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El texto de Góngora es, en resumen, una recapitulación de las

principales tendencias ideológicas y su impacto en el contexto


social hispanoamericano de diferentes coyunturas históricas.
Desde una perspectiva culturalista, el autor analiza las variables
ideológicas religiosas y políticas implícitas en los discursos de la
conquista, la colonia, y la independencia, apelando a los
representantes teóricos más significativos de cada problema. Por
ejemplo, en el segundo capítulo, donde trabaja las escatologías y
utopías de carácter religioso y teleológico que viajaron con los
conquistadores y se vieron reflejadas en el imponente Nuevo
Mundo, se remite a los escritos del mismo Cristóbal Colón, a las
particularidades misionales de los franciscanos y los jesuitas,
quienes intentaron dar una explicación desde su cosmovisión a lo
que hasta ese entonces se salía por completo de su experiencia.
Los resultados teóricos de esta confrontación revelan los matices
con que se representó el Nuevo Mundo, bajo unos códigos de
significación que reflejaban una visión de mundo particular: la
occidental.

Es así como surge el problema que aborda el autor en el tercer


capítulo: ¿Cómo legitimar la necesaria ocupación de aquel
territorio? Las hipótesis alrededor de este problema están
cargadas de una doble justificación; por un lado la jurídica (donde
los reyes y la legalidad toman preponderancia), y por otro lado la
teocrática (argumentada teológicamente por el papa y la iglesia).
Este problema era crucial, pues el poder y la autoridad sobre el
Nuevo Mundo giraban en torno a la explicación del mismo.
Apelando a Palacios Rubio y a Solórzano, el autor explica como se
logró construir una base teórica para la supremacía del rey en las
Indias, en detrimento del poder papal.
En el cuarto capítulo, el autor nos muestra la paulatina caída del
viejo orden paralelamente a las limitaciones que rodearon la
difusión de las ideas de la ilustración en Hispanoamérica, y cómo
estas nuevas tensiones alrededor del poder monárquico y católico
forman parte del sustrato ideológico que subyace y que toma
cuerpo en el período de emancipación; ahora bien, es interesante
ver cómo la entrada de estas corrientes de pensamiento
originalmente europeas es filtrada por la censura católica y
reinterpretada de acuerdo a las particularidades político religiosas
de las colonias.
En el quinto capítulo, Góngora hace un recuento de los
movimientos románticos y tradicionales desde sus bases teóricas
conservaduristas, concluyendo que el impacto de éstos en España
e Hispanoamérica fue muy débil.

En el sexto capítulo, Góngora nos recuerda el suceso que marcó la


vida cultural de Hispanoamérica como una huella indeleble de
larga duración: el violento choque entre dos mundos radicalmente
distintos, donde uno se impone frente al otro por un mayor poder
bélico (temprana militarización de la vida americana) y
organizacional, dejándolo así subordinado al nuevo orden que se le
imponía por la fuerza. Este encuentro cultural dejó
institucionalizados unos ideales de retraso y de progreso, donde lo
nativo es correlato del primero, y lo europeo del segundo. Según el
autor este es uno de los problemas de la actualidad que la historia
puede ayudar a solucionar, pues para ésta, siempre está abierta la
posibilidad de forjar nuevas formas culturales; sin embargo, esta
posibilidad en el mundo globalizado de la actualidad es casi
ilusoria. Es en éste punto donde el autor empieza a tratar el
problema del siguiente capítulo, partiendo de una crítica al
sistema, donde el predominio de un materialismo práctico y
técnico, enaltece la ciencia hasta darle un hálito casi epifánico;
donde el internacionalismo técnico-económico supera los
obstáculos ideológicos y de principios. El resultado de todo ello ha
sido fatal para el individuo: se ha producido la despersonalización,
el sujeto se acomoda pasivamente en un “nihilismo de la
resignación”, siendo los medios de comunicación de masas el guía
principal hacia el abismo. Ahora bien, ¿qué ideas históricas han
contribuido a dicho proceso tan funesto? El autor propone algunas:
La Ilustración (que generaliza la visión cientificista), la revolución
francesa (que exporta la democracia y el individualismo socio-
jurídico), la revolución industrial agenciada por Inglaterra (que
impone la tendencia mecanicista) la idea del progreso
(interiorizada hasta el tuétano en todos los niveles de la sociedad)
y el fracaso de las ideas marxistas que se vindicaban como una
opción. Ante esto, solo queda la esperanza, en un sentido
metafísico y metahistórico.

En estos nueve capítulos, el autor logra exponer en líneas


generales algunas de los conflictos ideológicos claves de la historia
hispanoamericana, y hasta cierto punto, sus implicaciones en la
vida práctica. Si bien cada capítulo esta escrito como un artículo
independiente, podríamos creer que existe un hilo conductor que
explica esta compilación: la historia de las ideas, pero no desde la
mirada particular de la vida cotidiana, sino problematizando los
procesos estructurales. Es ahí donde radica el objetivo del texto:
ofrecer al lector una mirada panorámica sobre los debates,
discursos y argumentaciones que han suscitado controversia en la
historia hispanoamericana, y en un segundo momento del libro,
abordar las implicaciones de los acontecimientos más
paradigmáticos en las formaciones culturales de la actualidad.
Para ofrecer dicha mirada, Góngora se vale de una buena
estrategia metodológica que consiste en instar directamente a los
autores que representan cada tendencia alrededor de un
determinado problema, sometiéndolos a una lectura crítica que
rastrea los elementos de abundante carga ideológica, habiendo
antes contextualizado el problema a tratar, por supuesto. También
es evidente que su trabajo documental es minucioso y su
construcción argumentativa concisa y sólida.

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