Sei sulla pagina 1di 3

Crónica del Apocalipsis.

Allí, en la plana llanura de tierra resquebrajada por la sequía, con el cielo lleno de nubes de las cuales caía
una lluvia acida y radioactiva, yacían los cuerpo de decenas de hombre y mujeres, de niños y animales,
todos parecían descomponerse como por el efecto de una fuerza misteriosa que les rasgaba la piel y las
entrañas. Los ochenta y cuatro hombres, miraban con espanto a su alrededor, viendo como todas las
pesadillas que les habían atormentado se hacían realidad, ya no había nada que temer, nada que hacer, no
podían darse el lujo de la desesperación, no tenían nada que perder, todo les había sido arrebatado, o mas
bien lo habían perdido a causa de la avaricia, odio e inconciencia de otros.

Sin embargo estaban allí, cada uno solo tenia una cosa en la cabeza, aquella imagen de desesperación y
destrucción, mezclándose como en un mosaico con un pequeño resplandor de esperanza, ellos elegidos
uno entre millones, entrenados con las mejores virtudes de una civilización casi extinta, eran el ultimo
resquicio de vida que quedaba en aquel planeta, en que alguna vez vivió su apogeo un pueblo cuyos
habitantes se hacían llamar a si mismos SERES HUMANOS.

En medio de la niebla que extrañamente inundaba ya casi todo el planeta, el ultimo pelotón de seres vivos
contemplaba un pequeño pedestal delante de una especie de cilindro de color gris, en el cual, en una
extraña silla una hombre se disponía a hablar, con la voz un poco resquebrajada e intentando ocultar el
agudísimo dolor en sus entrañas, comenzó a hablar aquel señor, que entre tinieblas, daba la impresión de
ser un Mesías del inframundo.

—No temáis hijos del destino, sois vosotros los últimos seres capaces de seguir aferrados a la rueda de la
vida, en vuestros cerebros y corazones yace el ultimo recuerdo de lo que un día fuimos y de todo lo que
hoy no somos.—una tos seca cortó sus palabras, y fue acallada en seguida.

—No hay mucho que os pueda decir, las palabras son como puñales para mi, y en sus mentes rebosantes
de conocimientos, ya esta implantada la semilla de la sabiduría, porque de ustedes depende que todos los
habitantes de este planeta hayamos aprendido la lección. No somos nada, y al mismo tiempo lo somos
todo, somos dueños de nuestro destino, podemos hacer lo que queramos, pero solo basta un segundo para
que una fuerza superior y desconocida nos lo arrebate todo sin que nada podamos hacer. No hay peor
enemigo que nosotros mismos, hoy sabemos que estamos solos, sabemos que lo que nos suceda solo es
influenciado por nuestras propias decisiones, sabemos que si logramos mirar al frente y levantarnos de
nuevo, podremos mirar atrás y sonreír. Todos aquí ya conocen la verdad, todos vosotros han sido
testigos con sus propios ojos de lo que gobierna el universo. Hoy saben que los que profetizaban a
un dios se equivocaban, que los que creían en la pura ciencia, sin espíritu, fueron acallados por la
guerra, que los que creían ser dueños de su destino fueron los primeros en ser reducidos a cenizas y
los que no creían en nada, fueron condenados a ver como todo lo que conocían era destruido por
algo que se negaban a ver, y nosotros, que nunca nada tuvimos que ver, que nunca nada malo ni
bueno hicimos, que no interferimos en nada, ahora tenemos el destino del universo en nuestras
manos y de nosotros depende que la vida continúe su ciclo…
—Un chico cuya cara estaba sucia y enrojecida apareció por detrás de los presentes—Señor, la sonda esta
preparada, tenemos ocho minutos antes de que la Psinergía nos alcance, más vale que partan pronto.

—Ya es hora…No olviden mis palabras hijos del destino, pero tampoco hagan de ellas un motivo para
sentirse culpables, no existen culpables aquí, la naturaleza humana va de la mano con la guerra, solo
ustedes han sido privilegiados por la mano de Dios, y en vuestro interior no existe aquella semilla de
maldad, es por eso que están aquí, es por eso que son los únicos merecedores de la salvación, que la luz
esté en vuestro camino, y puedan llegar a mejor destino…—El señor y su silla bajaron de la plataforma y
tomó su lugar un hombre con un uniforme tan sucio que no se podía intuir bien de que color era
realmente.

—Muchachos, el momento para el cual habéis sido entrenados ha llegado, la ultima sonda del planeta
Tierra, los espera, hemos localizado un planeta del otro lado de la galaxia que podrá daros un hogar, el
viaje demorará 17,9 ciclos para entonces sus cuerpos se habrán desarrollado en su plenitud, gracias a las
capsulas de éxtasis podrán resistir este largo periodo sin complicaciones, el viaje será como una siesta de
media tarde, su mente quedara intacta. Para cuando lleguéis, tendréis comida para sobrevivir el tiempo
suficiente como para construir en la superficie y cultivar arbustos y frutas, dicho esto, solo me queda
desearles suerte, y que la luz esté con ustedes. —Un sonido sordo seguido de un largo estruendo comenzó
a retumbar en los oídos de los presentes, la tierra se había abierto repentinamente dejando ver entre las
tinieblas del aire enrarecido de aquella “noche”, un resplandor. Una especie de pirámide emergió de las
profundidades levitando sin sonido alguno, en seguida una especie de rampa se extendió hasta tocar el
suelo.

—No hay más tiempo que podamos siquiera pensar en perder, deben irse. Las capsulas están dispuestas
según el numero de cada uno de ustedes, ustedes son los ultimos, las mujeres han sido fecundadas y estan
ya a bordo desde hace meses, a cada uno de ustedes se les ha asignado una capsula especifica que fue
diseñada especialmente para cubrir las necesidades de su metabolismo…

—¡Señor, quedan cuatro minutos! ¡O se van ahora o todos nuestros esfuerzos habrán sido en vano!

—Muy bien general, su destino deja de estar en nuestras manos.—Las interrupciones provenían de dos
oficiales nerviosos que miraban desde detrás de la multitud de jóvenes. Con lágrimas en los ojos y una
emoción incontenible, el orondo señor continuó.

—Pues entonces que la profecía sea rota. Si estaba escrito que la humanidad pereciera hoy en este
desierto, de desolación y muerte, que quede en la memoria de Dios que hicimos todo lo posible para
evitarlo.

—Adiós, hijos del destino, nuestra memoria y la de todo ser humano que alguna vez existió esta hoy en
vuestras manos. Llevad su vida a otro planeta, y dirigidlo bien, que nosotros no supimos hacerlo

Los ochenta y cuatro hombres adolescentes, provistos de trajes sofisticados para evitar la radiación,
movidos como por una fuerza sobrenatural, caminaron en silencio, con la mirada en el horizonte, y con la
mente llena de preguntas sin respuesta, en dirección a aquella pirámide. Ninguno de ellos comprendía
bien lo que pasaba, pero todos tenían algo muy claro dentro de si mismos, ellos eran los últimos de su
especie, eran la última esperanza de supervivencia de la raza humana y debían equilibrar la balanza de la
vida. La vida perece en un momento, solo para florecer con más fuerza en otro. Como el árbol que pierde
sus hojas en otoño y las recupera en primavera, el destino de aquella civilización era ser casi exterminada,
para poder aprender de sus errores y poder enmendarlos, un hombre no puede ser perfecto, no se puede
crecer sin haberse caído, no se puede aprender una lección sin haberse equivocado, y esa era la única cosa
en la que pensaban todos ellos.

Sin el más mínimo sonido, sin la menor fricción, y llevándose la historia de cientos de millones de almas
con ella, la sonda “Misión 1891” desapareció ante los ojos de los últimos veinte seres vivos que habían
en aquel planeta. Solo un instante después, un resplandor verdoso cegaba la vista, borraba la memoria,
calmaba el hambre, saciaba la sed, pero sobre todo, calmaba el sufrimiento de esos hombres que miraban
con una serenidad indescriptible la estela de luz, que sería su verdugo.

Potrebbero piacerti anche