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El otro Efraín: Antología prosística
El otro Efraín: Antología prosística
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El otro Efraín: Antología prosística

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Esta antología, realizada por Carlos Ulises Mata, da cuenta de la variedad de géneros y temas que el autor guanajuantense trató y con los que poco se relaciona, como el cine o la política, mismos que provienen de diversas fuentes: Close up. Crítica cinematográfica de Efraín Huerta, Aurora roja, Textos profanos, etc. Además recoge una serie de textos en tono a reconocidos personajes como Elías Nandino, Enrique Guerrero, Octavio Paz, Walt Whitman, Stendhal, Diego Rivera y entrevistas realizadas a la artista visual, Ambra Polidori y a las periodistas, Cristina Pacheco y Magdalena Saldaña, entre muchos otros personajes. Este libro es entonces un recorrido fuera de lo común por la diversidad de la obra del tan celebrado Cocodrilo.
LanguageEspañol
Release dateJun 25, 2014
ISBN9786071620903
El otro Efraín: Antología prosística

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    Book preview

    El otro Efraín - Efraín Huerta

    Fotografía: cortesía de la familia Huerta Bravo

    Efraín Huerta (Silao, 1914-Ciudad de México, 1982) perteneció a la generación de Taller (1938-1941), revista literaria que agrupó, entre otros, a Octavio Paz, Rafael Solana y Alberto Quintero Álvarez. Poeta de ruptura, que abogaba por una estética de la impureza en oposición a la poesía pura basada en rígidos formalismos, apostó por formas novedosas que lo llevaron a fundar un movimiento neovanguardista: el cocodrilismo. El gobierno de Francia le otorgó en 1945 Las Palmas Académicas y recibió el Premio Nacional de Poesía en 1976. Entre sus obras se encuentran Los hombres del alba (1944), Poemas de guerra y esperanza (1943), La rosa primitiva (1950), Poemas de viaje (1953), Estrella en alto y nuevos poemas (1956), Para gozar tu paz (1957), ¡Mi país, oh mi país! (1959), El Tajín (1963), Los eróticos y otros poemas (1974) y Estampida de poemínimos (1980), todas las anteriores incluidas en Poesía completa (FCE, 1988, 2014).

    LETRAS MEXICANAS

    El otro Efraín

    EFRAÍN HUERTA

    El otro Efraín

    ANTOLOGÍA PROSÍSTICA
    Edición y selección
    CARLOS ULISES MATA

    Primera edición, 2014

    Primera edición electrónica, 2014

    Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit

    Los textos que conforman esta obra se reproducen gracias a la fina gentileza de los sellos editoriales y las personas que originalmente los publicaron. A todos ellos nuestro más cumplido reconocimiento:

    – Familia Huerta, en especial a Andrea y David Huerta.

    – Gobierno del Estado de Guanajuato: Efraín Huerta: Absoluto amor, de Mónica Mansour (1984)

    – Ediciones La Rana / Universidad de Guanajuato-Dirección de Extensión Cultural: Close-up. Crítica cinematográfica, de Efraín Huerta (2010)

    – Luis Terán: "El poeta, el brazo en cabestrillo, habla de Taller, de Contemporáneos y de su obra" (El Gallo Ilustrado, 9 de marzo de 1969)

    – Magdalena Saldaña: "Amiga de Excélsior" (Excélsior, 14 de julio de 1973)

    –Elvira García: Efraín Huerta: 63 años de vivir con furia (Proceso, 30 de abril de 1977)

    –Beatriz Reyes Nevares: Efraín Huerta, poeta militante (Siempre!, 24 de mayo de 1978)

    – Cristina Pacheco: Efraín Huerta: bajo la dura piel de un cocodrilo (El Gallo Ilustrado, 4 de junio de 1978)

    –Ambra Polidori: "El Gran Cocodrilo se institucionaliza" (unomásuno, 25 de mayo de 1979)

    D. R. © 2014, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-2090-3 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    SUMARIO

    Agradecimientos

    Nota editorial

    El otro, el mismo: Efraín Huerta en su prosa,

    por Carlos Ulises Mata

    Libros y autores

    Párrafos sobre artistas

    Crónicas líricas y urbanas

    Cine

    Artículos políticos y de actualidad

    Prólogos

    Entrevistas

    Índice

    Agradecimientos

    La elaboración de una antología, por la procedencia múltiple de los escritos que la forman, no es una tarea que se haga en soledad, sino en afortunado intercambio —de consejos, rectificaciones y material oportuno— con amigos, conocedores y otros colaboradores. Agradezco por ello a David Huerta su generosidad de hermano, y a Emiliano Delgadillo, por el invaluable apoyo ofrecido para la obtención de materiales de difícil acceso. Doy las gracias también a Andrea Huerta, por haberme regalado libros y materiales efrainianos inconseguibles; a Martí Soler, por su interés; a Mónica Mansour, por atender mis consultas, y a Marco Antonio Campos, por su recuerdo y escritos sobre Efraín. Asimismo, a Alejandro García, por darme copia de cuatro escritos no incluidos en su compilación de 2010; a Raquel Huerta-Nava, por facilitarme copia del original de dos artículos para su cotejo, y a ambos, por su atención amistosa. También a Verónica Espinosa, por permitirme la consulta de ejemplares de la revista Proceso.

    Unido al reconocimiento a su integridad profesional, agradezco el apoyo de quienes colaboran en los siguientes repositorios, en cuyos acervos se cotejó la mayoría de los textos de la antología: Hemeroteca Nacional, adscrita al Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (en especial a la doctora Rosario Suaste Lugo); Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada, de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (en especial a Emilio Artemio García Teja), y Fondo José Luis Martínez de la Biblioteca de México (en especial a Daniel Bañuelos y Javier Castrejón).

    Y finalmente doy las gracias a Lilia Madrigal Ambriz, por su valioso consejo y apoyo en todas las etapas de elaboración de la antología.

    CUM

    Nota editorial

    Con las excepciones señaladas en el sitio correspondiente, todos los escritos de Efraín Huerta reunidos en esta antología tienen la característica de haber sido publicados, incluso hasta en dos ocasiones anteriores a ésta; no obstante, siguen siendo textos inaccesibles o poco conocidos. Esta doble condición se verifica porque la primera publicación ocurrió entre 1936 y 1980, en periódicos y revistas cuyos ejemplares están reservados en hemerotecas, o pertenecen a coleccionistas, y porque se compilaron en publicaciones de diversa naturaleza que circularon en medios muy restringidos o se hallan agotadas.

    Una propuesta de lectura

    Los 176 textos que integran esta antología se organizan de manera cronológica en los siguientes siete apartados: Libros y autores, Párrafos sobre artistas, Crónicas líricas y urbanas, Cine, Artículos políticos y de actualidad, Prólogos y Entrevistas. Tales títulos sólo tienen un propósito indicativo, por lo que las categorías que denotan no deben considerarse como un modelo único de descripción o como una propuesta de categorías interpretativas de la obra en prosa de Efraín Huerta.

    Puesto que ésta no es una antología arqueológica o de tipo histórico, sino una antología de lectura, su estructura se definió con base en un criterio primordial: la agrupación de los escritos según la afinidad de tema, intención y tratamiento observada en ellos al decidir su selección. Ya que es inevitable la incorporación de mi subjetividad en la identificación de esas afinidades, me esforcé en atenuar su excesiva presencia de tres formas: garantizando que los textos puedan leerse sin la pérdida de su contexto original, al consignar los datos de su trayectoria editorial (año y sitio de publicación primera y segunda, si es el caso, aunque haya sido facsimilar); resolviendo los casos ambiguos (cuando un escrito, por su mixtura de asuntos e intenciones, podía entrar en dos categorías) mediante la consideración de su propósito dominante, y al buscar siempre que la colindancia de los escritos creara o descubriera constelaciones de lectura (el término es de Gabriel Zaid) en cada sección.

    Procedencia de los textos

    Además de los casos excepcionales, que se indican donde es oportuno, los escritos recogidos en la antología proceden de las siguientes fuentes bibliográficas (se citan aquí en su integridad y, enseguida y a lo largo del volumen, de forma abreviada, obviando que siempre es México su lugar de edición):

    artículos publicados en las revistas Taller Poético (1936-1937), Taller (1938-1941), Rueca (1941-1952) y Letras de México;

    artículos publicados en El Diario del Sureste (1936-1937) y en El Nacional (1937-1939 y 1947-1952);

    Textos profanos,UNAM-Dirección General de Difusión Cultural, México, 1978 (Cuadernos de Humanidades, 11);

    Prólogos de Efraín Huerta,UNAM-Dirección General de Difusión Cultural, México, 1981 (Cuadernos de Humanidades, 19);

    Aquellas conferencias, aquellas charlas, prólogo de Mónica Mansour, UNAM-Dirección General de Difusión Cultural, México, 1983 (Textos de Humanidades, 35);

    Efraín Huerta: Absoluto amor, prólogo de José Emilio Pacheco, compilación y notas de Mónica Mansour, Gobierno del Estado de Guanajuato, Guanajuato, 1984;

    Close-up, 2 vols., compilación de Alejandro García con la colaboración de Evelin Tapia, Ediciones La Rana del Instituto Estatal de la Cultura y Universidad de Guanajuato, Guanajuato, 2010;

    Aurora roja. Crónicas juveniles en tiempos de Lázaro Cárdenas (1936-1939), edición y prólogo de Guillermo Sheridan, UNAM-Centro de Estudios Literarios / Pecata Minuta, México, 2006;

    prólogos a sus libros de poemas (fechas y ediciones diversas).

    Criterios editoriales

    Los textos procedentes de las revistas Taller Poético, Taller, Rueca y Letras de México se transcribieron de las ediciones facsimilares realizadas por el FCE (1981, 1982, 1984 y 1985, respectivamente), lo cual permite considerar las versiones como originales; la misma observación es válida para los escritos tomados de Efraín Huerta: Absoluto amor.

    Los escritos que el propio Huerta revisó para su publicación —La causa agraria, y los tomados de Textos profanos, Prólogos y Aquellas conferencias, aquellas charlas— se consideraron como versiones autorizadas, puesto que se transcribieron de las primeras y únicas ediciones respectivas; sólo se corrigieron erratas.

    Los textos recogidos previamente en Aurora roja y Close-up se cotejaron con los originales aparecidos en El Diario del Sureste y El Nacional entre 1936 y 1952, a los que se corrigieron erratas y se restituyeron frases y párrafos omitidos. Un texto en tres entregas del primer conjunto (Revista poética) se presenta aquí fusionado. Entre los de cine, de tres muy extensos, sólo se transcribe una de sus partes, con la indicación pertinente; a su vez, los veintisiete que llevan en su título la palabra Guiones se llamaron así originalmente, pero para distinguirlos añadí tras ella un enunciado que los asocia con su contenido.

    Los pasajes cuya transcripción correcta o completa no pudo hacerse tras cotejar la publicación original (por estar empastelados, por obvio error tipográfico, etc.) se señalan con corchetes.

    Se respetaron las preferencias epocales y del autor, tanto de puntuación como de vocabulario (fachista por fascista, bugambilia por buganvilia, etcétera).

    Aunque fue grande la tentación de anotar los textos de la antología para dotarlos de información que contribuyera a situar personas, libros y acontecimientos, y a esclarecer alusiones cifradas o remotas, se decidió al fin no hacerlo, con la certeza de que los escritos se leen provechosa y gozosamente sin notas, e incluso sin pasar por el prólogo.

    CUM

    EL OTRO, EL MISMO:

    EFRAÍN HUERTA EN SU PROSA

    por CARLOS ULISES MATA

    A la memoria de José Emilio Pacheco,

    archilector de Efraín Huerta.

    celebraciones centenarias aturden…

    La raíz amarga

    Como 1932, que unió en el nacimiento a Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Alejandro Rossi, Salvador Elizondo y Vicente Rojo, o como 1959, que unió en la muerte a José Vasconcelos y a Alfonso Reyes, este 2014 de evocaciones obligadamente siniestras —Goya pintó Los fusilamientos del 3 de mayo en 1814; en 1914 empezó la primera Guerra Mundial—, la literatura mexicana señala en su abigarrado calendario uno de sus años memorables al celebrar el primer centenario natal de Alberto Quintero Álvarez, Octavio Paz, Efraín Huerta y José Revueltas, nacidos en ese orden durante los meses de enero, marzo, junio y noviembre de hace cien años.

    Se trata —la distinción de Pero Grullo aquí es disculpable— del centenario de la llana y desnuda aparición biológica de unos individuos que, sobre otras posibles consideraciones, con el paso del tiempo se hicieron escritores, es decir, que se sirvieron de la escritura para entender el mundo, para entenderse a sí mismos y para darse a entender (para darse, también).

    No habiendo alcanzado ninguno de ellos la condición artística con sólo nacer, la llegada de 2014 nos obliga, por un lado, a relativizar la importancia de la efeméride natal en términos literarios, y por el otro, a descubrir maravillados la formidable oportunidad surgida de sus centenarios para mejorar el conocimiento y la valoración de la obra —intelectual, estética y moral— entregada por esos individuos a la cultura mexicana y mundial (y si el mundo no se ha dado cabal cuenta, salvo en el caso de Paz, peor para el mundo).

    Integrante de ese cuadrángulo luminoso y centenario, Efraín Huerta protagoniza esta antología, en la que se reúne una selección de sus numerosos escritos en prosa, ninguno de ellos inédito y sin embargo casi todos desconocidos.

    HÁGASE EL POETA

    Tu nombre suena

    como tibia pureza inimitable.

    Estrella en alto

    Nacido Efrén Huerta Romo, en Silao, Guanajuato, el 18 de junio de 1914, y fallecido en la Ciudad de México el 3 de febrero de 1982, a cuatro meses y unos días de cumplir 68 años, nuestro poeta adoptó el nombre con el que firmó todos sus libros —el que se lee en su pasaporte, su credencial de elector, sus dos actas de matrimonio y en la lápida que cubre su tumba— a mediados de 1932, a sugerencia de Rafael Solana. Lo hizo, según testimonio de éste, y como deja suponerlo un cuaderno que guarda la familia, por una razón literaria: la mejoría eufónica lograda al pasar de un hexasílabo (Efrén Huerta Romo) atravesado por dos trancos de caballo bronco (huer-ta-ro-mo) a un pentasílabo (Efraín Huerta), cuyas cimas acentuales (ín-huér) se unen en una altura firme que luego desciende hacia una sílaba -ta apenas musitada.

    Es imposible analizar los efectos hipotéticos de una opción vital irrealizada (que hubiera conservado el nombre de Efrén; que hubiera elegido otro entre todos los imaginables), pero puede decirse que Efraín Huerta eligió la mejor entre todas y que logró entonces su primer acierto poético: se dotó de una designación redonda y eficaz cuando se enuncian juntos el nombre y el apellido, y de modulación diferente cuando sólo se usa uno de ellos: de intimidad y apropiación cuando se dice Efraín; de distancia objetiva y respeto cuando se dice Huerta.

    Otro efecto más importante y menos visible entonces fue éste: al darse un nombre nuevo y no elegido por sus padres, Huerta tuvo que pensar y tuvo que sentir que estaba adoptando una vocación y un destino en los que la poesía era vía vital irrenunciable y aspiración definitiva, actividad cotidiana y fe. Que no era ya una persona (en el sentido de hombre nacido), sino un personaje (en el sentido de hombre creado). En suma: un Poeta, escrito el término y aludida la categoría humana con mayúscula inicial, dada la condición omnicomprensiva, y sin embargo no beata ni reverencial, que Huerta atribuyó siempre al hacedor de poemas y a su materia correlativa, la Poesía, enaltecida asimismo con la mayúscula. Y también en otro sentido se inventó Efraín Huerta como personaje al someterse al trance adánico de nombrarse: se creó como protagonista literario y biográfico de los poemas que por entonces comenzó a escribir, aunque no se publicaran de inmediato.

    No es por ello casual que también en 1932 haya ocurrido otro hecho significativo: en Irapuato-15-9-932, el joven Huerta fecha su primer poema, escrito al reverso de una hoja membretada con el nombre de su padre —Lic. José M. Huerta / Guadalupe 17 (Antes 21) / Irapuato, Gto.— perteneciente a la papelería de su despacho. El poema se titula Tarde provinciana y hay en sus versos una obvia huella de sus lecturas de Ramón López Velarde:

    Toca la campana

    el toque de oración.

    Hay en mi calleja

    silencio y unción.

    Tarde provinciana.

    Quietud y emoción

    si gusta a la anciana

    la vieja canción.¹

    Sumemos a ésa otra coincidencia significativa: en ese mismo año, Huerta comienza a escribir profesionalmente (aunque no le pagaran) en el quincenal estudiantil de información El Estudiante y, al cierre de éste, ya en 1934, en el periódico La Lucha, ambos editados en Irapuato, ciudad a la que regresaba a visitar a su padre, único miembro de la familia que no se fue a vivir a la Ciudad de México en 1930, tras la ruptura del matrimonio. De acuerdo con los recortes conservados en el archivo del escritor, y según su propio testimonio, en esas publicaciones colaboró con crónicas, con una columna de tipo satírico y, claro, con poemas. Fue en El Estudiante donde debió de aparecer el primer poema de Huerta puesto en letras de imprenta, cuya identificación precisa está por hacerse, aunque ya pueda decirse que no fue El Bajío, como llegó a asegurar el poeta y repiten todas las bibliografías.²

    Es cierto, los primeros poemas de Huerta están escritos con una impersonalidad y una timidez propias de un temperamento poético en formación, que duda en afirmarse por encima del paisaje (Llanura sonora morena de cantos), de las presencias femeninas (la cantante / y melódica carne de tu cuerpo) y hasta de los espíritus patrióticos que los protagonizan (tierra baja y noble de sangre que brilla). Sin embargo, esa timidez convive con la fugaz aparición en los poemas del afilado perfil del joven ni siquiera veinteañero, que al paso de sus estrofas se insinúa a través del uso cada vez más frecuente de un adjetivo posesivo que lo incluye y revela sus afanes: nuestros brazos, nuestras miradas, la emoción nuestra.

    No obstante esa timidez inicial, a partir de ese poema la presencia de un personaje alternativamente enamorado y herido, pensativo y sufriente, bromista e irritado, no hará sino afirmarse y multiplicar sus rasgos hasta adquirir —más que un rostro de perfiles fijos vaciado en bronce— el prismático rostro de un individuo identificable con el ciudadano Efraín y con el periodista Huerta (entidades de por sí confundidas), y sobre todo, con el poeta Efraín Huerta, entidad acaso más real por no existir carnalmente sino en la imaginación de quienes lo leen, e incluso en la de quienes no lo han leído pero lo reconocerían en una de sus imágenes clásicas: la fotografía de Lola Álvarez Bravo (circa 1940), centrada en el rostro del poeta, en cuya frente un mechón escapa al orden perfecto del cabello engominado, dibujando una coma visual, mientras el artista parece concentrado en aspirar el desvaído olor del nardo que lleva en el ojal izquierdo del saco.

    Reconocemos a ese personaje, por ejemplo, en el sujeto introspectivo que confiesa, al inicio de Los hombres del alba: Te repito que descubrí el silencio / aquella lenta tarde de tu nombre mordido. O en el hombre indignado cuya voz aspira a concentrar las responsabilidades éticas de un pueblo entero, en Esa sangre: Yo soy, testigo muerto, testigo de la sangre / derramada en España, / reverdecida en México / y viva en mi dolor. O en el cronista de los nocturnos horrores citadinos, que nos interpela antes de elevar un brindis doloroso, en La muchacha ebria: Lo triste es este llanto, amigos, hecho de vidrio molido / y fúnebres gardenias despedazadas en el umbral de las cantinas. O al fin, en el uno que es inconfundiblemente el poeta Efraín Huerta y a la vez somos todos, en Avenida Juárez:

    Uno pierde los días, la fuerza y el amor a la patria,

    el cálido amor a la mujer cálidamente amada,

    la voluntad de vivir, el sueño y el derecho a la ternura;

    uno va por ahí, antorcha, paz, luminoso deseo,

    deseos ocultos, lleno de locura y descubrimientos,

    y uno no sabe nada, porque está dicho que uno no debe saber nada…

    Si quisiéramos atribuirle unos rasgos precisos a ese personaje omnipresente en la obra de Efraín Huerta, tendría los que le dio José Emilio Pacheco en su inolvidable retrato: Con sus lentes de Harold Lloyd, su juventud que no perdió nunca, su traje limpísimo y modesto, su camisa abrochada al cuello, sus libros y periódicos bajo el brazo.³

    Presente ahora mismo ante nosotros, no puede sino maravillarnos la inmensa capacidad que ese sujeto conjetural —personaje moral, más que público— tuvo para representar en la obra de Efraín Huerta, durante el lapso de su vida y hasta hoy, a un sujeto entrañable, de vigorosa vitalidad e infalible modestia, determinado a impedir que la inercia y la comodidad lo convirtieran en líder de una secta literaria, para lo cual se empeñó siempre en rebajar su importancia y en practicar un alegre autoescarnio. Un personaje, en fin, con el cual lo mismo podemos identificarnos en la pasión amorosa y en el arrebato político, en el relajo celebratorio y en la cursilería, como tomar distancia cuando despliega su incongruente machismo por igual frente a las mujeres y los homosexuales, su obstinación estalinista, su ocasional antiintelectualismo y maniqueísmo, e incluso su afición al Atlante, sin alterar en ningún punto la imperecedera amistad que nos une a él.

    Ese personaje poético, dotado de la misma voz reconocible y el mismo domicilio estético y moral, transita también con soltura en la caudalosa obra en prosa de Efraín Huerta, adquiriendo en esa franja de su escritura (desconocida para la mayoría) una condición de sombra sin la cual el poeta no puede ser entendido ni gozado enteramente.

    RAREZAS DE UNA POSTERIDAD

    porque fue mucho hombre, mucho poeta, mucho vida, muchísimo universo…

    Responso por un poeta descuartizado

    Considerando que escribió su primer poema a los 18 años de edad, si en estricto sentido quisiéramos conmemorar el centenario literario de Efraín Huerta, tendríamos que esperar dos décadas más, a la llegada del año 2032.

    Hago esta broma con el propósito de evocar la sensación de extrañeza —mezcla de sorpresa infantil y deslumbramiento— experimentada al contemplar la vida y la obra de Efraín Huerta el año de su centenario natal. En esa extrañeza conviven, por un lado, la sensación abrumadora surgida al observar el largo tiempo transcurrido desde la muerte del poeta —treinta y dos años, siete presidentes de la República, y una cadena de horrores que hacen difícil decir que éste es un mundo mejor que el de entonces—, y por el otro lado, la nítida percepción sobre la extraordinaria cercanía y vitalidad de su obra: ausencia y presencia igualmente intensas. El efecto no es ni paradójico ni incomprensible: la muerte tiñe de irrealidad y lejanía a las personas, y su medida temporal es la pequeñísima nuestra; en contraste, los acontecimientos trascendentes y los grandes artistas crean su propia temporalidad de largo plazo y exigen ser considerados con la más ancha perspectiva.

    Curiosamente, en ese pasmo contradictorio experimentado al situarse ante Efraín Huerta en su centenario puede descubrirse un indicio de su grandeza. Y es que no puede sino ser sorprendente, no puede sino maravillar que —por apelar a una cifra arbitraria— hace sólo cincuenta años, exactamente en 1964, un autor que desde hace más de treinta consideramos como indispensable y canónico estuviera todavía renovándose y explorando derroteros insospechados.⁴ Dicho de otra manera: inevitablemente deslumbra observar cómo entre 1964 y 1982, en esos cortos dieciocho años que aún vivió entre la fecha de nuestro ejemplo y su muerte, Efraín Huerta hizo lo que muchos autores no logran en una vida, ni lograrían en varias si las tuvieran: escribir la poderosa serie de los Responsos; idear y publicar una autoantología —Poesía 1935-1968— que lo reveló como un poeta mayor ante sus contemporáneos y ante los integrantes de dos generaciones posteriores a la suya; modificar la consideración y el prestigio de lo que en México se entendía por poesía, con Juárez-Loreto y el Manifiesto nalgaísta;⁵ inventar un género poético —el de los poemínimos— y llevarlo a su perfección; inventar las almidas y los poemíticos; publicar cuatro libros magníficos en seis años —Los eróticos y otros poemas (1974), Circuito interior (1977), Transa poética (1980) y Estampida de poemínimos (1980)—; escribir un poema de la madurez y la ambición de Amor, patria mía; además de concebir y sostener dos de las columnas más leídas de los años setenta —Deslindes en el Diario de México y Libros y antilibros en El Gallo Ilustrado—, publicando en ellas más de quinientos artículos entre 1972 y su muerte. Y eso sin olvidar que, al descubrírsele en 1973 un cáncer en la garganta, en ese y el siguiente año se sometió a ocho intervenciones quirúrgicas que lo tuvieron hospitalizado diez meses y lo dejaron sin voz.

    La indagación en la diferente cualidad y textura del tiempo histórico y del tiempo que configura una personalidad literaria permite también tomar conciencia, y maravillarse de nuevo, al descubrir el cortísimo tiempo (calendárico y simbólico) que la obra de Efraín Huerta requirió para ocupar un sitio de privilegio en el mapa —o el canon o la historia, como sea que llamemos al sitio de los escogidos— de la literatura mexicana, y al observar cómo su categoría de autor del que no pueden prescindir las antologías estaba ya constituida en el momento de su muerte, quedando reducido el trabajo de la posteridad a la reafirmación de ese estatuto.

    Desde esa perspectiva, la situación de Efraín Huerta parecería envidiable por varias razones. Fue un autor muy leído e influyente en todas las etapas de su vida, y recibió por igual la aprobación de los lectores literarios más rigurosos y los de a pie. Tuvo el raro privilegio de ver convertidos algunos de sus poemas —no hablo sólo de los poemínimos— en hitos de la memoria poética popular. Y, de manera notoria, no atravesó, tras su muerte, el purgatorio crítico que tantos autores transitan antes de reafirmar su más alta valoración, penoso recorrido durante el cual —algunos no se reponen jamás— padecen el olvido puro y duro, la declinación del interés académico y editorial hacia su obra, e incluso el cuestionamiento de sus motivaciones artísticas y de sus logros (entre nosotros, caso paradigmático, Alfonso Reyes sufrió una etapa purgativa antes de su llegada al empíreo de la estimación crítica universal).

    Sin embargo, como se dijo, sólo en apariencia es envidiable la fama crítica y pública de Efraín Huerta. La reserva prevaleciente se debe a un hecho innegable: en su caso, la posteridad, si bien no se equivoca al admitirlo en su escogida nómina, ha sido inexplicablemente simplificadora y parcial a la hora de elaborar el retrato suyo que incluye en su selecta galería. Me explico.

    Pocos meses después de publicarse Absoluto amor (Fábula, 1935), su primer libro, la revista Taller Poético incluyó en su número 1 (mayo de 1936) una reseña elogiosa de Ricardo Cortés Tamayo, quien escribió: Hay en Efraín Huerta un poeta verdadero, próximo en la seguridad, también en la sinceridad, de su expresión interior […] hay en él la calidad precisamente poética. Acerca del mismo libro, un redactor anónimo aseguró en El Nacional: Una voz nueva y estimablemente timbrada se deja oír en el campo de nuestra poesía: es la de Efraín Huerta.

    Una recepción similarmente celebratoria se otorgó a Línea del alba (Taller Poético, 1936), su segundo libro. Para empezar, y dada la admiración que la lectura de su manuscrito le suscitó, Genaro Estrada, el diplomático exquisito, lo paró tipográficamente en la imprenta de Miguel N. Lira, elaboró su portada y cuidó la edición. Meses después, además, lo reseñó y dijo: "Los temas, generalmente sensuales, como de buen mediterráneo, de esta Línea del alba, se presentan bajo delicadas veladuras de expresión, con esos tonos de plata gris de los fondos de Mantegna". Apenas transcurrido un mes luego de su aparición en noviembre, Arturo Blanco escribió en México al Día, el 1º de diciembre: Se trata del segundo libro ya de uno de los poetas jóvenes de México que más amplio porvenir tienen, y que más interés han conseguido despertar entre los íntimos de la lectura, en reducido y selecto número. Sobre ese mismo libro, en carta del 26 de febrero de 1937, Alfonso Reyes le dijo a Rafael Solana: "Nuestro amigo Fernández del Campo me entregó el bello ejemplar de Línea del alba. Lo he leído con verdadero deleite. Es una poesía de pureza y de inspiración".

    Años más tarde, al darse adelantos de Los hombres del alba en periódicos y revistas, las declaraciones inequívocas de aprobación se repitieron. Es quizá un pariente no del todo lejano de Rimbaud, se atrevió José Luis Martínez, en Letras de México, en 1942. Las poesías de Huerta son sumamente desagradables, y cuentan en primera fila entre las mejores que se han escrito en México, escribió célebremente Rafael Solana en el decisivo prólogo a la primera edición del libro, en Géminis, en 1944.Huerta se nos presenta como el sumo pontífice de una secta de idólatras del alba, escribió a su vez Antonio Alatorre, en la revista Pan de enero de 1946, sumándose a las previas recensiones laudatorias de Alí Chumacero en El hijo pródigo, de Lloyd Mallan en Prairie Schooner (en inglés), de Raúl Leiva en Revista de Guatemala, de María Ramona Rey (sobre Poemas de guerra y esperanza) y de María del Carmen Millán en Rueca, entre otros.⁷

    Sin dificultad alguna, la aportación de testimonios admirativos dedicados a la obra poética de Huerta podría extenderse al hilo de la recepción crítica otorgada a todos sus libros. Sorprendería en esa revisión la escasez y, más, la franca pobreza de comentarios dedicados a establecer y a analizar el valor de su obra en prosa, con todo y a pesar de su extensión y calidad, y de haber sido iniciada ésta antes y concluida después que su obra poética.

    En esa escasez y esa pobreza se manifiestan la insuficiencia y la parcialidad del juicio crítico cifrados en la posteridad de Efraín Huerta, cuyo bien afirmado dictamen sobre la centralidad de su obra poética encubre una enormidad de la que casi no se habla: que el poeta fue también un extraordinario y caudaloso periodista; que fue también un apasionado y riguroso crítico de cine en todas sus categorías problemáticas; que fue también un lector de alcances vastísimos (en cuatro idiomas) y un comentador muy original de libros y asuntos literarios; y, al fin, que fue también un activo polemista que promovió y defendió por escrito sus creencias políticas y sus convicciones literarias y éticas en artículos periodísticos, en ensayos unitarios, en proclamas circunstanciales y en mítines.

    A disolver esa limitación de las posibilidades de gozo y consideración crítica de la obra de Efraín Huerta o, si se quiere, a aportar elementos que la hagan insostenible, desea contribuir, así sea modestamente, esta antología, en la que se reúne una selección de artículos, conferencias, crónicas, reseñas, entrevistas y testimonios sobre libros, autores, películas, cineastas, ideas, ideologías y circunstancias, en cuya elaboración su autor se empeñó durante cinco décadas, dedicándole la rica variedad de sus talentos que, se hará evidente a todos tras su lectura, no fueron solamente poéticos.

    Leer este muestrario, no por estricto menos significativo, nos permite ver a Efraín Huerta como el escritor completísimo que fue, nos regala nuevo placer y conocimiento, y contribuye a lograr una comprensión más certera de su obra poética al aportar testimonios sobre las circunstancias y las motivaciones en medio de las cuales escribió sus grandes poemas.

    UN SOLO HILO: AMOR

    Hecho llaga, mi amor,

    nadie, a diez pasos de mí, amó

    con tamaña ferocidad.

    Milonga libre en gris menor

    Avancemos dos enunciados que son dos insinuaciones críticas enlazadas. Uno: Efraín Huerta es más un autor de poemas que de libros de poemas. El otro: Efraín Huerta componía sus libros, además de escribiéndolos, armándolos, es decir, reuniendo partes previamente elaboradas.

    Lo singular del caso es que, no obstante la verdad de esos asertos, percibimos a Huerta como autor de una obra poética personalísima e inconfundible, cuya poderosa homogeneidad no procede de una presunta unidad estilística ni de la apropiación de un vocabulario y unos temas,⁹ sino (y éste es un dato a retener) de la doble persistencia de la actitud vital y del emplazamiento moral e intelectual desde los cuales elaboró su escritura.

    Veamos. A una edad temprana (21 y 22 años), Efraín Huerta publicó sus primeros libros —Absoluto amor (1935) y Línea del alba (1936)—, marcados ambos por su brevedad y por una compacidad compositiva que los hacía parecer, en cada caso, un solo poema. (En realidad lo eran: las primeras versiones de los poemas del primer título las redactó Huerta en unos delgados cuadernos que usó como bitácora obsesiva de la intensa temporada de escritura a la que se entregó durante pocos meses de 1934; en tanto, los ocho poemas del segundo librito son variaciones tonales y sensitivas sobre el tópico del alba.) A esos volúmenes, siguió la aparición, en 1943, de Poemas de guerra y esperanza (Ediciones Tenochtitlan), cuya unidad no es compositiva sino contextual. Luego vino Los hombres del alba, ejemplo insuperable en toda la obra de Huerta de un libro homogéneo en estilo e intención que, si bien se publicó en 1944, fue escrito casi en su totalidad entre los 21 y los 25 años, como ha probado documentalmente Emiliano Delgadillo.¹⁰

    A la luz de esas coordenadas vitales y editoriales y del desarrollo posterior de su obra hasta su muerte, cabe postular que Efraín Huerta, tras la aparición de los títulos anotados en el párrafo anterior, no volvió a publicar libros poéticos unitarios concebidos como proyectos sistemáticos de escritura. En contraste con autores de los distintos periodos y lenguas, tras la hechura y publicación de su libro central de 1944, Huerta hizo su obra posterior a golpe de poemas, no de libros. Publicó libros, claro está, pero éstos son la oportuna conjunción de poemas que no cupieron en otros volúmenes (Estrella en alto y nuevos poemas); compilaciones de corte histórico y epocal (Poesía 1935-1968); autoantologías temáticas (Los poemas de viaje; Poemas prohibidos y de amor); poemas sueltos de mediana o gran extensión considerados como libros (El Tajín y Amor, patria mía); autoantologías y recopilaciones genéricas (50 poemínimos y luego la Estampida); y misceláneas poéticas tan vastas y flexibles como para acoger sin disonancia la caudalosa sucesión de poemas escritos en la etapa de sorprendente fecundidad posterior a la experiencia hospitalaria de 1973 y 1974 (Los eróticos y otros poemas, Circuito interior, Transa poética).¹¹

    Sin suponer que él comparte esta visión, creo que es mérito de Martí Soler haber hecho evidente en la obra de Huerta esa condición singularísima de una unidad poética fundada sobre la base de una diversidad poemática. Lo hizo, al dotar a la Poesía completa de Huerta de una arquitectura editorial novedosa, cuya elasticidad y amplitud permite recoger —y aun más: representar— en ese volumen la historia y las incidencias de la obra poética efrainiana: la fecha y condiciones de escritura de los poemas; el registro de su primera aparición y posterior republicación; las hipótesis sobre el posible fechamiento de los que carecen de indicación; las noticias sobre su supresión circunstancial en determinadas compilaciones y sobre su reaparición en otras, y aun la recuperación de una treintena de poemas no coleccionados.

    Con gran astucia y visión, y apoyado en los argumentos expuestos en su Nota a la edición, Martí Soler elaboró un volumen que es al mismo tiempo un cuerpo vivo y su disección en estratos temporales, compositivos e ideológicos. Repasar el índice que describe su contenido significa enfrentarnos a la complejidad auténtica de una obra en la que los poemas, al tener primacía sobre los libros, pertenecen no sólo al tomo que los acogió primero (al que en teoría un poema pertenece siempre) sino, a la vez, a una agrupación posterior, a una época, a una categoría subjetiva (los prohibidos, los eróticos) y a un tipo genérico (los poemínimos, los poemíticos).

    Se perfila de esa manera un mapa poético sobre el cual una misma entidad poética reconocible (por ejemplo, los poemas prohibidos y de amor), sin perder su unidad, se superpone a las fronteras de varios libros a la vez, a cada uno de los cuales los poemas individuales pertenecen respectivamente con idéntico derecho y legitimidad.

    El origen de la peculiaridad que vengo revisando está a la vista: Efraín Huerta ejerció la facultad primordial de todo autor para establecer el orden y concierto con los que quiere que su obra sea leída, de una manera atípica, sin paralelo en la tradición poética mexicana, al permitir que influyeran en ella tres energías también atípicas: una sana y provocadora arbitrariedad de lector y crítico de sus propios poemas; una juguetona antisolemnidad, y el puro gusto de poner un poema donde se le antojara. (Transa poética, de 1980, analizado a la luz de Donde la locura…, el texto que le sirve de prólogo, es quizá el ejemplo más acabado de este uso singularísimo de la facultad autoral.)

    Ante esa atipicidad, es virtud del orden dado a la Poesía completa hacer visible que los poemas reunidos en el venerable tomo se saltan permanentemente las trancas; que aunque ahí los miremos en un lugar determinado, en realidad nacieron y están sueltos, lo cual no impide que estén interconectados mediante arterias que los nutren con la misma sangre, y atados con unos nudos que son nodos.

    El dato no es menor. Ese entrecruce complejo de poemas, libros, épocas, propósitos y tipos poéticos que el índice de la poesía de Efraín Huerta exhibe tiene una abismal diferencia con los índices de los tomos de obras reunidas y completas de la mayoría de los autores que llegan, vivos o muertos, a ese trance. En tales volúmenes, las unidades de los libros —sus títulos, sus fechas, sus series poemáticas— se suceden con una limpidez y un orden estrictos, de los que se desprende la impresión artificial (o acaso no) de que las vidas de las personas que los escribieron se sucedieron a su vez en etapas bien delimitadas y autónomas, no sin cierta monotonía mecánica iniciada cada una exactamente al concluir la anterior y cada cual concluida justo antes del comienzo de la siguiente.

    En la obra de Huerta no ocurre así. La unidad (valga el énfasis) es una, y no es la de los libros, ni es literaria: es la unidad de la constelación, no la de la cadena, y la fuerza gravitatoria que determina la rotación concertada de los astros que la forman reside en la perdurable actitud vital y en el idéntico emplazamiento ético desde los cuales el autor elaboró toda su obra.¹²

    Un semejante carácter constelado puede y debe predicarse de los escritos en prosa de Efraín Huerta: la gran variedad de sus temas y sus tonos, de sus preocupaciones y sus maneras compositivas, está unida por una misma cuerda hecha de tres hilos sustantivos: la celebración del misterio de estar vivos; la celebración del misterio de la poesía, y la celebración del misterio de vivir entre personas y con ellas, unidos esos hilos mediante la determinación de amar a las tres categorías —vida, poesía, personas— y de vincularse a ellas incluso mediante el filtro deformante del odio, pero sin conocer jamás la indiferencia.

    DEL PERIODISMO COMO

    CONDICIÓN ONTOLÓGICA

    Soy Paolo Ucello con su espejo al hombro.

    Apólogo y meridiano del amante

    Fausto maravillado. Asistiendo a la sorpresa diaria del planeta:

    crímenes bestiales, traiciones inenarrables, lealtad, nobleza.

    Tramontar

    Hay en la obra poética temprana de Huerta tres poemas muy significativos que presentan de forma explícita el acontecimiento trascendente de la conversión. Uno de ellos, La traición general, publicado el 17 de enero de 1937 en El Nacional, describe esa experiencia como surgida de una decepción. Dicen sus primeras líneas:

    No; no era verdad tanta limpia belleza.

    No es la primavera un retumbar de vivas al mediodía

    o un canto exaltado al mito del paisaje.

    Siguen luego once versos en los que se ahonda la visión del desengaño: no sólo la belleza y la primavera esconden tras de sí sobornos y predicaciones mentirosas; también los crepúsculos, el arcoíris, las nociones tradicionalmente alabadas (soledad, ausencia, silencio) y hasta el amor son falsificaciones que desquician, arruinan y avergüenzan a quienes las admiten como valores. En ese estado de ruina se origina la conversión (nótese la reiteración del ahora que anuncia la adquisición irreversible del nuevo carácter):

    Y ahora, cuando nada nos pasa desapercibido,

    denunciamos a los traidores, a los huecos poetas

    que nos cantaron nanas deliberadamente

    y nos dieron calmantes y narcóticos

    distrayendo atenciones y ennegreciendo vidas.

    Ahora vemos todo en recio primer plano.

    La segunda conversión (veremos que es la misma) se lee en Esa sangre, de 1938, considerado por José Emilio Pacheco como uno de los mejores poemas que escribieron los mexicanos sobre la España de 1936-1939. Aquí, la profunda y definitiva transformación moral de quien escribe se relata en siete versos perturbadores:

    Yo era. Yo era simplemente

    antes de ver esa sangre.

    Ahora soy, estoy, completo,

    desamparado, ensordecido,

    demasiado muerto para poder, después,

    ver con serenidad ramos de rosas

    y hablar de las orquídeas.

    La lección es inequívoca y busca ser ejemplar: el individuo (yo, quien sea) no puede sino rebelarse al advertir la incongruencia entre los escenarios idílicos de los libros y el mundo aterrador del recio primer plano; no puede evitarse la conmoción humana de quien, sin más, un día, mira la sangre derramada correr. Junto a esas certezas, los poemas indican la también inevitable transformación que ha de operarse en las maneras aceptadas de ver, hablar y, claro, de escribir, señalando cómo esta actividad no puede consistir ya más en hablar de las orquídeas; su obligación de ser ahora una mirada doliente y sin encubrimientos del mundo (nada nos pasa desapercibido), y de constituirse en una voz que reclama el fin de la inacción (ver con serenidad ramos de rosas). En suma, su obligación de ser un ejercicio indignado de esclarecimiento y refundación moral.

    La breve serie culmina —concluye y llega a su cima— con Poema del desprecio, uno de los escritos más impresionantes en la obra poética entera de Efraín Huerta, a cuya lectura remito para evitar una glosa que no se merece su excelencia. Publicado por primera vez en 1943 —caso rarísimo: no en español, sino traducido al inglés por Lloyd Mallan—, Poema del desprecio comunica con perfección y áspera elocuencia uno de los ejes expresivos fundamentales de Los hombres del alba y en general del periodo de vida y escritura que va de 1935 a 1944: la vivencia atroz de la angustia, la decepción y el abandono como semillas necesarias para que crezcan la flor del desprecio (a toda seguridad, tibieza y cinismo) y la flor del odio a sí mismo, semillas a su vez del nacimiento a una fe y una vida nuevas, pues, como dice en Teoría del olvido, declinada la muerta adolescencia / la vida nueva es fruto permitido.

    Como se ve, ese renacimiento vital y moral tiene una exacta elaboración en los poemas citados y en otros escritos; falta decir que la conversión íntima del individuo Efraín Huerta debió de ocurrir (o cuando menos iniciarse) mucho antes de escribirlos, si nos atenemos a testimonios muy seguros.

    A sus 15 años, en 1929, Huerta realiza actividades de representación para el Gran Partido Socialista del Centro de Querétaro. En 1931, con 17 y ya en la ciudad de México, lee a Marx y lo deslumbra una frase de Zur Kritik der Politischen Oekonomie que asienta así en uno de sus cuadernos, en alemán con traducción aledaña al español: El modo de producción de la vida material determina, de una manera general, el proceso de la vida social, política y espiritual. De 1932 a 1934, en sus ocasionales regresos a Irapuato, donde vive su padre, publica crónicas urbanas y artículos de reivindicación social y de crítica al presidente municipal en semanarios locales, sin firma a veces para escapar al riesgo de ser encarcelado como varios de sus colegas. Desde 1933 lee la Hoja literaria que en Madrid editan Arturo Serrano Plaja, Antonio Sánchez Barbudo y Enrique Azcoaga, de uniforme contenido militante. En 1935 —año axial— ingresa a la Juventud Comunista, se afilia a la Federación de Estudiantes Revolucionarios, y —auténtica revelación— conoce a Rafael Alberti.¹³ Luego, en los primeros meses de 1936, lee en casa de Genaro Estrada, quien recibía los primeros ejemplares de esa y otras publicaciones, los cuatro números de Caballo Verde para la Poesía, la revista mítica dirigida por Pablo Neruda; ahí, en su número 1, de octubre de 1935, descubre Sobre una poesía sin pureza, poema en prosa del chileno que adoptaría como un credo.

    No es necesario aducir otros testimonios igual de elocuentes sobre la gradual adquisición por parte de Efraín Huerta de una educación y una conciencia política que se verán imbricadas desde entonces con su actividad vital y con su escritura poética y en prosa. Sus poemas y sus artículos periodísticos, sus proclamas, sus intervenciones en mítines y sus acciones documentan su temprana decisión de elaborar un testimonio individual sobre los acontecimientos del mundo que lo conmovían y le causaban dolor, que violentaban su integridad y su paz personal y —de acuerdo con su visión— también las de la especie humana.

    Como lo muestran sus actos y sus escritos, Efraín Huerta no se impuso esa tarea testimonial con la fría deliberación de quien adopta una postura política, ni como efecto del impulso apasionado surgido en un instante de iluminación redentora. No. Se vio moralmente impelido a ella tras experimentar, entre los 16 y los 22 años de edad, diversos momentos críticos de reflexión y análisis ante acontecimientos del entorno nacional y mundial: la instauración de la Segunda República española y los repetidos asedios que culminaron con la sublevación militar que detonó la Guerra Civil; el ascenso y consolidación del fascismo en Italia y Alemania; la llegada de Lázaro Cárdenas a la presidencia del país, seguida de un amplio programa de reformas sociales; el no tan oculto panorama de ruina, pobreza y desigualdad descubierto (y en algunos casos ocasionado) por la Revolución mexicana.

    El primer momento en que se muestra con toda su complejidad la vocación testimonial —y digámoslo ya: periodística— de Huerta en su obra surge del acontecimiento traumático del asesinato de Federico García Lorca, ocurrido entre el 18 y el 19 de agosto de 1936. Como documentó Guillermo Sheridan, alrededor de esos días Huerta y otros colegas salieron de la ciudad de México con destino a Veracruz, donde abordaron un barco de la Armada que habría de llevarlos al puerto de Progreso, Yucatán, para de ahí trasladarse a Mérida, donde el 3 de septiembre sería inaugurado el XIII Congreso Nacional de Estudiantes, al que acudían. Según relata Huerta, antes de llegar a su destino, estando aún en altamar, al caer en sus manos un periódico de los primeros días de septiembre, leyó la noticia desquiciante.

    Conocemos con detalle el impacto suscitado por el terrible crimen en Huerta —sus pensamientos, evocaciones y desesperación—, porque, instado por su decisión de erigirse en testigo, el escritor lo preservó doblemente: en un poema que empezó a escribir días después y que firmó el 16 de octubre de 1936 —Presencia de Federico García Lorca—, y en un artículo titulado El mar y la muerte de García Lorca. Publicados de manera conjunta el 1º de noviembre en el Diario del Sureste (el poema en versión reducida respecto de la final que conocemos), la lectura de ambos escritos nos ofrece la experiencia singular de estar frente a dos composiciones literaria y técnicamente distintas, equivalentes en intención y surgidas de una misma y única experiencia de rabia y desolación. Además de coincidir en la expresión del dolor, la inmensidad de la pérdida y la vileza de los asesinos, el poema y el artículo tuvieron el propósito común de ofrecerse como testimonios ejemplares que sirvieran a la actividad revolucionaria y artística del futuro.

    Dicho de otro manera, hay en ambos escritos la voluntad de practicar un periodismo poético de sus emociones y de los acontecimientos del mundo; mejor: un periodismo potenciado por el filtro visionario de la poesía y realizado en la forma de poemas, crónicas y artículos, sin que ello implique ni demérito de la actividad poética, ni elevación retórica de la periodística, pues es claro que para Huerta —como podrá observarse en los escritos reunidos en esta antología— el periodismo no es una escritura de condición degradada, sino que puede vehicular fines superiores: ser espejo y profecía.

    DAMAS NEGRAS Y OTRAS ESPECIES

    CRESTOMÁTICAS

    Pues las hay de diversa categoría diversas luces imágenes metáforas.

    Manifiesto nalgaísta

    El género antológico se halla en el origen de la actividad literaria de Efraín Huerta y la atraviesa en varios momentos significativos.

    Para revisar algunos de esos momentos, señalemos primero que Efraín Huerta es autor de una obra subterránea que, si bien no llegó a publicarse —al no superar el filtro de su autocrítica o por no haber estado destinada a ese fin—, forma parte de su proyecto general de escritura. Ese corpus oculto y heterogéneo lo integran: poemas terminados e inconclusos (mecanografiados y manuscritos); decenas de versiones descartadas de otros que sí incluyó en sus libros; incontables notas de lectura; textos privados en los que enjuicia obras y retrata autores; centenares de cartas dirigidas a las personas que quiso (acompañadas a su vez de recortes de periódico, fotografías y papeles varios); apuntes y aforismos de tono autobiográfico, y en un gran apartado, compilaciones antológicas de poemas, relatos, artículos, ensayos y libros enteros leídos, transcritos a mano, ordenados e indizados por él mismo.¹⁴

    La variedad de ese legado —una parte en posesión de sus hijos y otra en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional— se conserva en ordenadas carpetas y fólderes, en cuadernillos hechos a mano con cartulinas de colores diferentes (destinados a recoger la versión final de poemas editados o inéditos), en series de hojas recortadas y dobladas que conservaba para sí o remitía por carta a diversos destinatarios y, sobre todo, en unas libretas medianas de papel revolución y en unos cuadernos de forma francesa que, por tener sus tapas oscuras, fueron llamados por Huerta damas negras.

    Si bien no existe un inventario completo de esos cuadernos antológicos, son múltiples las referencias que sobre ellos existen. Al realizar con el poeta una entrevista que ya se citó, Cristina Pacheco tuvo en sus manos y hojeó una decena, refiriendo así la ocasión: "Efraín se dirige hacia un librero lateral y de allí saca unos cuadernitos sin pasta, de magnífico papel revolución, en cuya primera página se lee ‘Notas y selecciones’. Todos tienen consignada la fecha: 1932, 1933, 1934. —Este de 1933 lo escribí en Irapuato; este de 34 tiene fragmentos de Unamuno (hay otros nombres y entre ellos aparece reiteradamente el de Alfonso Reyes). —Y mira este otro, insiste mostrándome su manuscrito de Los fantasmas del deseo de Luis Cernuda, 1933. —¿Y este? Donde habite el olvido, Signo, Madrid, 1937".

    De signo más heterogéneo, otro cuaderno es descrito por el propio Huerta en un pasaje del artículo Varias perfecciones, de 1970 (incluido en la antología): "Cuando la hipérbole lo acosa, nada detiene al escritor. Conviértese, entonces, en una mula de varas galopando a rienda suelta. Así escribía yo hace varias décadas, en los cuadernos que he dispuesto pasen a las dignas manos de José Emilio Pacheco. En un cuadernillo de veinte páginas, fechado en Irapuato, Gto., y en Nopala, Hgo., en 1932, advierto transcripciones de los autores más disímbolos: Pierre Louys, con su pequeño fragmento de La pequeña Fanion […] Poemas de Jaime Torres Bodet, de Paul Verlaine, de André Maurois, de Gautier y de Baudelaire […], de José Juan Tablada y de Ramón López Velarde […] El fragante cuadernillo termina en una cuarteta de Baltasar Dromundo, tomada de su Romance de la Niña Nueva".

    La existencia de las carpetas y, sobre todo, de las libretas y las damas negras, trasciende la mera curiosidad al haber concurrido en su elaboración motivaciones diversas y profundas. De acuerdo con su testimonio, Huerta comenzó a elaborarlas al no poder adquirir los libros y las revistas cuyos poemas y pasajes en ellas transcribía, para luego leerlos él mismo o dárselos a leer a Mireya Bravo, o aun para tenerlos ambos a la vez, según lo muestra el que subsistan cuadernos con tiraje de dos ejemplares idénticos.¹⁵

    En otros casos, los cuadernos recogen piezas escritas ex profeso para incluirse en ellos. En Efraín Huerta. Absoluto amor, la historia documental hecha por Mónica Mansour en 1984, se reproducen varias páginas de los cuadernos, entre ellas una de los pertenecientes a esta categoría, tan semejantes a los álbumes de versos que las musas decimonónicas formaban con el concurso de sus admiradores. En esa página se lee: "Rafael Solana, patriarca de la religión de estas damas negras, deposita una tímida en las dignas manos de Ephraím Huerta. En la entrevista con Cristina Pacheco, Huerta le mostró otro del mismo tipo: Mira, en este [cuaderno] que se llama ‘Greguerías mínimas’ hice que me escribieran algo los amigos de entonces. En el primero, que es de 32, hay algunos hai-kais de don Francisco Monterde".

    Asimismo, las compilaciones respondían a la costumbre de Huerta de tomar notas, citas y referencias precisas de los libros y revistas leídos, a efecto de utilizarlas en la elaboración de sus escritos en prosa, compuestos muchas veces mediante el recurso de armonizar antológicamente pasajes propios y fragmentos de otros copiados de sus cuadernos. Sin perdonar la autoburla, Huerta hacía proceder su inclinación compilatoria de una desviación personal (soy un mañoso y tengo espíritu de archivero). No hay duda, sin embargo, de que le gustaba tenerlas a mano y de que las siguió elaborando, frecuentación a la que aludió con claridad en más de una ocasión.¹⁶

    Al lado de esas motivaciones para elaborar los cuadernos, digamos utilitarias, existen otras a mi modo de ver más importantes. Miradas a la distancia —he tenido oportunidad de revisar una decena—, las damas negras son auténticas y rigurosas antologías: de tipo crítico, al recoger los pasajes considerados como centrales en los libros, revistas y periódicos que Huerta leía; de tipo histórico, al reunir los poemas, los capítulos de novelas y las frases que juzgaba perdurables y hallaba coincidentes con sus postulados literarios en diferentes épocas, y al fin, al señalar las obras que adoptaba como modelos artísticos. Vistas así, las compilaciones de diverso tipo y formato que Huerta elaboró y aún se conservan pueden ser estudiadas como indicadores —parciales, pero fiables— del esprit du temps no sólo literario sino cultural de los años y periodos a los que pertenecen, y también como bitácoras precisas de las oscilaciones y las reiteraciones del gusto de un lector ordenado y exigente como lo fue el guanajuatense.

    Con referencia a otras franjas de su obra, la vocación antológica de Huerta se observa también en la gran cantidad de sus escritos literarios y periodísticos elaborados con el procedimiento de la crestomatía, reivindicado de forma explícita en más de una ocasión. Tras explicar que la palabra crestomatía —tan horrible que provoca escalofríos— se la descubrió Huberto Batis, Huerta reveló haber aprovechado el método antológico para elaborar ciertos artículos de extensión mediana y larga, de los que publicó algunos en Textos profanos (UNAM, 1978) tras escribirlos en la década anterior. Se trata de textos, precisamente, crestomáticos sobre una variedad peregrina de asuntos: las cucarachas, el futbol, las salamandras, los bisontes, los búfalos, los poemas de toreros, los sonetos satíricos, las perfecciones corporales, las pesadillas y los cuentos de hadas, acerca de los cuales es oportuno decir que —contra la definición de crestomatía que aportan los diccionarios— carecen de intención educativa y se ven animados, más bien, de un propósito de diversión y curiosidad literaria.

    De parecida manera (y aquí sólo se deja apuntado), el aprecio de Huerta por los valores expositivos, analíticos y lúdicos de los florilegios y las crestomatías se manifiesta diversamente también en tres aspectos poco estudiados de su quehacer: 1) en las antologías que de su propia obra llevó a cabo —sobre las que se funda la idea y la imagen que tenemos de él— y en las que ideó y no llegó a ejecutar; 2) en algunas de las páginas de tema fílmico que tuvo a su cargo, por ejemplo "Close-up de nuestro cine", en El Nacional, en la cual, al lado de sus propios escritos, presentaba fragmentos, textos completos, citas y aforismos de otros autores, que seleccionaba y a veces traducía, sea porque tuvieran relación con su exposición, sea por el mero gusto de darlos a conocer a sus lectores, y finalmente, 3) en algunas de las columnas misceláneas (miscelánea: palabra que me apasiona) que sostuvo por años, formadas con fragmentos de variado asunto e intención, como en el caso de Columnas del Periquillo, El Periquillo en su balcón y Libros y antilibros.

    ESTA ANTOLOGÍA

    Como digo, las antologías son parciales y punto.

    Gran antología

    Por definición, una antología presupone la existencia de un corpus cerrado, estable y definido. Al aplicar esa consideración ineludible a la entidad platónica denominada toda la prosa que Efraín Huerta escribió, se hace evidente que carecemos del corpus delimitado correspondiente a esa idealidad. Antes al contrario, la obra en prosa de Huerta se nos sigue presentando a la imaginación —¡y han transcurrido 32 años luego de su muerte!— como una virtualidad inasible cuyos elementos constitutivos reposan o se encuentran ocultos o yacen sepultados (las tres metáforas dramáticas se aplican) en las hemerotecas, a la manera de una entidad ubicua que alternativamente nos representamos bajo los emblemas de la dispersión y de la infinitud.

    Esa observación básica nos obliga a indagar en una consideración que le es inherente: ¿es posible alcanzar el estado de completitud y delimitación ultraprecisa de la totalidad de la obra en prosa de Efraín Huerta, siendo como fueron numerosísimos los textos que en esa categoría escribió, y considerando que son mayoría los que no se han rescatado de sus publicaciones originales, algunas remotas e irrecuperables, y no sólo mexicanas? La respuesta es: probablemente sí, pero sólo tras una labor de investigación que nadie ha dado noticia de haber comenzado.

    Esa pregunta colinda con otra: ¿es deseable empeñarse en lograr la enteridad editorial de los escritos en prosa de Huerta? La cuestión nos sitúa de lleno en la reflexión sobre las obras completas, la cual, aun con las reverberaciones emotivas del centenario, estimo que ahora mismo resulta implanteable, ante dos evidencias: al no contar con el corpus estable y definido al que se hizo referencia, y al no tener una visión precisa sobre la extensión, la vigencia y la calidad de los escritos que en teoría lo integran.

    Hasta donde tengo noticia, en dos ocasiones aludió Efraín Huerta al problema del destino póstumo de los escritos cuya definición editorial no llega a fijar un autor. Esas menciones, hechas en entrevistas recogidas en esta antología, nos hacen pensar que Huerta, en coherencia con su consumada autoironía y con su agudo sentido crítico y autocrítico, no soñó ni llegó nunca a considerar el proyecto de edición de sus obras completas.

    Ajeno yo, como creo que él lo era, al prejuicio de considerar que la reunión integral de la obra de un autor mejora siempre su legibilidad, aumenta su fama o representa el cumplimiento de una deuda moral con el escritor desaparecido, la presente antología ha sido elaborada con la deliberada voluntad de eludir esa discusión y de adoptar una actitud más libre, más práctica y sobre todo más apropiada a lo que podríamos llamar el estado actual de conocimiento y valoración de la obra prosística de Efraín Huerta.

    ¿Y cuál es ese estado? A grandes rasgos, el que se describe enseguida: el de una obra que nadie ha leído hoy, ni nadie leyó completa en el pasado; que nadie ha visto reunida en un solo lugar, para empezar porque aún no se ha logrado establecer con precisión dónde y cuándo se publicó (y dónde y en qué condiciones se encuentra ahora), lo cual implica que no se ha hecho el inventario de los periódicos, las revistas y otras publicaciones en las que llegó a aparecer algún escrito en prosa de Huerta. En Efraín Huerta: Absoluto amor (1984), Mónica Mansour estableció un recuento parcial de veintiún publicaciones periódicas en las que Huerta colaboró, el cual, sumado a los avances de documentación de Raquel Huerta-Nava (aún no divulgados, pero amplios), constituye una guía utilísima. Sin embargo, falta precisar los nombres de las columnas y colaboraciones que en esos medios mantuvo Huerta, pues en ciertos periódicos escribió más de una —por ejemplo en Esto, en el que se sabía que tuvo a su cargo las secciones México Cinema, Cinema reporter y Aquí, y donde Huerta-Nava descubrió una más de título precioso: Polvo de estrellas—. Por otro lado, en concreto sobre los escritos políticos, falta también saber si se reducen a los que firmó con su nombre o bajo seudónimo en una decena de publicaciones (Julián Sorel, Juanito Pega Fuerte, El hombre de la esquina, Juan Dieguito, Roberto Browning, Juan Ruiz, El Periquillo, Loroescucha, entre los que han sido identificados), y falta establecer el periodo exacto de su aparición. Y claro, falta reunir materialmente esos textos: fotocopiados, escaneados, transcritos en Word, en ejemplares originales de los periódicos y revistas donde se imprimieron, en versión mecanográfica del autor, o en cualquier forma imaginable.

    En el Diccionario de escritores mexicanos. Siglo XX, del que son responsables Aurora M. Ocampo

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