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Historia de España.
A lo largo de 1935, los sucesivos gobiernos radical-cedistas acentuaban su política moderada. Con
el fantasma de una inminente revolución marxista, la extrema derecha hostigaba a la CEDA,
acusándola de tibia, y José Calvo Sotelo, que se había exiliado al proclamarse la República,
regresó para hacerse cargo del monárquico Bloque Nacional, con un programa totalitario. En
contrapartida, Largo Caballero empujaba la UGT hacia posiciones cada vez más radicales, muy
próximas a las de los comunistas, que desde la revolución de octubre iban ganando adeptos y
prestigio. Mientras tanto continuaban creciendo los fascismos en Europa, sobre todo desde que
Hitler compaginaba la jefatura del Gobierno con la del Estado y procedía al rearme de Alemania.
La política de Berlín fascinaba a los movimientos autoritarios de Europa, pero infundía temor a los
demócratas. Por su parte, Mussolini confirmaba su ideario imperialista con la invasión de Abisinia
(Etiopía).
DOCUMENTO PAU.
PROGRAMA DEL FRENTE POPULAR
El programa mínimo aceptado por todos los partidos que intervenían en él, incluía los siguientes puntos
fundamentales:
1.- Amnistía total para los insurrectos de 1934 y para todos los acusados de atentados político-sociales
desde 1933 y procesamiento de todos los culpables de “actos de violencia” al reprimir los atentados
políticos.
2.- Reposición en sus puestos de todos los trabajadores y empleados públicos despedidos por causas
políticas y compensación plena de todas las pérdidas sufridas por ellos.
3.- Reforma del Tribunal de Garantías Constitucionales para excluir la influencia conservadora; reforma
del sistema judicial con el objeto de establecer su independencia, promulgar la justicia social y acelerar
su rapidez y eficacia.
HISTORIA DE ESPAÑA. Tema 13, pregunta 4. El Frente Popular y la conspiración militar 2
La conflictividad social.
Los resultados electorales, con sus consiguientes manifestaciones de triunfo, provocaron, desde la misma
noche de los comicios, los primeros conatos de fuerza entre los perdedores y distintas maniobras que no
presagiaban nada bueno para la República.
A pesar de la buena voluntad de Azaña, llamado a formar gobierno, los socialistas (con 88 diputados) se
negaron a formar parte del nuevo gobierno, simplemente lo apoyaron débilmente.
Las huelgas y las invasiones de tierra aumentaron, los conflictos sociales y laborales amenazaban más que
nunca el orden constitucional, la vida política no conseguía recuperar su pulso, asfixiada por el radicalismo
proletario y la degradación del orden público. Ardieron de nuevo conventos e iglesias, mientras se
agravaba la ola de pistolerismo callejero, y los miembros de las organizaciones legales de derechas las
abandonan en masa para militar en movimientos más extremistas. La Falange, que venía recibiendo ayuda
económica de los fascistas italianos, multiplicaba sus actuaciones violentas y atentados.
Los continuos rumores de golpe de Estado provocaban un intenso antimilitarismo en la prensa de
izquierdas que contribuía al clima de violencia. La situación se complicó aún más cuando el Congreso
decidió deponer a Alcalá Zamora de su cargo de presidente de la República y recurrió al artificio jurídico de
declarar que la disolución de las anteriores Cortes ordenada por él no había sido necesaria, lo que
comportaba su destitución inmediata.
En mayo de 1936, Manuel Azaña fue promovido a la presidencia de la República, perdiendo notable
capacidad de acción, pues esta carecía de funciones ejecutivas, asignadas por la Constitución a la jefatura
del Gobierno que fue asumida por Casares Quiroga.
Durante los meses de junio y julio, tanto el campo como las ciudades fueron testigos de la agitación
revolucionaria. Campesinos famélicos ocupaban tierras en Salamanca, Extremadura y Andalucía sin que
las fuerzas del orden consiguieran evitarlo (en Extremadura en un día, el 25 de marzo, unos 60.000
jornaleros ocupan casi 3.000 fincas, hartos del poder de los terratenientes y de la hambruna). Como
demostración de su fuerza, la CNT desencadenó una huelga de la construcción en Madrid y ensayó un
comunismo libertario de consumo, expoliando las tiendas de comestibles.
Con los asesinatos del 12 y 13 de julio España entera se estremeció, temerosa o esperanzada, sospechando
que la conjura militar podía estar a punto de saltar a la luz.
independiente, el capitán Bebb, llevar el avión desde Londres a Canarias, para posteriormente dirigirse a
Marruecos.
El Dragón Rapide llega a Casablanca camino de Canarias el 12 de julio, ese mismo día el teniente de la
Guardia de Asalto José Castillo salía de su casa para empezar su servicio. Castillo, que el día anterior había
reprimido con dureza una manifestación monárquica, ya había recibido amenazas de muerte de la
ultraderecha. Fue muerto a tiros por cuatro hombres armados que escaparon. Los camaradas del teniente
muerto, indignados, exigieron de las autoridades una lista de sospechosos a los que detener. También
pidieron medidas contra la Falange y los falangistas, responsables, no confirmados, del asesinato (otras
tesis apuntan a carlistas pertenecientes al Tercio de requetés de Madrid).
Entre los que clamaban venganza estaba un capitán de la Guardia Civil, Fernando Condés, íntimo amigo de
Castillo. Alguien sugirió que fueran a la casa del líder de la CEDA José María Gil Robles, pero éste se
encontraba ausente de vacaciones por lo que finalmente se decidió ir al domicilio del diputado
conservador José Calvo Sotelo. Hacía las tres de la mañana del 13 de julio Calvo Sotelo fue convencido por
Condés y otros para que les acompañara a la comisaría, a pesar de que su inmunidad parlamentaria le
eximía de ser detenido. El coche arrancó y a unos 200 metros de su casa, Luis Cuenca, un joven socialista
que iba sentado a su lado le disparó dos tiros en la nuca. Calvo Sotelo fue asesinado a pesar de que las
autoridades republicanas no habían ordenado su detención. Pero inevitablemente se culpó al gobierno de
su muerte, al fin y al cabo, Calvo Sotelo había sido asesinado bajo la custodia de la policía republicana. La
clase media española quedó paralizada por este cruel asesinato y ello proporcionó a los golpistas gran
apoyo popular en un momento decisivo.
Los socialistas seguían divididos, todavía se negaban a formar parte del gobierno, para ellos la República
ya no representaba los valores que habían posibilitado su proclamación. Pero su movimiento juvenil si
parecía más concienciado de la gravedad de la situación y a finales de junio se produjo la fusión entre los
movimientos juveniles socialistas y comunistas, lo que dio lugar a las JSU (Juventudes Socialistas
Unificadas) formada en su mayoría por dirigentes socialistas (como Santiago Carrillo) pero cuya línea
política era comunista.
El gobierno republicano con Casares Quiroga al frente parecía no tomarse totalmente en serio la situación.
Diversos políticos de izquierda visitaron al jefe de gobierno rogándole que hiciera todo lo posible para
evitar cualquier intentona golpista en contra del gobierno, incluso le pidieron que repartiera armas al
pueblo, pero Casares, temeroso de perder su última posibilidad de mantener el orden se negaba,
limitándose a decir que estaba seguro de que no ocurriría nada y de que un levantamiento militar estaba
condenado al fracaso.
El 17 de julio de 1936, la guarnición de Melilla se sublevó y declaró el estado de guerra en Marruecos,
disparándose el mecanismo que llevaría a España a su más cruel guerra civil. Desde Canarias, Francisco
Franco voló a Tetuán para ponerse al mando del ejército "africano", mientras el levantamiento se ponía en
marcha en la Península ante el desconcierto del gobierno de Casares Quiroga, que perdió unas horas
decisivas sin tomar medida alguna.
En pocos días, ante el fracaso del levantamiento en las principales ciudades de España, el enfrentamiento
entre las fuerzas sublevadas y las leales al Gobierno se convirtió en una guerra civil, en la que el general
Franco, con la muerte accidental de Sanjurjo, adquirió pronto un protagonismo decisivo.