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Semana del 03 de oviembre de 2009


(se actualiza martes, viernes y domingo)

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JOSÉ DE SEGOVIA

«Recuerdos de antaño»: hogueras


Esta novela me ha traído muchos recuerdos. Antes que Miguel Delibes diera a conocer las
victimas protestantes de la Inquisición en su libro El hereje (1998), otro autor español, Emilio
Martínez (1849-1919) había dado a conocer esta historia en forma de ficción a finales del siglo
XIX. Su libro Recuerdos de antaño circuló hasta los años setenta, cuando yo lo leí en la librería
que tenían mis padres en la Gran Vía de Madrid.

Mi madre prefería Los hermanos españoles (1900) de la irlandesa


Débora Alcock (llevada luego al cine con el titulo de Como llama en
el viento), aunque yo leí primero la traducción libre que se hizo del
francés de La Casa de Doña Constanza de Emma Leslie (publicada
por Clie en 1977). Lo triste es que todos estos títulos siguen siendo
desconocidos para la mayoría de los españoles…

Es una buena noticia por lo tanto que el Consejo Evangélico de


Castilla y León se haya decidido a reeditar Recuerdos de antaño
con la ayuda de la Fundación Pluralismo y Convivencia, al
cumplirse 450 años de los sucesos que se narran en este libro,
publicado ya hace un siglo.

La edición introducida por Francisco Molpeceres y Gabino Fernández Campos, da alguna información
más de la que tenía la última edición de Clie en 1977. Conserva sus grabados originales y añade más
datos sobre el autor, además de una extensa bibliografía. Aunque se echa de menos la excelente
fotografía que abría sus páginas, con aquel melancólico retrato de Emilio Martínez a principios de
siglo…

¿QUIÉ ERA EMILIO MARTÍ EZ?


Para la generación de mis padres, Emilio Martínez era el autor de Pepa y la Virgen y Julián y la
Biblia, dos novelas de controversia con el catolicismo-romano, que hoy resultarían ofensivas para
muchos evangélicos en el presente clima de ecumenismo católico-protestante. Martínez sabía sin
embargo de lo que hablaba. Ya que era muy devoto de la Virgen de la Misericordia, que se venera en
una de las capillas de una iglesia parroquial de Madrid, donde nació a mediados del año 1849.

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Emilio ayudaba a cuántas misas le era posible, porque así se lo habían
enseñado y lo consideraba “oficio de ángeles”. Asistió a su primer
culto evangélico cuando tenía 19 años, que vivía con sus padres en el
segundo piso de la calle de la Cabeza, numero 20, en el castizo barrio
de Lavapiés. Cuenta en sus memorias que en el piso de abajo había un
gran salón que alquilaban para funciones teatrales, cuando un día
empezó a oír ruido de albañiles. Al preguntar al portero, le dijeron que
un señor extranjero había tomado arrendado el piso para reuniones
protestantes. Tres días después estaba sentado con sus padres en uno
de los bancos de madera, asombrado que aquel destartalado local, sin
retablo ni altar, pudiera ser un local de culto.

Un año después de abrirse la primera iglesia protestante Madrid,


se inscribía Martínez en 1869 como primer estudiante de una
clases de teología que daba el misionero bautista norteamericano
Knapp, siendo encargado el año 71 de corregir el primer
Diccionario Bíblico que se publicó en España. Como redactor de la
revista El Cristiano empezó a escribir al año siguiente sus libros por
entregas, como era habitual en la época. Entró luego en la Iglesia
Reformada Episcopal en 1884, haciéndose cargo de la congregación
de Valladolid, donde murió en 1919. En su entierro predicó el pastor
luterano Juan Fliedner y Federico Gray de las Asambleas de
Hermanos, como expresión de una unidad evangélica que hoy brilla
por su ausencia en muchos lugares.

U A OVELA HISTÓRICA
Como bien dice Molpeceres: este es “un libro muy especial, que
nos habla de las grandezas y miserias del espíritu humano y del
profundo valor de la coherencia y de la fe en Cristo. arra una
antigua historia que habla de vida y de muerte, de valor y de
cobardía, de mansedumbre y de atrocidad, de esperanza, de amor
y, sobre todo, de fe. Una fe que llevó a un grupo de cristianos que
vivieron en la España del siglo XVI a vivir su cristianismo de
manera diferente, mucho más bíblica, apasionada, casi insensata
ante una sociedad intolerante y cruel.”

En su interesante introducción, el historiador de Valladolid puntualiza


algunas de las afirmaciones del autor,
como las implicaciones militares del
matrimonio de Felipe II con María de
Inglaterra. Explica el misterio de la
famosa cadena en la ventana, por
donde dice que sacaron a Felipe II
para bautizarle, y las relaciones con el
papado. Se pregunta por la la vida
familiar del rey y duda de su

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responsabilidad en la muerte de su hijo Carlos. Revisa el número de asistentes al auto de fe del 8 de
octubre de 1559, que ahora se conmemora, y nos informa de la ubicación exacta de las cárceles de la
Inquisición.

La obra de Martínez fue revisada y ampliada por el propio autor, según su lugar de publicación. Así la
edición aparecida en Chile en 1897 incluía datos que se consideraban pertinentes para el lector
americano, mientras que la publicada por la Sociedad de Tratados y Publicaciones Religiosas de
Londres excluye las referencias a diferentes denominaciones evangélicas. La más importante variación
editorial está sin embargo en la reducción de las discusiones de los acusados con los jueces de la
Inquisición, que Martínez se dio cuenta que no podían haber sostenido. Aunque explica que lo que se
proponía era presentar también sus creencias por medio de esas argumentaciones.

LA REFORMA E VALLADOLID
La comunidad protestante en Valladolid tiene su origen en la influencia de Domingo de Rojas,
hijo del primer marqués de Poza, que era dominico y discípulo de Bartolomé de Carranza, el
arzobispo de Toledo acusado por la Inquisición de “luteranismo”. Junto a él destaca la figura del
capellán de Carlos V, el doctor Agustín Cazalla, un judío convertido a la fe evangélica durante
sus viajes al extranjero, que había acompañado al emperador durante casi nueve años por Alemania y
los Países Bajos. Es luego hecho canónigo en Salamanca, donde entra en contacto con el corregidor de
Toro, don Carlos de Seso, que había conocido el Evangelio, mientras estaba en Italia.

Tras grandes luchas interiores, estos hombres llegan a encontrar la


seguridad de salvación al descubrir la justificación por la fe de la que
habla el Nuevo Testamento. Se reúnen secretamente en la casa de los
Cazalla, donde la madre, Leonor de Vibero, y sus dos hijas, Constanza
y Beatriz, reúnen a otras mujeres como la hermosa Ana Enríquez, que
tiene un papel central en la novela de Delibes, o su sobrina Catalina de
Castilla.

La mujer de un platero que asistía a las reuniones, Juan García,


denunció a estas personas a la Inquisición. Su propio marido
moriría por ello en uno de los autos de fe, junto a muchos de ellos.
Agustín de Cazalla perdió el valor en la prisión, supuestamente
arrepentido en la cámara de tormento, aunque esto no le libró de la
muerte. Otras, como Leonor de Cisneros obtuvo cadena perpetua, al
volverse atrás, pero luego se arrepintió, siendo quemada en la
hoguera, nueve años después.

Los restos de Doña Leonor de Vibero fueron desenterrados para ser


quemados, siendo derribada su casa, donde hubo un monumento de vergüenza y escarnio de su
nombre, en la calle que todavía lleva el nombre del doctor Cazalla. El protestantismo fue así aniquilado
en Valladolid, como más tarde en Sevilla, después de haber llegado a las más altas esferas de la
sociedad española.

EL MISTERIO DE LA PROVIDE CIA


A pesar de lo que el eslogan franquista siempre nos ha hecho creer, la realidad es que España no

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era tan diferente a otros países que abrazaron la Reforma del siglo XVI. El más alto clero abrazó
estas doctrinas, como muestra el proceso del cardenal primado de España, el arzobispo
Carranza, acusado de “luteranismo”, o el capellán de Carlos V. Familias tan influyentes, como
las que acabamos de mencionar en la principal ciudad de Castilla, que era la residencia real
entonces, recibieron la fe que conmovió Europa durante aquellas fechas.

El misterio es por qué en España acabó todo de forma tan diferente, si se daban los mismos elementos
que en otros países, para que hubiera una auténtica Reforma. La Historia de este país hubiera sido
obviamente muy diferente… Sin duda los historiadores podrán argumentar distintas razones, pero el
creyente mira más allá, a la Providencia de Dios, que ha privado a este país de la Biblia y su influencia
liberadora en la vida de tantas personas, a lo largo de muchas generaciones...

o podemos entender por qué las cosas ocurrieron así, pero debemos creer que Dios tenía un
propósito para todo ello. El sacrificio de todos aquellos hombres y mujeres no fue inútil.
Entregaron su vida, para que hoy pudiera ser el Evangelio predicado en tantos lugares de
nuestra geografía. Los cuerpos de aquellos mártires, “de los cuales el mundo no era digno” (Hebreos
11:38), nos hablan de una sangre aún más preciosa, la del Señor Jesucristo, que “nos limpia de todo
pecado” (1 Juan 1:7).

La conclusión es evidente: “¡No te avergüences de dar testimonio de tu Señor!” (2 Timoteo 1:8). “Al contrario, tú
también con el poder de Dios, debes soportar sufrimientos por el Evangelio”, como dice el apóstol. Aunque
tengamos como aquellos hombres, el mundo en contra nuestra, “¡no nos avergoncemos del Evangelio!, pues es
poder de Dios para la salvación de todos los que creen” (Romanos 1:16).

José de Segovia es periodista, teólogo y pastor en Madrid

© J. de Segovia. ProtestanteDigital.com (España, 2009).

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