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Retenciones

En estos días las entidades que nuclean al sector agropecuario han hecho sentir su
fuerte oposición a los cambios propuestos por la Administración Federal de Ingresos
Públicos (AFIP) para el cálculo del impuesto a las ganancias en las exportaciones de
cereales y oleaginosas. Este reclamo se suma al que vienen efectuando desde hace más
de un año para eliminar las retenciones (impuestos a las exportaciones) que gravan al
sector.

En el caso del impuesto a las ganancias resulta evidente que la acción de lobby
desplegada por las entidades empresarias, en particular, la Sociedad Rural (SRA),
Confederaciones Rurales (CRA) y Cámara de la Industria Aceitera (CIARA), es en
beneficio de un pequeño grupo de firmas exportadoras que realizan prácticas de
evasión, subfacturando precios a través de operaciones de triangulación e
intermediarios fantasmas. Para evitar estas maniobras la AFIP esta tramitando la
facultad de revisar el valor de embarque declarado. Por su parte, los dirigentes

rurales resisten la sanción de la modificación legal propuesta


amenazando con un derrumbe de las exportaciones por valor de 860 millones de dólares
y mermas en los ingresos de los productores agrícolas y del Fisco.

Esto no es así. El Gobierno no esta generando un gravamen nuevo ni cambiando la


alícuota impositiva, sólo esta perfeccionando su legítimo ejercicio de contralor en una
actividad donde resultan notorias las modalidades de evasión impositiva. Los únicos
perjudicados por esta medida serán los intermediarios que actúan ilegalmente y no todo
el campo, como se afirma. Por eso, no es valido el argumento utilizado por las entidades

rurales que sostienen que la medida obligará a la creación de un seguro a


costa del productor, que terminará afectando sus ingresos y desalentando la producción.

El otro tema es el de las retenciones. A partir de febrero del 2002 el gobierno volvió a

recurrir a este instrumento de política fiscal, muy utilizado en el pasado y


eliminado en la década del 90. Se comenzó gravando las exportaciones de petróleo y,
posteriormente, se incorporaron otros rubros, con alícuotas que van del 5% al 20%. Los
cereales, grasas y aceites vegetales tributan el máximo. El año pasado el Fisco recaudó a
través de este impuesto poco más de 2.300 millones de dólares y para el
año en curso se espera superar los 3 mil millones de dólares, un 13% de la recaudación
tributaria estimada. Las provincias de Santa Fé, Buenos Aires y Córdoba contribuyen
con casi el 70% de ese total.

Las entidades agropecuarias cuentan en este terreno con un importante


aliado, el Fondo Monetario Internacional (FMI), que ha reclamado por la eliminación de
estos impuestos. A pesar de ello, Economía ya ha hecho saber que las retenciones no
serán eliminadas sino reducidas y que dicho ajuste se realizará en forma gradual a partir
del próximo año.

Las retenciones, ¿Perjudican al productor? ¿Afectan la producción? ¿Cómo impactan


sobre el resto de la economía? ¿Son impuestos discriminatorios o justos?

Retenciones y renta agraria

Para un país como el nuestro, que destina el grueso de su producción agropecuaria al


mercado externo, el precio de los diferentes bienes agrícolas es reflejo de su cotización
internacional. De allí, que un impuesto a las exportaciones afecte el precio interno de los
productos al reducir en forma proporcional el ingreso de los vendedores.

Un ejemplo simple facilita la comprensión de este argumento.


Suponiendo que el precio de la soja en el mercado internacional sea de u$s 200 la
tonelada, que el dólar se cotiza a tres pesos y que las exportaciones de soja son gravadas
por una retención del 20%, el precio interno de la soja, es decir, el monto que los
exportadores o acopiadores estarán dispuestos a pagar será de $ 500, menos fletes y
comisiones.

De lo anterior se derivan dos consecuencias.

En primer lugar, las retenciones afectan al propietario de la tierra y no al


productor. El precio de la tierra es consecuencia directa del beneficio que generan los
bienes que produce. Si el precio del bien sube (o baja su costo de producción) el precio
de la tierra aumentará. Lo contrario sucederá cuando baja el precio del
bien (o aumenta su costo de producción).

Esto permite entender el fuerte incremento que viene registrando el

precio de la tierra a partir del abandono de la convertibilidad. En el 2001,


una hectárea de campo de excelente vocación agrícola en zona premium de la pampa
húmeda (como el triángulo Arrecifes-Rojas-Pergamino) se cotizaba en 2.500-3.000
dólares/pesos. Hoy, se sitúa en los u$s 5.000 y, de eliminarse las retenciones, superaría

los u$s 6.000. La explicación de este extraordinario aumento de

precios, tanto en dólares como en pesos, reside en el


fuerte incremento de beneficios provocado por la devaluación. En términos generales, el
ingreso agrícola se triplicó mientras que los costos no llegaron a duplicarse. Asimismo,

el aumento del precio de la tierra ha incrementado, en forma paralela, su


renta o alquiler, es decir, la retribución que percibe el propietario.

La otra consecuencia de las retenciones se relaciona con los consumidores domésticos.

Una baja de los precios agrícolas abarata los alimentos y el costo de la


canasta familiar. Por lo tanto, las retenciones contribuyen a reducir el costo de vida y
evitar un mayor deterioro del poder adquisitivo. Se estima que una eventual eliminación
de las retenciones provocaría una caída del salario real de un 15%, ya que el alto nivel
de desempleo bloquea la posibilidad de ajustes salariales que puedan compensar las

alzas de precios.

A modo de conclusión

La salida de la convertibilidad y la devaluación del peso, junto a la licuación de las


deudas por la pesificación de los créditos, aumentó sustantivamente la renta agraria y

produjo una fuerte transferencia de ingresos a favor del campo. Los

propietarios rurales fueron los principales beneficiados por una medida


que tenía por propósito mejorar la competitividad del sector industrial a través de la
reducción de las importaciones de manufacturas. El sector agropecuario no requería de

estímulos adicionales para crecer, prueba de ello es el fuerte aumento de


la producción y exportaciones agrícolas durante la convertibilidad.

Las retenciones no son gravámenes discriminatorios de la producción agropecuaria,


como se pretende hacer creer. Es un impuesto que grava la riqueza y no la producción,

para el caso, la propiedad de la tierra rural. En consecuencia, deben ser


analizados como un instrumento de distribución de ingresos y desde ese ángulo evaluar
la legitimidad de la intervención pública.

En definitiva, a través de las retenciones el gobierno esta captando sólo una porción de
la injusta redistribución de ingresos que produjeron las medidas de política económica
del año pasado, que generaron un espectacular enriquecimiento de los propietarios
rurales a costa, principalmente, del empobrecimiento de los asalariados y
otros sectores de la población.

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