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Sin embargo existen por lo menos dos categorías de místicos que tienen
una vida conyugal: los sufíes musulmanes y los lamas tibetanos «bonete
rojo» (nyingma-pa). He conocido sufíes, e inclusive, excepcionalmente,
me he encontrado con la mujer de algunos de ellos (aunque eran
musulmanes no tenían más que una) He conocido a los sufíes nyingma-
pa casados. No tenían nada que envidiar a los religiosos solteros, y
formaban con su esposa parejas que darían ganas de casarse a los
solteros más empedernidos. No obstante, la concepción, y aún, para
algunos, la nostalgia de una trascendencia del sexo es justa, y la Vía, si
es verdadera, lleva siempre a la libertad respecto a la sexualidad física.
Apareciendo está en la pubertad, es decir, después de las otras
funciones desaparecerá antes. Es un proceso natural. Hablo, por lo
menos, de la vida sexual de ayuntamiento entre cuerpos adultos. En su
sentido amplio el instinto sexual es el instinto de unión o de reunión.
Este instinto se manifiesta como la necesidad de contacto físico y las
sensaciones genitales, desde la pequeña infancia. Pero el deseo
consciente de unión sexual, de coito, aparece en la pubertad. El niño y
el adolescente viven, sienten, se expresan sin tener relaciones sexuales.
El ser humano no puede vivir sin respirar pero puede vivir sin acoplarse.
(El termino generalmente usado es el de unión sexual. Pero puede que
haya acoplamiento sin que haya unión. Es incluso lo que ocurre casi
siempre).
Por consiguiente. hay sexualidad, en sentido amplio, cada vez que dos
elementos que se sienten como complementarios tratan de unirse.
«Unirse», «unión», es decir, dejar de ser dos para llegar a ser uno.
Acoplarse es asociarse a la vez que se sigue siendo dos; unirse es ser
uno. Toda la manifestación es un intento ciego o consciente, torpe o
hábil de retorno a la Unidad. A veces de manera loca o criminal, el ser
humano busca sin cesar sobrepasar la asfixiante limitación de su
individualidad. El solitario se siente uno con la naturaleza, el artista con
el público, el enamorado con su enamorada. Desgraciadamente esta
unidad casi siempre es un engaño. Es un engaño por que los seres
humanos no son uno consigo mismos, están interiormente divididos, son
contradictorios, y no pueden, de este modo, ser uno con nadie ni con
nada.
Digo contacto físico pues eso es algo muy importante. El parto es para
el niño, mucho más que para la madre, un choque físico terrible. Su
epidermis ultrasensible siente la separación y el contacto del aire como
el primer sufrimiento intolerable. Si este sufrimiento no llega a serle
aceptable pronto por el amor inteligente de la madre, su cuerpo
conservará siempre una sensación de falta y de frustración que jamás
será colmada, y cuyo origen, naturalmente es inconsciente. Ocurre lo
mismo si la unión física con la madre (contacto, caricias,
amamantamiento) ha sido interrumpido bruscamente. Cierta evolución
sensual se ha detenido y se fija en esta edad de algunos meses. Tanto
sensorial como emocionalmente, un adulto puede conservar hasta la
muerte la edad de dos años. Treinta o cincuenta años más tarde, su
cuerpo reclama siempre las sensaciones que le han sido rehusadas en
otro tiempo.
Lo que buscamos afuera está en nosotros creemos que eso nos falta. El
macho busca la hembra exterior por que no la encuentra en él. Pero la
potencialidad de la hembra está en cada hombre, la potencialidad del
macho está en cada mujer.
Hacer el «amor». «Si no tengo Amor...» decía San Pablo. Esta misma
palabra traduce los términos sánscritos moha (o incluso Kama) y
también los términos griegos Eros y Agape, la posesión y la libertad.
«Porque la amaba demasiado prefirió matarla a saberla en brazos de
otro...». Claro, seguro que le decía «Te Amo».
Hacer el amor es darse a sí mismo. Pero para poder darse hay que
pertenecerse primero, hay que poder hacer «Te amo». ¿Quién ama a
quién? ¿Un yo total unificado, o un yo parcial que no compromete más
que una pequeña parte del ser?
El acto sexual verdadero, el que tiene lugar en la Vía, es aquel que une
completamente a dos seres en una ofrenda de sí mismo sin reserva, y
no aquel que acopla a dos cuerpos físicos. Este don de sí, acto libre de
un adulto, demasiado a menudo es confundido con un deseo regresivo o
infantil de vuelta a la indiferenciación de la relación madre-niño. En
ambos casos son sobrepasados el sentido de la separación y del
encarcelamiento en los límites de la individualidad. Pero la diferencia es
la que existe entre un Sabio y un niño. Aquel está consciente, despierto;
este no. El amor es un acto consciente.
El acto sexual puede ser, pues, disociado del matrimonio, sin por ello
atraerse a la condena. Pero la Vía normal pasa por el amor durable
entre un hombre y una mujer, por el amor conyugal. El amor es en sí
mismo, un aspecto de la Vía: crecer juntos, progresar el uno por el otro.
Desgraciadamente, el éxito en el amor conyugal es en la actualidad muy
raro. Si esta realización es posible, no es probable. No todos los
matrimonios fracasan, pero son muy pocos los que tienen un valor
suprahumano y que hayan aportado todo lo que el hombre y la mujer
esperaban.
Una mujer debería ser para su esposo todo lo que su esposo espera de
la mujer. Un esposo debería ser para su esposa todo lo que su mujer
espera de los hombres. La esposa debe ser a la vez amante, hermana,
madre, hija, amiga, enfermera, socia y jueza ; y el esposo, amante,
hermano, padre, hijo, amigo, enfermero, socio y juez. Todas las
relaciones posibles entre un hombre y todas las mujeres, entre una
mujer y todos los hombres, están reunidas - o deberían estarlo- en la
pareja.
La ley del matrimonio es la ley general del ser y del tener: soy un
marido, y no: «tengo una mujer». O aún: Soy su marido, y no: es mi
esposa. Sólo los seres libres y adultos pueden obedecer estas leyes.
Mientras «Te amo» signifique «Ámame», ningún matrimonio feliz y
durable es posible. Una exigencia infantil está condenada a la decepción.
Como expresión del amor verdadero, la vida sexual adquiere una nueva
dimensión Sobrepasa el nivel estrictamente físico a la vez que asocia los
cuerpos en una unión inmensamente más profunda y sutil, y se apoya a
esta sexualidad para alcanzar una unidad cada vez más perfecta.
La gran enseñanza del acto sexual es que la unión física es un engaño.
El plano físico implica formas separadas, y físicamente dos no pueden
ser uno, cualquiera que sea la necesidad de sobrepasar esta forma, de
hacerla desaparecer y de fusionarse con el otro. Sin embargo, es una
ley de la naturaleza tratar siempre de neutralizar o borrar las
distinciones que ella misma ha creado. En el acto sexual, el juego de
tomar y dar es particularmente significativo. «Tómame». «Me doy a ti».
Cada uno quiere darse y tomar al otro. Pero la unidad no existe más que
ahí donde ya no se trata de tomar ni de dar, donde este doble
movimiento ha sido neutralizado. Aún los cuerpos superiores son
todavía formas, por muy sutiles que sean. Y «hacer el amor» es mucho
más que lo que expresan estas palabras.
Esta verdad total no es posible más que entre aquel y aquella que se
aman. Es su privilegio. En muchas tradiciones la mujer no se muestra
completamente más que a su marido: la musulmana se vela para salir,
la hindú no suelta completamente sus cabellos más que para él. El
pudor respecto a los extranjeros no es en absoluto incompatible con la
perfección erótica en la intimidad. Al contrario, la plenitud sexual va de
par con la castidad. La costumbre de reservar la visión de su cuerpo al
esposo - y de la que se está lejos con los trajes de baño de dos piezas y
los bikinis- no es la expresión de una servidumbre sino de un profundo
conocimiento esotérico que el mundo moderno ha perdido por completo.
Es el signo de un sacramento. Todo está tan lejos de nuestra actual
posibilidad de comprensión que sería inútil extenderse sobre ello. Puesto
que vemos las cosas de manera opuesta, no lo neguemos. Pero no
condenemos un orden cuya significación se nos escapa y no
descuidemos ninguna de las oportunidades que se nos da para
profundizar nuestra comprensión.
Todo lo que acabo de decir sobre el amor entre los esposos representa
la forma más justa entre la relación entre el hombre y la mujer. Pero
rara vez se alcanza esta relación. Los fracasos, las dificultades pueden
llegar a ser también una parte de la Vía, con la condición de vivirlos en
la verdad y no en conflicto con la moral. Es en el dominio de la
sexualidad que la moral inventa la mayor confusión.
Para poder crecer es preciso ser realmente uno mismo y estar unificado.
Si la verdad es que soy un demonio, sólo este demonio puede
evolucionar, transformarse, volverse menos egoísta (lo que no
evolucionará es la imagen ideal con la que mis padres o mis educadores
me han enseñado a ocultar la verdad). Decirle «No mientas» a un
mentiroso, o «quédate quieto» a un niño que está moviéndose todo el
tiempo, crea inmediatamente a otro. Una doble personalidad (split
personality) divide al niño entre «Yo miento» y «Yo no debo mentir».
«Yo quiero moverme» y «Yo debo quedarme quieto» De nada sirve
ordenar cuando la orden no puede ser cumplida. Al contrario, es muy
grave. Hay que encontrar y suprimir la causa de la mentira o la causa de
la agitación motriz. Es inútil humillar y desolar a un niño reprochándole
todo el tiempo ser tan hablador, si es sólo a los cuarenta años y luego
de semanas de lucha épica consigo mismo que comprenderá a qué
profundidad y en qué sufrimiento está enraizada su necesidad de hablar
y de ser escuchado.
No basta decir lo que hay que hacer y no hacer; hay que mostrar el
camino hacia lo justo, el camino que me conducirá a mí mismo tal como
yo soy y no tal como debería yo ser.
«La vida separa a los que se aman» repiten las novelas, películas,
canciones. No es la vida sino la mentira, el rechazo de la realidad, de las
leyes universales que son inexorables. La felicidad conyugal está hecha
de una reconciliación y de una armonización con el orden cósmico en el
cual están insertos el hombre y la mujer. La nostalgia del amor único y
eterno, la idea de que en algún sitio existe un hombre, o una mujer, que
nos corresponde exactamente permanecen tenaces al fondo del corazón
humano. Muchos amantes han creído de todo corazón que habían sido
creados el uno para el otro. Algunos meses más tarde no queda más
que la amargura, decepción y sufrimiento. ¿Qué mejor prueba de que
vivimos en la mentira y en el sueño? El hombre y la mujer cambian de
año en año, de minuto a minuto. Es que este cambio ¿les separa o les
acerca?
Lo esencial es que haya alguien para amar, un ser unificado, cuyo sí sea
sí y cuyo no sea no. No se puede amar a alguien si uno no se ama a sí
mismo, y uno no puede amarse a sí mismo, si se está en conflicto
consigo mismo, si se dice sí en la mañana y no en la tarde. El hombre
moderno se encuentra en la situación trágica de tener que saber como
funciona. Esto es tan aberrante como tener que conducir un coche en la
Plaza la Concordia sin saber lo que es un desembrague, e
inmediatamente más dramático. Ninguna de nuestras acciones tiene el
sentido que les damos. Es ceguera. Un hombre o una mujer aman. Pero
están sometidos por fuerzas que los manejan sin que lo sepan y que los
llevan ahí donde no quieran ir.
Confrontando con tantos fracasos, desilusiones, sufrimientos, ¿Cómo
puede el hombre contemporáneo soportar su vida sin conocimiento de sí
mismo y sin conocer las leyes de la manifestación universal?