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COMPRENSIÓN LECTORA
He conocido a mucha gente1 Martín Casariego, español.
Conocí a una chica en el Ponte Vecchio, en Florencia. En cuanto la vi, supe que encendería
mi corazón y que después solamente quedaría el olor de la pólvora y de la carne quemada. Nos
largamos a algún punto del Adriático. Vendíamos pendientes y pulseras, dormíamos en la playa y a
veces en algún hotel, y sobrellevamos aquel verano con cierta dignidad. Esta chica era argentina y
tenía los ojos marrones y el pelo rojizo, porque usaba un champú con manzanilla, las piernas
hermosas, rápida la risa y fácil el llanto. Cuando discutíamos, cosa que sucedía con frecuencia, nos
reconciliábamos bebiendo una botella de vino y contando historias. Su cuerpo sabía a sal, a cerveza,
a mar. Ganábamos bastante dinero, pero lo gastábamos inmediatamente. Pasamos alguna noche en
vela, escuchando el silbido del viento o la monotonía de las olas, haciendo planes para el futuro. Si
algún día se daba mal, nos acercábamos a los negros o sudamericanos que nos hacían la
competencia, y si no nos ofrecían nada, nos conformábamos con nuestras caricias o con nuestro
sueño, a ella jamás se le habría ocurrido esconder algún billete para casos de emergencia. Según
fue pasando el verano, se nos fueron acabando nuestras baratijas, y antes de que tuviera la ocasión
de proponerle pasar el invierno en Polop, Alicante, ella me dijo que había un hombre esperándola en
Lobos, Argentina. Aquella chica encendió mi corazón, y después solamente quedó el olor de la
pólvora y de la carne quemada.