Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
CAPÍTULO I
LA ELEGIDA
¡Qué belleza tan natural! ¡Cuánto verde en los campos! ¡Cuántas flores
adornando las matas de mariposas y campanas! El aroma embalsama el
aire. ¡Cuán radiante asoma el sol al bautizar, para años y años, hasta hoy,
cada rincón de esta Sierra! Las montañas, unas y otras, y otras más, hasta
perderse allá en el horizonte, cada vez más verdes, algunas cubiertas de
niebla que desaparece como tocada por la varita de algún hada. El brillo
dorado de los rayos del astro rey, el canto de las aves, cada una con un
sonido característico, envuelven el entorno, que se me hace muy familiar.
Así de encantador encuentro yo a Cayo Espino, la entrada del Caney de
las Mercedes, voluptuoso paisaje que contrasta con los bohíos del caserío.
Éramos, pues, fierecillas salvajes en medio de este mundo verde y azul.
Yo corría con ligereza; ya mis pies descalzos conocían cada uno de los
caminos empolvados del batey y mi mente infantil nunca se preocupó por
tener un vestido nuevo, ni un par de zapatos; hasta entonces nunca conocí
qué era un helado, ni un chocolate, ni siquiera un caramelo. Solía bañarme,
día tras día, en las aguas cristalinas del Arroyón, donde jugueteaban las
anguilas cual si me conocieran. Así de sencillo pasaron los primeros años
en mi mundo.
Mi casita era uno de aquellos bohíos de paredes de palma y techo de
guano, con piso de tierra, bien apisonado con tierra y ceniza, y tenía brillo,
sí, porque estaba bien pulidito. Recuerdo el fogón de leña donde mi madre
pasaba horas y horas cocinando, y llena de humo la mesa donde nos
sentábamos para comer: de madera, con grandes taburetes y bancos; y los
cuartos: eran tres las camas, las de mis padres, y dos para nosotros, de
modo que dormíamos como podíamos, cuatro en cada una, y sobre un
colchón que había preparado mi madre de sábanas de saquitos de harina
sobre otras de sacos de yute.
En el portal, otra mesa de madera con cuatro taburetes, siempre
dispuesta para el juego de dominó, que nunca faltó. El dominó nació para
6
CAPÍTULO II
LA INADAPTADA
La siguiente semana fue un tanto absurda. No pasó nada; bueno, casi
nada. Las niñas que vivían en el batey hablaban de cuando se fueran para
La Habana, y un poco que hacían despertar la envidia de las que no se
iban. Llegó un mal tiempo, propio de la temporada ciclónica, y estuvo
lloviendo tres días, falta que le hacía a toda la zona para disminuir un poco
la polvareda, el calor pegajoso y el sol, que lastimaba la piel. Tres días
después llegó el ómnibus que nos conduciría hacia la capital al atardecer,
de color gris metálico. Sabía que venía para llevarnos ya que era muy
grande para ser de allí.
–¡Ay, mi madre!, nos vamos ya, gritaron. ¡Qué bueno, nos vamos, nos
vamos!
Salí velozmente de la casa también al camino, esperamos que bajaran
los de la guagua, y el corazón me latía fuertemente, y yo me preguntaba si
era verdad que quería irme.
8
–Niña, ven, recuéstate sobre mí, dijo una de las buenas mujeres que nos
acompañaba.
–Me siento mal.
–Cierra tus ojitos y baja la cabeza. Si tienes deseos de vomitar
nuevamente, me avisas.
Me llenaron la cabeza de mentol y me pusieron un cartucho en todo el
abdomen.
–Así te pondrás bien, Nidia. Y me quedé dormida con mi malestar.
Cuando abrí los ojos estaba mucho mejor, y comenzó nuevamente la
misión de observadora activa, y así continuamos avanzando por la
carretera. Nos dijeron que era la Carretera Central, y mi cuerpo tembló.
Pasaron varias horas y llegamos a la ciudad de Camagüey; allí bajamos y
fuimos al baño. Me lavé la cara y me quité todo el mentol que la cubría.
Era una escuela donde había un comedor dispuesto para nosotros. Lo
único que pude tomar fue un vaso de leche. No podía comer.
–No me gusta, dije.
–Pero debes acostumbrarte a tomarla, me dijo aquella voz dulce y bien
pronunciada. La tomé, pero no me gustó.
Dos horas más tarde, reanudamos viaje, entonces creo que me quedé
dormida varias horas, porque cuando desperté ya casi caía la noche.
Aparecieron ante mis asombrados ojos unas enormes y majestuosas
construcciones muy bien formadas y extáticas, que se erguían cual
gigantes de uno y otro tamaño, pero todas elevadas. Todos los caminos
estaban asfaltados, y todo estaba poblado por árboles y jardines, con flores
o sin ellas, pero preciosos. Muchas luces, tantas como yo nunca en la vida
había visto. Personas que vestían de forma diferente, su figura, su forma
de andar y hablar, extraña para mí. No es fácil adaptarse a otro medio así
de golpe; al amanecer de cada día nos parece que venimos de un mundo
diferente, de otra existencia, y necesitamos ese tiempo que la conciencia
humana es capaz de medir, para saber que era otro mundo y que hemos
despertado.
10
Me tomó por el brazo, y caminé junto a ella cabizbaja hasta el cuarto. Allí
me senté en el suelo. Otra nueva semana de ejercicios, marchas, clases y
prácticas. Me gustaban las noches. El sueño es un gran don que posee el
ser humano; el sueño no pierde la paciencia. Envuelto en las tinieblas de la
noche penetra hasta la propia cabecera del hombre atormentado, o de una
niña que extraña su medio; seca sus húmedas pestañas con su tibio
aliento, y las baja imperceptiblemente. Duerme, duerme durante la noche,
te hará más fuerte, que pasen las horas, y así, los días, es el tiempo que
avanza y se lleva todos los pesares. Duerme, duerme.
CAPÍTULO III
RETORNO A LA RAÍZ
Ha transcurrido un año. En el teatro de la escuela nos reunieron para
informarnos que se terminaría el curso escolar y pasaríamos las
vacaciones en casa. Partiríamos en tren y el nuevo curso comenzaría en el
mes de septiembre. Las profesoras nuestras habían preparado una
pequeña actividad donde cada una llevaba un plato; ahora yo sí me sentía
17
Camilo Cienfuegos,
18
yo soy jardinero,
y a tus Camilitos yo sabré cuidar.
No temas, Camilo,
que los hombres buenos
están construyendo la ciudad escolar.
CAPÍTULO IV
EROS Y MATERNIDAD
Supe entonces que la Federación de Mujeres Cubanas hacía una
convocatoria para estudios de barbería en Santiago de Cuba; esta opción
me entusiasmó y antes de comenzar estos estudios fuimos a recoger café
20
por espacio de seis meses. Cada día hacía nuevas amistades, tenía
nuevas experiencias; quería mejorar mi modo de vida.
Termino el curso y ya como barbera regreso al Caney de las Mercedes.
Compartía el local con otros dos hombres de mediana edad; todos me
conocían. Ya rondaba mi madurez física, pero no podía decir que era una
mujer hecha. Creo que todavía hoy, después de haber andado tantos
caminos, no conozco la cara real de quienes me rodean.
–Al fin tenemos una flor en esta barbería.
–Estoy trabajando para ustedes, y con muchos deseos.
–Creo que de ahora en adelante visitaré diariamente este lugar y no es
por ustedes, …camajanes.
La risa apareció en aquellos hombres.
Yo, un tanto aturdida, no quise continuar, y salí con premura. Sentí que
varios ojos se clavaban en mi figura, y una sensación extraña me embargó.
Me senté nuevamente, y ante mí, un hombre de cincuenta años
aproximadamente, más bien alto, usaba gafas, su pelo más bien claro era
ensortijado, y sus labios gruesos se dilataban con una sonrisa, que daba a
todo su rostro una amabilidad bastante empalagosa.
–No crea que lo digo jugando, muchacha. Usted me ha impresionado,
¿pero se ha molestado?
Sonreí tímidamente. Me esforzaba por seguirle la corriente, pareciendo a
la vez indiferente, pero me costaba conseguirlo. Un nervio de mi mejilla
comenzaba a vibrar. Naturalmente, logré dominarme. Yo estaba
acostumbrada a los halagos de aquellos hombres, y este no me iba a sacar
del paso.
–No me he molestado, simplemente quisiera cambiar el tema de
conversación. ¿Es usted de por aquí? Yo no lo conozco.
–Me estoy presentando de inmediato, mi nombre es Juan Miguel. Soy
mecánico, como verás, se me nota en la ropa y vivo en Manzanillo, pero
dentro de poco creo que me mudaré para El Caney.
21
nacimiento de un hijo, llega Karel, que nace a los siete meses de gestación.
Le he puesto ese nombre porque siempre me ha gustado.
–Yo no creo que pongas objeción mamá, ¿verdad?
Con sonrisa triste, contestó:
–Sí, me gusta.
–Usted, doctora, ha sido muy buena conmigo. Lo que usted diga es ley
para mí.
La médico que me había hecho el parto era una mujer joven y bonita, de
buen carácter y de noble corazón. Fue ella quien le trajo la ropa al niño y
decidió su traslado al hospital de Manzanillo.
–Es un niño de bajo peso, porque aún no tenía el tiempo necesario para
haber nacido, tiene buena vitalidad, pero debo remitirlo al hospital, donde
permanecerá hasta que alcance el peso adecuado, después te lo
entregarán sano y salvo, te lo juro.
Ya en Manzanillo, en la sala de distróficos del hospital, el bebé fue
atendido adecuadamente.
–Parece un muñequito, lo envolvemos como un paquetico para que no se
mueva y aumente de peso, me decía la enfermera. Ahora debes
amamantarlo siempre que te avise, la leche materna es el mejor alimento.
Yo era madre de un niño muy pequeñito, llevaba mis apellidos, puesto
que el padre nunca se enteró. Pasaron uno, dos, tres meses, quería mucho
a mi muñequito, que era sólo mío. Llegué a reconocer los cubículos como
familiares; eran todos verdes, las batas que me cubrían también eran
verdes, las botas, de tela verde; la enfermera, los médicos, todo me era
muy familiar.
–Ahora no puedes pasar, mamá, el niño se ha puesto mal.
Aquel médico tenía la boca entreabierta; en sus extremos, los labios
formaban una línea imperceptible. Los músculos de su cuello hacían girar
varios grados la cabeza; la combinación de estos movimientos contrastaba
con la rígida inmovilidad de su cuerpo, con su mano posada sobre mi
hombro, y la mirada fija. Esa organización muscular entre rostro y cuerpo
23
fue suficiente para comprender que sucedía algo tan serio que me
destrozaba los nervios. La imaginación llegaba antes que las palabras para
expresar un hecho que ya se daba como cierto y llegaba como agua helada
a mi corazón. Por primera vez sentí algo muy duro, inigualable e
incomparable: la rudeza de la vida me había jugado una mala pasada.
Karel había dejado de existir en un amanecer tormentoso y cruel. La
historia se había terminado y, con ella, la ilusión.
¿Cuántas horas habían pasado? No lo puedo decir, pero el sol estaba
alto en el cielo y llenaba de calor creciente mi desierto de piedras. Volvía
sola a mi refugio de El Caney de las Mercedes. A partir de aquel momento
empecé a tomar en serio mis problemas. Si bien no demasiado, aprendí a
tener la convicción de que podía ir más allá, de que podía crear, hacer algo
que valiera la pena. Había crecido en magnitud y ahora, con más
experiencia, más adulta y más profunda, enfrentaba nuevamente la vida
con una mirada diferente, trazándome una meta que me llevara a nuevos
pensamientos con otros estilos de vida, lo que jugaría papeles importantes
en mi futuro, cosa que ya iba necesitando.
CAPÍTULO V
REGRESO A LA CIUDAD
Siento gran interés por la gente célebre, y no puedo dejar de sentir
curiosidad por las personas que se distinguen de sus semejantes, ya sea
por su categoría social o por sus proezas personales.
A la comunidad de El Caney de las Mercedes había llegado un médico
nuevo, con el fin de trabajar en su servicio social como recién graduado.
Sentí curiosidad por conocerlo. En aquella mañana fresca del verano, y
antes de que el sol ascendiera por encima de los ondulados campos y los
sometiera a su cálido aliento, me acosté en una camita que había
preparado para descansar; me sentí contenta, tanto, que hubiera querido
cantar en voz alta.
24
–Es raro que no hables ni media palabra, como eres tú, que lo comentas
todo, me dijo Julio en voz alta, con una sonrisa entre labios.
–Tengo miedo y estoy nerviosa, dije. Las dos cosas.
–Se te nota, pero el viaje es rápido y cuando menos lo creas ya
habremos llegado, y siempre erguido y elegante, me dirigió una mirada
interrogadora.
En poco menos de una hora de vuelo, sentí como mis oídos querían
estallar; ya la aeromoza anunciaba el arribo al aeropuerto José Martí, y
avisaba que debíamos amarrarnos los cinturones para el aterrizaje. Un día
claro y luminoso me daba la bienvenida. Me detuve tras los primeros,
escasos pasos. Ahora continuaba la marcha a tropezones, pero con mayor
rapidez, cambiando constantemente de brazo mi pequeño bolso, como si
obedeciera órdenes secretas. Mis zapatos de tacón tenían aún el color
rojizo de la tierra de los campos, y la ropa, el aire y el tono campesino. Me
sentía desamparada y amparada a la vez, tal como se sentiría un objeto si
tuviera conciencia, a merced de las olas de un mar bravío. Juré entonces
mirar siempre hacia el futuro.
–Vamos a merendar algo. No has querido tomar nada y no debes pasar
hambre.
Yo no había comido nada por miedo a los vómitos, pero por suerte ya
pisaba tierra firme.
–Sí, cómprame algo. Lo que quieras.
Casi no podía hablar, el refresco sabía bien, no quise otra cosa, aunque
no había comido. Pensé que cuando llegara a la casa podría hacerlo con
más tranquilidad. De nuevo en la capital de todos los cubanos, qué cosa
tan agradable: la gente caminaba de prisa, no se fijaba en los demás, cada
cual recibía a su familia, y los que están solos hablaban solamente lo
necesario.
Recogimos el equipaje y salimos a coger un carro de alquiler.
Nuevamente las calles limpias, anchas, con jardines, muchas viviendas,
29
que la guajira quiere hacerse persona? Espero que no traigas a nadie más,
muchacha.
Girándose hacia su hijo, levantó las manos y dijo:
–Esto es lo único que me faltaba, Julio, carajo, y caminó hacia el patio
pequeño por donde aún entraban los últimos rayos del sol de este día.
Fidelina, ¡qué recibimiento!, ¿qué me depararía el destino con esta
señora de cuya familia ya era y abuela de mi futuro hijo? Yo no podía
articular palabras, no era capaz de hablar, la incertidumbre me envolvía y
sentí deseos de llorar y escapar de allí. ¿Pero adónde ir, si yo no tenía a
nadie, si no conocía nada? Mi único pensamiento en los últimos años era
abandonar el campo y llegar a la ciudad, donde pudiera vivir de otra forma,
y ahora llegaba el momento. Así que haciendo acopio de paciencia, tenía
que soportar para sobrevivir. Cada mañana se tornaba diferente para mí,
pero ligada a este entorno común de la ciudad. Habían terminado las
fiestas de carnaval, y la primavera estaba en plena juventud para abrirse
paso definitivamente. Ya habían transcurrido dos semanas tras las cuales
Julio debía partir nuevamente, y yo me quedaría para parir y residir en este
acogedor hogar que me brindaba Fidelina.
CAPÍTULO VI
EL DESTINO ES CRUEL
Recuerdo perfectamente el día que comencé el trabajo de parto. En la
mañana noté que algo frío se me deslizaba entre las piernas; aún no tenía
31
Esa noche nos alojamos en el hotel Flamingo, era la primera vez que
ponía mis pies en los salones de un hotel. Abrí la ventana de la habitación
y el aire penetró; de algún lugar llegaba el canturreo de varias melodías.
–Si me lo permites, dijo mi marido, quisiera brindar por nosotros.
Vació la copa sin respirar, la llenó de nuevo y brindó otra vez.
–Por ti, mi joven amor.
Pero esa noche fue un desastre; era un hombre celoso y discutía hasta
maltratarme; lo hizo de palabra y físicamente, me golpeó una y otra vez.
Lloré tanto que amanecí con los ojos inflamados. Lo odié; estaba tan
deprimida que parecía ser la esposa más sumisa del mundo. Pensé en el
suicidio, aunque ni lo intenté. Al otro día abandonamos el hotel, amarga
experiencia después de la noche de bodas.
Continuamos la vida en común con nuestras desavenencias, y cada día,
aunque él no lo considerara, me enseñaba a vivir con sus actitudes.
¿Había perspectivas en este matrimonio? Creo que ya no tenía valor ni
sentido alguno, sin embargo, ahí estaba, a su lado. Durante algún tiempo
me mantuve diferente, pero el recelo fue superado con los días. En él no
había reservas, era un amor absurdo, escandaloso y bello. En muchas
ocasiones me sentí incómoda; tuve en algunas oportunidades la impresión
de que sus actitudes eran de posturas adoptadas para ocultar, tal vez a sí
mismo, una auténtica desconfianza que lo torturaba. Sus modales eran
bruscos y desgarbados. Así continuaba nuestra vida; habían transcurrido
tres años; culminaban los estudios de su residencia para obtener el título
de especialista de primer grado en medicina interna. En su tesis de grado
me mencionó y me dedicó unas letras; en realidad lo ayudé mucho;
estudiaba noche a noche a su lado, me sentía honrada con esta
delicadeza, una de las pocas que hubo de tener conmigo.
Supe, desde hacía algún tiempo, que nuestra unión no sería duradera,
pero mi útero aumentaba de tamaño con un nuevo embarazo. Ahora este
nuevo ser que debía conocer el mundo era lo único que me podía atar a
Julio. Fue un embarazo deseado, y así lo mostró, o tal vez lo hizo para
34
CAPÍTULO VII
UN HIJO DESEADO
El advenimiento al mundo de Julio Rodríguez Acosta fue un
acontecimiento: sano, fuerte, vigoroso y deseado, fenotípicamente igual a
su padre, por no decir idéntico. Creo que al mirarlo él se veía reflejado en el
pequeño, y se enorgullecía. La abuela Fidelina no miraba al niño, le
molestaba el llanto; cuando pasaba junto a su cuna no lo miraba, no al
menos estando yo presente. Cuán lejos estaba ella de imaginarse que este
niño sería el único que estaría siempre a su lado y cuidaría de ella en la
vejez. Esta señora no cesaba de criticarme y le pedía a su hijo que me
enviara de regreso con el bebito a mi lugar de origen.
Ya por este tiempo yo no quería volver; el campo para mí pertenecía a un
pasado gris y decepcionante, ¿y por qué no decir que estaba traumatizada
con mis recuerdos de la infancia? No quería ser como los orientales, ni
quería vestirme igual que los orientales, ni comer como ellos; no quería ser
una guajira, y así me lo propuse.
En todos los lugares del mundo existe una caracterización según la
región de origen. En nuestro país, las personas oriundas de Pinar del Río,
la zona más occidental, hablan muy rápido, y con más premura si son
campesinos. Por lo general, son de piel blanca y hasta existen cuentos
sobre los pinareños que los hacen parecer tontos e inocentes.
35
CAPÍTULO VIII
LA CONDENA
Hemos visto a Julio de perfil. Ha llegado el momento de dar la vuelta
alrededor de este hombre y mirarlo por todas sus caras. Acababa de
cumplir los cuarenta años. Todo temblaba al sonido de su voz cuando
enfurecía; tenía mal carácter, se disgustaba con frecuencia. Además de
todo esto, hombre inteligente y astuto, era un bribón de género templado, lo
peor de la especie. Tenía algo en su mirada que nunca logré encontrar.
Ahora él mostraba sus garras tal como una fiera salvaje, quería a su hijo
consigo.
Para este entonces, y con el valor femenino de haber logrado cosas
hermosas en la vida, decido ir al Comité Central del Partido Comunista de
Cuba. Tras varios días, logro entrevistarme con el secretario del
Comandante en Jefe Fidel Castro.
–Mire, secretario, me han dicho que usted es Chomy, hombre justo y
consciente. Yo traigo aquí todas mis cartas del centro de trabajo, y tengo la
imperiosa necesidad de conseguir una vivienda para poder convivir
adecuadamente con mi hijo, que tiene ahora ocho años de edad.
Hablé rápidamente y de forma clara y precisa. Aquel hombre me
escuchaba con sobrada atención. Me brindó agua fría y café, lo que acepté
de buena gana. Inmediatamente, me conceden el derecho a vivir con mi
hijo en un albergue colectivo situado en la calle Flores, en Santos Suárez, y
quedó bien claro que en el municipio de mi residencia debían ofrecerme un
departamento para vivir lo más rápidamente posible. Yo tenía la dirección
de la casa de Julio en Luyanó.
Él representaba para mí un hombre raro e implacable que no me dejaba
avanzar. Lanzaba lenguas de fuego que querían destruirme; el corazón me
latía de forma acelerada siempre que me amenazaba. Era tarde, un pobre
sol de junio gastaba sus rayos en el horizonte; en aquel momento me dije
que bastaba ya de vagabundeos y sueños. Cayó al fin la noche con toda su
negrura.
41
sentía feliz a mi lado, y yo me sentía feliz junto a él. Era lo único bueno y
sincero que había tenido en mi vida.
–Mamá, cuando yo sea un hombre no trabajarás más.
Me miró con un reto en lo profundo de sus ojos negros.
–Yo trabajaré para ti, para darte mucho dinero, y te llevaré a pasear todos
los días en un carro grande.
No pude evitar que las lágrimas asomaran a mi rostro, tampoco un
suspiro.
Levanté su cabecita con mi mano y le dije:
–Mi niño, el trabajo es necesario. Tú primero debes estudiar mucho y
tener las mejores notas del mundo, y ese será mi mayor regalo. Cuando tú
seas grande, yo aún estaré joven y trabajaremos los dos para tener
muchas cosas buenas.
–¿Muchos juguetes, mamá?
–De todo, Julito: juguetes, bicicleta, cariño, dicha, amor, te lo prometo. Tu
mamá te lo promete, y lo cumplirá.
Regresamos por la tarde a nuestra gran mansión colectiva, y rendidos
por el cansancio dormimos durante toda la noche. No sentí las voces ni el
andar de quienes no dormían temprano; ni siquiera las luces encendidas,
que en otras noches me desvelaban.
Amanece un nuevo día, que para mí fue una sombra. La sombra es como
un abismo cuando se está en una pesadilla. Otra acusación: aquel hombre
con cara de luna llena y ojos de sapo, me estaba citando nuevamente, con
una naturalidad extraordinaria.
Aún no había tomado la cartera para el trabajo, y hube de cambiar el
rumbo. Ahora, nuevamente, hacia la estación de policía. No sentí temor,
pero sí fastidio. Qué molestias me causaba Julio, que quería aplastarme
con su rudeza y su fuerza implacable. No es menos cierto que me
molestaba y me hacía sentir como una imbécil impotente ante su
prepotencia característica. Fui en esta oportunidad resueltamente, y con
deseos de darle frente al problema para terminar con aquella desagradable
43
Tabla de Contenidos
Capítulo I: La elegida
Capítulo II: La inadaptada
Capítulo III: Retorno a la raíz
Capítulo IV: Eros y maternidad
Capítulo V: Regreso a la ciudad
Capítulo VI: El destino es cruel
Capítulo VII: Un hijo deseado
Capítulo VIII: La condena
Capítulo IX: La celda
Capítulo X: Un nuevo puesto de trabajo
Capítulo XI: Las nuevas amistades
Capítulo XII: La decepción
Capítulo XIII: Regreso a la génesis
Capítulo XIV: El encuentro
Capítulo XV: Perspectivas
Capítulo XVI: La prosperidad
Capítulo XVII: La promesa
6