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Las políticas de gestión de calidad en las instituciones públicas son una necesidad
insoslayable para lograr el tan anhelado desarrollo social y económico del país. Sin
embargo, no se trata de ejecutar por ejecutar, sino de hacerlo de forma lo mas científica
posible, haciendo una adecuada identificación y/o diagnóstico de los procesos que
intervienen en la prestación del servicio. Desde el eslabón mas aparentemente ínfimo
hasta el mas importante en la cadena.
Estamos claros de que las necesidades del ciudadano son cada día más apremiantes y la
capacidad de respuesta de las administraciones se lleva a cabo en un contexto cada vez
más complejo desde la perspectiva de la limitación de recursos y desasosiego social,
político y económico a nivel nacional e internacional.
No podemos dejar de reconocer que los directivos públicos actúan y se ven abocados a
tomar decisiones en un entorno turbulento y de una complejidad latente, por la
limitación de recursos que ya hemos mencionado, los intereses sociales y políticos
involucrados, los legalismos y la jerarquización. Sin embargo, lo anterior no es óbice
para que se lleven a cabo iniciativas que allanen el camino para una perspectiva
sistémica en el abordaje del tema de la calidad de los servicios públicos.
Sistémica, considerando, que se trata de lograr una visión estratégica, global e integrada
del funcionamiento de las instituciones públicas en Panamá y hacer los ajustes
pertinentes no solo a nivel técnico, sino también a nivel de los sectores de la sociedad
civil involucrados, llevando acabo una investigación integral desde el punto de vista no
solo económico, sino social, ya que debemos reconocer que sobretodo en países como el
nuestro, la valoración de la prestación de un servicio depende en ocasiones de aspectos
mas pasionales que científicos, lo cual a la postre nos genera certidumbres políticas,
pero incertidumbres sociales.
Hoy por hoy, existen instituciones públicas que responden a normas de calidad en el
servicio que prestan a los ciudadanos. Sin embargo, estas políticas que propenden a la
creación de valor agregado en lo público, deben pasar de ser la excepción a constituirse
en la regla para los directivos públicos que asumen la dirección de una institución
pública.
En este sentido, creo pertinente acotar que decisión pública y decisión política son dos
supuestos distintos, que si bien es cierto se concatenan en la mayoría de los casos,
marcan la línea dependiendo de su chispa generadora, ya que no es lo mismo una
decisión pública cuya génesis es un interés político coyuntural que una decisión pública
con un impacto y con un manejo político para su concreción.
Debemos claro, considerar que la deficiente calidad de los servicios que se nos brindan
no es responsabilidad necesariamente exclusiva de los funcionarios públicos, sino
también de un sistema que promueve, avala y aupa la mediocridad, corrupción y sobre
todo la indolencia por encima de la excelencia en la prestación de los mismos.
Tanto para quienes estamos familiarizados a nivel técnico con el tema, como para
quienes lo evalúan como meros observadores, la conclusión es obvia, demandamos
calidad en los servicios que se nos ofrece (salud, transporte, educación, vivienda,
seguridad, etc. ) aspiramos al bienestar y seguridad que provee una administración
organizada, estratégica en sus decisiones y sobre todo que respete nuestra dignidad
humana y nuestros derechos humanos fundamentales y es mediante una cultura que
privilegie la calidad por encima de otros criterios que se podrá entender en un sentido
mas amplio el verdadero concepto de modernización institucional.