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Nuest

ra
Cultur
a
A la llegada de los españoles, el vasto
territorio de los Valles Calchaquíes, se
había convertido en el centro de la
civilización diaguita. En su contexto
geográfico vivían numerosísimos pueblos y
naciones como los yocaviles, calchaquíes,
amaichas, anguinhaos, cafayates,
encalillas. Estaban organizados en
parcialidades, cada una al mando de un
jefe o cacique, que concentraba en su
persona el mando social, político y
religioso.

Desarrollaron su cultura entre el 1.000 y el


1.500 d.C. habiendo sido conquistados por
los Incas del Perú alrededor del 1.480 d.C.
Los incas permanecieron en la región
alrededor de 50 años. A partir de 1.535
llegó la Conquista española, encontrando
en estos grupos diaguitas calchaquíes la
más tenaz resistencia, oponiéndose al
avance de los conquistadores más de 150
años y siendo vencida definitivamente en
1.666 en el marco de un dramático
expatriamiento (como en el caso de los
indios Quilmes que fueron llevados hasta la
Provincia de Buenos Aires, en un doloroso
recorrido que cubrió a pie más de 2.000
Km.).

Con el tiempo, después de haberse


instaurado el sistema de encomiendas y las
primeras estancias, se produjo el retorno de
algunos pueblos que habían sido
deportados a zonas de provincias vecinas a
los Valles Calchaquíes, pero estos
aborígenes que habían vivido durante siglos
en su tierra volvieron a vivir de nuevo en
ella como extraños, ya que no se los
reconoció como propietarios de su suelo y
de su cultura. En este marco se fue dando,
en condiciones de desventaja para ellos, la
nueva mezcla racial y cultural. Producto de
ella son hoy los habitantes de los Valles
Calchaquíes.

Hoy, en todo el territorio de los Valles


Calchaquíes, y más explícitamente en
Santa María de Catamarca, corazón de
estos, persisten aún vivencias culturales
aborígenes latentes en el acontecer diario
de estos pueblos que en su inmensa
mayoría han conservado su nombre
indígena originario.
La Cultura
Santamarian
a
Hablar del hombre de Santa María es
remontarnos a épocas anteriores a la
conquista española. Ya desde ese entonces
se fue forjando el espíritu y el alma
calchaquí; debiendo atravesar por luchas
sangrientas, desarraigos y pérdida de
tierras, familia, ganado, etc. Sin embargo
pudieron seguir adelante, sabiendo
adaptarse a vicisitudes y cambios.
Conservaron muchas de las costumbres,
prácticas y creencias de sus antepasados, y
adoptaron otras tantas de los
conquistadores.

Si vemos la forma de realizar un tapiz, una


manta, un poncho u otro tipo de tejido,
podemos reconocer algunas técnicas
propias, aunque el tejido se realice en un
telar español adaptado. La manera de hilar
la lana, con el huso, los diseños que
ejecutan, los colores que utilizan, nos está
demostrando que la cultura calchaquí
sobrevive en el tiempo. También la
cerámica mantiene su factura, aunque sin
el esplendor que tuvo antes de la llegada
del conquistador.

En cuanto a lo espiritual, mantiene sus


creencias en la "Pachamama", dueña de la
tierra y todo lo que en ella se da. Así se le
rinde culto tanto cuando se levanta una
cosecha, o cuando se marca el ganado, o
cuando se emprende un viaje; también al
inaugurar una casa. Todo es parte de lo
cotidiano.

Estas tradiciones se transmiten de padres a


hijos en forma oral. A través del tiempo
fueron perdiendo algunas cosas, y
adoptando otras de la cultura
contemporánea. Es por eso que en la
actualidad vemos mezcladas, si bien el
lenguaje originario era el kakán este se
perdió desgraciadamente, persistiendo
solamente algunos elementos del quechua,
traído por los Incas durante su invasión. Se
observa así una singular simbiosis, común a
los pueblos de América, donde tradiciones
ancestrales se confundieron con aportes
europeos.

El pueblo al realizar las bendiciones, utiliza


por igual agua bendita o chicha (bebida
alcohólica extraída de la fermentación del
maiz), encomendando sus bienes tanto a
Dios como a la Pachamama. Todo este
sincretismo es lo que sustenta la ciencia
folklórica, de allí su riqueza y la necesidad
de estudiarla con toda la seriedad que
corresponde.

"Los materiales que recoge el folklore están


vivos en el mismo ambiente que les dio el
ser", no se trata de supervivencias, sino de
la vida continuada y no desaparecida del
americano. Los dibujos que se utilizan
actualmente en los tapices, son extraídos
de los antiguos símbolos con los que solían
representar escenas de la vida diaria,
aparecen por ej.

"Los camélidos (llamas)", único animal


domesticado en América antes de la
llegada del español, utilizado tanto por su
carne, su leche, como por su lana y porque
les servía además para el transporte de
mercaderías, utensilios, enseres
domésticos, y carga en general.

El sapo y la serpiente son otros de los


animales representados actualmente en el
tapiz, antes en la cerámica. Estos animales
son portadores de un rico acervo
tradicional. "Allí los alfareros dotaron a sus
obras del sentido de súplica a los dioses del
panteón tempestuoso; ahí están las manos
de los ídolos en infinitas urnas, sujetando
jarros de boca abierta, vasos y cántaros
pidiendo lluvia, y la demanda del precioso
elemento, coronada con las imágenes
repetidas de ese ser mágico ligado a tales
invocaciones:

"El sapo". (Ambrosetti, pág. 159) En el


folklore calchaquí, sobrevive la creencia de
que el sapo es un elemento para la lluvia,
es por eso que para obtener el agua
colocan un sapo "estaqueado" (clavado) en
el suelo, al que suelen castigar con ortigas
(hierba que al tacto produce escozor). El
investigador Ambrosetti nos dice que
"como en la superstición popular aún hoy
día juega un papel tan señalado este
animal, como intermediario para hacer
llover, efectuando con él infinidad de actos
crueles para conseguir el objeto deseado.
No es difícil que los viejos calchaquíes
hayan creído lo mismo, y por consiguiente
lo consideraran como el símbolo más
característico de ese continuo y eterno
pedido de agua en cual aquellos indios,
para conseguirla, llegaron hasta sacrificar
niños. Nada de extraño tiene que en las
urnas funerarias, que debía guardarlos,
pintasen la imagen del sapo, que sintetiza
por sí sola la razón del terrible acto que sus
creencias imponían". Muchas veces se
representa a este animal en las urnas
funerarias con una cruz en el interior de su
cuerpo.

"La serpiente", existe la creencia popular


de que ella cuida de los sepulcros o
enterratorios. Esto era creencia también de
los antiguos habitantes calchaquíes para
quienes la serpiente cuidaba de sus
muertos y de los tesoros, para que no
fueran depredados. Dice Ambrosetti:
"Desde tiempos inmemorables habían
puesto a sus muertos bajo la égida de la
serpiente... Esta es la razón principal de por
qué en todas las urnas funerarias o en sus
tapas por lo menos, no falta el símbolo de
la serpiente o una parte de él, y en muchas,
puede decirse, no existe otro". La
simbología atribuida a la serpiente, es la de
ser un rayo que cae a la tierra, junto con la
lluvia. La serpiente, se cree, atrae a los
rayos hacia ella, es por eso que existe la
superstición de que "en cualquier parte en
donde cae un rayo existe un viborón
ponzoñoso". Esto llena de temor al hombre
calchaquí. Con estos datos se comprende
perfectamente la vinculación que tenían la
serpiente y el rayo en la mitología
calchaquí. Es por eso que la serpiente pudo
ser el símbolo del rayo como parecen
probarlo las serpientes en su zig-zag,
representadas en las urnas funerarias y en
la cerámica en general de la cultura
santamariana.
"Suri o avestruz", es una figura que se
encuentra repetidamente plasmada en la
cerámica santamariana. También con este
animal se simboliza a las nubes cargadas
de agua que volcarán luego en la tierra
para fecundarla. El plumaje de esta ave es
de color gris, lo que les lleva a imaginar
que eran semejantes a las nubes que traen
la lluvia. Estas aves, al percibir que se
aproximaba una tormenta, corrían de un
lado a otro, moviendo sus alas, inflando sus
plumas, con lo que se asemejaban a las
nubes que son arrastradas de un lado a
otro por los vientos, hasta que, una vez que
se unen entre ellas, producen la lluvia.
También en este animal se ve la cruz
dibujada en el cuerpo, lo que simboliza a
los cuatro vientos: del norte, sur, este y
oeste, que en la creencia de estos pueblos
se unían en la nube para generar la caída
del agua.
La mentalidad de los "vallistas" es simple,
muy observadores y conocedores de la
naturaleza, en la que descubren muchas
cosas que el resto de la gente no ve, hacen
de ella un "santuario", lo natural y lo
sobrenatural se confunden. Lo mismo
sucede con lo cristiano y lo profano, lo
traído por el español y lo americano. Ellos
creen en la PACHAMAMA (palabra quichua:
Pacha=mundo, tierra, conjunto de seres
existentes, universo; y Mama=madre),
dueña de todo lo que se encuentra sobre la
tierra y debajo de ella. Es una divinidad
incaica que hoy sobrevive como mito
popular en las regiones andinas, desde el
noroeste argentino hasta el ecuador es
considerada como espíritu deificado de la
tierra, como diosa de la fecundidad, incluso
de los animales y aún de la mujer. Se le
consagran ofrendas propiciatorias en
diversas formas y circunstancias. Este
tradicional culto tiene su manifestación más
evidente en las "apachetas", montículos de
piedras que se encuentran tanto en los
caminos por donde circulan los viajeros,
como en lugares de trabajo, por ejemplo en
los socavones de las minas. Se va
agrandando con las ofrendas que realizan
quienes pasan cerca de ella, consistente en
la coca que van masticando: "el acuyico",
alcohol, cigarrillo si lo tuviesen, o
simplemente una piedra del camino. Al
realizar estas ofrendas pronuncian una
especie de oración, y dicen: "Pachamama,
Santa tierra Kusiya Kusiya". Es una especie
de invocación propiciatoria rogando una
bendición para las distintas actividades. En
algunos casos se puede ver una
identificación de la Pachamama con la
Virgen María, por ser ambas mujeres que
cuidan y protegen a sus hijos.

La familia santamariana. Para hablar de


ella, no podemos limitarnos a definirla tal
cual se nos muestra actualmente. La trama
histórica con sus distintos aportes no es
indiferente. De esto podemos deducir que
la familia aborigen, la familia española y la
post-colonial han contribuido con sus
rasgos histórico-culturales y
socioeconómicos, conformando un modelo
de familia muy particular.

El esquema familiar aborigen constituido


por "clanes" que reunían a la parentela, ha
perdurado a lo largo de más de 2.000 años.
Podemos describirlo como "familia
extensa", donde no existe un grupo
humano cerrado, sino que es común la
convivencia de hasta tres generaciones en
una misma vivienda, donde abuelos, padres
e hijos viven juntos, o bien donde se
construye la nueva vivienda dentro del
ámbito de la casa paterna. Existe además
El
sentimiento
de la
Artesania
Una cultura con sus mitos y tabúes
religiosos muy cargados de supersticiones,
como el profundo respeto a los fenómenos
naturales (lluvia-rayos-truenos), que
plasmaron en las formas y la estética de
sus dibujos, figuras, volcados en la tela y la
cerámica. En ellos el artista expresaba el
sentir de toda una raza milenaria, que pudo
pasar la barrera del tiempo llegando a
nuestra época, para el deleite de nuestros
sentidos, a través de múltiples objetos. En
ellos vemos como se refleja la relación que
existía entre el hombre y su medio
ambiente, con todo lo que estaba
íntimamente unido a su vida cotidiana,
además de los animales y los fenómenos
naturales, no podían dejar de lado al sol y
la luna. Todo fue conservado en el espíritu
de su gente, en el respetuoso silencio del
Valle, en donde hasta la construcción de
sus casas, mantiene todavía la arquitectura
primitiva de forma cuadrada o rectangular,
hechas de piedras y techo de barro
mezclado con paja, como lo hicieran sus
ancestros. Los corrales donde guardaban
sus animales, eran construidos con cercas
levantadas con piedras usadas como
ladrillos, sin argamasa para unirlas. Esto se
lo conoce con el nombre de "pircas".

El señor telar fue testigo fiel de una época.


Fabricado con rústicas maderas, tal como
fueron cortadas del generoso algarrobo del
Valle, de dura madera y dulce fruto, resistió
al tiempo y a la historia.

Volviendo a nuestra realidad actual,


encontramos que la línea estructural
empleada en la construcción de los telares
de la Escuela Aurora, es la misma que las
primitivas, excepto en el tipo de madera
usada.

El indígena y algunos de sus descendientes,


como se puede apreciar en las
fotografías presentadas en este
informe, colocan el telar fuera de la casa,
a cielo abierto o debajo de la enramada,
donde existe una buena ventilación y una
constante renovación del aire que se
respira haciendo, instintivamente, una
profilaxis de las enfermedades respiratorias
que se producirían por la acumulación de
polvo y restos de fibra del material que se
trabaja.

La arqueología del NOA (Noreste Argentino)


muestra de hecho como la artesanía
santamariana prehispánica estaba injertada
coherentemente en la cosmología y la vida
cotidiana de los pueblos indígenas. De esta
manera el artesano diaguita comunicaba su
identidad cultural, a través de sus
productos, sirviéndose de modalidades

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