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LA OTRA HISTORIA DE LOS ESTADOS UNIDOS

HOWARD ZINN

Carter-Reagan-Bush: el consenso bipartidista


El historiador Hofstadter, analiza que la visión que se hace sobre los partidos
(demócrata y republicano) siempre fue hecha desde las virtudes económicas de la cultura
capitalista, siempre nacionalista. Una visión centrada en la incitación a la fortuna, una
pobreza desesperada, la aceptación nacionalista de la guerra y los preparativos para
realizarla.
Luego de la guerra de Vietnam y del escándalo de Watergate, la población que
sufría de inseguridad económica, el deterioro ambiental y una cultura familiar violenta;
necesitaba cambios estructurales tanto en lo social y lo económico, pero ninguno de los
partidos tradicionales representaba o se dirigía hacia esto.
Los ciudadanos se dejaron de interesar por el sistema político, dejando de
participar en las urnas.
La política electoral gobernaba la prensa escrita y televisiva; tratando de
convencer al público escéptico de que eso era todo lo que había y debían poner sus
esperanzas en los políticos de Washington.
Muchos ciudadanos dirigieron su atención (o fueron dirigidos) hacia los planes de
autoayuda; los marginados se volcaron hacia la violencia (violencia entre negros pobres,
hacia extranjeros, etc.); y otros conservaron las ideas de los años ’60 y ’70 (luchaban
aunque silenciados, por la protección del medio ambiente, los derechos de la mujer, etc.).
Estos nuevos activistas luchaban en contra de los líderes políticos e intentaban
acercarse a la ciudadanía norteamericana. Pero la mayoría tenía pocas esperanzas tanto
en la política electoral como en la política de protesta.
Carter (1977-1980) aunque intento reconquistar a los ciudadanos, se mantuvo
dentro de los parámetros políticos históricos del sistema estadounidense: protegía la
riqueza y el poder de las corporaciones, mantenía una enorme maquinaria militar y creo
alianzas con las tiranías derechistas extranjeras.
Su mensaje era “populista” a pesar de que sus actos decían lo contrario, por
ejemplo, a pesar de ser millonario se presentaba como un simple granjero, a pesar de
haber apoyado la guerra de Vietnam se presentaba como simpatizante de los contrarios
a la guerra.
Para seguir con su mensaje, nombro en algunos cargos a personas que no se
apegaban a lo tradicional, por ejemplo, nombro secretaria de vivienda y desarrollo
urbano, a Patricia Harris, una mujer negra; o como embajador ante las Naciones Unidas a
Andrew Young, veterano en la lucha por los derechos civiles de los negros.
Los demás nombramientos tenían conexiones con grandes corporaciones.
También puso en marcha una sofisticada política en relación con los países que
oprimían a sus pueblos, por medio de Andrew Young, sobre todo con los países de
África. En especial, necesitaba llegar a un acuerdo con Sudáfrica para instalar una base
para los sistemas de seguimiento de radar y los negocios que allí tenían grandes
corporaciones (como el de diamantes), por lo cual necesitaba un gobierno estable.
También siguió apoyando a los regímenes que encarcelaban, torturaban y
asesinaban a disidentes, como en Filipinas, Irán y Nicaragua.
La administración de Carter trataba de poner fin a la desilusión del pueblo
norteamericano luego de Vietnam, siguiendo una política exterior más aceptable y menos
agresiva. Pero esta política liberal estaba diseñada a la vez para dejar intacto el poder y
la influencia del ejército norteamericano en el mundo.
La renegociación del canal de Panamá fue una de ellas, en 1977 Carter se
comprometió a trasladar de forma gradual las 14 bases estadounidenses.
Fuera cual fuera su política exterior, para fines de los ’70 las corporaciones
norteamericanas realizaban operaciones en todo el mundo a un ritmo jamás visto.
La relación de las corporaciones mundiales con los países más pobres era de
explotación sobretodo con los de Latinoamérica y África, de las cuales dependía para
extraer diamantes, café platino, mercurio, caucho y cobalto. Era la clásica situación
imperial, los países que poseían recursos naturales eran explotados por potencias que
habían acumulado sus riquezas.
A pesar de eso, Estados Unidos, cultivaba la imagen de un país generoso con sus
riquezas, sobre todo con los gobiernos leales a su política. La mayor parte de la ayuda
era militar. El ejército continuó llevándose gran parte del presupuesto.
Si la tarea de Carter era restaurar la confianza en el sistema, no lo consiguió ya
que no solucionó los problemas económicos de la gente. El precio de la comida y de las
necesidades primarias aumentaba más rápido que los sueldos. Había entre un 20% y
30% de jóvenes desocupados, sobre todo negros.
La administración de Carter poco afectaba a la mala distribución de la riqueza. En
el ’78 aprobó reformas al sistema impositivo que beneficiaron a las grandes
corporaciones.
Continúo apoyando a las dictaduras extranjeras como Somoza en Nicaragua,
Marcos en el Salvador y Sha en Irán; designando gran parte del presupuesto para enviar
armamento americano.
La penuria económica y la toma de 52 rehenes en la embajada estadounidense
en Irán, hicieron que Carter perdiera las elecciones a favor de Ronald Reagan en 1980.
La victoria de Reagan y luego la de Bush significó que otro sector de las clases
dirigentes asumiría el mando. Las decisiones políticas se volverían más rudas: se
recortaría la ayuda social, se bajarían los impuestos a los ricos, se aumentaría el
presupuesto militar, se llenaría el sistema judicial de jueces conservadores y se trabajaría
activamente para destruir los movimientos revolucionarios en el Caribe.
Con el gobierno de Reagan y Bush la magistratura se transformó totalmente en
conservadora. Se volvió a introducir la pena de muerte, redujo los derechos de los
detenidos por la policía, impidió que en los hospitales públicos de planificación familiar se
informara sobre el aborto y se decretó que se podía obligar a los pobres a pagar por la
educación pública.
Con jueces federales conservadores y nombramientos de “orientación”
empresarial en el Consejo Nacional de Relaciones Laborales; las decisiones judiciales y
las iniciativas del Consejo, debilitaron a un movimiento laboral que estaba preocupado
por una disminución en el área industrial. Los trabajadores en huelga no contaban con
protección legal. Uno de los primeros actos de la administración de Reagan fue despedir
en masa a los controladores de tráfico aéreo que se encontraban en huelga.
Con Reagan y Bush, la preocupación por la “economía”, a favor de las
corporaciones, se impuso a la preocupación por los trabajadores o los consumidores.
Durante los gobiernos de estos, se redujo hasta un 90% el presupuesto
destinados para las políticas para el medio ambiente.
La preservación de una enorme institución militar y el mantenimiento de los
niveles de beneficio de las corporaciones petroleras, fueron los objetivos principales de
Reagan y Bush.
Reagan recorto el presupuesto en las áreas de asistencia social y de pensiones.
El desempleo creció, para 1980 había treinta millones de desempleados.
La asistencia social se convirtió en centro de ataques: se cuestionaban la ayuda a
madres solteras, la atención médica y los cupones de comida.
La administración de Reagan bajó el índice tributario de los muy ricos al 50%.
Como resultado de todas las leyes tributarias aprobadas entre 1978 y 1990, el gobierno
perdió unos 70 millones de dólares al año. Por otro lado se incremento la renta sobre los
salarios, una persona que ganaba 500000 pagaba lo mismo que una de 50000.
Los más afectados fueron los negros, los hispanos, las mujeres y los jóvenes; no
sólo tenían escasos recursos sino que también se enfrentaban a la discriminación en sus
trabajos. La pobreza venía acompañada de rupturas, violencia familiar, crimen callejero y
droga. En vez de poner atención urgente para acabar con la pobreza, los políticos
utilizaban esto para exigir la construcción de más cárceles.
Como justificación para aumentar el presupuesto destinado a incrementar las
fuerzas nucleares y no nucleares, se utilizaba el miedo a que la Unión Soviética invadiera
Europa occidental. Sólo cuando se desintegró la Unión soviética se redujo un poco el
presupuesto militar.
Cuando en Nicaragua triunfa el movimiento revolucionario sandinista, Reagan ve
esto como una amenaza soviética capaz de extenderse por Centroamérica, por lo cual
pide secretamente a la CIA que arme una contrarrevolución para derrocar al gobierno
sandinista. Esta contra no tuvo existo en Nicaragua, su base estaba en su vecina
Honduras. Todos estos cuidados porque la opinión pública no quería que los Estados
Unidos intervinieran militarmente en este país.
La escusa estadounidense ante una intervención militar siempre ha sido la de
“proteger” a los ciudadanos. Casi siempre, como en el caso de El Salvador, el papel
histórico de Estados Unidos era el de asegurarse que los gobiernos en el poder apoyaran
a las compañías norteamericanas. En el caso de El Salvador no le importaba “proteger” al
98% de la población empobrecida; sino sólo acercarse a ese 2% de la población que
tenía en sus manos el 60% de las tierras. Así, que cuando los levantamientos se pusieron
en marcha en 1932, Estados Unidos envió ayuda militar para vigilar mientras el gobierno
local llevaba a cabo una masacre.
También Estados Unidos intervenía adiestrando a los escuadrones de la muerte.
A pesar de que el Congreso, desconcertado por las matanzas en El Salvador, le
pidió Reagan que dejara de brindar ayuda hasta que se evidencie progresos en el campo
de los derechos humanos, este lo ignoró y continuó enviando ayuda a pesar de las
masacres.
Durante los años de Reagan la prensa se comportó de una forma tímida y gentil.
Estados Unidos se comportaba “tolerante” con los gobiernos militares “amables”
de Latinoamérica, como con el de Guatemala, El Salvador y Chile; pero se enfurecía
cuando un régimen tirano le era hostil, como en el caso del gobierno de Muammar
Gaddafi en Libia. Reagan no dudo en tomar represarías cuando un ataque terrorista en
Berlín mató a un soldado estadounidense.
Pero la gran institución militar estadounidense, nacida por la “amenaza soviética”,
entró en crisis cuando a principios de la presidencia de George Bush la Unión Soviética
comenzó a desmoronarse y dio fin a la “guerra fría”. ¿Qué escusas tendría ahora el
gobierno para seguir manteniendo los enormes presupuestos militares dedicados a
combatir al comunismo?
A pesar de esto, el gran presupuesto militar no dejo de existir, la institución militar
norteamericana continúo en pie para, como dijo Colin Powel (presidente de la Junta de
Estado Mayor): “quiero que el resto del mundo se muera de miedo”, es decir, que se
sienta amenazada por las grandes armas que poseía Estados Unidos.
Para justificar la existencia militar Bush emprendió dos guerras: una en contra de
Panamá y la otra contra Irak.
El general Noriega en Panamá perdió el apoyo de Estados Unidos en 1987,
cuando sus actividades en el tráfico de narcóticos salieron a la luz, escusa ideal para que
el país del norte demostrara que todavía poseía poder sobre el Caribe. En lugar de
Noriega se instaló un gobierno aliado a Estados Unidos, recuperando su influencia sobre
Panamá. En estas acciones se contó con el apoyo de los demócratas liberales, entre
ellos Kerry y Ted Kennedy; los demócratas querían demostrar que eran tan rudos como
los republicanos.
Pero estas acciones no consiguieron vencer el aborrecimiento que sentía la
población con respecto a las intervenciones militares desde los tiempos de Vietnam. Esta
oportunidad si se la brindo la guerra del Golfo contra Irak; cuando Sadam Hussein invadió
en 1990 a su pequeño vecino Kuwait, un país rico en petróleo. Con estas acciones Bush
esperaba asegurar su reelección y el deseo de los Estados Unidos de tener voz y voto en
el control de los recursos petrolíferos de Oriente Medio. Esto obviamente no fue lo que
se les dijo a los norteamericanos, sino que la invasión se había producido para liberar a
Kuwait de las garras iraquíes y la supuesta construcción de una bomba nuclear. Lo que
intentaba con esto era crear una paranoia en la nación con la excusa de una bomba
iraquí que ni siquiera tenía los medios para ser arrojada que todavía no existía.
En 1991, Bush lanzo su ataque aéreo luego de que Sadam ignorara un ultimátum
para abandonar Kuwait.
A diferencia de la guerra de Vietnam, la administración de Bush controló la
información que la prensa daba al público, sobretodo que en esta ocasión casi el 85% de
la población apoyo la invasión a Irak, el gobierno mantenía a raya a los periodistas y
censuraba las noticias; para dar una visión de una Irak con una potencia militar elevada y
los resultados de los bombardeos con láser que no resultaron ser efectivos y se cobraron
miles de vidas de civiles.
Seis semanas de estallado el conflicto, un ataque por tierra venció sin resistencia
al ejército iraquí, que fue perseguido y bombardeado mientras se retiraba de Kuwait.
Finalizada la guerra salieron a la luz las verdaderas consecuencias humanas de
ella: las vidas acabadas, el hambre, las enfermedades, etc.
También se vio como no apoyaron a la oposición de Sadam para derrocarlo del
poder en Irak. Estados Unidos quiso debilitarlo mas no eliminarlo.
La guerra provocó una desagradable ola de racismo árabe en Estados Unidos
durante la cual se insultaba, golpeaba o amenazaba de muerte a los árabes americanos.
Con la victoria de la guerra del Golfo se acabo con el fracaso de Vietnam, Bush
declaro luego: “el espectro de Vietnam ha sido enterrado para siempre en las arenas del
desierto de la península árabe.”

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