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La Gran Guerra - Marc Ferro

La Primera Guerra Mundial, pese a constituir un acontecimiento de gigantesca importancia, pues sin ella
no puede entenderse en modo alguno la historia posterior y aun el mundo contemporáneo, se mantiene
como un acontecimiento parcialmente oculto bajo el fulgor, maléfico y despreciable, sí, pero fulgor al fin
y al cabo, de la Segunda, con sus nazis, sus estalinistas, sus italianos fracasando en todas las batallas,
sus franceses colaboracionistas y más tarde héroes “de toda la vida”,…

Sin embargo, la llamada Gran Guerra supone el final del mundo antiguo en su sentido más amplio, de
los monarcas con poder efectivo, de las tácticas militares heredadas de Napoleón, de los Imperios
clásicos, e incluso de Europa como “centro del mundo”, por no hablar de las consecuencias que tuvo la
Revolución Rusa, estrechamente ligada a la I Guerra Mundial, sobre la configuración del mundo.

El libro de Marc Ferro, con todas sus taras, constituye un acercamiento interesante para hacerse
rápidamente una idea de lo que supuso la guerra. Con un estilo ágil que contribuye a que el lector se
interese en la lectura, el autor nos demuestra que es un historiador impresentable pero divertido.
Impresentable por las súbitas explosiones de “conciencia de clase” que le aquejan cuando habla del
proletariado y por las concesiones que se hacen a Francia en la explicación de los acontecimientos (si
bien esto no quiere decir que el autor, aunque sea francés, caiga en el chauvinismo, sino más bien en
que se explican fundamentalmente los acontecimientos del lado francés), pero divertido en parte por
estos mismos motivos y fundamentalmente porque sabe estudiar la guerra desde distintos planos
(militar, diplomático, económico, político, social) sin pararse en cada uno de ellos más de lo
conveniente, y desde luego sin explicarnos que tal o cual país perdió la guerra única y exclusivamente
porque la cosecha de trigo fue un 10% peor que el año anterior, y cosas por el estilo.

Aunque no vamos a hacer aquí un resumen completo de la I Guerra Mundial (para algo está este libro y
nuestra inminente, dentro de unos 15 años, “Histeria del Mundo”), sí que querríamos detenernos en
algunas cuestiones que demuestran que la Historia es un movimiento cíclico, y que no hay nada nuevo
bajo el sol:

- Los italianos, como de costumbre, traicionaron a los aliados para venderse al mejor postor, pero luego
hicieron el ridículo, también como de costumbre, en el campo militar, perdiendo todas y cada una de las
batallas ante una potencia tan monstruosa como el Imperio Austrohúngaro. Naturalmente, cuando
terminó la guerra los italianos exigieron una parte del pastel.

- La guerra comenzó con motivo de una “expedición de castigo” del propio Imperio Austrohúngaro
contra el pequeño reino servio, que sin embargo contestó como sólo un servio de pro sabe hacerlo:
resistiendo primero, y luego persiguiendo a sus enemigos hasta la aniquilación más absoluta. Como
también ocurriría en la II Guerra Mundial (y recientemente, por cierto), tuvieron que ser los alemanes los
que sacaran las castañas del fuego a aliados incompetentes y exterminaran a su vez a los servios, que
en su huida tuvieron ocasión de confraternizar con guerrilleros albaneses que les dispararon, les
robaron e intentaron construir una Gran Albania con los restos del Estado servio.

- Alemania, por su parte, volvió a demostrar tres cosas: en primer lugar, su inigualable capacidad para
seleccionar aliados incompetentes que sólo les causaban problemas y no les otorgaban ninguna ventaja
(Austria - Hungría, Bulgaria, el Imperio turco; sin duda un acercamiento a España, con el historial de
victorias que por entonces podía presentar el Ejército español, habría resultado igualmente vano, pero
al menos más barato); en segundo lugar, los alemanes son especialistas en ganarse la enemistad de
todo el mundo en su afán por construir grandes cosas y consolidar la Kultur germánica, pues al final de
la guerra formaban parte de la Entente contra Alemania países tan variopintos como Francia, Grecia, los
EE.UU., Japón, o Brasil; y por último, hay que decir que pese a ello Alemania no tuvo mayor problema
en enfrentarse una vez más a todos con posibilidades ciertas de victoria, quizás por esa característica
tan propia de los germanos, que definiremos como “alemanidad”, que consiste en que donde los demás
vemos una fábrica de pintalabios ellos sueñan con una fábrica de balas in pectore.

- Resulta sorprendente la capacidad de Francia para perder una guerra detrás de otra ante los pérfidos
alemanes si no media una intervención aliada, y a veces ni eso.
- Como es habitual en la competición, Rusia tuvo el honor de ostentar el primer puesto, con gran
distancia respecto al segundo clasificado, en número de muertos. Los rusos se mostraron intratables al
respecto, y por si quedaba alguna duda decidieron matarse también entre ellos a partir de 1917, lo que
si por un lado falseaba la competición, por otro era muestra de que estaban más fuertes que nunca y
que harían cualquier cosa por retener el título hasta la siguiente conflagración.

- Y por último, el gran beneficiado de esta guerra, como es habitual, fue EE.UU., que primero, según la
doctrina del presidente Wilson, eran muy pacifistas y preconizaban el amor y la caridad universales
mientras se hacían de oro vendiendo y comerciando con todos los países en guerra y posteriormente
entraron en guerra al percatarse de que así vendían aún más. Por supuesto, sólo con la entrada de los
EE.UU. en la guerra se logró terminar con los alemanes, con lo que EE.UU. se comenzó a postular
como primera potencia mundial, en un proceso que arranca en Cuba y culminó en la II Guerra Mundial.

Por lo demás, el libro no decepciona en lo que al relato de la Gran Guerra se refiere. Siempre habíamos
tenido la impresión de que esta fue una guerra totalmente absurda, y en efecto lo fue de principio a fin:
el asesinato de una persona justificó el comienzo de las hostilidades para que algunos militares y
políticos fantasiosos pudieran hacer realidad sus sueños de mal jugador de Civilization II; después del
avance alemán por Bélgica y el norte de Francia, la guerra se convirtió en una lucha de trincheras que
duró cuatro años, en la que las grandes batallas (Verdun, Somme, Marne, etc.) consistieron en enviar a
miles y miles de soldados a morir frente a las trincheras del enemigo.

Algún militar innovador, incluso, sugirió que esto era necesario, pues sólo escalando las filas de muertos
serían capaces los soldados de superar el obstáculo de las trincheras; a diferencia de lo que ocurrió en
la II Guerra Mundial (imparable avance alemán hasta principios de 1942, y decadencia igual de
imparable a partir de entonces), aquí la guerra se mantuvo totalmente estable desde 1914 hasta 1918,
de suerte que a principios de 1918 los alemanes, alentados por los éxitos de la guerra submarina y por
el cierre del frente oriental al estallar la revolución en Rusia, estaban muy cerca de la victoria (es decir,
podían enviar a mucha más gente a morir a las trincheras del enemigo que la situación vicevérsica); y
por último, cuando Alemania es derrotada mediante armisticio las potencias occidentales, con gran
habilidad, hacen todo lo posible para sentar las bases de la II Guerra Mundial, de tal forma que es de
todo punto imposible explicar las razones del ascenso de Hitler al poder sin retrotraernos a la
humillación sufrida por los alemanes en Versalles.

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