi todas las regiones de la España
interior los grandes propietarios optaron por la explotación indirecta y además contribuyeron en
muy escasa medida a la financiación de inversiones en corto plazo también desfavorecía las
inversiones. El nivel de ahorro era pequeño, y el crédito rural estaba muy poco desarrollado, de
manera que muchos campesinos tenían que acudir a usureros para obtener préstamos. Si la
propiedad no hubiera estado tan polarizada, se podría haber hecho más inversiones en terrenos
agrarios. En las regiones mediterráneas muchos propietarios sí que invertían en sus fincas, estaban
bastante extendida la aparcería (se comparte la cosecha y se comparten gastos entre el propietario y
el arrendatario).
Una política comercial distinta podría haber supuesto un mayor crecimiento. La prolongada
duración del prohibicionismo en materia cerealista tuvo efectos negativos sobre el crecimiento
agrario y económico. Con menores niveles de protección, la supervivencia de un segmento de las
pequeñas explotaciones campesinas no habría sido viable. Ello habría generado un pequeño
incremento de la productividad del trabajo, unos movimientos migratorios un poco más precoces e
intenso y un ligero aumento de los recursos de dotación agrarios. La producción no tendría por qué
haber descendido ya que con menos trabajo se podía producir casi lo mismo.
Es cierto que un descenso de los niveles de producción podría haber generado una catástrofe en la
economía española, pero conviene tener en cuenta que los altos niveles de subempleo rural en el
interior, tenían lugar en un país que mantuvo un pulso migratorio débil.
La política comercial no podía resolver el problema de la productividad del trabajo en la agricultura
de extensas áreas del interior, y que su capacidad para paliar este asunto se redujo a medida que
aumentó la población y el subempleo rural. Si la sustitución de prohibicionismo por un
proteccionismo moderado se hubiera llevado a cabo 15-20 años antes, se podría haber logrado que
los movimientos migratorios a ultramar hubieran mitigado la presión demográfica lo que podría
haber suavizado la caída de los salarios reales, el repunte de la mortalidad y el deterioro de los
niveles de vida biológicos.
En conclusión, los factores históricos no fueron irrelevantes en los resultados agrarios, si bien es
cierto que las fuertes restricciones medioambientales impidieron que el resultado agrario español
creciese a tasas similares a las de los países de la Europa occidental.
En torno a 1880 estalla en Europa la crisis agrícola y pecuaria. En los países ultramarinos, sobre
todo en los de clima templado, había una oferta muy amplia de tierras fértiles, que todavía no estaba
explotada, pero que gracias a los cambios en la oferta de transporte terrestre y marítimo, pueden
empezar a explotarse. Comienza a llegar a los puertos europeos crecientes cargamentos de
alimentos y MMPP muy baratos procedentes de ultramar, lo que provoca una fuerte sacudida en las
agriculturas europeas, pero fueron los cereales los productos en los que los cambios en la oferta y en
los precios fueron más profundos. Es lógico por tanto que esta crisis afectara más a los países en los
que más peso tenía la producción cerealista, como España.
En 1910 el producto cerealista suponía en España el 35,7% del producto agrario, en Francia el 23%,
en Italia el 22,2%, en Alemania el 18,9% y en Inglaterra el 15%. Este diferencial entre España y
estos países en 1880 era menor.
El primer sector afectado por la crisis fue el olivarero. EN 1860 empezó a llegar a Inglaterra
petróleo y aceites que competían muy bien con el aceite de oliva (grasas vegetales aceite de
girasol, soja…) El aceite español, sobre todo andaluz, comenzó a verse desplazado de los mercados
europeos. Los olivareros andaluces se percataron de que era preciso mejorar las técnicas de
elaboración y refinado de caldos. Sin embargo, los precios de las grasas se mantuvieron bajos hasta
principios del XX, cuando se inició la recuperación del sector olivarero gracias a la plantación de
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mejores variedades: al empleo de mejores métodos de recogida de la aceituna y al mejor
procesamiento y envasado de los aceites.
El sector vitivinícola había crecido en 1850-70-80, pero a partir de 1886 descienden los precios del
vino común. En 1891, Francia renunció al tratado comercial con España, porque la producción
vitivinícola francesa se está recuperando En 1892-1896, las exportaciones de vino descendieron un
40%, y a partir de 1896 se intensificó el descenso de las exportaciones de vino: la filoxera ya estaba
afectando a las viñas españolas. Entre 1888, 1892 y 1909-1913, la producción de mosto disminuyó
un 50%. Muchos de los viñedos plantados en la época del boom fueron abandonados
definitivamente.
La crisis en el sector cerealista estalla en 1882, cuando la cosecha fue mala y los cereales
extranjeros lograros pese al arancel franquear nuestras defensas. Pese a esto y a la devaluación de la
peseta, las importaciones de cereales aumentaron en la década de 1889. Los precios en los mercados
internos cayeron, pero menos que en los mercados internacionales. Por tanto, disminuyó el área de
superficie cultivada de cereales (al hacerse menos rentable la producción), luego es lógico que el
paro aumente en algunas zonas. La emigración constituyó la principal solución para buena parte de
los campesinos del tercio septentrional. Los campesinos y lo terratenientes reclamaron un aumento
sustancial del grado de protección al sector cerealista. En 1891 se aprobó un nuevo arancel (el
arancel de Cánovas) para proteger la producción de cereales. Esto elevaba los precios y frenaba la
caída de las rentas agrarias. A partir de entonces, las importaciones de trigo volvieron a tener el
mero papel de complementos de la oferta nacional cuando las cosechas del país eran cortas (el
consumo del país era obtenido con la producción nacional). El mismo papel que las importaciones
de cereales habían tenido en la época proteccionista).
Frente a la crisis, los agricultores europeos respondieron de tres maneras: con un proteccionismo
enérgico (en la Europa mediterránea), con un proteccionismo moderado (Francia, Alemania)
favoreciendo un cambio agrario de modo que el país se especializa en los sectores en los que tienen
ventaja comparativa, y con el librecambismo (Inglaterra, Holanda y Dinamarca).
España trató de sustituir los cereales más afectados por la competencia internacional por otros
productos agrarios. Sin embargo, las posibilidades de reconversión agraria eran bastante limitadas
en buena parte de la España interior. En la España meridional, la ganadería y los cereales pienso
ganaron terreno a costa del trigo. En el mediterráneo aumentaron las cantidades producidas y
exportadas de cítricos y frutos secos. En Granado y en Zaragoza se incrementó la producción de
remolacha azucarera en Asturias y Cantabria aumentó la producción los lácteos. En cualquier caso,
la intensificación del proteccionismo frenó el proceso de cambio y modernización en la agricultura
española a finales del XIX y principios del XX.
España salió más lentamente de ésta crisis que la mayor parte de países de la Europa occidental. Las
dos últimas décadas del siglo XIX fueron un periodo de crecimiento agrario lento.
La agricultura tuvo mucha importancia en el crecimiento económico moderno, ya que era una de las
principales actividades. La agricultura puede aportar una oferta creciente de alimentos y MMPP.
LA agricultura puede aportar mano de obra para otros sectores de la economía. La agricultura puede
aportar también capitales para otros sectores, así como mercados cada vez más profundos para la
industria. Por último, la agricultura puede aportar divisas para financiar las importaciones.
En el caso de España, la agricultura aportó alimentos y MMP, pero moderadamente. Los flujos de
capitales y mano de obra del sector agrario a otros sectores fueron poco intensos a finales del siglo
XIX. La industria no contó con mercados rurales en rápida expansión en el siglo XIX. Esto tuvo
que ver con el mediocre crecimiento de la productividad del trabajo en la agricultura española del
siglo XIX. Sin embargo, en el siglo XIX las exportaciones de productos agrarios si tuvieron un
comportamiento dinámico, de modo que la agricultura contribuyó de manera importante a
incrementar la capacidad de compra en el exterior.
Globalmente, la agricultura generó insuficientes, estímulos para el desarrollo de la economía
española en el siglo XIX.

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La minería
El subsuelo está bien dotado de minerales: hierro, plomo, cobre, mercurio…
La extracción masiva de minerales con métodos modernos no se inició en España hasta la segunda mitad
del siglo XIX. Había dificultades por el lado de la demanda como de la oferta.
El tardío desarrollo de la minería española obedeció a un marco institucional desfavorable y a la escasez
de capital físico y humano autóctonos. En 1825 se aprobó una Ley de Minas, que estuvo en vigor hasta
1868. Esta ley fomentó el minifundismo minero y estableció concesiones por plazos demasiado cortos. La
propiedad del subsuelo era del Estado, que concedía derechos a los mineros para explotar el subsuelo. La
minería es un sector intensivo en capital, por lo que en este contexto no había incentivos para invertir en
la minería. El marco legal se modifica con la Ley de Minas de 1868. España carecía de los conocimientos
técnicos, capitales e inversionistas necesarios para explotar de forma intensiva y eficiente los grandes
yacimientos mineros de nuestro país.
El principal problema de la demanda es que la demanda interna de minerales era muy escasa, ya que el
ritmo de industrialización no era muy vivo. Para que surgieran los incentivos era necesario aumentar la
demanda exterior de minerales.
Todos estos escollos fueron desapareciendo en la segunda mitad del siglo XIX. En 1868 se aprobó la Ley
de Bases de la Minería, cuyas principales novedades fueron la simplificación del procedimiento de
concesiones, la introducción de plazos más largos de concesiones y la ampliación de las demarcaciones.
En 1869 se aprobó la Ley de Libertad de Creación de Sociedades Mercantiles e Industriales. Esta ley
incluyó expresamente a las sociedades mineras, desapareciendo así las principales restricciones
institucionales al desarrollo minero.
El gran cambio en el sector fue consecuencia del aumento de la demanda internacional de minerales.
Entonces llegaron los técnicos, empresarios y capitales necesarios para intensificar las extracciones
mineras. España se convirtió en una gran potencia minera en la segunda mitad del siglo XIX.

Plomo
En 1825 se suprimió el estanco de plomo (monopolio de venta del plomo). A partir de 1830 el plomo
empieza a explotarse con métodos modernos en las sierras de Gador y las Alpujarras. Después comenzó a
extraerse plomo en Cartagena. A partir de 1850 se produjeron 2 cambios importantes en la minería de
plomo, el centro de gravedad de las exportaciones se desplazó hacia tierras cordobesas, francesas e
inglesas entraron en el negocio del plomo español. Hacia 1865 la transformación del plomo constituía la
principal industria metalúrgica en nuestro país. España fue el 1º exportador de plomo en las 3 últimas
décadas del siglo XIX.

Cobre
El cobre comenzó a utilizarse como conductor eléctrico en los nuevos sistemas de comunicación a partir
de la década de 1830. Las compañías inglesas se interesaron en las piritas de Huelva. Se obtuvo elevados
beneficios en los años que precedieron a la I guerra mundial. Entre 1860 y 1894, la producción se
multiplicó por 10.

Hierro
Acabó siendo el sector minero más importante. Entre 1899 y 1901, el hierro representaba el 62% de las
explotaciones de minerales. Esto cobra más importancia cuando se pone a punto un nuevo sistema de
fabricación de acero, que requería la utilización de hierro que tuviera bajo contenido en fósforo. Inglaterra
carecía de mineral de hierro de estas características, de modo que tenía que importar.

28
En 1870 se fundaron numerosas compañías para la explotación de mineral de hierro en España. Los
extranjeros poseían entre el 40 y el 60% del capital de las compañías mineras vizcaínas.
En promedio, Vizcaya concentraba entre el 75 y el 80% de la producción nacional de mineral de hierro.
España fue el mayor exportador de europeo de hierro en las décadas finales del siglo XIX, con gran
diferencia.

En el último cuarto del siglo XIX, la minería fue el sector más dinámico de la economía española. Los
beneficios de la minería del hierro fueron claves para el desarrollo siderúrgico y en general económico de
Vizcaya. Además. Las exportaciones mineras contribuyeron a elevar la capacidad de compra de nuestro
país en el exterior. La minería dio empleo a miles de personas y generó una demanda bastante variada de
bienes y servicios. Salvo en Vizcaya, no fue suficiente el desarrollo minero para el desarrollo económico.
También hay elementos negativos en el desarrollo minero español. Las compañías extranjeras pagaron
poco impuestos. Obtuvieron muchos beneficios. Repatriaron una parte de esos beneficios y a menudo
vendieron una porción significativa de su producción a sus empresas matrices a precios preferenciales, es
decir, acapararon una parte sustancial de los beneficios directos e indirectos generados por la minería
española.

La energía

En el ámbito energético pueden distinguirse 3 grandes eras:


1. Era preindustrial
2. Era del carbón
3. Era del petróleo

1. Era preindustrial: el hombre y los animales eran los motores principales y la principal energía era la
solar. Los molinos tenían una importancia secundaria en la agricultura, que era el sector clave.
2. Era del carbón: la máquina de vapor fue el motor principal y el carbón mineral constituyó el
combustible dominante. El hombre logró avances: es capaz de convertir la energía calorífica en fuerza,
utiliza ahora combustibles fósiles cuyas disponibilidades no dependen del ciclo anual de la naturaleza.
3. Era del petróleo: se caracteriza por la hegemonía de los motores eléctricos y de combustión y por el
predominio del petróleo como combustible.

Hacia 1913 las reservas de carbón de España eran bajas. Los problemas estaban en los altos costes de
extracción, en la mala calidad del carbón y en la localización del carbón.
Los consumidores de energía nacional tuvieron que soportar unos precios del carbón entre un 50% y un
300% superiores a los británicos. Esto incentivó a bastantes industriales españoles a buscar alternativas al
vapor.
Al margen del vapor, los únicos motores capaces de producir una fuerza concentrada de alguna
consideración eran las hidráulicas. En España, la energía hidráulica tenía otro problema, las intensas
fluctuaciones de los caudales del río y la escasez de recursos hídricos. Por ello, en España, pese a que el
carbón era caro, comenzó a imponerse el vapor en algunas actividades fabriles.
Sin embargo, el punto de equilibrio entre la energía hidromecánica y la del vapor se modificó a partir de
la invención de un convertidor más eficiente, la turbina, que se inventó en Francia en la década de 1830.

España no va a superar sus problemas energéticos porque la industria hidráulica no podía sustituir
totalmente al vapor.
El consumo energético por unidad de producto era más bajo en Italia y España que en el resto de países
debido a distintos niveles de industrialización y a la especialización industrial.
Las empresas industriales españolas estaban en desventaja. El carbón mineral no fue imprescindible para
el desarrollo industrial, pero añadió una dificultad adicional para la industrialización.

29
La industria

España intentó industrializarse en el siglo XIX, pero ese intento fracasó. España no era un país
industrializado ni en 1900 ni en 1914. En el siglo XIX, la aportación de la agricultura al PIB se redujo,
pero no drásticamente.
Hacia 1900 el sector agrario concentraba al 60% de la población activa y generaba alrededor del 40 % del
PIB. Por lo que, en España no hubo un profundo cambio estructural. Entre 1830 y 1913, el producto
industrial creció en España a una tasa anual acumulativa media ligeramente superior al 2%. Pero en la
mayor parte de Europa estaba registrando crecimientos industriales más intensos, de modo que en el
ámbito industrial España se estaba alejando de Europa. (Divergencia)
En España, el crecimiento industrial fue estable y moderado durante todo el siglo XIX, pero hacia 1830 si
comparamos con la industria francesa y británica, vemos que en estos países el producto industrial por
habitante era mucho más elevado que aquí.
Por esto, las llamadas “late comers” registraron bruscas aceleraciones del crecimiento manufacturero en
los inicios de sus respectivas industrializaciones. En España, esas aceleraciones no causaron esa
magnitud.
En el siglo XIX, el atraso manufacturero de España era mucho mayor en las industrias de bienes de
inversión que en las de bienes de consumo. La industria española del siglo XIX también se caracterizó
por su escasa vertebración sectorial y por el elevado grado de concentración espacial.
El grado de vertebración sectorial fue reducido porque la mecanización de la industria textil se llevó a
cabo básicamente con material importado, y porque la siderurgia vasca utilizó sobre todo carbones
británicos. Por tanto, el proceso de diversificación sectorial de la industria en España progresó de una
forma demasiado lenta.
Hasta las últimas décadas del siglo XIX, Cataluña fue la única fábrica de España. El grado de
concentración espacial era muy elevado, más acusado que en otros países. España no estaba bien
posicionada para obtener unas elevados rendimientos en la 2º fase de la revolución Industrial (en las
décadas finales del siglo XIX). La química, la eléctrica y la maquinaria eran los sectores protagonistas
(intensivos en capital humano), y España no contaba con suficiente capacidad empresarial, estaba poco
alfabetizada, disponía de poco capital humano cualificado.
En España, la metalurgia y el textil algodonero fueron los sectores que más se transformaron en el siglo
XIX. En España, la metalurgia se desarrolló relativamente poco en ese siglo XIX.
En España, el arranque de la industrialización tuvo su origen en el avance del sector textil algodonero. El
sector algodonero no era intensivo en energía, había otros sectores que lo eran más, lo que significa que
los otros sectores estaban poco desarrollados.

El algodón se impone sobre la lana por dos razones:


1. La técnica, era más fácil mecanizar la hilatura del algodón que la de la lana, porque el algodón es una
fibra más homogénea.
2. Los consumidores preferían el algodón a la lana porque las prendas de algodón se podían lavar más
fácilmente que la lana, lo que hace que se mejore la higiene.

Un gran porcentaje de las lanas empleadas en la industria pañera catalana procedía de los rebaños ovinos
extremeños y en el caso de la seda labrada en Cataluña, provenía de Murcia y Valencia. Los costes de
transportar la lana de Extremadura a Cataluña eran muy altos, sobre todo antes del ferrocarril, pero
localizar la industria textil en Cataluña tenía bastantes más ventajas que inconvenientes.
Ventajas:
1. El mercado interior era más productivo que otros mercados regionales.
2. Cataluña disponía de un puerto muy importante, el de Barcelona
3. En Cataluña había posibilidades de aprovechar bastantes economías externas vinculadas a la
especialización y había bastantes personas dispuestas a invertir en el sector textil.

30
En general, las modernas industrias de bienes de consumo se emplazaron cerca de los grandes mercados y
en áreas donde había capacidad empresarial
Después de la guerra de la independencia, la industria algodonera catalana era complicada, las
exportaciones de tejidos a América se habían reducido, entraban de contrabando muchísimos tejidos
sobre todo de Inglaterra, la brecha tecnológica Gran Bretaña se había incrementado en los años finales del
siglo XVIII y principios del XIX.
Los industriales catalanes importaron las técnicas y las personas especializadas para esta labor. Los
empresarios catalanes, basaron el desarrollo de sus empresas en la captura del mercado nacional, que no
era posible por el contrabando. Esto se consiguió aumentando el proteccionismo. (Con el arancel de 1826
se prohibieron la introducción de la mayor parte de las hilados de algodón extranjeros). Los catalanes
estaban aprobando el proteccionismo de los granos, ganándose así la confianza de los poderosos en este
sector. Pero el diferencial de precios no debía ser muy alto ya que se seguiría dando el contrabando. Por
lo tanto, se apuesta por la mecanización para ser más competitivo y se comienza por el hilado, actividad
más intensa en mano de obra. Esta mecanización se llevó a cabo entre 1820 y 1860. Se aprueba el
liberalismo, una parte de la burguesía española y europea seguía apostando por el absolutismo, pero esta
no es capaz de controlar el contrabando.
Los algodoneros catalanes tuvieron éxito en su plan de captura del mercado nacional. El desarrollo de la
industria algodonera catalana tuvo bastantes problemas, el alto coste del carbón mineral, la renta per
cápita era muy reducida a comienzos del siglo XIX, la población española creció moderadamente, la renta
per cápita en el siglo XIX aumentó en España a unas tasas relativamente reducidas.
La industria algodonera catalana se especializo en artículos de calidades medias y bajas, que eran los más
demandados. Las características de la demanda favorecieron la configuración de una estructura con un
bajo índice de concentración empresarial y con un escaso grado de especialización.

Entre 1855-1868 la industria algodonera sufrió un bache. Aparecieron nuevos e interesantes campos de
inversión, ferrocarriles, banca y venta de tierras desamortizadas. Además, el coste del algodón en rama
aumentó mucho por la guerra de sucesión.
En 1888 se aprobó la ley de relaciones comerciales con las Antillas, esta ley y el arancel de 1891
reservaron los mercados de cuba y puerto rico a los mercados catalanes. La burguesía comercial cubana
estaba en desacuerdo y alimentaron los movimientos independentistas.
La pérdida de las últimas colonias se dejó sentir sobre la industria algodonera. Esta se mantuvo estancada
durante los primeros años del siglo XX.
La industria lanera estaba concentrada en Cataluña, pero no tanto como la algodonera.
La castellanización de la industria lanera se dio por las ventajas de su localización junto a la industria
algodonera y también por las ventajas crediticias y comerciales derivadas de la cercanía a Barcelona. Por
la ventaja de localización era más fácil el trasvase de capital humano, de tecnología y de conocimientos
técnicos (era más fácil modernizarse en Cataluña)

Industria siderúrgica

El despegue del sector siderúrgico fue mucho más tardío que el del sector algodonero. La primera fase de
la moderna siderurgia española tuvo un escenario sorprendente, Málaga y Sevilla.
La siderurgia moderna se caracteriza por el alto horno y por el método de producción indirecto (el hierro
forjado o dulce se obtenía en 2 fases: fundición y refinado).
La primera fase duró de 1826 a 1850. Había minas de hierro tanto en Málaga como en Sevilla. El
inconveniente fue la carestía de combustible; carbón vegetal en los altos hornos y hulla (carbón mineral)
en la fase de refino. El carbón vegetal provenía de las serranías malagueñas, donde el coste era cada vez
más alto debido a la deforestación. La hulla venia de bastante lejos y el coste del transporte era bastante
elevado.

31
La segunda fase de la moderna siderurgia española se desarrolló en Asturias. El predominio de Asturias
en la siderurgia se basó en la producción de hierro colado con coque (derivado de la hulla que mejora la
fundición)
La tercera fase tuvo por escenario el país vasco. Se inició hacia 1875. No obstante, la producción
siderúrgica vasca venía aumentando desde mediados del siglo XIX. El gran salto pudo verificarse porque
pudo abastecerse de carbón mineral a precios asequibles. El descenso de los fletes entre Inglaterra y
España provocó que se situasen los carbones galeses en los márgenes del Nervion a precios ligeramente
más bajos que los asturianos en la década de 1870. Caen tanto los fletes por varias razones:
1. Los progresos en el transporte marítimo (barcos de vapor)
2. Los barcos van cargados de hierro y vuelven cargados de carbón mineral
Pese a que el crecimiento de la producción de hierro y acero fue elevado entre 1880-1900, el nivel de
desarrollo de nuestra industria siderúrgica seguía siendo bastante bajo a comienzos del siglo XX.
España exportó hierro, pero poco. Por tanto, el desarrollo siderúrgico dependió del consumo nacional. La
siderurgia no se desarrolla más, debido a la carestía y poca calidad del carbón nacional español y por el
lento crecimiento de la demanda nacional de productos siderúrgicos. Esta demanda creció poco porque la
agricultura española no se mecanizó en el siglo XIX, y por tanto demandó pocos productos siderúrgicos.
La mecanización de la industria fue lenta, y en buena medida se llevó a cabo con material importado.
Además, la ley general de ferrocarriles de 1855 concedió a las compañías ferroviarias una exención
absoluta de derechos de importación durante 10 años. (El ferrocarril se construyó casi exclusivamente
con material extranjero)

La industria química

Se desarrolló poco en España y tardíamente. Fue un desarrollo ligado a la política de sustitución de


importaciones y en el que tuvieron especial importancia las patentes y los capitales extranjeros. En la
segunda mitad del siglo XIX aumentó la demanda de explosivos (debido al desarrollo minero. Esta
demanda propició el desarrollo de algunas empresas químicas.
Las tradicionales industrias de bienes de consumo (alimentaria, lanera, del cuero, y del calzado y de la
madera) desempeñaron un papel relevante en la industrialización de nuestro país hasta 1930.

En definitiva, España no se industrializó en el siglo XIX, pero el crecimiento industrial en ese siglo no
fue insignificante. El protagonismo no lo tuvieron únicamente los sectores que se modernizaron, sino
también los sectores tradicionales.

Transporte y comercio

El transporte interior era complicado, no había ríos navegables y había que recurrir al transporte terrestre.
El transporte por carretera fue muy importante incluso después de la construcción del ferrocarril, ya que
éste sólo llegaba a algunas poblaciones. Hacia 1840 la red de carreteras se mejora y se amplia. Esto hizo
posible incrementar la carga y reducir los costes medios.
Pese a estas mejoras el transporte terrestre seguía siendo lento y caro. Además, la actividad de carreteras y
arrieros continuaba teniendo una marcada estacionalidad, debido a la climatología y a su dedicación a
tiempo parcial. El precio del transporte variaba a lo largo del año. El comercio exterior se llevaba a cabo
fundamentalmente en navíos y buques. El crecimiento de este transporte se vio favorecido por las mejoras
en las instalaciones portuarias, en los barcos de vela y por la introducción de la navegación a vapor.
En España había dos marinas mercantes importantes: la catalana y la vasca. La catalana permaneció
apegada a la vela más tiempo que la vasca. En vísperas de la primera guerra mundial, la marina mercante
española estaba cerca de completar la transición de la vela al vapor. En el segundo cuarto del siglo XIX se
evidenció que la iniciativa privada nacional no disponía de la capacidad suficiente para movilizar los
capitales necesarios para el tendido de una red ferroviaria de cierta entidad. En 1844 el gobierno reguló
32
las construcciones ferroviarias como el estado no estaba en condiciones de financiar una iniciativa tan
cara, se cedió al sector privado su construcción y explotación. El resultado de esta iniciativa fue poco
satisfactorio. La era ferroviaria se inició en España en 1855, a raíz de la promulgación de la ley general de
ferrocarriles de ese año.
El retraso de la siderurgia nacional y la relativa escasez de capitales impulsaron al gobierno a favorecer la
entrada de capitales y materiales extranjeros para acometer el tendido de la red ferroviaria. En 1856 se
aprobó la ley de sociedades de crédito, que liberalizó la creación de este tipo de sociedades financieras
para que facilitasen la canalización de capitales hacia las compañías ferroviarias. Francia tuvo una
destacada participación en la financiación de la primera fase de las construcciones ferroviarias en España.
En francia había un exceso de capitales, de modo que las instituciones francesas tenían incentivos para la
inversión exterior.
En 1894, el capital extranjero representaba en torno al 60% del capital total de las compañías ferroviarias
españolas.
La red ferroviaria española tenía un carácter radial, por razones políticas y militares
Cuando las grandes líneas férreas se construyeron, se constató que los ingresos de las grandes compañías
ferroviarias apenas bastaban o no bastaban para cumplir los gastos de explotación, lo que significaba que
los dividendos serían pequeños e inexistentes y los grandes accionistas tardarían años en recuperar su
inversión. La modernización de nuestro país seria lenta y laboriosa, no bastaba con la construcción de
ferrocarriles.
Esta constatación tuvo lugar durante la crisis agraria e industrial de 1866-1868, y entrañó la quiebra de
muchas operaciones especulativas en torno al ferrocarril, el hundimiento de las cotizaciones de las
acciones ferroviarias y la ruina de numerosas casas de banca. Entre 1866 1876, las construcciones
ferroviarias estuvieron prácticamente paralizadas.
Por otro lado, el sector ferroviario registró un intenso proceso de concentración empresarial en el último
cuarto del siglo XIX.
En España las alternativas al ferrocarril en el transporte interior eran pocas y malas. Por lo que el
ferrocarril era prácticamente indispensable para la modernización económica del país, y que mejoraba y
abarataba el trasporte del interior y permite acelerar el proceso de integración de los mercados nacional.
¿Cuánto se consigue ahorrar a escala nacional con el transporte ferroviario? Para medir esto, los
historiadores han diseñado un concepto y un modelo: el ahorro social de los ferrocarriles, que es la
diferencia entre lo que habría costado transportar las mercancías en un determinado año en ausencia de
los ferrocarriles y lo que efectivamente costó con el ferrocarril.
ASF= ((C´t – Ct)/RN) * 100 RN: renta nacional

En 1878 el ahorro social se estima en torno al 8%


Los ferrocarriles paliaron el problema del transporte interior, pero no lo resolvieron, porque las tarifas
ferroviarias eran elevadas y no llegaba a todas las regiones.
Las conexiones hacia atrás de los ferrocarriles no fueron muy importantes porque las exenciones
arancelarias a la importación de material ferroviario no fueron suprimidas hasta finales del siglo XIX. Los
ferrocarriles si impulsaron el desarrollo del sector carbonífero.

En la primera mitad del siglo XIX, el comercio exterior había registrado una crisis y se había
reestructurado. En la segunda mitad tuvo un comportamiento mucho más dinámico. Las exportaciones
crecieron en la segunda mitad del siglo algo más que las importaciones. Este auge se basó en la expansión
de la demanda europea de alimentos y materias primas y en la ventaja comparativa que España tenía en la
producción de minerales. El boom exportador de esta etapa se basó en parte en la confluencia de
fenómenos extraordinarios.
En las dos ultimas décadas del siglo XIX es cuando la competitividad de las exportaciones españolas
registró un mayor incremento. En el siglo XIX las exportaciones españolas crecieron al mismo ritmo que
las europeas, mientras que las importaciones se expandieron algo más lentamente.
El comercio exterior comenzó a crecer con bastante rapidez a partir de la década de 1840.

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Índice de apertura exterior de una economía: ((X+M)/PIB)* 100

En el siglo XIX, el índice de apertura de la economía española tendió a aumentar. Para evaluar este
índice, hemos de tener en cuenta el tamaño del mercado (cuanto más grande, menos índice de apertura)

¿Hasta qué punto fueron importantes las exportaciones en el creci. Español?

Las exportaciones fueron un apoyo, pero no el motor fundamental del crecimiento económico de nuestro
país.
En el siglo XIX las importaciones que más rápidamente aumentaron fueron las de materias primas
industriales (algodón sobre todo), las de carbón mineral y las de bienes de equipo. Durante el transcurso
del siglo las importaciones se diversificaron algo. En 1913 España seguía siendo un exportador neto de
productos agrícolas y mercancías intensivas en trabajo e importador neto de bienes intensivos en capital.
Por tanto España tenía la estructura de comercio de un país no desarrollado.
Los dos grandes clientes y abastecedores de España en el siglo XIX fueron gran Bretaña y francia, que
absorbieron entre el 50-60% del total de nuestras exportaciones. El tercer cliente fue cuba que
concentraba entre el 15 y el 20% de nuestras exportaciones.
Con respecto a la balanza de pagos, hay dos sub-balanzas la de cuenta corriente y la de capitales. España
debió de registrar un déficit en su balanza comercial en el siglo XIX. En la segunda mitad del siglo XIX
España tuvo superávit en su balanza de mercancías y déficit en su balanza por cuenta corriente.
Los intereses devengados por la deuda exterior, los pagos por acciones y obligaciones del ferrocarril en
manos extranjeras y la retribución al capital foráneo invertido en la minería explican el abultado déficit en
la balanza de servicios, y el déficit en la balanza por cuenta corriente.
Las remesas de emigrantes comienzan a cobrar importancia a partir de la década de 1880, ya que se está
produciendo una oleada emigratoria a América principalmente. Así se va a ir equilibrando la balanza por
cuenta corriente.
España importó muy pocos capitales extranjeros en la primera mitad del siglo XIX, pero esto cambió en
la segunda mitad. Los extranjeros canalizaron sus inversiones entre 1850 y 1890 en deuda pública,
ferrocarriles y minería. Las inversiones extranjeras en estos sectores se redujeron a partir de 1890 y
aumentaron en otros como el agua, la electricidad, la química y las obras públicas.

En la historia arancelaria europea del siglo XIX hay una fecha clave: 1846, cuando Gran Bretaña abolió
las Leyes de granos, dejando de proteger a su agricultura y optando por el librecambismo. Los derechos
arancelarios suponían un porcentaje significativo de los ingresos fiscales de muchos países, de modo que
muchos gobiernos no podían prescindir fácilmente de las rentas aduaneras. La política comercial estaba
condicionada por los problemas fiscales.
España realizó un notable esfuerzo liberalizador durante gran parte del siglo XIX. El arancel de 1820
tenía un carácter claramente mercantilista. Este arancel prohibía la importación de 675 partidas, entre las
que figuraban muchos productos importantes
El arancel de 1869, el arancel figuerola, fue el punto culminante del proceso de apertura comercial de
España en el siglo XIX (fue el menos proteccionista de todo el siglo)

34
Estableció derechos aduaneros relativamente moderados, y se suprimieron todas las prohibiciones a
la importación y a la exportación que aun subsistían. Además, la entrada en vigor de este arancel
coincidió con la supresión del derecho diferencial de bandera (que reforzaba la política
proteccionista). El arancel de 1869 distinguía 3 tipos de derechos de balanza comercial, fiscales y
protectores. Los dos primeros afectaban algo más de 1/3 de las partidas y eran inferiores al 15 %.
Los derechos protectores se fijaron en el 30 % pudiendo elevarse hasta el 35 % para aquellas
mercancías cuya importación había estado prohibida hasta entonces. El arancel Figuerola de 1869
pretendía que en unos años el Estado percibiese solo un derecho aduanero del 15 % sobre los
productos importados. Para ello, establecía una progresiva moderación de los derechos arancelarios
protectores a partir de 1875, hasta igualarlos a los fiscales en 1881. Esto no llegaría a ponerse en
vigor, fue suspendida, pero los derechos aduaneros siguieron moderándose entre 1875 y 1890. En
esos años se suscribieron bastantes tratados comerciales bilaterales, que entrañaron una reducción
de los niveles de protección.
En la década de 1870, el panorama aranolario internacional registró una profunda modificación. En
1872 Francia denunció el Tratado Cobden-Chevalier. En 1878, Italia puso fin a su política
librecambista. En 1879 se promulgó en Alemania un nuevo arancel de corte protector, en buena
medida por razones fiscales, En 1880, Francia abandonó definitivamente la política librecambista
que había iniciado en 1860 con la aprobación del arancel Meline. A partir de 1890, la mayor parte
de países europeos intensificaron sus medidas proteccionistas. Se inició entonces un periodo de
predominio de las relaciones bilaterales conocido como “la era de los Tratados”. El factor
desencadenante de esta situación fueron las crecientes dificultades de las agriculturas europeas
debido a la llegada de alimentos y materias primas muy baratas procedentes de ultramar.
España también participó en ese viraje proteccionista, pero con algunos años de retraso con respecto
a la mayor parte de países de Europa Occidental, El arancel Cánovas de 1891 fue el elemento
fundamental de esa nueva orientación proteccionista. Ésta ha sido considerado como la
materialización de la alianza entre propietaritos territoriales, productores de cereales e industriales
catalanes y vascos.
El arancel Cánovas implicó un cierto cambio en la estrategia de desarrollo económico, que se va a
basar aún más en el mercado nacional.
En 1906 se promulgó otro arancel, que consolidó los altos niveles de protección y tuvo un carácter
industrial. El arancel de 1891 había incrementado los niveles de protección en muchos sectores,
pero en algunos especialmente (sector cerealístico). El fuerte incremento de los derechos aduaneros
de los cereales frenó la corriente emigratoria a ultramar y ejerció presiones alcistas sobre los costes
industriales. Bastantes sectores industriales reclamaron y obtuvieron un nivel de protección más
alto. Algunos ejemplos son la minería del carbón, la industria lanera y la industria de construcciones
mecánicas.
En general, el aumento de la protección estimuló el surgimiento de nuevas actividades industriales,
como la producción de cemento artificial, de material ferroviario, de diversas sustancias química; de
material eléctrico y telefónico, y de algunos artículos de la agroindustria.
En suma, en lo cercamiento a las tendencias generales, la política comercial española fue similar a
la de bastantes países europeos, pero con algunos peculiaridades, el proteccionismo se prolongó
hasta fechas muy avanzadas; el giro proteccionista fue tardío, pero muy enérgico.
- Finanzas y política económica

En la España contemporánea sólo se han llevado a cabo dos reformas fiscales, la primera en 1845
(la reforma de Mon-Santillán) y la segunda en 1977 (fuentes Quintana-Fernández Ordóñez). En esta
reforma se introdujo el IRPF.
El desmoronamiento definitivo del Antiguo Régimen tras la muerte de Fernando VII no fue seguido
inmediatamente por una reforma fiscal en consonancia con lo que estaba ocurriendo en el país (La
Revolución Liberal). Las necesidades financieras de la I Guerra Carlista obligaron a demorar la
reforma fiscal.

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La reforma fiscal de 1845 trató de introducir los principios tributarios liberales: legalidad,
suficiencia y universalidad.
La reforma de 1845 consiguió simplificar y racionalizar el cuadro impositivo, pero no logró
alcanzar el objetivo de la suficiencia, básicamente porque la resistencia de las clases propietarios a
satisfacer los impuestos directos que les correspondía pagar se tradujo en recaudaciones
relativamente exiguas.
El problema de la Hacienda pública española radicó en la exigüidad de las recaudaciones. En la
segunda mitad del siglo XIX, sólo en 4 años el presupuesto se saldó con superavid. Ese déficit se
financió en gran medida con deuda pública supuso el 27 % de los gastos presupuestarios. A medida
que aumentaba la deuda, los prestamistas exigían tipos de interés más altos.
El nuevo sistema tributario de 1845 se basaba en 2 impuestos directos y en una serie de impuestos
indirectos que gravaban fundamentalmente el consumo popular. Los 2 impuestos directos eran la
contribución territorial (contribución de inmuebles, cultivo y ganaderías), que gravaba
fundamentalmente al sector agrario; y la contribución industrial y de comercio (impuesto de
producto que gravaba a la industria y al comercio). Estaba bastante más gravada la agricultura que
la industria y el comercio. Ambas contribuciones eran impuestos de cupo.
Los principales impuestos indirectos eran la renta de aduanas, los consumos, los estancos del tabaco
y del sol y la renta de loterías.
Los impuestos directos aportaban el 25 % de los ingresos presupuestarios y los indirectos el 50 %.
La reforma de 1845 no fue capaz de medir la riqueza imponible de los ciudadanos, porque las
resistencias de los propietarios a la confección de un catastro fueron inmensas.
El catastro se sustituye por un sistema de declaración de fincas o “amillaramientos” (eran los
propietarios los que declaraban las fincas que tenían). Este sistema de registro de fincas se
completaba con las llamadas cartillas de evaluación, en las que se terminaba el producto líquido por
hectárea en función de la clase de terreno y del tipo de cultivo.
Estas cartillas eran evaluadas por comisiones de evaluación nombradas por los ayuntamientos o por
los intendentes provinciales e integradas por los mayores contribuyentes locales. Las injusticias
eran conocidas, pero no corregidos por los ayuntamientos y las diputaciones. Estos impuestos
directos eran impuestos de cupo (primero se repartía el cupo nacional entre los diferentes
provincias, y luego las diputaciones repartían el cupo provincial entre las distintas localidades.
Generalmente, salían ganando los municipios grandes. Después se repartía el cupo local entre los
propietarios y arrendatarios agrarios y aquí es donde se cometían los mayores injusticias). De este
modo, era muy difícil elevar sustancialmente los cupos. Un sistema similar.
Como el déficit presupuestario no fue corregido, se tuvo que recurrir a “arreglos” periódicos de la
deuda pública (el servicio a la deuda crecía, por lo que hubo que recurrir a una bancarrota parcial
menos paulados con los acreedores. (a deuda pública ascendía en 1850 a 3900 millones de pesetas.
En 1900, esta deuda era de 12300 millones, pese a los arreglos.
Los 3 arreglos más importantes fueron el de Bravo Murillo (1851), el de Camacho (1882) y el de
Fernández Villaverde (1899).
La aceptación del fracaso relativo de la reforma fiscal de 1845 indujo a Bravo Murillo a intentar
reducir el desequilibrio financiero del Estado por una vía heterodoxa: el repudio parcial de la deuda.
Todos los títulos existentes con intereses del 4-5 % se convirtieron forzosamente en títulos de nueva
deuda al 3%. Además, el Estado repudió la mitad de lo que adeudaba por intereses impagados. Los
tenedores de deuda irritaron (sobre todo los extranjeros), y de hecho los títulos públicos españoles
dejaron de cotizar unos años en la Bolsa de Londres.
En la década de 1870 la deuda pública creció con rapidez, debido a las guerras (la tercera guerra
Carlista: 1868-1876)¡; y la Primera guerra de Cuba (1868-1878)).
En 1882 Camacho decretó la conversión forzosa de la deuda en circulación. Su valor nominal se
redujo a la mitad, y en contrapartida, su tipo de interés se incrementó 1 punto (del 3 al 4 %) a
finales del siglo XIX, cuando estallaron los movimientos independistas en Cuba, Puerto Rico y
Filipinas, se aumentó la deuda pública. El corte de estar conflictos se elevó a 3500 millones de
pesetas (el 40% de la renta nacional de uno de esos años).
36
Estos conflictos se financiaron a través de la emisión de títulos de deuda. Tras la finalización de
estas guerras, Fernández Villaverde procedió a un nuevo arreglo y emprendió una reforma fiscal y
contuvo el crecimiento del gasto público. El resultado fue que España tuvo superávit presupuestario
en los primeros años del siglo XX. En 1900 el endeudamiento del Estado era 13 veces los ingresos
públicos ordinarios, y en 1913, 7 veces los ingresos públicos ordinarios.
Desde el punto de vista impositivo, la principal novedad introducida por Fernández-Villaverde fue
la contribución sobre las utilidades de la riqueza mobiliaria, que gravaba los rendimientos del
trabajo del capital y de las sociedades andnianos? . El resultado sería un aumento apreciable de la
presión fiscal. Los ingresos públicos ordinarios seguían siendo relativamente reducidos en España
en vísperas de la I guerra mundial.
España tuvo que pagar un alto precio por una hacienda regresiva y mal administrada. Los problemas
hacendísticos precipitaron una desamortización mal planteada y socialmente injusta. El abultado
déficit presupuestario presiono al alza sobre el precio del capital (el sector público estaba
expulsando del mercado de capitales al privado).
Algunos financieros internacionales participaron en la colocación de títulos de la deuda española
para obtener ciertas concesiones de los Gobiernos de nuestro país. Estos financieros también
hicieron préstamos a los Gobiernos españoles en determinadas circunstancias. Las grandes
bancarrotas afectaron muy poco a estos financieros, ya que tenían información privilegiada.
Tuvieron los pequeños inversores los que sufrieron las bancarrotas.
En definitiva, los prestamistas expertos se beneficiaron del Estado español a costa de contribuyentes
coetáneos o venideros y de prestamistas inexpertos. Esto pone de manifiesto la importancia de la
información.
En el siglo XIX, el peso del Gasto público en España del PIB no era mucho más bajo que en
diversos países de la Europa occidental. Sin embargo, los servicios públicos eran bastante peores en
España, por la mala gestión de los mismos y por el elevado porcentaje de recursos que el Estado
tenía que destinar al servicio a la deuda.
El servicio a la deuda absorbió el 27 % del Gasto público.
Los gastos de defensa y de policía, y el mantenimiento del clero suponía entorno al 33 % del gasto
público. Por su parte, los ministerios económicos absorbieron el 27% del gasto público. (Ministerio
de fomento, donde las obras públicas suponían el 75 % y la instrucción pública el 14 %; y el
Ministerio de Hacienda). En 1850, las tasas de analfabetización eran bastante bajas, sobre todo en
las regiones meridionales, donde abundaron los jornaleros. Esto fue un importante freno para los
movimientos migratorias, lo que hizo que la mano de obra siguiera siendo abundante, y el precio del
trabajo muy bajo.
El diferencial entre la tasa de alfabetización masculina y la tasa de alfabetización femenina era en
España mayor que en otros países (una baja tasa de alfabetización femenina constituye una rémora
al crecimiento económico).
En el terreno educativo se produjeron algunas mejoras a comienzos del siglo XX. El Estado, a
través del Ministerio de Instrucción Pública, se hizo cargo del pago de los salarios a los maestros en
las escuelas públicas. Con todo, la mejora fue limitada porque en estos años la tasa de
escolarización se redujo.
En el primer tercio del siglo XIX todavía coexistían varios sistemas monetarios al tiempo que la
circulación de monedas extranjeras tenía cierto relieve. En 1848 se implantó un sistema bimetálico
con el real como moneda básica. Esta ley no alcanzó sus objetivos. Por un lado, el Gobierno no
llegó a efectuar la reacuñación que el nuevo sistema requería. Por otro, el precio del oro comenzó a
descender en los mercados internacionales a partir de 1850, lo que provocó que la plata tendiese a
desaparecer de la circulación y que el oro quedase como hecho como único patrón monetario. La
reforma de 1864 implantó el escudo como unidad monetaria, y trató de adoptar las equivalencias
oficiales del oro y la plata a los precios del mercado.
La reforma de 1868 instauró una nueva unidad monetaria: la peseta, y creo un sistema bimetálico
que duraría menos de 15 años. La peseta se fue imponiendo gradualmente gracias a las nuevas

37
acuñaciones y a la creciente circulación de billetes de banco. Éstos, a partir de 1874, pasaron a ser
emitidos exclusivamente por el Banco de España.
Las funciones del sistema financiero son la provisión de medios de pago, la mediación entre el
ahorro y la inversión, y la promoción de empresas industriales y de servicios. Las instituciones que
integraban el sistema financiero eran los bancos organizados como sociedades mercantiles, la banca
no societaria y las cajas de ahorros, la banca no societaria desempeñó durante gran parte del siglo
XIX un papel destacado en la oferta de servicios financieros y de medios de pago al comercio y la
industria. El número de cajas de ahorro aumentó notablemente en la 2º mitad del siglo XIX, pero
estas instituciones no tuvieron auténtico relieve hasta los primeros años del siglo XX.
El banco nacional de San Carlos, creado en 1782, se encargó de administrar los vales reales. Como
el Gobierno no pagó los intereses de los vales reales, el banco de San Carlos entró en el siglo XIX
en práctica suspensión de pagos.
En 1829 se fundó el Banco de San Fernando, que nació para intentar solucionar la larga crisis de los
vales redes. Se llegó a un cierto arreglo entre el Estado y los accionistas del Banco de San Carlos.
Estos renunciaron a sus créditos contra aquel cambio de acciones del nuevo banco. Ello implicó que
los accionistas se tuvieses que contentar con recibir 1 real por cada 8 que se les debía. Durante los
primeros 15 años, el Banco de San Fernando emitió billetes en pequeñas cantidades y descontó
letras, pero sobre todo prestó al Gobierno. En 1844 se crearon el Banco de Isabel II y el Banco de
Barcelona. El de Isabel II compitió con el de San Fernando.
En 1847-48 hubo una grave crisis económica. Ambos se hallaban al borde de la quiebra ( sobre todo
el de Isabel II). El Gobierno acordó la fusión de estos bancos, y así surgió en 1848 el nuevo banco
español de San Fernando. Éste estuvo en situación de virtual suspensión de pagos en 1850, pero
más tarde lograría recuperarse. La ley de Bancos de emisión de 1856 lo rebautizaría con el nombre
de Banco de España.
El Banco de Barcelona estuvo mejor gestionado. Se convirtió en el Banco privado de más peso y
prestigio en buena parte de la segunda mitad del siglo XIX.
Antes de 1848, la fundación de un banco no requería trámites o autorizaciones distintas de las
establecidas para constituir una sociedad anónima de otro género. Únicamente en los casos de
bancos con capacidad de emisión de billetes se requería aprobación gubernamental. Tras la crisis de
1847-48 las nuevas leyes de sociedades por Acciones y bancos (1848-49) establecieron una
legislación muy restrictiva. La legislación y la política anti expansionistas mantuvieron a la banca
en un estado embrionario hasta 1855. El número de Bancos de Emisión evolucionó así: 1 en 1840, 4
en 1846, 3 en 1854, 21 en 1865, 16 en 1870 y 1 en 1874.
La historia bancaria del tercer cuarto del siglo XIX fue bastante agitada. El sistema bancario
español registró una profunda expansión entre 1855 y 1864, pero ese fas fue seguido de otra de
intensa crisis y contracción entre 1864 y 1870. Posteriormente, se produciría una reconversión en el
sistema bancario, cuyo elemento más destacad sería la desaparición de los bancos provinciales de
emisión y la concesión del monopolio de emisión al Banco de España. La legislación progresista e
1855-1856 abrió la mano en materia de empresas ferroviarias y bancarias, pero no en materia de
sociedades mercantiles e industriales. Aparecieron entonces nuevo bancos de Emisión y las
sociedades de créditos. Los bancos de emisión , a razón de uno por caja, estaban facultados para
emitir billetes con arreglo a unas normas de encaje metálico bastante estrictas; además, la ley de
Bancos de emisión limites los tipos de operaciones que podían llevar a cabo estas instituciones.
Ley de sociedades de crédito (1856) fue bastante más liberal. Ni limitó el número de instituciones,
ni puso obstáculos a su política inversora y de reservas. Las sociedades de crédito eran bancos de
negocios que no podían emitir billetes, pero podían participar en toda clase de negocios. Estaban
facultadas para emitir obligaciones en gran cantidad, lo que que dotaba del instrumento necesario
para desarrollarse como banco de negocios. Además, la legislación posibilito que las sociedades de
crédito emitiesen bonos y vales al portador, y pagaderos a la VASA?, de modo que circularon como
papel moneda. El resultado fue que la emisión de medios de pago fiduciarios creciese a un ritmo
muy vivo.

38
Los bancos de emisión, a pesar de esto, consiguieron un volumen de ahorro relativamente escaso. El
público todavía no confiaba suficientemente en este tipo de instituciones.
La caja de depósitos especie de caja de ahorros oficial creada por el Gobiernos en 1852 constituyó
un fuerte rival para los Bancos de emisión. Remuneraba los depósitos e invertía todos los fondos en
deuda pública. En 1864, sus depósitos eran 11 veces más que las cuentas corrientes de toda la
Banca de emisión. Entre 1855-1865, el número de Bancos de emisión paso de 3 a 21 y el de
sociedades de crédito de 13 a 35. No obstante, los pilares de esta expansión eran bastante débiles. El
activo de las nuevas instituciones estaba demasiado concentrado en los préstamos, en las campañas
ferroviarias y en los títulos de deuda pública. Cuando se constató que los ingresos de buena parte
de las compañías ferroviarias no cubrían ni siquiera sus gastos variables, muchos bancos
comenzaron a atravesar graves dificultades, bastantes suspendieron pagos, y no pocos
desaparecieron. De los 60 bancos de emisión y negocios fundados solo sobrevivieron 15, de los que
solo 3 o 4 eran importantes. El resultado será más pánico financiero y bursátil.
Por otro lado, el aumento del déficit público presionó al alza sobre los tipos de interés. Como es
lógico, la crisis de 1866-68 afectó más a las sociedades de crédito que a los Bancos de emisión. La
crisis de 1866-68, redujo la riqueza de los tenedores de acciones y obligaciones, contrajo la oferta
monetaria y provocó una restricción de las fuentes de financiación de las fuentes productivas.
El presupuesto del Estado en el siglo XIX tenía una dimensión reducida,en consonancia con la idea
liberal del llamado “Estado mínimo” o “Estado guardián” (al Estado se le asignaban un reducido
número de tareas: defensa, seguridad, justicia, diplomacia y en su caso algunos infraestructuras
económicas.
En la segunda mitad del siglo XIX el gasto público representaba entre 7 y 8 % del PIB. El Estado
español ni siquiera cumplió adecuadamente las mínimas tareas asignadas. La justicia a menudo
estaba sometida a presiones caciquiles. La diplomacia española resultaba insuficiente incluso para
una potencia de segundo orden como era España.
La capacidad militar de nuestro país era escasa, debido a la insuficiente dotación presupuestaria.
Las infraestructuras de transportes y comunicaciones mejoraron, pero siguieron siendo insuficientes
a finales del siglo XIX.
No hubo una política monetaria independiente a finales del siglo XIX ya que a menudo la cantidad
de dinero en circulación dependía bastante más de las necesidades de financió del Estado que de las
directrices de la política monetaria.
Hacia 1865 el dinero fiduciario suponía al 10 % de la cantidad dinero en circulación.
La primera mitad del siglo XIX España tenía el déficit en su balanza en su cuenta corriente y las
inversiones extranjeras fueron escasas. Por tanto es muy probable que la cantidad de dinero en
circulación no aumentara en el siglo XIX.
El panorama monetario se modificó a partir de 1855 por dos razones: la ley de bancos de la emisión
de 1855 que favoreció el aumento del dinero fiduciario y las entradas de capitales extranjeros que se
incrementaron notablemente. Por tanto la cantidad de dinero en circulación aumento en la segunda
mitad del siglo XIX.
El volumen de billetes en circulación aumento muy rápidamente a partir de 1864.
Hacia 1900 la composición de la oferta monetaria era muy distinta a la de 1865. Los billetes y los
depósitos bancarios ya suponían más de 50 % del dinero en circulación. Con todo el porcentaje era
el menor que otros países europeos.
Hacia 1870 de los principales países del mundo tenían sistemas monetarios bimetálicos (también
España). En los años 70 se descubrieron importantes minas de plata en Estados Unidos (la plata se
abarató respecto al oro y el oro desapareció de la circulación sobre sus respectivas sistemas
monetarios). La mayor parte de los principales países adoptaron el patrón oro en las décadas finales
del siglo XIX. El Gobierno español adopto una postura masiva: el patrón bimetálico por tanto se
transformó en un patrón plata.
En 1883 se suspendió la convertibilidad en oro delos billetes del banco de España. El precio de
plata en la década de 1880 continuó abaratándose con respecto al oro. Cuando el valor intrínseco de

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la moneda de plata se situó por debajo de su nivel nominal y el público continuo aceptando esa
moneda por su valor nominal, entonces su patrón plata se convirtió de facto en un patrón fiduciario.
En 1886 la peseta era una moneda de plata y solo tenía un valor intrínseco de 75 céntimos. La
cotización de las pesetas va a fluctuar de acuerdo con la demanda de peseta (la peseta se
despreciaba cuando se reducían las importaciones de capitales o cuando aumentaba el déficit por
cuenta corriente). Esta depreciación reforzó las medidas proteccionistas. Los países que estaban
dentro del patrón oro tenían que mantener unas reservas de oro para hacer frente a situaciones
transitorias de desequilibrio externo. Si un país pierde la reserva tendrá que exportar más, importar
menos y reducir la demanda agregada mediante políticas restrictivas.
Pese que a un patrón fiduciario daba un mayor margen para la adopción de políticas monetarias
expansivas, los precios en España se mantuvieron estables entre 1865-1895.
Esto obedeció a dos factores: a la caída de precios y a que los gobiernos se esforzaron a mantener
una disciplina monetaria. Esto solo se quebró cuando estalló la guerra con Cuba (ya que la guerra
financió con un incremento de circulación de billetes).
TORDEILLA considera un acierto la no adopción del patrón oro pero no hay acuerdo. Según él, la
oferta monetaria creció menos en España que en Estados Unidos , Reino unido o Francia. Si España
hubiese adoptado el patrón oro la oferta monetaria habría aumentado aún menos y ello habría tenido
efectos contractivos sobre la actividad económica.
En cambio, MARTIN ACEÑA sostiene que fue un error no adoptar el patrón oro ya que esto aisló a
la economía.

LA ECONOMIA DURANTE LA GUERRA CIVIL

La G.C comienza con una sublevación por parte del ejército. Las raíces del conflicto lo podemos
encontrar a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. El sistema político cada vez es capaz de
sostener aún menor número de personas, hay demandas políticas que no son atendidas. Las
tensiones políticas van en aumento, los salarios caen y los precios suben. Son casos de crisis
políticas de movimientos revoluciarios. Hubo intentos de acomodar las instituciones políticas pero
estos fracasaron. Como consecuencia un sector de la derecha opta por un sistema dictatorial, la
dictadura del primo de Rivera. Este sin embargo no tiene suficiente apoyos para institucionalizar la
dictadura y primo de Rivera tiene que exiliarse.
En 1931 se convoca elecciones municipales y en las ciudades ganan la candidatura Re
publicaciones. Se proclama el 14 de abril la segunda república que despertó enormes ilusiones en
buenas partes de la sociedad española. Ésta ilusiones pronto se desvanece en un contexto de crisis
económica. Además, el bloque republicano estaba fragmentado como consecuencia de este
desencanto en 1933, las elecciones las ganan las derechas (CEDA). ALCALÁ ZAMORA intenta
que la CEDA no llegara al poder lo cual era difícil. En 1934 se produce algunos sucesos en Asturias
que elevan el tono de los enfrentamientos entre las derechas e izquierdas. A finales del año 1935 se
crea el FRENTE POPULAR que ganaban las elecciones de 1936. Los enfrentamientos suben de
tono que asesinaban a CALVO SOTELO y FRANCO decide participar en la sublevación militar.
El factor clave de la G.C es la incapacidad de adaptación de sistema político. Los factores
socioeconómicos desempeñaron un papel relevante en la virulencia del enfrentamiento político que
acabo desembocando en la G.C.
A los bajos niveles de la rente per cápita y a los fuertes desigualdades en el ingreso hay que añadir
la simetría en el reparto de los beneficios del recrecimiento económico del primero tercio del siglo
XX, el enfrentamiento campo-ciudad y las extensiones entre las regiones.
El Golpe de estado de 18/07/36 no triunfó debido a la reacción popular y a la lealtad constitucional
de una parte del ejército. El control de los insurrectos de una parte del territorio, la importante
ayuda exterior a los rebeldes y la capacidad del frente popular para coordinar los esfuerzos
transformaron la sublevación en una sangrienta guerra civil.
El golpe de estado precipitó una revolución popular en pate del territorio que quedó en partes de las
fuerzas fieles a la segunda república. De hecho, el alcance de esa revolución fue tal que el estado
40
republicano fue modificado por la revolución popular que estalló en los días siguientes al
levantamiento. Esta revolución fue alentada por la CNT y por sectores de la UGT. En cambio los
partidos republicanos, el PCE y amplios sectores del PSOE defendieron el mantenimiento de la
legalidad republicana. Por tanto, la república estaba muy fragmentada políticamente. Unos querían
una revolución en plena guerra (CNT y UGT) y otros defendían el orden republicano.
La revolución popular se tradujo en la confirmación de comités municipales revolucionarios que
contribuyeron al general un caos administrativo y municipal que impidió que el Gobierno pudiera
organizar una economía de guerra.
Se llevaron a cabo colectivizaciones de tierra y nacionalizaciones de presas. En Aragón, las
colectivizaciones afectaron a 75 % de la superficie cultivada. En Cataluña, solo al 10 %. La
profunda crisis política republicana deterioró la confianza internacional y la capacidad del Gobierno
para imponer la legalidad democrática, aunque esto no fue clave.
La decisión de las potencias democráticas (Francia, Reino Unido…) de no vender armas ni otorgar
créditos a la república constituyó uno de los factores determinantes del resultado de la G.C.
La toma centralizada de decisiones, tan fundamental en una economía de guerra, también se vio
obstaculizada por las autonomías de Cataluña y el País Vasco y por el surgimiento de los consejos
regionales de Asturias, Santander y Aragón. Todas esas instituciones tenían estrategias propias no
coincidentes con las del Gobierno central Republicano.
Inicialmente, la zona leal a la República albergaba a 14 millones de personas, y la zona controlada
por los rebeldes a 10 millones de personas. En el territorio Republicano se hallaban las principales
ciudades, una parte importante de la industria, un elevado porcentaje de la agricultura de exportació,
las reservas de oro del Banco de España y la mayor parte del ahorro nacional. Sin embargo, la
república no fue capaz de movilizar con eficacia los recursos que tenía.
Los insurrectos aparentemente se hallaban en desventaja para organizar una economía de guerra.
Los militares rebeldes pudieron compensar esa situación gracias al apoyo de importantes grupos
económicos interiores,y sobre todo a la ayuda que les prestó desde el primer momento Italia,
Alemania y Portugal. Las sublevaciones contaban también con el apoyo mayoritario del ejército y el
control que pronto tuvieron de la mayor parte del territorio en el que se producían los alimentos
básicos.
El 24-07-1936 se constituyó en Burgos la Junta de Defensa nacional, que presidio el general
CABANILLAS. FRANCO inicialmente no tuvo el apoyo de la Junta. En la zona sublevada también
hubo ciertas tensiones y algún grado de descoordinación sobre todo hasta la unificación del bando
el 1-10-1936. El día anterior hubo una reunión de la Junta de Defensa nacional, en la que se acuerda
designar a FRANCO jefe de Gobierno, pero se sustituye en el BO6? , jefe de Gobierno por Jefe del
Estado, ya que la persona que redacta el texto es fiel a FRANCO. FRANCO optará por una guerra
lenta para ganarse la confianza de su bando.
Tras este nombramiento, muy pronto se impuso una férrea disciplina con el propósito de evitar que
pareciesen discrepancias y de organizar y coordinar dictatoríamente la organización de una
economía de guerra. De hecho, los dirigentes golpistas en poco tiempo lograron la casi completa
supeditación de las actividades económicas a loso intereses militares.
La producción tendió a descender en el área republicana, sobre todo en el primero año de guerra,
cuando el aislamiento fue menor y los recursos más abundantes. Por tanto, el hundimiento
productivo tuvo una estrecha relación con el caos organizativo e institucional.
La pérdida o anulación de buena parte del empresariado implico que la gestión de buena parte de las
empresas fuera muy deficiente. En verano de 1936 surgieron problemas de abastecimiento de trigo
en la zona republicana, que se agravaron a medida que se redujo el territorio republicano y que
aumentó el contingente de refugiados.
Desde el último trimestre de 1936 escasearon los productos manufacturados y ello afectó al
equipamiento de las tropas.
Muy pronto, las carencias energéticas alcanzaron gran envergadura, en el primer trimestre de 1937,
el propio gobierno republicano reconocía que para corregir el déficit alimentario habría que

41
incrementar la producción de trigo (16 %), garbanzos (80%), carne (255), patatas (70%) y huevos
(100%).
El fuerte descenso de la producción agrícola obedecía en buena medida a la falta de abonos. Las
fábricas de fertilizantes disponían de muy pocos insumos y la republica carecía de divisas para
adquirir abonos en el exterior.
Tras la cosecha de 1937, el trigo disponible en la zona republicana apenas superaba el 40 % de la
media del quinquenio 1931/1935. La riqueza ganadera disminuyó: entre 1933 y 1937 el número de
cabezas ovinas se redujo casi un 50 %, el de vacunas y caprinas casi la tercera parte, y el de
porcinas algo más que la tercera parte.
Después del Golpe, en el País Vasco no se produjo una alteración revolucionaria en las formas de
organización económica. Aun así, la actividad industrial se contrajo con rapidez desde el otoño de
1936, llegándose a la casi completa paralización en las semanas anteriores a la entrada de los
sublevados. La extracción media mensual de mineral de hierro paso de 135863 toneladas en 1935 a
47084 en el primer trimestre de 1937. La caída de la producción de lingotes de hierro, acero y
chatarra supero el 90 % en ese mismo intervalo. El desplome siderúrgico fue consecuencia del
aislamiento del País Vasco, del resto del territorio republicano y de las graves problemas del
abastecimiento de carbón mineral.
A diferencia del País Vasco, el Golpe si desencadenó una revolución popular en Cataluña, donde se
colectivizaron las empresas de más de 100 trabajadores y las empresas en las que sus propietarios
fueron declarados colaboradores de los rebeldes por un tribunal popular. Pudieron colectivizarse las
empresas de menos de 100 operarios si se llegaba a un acuerdo entre propietarios y trabajadores.
La generalidad trató de impedir la desmembración de la economía catalana, pero no fue capaz de
impedirla. En septiembre de 1936 se aprobó el decreto de colectivizaciones y control obrero. Con
este decreto, la generalidad pretendía llegar a un cierto consenso con los sindicatos y evitar que los
consejos de empresas abortasen la toma centralizada de decisiones en materia de política industrial.
Tras las colectivizaciones, las empresas habían pasado a regirse por un consejo de empresa
nombrado por la asamblea general de trabajadores ( los consejos de empresa solían estar controlada
por los sindicatos).
Pese a los esfuerzos de la Generalitat y de los partidos que defendían la legalidad republicana, la
organización de una economía de guerra no avanzaba el ritmo necesario. La actividad industrial se
redujo notablemente en agosto de 1936. Entre agosto de 1936 y agosto de 1937 el índice de
producción industrial se mantuvo ligeramente por debajo del índice 70. A partir de entonces se
produjo una nueva caída. En noviembre de 1937, el índice se hallaba en torno a 50. En abril de 1938
se produjo una nueva caída, y en septiembre de 1938 el índice estaba en torno a 33. La carencia de
bienes importados y el caos organizativo provocaron el desplome de la producción industrial
catalana. Más tarde, la conquista del occidente catalán por las tropas franquistas añadió una
dificultad adicional, ya que en esa zona estaban las principales centrales del principado. Ante las
caídas de la producción industrial, la generalidad hizo esfuerzos para producción industrial catalana.
Más tarde, la conquista del occidente catalán por las tropas franquistas añadió una dificultad
adicional, ya que en esa zona estaban las principales centrales del principado. Ante las caídas de la
producción industrial, la generalidad hizo esfuerzos para restar protagonismo y poder a los consejos
de empresa.
El decreto de intervenciones especiales 20/11/1937 permitió a la generalidad disponer de un
instrumento para intentar controlar y dirigir a las empresas industriales. Esta medida se adoptó ante
las irregularidades e incompetencia de los consejos de empresa, la escasa producción de bienes para
la guerra y el incumplimiento por parte de bastantes empresas del decreto de colectivizaciones y
control obrero.
Los sublevados solo tuvieron graves problemas de abastecimiento alimentario al final de la guerra,
cuando conquistaron las áreas más densamente pobladas y desvinculada de las actividades agrarios.
El principal problema de su economía radicaba en la carencia de una base industrial, de modo que
antes de la ocupación de Vizcaya casi todos los productos manufacturados dependían del exterior.

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Tras la toma de Bilbao, la industria vasca se recuperó con rapidez, especialmente tras la conquista
de Asturias. Entonces los sublevados pudieron disponer de mineral de hierro, carbón mineral y
productos metalúrgicos vinculados a la fabricación de armamentos, lo que permitió mejorar el
equipamiento de su ejército.
Tras la conquista de Vizcaya, se formó una comisión militar de incorporación y movilización
industrial, con el objetivo de lograr una rápida recuperación de la actividad industrial sobre todo en
aquellos sectores relacionados con la industrias armamentística. Para ello se militarizaron algunas
empresas y se procedió a la movilización de la mano de obra. En el primer trimestre de 1938, Altos
Hornos de Vizcaya ya había sobrepasado el n nivel de producción medio mensual del primer
trimestre de 1936. No obstante, los sectores no estratégicos no se recuperaron cono esa rapidez,
sobre todo si precisaban de la importación de insumos.
Como buena parte de las industrias de consumo se localizaban en Cataluña, y esta región no fue
ocupada hasta el final de la guerra, los productos de tales industrias seguían escaseando en el
territorio controlado por el ejército de Franco hasta el final del conflicto bélico.
Los sublevado optaron muy pronto por intervenir por completo el mercado del trigo: se crearon las
Juntas de contratación del trigo para adquirir ese cereal en régimen de monopolio a precio de tasa.
En diciembre de 1937 se creó un decreto ley de ordenación triguera, que regulaba de un modo
preciso la producción y distribución del trigo y sus derivados. Para consolidar la intervención, se
creó el servicio nacional del trigo,, que tenía la potestad de fijar precios y comprar toda la
producción de ese cereal excepto la precisa para la siempre y el autoconsumo. Además, el servicio
nacional del trigo tenía el monopolio de venta del trigo a los marineros y estaba facultado para
establecer la superficie máxima que podía cultivarse de ese cereal. Esto más tarde se extendió al
resto de cereales.
En 1937 el precio de la tasa de trigo se fijó en 48 pesetas por quintal, el precio relativamente bajo
(1934/35 -> 51 pesetas / quintales, de modo que los precios fijados eran poco remuneradores para
los pequeños productores agrarios.
La guerra civil provoco un marasmo monetario y financiero. El bando republicano, a parte del
banco de España, emitieron billetes los Gobiernos de Cataluña y País Vasco, los consejos regionales
de Aragón, Asturias y Santander y numerosas ayuntamientos. Se resquebrajó la unidad monetaria y
el monopolio de emisión de billetes del banco de España. El volumen de dinero en circulación
aumentó y hubo un recrudecimiento de las tensiones inflacionistas: la peseta republicana se
deprecio notablemente. La llamada peseta nacional se deprecio relativamente poco.
A raíz del inicio de la guerra civil ,la republica sólo disponía de un medio de pago aceptado en el
exterior: las reservas de oro, plata y divisas del banco de España.
La republica intento conseguir créditos, pero no le fueron concedidas. El problema es que el banco
de España era una sociedad anónima privada, y la ley no contemplaba la posibilidad de que usasen
sus reservas para realizar compras en el exterior por cuenta del estado, pero la república ejerció
presión sobre los consejeros del banco fieles a la república. Estos aceptaron que se empleasen las
reservas del banco para la adquisición de armas en el exterior. Un decreto reservado autorizar
implícitamente la libre disposición de las reservas del banco de España.
El banco de España, deseoso de reponer sus reservas metálicas, accedió a adquirir el oro español a
cambio de francos.
Entre julio de 1936 y enero de 1937 se vendieron a Francia unos 580 millones de pesetas-oro, algo
más de la cuarta parte del metal amonedado y en barras depositado en las cajas del banco de España
el 18/07/1936.
Ante el peligro de que Madrid fuese tomada por los insurrectos, las reservas de oro del banco de
España fueron trasladadas a Cartagena en septiembre de 1936. A finales de octubre el Gobierno
acordó que el oro fuese trasladado a la URSS (el único país dispuesto a vender armas a la
república). Con esa medida la II república quedo en manos de la URSS tanto militar como
financieramente. La URSS vendió el armamento a precios elevados, lo entrego tarde y en mal
estado, pero para la república no había otra alternativa.

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Entre febrero de 1937 y febrero de 1938 se gastó el 80 % del oro remitido a la URSS en compras de
material efectuadas en ese país y en otros. En verano de 1938 ya se había agotado la capacidad de
financiación derivada del oro del banco de España. Entonces, el gobierno solicito créditos a la
URSS, y movilizo los escasos recursos disponibles (algo de plata, joyas de particulares y 40
toneladas de oro depositados en Francia como garantía de un préstamo que había obtenido el
Gobierno español en 1931).
Los republicanos utilizaron oro y divisas por un valor de 744 millones de dólares en la compra de
material militar. En julio de 1936 las reservas del banco de España eran de unos 715 millones de
dólares. Esto demuestra que la republica gasto todas las reservas del banco de España.
La Italia fascista y la Alemania nazi importaron unidades militares, mercancías e importantes
recursos financieros a los rebeldes. La ayuda italiana ascendió al 60 % de las reservas utilizadas por
la república del banco de España. La cuarta de la ayuda alemana directa a los insurrectos fue menor
que la italiana, pero importante. Los alemanes estaban interesados en los recursos minerales
españoles, sobre todo en el wolframio (Galicia) que aumenta la capacidad destructiva del
armamento.
Alemania se convirtió en el primer cliente de la España franquista, y en 1938 italia pasaría a ser el
segundo. El conjunto de las operaciones de financiación del bando rebelde ascendió a unos 700
millones de dólares, cifra similar a la obtenida por la España republicana mediante la utilización de
las reservas del banco de España.
En definitiva, la ayuda de Italia y de Alemania fue decisiva para el triunfo de los militares
sublevados.

EL PRIMER FRANQUISMO

La aplicación de las ideas económicas del bando triunfador en la guerra civil tuvo consecuencias
nefastas en nuestro país. Entre 1935 y 1950, el PIB per cápita creció al – 1,3 % ( resultados muy
distintos de los de otros países).
La rente por habitante de 1929 no se volvió a recuperar en España hasta 1954.
Según Albert Carreras y Xavier Tafunell el primero franquismo entrañó para España la pérdida de
unos 10 años de crecimiento económico. El nuevo régimen devolvió a sus antiguos dueños las
tierras repartidas durante la guerra y el periodo republicano y las empresas colectivizadas.
Al empezar la guerra civil había problemas que afrontar: la producción agraria industrial disminuía,
las reservas habían desaparecido, el sistema monetario era un caos y el sistema de transportes se
hallaba deteriorado. La escasez de automóviles, camiones y autocares indujo a recurrir en mayor
medida al sistema ferroviario. La RENFE, sin apenas posibilidades de inversión, proporciono un
pésimo servicio, sobre todo en los años 40.
En la guerra civil la población activa era muy similar a la de 1930. El no incremento en el número
de activos no solo obedeció a los muertos en el campo de batalla: en 1940 el número de recursos era
300.000 y el número de exiliados 200.000.
Las represalias políticas y el éxodo de republicanos afectaron de un modo especial a la mano de
obra cualificada. Los vacíos dejados en el campo de la enseñanza, la cultura y la ciencia tardarían
años en recuperarse. Estas pérdidas fueron provocadas no por la guerra, si no por la negativa del
régimen franquista a emprender una política de conciliación nacional.
Las destrucciones en el parque móvil ferroviario afectaron al 30 % de las locomotoras, al 60 % de
los vagones para el transporte de personas, y al 40 % de los vagones para el transporte de
mercancías. En la marcha mercante las pedidas fueron del 30 %, las instalaciones portuarias
resultaron muy dañados y también puentes y líneas de comunicación telefónica y telegráfica
sufrieron altos grados de inutilización.
El porcentaje de viviendas destruidas o dañadas fue del 10 %. Los daños en el equipo productivo
industrial fueron de escasa magnitud globalmente, las destrucciones de guerra fueron moderadas,
muy inferiores a las que tuvieron los países europeos que participaron en la II guerra mundial.

44
Tras ella, Alemania tardó 3 años en recuperar el PIB per cápita máximo de preguerra; Austria 5;
Bélgica 4; Francia 3;Grecia 4; Italia 5 y el reino unido 0.
Tras concluir la guerra civil, España tardo 15 años en restaurarse el PIB per cápita máximo de
preguerra, debido a los graves errores en la política económica.
Tras la guerra civil, los salarios reales descendieron fuertemente y se mantuvieron en niveles bajos
hasta bien avanzada la década de 1950.

El franquismo estableció un modelo de relaciones laborales que prohibía los sindicatos libres y las
huelgas; y en el que los salarios se fijaban administrativamente a través de decretos del Ministerio
de Trabajo.
El Régimen franquista trato de favorecer la recuperación de los beneficios empresariales y de las
rentas territoriales. En la posguerra el consumo se comprimió y se altero la estructura de la demanda
de bienes y servicios. Disminuyó la demanda de productos manufacturados de consumo masivo y
aumentó la demanda de bienes de lujo. Ello afecto a la productividad de la industria, porque la
industria de artículos manufacturados era la más productiva. Por otro lado, el abaratamiento de la
mano de obra estimuló el uso de técnicas más intensivas en trabajo y menos de capital .También las
importaciones difíciles de maquinaria favorecieron el retorno a técnicas más trabajo intensivas. El
fuerte descenso de los salarios impulsó a no pocos trabajadores urbanos a retornar a sus núcleos
rurales de origen. Se produjo, por tanto una reagrarización de la economía española. El sector
agrario con más mano de obra pero menos ganado, menos maquinaria y menos fertilizantes no logro
incrementar los niveles productivos. Las productividades del trabajo y la tierra disminuyeron en la
agricultura española de la década de 1940.
La caída de la renta por habitante forzó a reestructurar la oferta agraria.
Los niveles de escolarización de la Segunda República tardaron 25 años en recobrarse.
Las pretensiones autárquicas y el fuerte intervencionismos fueron los rasgos característicos de la
política económica del primer franquismo. El intervencionismo no se basó en el gasto público, si no
en la multiplicación de regulaciones. El nuevo Estado renunció a incrementar los ingresos públicos:
las prioridades políticas excluían cualquier aumento de la fiscalidad de las clases altas. La reforma
tributaria reimplantó la contribución de usos y consumos y elevó las tarifas de algunos impuestos.
El intervencionismo se llevó a cabo a través de la fijación administrativa de precios y de la
asignación de recursos. Subyacía una concepción cuartelera de la economía según la cual los
mercados, los agentes y los precios podían ser disciplinados.
En el ámbito de la asignación de recursos, el intervencionismo se llevó a cabo por 3 vías:
1) El establecimiento de cupos y licencias de importación para la distribución de materias
primas y de bienes de equipos.
2) La reglamentación de inversión privada.
3) La formación de un importante sector público empresarial (creación del INI y de muchas
empresas públicas y mixtas).

Las autoridades trataron de dar prioridad absoluta a los sectores que consideraban de alto interés
estratégico para la economía y defensa nacionales siempre desde la perspectiva autárquica.
Toda la inversión privada en actividades directamente productivas quedó sometida al régimen de
licencia previa. Para ello, se utilizaron criterios políticos, y además en las decisiones primaron a
menudo las discriminaciones de índoles regional o sectorial.
Durante los años 40, el déficit público llego a representar el 8% del PIB. Este déficit obedeció a la
movilización del ejército hasta el estallido de la Guerra Fría. Ese desequilibrio se financió con
recursos al Banco de España y con las emisiones de títulos pignorables de la deuda pública
(aumento de la circulación monetaria). El resultado seria la imposibilidad de aplicar una política
monetaria ortodoxo, el fuerte crecimiento de los agregados monetarios y el desencadenamiento de
fuertes tensiones inflacionistas.

45
Franco pretendía alcanzar la autosuficiencia económica. La política autárquica ocasiono
importantes estrangulamientos productivos. Por otro lado, la fijación arbitraria de precios ocasionó
una aguda escaseo de alimentos, lo que haría imprescindible el racionamiento, que fue establecido
por una orden del Ministerio de Industria y Comercio de 14/05/1939.
En junio de 1941 el racionamiento se extendió a casi todos los bienes de consumo. Los precios
oficiales eran notablemente inferiores a los precios de mercado (la mitad o menos de la mitad). El
Estado pagaba a los agricultores a precios de tasa. Esta política deprimió la oferta, generó escasez y
creó condiciones favorables para el surgimiento y expansión del mercado negro.
En los casos del trigo y el aceite, las cantidades desviadas al mercado negro fueron tan o menos
importantes que las vendidas a precios oficiales. El estraperlo se do hasta la década de 1952. El
estraperlo enriqueció a unos pocos y los grandes perdedores fueron los consumidores urbanos. De él
se beneficiaron principalmente quienes tenían buenas conexiones con el régimen y quienes lograron
sobornar a los encargados de la vigilancia de los precios de venta y de aplicar las sanciones a los
que participaban en el mercado negro.
En zonas de pequeños productores, buena parte de la población se beneficiaba del mercado negro.
En materia industrial, el intervencionismo del Estado también fue extremo y desacertado, lo que
provoco una deficiente asignación de recursos. Muchas materias primas y productos industriales
con déficit de oferta fueron distribuidos a precios tasados a través de un sistema de cupos. Como los
precios de tasa de estos artículos también eran inferiores a los de mercado, existió un amplio
mercado negro de materias primas y productos industriales.
En los años 40 y 50 España quedó aislada del exterior, lo que no le permitió obtener oportunidades
que la II Guerra Mundial brindó a los países neutrales y más tarde aprovechar la primera fase del
Milagro económico europeo.

En el sector agrario, los resultados de la política autárquica e intervencionista fueron muy


negativos: la superficie cultivada se redujo notablemente en los años 40. La producción agrícola
descendió aún más que el área de superficie cultivada. El descenso del producto agrícola fue
especialmente intenso debido a la disminución de los rendimientos por hectárea.

La disminución de los rendimientos por unidad de superficie fue consecuencia en buena medida de
las menores disponibilidades de abono. Las importaciones de abonos nitrogenados fueron en el
quinquenio 1931/1935 de 529.000 toneladas. En 1940-1944, 96.000 y en 1945/1949 106.000
toneladas. Las importaciones de fosfatos también se redujeron notablemente.
En síntesis, la recesión de la agricultura de la década de 1940 vino determinada principalmente por
la desacertada política de precios y por la política autárquica que dificultó el aprovisionamiento de
abonos. España tendría que recurrir a las importaciones de trigo en los años 40. Estas importaciones
fueron posibles gracias a un crédito proporcionado por Argentina.
El producto agrario se recuperó en los años 50 gracias a la quiebra de la versión más rígida de la
autárquica, a la política de precios algo más realista y a las menores restricciones para importar
abonos.
Entre 1945-1949 y 1955-1959, la producción de cereales aumentó un 26%, la del caite un 4%, la de
patata un 56%, la de remolacha un 100% y la de naranjas un 50%. Los rendimientos también
aumentaron en este periodo.
A finales de los años 50 el sector agrario seguía teniendo problemas: las productividades de la tierra
y del trabajo seguía siendo bajas, seguía sobrando mucha mano de obra en la agricultura española.
En 1939 se creó el Instituto Nacional de Colonización. En los años 40, ese instituto apenas colonizó
10.000 hectáreas. Entre 1951-1960 se colonizaron unas 2.000 hectáreas. Además, hubo un error: se
concedieron parcelas demasiado reducidas.
Durante la dictadura de Franco si se llevaron a cabo grande obras hidráulicas. Entre 1940 y 1970 se
multiplicó por 10 la capacidad de los embalses españoles, los regadíos pasaron de 1,4 millones de
hectáreas a 2,2 millones de hectáreas en 1970 y a 3,1 millones en 1987. Su finalidad era también la
energía.
46
En la década de 1940 la corriente inmigratoria hacia los núcleos rurales, la falta de libertades
políticas y sindicales y la fuerte represión determinaron un significativo descenso de los salarios
reales en la agricultura .En cambio, los beneficios de los grandes productores agrarios aumentaron
debido a su participación en el mercado negro y a la caída de los salarios reales. Estos grandes
beneficios no fueron reinvertidos en la agricultura. En los años 40, la agricultura reforzó su papel de
fuente de recursos financieros para el desarrollo industrial.

En los años 50 hay cambios significativos, Los beneficios de los grandes propietarios disminuyeron
debido a la menos importancia del mercado negro y a la recuperación de los salarios reales a partir
de la corriente inmigratoria. Ahora se inicia la autentica mecanización de la agricultura española.
Disminuye el flujo de capitales desde la agricultura al resto de la economía.
En cambio, la industria va a beneficiarse del flujo de mano de obra hacia las urbes, y del incremento
de la capacidad de compra del sector agrario (debido a la mayor demanda de abonos tractores, etc. y
al aumento de renta de la población rural).
Para conseguir un mayor grado de autosuficiencia económica se sometió al comercio exterior a un
Régimen de completa intervención y se aplicó una activa política industrial. En el desarrollo de esta
política hubo una persona clave: José Antonio Suances, un militar, ingeniero naval y amigo
personal de Franco. Fue Presidente del INI desde 1941 con la cartera de la industria y comercio y
con la presidencia del Instituto Español de Moneda Extranjera.
Hasta el Plan de Estabilización de 1959, el gobierno llevó a cabo un control de cambios y divisas
que entraña que el Estado fijo legalmente la paridad de su moneda y el monopolio del comercio de
divisas.
Además, el Gobierno español empleó un sistema de cambios múltiples el Estado vendía las divisas
extranjeras a distinto precio según las diferentes operaciones para las que se solicitase. Este sistema
no fue completamente abandonado hasta el Plan de Estabilización de 1959.
El IEME se creó en agosto de 1939. Asumió todas las competencias en materia de pagos exteriores
y coordinó las diferentes medidas del control. El control de la cantidad de divisas y los controles de
cambios ayudaron a Suances a regular el comercio exterior.
Todo el comercio exterior ayudó sometido a un régimen de licencias administrativas. Las
importaciones sólo podían efectuarlas quienes estaban inscritos en un registro especial de
importaciones, y para poder estar ahí era imprescindible la presentación de un certificado de
Adhesión al Régimen Nacional. Las licencias de importaciones eran muy valiosas y se generó un
lucrativo negocio en torno a ellas, en el que participaron funcionarios y empresarios.
El tipo de cambio oficial sobrevaloraba fuertemente a la peseta, lo que debilitaba el comercio
exterior (la autárquica fue buscada). Hasta diciembre de 1948 se mantuvo invariable el tipo de
cambio oficial establecido en 1939, a pesar de que los precios en el interior habían aumentando un
250%. Esta sobrevaloración dificultó enormemente las importaciones y contribuyó a agudizar la
escasez de medios de pago. Entonces el Gobierno empleó el sistema de cambios múltiples para
devaluar de manera subrepticia la peseta a fin de reanimar algo las exportaciones. Por otro lado, los
españoles que conseguían divisas tenían fuertes incentivos para venderlas en el mercado libre de
Tánger. Estas operaciones agudizaban la escasez de medios de pago. La sobrevaloración de la
peseta fue sostenible gracias al estricto control de las importaciones por parte del Estado. Las
exportaciones medias anuales entre 1926 y 1928, se redujeron.
En los años 40, las exportaciones medias anuales no alcanzaron ni la 3ª parte de las del quinquenio
1926-1936 varias fueron las causas de este bajo nivel de exportaciones: la agricultura, falta de
importaciones, no logró recuperar los niveles productivos de posguerra; la fuerte sobrevaloración de
la peseta; la búsqueda del estricto equilibrio bilateral en el comercio interior, hasta 1944 España
intentó primar las relaciones comerciales con Alemania.
En los años 50 las exportaciones se recuperaron gracias a la disminución en el nivel de
sobrevaloración de la peseta y al aumento de la demanda europea de productos españoles; aumentó

47
vinculado a la recuperación de las economías europeas tras la II Guerra Mundial. La recuperación
será incompleta.
La caída de las importaciones fue dramática en la posguerra. Las importaciones se recuperaron en
los años 50, sobre todo a partir del 1952. Esta rápida recuperación provoco un descenso de la tasa
de cobertura de exportaciones, lo que se tradujo en una alarmante disminución de las reservas. El
grado de apertura de la economía española se redujo espectacularmente en los años 30 y 40.
Sin duda el desplome del comercio de los años 50 fue deliberado. Durante la guerra civil, el déficit
exterior había ascendido a unos 1500 millones de deuda, entre los dos bandos a partes iguales.
España se había quedado sin reservas y con deudas de unos 750 millones de dólares. Como el país
carecía de divisas y no tenia acceso a la financiación internacional, el volumen de importaciones
depende de las exportaciones.
Para pagar las deudas de guerra España exportó capitales durante la primera mitad de la década de
1940. Esas exportaciones, en caso de no haberse producido, habrían podido incrementar las
importaciones en un 15%. El aislamiento internacional hizo imposible la participación en el Plan
Marshall y en los organismos internacionales que se estaban creando.
España se vio privada del crédito internacional, que era uno de los elementos clave en la
recuperación de algunos países europeos tras la II Guerra Mundial. La política autárquica fracaso
rotundamente. Hacia 1950 seguían escaseando los alimentos. La política de sustitución de
importaciones de combustibles no había dado ningún resultado positivo. La renovación del equipo
industrial no podía efectuarse sin importaciones. En definitiva, el deseo de reducir nuestro comercio
exterior generó numerosos estrangulamientos productivos y dificultó la recuperación económica de
posguerra.
A finales de los años 40, el incremento de las importaciones y la ayuda internacional resultaron
imprescindibles para que nuestra economía saliera del problema que había generado la política
autárquica.

Afortunadamente para España, la Guerra Fría, incluyó a las potencias occidentales y muy
especialmente a EEUU y cambió su actitud respecto al régimen franquista. EEUU empezó a
considerar a España como un aliado del frente anticomunista.
El aislamiento internacional de España comenzó a romperse en 1950 y en noviembre la ONU
revocó la medida de aislamiento diplomático de España. En ese año se aprobó la medida
gubernamental de ayuda por parte de EEUU (ascendía a 62 millones de dólares). Ese acuerdo se
consolidó con la firma de España y EEUU en septiembre de 1953 que rompe con el aislamiento
económico de España.
La modificación de la política económica fue parcial y se efectúo a un ritmo bastante lento. El
dinero que se dio a España como ayuda fue la cifra más baja comparada con otros países de
asistencia económica y militar.

EL INI, PROBLEMAS ENERGETICOS Y LA INDUSTRIA.


Se produce un incremento de la política autárquica (Instituto Nacional de la Autarquía: nombre
inicial de proyecto). Sus mentores pensaban que sólo el Estado podía desarrollar un esfuerzo
industrializador a gran escala.
Los objetivos iniciales eran potenciar la industria militar y reducir el grado de dependencia exterior
en materia energética. Se crea una empresa: En caso, que pretendía producir combustible, a partir de
pizarra. El resultado fue desastroso.
El INI se concibió como un holding de empresas publicas y semipúblicas que se especializaron en
sectores de base (energético y siderúrgico). En los años 40 y 50 el INI se financió con aportaciones
del Estado.
No cabe duda de que el INI participó al desarrollo industrial de nuestro país, pero estas
realizaciones no eran competitivas. El balance de la industria fue bastante negativo en los 50. El
crecimiento se vio obstaculizado por las insuficientes disponibilidades energéticas, por la escasez de
materias primas, de importaciones y por las dificultades para renovar el equipamiento.
48
La escasez afectó a todas las fuentes energéticas. Hasta mediados de los 50. El carbón estuvo
racionalizado. Hubo restricciones eléctricas desde 1944 hasta 1954. La falta de carbón obedeció al
cese de importaciones. Los suministros propios fueron insuficientes.
En el caso del petróleo, España dependía al 100% de las importaciones. Un problema era el
alineamiento de España con las potencias del eje durante la II Guerra Mundial de modo que los
aliados utilizaron los suministros de petróleo a España para tratar de dificultar las exportaciones
españoles de productos estratégicos a Alemania, sobre todo de wolframio.
El racionamiento de petróleo subsistió hasta mediados de los años 50.
A partir de 1944, la oferta de fluido fue insuficiente para atender a la demanda, de modo que hubo
restricciones en el suministro de electricidad hasta 1954. Los problemas en este sector van a
persistir hasta los años 60.
A partir de 1936 apenas se construyeron centrales eléctricas en España, porque el precio de la
electricidad estuvo congelado entre 1939 y 1951, por las graves dificultades para importar material
eléctrico y por las fuertes restricciones impuestas al capital extranjera. La Ley de Ordenación y
Defensa de Industria Nacional de 1941 prohibió que los extranjeros poseyesen más 25% del capital
de las empresas españolas.
La política industrial del nuevo estado se centro en sector intensivo en energía, lo que contribuyó a
la escasez de energía. Hubo momentos en que quedo sin atender 1/3 de la demanda global de
electricidad. Se estima que como consecuencia de las restricciones se perdió en torno al 15% de la
producción industrial.
Por el lado de la demanda, en la década de 1940 el mercado industrial se vio entorpecido por el
descenso de la capacidad adquisitiva de buena parte de la población española y por las enormes
dificultades para exportar antes de la sobrevaloración de la peseta.

Dentro de los mediocres resultados de la industrial española de los años 40, fueron los sectores de
bienes de consumo las que presentaron un peor balance. Estos sectores se vieron especialmente
afectados por la caída de los salarios reales y por el aumento en la desigualdad de la distribución del
ingreso. Algunas industrias de este sector sufrieron las consecuencias de las escasas prioridades
que las autoridades concedieron a la importación de sus materias primas básicas.
En la década de 1950 los resultados de la economía española mejoraron gracias al enorme
crecimiento de Europa a la relajación del intervencionismo económico a la ayuda exterior y a la
suavización de la política autárquica. Pese a esta aceleración, España no consiguió todavía
converger con respecto a Europa Occidental. En estos años creció muy poco en los años 40, porque
mejoraron las expectativas porque había más posibilidades de importar y porque hubo fuerte tirón
de la demanda.

El consumo privado creció pero mucho menos que la inversión. Los salarios reales aumentaron
desde 1953 y se producirá un aumento notable en 1956. Sin embargo, la fuerte inflación se comió
buena parte de las ganancias salariales a finales de los años 50.
La industria fue el sector que registró un mayor crecimiento en los años 50. Se esta produciendo un
cambio estructural importante en la economía española, por primera vez el sector que más aportaba
al PIB era la industria (España estaba completando su industrialización). El crecimiento industrial
de los años 50 fue muy desequilibrio aunque las industrias de bienes de consumo crecieron más
lentamente.

El crecimiento industrial se apoyó en la sustitución de importaciones y en el dinamismo de la


demanda interna.
El cambio en la política económica tuvo severas e importantes limitaciones: la inversión privada
continúo sometida a autorización administrativa; el mercado de divisas siguió estando controlada
por el Estado, la inversión extranjera continuó estando sometida a fuertes restricciones. Por un lado,
se suprimió la asignación centralizada de los bienes escasos, y por otro se redujo el número de

49
alimentos sometidos al control de precios y las tasas que subsistieron se aproximaron a los precios
de mercado.
La relajación de las políticas autárquica hizo posible que pudiera desarrollarse una estrategia de
sustitución de importaciones. Los elementos esenciales de estas políticas fueron:
1) Barreras insalvables a la entrada de productos extranjeros combinadas con una cierta
flexibilidad en la importación de bienes de capital.
2) Un férreo control de cambios.
3) La intervención directa y muy activa del Estado en la producción de bienes básicos.
España no era el único país que estaba aplicando este tipo de políticas.
A comienzos de los años 50, la producción nacional aportó al consumo interior de bienes
industriales los siguientes porcentajes: 79,7% en las industrias de bienes de consumo, 81,4% en las
industrias de bienes intermedios y 47,3% en los bienes de equipo. En 1958 estos porcentajes eran
94,4%, 82,4% y 70,6% de modo que la política de sustitución de importaciones dio resultado, sobre
todo en las industrias de bienes de equipo. A finales de los años 50, España seguía dependió
totalmente de las importaciones en lo que atañe a maquinaria de contenido tecnológico medio o
alto.
Este modelo industrialización generó fuertes desequilibrios macroeconómicos internos y externos,
fuertes tensiones inflacionistas y elevado déficit en la balanza de pagos.
En 1956 los precios al por mayor crecieron en España al 9,1%, en 1957 al 16,8% y en 1958 al
9,8%.
Esta fuerte elevación de los precios era consecuencia del tipo de financiación inflacionaria del
crecimiento industrial y de la escasa o nula prioridad que las empresas seguirán otorgando a los
problemas.
De 1956 a 1959 la oferta monetaria aumento 2,5 veces más que el PIB. El rápido crecimiento de los
agregados monetarios se debía al déficit del sector público y al crecimiento de la demanda de
créditos. La razón principal del incremento del déficit publico radico en las fuertes inversiones del
INI, que se financiaron con títulos de deuda publica pignoradle automáticamente y con el recurso
directo al Banco de España. La escala del crédito se debió a las subidas salariales (inflación de
costes), y sobre todo por la necesidad de financiar la rápida ampliación de la capacidad productiva.
Como el mercado de capitales era muy estrecho, os empresarios tenían que recurrir a la financiación
bancaria.
Pese a la devaluación no declarada de la peseta de 1957 y pese a la existencia de los contingentes y
otras medidas restrictivas, el aumento de la actividad industrial se tradujo en una fuerte elevación de
las importaciones.
En esos años, la fuerte inflación abarataba los productos extranjeros y encarecía los nacionales.
El resultado de todo esto será un descenso drástico del índice de cobertura de las exportaciones
(pasa de las importaciones que puede ser financiada por las exportaciones).
En 1957 se habían adoptado algunas medidas estabilizadoras: el tipo de descuento bancario se
elevó, se congelaron. Los topes de redescuento para la banca privada se llevo a cabo una tímida
reforma fiscal y se cursaron directrices confidenciales a la banca privada para que moderase el
crecimiento del crédito. Estas medidas resultaron claramente insuficientes, ya que el déficit
presupuestario del Estado a penas se redujo.

A finales de 1958 se produjeron cambios externos que afectaron a la peseta. En diciembre, las
divisas europeas recobraron la convertibilidad externa y al mismo tiempo se avanzó en el proceso
de liberalización del comercio mundial de bienes y servicios. Concretamente la Unión Europea de
pagos había logrado la convertibilidad de las divisas europeas y la de todas ellas con el dólar a un
tipo de cambio fijo.
Esta estabilidad monetaria estimuló el crecimiento del comercio y los movimientos internacionales
de capitales y trabajadores. La posición relativa de la peseta se deterioro con respecto al resto de
monedas. La peseta debía recobrar la convertibilidad perdidas si quería integrarse en la economía
internacional.
50
Para que España pudiera tener convertibilidad era imprescindible corregir el déficit de balanza de
pagos y para ellos era imprescindible una nueva devaluación de la peseta y completamente
necesaria una políticas de estabilización que moderara los tensiones inflacionistas.
A finales de la primavera de 1959, la situación de la economía española era muy delicada: los
desequilibrios internos persistieron y el país se había quedado prácticamente sin reservas.
El gobierno tenia dos alternativas: retornar a la políticas autárquica enérgica de los años 40; adoptar
un plan de estabilización y liberalización tal y como pedían los organismos internacionales para
reintegrar a España a la economía internacional. Franco renuncio a la autárquica, ya que esta podría
haber acabado con el régimen.
España a mediados de los años 50, había ingresado en diversos organismos internacionales, entre
otros en la ONU, y estos organismos internacionales habían mostrado cierto grado de tolerancia con
el régimen franquista, y ello hizo algo más digerible para Franco el amargo trago de tener que
renunciar a las políticas autárquicas.

Los países de la Europa Occidental estaban creciendo rápidamente gracias al comercio y a la


cooperación internacional lo que animó a España a llevar a cabo unas políticas económicas
similares.

El crecimiento económico de los 50 se tradujo en un importante desarrollo de la burguesía industrial


y financiera, quienes eran partidarias de una cierta apertura exterior y de una liberalización
controlada.
Tras la crisis el Gobierno de 1957, varios economistas se incorporaron a cargos relevantes en la
Administración. Estos también eran partidarios de la estabilización y de la liberalización.
La ayuda ofrecida y la presión ejercida por los organismos Internacionales fueron vitales para que el
drástico giro en la políticas económica de nuestro país fuese factible. Estos organismos
condicionaron su ayuda a la adopción de numerosas medidas liberalizadoras y estabilizadoras.
Los objetivos del Plan Nacional de Estabilización eran más amplios de lo que sugiere su nombre. A
parte de lograr la recuperación de los equilibrios externos e internos, el plan pretendía reestablecer
el funcionamiento de los mecanismos de una economía de mercado y favorecer la reinserción de la
economía española en la economía internacional.
Para restablecer los equilibrios internos hubo que actuar tanto sobre el sector público como sobre el
sector privado. En el sector público se limitaron las emisiones de deuda pública que incorporaban la
cláusula de pignoración automática en el Banco de España, se suprimieron los subsidios a las
empresas públicos, se restringieron las inversiones de las organizaciones autónomas del Estado y se
frenó el crecimiento del Gasto Público.
Para el sector privado también se adoptaron normas de disciplina financiera. Se contingento el
volumen total de crédito al sector privado se elevaron los tipos de interés y se limitaron las
operaciones activar de la banca.
Para frenar el desequilibrio externo se devaluó nuestra divisa, se adopto la convertibilidad de la
peseta, se estableció un deposito previo a la importación para eliminar las compras en el exterior
con propósitos especulativos se amnistió a los capitales en el exterior se revisó la ley de inversiones
exteriores para facilitar la captura de ahorro externo, y se obtuvieron ayudas de FMI y de la OCD.
Estos organismos, con la participación del Gobierno y la banca privada norteamericana pusieron a
disposición de España una ayuda financiera superior a los 500 millones de dólares, si bien los
fondos relativamente nuevos que podrían movilizarse inmediatamente solos ascendían a 246
millones de dólares. España solo llego a utilizar 74 millones.
El decreto de 19/07/1959 fijó la paridad de la peseta a razón de 0,0148112 gramos de oro (60 Ptas.
por dólar). En ese momento, el cambio medio para las importaciones se hallaba en 47,7 Ptas. y el de
las exportaciones en 47,4 ptas / dólares. La peseta se devaluó un 20,7%. Esto generó una recesión,
que duró casi año y medio.
En 1959, la inversión en capital fijo disminuyo un 6,6% y las importaciones se redujeron un 8,9%.

51
Las cuentas externas de la economía española mejoraron rápida y sustancialmente con este plan se
elevaron las exportaciones, creció el turismo, apareció un flujo de capitales repatriados y se
incrementaron las importaciones de capitales.
A lo largo, los resultados del Plan fueron muy satisfactorios. La economía española crece
espectacularmente a partir de 1960. Además, este plan facilitó un cambio radical en nuestras
estructuras productivas.

EL SEGUNDO FRANQUISMO: 1961-1975.

España fue uno de los países con mayor crecimiento económico del mundo (solo superada por
Japón). En España el crecimiento económico se concentra en un periodo más corto que el resto de
Europa.
Según Fuentes Quintana, este rápido crecimiento económico fue impulsado por varios factores: el
ferviente deseo de los españoles de alcanzar el desarrollo económico (hubo costes sociales: muchos
españoles tuvieron que emigrar y tuvieron que trabajar más duro), España había acumulado un
atraso de tecnológico enorme. Por un lado, la propia Europa se había rezagado durante el periodo de
Entreguerras con respecto a EEUU. A su vez, España había incrementado su atraso tecnológico con
respecto a Europa entre 1936 y 1959, de modo que la tecnología empleada en España se hallaba a
una enorme distancia de la frontera tecnológica. España carecía de la capacitación social para poder
aplicar la tecnología punta, pero si estaba en condiciones de utilizar unas técnicas bastante más
avanzadas de las que estaban empleándose entonces ( el margen para aumentar la productividad era
muy amplio); la liberalización de las importaciones permitió el aprovisionamiento de bienes de
equipo procedentes del exterior; el fuerte crecimiento del consumo privado de la inversión privada y
de las exportaciones; la apertura exterior hizo posible que España pudiera sacar mayor provecho del
rápido crecimiento económico de los países occidentales. Concretamente, del fuerte crecimiento de
las exportaciones de las remesas de los emigrantes, los ingresos obtenidos del turismo y las
importaciones de capitales resultaron clave para conseguir la modernización de nuestro sistema
productivo; España contaba con los recursos precisos para poder crecer con rapidez ( estaba
aumentando con rapidez la oferta de capitales, la industria y los servicios contaron con una oferta de
mano de obra bastante elástica por el fuerte subempleo rural, porque a finales de los 50 la mujer
apenas se había incorporado al mercado laboral); en este periodo los términos de intercambio
evolucionaron de manera favorable para España, porque las materias primas y la energía se
mantuvieron en precios relativamente bajos.
El rápido crecimiento de los 60 y 70 fue acompañado de cambios estructurales muy profundos en
nuestra economía: los numerosos recursos fluyeron desde sectores poco productivos a sectores más
productivos. De hecho, el peso relativo de la agricultura se redujo notablemente entre 1959 y 1975.
En estos años, el sistema agrario tradicional sucumbió ante la presión del intenso éxodo rural hacia
las grandes metrópolis españolas y hacia algunas ciudades de la Europa Occidental. La agricultura
hubo de enfrentarse a una modificación de la estructura de la demanda de alimentos porque
aumenta la renta y además España se esta urbanizando.
En 1959, la agricultura absorbía el 42% de la población ocupada, la industria el 19,8%, la
construcción el 6,8% y los servicios el 31,4%. En 1975 estos porcentajes eran respectivamente el
23,2%, el 24,4%, el 9,8 % y el 42,6%. En resumen, hay un traspaso de mano de obra desde la
agricultura hacia la industria, la construcción y sobre todo los servicios.
La agricultura compensó el uso de menos fuerza de trabajo con un rápido proceso de capitalización.
De 1960 a 1975, el número de tractores se multiplicó por 3 y el empleo de insumos ajenos a las
propias explotaciones veloz de la productividad del trabajo en la agricultura.
Sin duda la industria fue el principal motor del crecimiento económico español de los 60(fue el
sector en el que más rápido creció la producción y la productividad del trabajo). El veloz
crecimiento industrial fue acompañado de notables transformaciones en la composición del
producto manufacturero: el peso relativo de las industrias metálicas y químicas aumento a costa de
las tradicionales industrias de bienes de consumo (alimentos, textil, cuero, madera…) se fue
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configurando una industria más compleja con mayor dependiente de los insumos energéticos e
intermedios y una mayor articulación entre sus distintos sectores. Sin embargo, la industria tuvo una
capacidad relativamente limitada de generar empleo. La industria española se modernizo, pero se
especializó en ramas de demanda y contenido tecnológico débiles. La competitividad de la industria
española se basaba sobre todo en los bajos costes laborales.
El tamaño del INI siguió aumentando, pero perdió protagonismo en la política industrial porque las
empresas publicas comenzaron a regirse por el principio de la subsidiaridad (la empresa publica
solo llegara condeno llegue la empresa privada).Además el INI se convirtió en una especia de
hospital para algunas empresas privadas que atravesaban dificultades.
En los años 60 se redujo algo el grado de intervención del Estado en la economía. No obstante, el
grado de intervención del Estado seguía siendo mayor en España que en la mayor parte d países
occidentales. Además, los llamados planes de Desarrollo iniciados en 1964 supusieron un cierto
resurgimiento del intervencionismo del Estado. Estos planes pretendían ser un instrumento de
coordinación de las decisiones públicas y privadas. Consistían en una declaración por parte de la
Administración Publica de sus previsiones inversoras y de sus prioridades sectoriales y territoriales.
El instrumento básico para alcanzar esas prioridades las constituían diversos estímulos a la
iniciativa privada.
Los planes de Desarrollo fracasaron en su objetivo de promover el crecimiento porque: la inversión
publica fue muy deficiente en un país con un importante déficit de infraestructuras y por el mal
funcionamiento de los mecanismos de mercado como consecuencia de la distorsiones que las
exenciones, las ayudas y las subvenciones introducían en los precios. Además, esos estímulos a la
iniciativa privada promovieron la corrupción y el uso fraudulento de algunas ayudas.
La política industrial consistió esencialmente en la concesión de privilegios crediticios, fiscales,
aduaneros, financieros y en ayudas directas a empresas que invirtieron en ciertos sectores fijados
por el Gobierno. La ley de Industrias de Interés Preferente (1963) y las Acciones Concertadas
fueron los principales instrumentos de la política industrial de los 60 y 70.
El abuso de la discrecionalidad en la concesión de ayudas potenció la figura del buscador de rentas
cercano al poder político y deterioro la imagen de los empresarios. La actividad empresarial estaba
constituida por una red de regulaciones, subvenciones, ayudas, desgravaciones, créditos
privilegiados y concesiones obtenidos gracias a las relaciones con el poder político. En este
contexto, es lógico que los resultados empresariales fuesen percibidos como el producto legitimo de
una actividad desarrollada en condiciones de riesgo y competencia (a medio y largo plazo resultara
dañada la capacidad empresarial).
La economía española se abrió al exterior a raíz del Plan de Estabilización de 1959. Sin embargo, el
nivel de protección efectiva aumento, ya que antes de 1959 la protección no provenía de las tarifas
aduaneras, si no de los contingentes de importación. Poco antes del Plan de Estabilización, el
comercio liberalizado sólo suponía el 9% del total, el 91% restante estaba sometido a cuotas, o
formaba parte del comercio de Estado o de los intercambios llevados a cabo por tratados bilaterales.
En 1973, el comercio liberalizado ya suponía el 80% del total, España se integró en el GATT. Las
reducciones arancelarias acordadas en la Ronda Kennedy del GATT de 1964 a 1967 representaron
en promedio para España un 18%. Estas reducciones entraron en vigor de manera escalonada entre
1968 y 1972.
En 1962 España solicito la apertura de conversaciones con el Mercado Común para establecer una
asociación que pudiera desembocar en la integración plena (que no podía conseguirse por razones
económicas y políticas). No obstante, España firmó un acuerdo preferencial con el Mercado Común
Europeo en 1970. Este acuerdo comporto nuevas reducciones arancelarias.
La liberalización externa de nuestra economía no fue un proceso lineal: en estos años también se
adoptaron algunos mercados protectoras.
Las importaciones de bienes y servicios aumentaron entre 1960 y 1973. Las exportaciones también
aumentaron pero su porcentaje era muy pequeño. Hasta 1973 las entradas de divisas por turismo, las
inversiones extranjeras y las remesas superaron a los ingresos por exportaciones (débil capacidad
exportadora de nuestra economía). No obstante, la composición de las exportaciones registró una
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transformación profunda en los años 60 y primeros 70. En 1960, la aportación de los productos
agrarios a las exportaciones casi representaba el 60%. En 1975, menos del 25% (España dejo de ser
un país fundamentalmente exportador de alimentos y materias primas). El mercado de trabajo y el
de capitales siguieron estando muy intervenidos en los años 60.
Los gobiernos franquistas persiguieron una combinación de salarios bajos con una alta seguridad en
el empleo que resultara aceptable para trabajadores y empresarios.
El coste de reducción de las plantillas para afrontar descensos transitorios de la demanda resultaba
in asumible en muchas ocasiones. La rigidez del mercado de trabajo favoreció el aumento de las
horas extraordinarias y freno por tanto la creación del empleo.
A mediados de los 60, la regulación administrativa afectaba al 43% del volumen total de
financiación del sistema crediticio al sector privado. Una parte de esos recursos los obtenía el sector
privado a trabes del crédito oficial, y otra parte a través de los recursos que obligatoriamente bancos
y cajas tenían que dedicar a los circuitos privilegiados de financiación. Estos tipos de interés
privilegiados constituyeron un impuesto implícito establecido de manera sigilosa sobre los bancos,
de manera que los bancos trasladaron este impuesto al resto de la economía.
La intervención en los mecanismos de financiación obligo a aplicar políticas monetarias expansivas
para mantener bajos los tipos de interés y para tener recursos disponibles. Esas políticas alimentaron
las tensiones inflacionistas.
La liberalización financiera con respecto al exterior fue limitada, se circunscribió a las
importaciones de capital a largo plazo. Las exportaciones de capitales a largo y corto plazo y las
importaciones de capitales a corto plazo continuaron estando muy controladas.
El sistema fiscal no se modernizó y esto determinó el mantenimiento de un bajo nivel de ingresos
que hacia inviable que la provisión de bienes públicos aumentara en consonancia con las nuevas
necesidad derivadas del propio crecimiento económico.
En la época franquista, España amplió su retraso respecto a otros países desarrollados en cuanto al
tamaño y a la estructura funcional de los ingresos y gastos públicos.
Hacia 1960 el gasto público en España no llegaba al 20% del PIB. En esa fecha, en la Europa
Occidental el gasto publico suponía más del 30% el PIB.
Entre 1960 y 1975, el gasto público aumentó más lentamente en España que en la Europa
Occidental.
Pese a que el Estado del bienestar estaba aun poco desarrollado en España a finales del franquismo,
la composición del Gasto publico registro transformaciones sustanciales en los años 60-70
(disminuyó el servicio a la deuda, la defensa y los gastos generales y aumentaron las pensiones, la
educación y la sanidad).

La seguridad social no se financió con impuestos, si no con cotizaciones de trabajadores y


empresarios, lo que entraño una especie de impuesto sobre el empleo. Fuera de esto, las novedades
en la estructura de los ingresos públicos fueron mínimas: el sistema fiscal era muy regresivo en la
distribución de la carga tributarios y proporcionaba escasos recursos para atender a una economía
que requería más infraestructuras más capital humano y mayor cohesión social. Sin embargo, no
hubo déficit público gracias a una gestión conservadora del presupuesto que ajustaba los gastos a
los ingresos disponibles.
El Estado franquista en muy escasa medida contribuyó a la redistribución de la renta. Por esto, los
esfuerzos de los trabajadores para participar a la riqueza y bienestar colectivos se centraron en la
lucha por unos salarios nominales más altos.
Cuando el Régimen franquista se deterioro físico del Caudillo, los gobiernos optaron por un
comportamiento adaptativo de creación de dinero para financiar los incrementos salariales (esto
agravó las tensiones inflacionistas).
El rápido crecimiento de los 60 y 70 obedeció a los niveles de mejora de eficiencia. En este periodo
es la mayor parte de los países occidentales, el incremento del progreso técnico fue menor que en
España. El veloz crecimiento de la productividad en España vino determinado por la sustitución de

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técnicas atrasadas por otras más modernas, la intensificación del proceso de acumulación capital y
la reasignación de los factores productivos entre los distintos sectores.
En estos años, los trabases intersectoriales del factor trabajo tuvieron una gran magnitud y
entrañaron a menudo movimientos migratorios. Por tanto, hubo un cambio importante en la
distribución en el espacio de la población española. Los movimientos migratorios fueron
consecuencia y causa de la progresiva concentración geográfica del PIB.
Entre 1955 y 1973 hubo en España convergencia económica regional y provincial. Los factores que
impulsaron esta convergencia fueron la reducción del número de habitantes en las provincias pobres
y el descenso más acusado en los sectores pobres del peso relativo de los sectores menos
productivos. A partir de 1973 se paralizó el proceso de convergencia y se debilitaron los
movimientos migratorios.
Entre 1959 y 1973, la emigración bruta exterior se ha estimado en 1.300.000 persona, la emigración
neta exterior en 700.000.El saldo migratorio exterior negativo evitó que el exceso de mano de obra
desalentase la sustitución de trabajo por capital.
La política de apertura exterior y de menor intervención fue contestada por el capitalismo
corporativo y por distintos sectores del régimen, que consiguieron mantener un proteccionismo alto,
ralentizar ciertas reformas e imponer nuevos e importantes mecanismo interventores. Las reformas
institucionales que permitían que nuestra economía se convirtiera en una autentica economía de
mercado quedaron bloqueados.
Cuando Franco falleció aun no se habían emprendido las reformas del mercado de trabajo, del
sistema fiscal y financiero. El franquismo seguía tratando de mantener el apoyo político del
empresariado (mediante disciplina laboral, limitación de la competencia, reducida presión fiscal…)
En definitiva, el segundo franquismo no llego a recorrer la senda liberalizadora iniciada con el Plan
de Estabilización. En 1975, nuestras instituciones económicas aun diferían sensiblemente de las de
los países occidentales.
Hacia 1975 nuestro sistema económico presentaba debilidades y deficiencias. Hay 7 “pasivos” del
sistema económico de los 60: la tendencia al desequilibrio de las cuentas externas, que obligó a la
devaluación de 1967 y a limitar periódicamente las importaciones; la asignación de recursos estaba
siendo perturbada por el intervencionismo financiero y por la inexistencia de una suficiente y fluida
provisión de bienes publicas. Pese a los progresos, el déficit de infraestructuras económicas y
sociales seguía siendo muy acusada en los 60 se configuró una industria bastante intensiva en
energía; pese al rápido crecimiento del PIB, la economía española la evidenció una escasa
capacidad de empleo en los años 60 y primeros 70.
La rápida capitalización de la economía se vio favorecida por los bajos tipos de interés mantenidos
por un sistema financiero protegido e intervenido; el desigual crecimiento de los distintos sectores
fue originando crecientes y costosos desequilibrios; la agricultura no fue capaz de proporcionar
suficientes alimentos de alta elasticidad renta de demanda ( España tuvo que importar). Por otro
lado, las redes del sector comercial no se ampliaron y modernizaron en la medida necesaria, lo que
elevó las tensiones inflacionistas. Por último, las desigualdades de renta se intensificaron en los 60-
70. En 1974, España era uno de los paises occidentales con mayor grado de concentración de las
rentas personales.
En suma, la herencia económica del franquismo era peor que lo que sugieren las cifras
macroeconómicas. En 1975 quedaba pendiente la democratización del país, la reforma de
instituciones económicas, el equilibrio externo y el equilibrio en el mercado de trabajo solo eran
posibles si las economías occidentales crecían a una tasa bastante elevada y había que efectuar
cuantiosas inversiones publicas para equiparar nuestras infraestructuras a las de los países de la
Europa Occidental.

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