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Lenguaje y Poder en la Sociedad del Conocimiento

VIII

En materia cognitiva, las personas tienden a validar experiencias propias como ajenas
con criterios de realidad que dependen de la consistencia interna de la comunicación
en la que han recibido la información pertinente y la coherencia de aquella con la
información ya integrada como verdades a su corpus de conocimientos. Un proceso
similar de aprehensión de datos se puede observar en el caso de los aprendizajes de
tipo emocional o actitudinal, los que se van “ordenando” según los comportamientos
sociales a los que la persona está expuesta, una vez que el sujeto va reconociendo y
nominando los propios, a través de la observación de lo ostensible de aquellos
fenómenos internos y su respectiva significación para el resto de la comunidad a la que
pertenece.

Este proceso de integración de información-comunicación, transformado en cultura, ha


tenido una evolución histórica que depende tanto de la cantidad como de la velocidad
de circulación de la información necesaria para el conjunto social de que se trate. Tal
volumen y aceleración de circulación de la información, depende, a su turno, del
crecimiento de las sociedades -en cantidad de habitantes y expansión geográfica-
como del desarrollo de las fuerzas de la producción de bienes y servicios a los que las
ciencias y las técnicas creadas por aquellas les han dado acceso.

De allí que, desde los orígenes de nuestra especie se observe un desarrollo desigual de
los colectivos humanos y sociedades que han poblado la Tierra, pues las exigencias de
“expansión” cultural han sido más o menos motivantes, al tiempo que sus respectivas
adecuaciones al entorno, más o menos exitosas, según la estabilidad institucional de
dichas comunidades y del poder que sus sectores dirigentes consiguieron acumular,
sea por la vía de la represión, seducción o tabú.

Si bien originalmente el “saber” correspondía a un muy pequeño y especial sector de la


comunidad, pues implicaba poder sobre el resto, los impulsos de libertad que anidan
en lo más profundo de cada ser humano han estimulado la búsqueda de su cada vez
mayor ampliación, sea a través de la lucha contra cualquier dominio sobre la propia
voluntad; sea mediante la sublimación de dicha violencia en la forma de acumulación
de conocimiento transformador de una naturaleza que hay que poner al servicio.
Este modo de acción social ha permitido al hombre enfrentar los sufrimientos de su
propio cuerpo, manifestados en el dolor, la enfermedad o la decadencia, a través de la
búsqueda de conocimientos sobre medicina y biología; los ataques de la naturaleza,
que los golpean aleatoria y cruelmente, mediante el estudio del clima, la astronomía,
geografía y sus leyes físicas y químicas; y los que provienen de la propia estructura del
poder y las conductas de sus semejantes, desde las ciencias sociales.

Mediante esta acumulación de saberes, conformados como corpus a través del leguaje,
los hombres han ido configurado visiones del mundo que, perfeccionadas tras duras
bregas contra instituciones que tienden a mantener el statu quo, han posibilitado el
desarrollo de la ciencia y técnicas manifestadas en fuerzas de producción (y también
de destrucción) que van abriendo espacios de comprensión del mundo, porque tales
contenidos, producidos por los hombres mismos para alivianar los males del cuerpo, la
naturaleza y la sociedad, suscitan contradicciones que exigen trabajo, adaptación y
sumisión, tal como hemos visto en los esfuerzos que realizan las sociedades periféricas
por integrar a sus modos de producción los avances de las NTIC, para ingresar, en
parte, a la nueva Sociedad de la Información y del Conocimiento.

En la presente fase de la revolución cognitiva, “la distinta posición de los individuos


respecto de la información define sus posibilidades productivas, sociales y culturales,
incluso hasta el grado de determinar la exclusión social de quienes no son capaces de
entender y procesar la información”1.

1 Ángel I Pérez Gómez. “La Construcción del Sujeto en la Era Global”. Revista Opciones Pedagógicas
(Bogotá, Colombia), números 29 y 30. (2004).

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