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La Muerte: El Octavo Saber

Vivir de muerte, morir de vida


Heráclito

El verdadero pensamiento es el pensamiento que enfrenta la muerte,


que mira de frente la muerte.
Hegel

Nosotros, por ejemplo, llevamos inscripta en nuestro organismo


la organización cronológica de la Tierra, la rotación de la Tierra alrededor del Sol.
Edgar Morin

1. Introducción

El profesor Edgar Morin se ha movilizado por la búsqueda de un octavo

principio e invita a los navegantes del proyecto de transformación educativa a

reflexionar y participar con él en esta empresa. Ha sugerido que ese principio

faltante podría llamarse “la historia, el tiempo (…) muy importante para insertar

a los otros y las ideas. Todo se mide con la dimensión del tiempo. La historia

tiende a convertirse en una ciencia multidimensional, que integra en su seno

las dimensiones económicas, geográficas, antropológicas, y vuelve a integrar el

acontecimiento.” 1

Este octavo, no sólo se añadirá a los siete saberes compendiados en la obra

“Los Siete Saberes necesarios para la Educación del Futuro” escrita por el

profesor Morin y publicada por la UNESCO en 1999, sino que forma parte del

proyecto más general, urgente y muy complejo en que ha comprometido su

labor filosófica: La hominización. La educación como único recurso plausible y

válido para lograr la hominización de la sociedad humana, de forma ética y no

coercitiva, con las enormes implicaciones de estas otras dos premisas que no

vamos a desplegar en este momento. Queremos decir, que el proyecto es la

hominización y la educación es la estrategia.

1
En búsqueda de un octavo saber necesario, Foro con el Profesor Edgar Morin, Diciembre 2007, México
D.F. Material bibliográfico del Módulo.
Pero la educación necesaria no es que implique más de lo que hemos

aprendido de la tradición heredada, sino que implica otra cosa, porque supone

la sustitución radical de los valores más íntimos, inconscientes, arraigados y

dominantes de la sociedad occidental. Veamos.

El profesor Morin propone repensar el conocimiento y advertir que éste no

necesariamente implica comprensión porque el conocimiento está asediado por

errores e ilusiones, propone restablecer un conocimiento pertinente y, en

definitiva, superar la “falsa racionalidad”, propone enseñar la condición

humana, con toda la problematización que esto implica, propone reenseñar la

identidad y superar los legados precedentes para alcanzar la consciencia de la

era planetaria, propone encarar la incertidumbre en toda su abismal

complejidad para resituar la acción humana en una perspectiva realista y fértil,

propone reenseñar a comprender y tomar consciencia de la complejidad con

todo su impacto cultural y, finalmente, propone reivindicar la ética del género

humano, como única posibilidad de retomar un destino humano posible, que

tenga sentido y que valga la pena ser vivido.

En las reflexiones que siguen intentamos complementar las ideas del tiempo y

la historia con la noción primigenia engendradora de toda la problemática

humana. Nos referimos a la noción de la muerte. Nuestra hipótesis no es

simpática, pero no es novedosa. Mucha es la reflexión vertida sobre el asunto,

no sólo desde la perspectiva filosófica, sino sobre todo, y para nosotros esto es

lo más importante, desde las más amplias perspectivas culturales y a través de

la historia, en las diversas civilizaciones y no sólo nuestra tradición occidental.

Bien vistas las cosas, sólo a partir de una comprensión honesta de este dato y

de sus implicaciones antropológicas, parece ser posible una salida


emancipadora y legítima para el ser humano y, como están las cosas hoy en

día, posiblemente para nuestro mundo tal como lo conocemos hoy.

Es preciso aclarar algunos aspectos limitantes. En primer lugar, estamos

conscientes de tocar aspectos profundos que requieren mucha mayor

discusión, aún sin aspirar su dilucidación. Prevalece además una redacción,

diríamos, para el Diplomado, pues se mencionan e indican sellos reflexivos, por

así decir, que no necesariamente estarían en la mesa de un lector no

navegante. No por complicadas, sino sencillamente por el tránsito bibliográfico

que hemos navegado nosotros y no un lector extranjero. También estos puntos

requerirían mayor extensión si queremos cumplir con este otro lector.

Ofrecemos disculpas por esto. Justamente, es el tiempo (y nuestras

limitaciones) el que no nos permite más, aunque desearíamos ahondar.

2. La herencia recibida

¿Cuál es el imaginario que hemos heredado? ¿Qué clase de valores soportan

las “imágenes” que instituyen y otorgan “sentido” a la sociedad

contemporánea? ¿Son compatibles con el proyecto de hominización? ¿Son

compatibles con una sociedad autónoma capaz de generar individuos

autónomos? ¿Con qué son compatibles? Podemos responder que la cultura

occidental, en su vertiente judeo-cristiana, ha hecho énfasis en la necesidad de

construir un “imaginario positivo” de la existencia y el ser humano y lo que ha

conseguido es una visión imposible e inhumana. Queremos decir, que pretende

sostener la existencia humana y social sobre construcciones ingenuamente

angelicales y no humanas. Por esto mismo, decimos que tales construcciones

son estrictamente heterónomas y que es imposible que de allí surja un hombre

emancipado, libre y autónomo e igualmente imposible es que surja una


sociedad de tales características. Son en efecto valores que niegan la

posibilidad de hominización, porque ignoran al ser humano como totalidad e

igualmente ignoran las condiciones integrales de su existencia. Veamos qué

heredamos.

Es una cultura convencida de que la vida y su historia es el reflejo de una línea

garantizada de progreso, el ser humano viene desde las cavernas y se orienta

necesariamente hacia un futuro de realización universal. Hay, cree, una

conexión ontológica entre la naturaleza, dios y el hombre. Una cultura

dominada por la idea de que ese progreso se garantiza por el predominio

absoluto de la razón y de su expansión ilimitada sobre todos los asuntos y

cosas humanas y no humanas. Una cultura que afirma la juventud, la belleza y

el consumo como únicos valores válidos de la vida y que estimula la búsqueda

de su maximización como único objeto que da sentido a la existencia. Una

cultura que cree que la política es solamente la búsqueda y el mantenimiento

del poder por el poder mismo y que es, por tanto, profundamente anti-

democrática. Una cultura que sólo valida la acción social y la cooperación

desde la perspectiva utilitaria. Una cultura en la que los individuos no se

agreden y acaban los unos a los otros por miedo a la sanción penal y donde la

ética como fuente del comportamiento no existe. Una cultura donde, por otro

lado, se pretende un buen ciudadano a partir de leyes históricas o revoluciones

culturales asentadas en ideologías unilaterales, coercitivas y esclavizantes.

Esta es una cultura, en fin, que no tiene salida sino al costo de transformar y,

más que transformar, destruir íntegramente este esquema de valores y que,

por tanto, requiere otra creación cultural que apoye una transformación total de

las estructuras psíquicas individuales y sociales.


3. El hombre escindido

Los primeros homínidos, al igual que los animales, vivían y olvidaban casi

simultáneamente. Es decir, no poseían memoria. Cualquier momento era el

primer momento. Habría entonces una inconsciencia absoluta del tiempo.

Carecer de consciencia del tiempo hace inmortal a la naturaleza y a los seres

vivos que viven este estado, es la inmortalidad que da la ignorancia. Para esta

inmortalidad no existe el tiempo, la memoria y, en consecuencia, tampoco la

historia. Entiéndase, la naturaleza tiene historia, pero no hay una conciencia

viviendo u observándola, cabe entonces siempre la pregunta ¿hay historia?

¿es esta noción una emergencia que surge con la vida y con la aparición del

sujeto humano? La consciencia no puede derivar sino de la consciencia de

existir que, a su vez, no puede derivar sino de la consciencia de la muerte, la

consciencia de que es posible no existir y que nos cuestiona existencialmente

acerca del sentido de nuestra vida y de todo.

Entonces, la consciencia resultó de un proceso complejo que se fue

cumpliendo en la evolución y con la emergencia del lenguaje y la imaginación y

sus efectos sobre la vida humana. La aparición del lenguaje y la imaginación

condujo a una primera escisión, porque con ellas el hombre pudo dar un salto

cuántico y diferenciador respecto al resto de los animales. Pudo concebir otro

mundo, el mundo de su imaginación y así hizo existir otro mundo, otra realidad,

la realidad de su imaginación.

4. El papel de los mitos y la comprensión del sentido

Esta escisión, como toda ruptura, significó una pérdida y una ampliación. Se

perdió la condición natural de la existencia y la inconsciencia, se perdió nuestra

unidad y nuestra inmortalidad primordial. ¿Qué se gano? Se ganó la


imaginación y con ella una creciente complejización de la vida humana. En el

comienzo esa imaginación se trató, en efecto, como parte de la realidad. El

hombre antiguo pre-moderno vivía un mundo integrado: Dioses, Naturaleza,

Hombre y Cosmos. Hubo siempre una unidad mítica. Una unidad de imágenes.

Esta unidad resolvió, por así decir, el problema de la muerte, o, mejor dicho, de

la consciencia de la muerte, dándole lugar y sentido en el imaginario colectivo.

Los Griegos, siempre los Griegos, no fueron los primeros en comprender y

configurar un encuadre de sentido a esta problemática. Antes, los Egipcios

llegaron a concebir incluso la reversibilidad entre la vida y la muerte, como un

mismo tránsito, los muertos podían regresar al mundo los vivos y estos

escribían cartas a los muertos. Para los Griegos, todo estaba lleno de Dioses,

el pensamiento mítico se ocupó de otorgar sentido al mundo, a la vida y al

cosmos. Para el hombre, la muerte era un dato, la parte que le toca a todo ser

vivo porque, digamos, es el precio de existir, el precio de la vida. Se muere

porque se vive y aún cuando concibieron un mundo después de la vida, sería

esta una vida sin alma, sin “noos”. Este imaginario acompañado de la idea de

que los Dioses no eran responsables de los asuntos humanos, los llevó a

concluir que era necesario que los hombres crearan su propio mundo, su

sociedad, su cultura, que eran libres para auto-instituirse. Así, lo humano quedó

constituido por “nomos” y no por “physis”. Por convención y no por naturaleza.

Están allí para mostrarlo no sólo algunas corrientes de pensamiento filosófico,

sino sobre todo y de manera más importante los rasgos fundamentales de esa

cultura: La Iliada, La Odisea, los Poetas Trágicos, los Historiadores… Homero,

Euclides, Sófocles, Eurípides, Hesíodo, por nombrar algunos… De esta manera

son los Griegos quienes por vez primera liberan al hombre y lo ven como
responsable autónomo de sus asuntos. Aquí nació no sólo la filosofía, la

política, la democracia, sino también la posibilidad del proyecto de

hominización.

5. El final de los mitos con el pensamiento racional

El pensamiento mítico concibió así un mundo con sentido, dando respuesta al

tema de la muerte, por un lado, con una estrategia heterónoma y, por el otro, a

partir de la autonomía. Como sea, era un mundo con sentido. Pero la filosofía y

su hija preferida, la ciencia, derivaron en un pensamiento centrado en el

determinismo de la idea de la verdad absoluta y la historia del pensamiento

continuó por otras laderas. Parménides y Platón, desde Grecia, generaron un

pensamiento racional que decantó finalmente, en el Siglo de las Luces, en

Descartes, Compte y sus amigos y por esta línea de trabajo logró su apoteosis

con el CES Cartesiano-Positivista que ha dominado el pensamiento occidental

hasta hoy. Parte del legado de este CES es que se cambió el pensamiento

mítico por el pensamiento racional como paradigma de conocimiento y

comprensión. De acuerdo con sus presupuestos básicos, el pensamiento mítico

en toda su complejidad, adoptó la categoría de fantasía, irracionalismo,

pensamiento falso y engaño acerca de la realidad. De no poder suprimirse, su

destino tendría que ser la subordinación al pensamiento racional. Y así ocurrió.

Por si fuese poco, a la par del pensamiento mítico se relegaron a grado inferior

algunas otras manifestaciones de lo humano y allí encontró su lugar el mundo

de las emociones. Aquí se produjo una segunda y más grave escisión. Si la

primera fue producto de la evolución, ésta segunda fue la consecuencia de la

propia creación humana, de una cultura que asumió un imaginario centrado en

la supuesta racionalización de la vida y de todo En un mundo perfectamente


racionalizable y demostrable el pensamiento mítico y sus poderosas imágenes

dadoras de sentido fueron excluidas. Claro, el racionalismo no se da cuenta de

que él mismo es un mito, una imagen del mundo, una posibilidad de entender y

la soberbia derivada de esta convicción lo lleva a condenar y no a coexistir con

esta otra parte del ser, la que se enfrenta al irresoluble abismo de la existencia

en toda su complejidad ajena a la razón.

6. Conocer y Comprender

Conocer y comprender, dos actos complementarios, pero diferentes. Sabemos

hoy que se puede conocer, bajo ciertas condiciones y limitaciones, podemos

conocer. Ponemos nuestro ojo humano en el mundo y surge un mundo humano

que funciona. Podemos pues conocer. Pero este conocimiento no siempre es

comprensión. Comprender es entender el sentido que tienen las cosas, no sólo

el conocimiento, pero también el conocimiento. La ciencia moderna conoce,

pero su conocimiento, como ha enseñado el profesor Morin, es ciego, porque

ha perdido el sentido de navegación y ya no nos lleva a ninguna parte que

valga la pena, por eso se vanagloria de inventar el último método de

destrucción masiva o se empeña en prolongar de manera psicótica la juventud

o la belleza e incluso la vida, sin saber qué hacer y cómo manejar la vejez y la

muerte. Es conocimiento ciego. ¿Cómo se llegó hasta aquí? Pues como

consecuencia de perder el pensamiento comprensivo que produce la imagen y

desdeñar el cuadro integral de lo humano, por centrarse irracionalmente en la

razón y pretender dar sentido a partir de esta unilateralidad. Así se perdió el

sentido de la navegación y se extravió el proyecto de hominización.


7. La muerte: El Octavo Saber

El profesor Morin nos recuerda siempre a Heráclito y su poderosa frase, “Vivir

de Muerte, Morir de Vida.” Y Platón: “¿Quién podría saber si el vivir no es morir

y el morir no es vivir?” Según cita Alfonso Fernández Tresguerres, para

Sócrates y Platón la filosofía “no es sino una meditatio y preparatio mortis”. 2

Sócrates, otra vez, “los que filosofan en el recto sentido de la palabra se

ejercitan en morir, y son los hombres a quienes resulta menos temeroso el

estar muertos.” Epicuro: “La fuente de todas las miserias para el hombre –dice

Epicteto– no es la muerte, sino el miedo a la muerte.” Séneca: “Deberíamos

temerla si pudiese permanecer con nosotros, pero, por necesidad, o no llega o

pasa.” Kant recordando a Montaigne concluye “en realidad, no tenemos miedo

a morir, sino a la idea de estar muertos.” Otra vez, el profesor Morin recuerda,

citando a Hegel, que “el verdadero pensamiento es el pensamiento que

enfrenta la muerte, que mira de frente la muerte.” Heidegger, con su

pesimismo, reconoce sin más que “El hombre es un ser para la muerte.” Y

Sartre, con su existencialismo y su gran ego, retrocede y dice “la muerte quita

toda significación a la vida.” Otro, como Espinosa, reconoce por manpuesto y

escribe “un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su

sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida”. Pero, como

descubre Fernández Tresguerres, seguramente “pensó en la muerte lo

suficiente al menos como para afirmar que no debe ser pensada.” Para el

propio Fernández Tresguerres “lo verdaderamente sorprendente no es que uno

se tenga que morir, sino que haya nacido. Quien se haya detenido alguna vez a

2
Alfonso Fernández Tresguerres, De la Muerte, El Catoblepas, Revista Crítica del Presente, Número 5,
Julio 2002, Página 3.
pensar la infinidad de combinaciones genéticas que eran posibles en el

momento en que fue concebido, cada una de las cuales hubiera dado lugar a

un individuo que no sería él, entenderá lo que quiero decir.” Se nos ocurre

preguntarnos ¿Hará falta añadir algo más? Más adelante afirma, “nacimos de

casualidad y vivimos de milagro.” Y, por fin, concluye, la muerte “trata de una

de las múltiples manifestaciones del segundo principio de la termodinámica.”

Punto.

Así pues, la muerte, a pesar de la claridad del segundo principio de la

termodinámica, es el gran tema del hombre. Es un tema fundante de lo humano

y, a la vez, desintegrante y, por tanto, requiere ser enfrentado como dice Hegel,

mirado de frente. La muerte se vincula recursivamente no sólo con su opuesto

natural, la vida, sino que para el hombre la muerte trasluce en todas sus

manifestaciones, los mitos, la religión, la magia, el amor, el arte y la literatura,

la política, la filosofía y, evidentemente, la historia.

Sí, la historia, porque es la iniciación a la muerte la que dispara el concepto del

tiempo y consecuentemente la idea de la historia en la que como dice el

profesor Morin todo acaece y todo se integra y, por tanto, se encuentran todas

las dimensiones de lo humano. Siendo la muerte una cuestión vital, su reflexión

conduce necesariamente a las fundamentales conclusiones morinianas acerca

del sujeto: “para sí mismo, él es todo (…) pero, objetivamente, no es nada en el

Universo, es minúsculo, efímero”. 3 La persistencia de esta profunda convicción

como propia de la estructura interna de la vida, la irónica revelación del

absurdo paradójico de la existencia, debería facilitar el proceso educador del

individuo y sería un saber básico en esta navegación humana en busca de

3
Edgar Morin, La Noción de Sujeto, Editorial Paidós, 1992, Página 11.
sentido y del objetivo último y fundamental de la hominización. ¿Dónde,

pensamos, sino en un proyecto como el del pensamiento complejo del profesor

Edgar Morin podría enfrentarse masivamente este reto?

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