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Perseverancia, audacia y valor: Los espías en la historia

Por: Patricia Díaz Terés


“El verdadero valor consiste en prever todos los peligros y despreciarlos cuando llegan a hacerse
inevitables”.
Fénelon
Sin duda alguna, los espías han sido desde hace muchos años un objeto de inspiración
para Hollywood; sin embargo, la personalidad y contextos que han elegido los cineastas –salvo
los directores de cintas basadas en hechos reales- para mostrar el mundo del espionaje, distan
considerablemente de la realidad en los servicios de inteligencia que existen en el mundo.
Así, protagonistas del séptimo arte han sido agencias como el MI-6 inglés, la CIA
norteamericana o la KGB de la ex Unión Soviética; no obstante, James Bond, Ethan Hunt
(Misión Imposible) o Sydney Bristow (Alias) no son imágenes reales de aquellos espías que,
durante años, han arriesgado sus propias vidas para proteger a sus respectivas naciones.
La historia del espionaje es tan antigua que se remonta a los tiempos bíblicos; de esta
manera, se tienen registros de que Moisés envió hacia Canaan un grupo de hombres en labor de
reconocimiento; por su parte Escipión el Africano estableció una red de espías en el ejército de
Aníbal –el líder de los Hunos- para conseguir la victoria. También los griegos, egipcios, romanos
y chinos utilizaron este sistema para obtener información.
Posteriormente, durante la Edad Media y Moderna personajes como Oliverio Cromwell,
Isabel I de Inglaterra, los Reyes Católicos de España y Federico el Grande de Prusia
emplearon la labor de inteligencia –espionaje- para poder planear ataques o estructurar defensas
contra los países enemigos, en una etapa histórica plagada de conflictos bélicos.
Por su parte, el emperador ruso Pedro el Grande, en 1697 fue creador de la
Preobragensky Prikas –la primera red de inteligencia moderna-, con la cual logró infiltrarse en
los ámbitos militar, político y social, con la finalidad de controlar o defender su imperio.
Pero no sólo reyes y emperadores han ordenado estas complicadas misiones; en
ocasiones, familias poderosas han distribuido sus elementos de forma estratégica con fines
económicos, tal es el caso de los Rothschild –banqueros judíos de Fráncfort- quienes durante el
siglo XIX, se establecieron en Londres, París, Viena, Nápoles y su propio lugar de origen, para
obtener referencias político-económicas que les representaran jugosos éxitos financieros.
Misterioso y peligroso como es el mundo del espionaje, no ha sido un terreno prohibido
para las damas; de hecho, singulares mujeres han realizado acciones extraordinarias. De este
modo por ejemplo, tenemos a Virginia de Castiglione quien, durante el periodo decimonónico
ayudó como informante –a la edad de 20 años- a Camilo Benso de Cavour, para lograr la
unificación de Italia; sin embargo a sus 26 sufría ya el rechazo de la sociedad, una vez que su
participación en la empresa de Mazzini y Garibaldi fue conocida, muriendo sola en 1899.
Otra destacada y despiadada fémina en el ámbito fue Elsbeth Schragmüller, una
eminente doctora en filosofía quien, gracias a su inteligencia, habilidad estratégica y astucia fue
puesta a cargo -gozando de un gran presupuesto- de una organización de espionaje en la
Alemania de principios del siglo XX, durante la Primera Guerra Mundial.
Además, a ella se le deben los principios de vigilancia que fueron utilizados a partir de
1918 por todos los servicios de inteligencia a nivel mundial. Estas bases son simples y cruciales
para el agente de campo quien –de acuerdo con Elsbeth- debe haber sido adiestrado en
criptografía, tintas invisibles, comunicación por radio, telegrafía e idiomas, entre otras disciplinas;
estos conceptos están contenidos en un manual para espías escritos por esta temible mujer.
De esta manera, durante el siglo XX los enfrentamientos internacionales fueron campo
fértil para el perfeccionamiento de las técnicas de inteligencia y, durante la Segunda Guerra
Mundial (1939-1945) y la Guerra Fría (1945-1991) principalmente, los agentes secretos fueron
parte fundamental de las estrategias empleadas por los Aliados (Francia, Inglaterra, China, Rusia
y E.U.A) y el Eje (Alemania, Italia y Japón) – en el primer caso- o por el Pacto de Varsovia (Este)
y la OTAN (Occidente) –en el segundo-.
Y es así como durante la Guerra Fría la batalla entre la CIA y la KGB se hizo cada vez
más cruenta; siendo para ellos uno de los retos más importantes, el flujo de agentes y desertores
a través del temible Muro de Berlín –o Cortina de Hierro-, esa estructura monumental que
aislaba del resto del mundo a la parte oriental de la ciudad alemana, con sus 155 km de largo y
3.60 m de altura, con 302 torreones de vigilancia, y que habiendo sido construido en 1961 –y
derribado el 9 de noviembre de 1989- fue testigo de incontables actividades de espionaje, 190
asesinatos y más de 8 mil intentos de escape –éxitos y fracasos-, mientras vigilaba –o impedía-
la afluencia entre este y oeste.
De extraordinarias capacidades como son normalmente los agentes de campo, en
muchas ocasiones los servicios de inteligencia prefieren utilizar personas comunes en sus
acciones, como fue el caso de Judy Coplon, una joven norteamericana quien, durante toda su
vida fue destacada en sus estudios, llegando incluso a ser editora del Barnard Bulletin del
Barnard College. Inteligente pero poco hábil en cuestiones sentimentales, trabajadora y capaz,
siempre mostró cierta tendencia a favor de la U.R.S.S.; sin embargo su eficiencia y aptitudes la
llevaron a trabajar para el Departamento de Justicia estadounidense.
Habiéndose convertido en la especialista número uno en asuntos comunistas, el FBI
comenzó a sospechar de ella, por lo que intervino las líneas telefónicas por ella utilizadas; estas
investigaciones llevaron a los federales a detener a Judy, acusándola de pasar información
confidencial a los comunistas, por lo que fue detenida y relevada de su puesto.
Así, los espías reales poco tienen que ver con la ficción de novelas y películas; de hecho
un espía como James Bond sería capturado rápidamente, ya que infringe varios principios
básicos como el hecho de que un agente no debe cargar armas, para evitar portar evidencias que
lo incriminen; además debe pasar inadvertido –no destruir ciudades con la ayuda de un tanque-
para llevar a cabo con éxito su misión. De hecho, existe el caso de un agente norteamericano
que, durante la Segunda Guerra Mundial, pasó año y medio como elevadorista hasta que logró
coincidir con el líder de una organización nazi en E.U.A., pudiendo finalmente infiltrarse en el
grupo con lo cual, gracias a su paciencia, se evitó el asesinato de Roosevelt, la destrucción del
Canal de Panamá y el sabotaje de varias fábricas.
Valientes, inteligentes, astutos y atrevidos, pero también cautelosos, metódicos e
invisibles, así son los verdaderos agentes secretos que sacrifican su vida en un intento por
defender a su país, haciendo todos ellos honor a la frase de Henry Austin que dice: “El genio,
ese poder que deslumbra a los mortales, no es a menudo más que la perseverancia disfrazada”.

FUENTES:
“La Guerra Secreta”. Aut. Sanche de Gramont. Ed. Bruguera S.A. España, 1963.
“Historia del Espionaje”. Aut. D. Pastor Petit. Ed. Aymá. España, 1967.
“La Actual Guerra Secreta”. Aut. Pierre Nord y Jacques Bergler. Ed. Plaza y Janés. España, 1872
“El Muro, 1989-2009”. Revista Proceso, edición especial No. 27. México, noviembre 2009.

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