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LA DECADENCIA DE LA POLITICA é es la politica? He aqui la mas fascinante y la mas desprecia- de las palabras. Su contenido es, a un mismo tiempo, atrayen- 'y repulsivo. Y se emplea lo mismo para enaltecer que para vitu- . Yno existe ninguna confusi6n en el término, sino que la itica es realmente asi, ora lo mas valioso, ora lo menos estima- que existe. No son dos cosas opuestas las denominadas por la ma palabra, sino una sola cosa que duda, no obstante, entre dos extremos del valor. Crédito y descrédito, las dos cosas son, acuerdo con una raz6n sutil que suele escapar al sentimiento. se sabe que decir “un politico” es provocar indefectiblemen- un juicio moral, estimar el valor de una persona. Esta expresi6n es moralmente neutra: se refiere a lo mas alto 0 a lo mas mise- le. Decir “un politico” es provocar indefectiblemente la admi- i6n o el desprecio. Condenar una acci6n politica es condenar luna persona por entero. Sélo en el arte, entre las otras formas de la acci6n humana, uurre algo parecido: decir de alguien, sin admirarlo al mismo mpo, que es “un artista”, es tratarlo despectivamente. En cam- , se puede ser impunemente un mediocre agricultor, un mal TO, un insignificante industrial, un obscuro profesionista. En s casos el valor de la acci6n no es idéntico al valor de la perso- ©, por decirlo asi, no es la persona quien actéa, su accién no es a accion moral. Pero en el caso de la politica, la persona esta mprometida por completo en sus actos. No se puede ser un po- itico sino para merecer el desprecio o la admiracién de los hom- s. El politico que no es admirado es despreciado, sin ninguna cepcion. La accién politica requiere ser admirable para no ser ‘despreciable. Por eso es exacta la impresién de que la politica sig- nifica un gran riesgo, pues, en efecto, el no merecer en ella la ad- miraci6n de los hombres es una pena de muerte, asi como el me- recerla es “ganar la inmortalidad”. El temor a este riesgo que —ha caracterizado a la burguesia—, es el que se manifiesta en el sentimiento que ignora 0 que olvida cual es la naturaleza moral de la politica. A ese temor se debe el 283 error de querer ajustarla a las normas de “la conducta moral”. Se olvida con ello que la politica es, no la obediencia, sino la crea- cién de la norma. Una accién politica es moral, no en cuanto obedece, sino en cuanto manda, pues cuando deja de mandar es cuando se separa de su norma. Una politica que no manda perso- nalmente, es tan s6lo el agente, el instrumento del mando. Para que sea realmente politica, para que valga como politica, es preci- so que el mando sea de ella; es preciso que la norma no sea dife- rente de su personalidad; es preciso que la norma sea ella. Por eso es absurdo pretender que la politica obedezca, sea “moral”, se ajuste a reglas de conducta establecidas. La politica no obedece na- turalmente sino a lo que la convierte en mando, pero no de un modo falso, sino identificandola con él por completo. No cuando obedece, sino cuando ella es la norma, una politica es legal. La politica es el temperamento de la ley. Este es el riesgo del politico: esta fuera de la ley en el momento en que no manda, en que la ley no es él. Esta es su grandeza; en el momento en que manda, su personalidad es la ley. El desprecio que los politicos merecen se funda también en la repugnancia que sienten los hombres para lo que los aparta de sus habitos, para lo que es extraordinario, para lo que les muestra que la norma a que obedecen es falsa y que hay otra mejor. Los politicos son los que buscan una ley mejor, por lo que ponen en duda el valor de la establecida; son los que desobedecen, a fin de mandar. El desprecio que se les tiene es el que merecen los forajidos, los que viven fuera de la ley. Pero la admiracién que causan es la que arrebata la existencia que supo encontrar su ley en medio de lo desconocido, en medio de donde no habia ninguna. Una politica que obedece, una politica que no manda, carece de personalidad, de valor; su conducta es la inmoral, falsa y sin norma. Pero como ésta es la que no corre “el riesgo de la politi- ca”, es la que vulgarmente no merece desprecio, la que parece “moral”, aun cuando no consiga admiracion. Es como el arte aca- démico, que sacrifica su personalidad a su éxito inmediato prefi- riendo halagar el gusto del ptblico por lo que ya conoce, a crear- le un gusto nuevo por lo que le da a conocer; y también como el arte que sacrifica su personalidad a “la escuela”, prefiriendo que se estime en sus obras el valor establecido por los moldes de esta, en vez del valor original de ellas mismas. A estos dos tipos de arte sin personalidad equivalen la politica tradicionalista y la politica 284 que se ajusta a los canones cde una “escuela revolucionaria”. En los dos casos la falsedad politicca es la misma; se aspira a mandar con la ley que no se posee, con. el mando de otro; se aspira a mandar sin personalidad politica. La obra de arte que no_ toma su valor de ella misma, sino de otra cosa —una escuela moderna, un molde clasico, una fe religio- sa, una utilidad “social”, uma doctrina politica, un interés econé- mico, etcétera—, abandonaa, sin duda, su valor propio; su valor ya no es suyo. Un misico que ss6lo vale por mexicano, no vale con su propio valor, sino con el de : cualquier mexicano; vale con un valor ajeno. Un poeta comunistay, no vale con el valor del comunismo. Una pintura “modernista” ro aumenta, con su propio valor, la ri- queza de lo moderng, sino «que, careciendo de valor, toma de éste lo que no le pertenece, parra valer fraudulentamente. El arte me- xicanista, el arte comunistaa, el arte catélico, estan diciendo, con su denominacién, que trattan de poscer el valor de México, el valor del comunismo, el valdor de la fe, a falta de un valor personal. Esto se comprueba con la faacilidad con que un mismo misico, un mismo pintor, un mismo pcoeta, cuando abandonan su personali- dad o carecen de ella, pasam indistintamente del “modernismo” al mexicanismo y del mexicarnismo al comunismo, lo cual pone de manifiesto que el valor dee sus obras esta fuera de ellos, les es ajeno, lo toman de cualquie2r parte. Es propio de toda acci6»n que no vale el que busque su valor fuera de ella misma. Apenaas una politica carece de personalidad, se vuelve nacionalista, fascissta, socialista, no importa qué; se afilia a una escuela; obedece a uma moda; copia a alguien; se convierte en una falsedad. Igual que een el arte, la falta de personalidad es la decadencia de la politica. Chuando una politica deja de ser norma por ella misma es cuando see piensa ajustarla a la norma que no es ella; cuando carece de valorr es cuando se pretende que obedezca aun canon, a una tradicion: o a un plan definido. Pero esta empresa, sin enmbargo, siempre es desmentida por la realidad. Una politica que aabandona su riesgo, que busca su auto- ridad fuera de ella misma, qque trata de sustentarse en un plan, en una economia que esté por - encima de las contingencias y las vici- situdes de la vida politica, ‘lo que hace es abandonar su mando para entregarlo a otra politica. Es imposible poner un mando por encima de la politica. Una pcolitica sin mando y sin responsabilidad es una politica en decademacia y pronto es arrollada por los he- 285 chos. La grandeza de la politica est precisamente en su riesgo, en sus vicisitudes y contingencias. Yen cuanto abandona su riesgo, se empequefiece. En cuanto abandona su responsabilidad y la confia auna entidad metafisica, sélo pone de manifiesto la debilidad de su poder. Pues ninguna entidad metafisica tiene capacidad para gobernar. El Universal, 1* seccion, abril 9 de 1934, p. 3.

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