Las palabras del Presidente de la Asamblea Legislativa suenan más
a sentencia que a premonición. Me refiero a las declaraciones de Francisco Antonio Pacheco publicadas por el diario digital Informa- tico, relativas a la, prácticamente consumada, aspiración de la diputada oficialista, Ofelia Taitelbaum, de ser la próxima Defensora de los Habitantes; aspiración, por cierto, celebrada e impulsada por el Presidente Arias y la bancada verdiblanca.
Todo parece indicar que Ofelia Taitelbaum ya ha sido electa como
Defensora de los Habitantes y que el próximo martes, en el Plenario, sólo se llevará a cabo una obra de teatro para cumplir con las formas que el protocolo exige en este caso. Eso es lo único que queda de democrático en el proceso que busca designar a nuestra próxima Ombudsperson.
Triste, ¿no les parece? Para mí lo es. Y se que me acompañan en
este sentimiento muchísimas personas más. Entonces, surge la interpelación que nos recuerda una gran revolución a inicios del siglo XX: ¿Qué hacer?
¿Deberíamos levantarnos para detener este atropello? Y si la
respuesta es afirmativa, ¿cómo podemos hacerlo? ¿Tiene sentido luchar otra vez contra la voluntad presidencial, que ha demostrado ser incuestionable y feroz?
No tengo respuestas a estas interrogantes. La única forma de ser
respondidas es a través de la discusión nacional. Porque no se trata solamente de señalar las escasísimas condiciones que Ofelia Taitelbaum tiene para hacerle frente a semejante tarea, sino también, de denunciar la forma en que el poder se sigue concentrado cada vez más en este país, dejando a la democracia casi vacía de contenido, reducida a una mecánica electorera decadente.
Los votos de la fracción liberacionista junto con los de la mayoría de
la bancada socialcristiana, más algunos y algunas que se autodenominan “independientes” le asegura a Taitelbaum un holgado triunfo. A menos, claro está, que Arias y Co. tengan un plan B, que en realidad es un plan A y surja otro nombre en el último minuto. ¿Estará todo arreglado? Creo que sí y deposito la carga de la prueba sobre los hombros de los diputados y diputadas del grupo mencionado. Que lo desmientan si he caído en una excesiva suspicacia. ¿Democracia? La veo en agonía, señores y señoras y el pronóstico es sumamente conservador.
A estas alturas preferiría que no hicieran esa pantomima en la
Asamblea Legislativa. Quisiera que las cosas fueran transparentes al menos una vez, y que el Monarca procediera a ungir a su elegida (o elegido, por si acaso), sin acudir a los rituales que le corresponden a la tradición republicana democrática.
Tal vez así podríamos vivir con menos perturbación. La mentira
enloquece. Vivir pretendiendo que seguimos bajo un régimen democrático tiene a este país al borde de un colapso psicosocial. El cinismo ha sido la tónica, pero desmoviliza y termina fortaleciendo sólo a los que ya tienen poder. Hoy me levanto y exijo la verdad. Que el águila se corone y los caracoles decidamos entonces qué hacer frente a su Majestad. De todas formas, siempre tendremos en la memoria al cirujano francés, Dr. Joseph Ignace Guillotin.