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Un relato del encuentro A 10 años de Comunismo

Libertario
por Cristián Olea, miembro fundador del Congreso de Unificación Anarco-

Comunista

Reflexiones de Cristián Olea, entrañable compañero de esa generación


que nos hicimos anarco-comunistas a comienzos y mediados de los '90
y decidimos emprender el aparentemente imposible proyecto de levantar
una orgánica política libertaria, de cara al pueblo y desde premisas políticas
claras. Proceso que llevó desde 1998 a fines del '99 a la conformación
del Congreso de Unificación Anarco-Comunista. Estas son sus reflexiones
personales a raíz de su participación en las actividades por el Décimo
Aniversario del Primer Congreso Anarco-Comunista de Chile.

El Frente de Estudiantes Libertarios (FeL) marchando junto a los obreros de

la construcción (Fetracoma) el 1o. de Mayo, 2008


Estar ahí era necesario y quedarse será simplemente un placer. Habían

pasado 10 años, con sus noches y sus días. Y aquel referente temporal,

interpretado desde las diversas experiencias que aquellas dos tardes

confluyeron en este espacio de narrativas críticas y debates, sirve para

entender la percepción del ayer, del ahora y del mañana.

Hablar de 10 años de Comunismo Libertario en Chile suena desafiante. Y


en el proceso de instalación de este encuentro no faltó la voz inquisidora
que puso el grito en el cielo por una supuesta adjudicación antojadiza de
determinadas agrupaciones anarquistas de todas las prácticas identificadas
con lo que denominamos Comunismo Libertario.

Sin embargo, lejos del ánimo hegemónico, estaba esta necesidad


coherente de hacer la retrospectiva crítica a un momento de la historia
reciente del anarquismo en Chile. Una década precedida de contradicciones
y crisis profundas que devienen en experiencias sustantivas de
organización y consolidación de discursos. Procesos que llevan a generar
una pequeña tradición libertaria, volcada a levantar desde el campo
popular proyectos autogestionarios, autónomos, basados en la democracia
directa.
Y como el desafío no era hacer la reconstrucción lineal y anecdótica, lo que
orientó el proceso de reflexión fue el presente. Por lo tanto, fue desde el
ahora, desde lo que se había construido en estos años, desde las derrotas
y victorias, como se fue gestando esta mirada y rescate de un proceso
iniciado a fines de los años 90. A la vez, se consideraba que los nuevos
niveles de organización también arrojan nuevas crisis y problemáticas.

Las organizaciones convocantes establecieron áreas temáticas en torno


a las cuales giraron las exposiciones y debates programados. El primer
día se hizo un recorrido histórico de las experiencias organizativas del
anarquismo chileno, siendo un aporte en comparación con otras
exposiciones que se quedan en los descriptivo o en análisis lineales que
no logran generar interpretaciones que posibiliten debates profundos y
críticos. En este sentido se plantearon ejes temáticos que articularon la
exposición; separación analítica que supera lo cronológico y establece
problemáticas específicas que vistas en perspectivas arrojan miradas
complejas acerca de las racionalidades que ordenaban aquellos procesos.
Posteriormente, se articuló esta revisión histórica con un recorrido por
las ideas fuerza que permitirían hablar de un anarquismo social. En este
sentido, se alcanzaron minutos valiosísimos en lo que respecta a instalar
los nodos históricos, prácticos, ideológicos y discursivos de un anarquismo
con vocación organizativa que permeó la expresión mayoritaria de las
luchas libertarias. Un anarquismo que en la contingencia actual toma el
calificativo de social; en un afán identitario y en la necesidad actual de
resignificar en el plano público lo que entendemos por anarquismo.

El calor insoportable de este comienzo de enero no fue suficiente para


mermar el debate. El diálogo sorprende por alcanzar un nivel que revela
madurez, voces que surgen de la experiencia práctica; de la reflexión
de compañeros y compañeras que han crecido y han articulado sus
discursividades a partir de trabajos colectivos que se han hecho posible con
el esfuerzo silencioso pero con una alta convicción de construir espacios
autogestionarios desde las luchas sociales.

De este modo, la primera parte de este encuentro permitía a la


heterogeneidad de los asistentes, con mayor o menor conocimiento de
"lo libertario", tener referentes claros, interpretaciones sólidas para iniciar
un proceso de reflexión en torno a las prácticas político-sociales que se
identifican como parte del cúmulo de la tradición anarquista.

El segundo día continuaba en el mismo infierno santiaguino. Sin embargo,


el ánimo se mantuvo. Con retraso se iniciaron las mesas de exposición
y debate. En primer lugar, en torno a prácticas sociales territoriales y
no territoriales en donde el anarquismo se hizo presente con prácticas
concretas que permitieran formas organizativas horizontales, de carácter
autogestionario y que apostaran a la recuperación de la acción directa en
las luchas sociales. La segunda parte, según los organizadores una de las
más esperadas, buscaba instalar una mirada crítica de el auge y caída del
CUAC en voces que fueron protagónicas de aquel proceso.

El espacio que ocuparon las prácticas sociales del Comunismo Libertario


en estos últimos 10 años, atravesó un espectro amplio de situaciones y
contextos. Tal vez, una luz de lo que debiera potenciarse en el presente
en cuanto al proceso de rearticulación y replanteamiento constante que
el anarquismo debiera tener desde la relación teórico-práctica. A nuestro
entender lo más rescatable de las exposiciones, más allá del hecho
concreto de referir con profundidad las particularidades de la articulación
de luchas específicas y las problemáticas que aquello arroja, fue la
ausencia de la autocomplacencia. Esto, porque quizás en este recorrido
de los últimos años de organización (a ratos discontinua) el espacio de
lo libertario tendía a ratos a mirarse el ombligo, intentando convencer
a los "convencidos" y hacer de estos encuentros un mero testimonio
acumulativo de experiencias. Aquí lo que hubo de sobra fue mirar desde
adentro cómo se había crecido individual y colectivamente en contextos de
lucha, en espacios poblacionales, sindicales, culturales, estudiantiles.

Y en el debate, que nos permite alcanzar la síntesis, se evidenció la


necesidad de problematizar acerca de lo que fue en algún momento parte
fundamental de la estrategia política del CUAC: la inserción social. Desde
nuestra perspectiva, la constatación práctica de discursos que vienen
haciendo crisis al interior del anarquismo y de parte de la izquierda
tradicional, se manifestaban con claridad. La pregunta de cómo potenciar
las luchas particulares dentro del movimiento social y de cómo encontrar
los nodos articuladores para enfrentar una realidad que nos ofrece un
proletariado menos homogéneo y más extenso; la necesidad que arrojan
las respuestas prácticas, requieren también un repensar la manera en
que enfrentamos e interpretamos la realidad en que vivimos y que nos
urge cambiar. Las categorías de análisis y los discursos que van siendo
soporte de nuestros deseos, muchas veces arrojan fracturas que mueven
(y es lo que esperamos) a instancias de reflexión crítica para reorientar
nuestros esfuerzos individuales y colectivos; o también (y es lo que
pretendemos superar) aislarnos en prácticas esteriles pero aparentemente
"viriles" desde lo que consideramos debe ser el desempeño revolucionario
de una corriente. Tal vez no consiste en ir, en viajar, en "meterse",
sino en emerger organizado desde el pueblo; lo que nos llevaría además
a la necesaria problematización de cómo generamos sintonía, de cual
es nuestra capacidad para comunicar y materializar nuestros deseos
emancipadores. Cambiar la realidad sin darse contra el muro, lejos del
mesianismo y la ideologización. No estar atados a aparatos, perder
movilidad; no estar atados a dogmas, perder la frescura.
En la etapa final de este encuentro, voces encargadas de compartir el
proceso de articulación del CUAC, abordaron el proceso previo para
entender la razón de ser de esta organización. Esto además porque, los
convocantes a este espacio de debate, establecían que aquella experiencia
orgánica era un punto de inflexión para lo que dentro de este contexto se
denominó Anarquismo Social. Además de los precedentes, se instalaron los
siguientes enfoques: Estructura Orgánica; una visión crítica a la inserción
social; el Anarcocomunismo y la necesidad de referentes ideológicos
claros; educación y propaganda; política de alianzas y la crisis de la
militancia.

El CUAC surge como una de muchas repercusiones de intentos fallidos de


articulación general del anarquismo chileno. Y así se planteó durante esta
mesa, la visión crítica en torno a cómo los años 90 resumieron la crisis
entre subversión y organización, permeándose a veces, enfrentándose en
otras. Para efectos analíticos se hace una división, que considera que la
primera mitad de los años 90 estuvo marcada por la presencia decenas
de colectivos que funcionaban en torno a publicaciones, a una incipiente
presencia en espacios universitarios, a la contracultura, a un pequeño
trabajo cultural en poblaciones y a la heredada (o compartida, como se
quiera) lucha callejera estudiantil.

La segunda mitad de los 90, va mostrando como de la relación entre estos


distintos espacios, surgen discursos más complejos y nuevos contextos
que en algún momento entrarán en un debate (a ratos no muy fraterno).
Se da la tensión entre visiones que tenían como prioridad tener un
referente global del anarquismo y las que apostaban por fortalecer los
colectivos. Por otra parte, la lucha callejera seguía limitada a las
universidades y sólo periféricamente tenía eco (al menos desde los
anarquistas) en espacios poblacionales. Así uno de los primeros aspectos
que intenta superar el CUAC es construir una organización que pueda darse
desafíos de mayor envergadura, que tal vez un colectivo por sí solo no
podía enfrentar, intentando configurarse como un referente de masas.

Después de su fundación el CUAC vivirá un proceso de fortalecimiento


hacia dentro en donde intenta establecer las bases orgánicas en torno a un
trabajo desterritorializado para posteriormente, a un año de su fundación,
apostar por la inserción social. En esta etapa de la exposición, se hizo
referencia a cómo se llegó a esta necesidad orgánica. El CUAC cambia su
dinámica interna en función de este salto cualitativo que aspira a crear
frentes territoriales de Inserción Social. Así, los expositores plantearon de
qué manera esto ayudó a reivindicar prácticas libertarias al interior de las
organizaciones sociales. Como también se plantearon problemáticas con
la evaluación de tales espacios y de la falta de debate en torno a cómo
se estaba construyendo desde aquellos contextos. La falta de madurez
política sumado a ciertos roces de liderazgo al interior del CUAC, termina
quitándole potencia a esta política, terminando en constituirse en uno de
los factores del ocaso de esta organización. Por lo tanto, las aspiraciones
que el CUAC se autoimpuso no estuvieron en sintonía con el contexto
interno que la organización vivía. Sin embargo, las consecuencias de tal
desafío, en el mediano y largo plazo, entregaron referentes territoriales
sólidos.

Desde aquí, también surgió un proceso paralelo a los cambios orgánicos


y estratégicos que tiene que ver con definiciones ideológicas al interior
del CUAC. La reivindicación del Manifiesto del Comunismo Libertario de
Fontenis, como también la Plataforma, permitieron cierta claridad teórico
práctica, pero a ratos fue razón para impedir inaugurar espacios
permanentes de debate al interior de la organización. Desde nuestra
mirada, esto se produce por interpretaciones antojadizas y dogmáticas
de determinados militantes, que sirvió para alimentar odiosidades
innecesarias.

En uno de los puntos que el CUAC pudo tener mayoritariamente puntos


altos, fue en la capacidad para generar una propaganda y una presencia
pública sin precedentes en las últimas dos décadas. Fruto del trabajo
interno, del compromiso y la creatividad de sus militantes logró instalar
en la calle una iconografía libertaria que hizo coincidir lo mejor de la
tradición clásica del anarquismo con el desenfado y la irreverencia de la
contracultura. Y esto no es menor, ya que permitió que gente que no
necesariamente fuera adolescente o luciera un atuendo punk, se acercara a
las ideas y a la organización. Esto sumado a la edición de una publicación;
talleres de debate y formación políitica; más los espacios culturales que
se fueron gestando, como lo fue el mítico Café Acracia, permitió aportar
identidad a lo que en ese momento llamamos anarquismo organizado.
El último aspecto relevante que falta mencionar, fue el que aborda la
política de alianzas que el CUAC desarrolló. Aquí surgieron voces diversas.
Por un lado se hace ver cómo el CUAC apostó por extender puentes
pragmáticos con organizaciones de la izquierda tradicional, buscando
fortalecer su propio proceso de afianzamiento en los espacios territoriales
y al mismo tiempo porque los desafíos globales que se iban asumiendo
podían tener en lo concreto puntos de encuentro que ayudaran a construir
movimiento social. Por último este esfuerzo se hacía para superar ciertos
vicios dogmáticos y de aislamiento que históricamente jugaron en contra
del enriquecimiento y expansión del ideario ácrata.

Y en contrapunto con lo anterior, se desarrolló una crítica por parte de


uno de los expositores que tiene relación con cómo el CUAC se relacionó
con las demás orgánicas libertarias. Desde esta perspectiva se deslizó
una crítica a la incapacidad que tuvo este referente para considerar un
trabajo más cercano con instancias más pequeñas que abundaban en
el mundo libertario, pero que tal vez miraban con desconfianza desde
la contracultura o la ya afianzada tradición del colectivo, a esta nueva
apuesta Anarcocomunista. Esto tal vez, dio espacio para que crecieran
fantasmas, alimentados por la virulencia de críticas interesadas, que
terminaron por aumentar un abismo entre el CUAC y una parte del mundo
libertario. Podríamos preguntarnos también acerca de las consecuencias
positivas y negativas que esto trajo, sobre todo a la luz de las últimas
continencias.

El debate posterior estuvo colmado de buenos aportes. Circulaba la


curiosidad, la crítica y la convicción de que habíamos asistido a una
retrospectiva que alimentaba nuestros deseos de converger. La necesaria
convergencia, con la también necesaria duda de lo que marcará nuestra
siguiente década. El espíritu de esta primera década de este siglo nos
permitió seguir hablando en estas frecuencias y hoy van permitiendo
el origen de nuevas sintonías. Desde hoy podríamos, con certeza del
momento histórico que vivimos, hacer lo imposible por emerger como
pueblo nuevo desde la cotidianidad de nuestras alegrías y miserias;
resistiendo y construyendo diversos; demostrando que hemos aprendido
de nosotros mismos y que ese aprendizaje es también parte de procesos
colectivos anteriores.
Y en el último aliento de este relato crítico, no puedo abstraerme (es
más lo siento una necesidad fundamental) de la emoción de ver esa
sala con tantos rostros desconocidos y, por lo menos, más jóvenes que
algunos de nosotros. Esto más que sensiblería, nos permitía constatar
con esperanza que los esfuerzos individuales y colectivos tienen alcances
insospechados. Hubo un tiempo en que podíamos conocer a todos los y
las anarquistas de Santiago. Ha habido un tiempo también en que nos
hemos preguntado si ésta sigue siendo nuestra barricada; cuestionándonos
aspectos más o menos ideológicos, como también teniendo noticias de
ciertas prácticas que han llevado al anarquismo chileno a un proceso de
crisis identitaria y de atomización suicida. Y como nos hicimos radicalmente
cargo de aquella época es que podemos ver que cuantitativamente se
ha crecido; que el deseo de libertad, de construcción autogestionaria y
asamblearia va fluyendo poco a poco pero con decisión por los ingratos
rincones de las demandas populares. De lo segundo, del que es tal vez
este tiempo, constatamos qué tiene más de apariencia que de sustancia;
que si bien a veces somos lo que parecemos, podemos revertirlo al calor
del debate con todos los que estén en el ánimo de hacerlo; que las
prácticas que día a día se van diseñando con la urgencia y la imaginación
tienen eco en aquel crecimiento cuantitativo que mencioné; porque no
somos simplemente más, aquí ha habido heridas y cicatrices, aquí ha
existido crecimiento; hemos tenido derrotas porque nos hemos atrevido a
vencer; porque seguimos siendo escépticos levantamos nuevos horizontes
utópicos, pero lo hacemos desde aquí porque estamos vivos y vivimos la
alegría de pensar y sentir de este modo. Y queremos seguir estándolo; los
sacrificios e inmolaciones no nos seducen. Lo que nos motiva día y noche,
es ese mundo que crecía en el corazón de Durruti, que no era ni nada más
ni nada menos que otro corazón revolucionario.

Cristián Olea
Santiago de Chile, 26 de Enero, 2010

Notas de la presentación de Crisitán Ola al encuentro


de aniversario por los 10 años de Anarco-Comunismo en
Chile
Se hace necesario hacer retrospectivas críticas, que aporten a la memoria
colectiva, reinstalen discusiones y rediseñen enfoques que nos permitan
salir de ciertos rincones ideologizados, que muchas veces reproducen las
mismas lógicas del sistema que pretendemos transformar.

La invitación no se reduce a líneas, tendencias; se extiende a de qué


manera hemos construido nuestra representación de nosotros mismos, del
Chile que queremos cambiar, de lo que hemos sido y lo que seremos como
seres humanos herederos de la continuidad y discontinuidad revolucionaria
del anarquismo.

¿Por qué llegamos a sentirnos anarquistas? ¿por qué sospechamos que


este es un camino válido para cambiar nuestras vidas? y claro ¿por qué
sentimos que al cambiar nuestras vidas, esta forma de lucha pudiera ser
un espacio para que los demás quieran hacer algo parecido con las suyas?

La experiencia orgánica del CUAC no comienza el año 1999, y menos, creo


que acabe con la derivación en OCL o con la desarticulación progresiva de
esta última. Los años 90 nos permiten asistir al resurgimiento identitario
y organizativo del Anarquismo; a su visibilización premeditada. Las calles
de Santiago, todavía atravesadas por la caída de la esperanza; los nuevos
rostros demócratas; los últimos coletazos de la ultraizquierda lautarista;
el estallido de las barras bravas; el voluntarismo decadente de cierta
parte de la resistencia universitaria y la burocracia de su dirigencia que se
niega a morir, constituyen factores determinantes para poder entender los
distintos contextos en que se produce el resurgimiento del anarquismo. Sin
duda, el campo de "lo popular", desde el imaginario de la izquierda clásica
resultaba un ámbito todavía lejano para los y las anarquistas de inicios
de los 90. Descontando una presencia minoritaria en ciertos espacios
culturales en un par de poblaciones de Santiago y la territorialidad directa
que puede permitir la vida en provincia, el grueso de aquellos colectivos
todavía ni siquiera se cuestionaba el asalto a aquellos horizontes.

Si la primera mitad de los 90 se tradujo en la proliferación de colectivos


específicos, antimilitaristas, estudiantiles y publicaciones discontinuas; la
segunda mitad se reconoce como el avance hacia la discusión orgánica y la
consolidación de experiencias territoriales. Y en estos esfuerzos, sin duda,
lo fundamental del debate resultaba ser la manera en que el anarquismo
volvía a territorializarse; a meterse en las problemáticas sociales para ser
una respuesta radical de auto organización popular.

En el proceso de maduración del CUAC y ya en su primer balance, se


desarrolló por parte de un sector de militantes la propuesta de la Inserción
Social. Se habló de "devolver el anarquismo al corazón del pueblo". La
discusión alcanzó niveles interesantes de profundidad porque de alguna
forma nos puso frente a expectativas y realidades como individuos y a la
vez como organización.

De este modo, se diseñan mecanismos y se definen objetivos para abordar


tal tarea. La creación de frentes, la sistematización de las prácticas y la
evaluación política de éstas y la coordinación de distintas áreas (sindical,
estudiantil, poblacional, por ejemplo). Desde esta política surgen espacios
que se fortalecen rápida y sorpresivamente: Estudiantil con la creación
del FeL; Sindical con la participación en la Multisindical y la dirigencia de
ciertos sindicatos por parte de compañeros militantes y/o simpatizantes del
Anarco-comunismo.

Junto con esto, la presencia pública del CUAC alcanza niveles inéditos de
organización, trabajo estético y propagandístico. Cuestión que se fortalecía
con la continuidad de una publicación propia de la organización. En este
contexto es que también, debido a las contingencias, se desarrolla una
política de alianzas pragmáticas con buena parte de la izquierda
revolucionaria tradicional y con ciertos espacios libertarios que, según el
CUAC, tenía perspectivas de lucha superiores a las que ofrecía el grupo
de afinidad. Con esto último, la percepción del anarquismo se desplaza de
la caricatura del "antisistémico" a la de la organización política de masas
que es capaz de proponer una alternativa autónoma y autogestionaria para
enfrentar al Capitalismo.

En esta etapa surgirá, quizás, lo mejor y lo peor de las prácticas políticas


al interior del CUAC. Reflejo de la inexperiencia, de la falta de discusión
sistemática para la superación de las diferencias, de la burocratización de
ciertos mecanismos y la obsesión por la disciplina, se comenzó a minar
parte importante del espíritu fundador de esta organización. Se había
alcanzado una legitimación discursiva y práctica que, con sus errores
y aciertos, prometía extender los campos de acción y multiplicar las
experiencias genuinamente libertarias; sin embargo, el germen que se
instaló al interior de la orgánica y la consecuencias de miradas dogmáticas
y ahistóricas terminó por sabotear lo que comenzaba a consolidarse.

Algunos frentes se desvirtuaron en su esfuerzo inicial y se alejaron de


las perspectivas que la organización había determinado asambleariamente.
Se configuraron especies de "fundos" que eran defendidos con uñas y
dientes, con menos argumentos políticos que ego y autocomplacencia.
Los mecanismos de evaluación de los frentes se transformaron en
herramientas para iniciar purgas al interior de la organización. Ciertos
espacios del CUAC instaron a forzar la realidad artificialmente, provocando
esfuerzos estériles de compañeras y compañeros para "insertarse
socialmente"; se constituyó así, una especie de "virilidad militante",
marcada por lo territorial, por el "estar metido en algún frente territorial"
como condición fundamental para continuar en la orgánica.

Luego de las disputas internas que terminaron con la fractura del CUAC
y su posterior derivación a OCL, algunas de estas prácticas no
desaparecieron por completo, y es más, creo que mutaron para generar
nuevas situaciones retardantes en el proceso de construcción
revolucionaria coherente con el contexto y con lo que históricamente
ha sido el anarquismo organizado. Se dejó todo el campo de lucha, se
abandonó la figuración pública, creció la "onda de la clandestinidad", nos
sumergimos hasta parecer que nos habíamos ahogado.

El anarquismo organizado que se había levantado con tanto esfuerzo,


con tantas horas de dedicación, con toda la energía joven de tantos
compañeros y compañeras, no se iba por la borda, sino más bien anclaba
en una isla desierta en la que la realidad social se construía primero en
las asambleas, siguiendo una lógica lineal, se pretendía una vez más ir en
busca de un horizonte que cambiar, cuando en realidad siempre estuvimos
en medio del océano de la crisis... no había que ir más allá, sino buscar
en los bloqueos existenciales y políticos que nos impedían estallar con
más fuerza y coherencia que nunca, no para devolver el anarquismo al
corazón del pueblo, no para estar junto al pueblo, sino para emerger como
pueblo organizado, como pueblo nuevo que es capaz de construir su propio
camino emancipador.

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