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ÍNDICE
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN........................................................................................................1
I. LA “APERTURA” DE LA CIENCIA.............................................................3
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PRÓLOGO
Novedad, porque partiendo de textos tan antiguos como relevantes, cual la obra cumbre de
Friedrich Nietzsche, “Así habló Zaratustra”, acaba negando, tras la exposición de ciertas
ideas filosóficas, lo que se afirmaba en la obra de Nietzsche: la muerte de Dios.
Con relación a la oportunidad del ensayo, nos alegra comprobar el cariz más positivo que
empieza a abrirse en la opinión pública acerca de estos temas, que ha llegado hasta el
mismo frontispicio de la ciencia, prueba de ello es la obra del astrofísico Hubert Reeves,
“Malicorne”, cuya referencia ocupa el primer capítulo del presente ensayo: “La apertura de
la ciencia”.
El grueso de las ideas filosóficas que enmarcan o forman la base de esta nueva teología
aparece en el capítulo II, que tiene la particularidad de estar escrito en la secuencia justa en
que se concibió.
Por último, el capítulo III de la breve obra invita a la colaboración, tanto de las diversas
culturas y religiones, como de los filósofos en la completa elaboración de la teología. Es un
capítulo que finaliza con ciertos tintes poéticos.
Esperamos que estas escasas palabras del texto sirvan de acicate al lector en la búsqueda de
nuevas actitudes, nuevos caminos, nuevos anhelos, en fin en ese gusto por lo inédito, lo
sustancialmente misterioso pero atractivo en lo que se esconde lo más genuinamente
humano, que fecunda y da sentido a toda nuestra existencia.
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INTRODUCCIÓN
(Friedrich Nietzsche: “Así habló Zaratustra”. Discursos de Zaratustra. Primera Parte. Las mil metas y la única meta.)
Creación “a partir” de la Nada significa una metamorfosis hacia una Nada evolucionada.
Un simple proceso o transformación va de la Nada al Ser, así que desde este punto de vista
aparecen identificados. Por ello son tan incomprensibles para nuestra inteligencia Dios
como la propia Nada, consecuencia de esa verdadera identificación “sustancial”. La
imaginación en su infinitud se introduce en los arrabales de Dios. La simplicidad tan
extraordinariamente “básica” de la Nada, de aquella forma, es lo mismo que la infinitud
inabarcable de nuestra imaginación.
El misterio de la Creación desde la Nada (la anulación absoluta), se despeja en cierto modo
si “el proceso” se aborda el revés: ¡la infinitud de opuestos complementarios (la infinitud de
las “formas” de los seres) se “autoanulan” en dirección a su origen, La Nada! Para ello,
simplemente se cambian las infinitas perspectivas (subjetivas) de cada ser, por una única
(cualquiera desde la que se vean dichos seres como un “conjunto” – es como si dicho
“conjunto” pudiera ser desplazado de un “punto a otro” cuando, por el contrario, las
múltiples perspectivas significan una “radicación”, una fijación de los seres en algo
inamovible y único, que corresponde a la “perspectiva subjetiva” de cada uno de los seres,
puesto que cualesquiera desplazamientos o movimientos podrían como máximo
“conservar” o “reubicar” algún ser pero no todo el conjunto).
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mismo! Por el contrario, en la perspectiva objetiva, sistema de coordenadas (universo),
cierto “movimiento” hace posible ese proceso de transformación de los elementos
(opuestos complementarios) en la anulación total: la Nada.
Así, vemos que son absolutamente “admirables” tanto el cenit de la Creación, Dios, como
la arcilla base de la misma, “el caos de la Nada”. Ambos encierran en sí: el segundo una
“infinita potencialidad”; el primero una “infinita” realidad. Son como una gigantesca
dualidad: Potencia (Nada) y acto (Dios).
Ahora bien, ese proceso de Creación está construido sobre la libertad de los seres, el
“esfuerzo” de cada uno de ellos en su autocreación y los lazos “amorosos” que sostienen
todo el “conjunto”. Y ponemos comillas en “conjunto” por sus características “sui géneris”,
pues todos y cada uno de los elementos se “autosostienen”: no puede faltar ninguno (ni su
propia “perspectiva subjetiva”) para que dicho “conjunto” (Cuerpo Místico) siga siendo tal.
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I. LA “APERTURA” DE LA CIENCIA
(Ideas básicas de Hubert Reeves de su obra: “Malicorne. Reflexiones de un observador de la naturaleza.”)
Según Piaget (1960) la “escala de los conocimientos” de Augusto Comte habría de ser
reemplazada por la “serpiente de las ciencias” que representa el hecho de que las diversas
disciplinas científicas se apoyan unas en otras – la psicología en la bioquímica, que
descansa sobre la química, la que a su vez se apoya en la física y ésta en la matemáticas y la
lógica- como una serpiente que se muerde la cola, o sea, una especie de cadena cerrada
donde cada una de las ciencias es un eslabón.
Este círculo de las ciencias indica los límites del método científico, pues éstas se apoyan
unas sobre otras, funcionando como un “medio cerrado”. Por eso Reeves se pregunta:
¿Cómo, por tanto, podrían pretender agotar la realidad y hacer inútil cualquier otro enfoque
del mundo?
Hubert nos dice, hablando acerca del psicoanálisis, que en vez de comprender cómo nace el
pensamiento racional, es mejor preguntarse dónde nace, lo que nos sumerge en las aguas
del “inconsciente”, donde se encuentra “la fuente común de la lógica y de la poesía...”
Según él, Freud encuentra bajo la conciencia los instintos primordiales de la vida animal
(agresividad, sexualidad, etc.) “Lo dicho encuentra su fuente en lo no dicho”. Detrás de la
actividad humana se entrevé la realidad del deseo, un deseo imposible de saciar y que está
inscrito en la raíz de las emociones, en lo más profundo del ser.
Reeves nos recuerda la frase de Wilhelm Reich: “No tenemos un cuerpo, somos un
cuerpo”(*). Por ello nos recuerda la necesidad de “reconciliarnos” con nuestro cuerpo, dada
la primacía del cuerpo real.
La belleza como experiencia del mundo, implica tanto la realidad exterior como a aquel que
la percibe, y se cimenta en ese territorio intermedio del psicoanalista.
Para Reeves, el discurso científico hace una utilización “fría” del lenguaje, mientras que el
poeta desvía los conceptos de su papel, con lo que aparecen “emociones desconocidas”, una
nueva experiencia del mundo. “La poesía es un sendero diferente hacia el magna oscuro de
la realidad”.
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Considera Reeves que para obtener una visión global, para abarcar la totalidad de las
facetas de un tema, el lenguaje poético es “mucho más eficaz”. Nos traslada palabras de
Michèle Lalonde: “La realidad no puede ser reflejada por la palabra... [ es] indiferente al
Logos”.
Para Reeves (**), el caos así como la nada también escapan a toda inteligibilidad. Cree que
la sola racionalidad es insuficiente para transmitirnos la sustancia.
Así mismo reitera las palabras de Wittgenstein: “El universo es el conjunto de lo que
ocurre”.
Reeves cuenta que el “momento presente” (***) ha planteado serios problemas a los
científicos, mas hoy se está en condiciones de apreciar la importancia del “momento”, con
su imprevisibilidad, con su sustancial libertad.
Para Reeves hay un concepto fundamental en todo esto: “el horizonte predictivo”. Y lo
define como: “la duración temporal más allá de la cual, en un contexto dado, no es posible
prever nada ni afirmar nada”.
Por todo ello, el universo sería como “la paleta de un pintor imaginativo que se afana
continuamente en producir efectos inéditos”.
Reeves nos dice que ahora se comprende mejor los roles de la expansión del universo y los
horizontes predictivos en el desarrollo de la “complejidad”. Las esperanzas de libertad que
suponen los horizontes predictivos serían destruidas por los equilibrios que reinan en un
mundo estático, mas el enfriamiento cósmico, al engendrar situaciones de desequilibrio, sí
pueden conducir a algo nuevo. Y es que la reversibilidad del tiempo de la física es tan solo
una aproximación, válida únicamente para períodos cortos.
Reeves sigue diciéndonos que cada “hoy” se compone de acontecimientos nuevos que están
marcados por el pasado, pero que no están “determinados” (en su totalidad) por éste.
Para que aparezca una “propiedad emergente” (****) se requiere un elemento crucial cual
es un “espacio de libertad”, en donde azar y necesidad “puedan encontrarse y fertilizarse”.
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Vuelve a reescribir las palabras del biólogo Jean Dausset: “La naturaleza no habla; es el ser
humano el que habla”. (El hombre “otorga una voz a la naturaleza”).
Reeves nos dice que la ciencia no es una creencia. Precisamente la enseñanza de las
ciencias conlleva inculcar en el alumno el espíritu crítico, marcado por el escepticismo y el
rigor.
Así como la ciencia no es una creencia religiosa, Dios tampoco es una hipótesis científica.
La ciencia no tiene interés por el problema de los “valores”, puesto que carece de juicios
morales (bien y mal). En fin, la preocupación de la ciencia es la adquisición de los
conocimientos como tales, con indiferencia de su “significado” para nosotros. La religión,
por el contrario, es el “terreno de la interpretación de la realidad en relación con nosotros”
(situación y comportamiento).
Cada religión (*****) posee una “historia santa” que los no creyentes denominan
“mitología”. Esta historia santa es el marco en el que la vida adquiere su sentido, y del que
emergen la sabiduría y moral específicas de cada religión.
Según Reeves, otra causa de conflicto entre ciencia y religión, es la confianza excesiva en
el “poder del pensamiento conceptual como norma del universo”. (Habría una “verdad
absoluta” expresable en conceptos claros, nada ambiguos).
La actividad religiosa es una reconstrucción del mundo, como la ciencia y el arte, y ofrece
la posibilidad (aún con su variedad) de integrar en un marco coherente todos los
acontecimientos de la vida, con lo que se palía en parte la “angustia de la muerte”. Al
mismo tiempo, es totalmente inepta para describir cómo está hecho el mundo. La
“sabiduría” de cada religión (no ciencia, ni filosofía) se refiere a facetas diferentes del
misterioso universo (aspectos ocultos de la realidad), y utiliza un lenguaje “simbólico” que
le es propio en el que las palabras no son “vectores de información precisa” (ciencia), ni
fuentes de emociones (poesía), sino símbolos que vinculan con un mundo desconocido.
Nos dice Reeves que contrariamente al llamado “vacío físico”, la nada (******) metafísica
“se considera como verdaderamente vacío”. No implica tiempo, ni espacio, ni siquiera el
previo reino de las leyes de la física. “La nada no es nada...”
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Reeves cita a Sartre: “No es el ser quien surge del fondo de la nada, es la nada la que es
pensada – en tanto que es pensada- sobre el fondo del ser”.
Notas:
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II. NUESTRA SECUENCIA DE DESARROLLO CONCEPTUAL
La “anatomía del ser” nos enseña que su representación es como una especie de círculo en
el que el centro está “ocupado” por el ser más íntimo y la circunferencia exterior la
“frontera” del ser. Frontera que “pertenece” al ser, pero que no es su “verdadera”
naturaleza, puesto que realmente esta frontera o envoltura sigue siendo, aún,
espaciotemporal al estar definida por el “presente” (***) de cada “fase” del universo
(bipolaridad del ser). Esta bipolaridad nos da la clave para comprender, en cierta manera,
cómo se constituye el ser. (Nos referimos al verdadero ser (atemporal) – el situado en el
centro del círculo, “fuera del espaciotiempo”).
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universo, “la impronta del tiempo”.
La Creación, la autocreación de los seres, es monopolio exclusivo del tiempo, del proceso,
de la vida (que conocemos). Aquella frontera (ventana) que rodea al verdadero ser, es la
“envoltura” imprescindible para el crecimiento del ser, para su autocreación. La “materia”,
pues, es la “matriz del ser”; gracias a ella el ser (la misma Nada) puede “remontarla”,
superarla, pudiendo escapar de ella: haciéndose a “sí-mismo”.
El tiempo marca la “etapa de construcción o creación del ser”. (El tiempo que “dura la
vida” de cada individuo). A su óbito, el ser de cada individuo queda totalmente
“configurado”: ¡el ser ya es! (como “siempre” será). La importancia del tiempo como el
“medio indispensable” para la Creación queda plenamente justificada.
La “relación” entre los seres, ya sin la “envoltura” externa, sólo puede ser de “corazón a
corazón”: del ser puro como tal, al otro ser puro ( que, entonces, son exactamente lo que
“parecen” –no tienen “parapeto”, frontera, envoltura tras la que “esconderse”). El ser ya no
“mira” (a través de la ventana, pues no la hay): el ser “ve” (no hay dirección hacia fuera o
hacia adentro). El ser “siente” a los otros seres (no hay dirección, ni tiempo en el que
“encasillarlos”).
Pero el ser lo es cuando “asume su naturaleza”, para lo cual debe reconocerse previamente
en el exterior; la representación ha de corresponder al reconocimiento del sí-mismo en el
exterior. La representación, pues, de esa representación del sí-mismo procedente del
exterior constituye la “verdadera naturaleza del ser”. Y eso constituye la “asunción del sí-
mismo”, la aceptación de tal. Es , pues, una representación asumida, que lo es simplemente
por el “mecanismo preciso” para ello, que es la “salida” desde el centro a la búsqueda de la
representación de uno mismo. Esa búsqueda es en sí mismo, una “asunción” en el siguiente
movimiento hacia nuestro interior (sólo “se trae” lo que se “acepta”, lo que se “asume”).
Las “cualidades” del ser más íntimo, de acuerdo con la exposición anterior, deben ser:
“estructura” sin forma (la forma es pura materia) dentro de su simpleza y unicidad;
capacidad “determinada” (prefijada según su naturaleza) para el gozo (captación de
“ciertas” sensibilidades); felicidad por la asunción del propio ser (lo único que en realidad
ansía el ser); pérdida del sentido del tiempo (“siempre es”, sin altibajos; sólo vive en el
Presente continuo que no precisa para nada del tiempo, del que es hijo el cansancio o
aburrimiento – en un mundo en que hay altibajos, procesos, la impasibilidad equivale a una
“muerte) y comunión con el Cuerpo Místico – formando el Ser múltiple de la Criatura
Suprema – aunque conservando su “personalidad”, su individualidad.
La “estructura” del ser guarda las “semejanzas” de la “estructura material” del individuo, si
bien sublimada (sin dimensiones espaciotemporales). Es tan íntima la relación entre ambas
estructuras que “se identificarían” sino fuera por la “voluntad del ser” que “reside” en la
primera “estructura” y la atemporalidad de la misma que hace acceder al ser a la eternidad
(no como duración infinita, sino como intemporalidad).
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B. La “partícula de la Nada”
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Continuando con la búsqueda de la posible “sustancia” donde reside el ser (inmaterial), con
capacidad de sentir (percibir la sensación), recabamos en el concepto de “la partícula de la
Nada”, expresión utilizada de forma práctica para establecer el “origen” del ser o ente. Al
final, caemos en la cuenta de que la Nada no es esa especie de espacio en el que cada punto
(de dimensiones insignificantes, es decir, tendentes a cero) se identificaría con esa partícula
de la Nada.
La pura Nada se configura, pues, en sus componentes o partes, como la verdadera esencia
del ente o ser , ahora bien, en cuanto “aparece” en ella la subjetividad del pre-ser o pre-
sujeto. Y nuevamente, hablando con propiedad, no es la mera Nada (en conjunto, en su
forma de caos total, sopa de la suma borrosidad de los opuestos complementarios
imaginables, cuyo resultado es la “pura anulación”, la Nada) la esencia del ser, sino en
concreto la partícula de la Nada (definida como lo hemos hecho anteriormente), que ya si
posee la subjetividad del pre-ser o del pre-sujeto. Así que, a la aparición de esas partículas
de la Nada es cuando acaece la “incrustación” de los complementarios agrado-desagrado en
aquellos, lo que significa la aparición del sujeto y el desarrollo del ser. Por consiguiente, en
este sentido la mera Nada (en forma de partículas) posee la “potencia” del sentimiento,
desde el mismo instante que la Nada dejó de ser el caos primordial original. Y esto es así
porque la Nada en ese caos primigenio era indiferenciada, no tenía forma, ni estructuras, ni
cualquier cosa que significara la más mínima “información”.
La aparición de la información, que suponía las primeras estructuras (formas), hace posible
la aparición paralela de las primeras partículas de la Nada, con su significado de pre-sujetos
o pre-seres. Es decir, la información, la aparición de la objetividad (entendimiento,
inteligencia, etc.), es paralela y está indisolublemente unida a la aparición de la subjetividad
en dichos pre-sujetos o pre-seres. Pero la esencia misma del ser, en su objetividad, en su
sensibilidad, no radica en sustancia alguna; es una propiedad primaria que hunde sus raíces
en la misma Nada, cuando no había información, ni entendimiento, algo incomprensible
para la mente, puesto que la esencia se remonta al “mismo origen”, y por ello es anterior al
mismo entendimiento: ¡y esa es la esencia misma de nuestro ser, de nuestra vida!
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Sólo nos queda decir que después de lo expresado, la Nada en ninguna forma es un ser,
debido a su ausencia total de información, que no posibilita subjetividad alguna
(imprescindible para que pueda ser considerada ser o sujeto). De esto mismo se deduce que
la máxima subjetividad del Ser Supremo configura o hace posible la formidable potencia de
su ente: ¡es el sujeto por antonomasia!...Pero, esas extraordinarias cualidades de dicho Ser
Supremo ya se hallaban pre-existentes en la Nada del caos original (aunque aotoanuladas
entre sí – “sopa” de opuestos complementarios). No obstante, la evolución hacia la
subjetividad máxima, a todos los efectos se muestra cual una sorprendente Creación: ¡ la
del mismo Dios! (*)
(Nietzsche: “ Así habló Zaratustra”. Discursos de Zaratustra. Primera Parte. Los que desprecian el cuerpo)
Los complementarios agrado-desagrado (en su forma mucho más evolucionada que supone
el bagaje de sentimientos posibles de la criatura humana) pueden ya aparecer en nuestro
cuerpo, y con ello nuestra pre-individualidad, el germen de nuestro yo... No hay sustancia
etérea que configure nuestro espíritu; la Nada, en su aspecto corporal (cuerpo) está
“esencialmente” dotada de la posibilidad de sentir (algo que se remonta al mismo caos
primordial del principio de todos los tiempos). Y lo que acabamos de decir para el hombre,
es del todo semejante para los animales, los seres animados y hasta la misma materia
inerte... Si queremos expresarlo en otras palabras: La “vida” (considerada en el sentido más
amplio posible) es una propiedad más de la materia (una “propiedad emergente” asociada a
la complejidad).
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Hay un paralelismo entre complejidad, el bagaje de sensaciones-sentimientos y el grado de
libertad, por lo que por la ley complejidad-conciencia, en sentido general, todos los
“elementos” anteriores se incrementan con el tiempo. Ahora bien, el grado de libertad con
sus tendencias “a favor” y “en contra” abre un abanico de posibilidades o formas de acción
que “influyen” de forma especial sobre la construcción de la naturaleza del ser (porque la
“acción” interviene decisivamente en la propia construcción del ser).
Todo lo anterior, especialmente lo último, aconseja cambiar el esquema del Cuerpo Místico
propuesto en obras anteriores, puesto que la estructura piramidal no tiene en cuenta el
factor añadido significativo reflejado por el grado de libertad. También sería conveniente
fijarse en el hecho de que la “economía” de la naturaleza ( la idea de que la naturaleza
cuando “produce” algo es por una razón bien fundada) aconseja un paralelismo entre el
grado de libertad y las “sensaciones-sentimientos” percibidos en el interior del ser, lo que
podría expresarse como: “El ejercicio de una libertad mayor requiere la posesión de una
intensidad mayor de la sensación-sentimiento”.
Tendríamos que hacer un nuevo esquema o representación de dicho Cuerpo Místico basado
en una bidimensionalidad, es decir algo así como una superficie. Una de las dimensiones de
dicha superficie sería la complejidad (con sus “magnitudes” paralelas, grado de libertad y
bagaje sensaciones-sentimientos), la otra el “movimiento” (la acción) hacia (en pos de ) la
Criatura Suprema, que podría ser también de alejamiento, lo que se interpretaría como un
“movimiento hacia adentro” – una especie de distancia negativa que produciría un área
negativa. La representación general del Cuerpo Místico sería un círculo de radio infinito
que “encerraría” dentro a todos los demás seres.
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“amor” que le “ancla” a la criatura humana). Y podría ser así a semejanza de la misma
Criatura Suprema, que realiza una elevación del nivel de nuestra naturaleza humana (por
Amor) hasta llegar a confundirnos (hacernos) con la propia Criatura Suprema.
(Nietzsche: “Así habló Zaratustra”. Discursos de Zaratustra. Tercera Parte. La virtud que empequeñece.)
El Amor sería la “catapulta” del ser poco complejo (la misma Nada) en una especie de
“Noosfera” con el ser humano. A su vez, el Amor “eleva” a los seres anteriores hasta la
presencia del mismo Amor, hacia una identificación denominada Cuerpo Místico.
El Amor, pues, es la argamasa del propio Dios; es la potencia que pone “una dirección” en
la Nada, que crea al propio Dios.
El esquema anterior del símil de la superficie (círculo) es una simple guía para nuestro
entendimiento, además bastante vaga, pero que permite una cierta intuición de algo que nos
sobrepasa desde todos los sentidos, puesto que es la pura inteligencia de Dios.
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7. “Quiero enseñar a los hombres el sentido de su
existencia, que no es otro que el superhombre,
el rayo que surge de ese oscuro nubarrón al
que llamamos hombre.”
La característica principal de este estadio es, pues, su labor de interconexión entre la Nada
y Dios (esos dos “mundos” llamados a grosso modo: materia y Espíritu). Y es que las
criaturas que habitan ese estadio se mueven entre los dos “polos” anteriores. La
“naturaleza” de las mismas (una vez “desarrollada” completamente al final de sus vidas) se
“coloca” en “subniveles” muy variables dentro del Cuerpo Místico, pero con la
particularidad de que “todas ellas” están conectadas, por sí mismas, a través de aquel
“cordón umbilical” al primer estadio de la Criatura Suprema.
D. La evolución quebrada
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Es preciso no pensar en “temporal” sobre el tema metafísico que nos preocupa. Hay que
desterrar de una vez por todas estos planteamientos. Y es que todo da vueltas alrededor de
la cuestión del azar. No es que “por azar” acaezca algo y “seguidamente ya se produce” el
proceso subsiguiente que origina tal o cual efecto. De esta forma queda construida una
especie de cadena que, con los planteamientos acerca de la “intrusión” del futuro en el
presente y el pasado, crea un círculo vicioso (la paradoja del huevo y la gallina).
Lo que sucede ciertamente es que “acontece algo por azar”, pero ese algo es ya “toda la
historia”, toda la película. La “historia” o “secuencia” de acontecimientos “puede acaecer o
no”. Si es no, nada sucede: la Nada permanece en su estado caótico y desordenado. Pero si
se produce el cambio (por azar) no “sólo es de algo”, de un suceso puntual: ¡lo es de la
secuencia completa, de todo el fenómeno!... Y el fenómeno comprende, también, la
influencia del futuro (la Criatura Suprema) sobre el inicio... Y es así, porque todas las
“secuencias” del proceso o la “historia” son insustituibles y únicas en sí como los eslabones
de una cadena, en donde la falta de uno solo de ellos la hace desaparecer, “evanescerse”.
¡El cambio en la Nada caótica produjo de inmediato eso tan infinitamente intrincado y
maravilloso que es Dios!.. ¿Qué es, pues, la historia evolutiva que observamos?.. ¡Es
simplemente nuestra “visión” del “proceso” de la historia!: ¡La visión de un ser temporal!..
Si no estuviéramos montados a caballo de la dimensión tiempo, sólo observaríamos un
magnífico Cuerpo Místico en el que cada ser ocuparía su lugar definido por su estado
evolutivo (complejidad), junto al grado de “voluntad” (y esfuerzo) en referencia a la cima
de dicho Cuerpo Místico (Dios).
El error de apreciación que se observa en alguna de nuestras obras anteriores habría que
achacarlo a la preponderancia que dimos a la pura evolución, en esa suerte de camino o
progresión hacia la complejidad. Ese espejismo fue el resultado de nuestro estudio sobre la
fase o estrato inferior del Cuerpo Místico, el de los niveles (complejidad estructural)
inferiores al del ser humano. Y es que en este estadio la preponderancia de la evolución es
de una nitidez casi absoluta. Mas, este hilo conductor queda resquebrajado claramente al
llegar a la criatura humana, donde el Norte de la Criatura Suprema aparece en todo su
esplendor: ¡El hombre ya no puede ser indiferente a su llamada, debe elegir entre esa visión
celestial y él mismo, la Nada que habita en nuestro propio interior y que extiende sus
tentáculos sobre todo lo que nos rodea! La evolución, entonces, “rompe” su clara línea
hacia la complejidad, puesto que nacen otras “vías” que la “distraen”: ¡es simplemente la
aparición de otra fase u otro tipo de “estructura” en el Cuerpo Místico!.. De cualquier
forma, la “argamasa” de todo el Cuerpo Místico de “arriba abajo”, de “lado a lado”, sigue
siendo el Amor.
Dijimos que el estadio más elevado era el de la “sustancia divina”, producto exquisito del
alambique de los dos estadios anteriores. La Nada quedó atrás, entre los posos exprimidos
al máximo. ¡El Cuerpo Místico “rezuma” Amor y se sublima en el cenit, sublime cima en el
orden de criaturas que comprende!
De la Nada salió Dios; se creó Dios sin más. Sólo hubo dos etapas: la Nada caótica e
indiferenciada y el Dios infinito, uno y múltiple, el Supremo orden. Una da lugar al Otro (a
esto se ha denominado siempre su Creación): Pudo haberse creado o no, pero su formidable
presencia indica la primera posibilidad: ¡una vez que sucedió, el resultado es la
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magnificencia observada!.. ¿Hijo del azar tal vez?.. Quizás, pero de un azar supremo, que
abarca en “bloque” la totalidad del tiempo.
El ser no es hijo de la materia. Es más bien hijo de la Nada, puesto que la materia es la
“decantación objetiva de la Nada”, y el “espíritu” del ser es la decantación de la Nada en
pura subjetividad, interioridad, que “produce” el sentimiento. De la Nada, pues, procede
información (materia) y sentimiento (representación), que son los verdaderos modeladores
del ser.
En la Nada caótica “no hay tiempo”. En “su transformación”, Dios, tampoco; en su Cuerpo
Místico, pues, el tiempo no ha lugar. Por consiguiente, esta última está constituida por seres
con una “naturaleza plena”, es decir, completamente configurada (fuera ya de la vida
conocida que es dominio del tiempo).
¡La primera “imagen” es el caos más absoluto; la segunda el formidable orden del Cuerpo
Místico, la Nada “sumamente organizada” que es el propio Dios! Es como si sólo hubiesen
dos “cuasiestados”: La Nada caótica y el Supremo orden. El “instante” del Azar excelso
que los separa, es el dominio de todo el proceso, el movimiento, la evolución con sus seres
como “hijos todos ellos del tiempo”.
La apariencia es de un baile entre una Nada caótica y una organizada. Las maravillas de la
segunda son el simple resultado de una “dirección única” implantada en la primera, que de
esta forma rebela los tesoros que en realidad encerraba. Un símil material podría ser el
mismo láser, cuya formidable fuerza radica en el “acompasamiento” de sus ondas con la
consiguiente potenciación máxima, todo lo contrario que acontece en la composición de
ondas totalmente desfasadas con la anulación resultante, que puede llegar a ser total.
Así que detrás, o en el interior de todo ser vivo no anida otro tipo de materia o sustancia
distinta de la del cuerpo. No existe tal; no se encuentra nada: ¡el único que encuentra,
mejor, “siente”, es dicho ser vivo!.. Es “algo que se lleva” pero que no se ve, y menos desde
el exterior (observador extraño) ¡No hay “sustancia”, su lugar lo ocupa la sensación y el
sentimiento! La materia es puro dominio del tiempo; este último es consustancial con ella.
Fuera del tiempo (muerte del ser vivo) sólo puede conservarse, pues, “lo otro”, lo no
material.. ¡El alambique material decanta su bien más precioso, la naturaleza del ser!.. que
es, pues, una amalgama de sensaciones y sentimientos, desprovistas ya de toda “alusión
temporal”.
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El alambique material, por consiguiente, destila el ser a partir de la materia prima Nada. El
resultado es una Nada “orientada”, que es un ser surgido, si puede expresarse así, por
“autocreación”.
(Nietzsche: “Así habló Zaratustra”. Discursos de Zaratustra. Tercera Parte. La virtud que empequeñece.)
Si analizamos más en profundidad los estadios más bajo (3º) y el intermedio (2º), en
principio parecen tener la misma estructura, en el sentido de que la naturaleza del ser se
“constituye” a lo largo de las “elecciones” entre esa lucha de intereses que representan las
distintas tendencias (o instintos) que operan en el interior de cada ser vivo; las distintas
“elecciones” “construyen” la naturaleza del ser. Así que, sólo es el tipo de tendencias que
“tiran” del ser las que definen esos 2º y 3º estadios. Nos explicaremos.
En el tercer estadio, el más básico, son los puros instintos, en la acepción más común, los
que imperan en el ser vivo. Estos instintos tienen como denominador común el que “velan”
por la conservación de la vida (física) del individuo. Hay distintas elecciones y tendencias,
pero todas inciden positivamente y casi exclusivamente en la conservación de dicho
individuo (al menos de los genes propios –recordemos en este punto la polémica del “gen
egoísta”).
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y la Nada.
Con este estadio aparece la “orientación de la Nada”. Esta última se “estira”, cada vez con
más fuerza, en dirección al polo norte divino del Ser Supremo. La complejidad-
individualidad progresiva, con sus crecientes grados de libertad, puede elegir orientarla con
más o menos fuerza en el sentido anterior. Pero esa orientación hacia el polo norte divino
sólo se hace “consciente” a partir del hombre, por eso la “libertad en su pos” sólo puede ser
“autoasumida” en ese nivel, en un proceso de “reflexión”. En niveles inferiores ese impulso
u orientación es “inconsciente” (al menos para cada ser individual); es por ello por lo que la
criatura humana debe “colaborar” con el Ser Supremo “empujando” a esos seres inferiores
a ocupar el “puesto” que les corresponde en el Cuerpo Místico completo. La vía es la
potenciación de la argamasa de dicho Cuerpo: el Amor.
“Los tentáculos de Dios, pues, se extienden hasta el mismo origen, pero sólo es a partir del
hombre en que se ven reforzados (o no) por la voluntad consciente de otras criaturas”. En
este sentido el hombre es colaborador de Dios: ¡sus verdaderos hijos! (También el mismo
Dios, a su vez, es heredero del hombre –Ver el “Parto de Dios”, obra del autor).
(Nietzsche: “Así habló Zaratustra”. Discursos de Zaratustra. Segunda Parte. En las islas afortunadas).
Y es que existe un continuo “trasiego” en todos los sentidos, de abajo a arriba y de arriba
abajo. También en cada nivel. ¿Y trasiego de qué?.. De muchos sentimientos y emociones,
pero fundamentalmente Amor: ¡El Amor es la esencia de la vida!.. Amor hacia sí mismo;
Amor hacia los demás. ¡El Amor sustenta al ser!
Por Amor la Nada “se orienta”. Por Amor la Nada se hace ser. La Nada amorosa es Ser. El
ser sin Amor desciende a la Nada. El ser en el tiempo es la vida. El Amor en el tiempo es
sentir. “El Amor es el ser”. “La vida es sentir”. El Amor sin tiempo (eterno) es el propio ser.
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¡ Alimenta el Amor, crearás vida!
Para nuestros propósitos sustituiremos los conceptos “necesario y suficiente” por “potencia
y probabilidad”. “Potencia” sería la capacidad para “poder ser” algo. Y la “probabilidad”
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propuesta son las “condiciones favorables” para que ese “algo” suceda. Pues bien, los
opuestos complementarios son un índice de que la Nada tiene la potencia en sí (con la
ayuda del “azar”) para dirigirse hacia el Ser. La “probabilidad” la proporciona el Ser
Supremo en ese “efecto de retroalimentación” (acción del futuro sobre el pasado), expuesto
frecuentemente en obras anteriores.
Otra cuestión importante, que exponemos en este momento para que “no quede en el
tintero”, se refiere a aquellas fases del “antes del tiempo” y el “después del tiempo”. Ambos
son conceptos extraños muy ajenos a nosotros (criaturas del tiempo) y a la misma vida. A
nuestros ojos son una especie de intuición referida a los límites en ambos “extremos del
mismo tiempo”. Y es que, en dicha intuición, el “antes del tiempo” nos parece “casi
inexistente”, en la línea donde la Nada y el mismo Ser Supremo se confunden (lo mismo
ocurre con el “después del tiempo”: ¡el universo y el Ser Supremo parecen confundirse!).
El tiempo, para nosotros, lo llena todo, lo es todo. Ni nuestra propia inteligencia puede
pensar de forma distinta. Ahora bien, eso no impide que puedan “existir o existan” esas
posibilidades del “antes y el después” del tiempo. Al referirnos al Ser Supremo y a la
misma Nada todas aquellas barreras “caen”, puesto que sus “dimensiones” son
desconocidas, y con ello desaparece el mismo límite de la dimensión tiempo.
Complementarios son “elementos” que juntos forman “algo”. Ese “algo” es la Nada (el cero
absoluto) en los opuestos complementarios, que además poseen la particularidad de que
cada uno de ellos es el opuesto del otro, lo que significa una total identidad entre ellos,
excepto en el signo. En principio, dichos opuestos complementarios abarcarían todo lo
imaginable e inimaginable (todo en la máxima extensión del término), así que hasta la
misma Criatura Suprema. Ahora bien, su “improbabilidad es enorme”, por ello es ahí donde
se adivina el “poder” de Dios (esa es la particularidad de la “actuación” de todos los seres,
el llamado “efecto retroactivo” del futuro sobre el pasado), en ese “efecto de dirección” en
la probabilidad, en la “dirección unilateral” de la misma evolución (general) en pos del
norte de la Criatura Suprema.
Y es que los opuestos complementarios que aparecen (¿por azar?) se “entremezclan” para
crear los diversos seres. En dicho proceso, a parte de ese hipotético azar, tiene mucho que
ver ese “tirón” del Ser Supremo.
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La Nada es el cero absoluto, que es a la vez la “sopa infinita” (******) de opuestos
complementarios. Podríamos decir que la evolución dirigida desde el Ser Supremo
encuentra la forma de “retorcer” los opuestos para que no sean “tan opuestos”, en el sentido
de que no conduzcan obligatoriamente a la anulación inicial (el cero absoluto), sino a los
diversos seres, lo cual es posible por el “cambio de referencias”: se pasa de una visión
única (externa – observador) a múltiples visiones (las de cada que ser que “radica” el
mundo sobre sí). Lo opuesto se “alambica” en el ser; el ser, pues, es un “compuesto de
opuestos” cuya “unicidad” la hace posible el ser, y ésta es su propia característica y
definición.
La Nada del caos original o primordial “se confunde” con los orígenes del mismo Dios.
Pero ese “cambio o salto” (¿por azar?) de la Nada al tiempo (o algo similar) produce un
“estiramiento” de esa Nada desde el caos intemporal a toda la “escala del tiempo”. Es como
si “partículas de la Nada” se depositaran sobre los “puntos” de la escala del tiempo. Cada
“punto” indicaría el nacimiento o la aparición a la vida o en el universo de un ser
determinado, que “nace” (igual que Dios) de la propia Nada (eso sí, “trasladada” en el
tiempo a ese preciso instante). Así que cada ser, a una escala finita, reproduce lo mismo que
el ser más grande de todos ellos: la Criatura Suprema. Esta última es “sustancia del
infinito”, por lo que su origen está en ese infinito inicial del tiempo (desde nuestra
“posición”, lo que le hace a nuestros ojos “eterna”) que se confunde con la Nada de su caos
primordial, y “acaba” en otro infinito del tiempo (en el cual se ha acabado el tiempo –el
“después del tiempo”). A escala finita todo ser tiene, también, un nacimiento a partir de esa
“partícula de la Nada”, posee una duración limitada (finita) y acaba (muere físicamente) en
esa especie de “salto” fuera del tiempo que representa la muerte de dicho ser.
Todo lo físico (la materia conocida y la posible “no conocida”) posee o está encuadrado en
ciertas coordenadas que se reducen a un sistema con una cierta referencia única para todos
los “elementos” que lo conforman. Es la propia definición de la “objetividad de la llamada
realidad”. Ahora bien, la subjetividad que anida en la interioridad de cada ser, en modo
alguno es única para todos ellos; todo lo contrario, cada uno de ellos tiene su propia
subjetividad, su propio sistema de referencia (es lo que queremos significar con la
expresión “centrar el mundo”, que no es más que un propio y único “punto de vista”,
diferente para cada ser, aunque estuvieran todos estos seres situados dentro de las mismas
coordenadas espaciotemporales).
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cada ser, y esa relación tiene un nombre: Amor. Ese tipo de argamasa universal, el Amor, es
capaz de entretejer entre todos los seres una malla o un tejido al que llamamos Cuerpo
Místico (de Dios), y que significa la “imposición” (no desde fuera, como parece implicar la
palabra, sino desde el interior de cada ser) de “cierto orden”, “polaridad”, en dicho tejido: la
Nada caótica se ha transformado en una “cierta nada orientada”, que ya no es la Nada sino
el Ser. Esta nada orientada (el Ser) ya no es, por supuesto, aquella nulidad absoluta (la
infinidad de opuestos complementarios “autoanulados”), sino la infinitud del “infinitésimo”
transformado en “infinito” de todas las maravillas inimaginables que es en sí el Cuerpo
Místico de Dios, ya no “autoanulados entre sí”.
El misterio de todo el proceso radica en nuestra incomprensión del Ser y hasta de la misma
Nada. Y es que nuestra inteligencia, nuestro entendimiento, es de un orden inferior a estas
categorías: Ser y Nada. Así que nuestro entendimiento es incapaz de abarcar (quizás sólo
puede intuirlos) conceptos como Ser, Nada o eternidad. (Tal vez por ello en algunas
religiones la Nada es considerada al nivel del mismo Dios, puesto que aparece como una
fuerza superior a nosotros mismos, al escapar del poder de nuestra mente).
De cualquier forma, ya dijimos que la Nada (**) aparece adornada, además, con los
“tentáculos de Dios”. No es extraño, pues, que no podamos “entender” en todo su
significado esa Nada: ¡sería tal vez llegar a comprender al mismo Dios!
Conviene, antes de finalizar este apartado, aclarar algún aspecto de Dios que apareció en
una de nuestras obras anteriores: “El parto de Dios”. Uno de dichos aspectos tiene relación
con la visión que tienen los seres humanos de esa “convergencia” entre el “final del
universo” (eternidad) y el mismo Dios, que junto a la posible sucesión continua de ciclos de
universo en los que creación y destrucción son una constante, hacen la ilusión de un Dios
que muere y vuelve a renacer de sus cenizas (teología hindú) cual ave fénix. Esa ilusión se
desvanece ante la impasibilidad del Ser: ¡Dios es el que es!
Si tanto asombro nos causa uno como el otro de ambos “polos”, después de todo no sería
tan mala nuestra posición, a caballo de uno y otro. Ahora bien, a parte de ese asombro, sí
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hay una diferencia sustancial entre ambos: la “individualidad”.
El ser lucha por “abrir” una perspectiva propia; amplía esa brecha frente al mundo. Y para
ello, su esfuerzo, “dolor de parto”, le hace “merecer” la naturaleza de su ser.
Así que, entonces, a partir del nivel humano, parece abrirse una “dicotomía” en la misma
complejidad: por un lado, complejidad alrededor de la propia naturaleza del ser (evolución
“animal” del hombre), y por otro, complejidad “en torno” al Ser Supremo (evolución “más
espiritual” del mismo). Pero la naturaleza más sublime del ser humano (como hijo de Dios)
acompaña a esta última tendencia, así que la evolución de la complejidad en un sentido
distinto, realmente produce un retroceso en la verdadera naturaleza del hombre (en esas
características humanas). Y es que, a partir del ser humano todo “aumento” de complejidad
“obligatoriamente” debe pasar por esa nueva vía abierta (“acercamiento” al Ser Supremo,
sobre la base de que la evolución hacia Dios del hombre – Dios como “hijo nuestro”- indica
una clara “evolución” en este sentido).
O sea, habrían dos tendencias o atractores: uno sobre sí mismo (sentimiento “egoísta”
animal), y otro en pos de Dios. El hombre es libre (igual que todo ser sobre las distintas
“tendencias” o instintos) para “elegir” uno u otro, pero la primera opción supone una
“disminución de complejidad” (capacidad para sentimientos cada vez más “excelsos”), es
decir, un retroceso en su evolución “como hombre” (la evolución del hombre es ya más
“mental” que biológica).
Las “tendencias” (instintos) en el animal son “neutras” en sentido individual; tan sólo son
importantes para la especie. Nos referimos a las “acciones” o toma de decisiones respecto a
las mismas. Mas, en el hombre no hay “neutralidad” individual, al hacer su aparición por
primera vez tanto atractores “externos como internos”.
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A decir verdad, lo último requiere de cierto análisis, ya que puede juzgarse como
“atractores externos” aquellos instintos o “tendencias del futuro” (en lo que tanto hemos ido
haciendo hincapié con anterioridad) que, por cierto, aparecen en cualquier ser, con
indiferencia de su grado de complejidad.
Diríamos mejor que lo que origina ese “quiebro” en la evolución no es tanto la aparición de
atractores externos e internos, sino el que esos atractores externos sean “entendidos” en
relación con conceptos en los que priva fundamentalmente la “eternidad”, como principal
atributo del polo “Criatura Suprema”.
Aquellas serían a grandes rasgos las dos tendencias, que realmente se diferencian “tan solo”
en una “creencia” (por ello una “querencia”); mas “creer es poder”: una transformación.
(Nietzsche: “Así habló Zaratustra”. Discursos de Zaratustra. Segunda Parte. En las islas afortunadas.)
(Nietzsche: “Así habló Zaratustra”. Discursos de Zaratustra. Tercera Parte. Las viejas y las nuevas tablas.)
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argamasa (nos recuerda, en un símil material, a los “gluones” de dentro del núcleo
atómico); o sea, unicidad dentro de la multiplicidad. No “inmersión” dentro de la Criatura
Suprema, sino “elementos constituyentes” o “indisociables” (he ahí la unicidad) del propio
Cuerpo Místico al que llamamos Dios.
Dios no sería el Ser Supremo “separado” (aunque infinitamente superior) de todos los
demás, sino que Dios es un superconcepto formado por el conjunto indisoluble de todos los
seres, eso sí, “sesgado” en pos del crecimiento de la individualidad. Esa individualidad se
“siente” desde dentro de cada ser, pero a la vez cada ser se siente único, siente aquella
unicidad respecto a los demás seres. La argamasa, Amor, es sentida con diferente
“potencia” por cada ser, en función de su naturaleza (grado de individualidad). Mayor
individualidad, mayor “cohesión”. La individualidad de la Criatura Suprema es tan fuerte
que siente a los demás seres como Sí mismo, en una especie de identificación con su propio
Cuerpo ( Místico). Por consiguiente, cada “partícula de Dios” (cada componente de la
Nada) es el mismo Dios (contemplada desde la Criatura Suprema), pero a su vez tiene “vida
propia”, su propia individualidad representada por su subjetividad: ¡Yo soy yo
(multiplicidad), pero formo parte del mismo Dios (unicidad)!
Ahora si puede percibirse esa mal llamada “inmersión” de la individualidad del ser en Dios
como perdiéndose en Él... Pero, es una mala interpretación de lo que sucede con el propio
Dios como Ser “individual”. La “unicidad” del Cuerpo Místico exige que en el Ser Dios se
identifiquen (no se parezcan o se acerquen, sino que se igualen hasta la identificación) el
“sentimiento de pertenencia” a su individualidad subjetiva, con el mismo sentimiento
(identificación) del “conjunto Dios” (representado por la totalidad del Cuerpo Místico). Esa
“identificación” puede entonces considerarse (de modo impropio) como una pérdida de la
propia individualidad, para “adoptar” la individualidad de Dios, “su” individualidad,
apareciendo así como única, cuando es una superposición de dos idénticas, de imposible
diferenciación. Claro está, que si queremos ver una “diferenciación” entre las mismas,
juzgando esta diferenciación como índice de “conservación de individualidad”, la propia
identificación significará diferenciación nula, o sea, bajo esas premisas, “equivaldría a una
pérdida de la propia individualidad”.
Por consiguiente, si por alguna especie de éxtasis llegamos a identificarnos con Dios, no
hemos perdido nuestra individualidad (lo que parecen creer muchos místicos). Lo que
realmente sucede es que ¡nos hemos hecho Dios! (Al menos en esos instantes –
identificación). Que es casi lo contrario de la aseveración de aquellos místicos, puesto que,
en realidad: ¡nos hemos apoderado (identificación) de Dios! ¡Y es que nos hemos
transformado en el mismo Dios! (Y que sepamos, Dios no pierde su personalidad, su
individualidad).
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III. LA NUEVA TEOLOGÍA: ¡LA POTENCIA DE LA REALIDAD!
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19 “Pero más vale estar loco de felicidad que
loco de dolor; vale más bailar torpemente
que andar cojeando. Aprended de esta sabiduría
mía: hasta lo peor de las cosas tiene dos
lados buenos.”
(Nietzsche: “Así habló Zaratustra”. Discursos de Zaratustra. Cuarta Parte. El hombre superior.)
La “ciencia de la sabiduría” por excelencia, ¡cuantas veces fue campo de batalla de las
ideas! Como en todo, siempre existen los dos inevitables enfoques: el enriquecedor y el
contradictorio. ¿Es que por ventura esa sabiduría ha de ser, por el contrario, una fuente de
conflictos?
Aquellos grandes filósofos son como pilares en la épica de la Humanidad... ¡Cuánto ingenio
y poderío perdidos vanamente!.. ¡Hay que recuperar a nuestros filósofos!
¿No habéis percibido que en realidad las ideas divergentes, o más criticables de cualquier
pensador aparecen en las “fronteras del conocimiento”, más allá del “horizonte predictivo”
(para usar esa expresión actual)?
Una teoría filosófica (como cualquier otro tipo de teoría) empieza a ser dudosa cuando
entra en el terreno de la “especulación” del filósofo, en ese terreno frontera (horizonte
predictivo) caracterizado por la “falta de información”. Pero esto mismo ocurre con la
misma ciencia: en el interior de ese “espacio” limitado por su horizonte predictivo “es
cierta”, fuera no.
¿Por qué no nos esforzamos en entresacar toda esa formidable sabiduría de los (grandes)
filósofos para usarla como “catapulta” hacia el futuro?.. Podría criticársenos por el hecho
de que esa “extracción” de sabiduría, por el mero hecho de su extracción está ya sesgada.
Al fin y al cabo es el procedimiento que desde antiguo se ha utilizado para “justificar
cualquier ideología”... La novedad ahora estriba en utilizar un procedimiento más aséptico,
cual es el citado, el de los horizontes predictivos.
Es evidente que todo enunciado que se refiera a situaciones que entran de lleno en niveles
tecnológicos a los que no se había llegado en épocas pretéritas, estará fuera del horizonte
predictivo y por ello debe ser rechazado. Esto último puede aplicarse a aquellos que aún
actuales o contemporáneos, están enmarcados en áreas distintas a las propuestas
originalmente, donde si gozaban de un amplio consenso. Por desgracia esto último es
mucho más usual de lo que parece, si no fijémonos en la cantidad de especulaciones
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vertidas por científicos fuera de los campos en que realmente son autoridad (y como abuso,
las declaraciones de muchos premios Nobel fuera del ámbito de sus respectivas
especialidades). Simplemente, son enunciados emitidos en espacios más allá de su
horizonte predictivo, por lo que no deben gozar de ninguna credibilidad.
Mas, muchos de los grandes logros, la sabiduría de la que hablamos, tan cercana a lo que
llamamos realidad (que comprende tanto a la ciencia como al campo artístico o el poético),
por suerte, al estar referidos sustancialmente a la propia naturaleza, interioridad del ser o
esos aspectos subjetivos del hombre, son muchas veces atemporales, por lo que suelen tener
vigencia casi en cualquier época. Es a ellos a los que debe dirigirse nuestra mirada, sobre
todo en el tema que nos ocupa que no es otro que la búsqueda de una nueva teología
“renovada”, para lo cual no es preciso dejar obsoleta o caduca la anterior... Es, quizás, la
socorrida expresión de la teología de los “nuevos tiempos”. Pero, sorprendentemente, hasta
ello nos conduce en gran parte a una “reedición” de la anterior. Es, simplemente, un retoque
de la anterior debida fundamentalmente al aporte, la sabiduría, de nuestros “maestros
filósofos”.
Y es que la lección que nos dan los genios de la filosofía es muy clara: el pensamiento es
realmente filosófico cuando busca y abarca lo universal del diálogo. Las “discusiones” son
básicamente medios de comunicarse entre sí los filósofos, y con el Logos como sistema
total de significados. La apertura propuesta hacia los otros es en sí acceso al Logos: el
devenir del espíritu elevándose hacia la unión.
La filosofía enseña que toda unidad parcial deshumaniza. Según Hegel, lo verdadero es el
Todo. La verdadera unidad debe ser unidad Total, y así lo proponen grandes filósofos como
Hegel, Husserl o Bergson, a la vez racionalistas, románticos y filósofos de la historia. (Las
tres grandes corrientes filosóficas del siglo XIX, como dimensiones del hombre: razón,
corazón y libertad). Para Hegel el racionalismo alcanza su apogeo cuando guarda en sí las
dimensiones no racionales de romanticismo e historia. Husserl, a su vez, invita a la
subjetividad a entrar en la esfera universal de los significados.
La filosofía muestra la insuficiencia de las distintas actividades del hombre; la cojera de las
distintas visiones del mundo recaladas en un solo aspecto de nuestra condición como el
utilitarismo, el psicologismo, el sociologismo, etc. En fin, invita a meditar sobre la tragedia
humana: ese desgarramiento del ser que aspira a la unión.
Por el contrario, la esencia es el maná del que beben filósofos como el español Zubiri y el
alemán Schopenhauer.
B. Actualidad de culturas y religiones: ¡Invitación global! (*****)
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superaciones; fijaos que es la tabla de su
voluntad de poder.”
(Nietzsche: “Así habló Zaratustra”. Discursos de Zaratustra. Primera Parte. Las mil metas y la única meta.)
Una esperanza: No hay nada más contrario que los opuestos complementarios, y sin
embargo a partir de los mismos se construye el ser. Esto nos demuestra que a partir de la
diversidad puede construirse un “cuerpo” único, una doctrina única, una metafísica. Eso sí,
hemos de acostumbrarnos a la ausencia de descalificaciones, para lo cual es preciso la
familiarización con lo otro, para así comprender su parte positiva, lo enriquecedor de la
diversidad. La diversidad biológica es un bien recientemente reconocido por la comunidad
científica; hasta ya hoy día hay una conciencia general al respecto. Pero, de igual modo, las
distintas culturas, las diversas idiosincrasias son el tesoro más valioso que guarda la
Humanidad entera. Y dentro de las culturas, ocupan un poderoso lugar las distintas
religiones que las sustentan.
Llegados a este punto es hora de ofrecer nuestra ¡invitación global! A todos vosotros,
creyentes y no creyentes, porque al fin y al cabo todos creemos en nuestras convicciones, y
hasta las de un ateo pueden tener cabida en un “sistema único”, amplio, en el que
“quepan”.
¡Manos a la obra!; ésta es vuestra propia obra. Os invocamos a esta magna tarea; magna en
cuanto a su significado, no tanto en su sistemática, sino en remoción de trabas, de
contradicciones, en la necesaria inmolación si es preciso (el ocaso de Nietzsche) para dar
paso a un nuevo espíritu, como ave fénix renaciendo de sus cenizas.
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El futuro sólo trae amigos, mejor, iguales. ¡Enemigos e indiferentes quedaros atrás!
El astrofísico Reeves nos dice que para que aparezca una “propiedad emergente” se
requiere un “espacio de libertad donde azar y necesidad puedan encontrarse y fertilizarse”.
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A primera vista, a esta “admirable” frase no habría nada que objetar, puesto que “lo bueno
si breve dos veces bueno”; breve sí, pero ¿bueno?.. La intención es clara, puesto que el fin
que persigue es la “reintroducción” de la libertad en la vida; nuestra objeción estriba más
en la forma en la que “pretende” esa justificación. Poéticamente no queda mal eso de
“encontrarse y fertilizarse”, mas no deja de ser una figura retórica, mejor que justifique a
Monod ese pretendido mecanismo a través del cual “actúan” azar y necesidad. Que
sepamos, en le evolución de Monod no es preciso ese “espacio de libertad”, puesto que se
trataría simplemente de una cuestión de azar, con una “modelación” posterior a cargo del
ambiente.
Por otro lado, en realidad nos agrada la introducción de ese “espacio de libertad” en la
evolución aún cuando, claro está, nuestra visión es radicalmente distinta. Para nosotros es la
teoría del caos, los estados irreversibles, junto al útil concepto de horizonte predictivo, y a
nivel submicroscópico la incertidumbre cuántica quienes fundamentalmente introducen ese
espacio de libertad. Mas la importancia del tema radica, más que en el espacio de libertad
mismo (al menos a su mismo nivel), en la cuestión de ¿qué o quién “ocupa” ese espacio de
libertad?, puesto que si de nuevo (siguiendo a Monod) es el azar quien hace su aparición, la
evolución seguiría siendo “ciega”: ¿Dónde estaría, entonces, la creatividad?.. Y aquí entra
de lleno nuestra teoría, nuestro alegato a favor del ser: ¡Es él quien ocupa ese espacio!
Gracias a esa libertad y la propia “acción” del ser, apareció la creatividad.
Ahora bien, no creemos que estemos en el mismo caso anterior. La propiedad emergente de
la que estamos hablando no es, ni más ni menos, que la “vida” respecto a la materia que la
sustenta. Nuestra opinión es que no existe tal propiedad emergente, sino que la materia “por
sí” ya posee la citada propiedad (la vida). Aunque todo depende de la definición de vida
que adoptemos, sobre todo si la limitamos a ciertos “efectos visibles o perceptibles” (por la
criatura humana que somos nosotros, por supuesto).
Nosotros aseveramos que la materia, toda la materia, es la “residencia” del ser, así que
desde este punto de vista, la vida “anida” en la materia desde siempre,... y en toda materia.
Y es que hay un sin fin de seres “dentro” de esa materia, ya que toda “estructura o forma”
de la misma “centrada sobre sí misma” es un ser, o sea, una vida en el más amplio sentido.
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cometidos al dar por hecho o respaldar teorías o axiomas que en ningún modo eran seguros,
pero que eran adoptados como “estado de opinión general” o “visión del mundo
conveniente a la época”, algo que diciéndolo con claridad, en realidad nunca tuvieron una
aceptación unánime. Siempre, aquí y allá, se alzaron voces las más de las veces acalladas
por la desacreditación y el olvido.
En todo tiempo hubo poetas que se alzaron contra aquel materialismo que negaba como
caduca la visión de ese hálito, ese espíritu que anidaba por doquier...
En todo momento hubo creyentes que defendieron con su corazón esa fe que chocaba con
los himalayas de la “razón”, que se cernían aquí y allá sin solución de continuidad...
En todo tiempo y lugar, en fin, había pensadores y hasta mismos hombres de ciencia
(etólogos, psicoanalistas, etc.) que contra la opinión mayoritaria defendían espacios y
ámbitos en los que creatividad y libertad eran condicionamientos indispensables para sus
teorías...
Como siempre la “realidad”, en definitiva “los hechos” han dado al traste con aquellas
formidables creaciones del materialismo (como las del eminente Bertrand Russell, etc.), por
cierto, tan faltas de vida y espontaneidad...
La realidad supera con mucho a la ciencia y, quizás, hasta el mismo entendimiento humano.
Viene a colación la circunstancia de que el consciente, totalmente imprescindible en la
elaboración de nuestra ciencia, es ni tan siquiera la pequeña parte visible del iceberg que
supone el inconsciente.
Y nos congratulamos de todo ello. Por fin empezamos a hacer justicia a todo aquello que
había quedado de lado ante la arrolladora irrupción de la ciencia, como vanguardia del
indudable progreso técnico.
¡Estáis de enhorabuena poetas y soñadores, pues vuestra actividad vuelve a ser de este
mundo!.. ¡Creyentes, no os pierda ahora vuestra vanidad pues la modestia sigue siendo una
virtud!
¡Nosotros, que tanto hemos luchado por ti, por fin reímos íntimamente y hasta
estentóreamente, igual que Zaratustra el ateo! ¡Ven a ocupar ya tu pedestal, espíritu!
D. ¡Dios no ha muerto!
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me habléis de dioses! ¡Al superhombre sí que
podéis crearlo! Quizá no podréis crearlo vosotros,
pero podríais convertiros en padres y ascendientes
del superhombre. ¡Que esa sea vuestra mejor
creación!”
(Nietzsche: “Así hablóZaratustra”. Discursos de Zaratustra. Segunda Parte. En las islas afortunadas.)
¡Qué valentía se necesita para matar a Dios!...¡aún cuando ello suponga nuestro propio
ocaso!
Tal fue el dilema del propio Friedrich Nietzsche en su encrucijada vital. Mas, como su
propio superhombre, supo elevarse de su desgracia, cargar sobre sus espaldas esa
profundidad del abismo y levantar sobre ellas al propio hombre en una lucha desesperada,
tras mil y una derrotas, pero con la firme esperanza del logro final para ennoblecer a ese
hombre, contra viento y marea, aunque sólo fuese como ascendiente del héroe capaz de
superar al mismo hombre hasta transformarse en un dios “terrenal”, es decir, sujeto a la
variable tiempo de la vida (aunque eterno “desde el tiempo”). Y es que Nietzsche percibía,
intuía, cómo ese “alumbramiento” futuro de alguna forma ennoblecería al propio hombre
(el hombre superior capaz de la proeza) “iluminándole” desde el futuro... De algún modo, el
filósofo adivinaba que ese superhombre, al hacerse “eterno”, tendría la capacidad de
“irradiar sus dones” al universo todo; quien sabe si por ello “fue posible la “Creación”.
Nos gustaría la segunda posibilidad, aunque en honor a la verdad las similitudes sólo llegan
hasta ahí, puesto que la famosa aseveración “¡Dios ha muerto!” está en completa
contradicción con lo que propugnamos.
Nietzsche tenía un firme convencimiento en las fuerzas del hombre (superior) o sus
descendientes para “parir” el superhombre, aunque ello les supusiera un profundo dolor de
parto” (hasta el punto que les llevaría al “ocaso”). Las fuerzas del hombre, es obvio, son
limitadas y el universo precisa un creador ilimitado, prácticamente eterno, por ello
Nietzsche, también precisaba del ocaso del hombre, para que de sus cenizas pudiera surgir
la fuerza inimaginable (para el entendimiento humano) del héroe que le superaría en todos
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los sentidos: el superhombre. Como dijimos, un dios “terreno”, es decir, con todas las
potencias de Dios, pero nacido de la tierra (lo temporal), del mismo hombre.
Pues bien, ¡Dios no ha muerto!.. No es precisa su muerte. En la época del filósofo alemán
“la visión de la vida” no permitía otras especulaciones, otras opciones que las que le
condujeron a la necesidad de ese óbito. Y ello suponía una esperanza.
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¿Quieres buscar el camino que te conduce
a ti mismo? Aguarda un momento y escúchame.
Dice el rebaño: “Quien busca se pierde
con facilidad. Quien se aísla incurre en culpa”.
Y tu has formado parte del rebaño durante
mucho tiempo. La voz del rebaño seguirá
resonando en ti. Y cuando digas: “Ya no tengo
la misma conciencia que vosotros”, tus palabras
tendrán un dejo de lamento y amargura. Fíjate
que esa amargura tuya será también un eco
de la conciencia única; y que en tu tribulación
continuará brillando el último resplandor de
dicha conciencia. Pero si deseas recorrer el
camino de tu tribulación que te conduce a ti
mismo, muéstrame el derecho y la fuerza que
te asisten para acometer semejante empresa.
¿Eres una fuerza y un nuevo derecho?, ¿un
movimiento inicial?, ¿una rueda que gira por
sí misma?; ¿eres capaz de hacer que las estrellas
den vueltas en torno a ti?
(Nietzsche: “Así habló Zaratustra”. Discursos de Zaratustra. Primera Parte. El camino del hombre creador.)
...No es malo ser rebaño. ¡No!, no el buen rebaño. Y entre tanto, ¡cuánto tiempo te espera
camarada!.. ¡Tan pocos y tan lejanos!.. ¡Vela por guardar la preciosa llama, pues, no sea que
al final no podáis siquiera reconoceros!.. El viento sopla sí, pero ¡qué pocos despliegan sus
alas!.. ¡No importa!.. Tu barco que sabe el camino, no se amedentra ante borrascas
vociferantes, ni cantos de sirena... Allá van de un lado a otro un sin fin de goletas llenando
el océano: un zigzag errante, pastoso y nutrido... ¡Tú si sabes el camino!.. A lo lejos, como
un simple punto, otro barco prosigue su rumbo, ¡tu rumbo!.. Al final del horizonte, allá en
el confín del tiempo se adivina una incipiente flota: sois vosotros, ¡el buen rebaño!
Hoy estás en soledad, hermano. Has vuelto hacia adentro tus anhelos... Tu foco potente no
emite. Hay que descender delicadamente, “entre algodones”, a esa “profundidad”... Mas,
allí, ¡ay!, el fogonazo de tu presencia lo llena todo... Mientras, hermano, se paciente. ¡Cuida
mucho de tu llama, no se te apague!.. Tu linaje viene de arriba, del futuro... Tu nobleza es tu
descendencia: ¡Hijo de tus hijos! Y tú hijo de la tierra.. ,¡por ello no ajeno!, ¡tu misma
sangre!: ¡tu mismo!.. Esa línea va directa desde allí arriba hasta ti, hasta tu igual: tu
hermano. ¡Ese es el rebaño bueno!.. Aquí y allá existís... Vuestro dolor de parto engendró el
Ser; de ahí viene vuestra nobleza. La nobleza de un linaje.
La infinita Potencia, la infinita Facultad se substanció en ti, ¡lo no ajeno!, ¡tú! Tu, hermano,
saltaste por encima de miríadas de estrellas y universos y le alcanzaste. No hay límite en tu
nobleza, en tu linaje... ¡Qué importa que ahora seas pequeño, y te arrastres por la tierra!.. Tu
interior precisa muy poco espacio, ¡infinito en tus adentros!.. ¡No ves que el mundo da
vueltas alrededor de ti!
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F. La fuerza co-creadora. ¡Arrinconemos el mal!
38
“Todavía seguimos peleando, día a día, con ese
gigante que es el azar, y hasta ahora toda la
humanidad ha estado regida por el sinsentido
y el absurdo. ¡Que vuestro espíritu y vuestra
virtud, hermanos, sirvan al sentido de la tierra!
¡Renovad el valor de todas las cosas! ¡Para eso
habéis de luchar y para eso hbéis de crear!”
(Nietzsche: “Así habló Zaratustra”. Discursos de Zaratustra. Primera Parte. La virtud dadivosa.)
El mundo no se creó un buen día para siempre. El mundo es sostenido, se crea a cada
momento y, ¿quién lo crea?.. ¡Ahí estás tú!.. ¡Y tú, hombre, no eres indiferente a él! Ya
conoces que tú y él tenéis el mismo destino. La inteligencia vino a tu cerebro. ¡Eres la
cúspide del consciente entendimiento de ese universo, y éste no puede perderse, pues te
arrastraría consigo!.. Y tu puedes crear, ¡necesitas crear!.. ¡Es ya una responsabilidad!.. Y
en esa labor, de siempre, no estás solo... ¡Una vez más, tú y Dios volvéis a encontraros!..
¡Eres la fuerza co-creadora!.. Y lo sabes hoy... Nunca ya disfrutarás del privilegio de la
inocencia de tus antiguos camaradas vivientes... Te han aparecido alas, y vuelas ya más alto
que los pájaros... Andas allá arriba, donde sólo habitaba el Ser, y como Él te toca crear... Y
como Él, ante la formidable misión, tan sólo te queda un camino... ¡Asciende!, ¡asciende!..
¡Te abre camino tu Dios!.. ¡No hay tiempo a mirar atrás! ¡Prosigue!.. Tanto y tanto
ascenderás que, ¿dónde quedó el mal?.. ¡Lo hubo algún tiempo, es cierto!.. Pero qué
importa ya eso, ¡hay tanto que crear!.. Además, mis anhelos tan sólo ansían ya a mi Señor...
¿Dónde quedó el mal?.. ¡Tú y yo lo arrinconamos, hermano!.. Fue ya hace mucho tiempo...
¿Quién lo sabe hoy?.. Por cierto, ¿y quién lo quiere?.. ¿Sirvió para algo?.. ¡Nuestro oficio
ya es crear!.. Nuestro único sustento, el Amor... El Paraíso es una gran labor, ¡crece y
crece!, ¡no cansa!.. Lo sabemos porque ocupa todo nuestro tiempo... Lo sentimos porque
nuestro corazón ríe más y más, y ¡no se cansa!
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(Nietzsche: “Así habló Zaratustra”. Discursos de Zaratustra. Cuarta Parte. La canción del noctámbulo.)
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