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jacinto gimbernard
Medalaganario
CONSEJO DIRECTIVO
Mariano Mella, Presidente
Dennis R. Simó Torres, Vicepresidente
Antonio Morel, Tesorero
Juan de la Rosa, Vice Tesorero
Miguel Decamps Jiménez, Secretario
Sócrates Olivo Álvarez, Vice Secretario
Vocales
Eugenio Pérez Montás • Julio Ortega Tous • Eleanor Grimaldi Silié
Raymundo González • José Alfredo Rizek
asesores
Emilio Cordero Michel • Mu-Kien Sang Ben • Edwin Espinal
José Alcántara Almanzar • Andrés L. Mateo • Manuel Mora Serrano
Eduardo Fernández Pichardo • Virtudes Uribe • Amadeo Julián
Guillermo Piña Contreras • María Filomena González
Tomás Fernández W. • Marino Incháustegui
ex-presidentes
Enrique Apolinar Henríquez +
Gustavo Tavares Espaillat • Frank Moya Pons • Juan Tomás Tavares K.
Bernardo Vega • José Chez Checo • Juan Daniel Balcácer
Daniel Toribio
Administrador General
Miembro ex oficio
consejo de directores
Lic. Vicente Bengoa Albizu
Secretario de Estado de Hacienda
Presidente ex oficio
Vocales
Sr. Luis Manuel Bonetti Mesa
Lic. Domingo Dauhajre Selman
Lic. Luis A. Encarnación Pimentel
Ing. Manuel Enrique Tavárez Mirabal
Lic. Luis Mejía Oviedo
Lic. Mariano Mella
Suplentes de Vocales
Lic. Danilo Díaz
Lic. Héctor Herrera Cabral
Ing. Ramón de la Rocha Pimentel
Dr. Julio E. Báez Báez
Lic. Estela Fernández de Abreu
Lic. Ada N. Wiscovitch C.
Esta publicación, sin valor comercial,
es un producto cultural de la conjunción de esfuerzos
del Banco de Reservas de la República Dominicana
y la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, Inc.
Medalaganario
ISBN: Tapa dura 978-9945-457-04-9 • Tapa blanda 978-9945-457-03-2
Primera edición: abril 1980
Segunda edición: julio 1980
Tercera edición aumentada: diciembre 1995
Cuarta edición: BIBLIÓFILOS-BANRESERVAS, 2009
Coordinadores
Luis O. Brea Franco, por Banreservas; y
Jesús Navarro Zerpa, por la Sociedad Dominicana de Bibliófilos
Ilustración de la portada: Cristian Martínez
Diseño y arte final: Ninón León de Saleme
Corrección de pruebas e índice onomástico: Juan Freddy Armando
Impresión: Editora Búho
Santo Domingo, República Dominicana
Marzo 2009
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Contenido
Presentación .......................................................................................... 15
Daniel Toribio
Administrador General del Banco de Reservas de la República Dominicana
Exordio ................................................................................................. 19
Mariano Mella
Presidente de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos
Aclaración necesaria................................................................................................ 21
UNO....................................................................................................... 23
DOS........................................................................................................ 35
TRES....................................................................................................... 47
CUATRO................................................................................................ 55
CINCO................................................................................................... 65
SEIS......................................................................................................... 75
SIETE...................................................................................................... 87
OCHO.................................................................................................... 103
NUEVE................................................................................................... 115
DIEZ........................................................................................................ 125
ONCE..................................................................................................... 133
DOCE...................................................................................................... 155
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A Vitalia Gómez,
Conchita Pellerano
y Graciela Pratt, tres mujeres
que en tres diversos períodos
de su vida, de tres distintas
maneras, lo cobijaron,
comprendiéndolo por la luz
de tres amores diferentes.
“...del vario stile in ch’io piango e ragiono,
fra le vane esperanze e’l van dolore...”*
PETRARCA
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Daniel Toribio
Administrador General
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Exordio
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Mariano Mella
Presidente
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UNO
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filos eran más perfectos, los cuales, romos tras la primera pasada,
eran tirados en el rincón de la basura entre estrujados papeles de
pruebas mal impresas y trapos ennegrecidos de tinta de imprenta
con kerosene.
Eran tiempos en que una mirada congelaba a un niño, y
Nene disfrutaba la autoridad de sus ojos acuchillados de brujo,
dominando la nerviosidad festiva de aquellos pícaros que apenas
podían estarse quietos. Durante la operación habían caído los
nudillos apretados de uno que otro adulto sobre la intranquila
cabeza de los infantiles miembros del grupo reunido frente a la
puerta empeñado en atisbar la escena entre las hendijas móviles
que dejaba la inquietud de las personas mayores.
–¡Paso al Doctor!
–Con permiso, señores, con permiso...
Y el monumental cirujano abandonó la casa convulsionada,
cruzando entre los curiosos con galante parsimonia. La tarde ya se
volvía noche y aquella cuesta de San Miguel, tan irregular en su
declive de tierra y piedra que una vez, durante las lluvias de mayo,
había ahogado un hombre en una de sus hondonadas, estaba ahora
pintada con débiles sombras melancólicas. En el interior de las
casas vecinas podían ya verse manchas de pálida luz amarillenta
y olorosa que empezaba a salir de las lámparas de gas.
El doctor abordó el coche, que se resintió del peso de su pasa-
jero. El cochero había terminado de encender las mechas de los
dos faroles delicadamente manufacturados con delgadas láminas
de cobre, ventanillas de cristal biselado y cerrojos minúsculos
para aquellas puertecillas de juguetería que abrigaban las llamitas
chisporroteantes. Entonces fustigó apenas su caballo, y el coche de
frágiles mástiles y flacas ruedas comenzó a tambalearse y a crujir
por aquel trayecto que evitaba la cuesta imposible y llevaba al
centro de la ciudad.
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DOS
Empezaba el día.
La dorada corteza del solitario pan crujía asordinadamente dentro
de la boca activa de Bienvenido, marcada con vestigios del choco-
late de agua que humeaba en un ancho jarro esmaltado frente a él,
y que le pintaba una curva surraposa que parecía otra boca mayor
haciendo una carcajada inmóvil. Balanceando las piernas con flácido
ritmo desde la silla de guano, aplicaba al pan su sistema de comerlo:
primero, el migoso intestino; lo último, la corteza superior, con la
herida tostada que le hacían los panaderos con una lacinia de hoja
de cocotero. Por aquellos tiempos las panaderías encargaban grandes
cantidades de altivos penachos de coco, y en junio, el mes de San
Juan, cuando la ciudad se llenaba de mariposas, los muchachos iban a
pedir las varillas, inútil nervio de las hojas, para hacer mazos y golpear
violentamente aquel oscilante manto de miles de alas amarillas que
se veían como una sola pieza temblorosa que flotara.
La tierra sinuosa y marcada de las calles recibía el cruel adorno
de millares de alas destrozadas que empujadas por el tránsito hu-
mano, encontraban indolente sepultura.
–Bienvenido: hora de irse al taller –dijo la voz firme de Vitalia.
El borró con un ágil pase de manga la presencia de chocolate,
se despidió y partió dócilmente.
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tinta azul se distinguía una que otra letra delicadamente trazada por
Laíto. Restos de una misiva escasamente inteligible. Supo entonces
que el papelito solicitaba un préstamo para comprar la cena. Ya en
la pulpería habían cerrado el crédito con gesto grave y definitivo.
No hubo regaños ni excusas ni golpes.
En medio del silencio como un grito, todos se acostaron sin
cenar.
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TRES
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CUATRO
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CINCO
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Los brazos, los codos y los pies los lavaba también con jabón y
la vigorosa acción de un cepillo que le dejaba la piel roja. El resto
del cuerpo era friccionado con una toallita empapada de alcoholado
tibio al baño de María, como hacía su padre, Laíto, siempre tan
presente en su memoria. En su casa de San Miguel el brete de los
baños era de su madre y las muchachas.
Su ropa se lavaba cuando no había más remedio. La ropa con
sucio suyo tenía parte de él y lavarla era desprenderle vivencias.
La batea de la lavandera les borraba los recuerdos a sus prendas, les
quitaba la intimidad del contacto, las despersonalizaba. Él trans-
mitía su esencia a los objetos suyos, estableciendo una relación de
enorme intimidad que sentía intensamente. El sucio de su ropa tenía
una historia que él no quería perder en la indiferencia impersonal
del agua jabonosa.
El mantenimiento de la relativa blancura del traje de dril se obte-
nía con la barra de tiza que llevaba en el bolsillo, la cual debía pasarse
a cada momento por el borde de las mangas del saco y el cuello.
A La Habana llegó con la dirección de una pensión barata no
muy lejos del puerto. La ciudad era impresionante. Sus habitan-
tes por igual. De la pensión tomó el tranvía para ir a visitar a un
tío por línea materna que trabajaba como alto funcionario en el
Diario de la Marina. El encuentro fue impactante. Se trataba de un
altivo caballero sonrosado, de ojos claros, finos modales y atildada
presencia, cuya primera actitud distanciante se tornó en alarma
cuando él le dijo quien era.
Ajustándose las gafas nerviosamente lo llevó fuera de las ofi-
cinas.
–Así que hijo de mi hermana Vitalia ¿no?, pues no se lo diga a
nadie. Ud. está muy mal. Además, en Cuba usted es considerado
negro. Pase por esta dirección esta tarde para que conozca mi familia
–le dijo entregándole una primorosa tarjeta–.
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Bienvenido Gimbernard
a la edad de 26 años.
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SEIS
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–¡Se quemóoo!
–¡Se quemóoo!
–¡Se quemóoo!
–¡Todo se quemóooo!
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UN DIÁLOGO DE CONCHO
PRIMO CON UNCLE SAM
UNCLE SAM: —Amigo Concho, yo
quiero que esta bandera quede limpia
y deseo que me acompañe a lavarla.
Usted compra el jabón, saca el agua,
compra la batea y se consigue la tusa.
CONCHO PRIMO: —¿Y Usted en
qué me ayuda entonces?
UNCLE SAM: —Yo le ayudaré a
EXPRIMIRLA y a SECARLA.
(Publicada el 15 de abril de 1921,
durante la ocupación militar de los
Marines norteamericanos. S. S.
Robinson era el Gobernador Militar.
Reaccionando de una manera inusual,
Robinson se limitó a protestar.)
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SIETE
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OCHO
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Polka, 1938.
Dos dibujos realizados con aerógrafo por Bienvenido Gimbernard, parte de una colección
titulada Grandeza y Decadencia del Ritmo y la Galantería expuestos en el antiguo local de
Bellas Artes, serie ganadora de un Premio Nacional.
El erudito crítico de arte Rafael Díaz-Niese (quien fuese el primer Director de Bellas Artes)
escribió un artículo al respecto, publicado en Cosmopolita en marzo de 1942.
Luego de una docta introducción acerca del arte de la caricatura a través de la historia,
dice, entre otras muchas cosas: “Los admirables dibujos de Gimbernard –novedad, depuración,
movilidad–, deliciosamente valorados en tonos grises de perfecta gradación, prueban cómo un
tema... puede tener, caricaturizado con belleza, su origen y fin en sí mismo, sin apelar a opor-
tunistas aplicaciones morales, políticas o pedagógicas. Sólo una prodigiosa intuición de los valores
estéticos pudo conducir al dibujante a realizar su obra con esta fuerza de expresión tan intensa,
tan moderna, tan refinada, tan verdadera, y, por ello, con carácter tan perdurable. Nos inquieta
pensar a dónde podría llegar su fulgurante talento si pudiera desarrollarse libremente, ajeno a las
truculencias y atrasados prejuicios que subsisten en nuestro medio...”
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Blue 1938.
Resulta sorprendente que en plena Era de Trujillo, el eminente profesor Díaz-Niese usara
el término truculencia.
Aunque Bienvenido recibía continuas pruebas de la admiración que despertaban todas sus
realizaciones, hasta el punto de habérsele ofrecido un jugoso contrato para que dibujara carica-
turas que serían publicadas en una gran red de periódicos extranjeros –lo cual él rechazó porque
le fiscalizarían los temas y los textos–. Bienvenido no valorizaba lo que había hecho, sino lo que
estaba haciendo. Tan pronto terminaba algo, se desinteresaba. Por eso, cuando le entraba por
“hacer limpieza”, rompía y tiraba a la basura excelentes dibujos y trabajos diversos. Los pocos
originales que se salvaron de sus “limpiezas de vainas viejas” fue porque algunas amistades pasaban
rápidamente por la imprenta y se las llevaban.
Cuando Jacinto le decía que él, Bienvenido, tenía talento “para poner una tienda y venderlo
por libras”, su padre se turbaba, se desconcertaba y, ofuscado, musitaba, tras un buen silencio:
“Amor de lujo”.
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unos diez años que Dilia Alvarez pidió permiso a su esposo para
que la frágil niña y su hermana Blanca dejaran la casa de sus tías y
se quedaran a vivir con ellos. Conchita se había echado a llorar al
preguntarle Dilia cómo le iba con las tías. A una de ellas parecía
molestarle todo lo que hacía Conchita, aunque fuera usar la me-
cedora. En realidad le molestaba el testimonio de las relaciones
ilegítimas de su hermana menor, ya muerta.
La niña fue a vivir con Dilia, quien pasó a ser “Mamá Dilia”, su
esposo vino a ser “Papá Alfredo” y todos los hijos del matrimonio
fueron también sus hermanos. Las atenciones y cuidados de Alfredo
y Dilia para sus hijos alcanzaban a Conchita y a Blanca con igual
ternura. Era un matrimonio burgués bien avenido al estilo de la
época: cortés y galante en el trato. Casi parsimonioso.
Al igual que las hijas de papá Alfredo y mamá Dilia, Conchita
fue al afamado Instituto de Señoritas que fundara la poetisa Salomé
Ureña, donde las señoritas Pellerano Castro –tías de Conchita–,
Leonor Feltz, Mercedes Laura Aguiar y otras, continuaron la bri-
llante tarea educacional de doña Salomé. Conchita se graduó allí
de Maestra Normal, y a los veinte años ya ejercía el magisterio
en el mismo Instituto, por ese tiempo familiarmente llamado “La
escuela de las Pellerano”.
Si Conchita tenía la dulzura a flor de piel, también tenía vi-
sible el retraimiento generado por sus temores a ser herida por la
sociedad. En su urdimbre emotiva cruzaba como afrentoso hilo su
ilegitimidad.
Lico Pellerano fue cariñoso con ella y con Blanca hasta su
muerte. Ellas le llamaban papacito y él se volcaba en tiernas caricias
que aunque auténticas eran esporádicas y parecían tener tonalidades
concesivas, por lo menos, así lo sentían ellas.
Como Blanca, siempre usó el apellido paterno –se lo dieron ha-
bitualmente desde niñas- pero en los documentos constó por mucho
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Tuvo que irse sin verlo. A los tres días logró entrar a la fuerza
a la habitación que él tenía tras su oficina. Allí lo encontró, acos-
tado en un camastro con los brazos bajo la cabeza, un cigarrillo
quemando el borde de una mesita a su lado y la vista fija en el techo
que mostraba testimonios de abrumadores trabajos de arañas, en
torno al punto en que empezaba a descender el polvoriento cable
verde y amarillo, nutriente de la bombilla de quinientos vatios que
iluminaba la cerrada estancia, día y noche.
–Y tú, ¿qué buscas?
–Hermano, Conchita está desesperada. Se va a volver loca,
¿qué te hizo para esta actitud? Son tres días sin saber de ti, ¿sabes
lo que eso significa, especialmente para una recién casada? Esa
muchacha tan frágil...
El se incorporó, y dio una lenta palmada en la traviesa del ca-
mastro. Respiró hondamente, hizo sonar sus coyunturas. Se levantó
y friccionándose en seco los brazos, repuso roncamente:
–En mi casa no se brinda alcohol. El alcohol fue la desgracia
de mi madre. En mi casa ni se bebe ni se juega... y ella lo sabe. Yo
estoy bien aquí, que se quede ella en la casa, lo que necesite se lo
mando.
–Ella te necesita a ti...
–Pues no lo demuestra... esa vieja pendeja sentada en mi sala
tomando vino... ese vino Saint Raphael es para tomarme un traguito
yo con la comida, como medicina, no para vainas sociales.
Con el compromiso de que no habría más brindis alcohólicos
en la casa, regresó huraño al cuarto día de su frenética partida.
Conchita lo recibió con gran timidez y determinación. Las bases
matrimoniales estaban claramente delineadas. Ella estaba supuesta
a obedecer, complacer y no opinar.
Cuando, en la primera navidad juntos, alguien llevó un Par-
chís de regalo, Conchita le entregó la caja sin abrir. Él la miró
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para ello sea necesario castigar, con toda la severidad prescrita por
la ley, a los perturbadores del orden público...
Bienvenido, detestaba a los irresolutos, a los blandos enfangados
de ponderaciones temerosas. Le pareció que la fuerza, eficiencia,
disciplina, determinación y altísimas ambiciones de Trujillo, eran
exactamente lo que necesitaba una República Dominicana caótica,
indisciplinada, conspirativa e inválida.
Tenía Trujillo 18 días en la presidencia cuando, 3 de septiembre,
día de San Zenón, un violento ciclón azotó la república y devastó
la capital. La energía, eficiencia y celeridad accional que Trujillo
demostró en aquel desastre, amainó parte del desprecio que la socie-
dad le hacía sentir al ambicioso militar de modesto origen aldeano,
capaz de todo por no detener su ascenso hasta el poder absoluto.
Las actuaciones de Trujillo frente a la catástrofe del ciclón de
San Zenón llenaron a Bienvenido de admiración.
El día anterior había conseguido el dinero para cubrir un atraso
de tres meses en el alquiler. Cuando llegó a su lado el cobrador de
Ulises Albino, el propietario, él estaba sentado en el porche.
–Usted dijo que viniera hoy...
–Sí, aquí tengo el dinero, míralo –repuso sacando trabajo-
samente un bollo de papeletas del bolsillo trasero de su grueso
pantalón de casimir negro–. Aquí está, le estoy dando nalga; no
me gustan esos guaraguaos que están volando hacia arriba. Ven
mañana y te pago.
Al día siguiente, a la misma hora, ya la casa estaba semidestruida
y Bienvenido se palmoteaba el abultado bolsillo.
–Si pago ayer, me jodo.
Conchita y él habían pasado el ciclón refugiados donde Er-
cilia, todos apretados en una sólida habitación. El furioso ulular
del viento trepidante y la resignada aceptación de la voluntad de
Dios lo atontaron de sueño. En la penumbra somnolente creía
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NO JODA,
SIGA SU CAMINO
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Índice onomástico
A B
Aguiar, Mercedes Laura 106 Bach, 148
Albino, Ulises 143 Barletta, Amadeo 142
Alfonseca, José Dolores (Chuchú) Barrimore, Lionel 116
141, 142 Baudelaire 72
Alfonso 56-58, 60, 63 Beethoven 148, 165
Alfredo 106, 108, 109, 120, 122, Belén, Angélica 72
127 Benavente 137
Allan Poe, Edgar 82 Bencosme, Cipriano 79
Álvarez, Blanca 106 Blasina 103
Álvarez, Concepción 103 Bordas Valdez, José 79, 81, 82
Álvarez, Dilia 106, 108-110, 119, Borzage, F. 116
120, 122, 127 Botticelli, Sandro 155
Ambrosio 98 Brache, Elías 79
Américo 80 Brahms, Johannes 149
Amiama Gómez, Xavier 67, 70, Buchú 95
71
Amiama, Tulio 129, 130, 148, 151, C
152 Cáceres, Ramón 79
Andresito 47 Cantinflas 151
Arias, Desiderio 79 Castro, Jacinto R. de 88, 109, 121,
Aurora 129 128
Aybar 128 Cesaní, María Teresa 148
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J N
Jesús 128 Nadal, Amable 133, 139, 168
José Ñé-ñé-ñé, el Chofer 96 Nicasio 97-99
Juan, San 36 Nietzsche 94
Juano 65
Julián 99, 111-113 O
Ortega y Gasset 94
K
Kant 94 P
Kempis, tomás e 94 Palacios 69, 117
Kipling 21 Pardavé, Joaquín 151
Kleimberg 148, 150 Pelegrín 91
Pellerano Castro, Lico Manuel de
L
Jesús 39, 40, 103, 106, 127
Lina 130
Pellerano Álvarez, Conchita 102,
Longo 116
103, 106-110, 115, 116, 119-122,
Loren, Sofía 152
125-129, 143, 144, 150, 151,
Lucas 47
155-160, 167
Luisa 119
Pérez-Licairac, Julio 67
Limardo, Bubú 79
Petrarca 13
Luperón 42
Pichardo, Bernardo 53, 99, 155
Luperón, Gregorio 162
Pichardo, Ulises 156
M Pino, Enrique 128
Madama 56-58, 62, 65 Platón 94
María, Manuel 47 Pratt, Frank 163
Mariana 97-99 Pratt, Goudy 163
Mella, Mariano 20 Pratt, Graciela 11, 155-157, 160,
Marrero 84 163
Media-Mixta, Julio 136 Prestol Gómez, Altagracia 25
Menéndez, Guillermo 136 Prestol Gómez, Eduardo 25, 75-78,
Meriño, Arzobispo 51 131, 132
173
Jacinto Gimbernard | MEDALAGANARIO
174
Este libro
Medalaganario
de Jacinto Gimbernard
terminó de imprimirse en el mes de marzo de 2009
en los talleres de la Editora Búho,
Santo Domingo, Ciudad Primada de América,
República Dominicana.