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Nada habla mejor de uno que el

simple hecho de ser


agradecidos…por eso
promovamos el valor de la
gratitud

Encienda los parlantes por


favor
LUZ INTERIOR
Hay quienes creen que todo lo bueno que tienen lo
han conseguido solos. Por orgullo o, a veces, por
simple desatención, no saben reconocer el apoyo que
les dieron los demás en un momento o circunstancia
determinados. Esas son las personas desagradecidas.
Aunque parezca increíble pueden llegar al extremo de
criticar o incluso hacer daño a quienes los ayudaron.
A veces se cierran todas las puertas. A veces no, pues la
generosidad nunca termina. Sin embargo, como no
saben experimentar agradecimiento, se sienten solos,
no descubren que los demás los quieren y que
merecen ese cariño. Su malestar crece a cada día y los
entristece. El que agradece abre las cortinas de su
alma: permite que entre el sol y proyecta hacia afuera
su propia luz.
EL PESCADOR DE HOJAS
Eduardo, un buen padre de familia, era pescador en la costa del
mar Adriático, pero no alcanzaba a alimentar a sus cinco hijos. Una
vez pasaron diez jornadas sin que obtuviera un solo pescado. Los
vecinos lo lamentaban, pues era trabajador y  conocedor de su
oficio.
En una ocasión el rey Julián, alto y de negro cabello rizado, pasó
cerca de la casa del pescador y escuchó que los pequeños se
quejaban de hambre. Preguntó qué ocurría y, al conocer los méritos
y situación de Eduardo, pensó ayudarlo.

—Cada vez que atrapes algo con tu red, tráelo al palacio para que
lo coloquemos en el platillo de mi balanza. En el otro platillo pondré
el mismo peso en monedas de oro para ti —le informó.

Feliz por la promesa, Eduardo se hizo al mar por tres largos días.
Remaba, lanzaba la red y la traía de vuelta al barco. Pero siempre
estaba vacía. Desilusionado, tomó la ruta de regreso.

Ya en el puerto, echó la red por última vez. Al retirarla encontró


una hoja de roble muy dañada por el agua del mar. Su amigo
Antonio pasaba por allí.
—Llévasela al rey —le recomendó.
—Después de todo, fue lo único que pesqué… —respondió
Eduardo y se dirigió al palacio. Al verlo, el rey comenzó a reír.
—Amigo, esa hoja tan liviana no hará que la balanza se mueva
ni un poco. Pero hagamos la prueba —le dijo.

El pescador puso la hoja sobre el platillo. Para sorpresa de


todos, éste bajó como si estuviera cargado de plomo. El
tesorero comenzó a poner monedas en el otro platillo. Tuvo
que colocar sesenta para equilibrarlos.

Eduardo se fue con ellas a comprar todo lo necesario para su


familia. El rey conservó la hoja y convocó a los sabios, que la
examinaron por días. Nunca dieron con la explicación de su
misterio.
Ni siquiera Eduardo alcanzó a saber qué había pasado.
El secreto de la hoja dormía en su infancia. El pescador tenía
tres o cuatro años de edad cuando un labrador vecino arrancó
un pequeño roble que había surgido en los límites de su
propiedad. El pequeño Eduardo lo recogió y lo plantó en un
sitio que nadie cultivaba.
El ahora enorme árbol había aprovechado la oportunidad para
agradecer a quien le había salvado la vida.
VIVIENDO EL VALOR
El valor de la gratitud se ejerce cuando una
persona experimenta aprecio y
reconocimiento por otra que le prestó ayuda.
No consiste, necesariamente, en “pagar” ese
favor con otro igual, sino en mostrar afecto y
guardar en la memoria ese acto de
generosidad. Más que centrarse en la utilidad
práctica del servicio recibido, pondera la
actitud amable de quien lo hizo.
APRENDE A DAR LAS
GRACIAS
Ya hemos visto qué es la responsabilidad: aplicarnos con
dedicación a lo que nos corresponde; por ejemplo, que el señor
barrendero limpie la calle sin dejar un solo papel. Ya vimos
también qué es la generosidad: cuando damos más allá de lo
que nos corresponde. Por ejemplo, el maestro que se preocupa
por explicarnos de nuevo lo que todos ya entendieron.
 
La alegría que esos favores despiertan en nuestro corazón se
llama gratitud. Se manifiesta hacia afuera cuando decimos
“gracias” con una sonrisa, cuando le hacemos saber a la
persona que nos ayudó lo importante que fue para nosotros ese
detalle inesperado (no importa si fue un objeto, un consejo o un
pañuelo desechable cuando nos vieron llorar). Pero la gratitud
no se reduce a una palabra ni se queda en la superficie:
enriquece y transforma nuestra vida cuando mantenemos
presente ese acto de afecto para con nosotros. A través de ella
nos sabemos queridos por los demás. A través de ella, sabemos
querer a los demás.
PARA LA VIDA DIARIA

Aprende a usar la fórmula que no falla. “Por favor”


indica que pedimos algo especial. “Gracias” indica que
reconocemos la ayuda.
Piensa y reconoce todo aquello que recibes de los demás.
Exprésalo a tu estilo: con palabras, con un abrazo, con un
carta.

Ve construyendo una cadena de favores: cuando tú


recibas uno, haz otro, y pide a esa persona que siga
extendiendo la red de ayuda y gratitud.

No agradezcas sólo los bienes materiales. La ayuda que


va más allá de los objetos es tal vez la más valiosa. 
POR EL CAMINO DE LA
GRATITUD
Vence tu orgullo, piensa en quienes te han dado la mano a lo
largo de la vida. Comprende que te ayudaron a ser quien eres.

La gratitud no es un intercambio de objetos: “tú me diste, yo te


di”. Significa, más bien, “tú te esforzarte por mí, yo estoy
dispuesto a hacerlo por ti.”

No sólo hay que dar las gracias a quienes están vivos y cerca
de nosotros. Reconoce en tu corazón a quienes te ayudaron
aunque no vivan o se encuentren lejos.
 
¿QUÉ SABES DE ESTOS
VALORES?
  “Por favor” y “gracias” son dos expresiones comunes
en tu vida diaria que aparecen una y otra vez en las
relaciones con los demás. Detente por un momento a
pensar en ellas. La primera es un llamado de ayuda
para solicitar algo que puede ser muy sencillo (el
préstamo de un objeto) o muy complicado (el auxilio
en un caso de vida o muerte). La segunda manifiesta el
reconocimiento por el beneficio que hemos recibido. En
su nivel más superficial aparecen como fórmulas
automáticas de cortesía, pero cuando vives a fondo
estas emociones ingresas a uno de los territorios más
ricos y profundos de las relaciones humanas.
LA GRATITUD Y TÚ
Ser agradecido es apreciar a cada momento lo que
los demás hacen por nosotros y generar con ellos un
compromiso de confianza: como estamos conscientes
de su ayuda, podremos responder de igual forma
cuando ellos requieran la nuestra. Cuando la
confianza crece, se convierte en amistad: dos seres
humanos comparten emociones, problemas,
soluciones y la ayuda fluye siempre en las dos
direcciones. El respeto y los sentimientos de cariño
mutuos crecen hasta regirse por la fidelidad: no sólo
agradecemos y correspondemos a quien nos ayuda,
tenemos un cariño sólido que nos hará estar siempre
allí para responder, sin importar que las
circunstancias cambien.
EL ANTIVALOR Y SUS
RIESGOS

El principal problema de la ingratitud ocurre


dentro de nosotros: perdemos la oportunidad
de experimentar el cariño de quien nos ha
ayudado o apoyado en momentos de
aflicción.
 
  
PONTE EN ACCIÓN
Más allá de las normas de urbanidad o de los razonamientos, en este caso
déjate llevar por las sensaciones positivas hacia las personas que te apoyan
en la vida. Ponte a la altura de ellas recordando que los favores no se pagan:
se corresponden. Amplía los horizontes de tu gratitud más allá de una
circunstancia y una persona determinada. A través de ella has comprobado
que el mundo no es tan hostil como parece y eso te invita a ser una fuente de
ayuda para los que tienes cerca.
Expresa siempre tu agradecimiento con palabras o un abrazo. Diles a las
personas importantes para ti que estarás allí cuando necesiten algo.
Aprecia el valor de todas las acciones que te benefician: dale las gracias al
señor que barre la calle, al conductor del autobús donde viajas y al personal
del camión de la basura. Imagínate lo difícil que sería vivir sin ellos.
No “uses” a los demás como si fueran objetos ni pienses que “tienen” que
ayudarte. Dentro de casa aprecia el esfuerzo que hacen tus padres por darte
de comer, mantenerte limpio y buscar tu educación. Cada libreta, cada pan o
fruta que te dan son una muestra de amor.
En un terreno más amplio observa las cosas buenas y sencillas de la vida
diaria y haz de la gratitud una forma de disfrutar el mundo que te rodea.
LO QUE APRENDISTE
En su máxima expresión la gratitud
implica saberte querido por los demás y
permite establecer relaciones fuertes y
duraderas. Éstas van más allá de la
conveniencia práctica y la búsqueda de la
mera utilidad que amenazan con convertir
al mundo en un lugar solitario e insensible.
La gratitud permite ir creando refugios de
confianza y fidelidad que pueden salvarte
de la tristeza y el peligro; a la vez,
impulsan tu máximo potencial como
persona: la capacidad de amar a los
demás.
UNA ORACION DE GRATITUD
Gracias, Señor, por todos esos años
Cuando hablabas a mi corazón.
Con que paciencia tu me esperaste,
Gracias, Señor, por ese gran amor.
Gracias, Señor, por tu misericordia:
Me recibiste tal cual un día fui,
No era nadie, ni tenia nada,
Gracias, Señor, por aceptarme así.
Gracias, Señor, dejaste tus pisadas
Y me invitaste a tomar mi cruz.
Todo entregaste: todo ahora pides,
Gracias, Señor, por ser mi ejemplo tu.
Gracias, Señor, por darme tu confianza
Y por pensar que puedo útil ser.
A ti me entrego y a mi yo renuncio,
Gracias, Señor, por lo que harás en mi.
 
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