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Introducción

U no de los temas que más ha llamado la atención de los historiadores es el


proceso de emancipación de las colonias americanas frente a sus metrópolis y
su posterior vinculación en el orden político económico mundial, gracias a la
complejidad social, económica y política en que estuvieron insertos. La historiografía
decimonónica que se refiere puntualmente a estos temas, se apropió de ciertos matices
de heroicidad que daban legitimidad a una u otra forma política de ver la sociedad;
una de las características más destacables de esta forma de escribir la historia, es la
marcada intención de realzar un personaje o un acontecimiento como ejes nodales de
la construcción nacional, olvidando un poco la evidente prioridad de la estructura
socio-cultural; ahora bien, cuando desde una perspectiva teórica liberal se hacía
referencia a ésta, de manera casi siempre demagógica, se trataba de mostrar como una
sociedad “nueva”, una república que teóricamente había roto toda conexión con un
pasado que se asociaba directamente con una “época oscura”, cuyos elementos (poder
monárquico a cargo de los españoles, subordinación tanto política como económica,
estancamiento de la producción, impuestos extremadamente altos y coaccionantes, y
desigualdades entre criollos y peninsulares en las políticas administrativas y religiosas
regionales) realmente se oponían a la modernización social de la propuesta nacional.
Así pues, se fue consolidando paulatinamente un discurso que servía como estrategia
retórica para dar una impresión de cambio que con promesas de libertad, justicia,
igualdad y fraternidad, seducía a los distintos actores sociales que estaban incluidos en
el proceso de cambio tanto directa como indirectamente (el común). Aunque con
contrastadas particularidades que los antagonizaban, tanto los liberales como los
conservadores participaban tácitamente de este metarrelato progresista del discurso
moderno. Ambos programas políticos compartían el deseo desarrollista de la
consolidación del mercado y del orden bajo un proyecto nacional; la dicotomía
radicaba en los medios que cada uno concebía como los adecuados para alcanzar este
fin.
Ahora bien, la contradicción en el discurso histórico era más que evidente: se
intentaba ocultar un pasado supuestamente muerto con constituciones, ordenamientos
institucionales, pasquines e íconos que se presentaran como referente representativo,
cuando en la realidad que mostraba la vida cotidiana se develaba claramente la
inminente continuidad de las formas de interacción social que se habían heredado de
la colonia. Así pues, considero que estas tensiones entre la realidad y el discurso,
hacen parte del conflicto que nos muestra F. X. Guerra entre la tradición y la
modernidad. Lógicamente, todos estos eventos de una u otra forma marcarían un
punto de inicio en la construcción de la nación, sin embargo, no podemos estudiarlos
sino desde una perspectiva de larga duración, como parte de un proceso que se mueve
lentamente y donde los cambios paradigmáticos que propuso el discurso modernizante
van a verse antagonizados con esa estructura de interacción social y productiva
particular de la heterogénea Latinoamérica. En este orden de ideas, nos damos cuenta
que si queremos entender las relaciones de poder entre los distintos actores sociales en
el período comprendido entre 1860-1890, debemos tener en cuenta la inminente
presencia de ciertos elementos sociales que sobresaldrían por su “colonialidad”, ya
que en cierta medida, las transformaciones reales no serían muy profundas en un
primer momento. Estos fenómenos de supervivencias culturales recurrentes en toda
América Latina, están presentes en el caso colombiano con más arraigo, pues su
inestabilidad perenne tanto en el ámbito político como económico acicateó la
apelación a modelos tradicionales de interacción social, y simultáneamente
obstaculizó el cabal desarrollo del proyecto de construcción nacional. Esta hipótesis se
evidencia más claramente si analizamos el devenir histórico de las propuestas políticas
de las oligarquías colombianas y la influencia de las mismas en la vinculación de los
sujetos al proyecto nacional en cuestión. Una vez hechos estos necesarios
prolegómenos, podemos entrar en materia.
Las Propuestas

D esde la génesis nacional, la autonomía política se presentó como un reto casi


infranqueable para los criollos, promotores de la emancipación, y una vez
lograda no se supo que hacer con ella; la pregunta frente a este asunto era ¿bajo qué
parámetros y sobre qué principios debía forjarse el proyecto nacional? . La respuesta a
esta cuestión tomó múltiples formas entre los grupos de opinión política conformados
por la oligarquía, sin embargo como hemos dicho, todas estaban atravesadas por el
deseo compulsivo de participar en los órdenes internacionales establecidos como
legítimos. Así pues, siendo Europa la principal influencia imperialista en las clases
letradas colombianas de la época, se consolida un ambiente propicio para la difusión
generalizada de los principios modernos de la construcción nacional, dividiendo las
opiniones en liberales radicales y liberales moderadas. La dicotomía elemental entre
ambas se encontraba en la profundidad de aceptación del discurso liberal: la primera
proponía la implantación total de los modelos políticos más progresistas del momento,
en cierta medida un giro paradigmático revolucionario que conmoviera los parámetros
más esenciales de la sociedad hasta ese entonces construida; en cambio la segunda
abogaba por la protección de las tradiciones éticas y morales de un legado histórico
que veían como el único baluarte real del orden social, como la base inconmovible
para el equilibrio que permitía la continuidad de los lazos de interacción social
establecidos convencionalmente. Guiados por estos lineamientos básicos, los grupos
de opinión se convertirían paulatinamente en partidos de vinculación política masiva
con programas de acción cuyas particularidades antagonizaban de forma perentoria.
Ahora bien, en el período que nos corresponde la continua inestabilidad política nos
impide hacer generalizaciones absolutas de la tendencia nacional, pues la inminente
presencia de regionalismos es óbice de la cabal realización de cualquier propuesta
nacional; sin embargo, podemos establecer basados en los parámetros legales
establecidos las minuciosidades de la propuesta y de la contrapropuesta.
Después del golpe de estado liderado por Tomás Mosquera a comienzos de la década
de los sesenta, se convocó una reunión en Rionegro que estableciera los dictámenes
constitucionales bajo los cuales debía regirse la República, en evidente contraposición
a lo impuesto hasta entonces por el bando conservador. Esta constitución considerada
como la más radical de la historia colombiana, estaba desafortunadamente mucho más
allá de las capacidades civiles del país. Primero que todo, proponía la división federal
de la nación, cuyos estados soberanos unidos en confederación dieran origen a los
Estados Unidos de Colombia; semejante medida descentralizadora acicateó la
fragmentación del poder, simultáneamente a la exacerbación de los regionalismos. El
objetivo de ésta política era permitir un rango más abierto de libertad decisoria en el
ámbito regional, ambición que antagonizaba radicalmente con la propuesta
conservadora de mantener el poder unificado en una autoridad nacional que tuviera
prioridad sobre cualquier otra expresión de poder más reducida, es decir la protección
acérrima del centralismo. Otro punto bastante controversial del programa liberal del
63 era el que daba cuenta del papel de la iglesia y la religión en la sociedad: en
primera instancia, se decretaba la imposibilidad de las entidades religiosas de adquirir
bienes raíces y de imponer censos, trastocando así la arraigada posición de la iglesia
como institución económica activa. Esta medida potencializada en la ulterior
desamortización de bienes de manos muertas, era considerada un ataque directo a la
institución eclesiástica tan defendida por los conservadores (y tan determinante en las
relaciones sociales cotidianas), lo que ocasionó graves conflictos en todo orden.
Además, la implantación de nuevos métodos pedagógicos que no incluyeran la
enseñanza catequística tradicional, atentaban contra la moral cristiana; la laicización
educativa concretada en las escuelas “normales” fue un giro drástico que aunado a la
legalización de la libertad de cultos, fue causa de tenaces conflictos faccionales y
políticos a lo largo de todo el período de regencia liberal. Otros elementos conspicuos
del proyecto liberal en dicotomía perenne con el conservador, fueron: la libertad de
prensa, la libertad de expresión, la libertad de industria, la abolición de privilegios
legales, el libre comercio de artefactos bélicos, y la libertad de asociación.

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