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El fenómeno rural en Ayapel (Córdoba)1

Olga Elena López Ramírez2


olguirri@gmail.com
Luisa Fernanda Herrera Gómez3
helu1020@gmail.com

Esta ponencia hace una revisión del concepto “campesino” a lo largo de cuatro momentos de la
historia de la disciplina antropológica: formativo, clásico, moderno y global. Con base en los
conceptos de fenómeno rural y pluriactividad se presenta un estudio sobre las poblaciones
campesinas de Ayapel (Córdoba).

I. Introducción: el campesino

Las sociedades campesinas han sido objeto importante de estudio para las ciencias sociales; su
relevancia ha sido advertida especialmente por la antropología, la sociología y la economía,
donde a pesar de ser abordadas desde diferentes enfoques, su énfasis conceptual tiene algo en
común: el campesino está asociado directamente con el campo (Tocancipá-Falla, 2005) y, por
este medio, con lo rural. Esta ubicación rígida de lo campesino en un espacio determinado se
presta para sustentar polaridades en las cuales por un lado estarían lo urbano, lo moderno y lo
citadino, y en el otro extremo se ubicarían lo rural, lo tradicional y el campo. Estas tipologías
llevan a ver al campesino como si fuera estático en el tiempo pero especialmente en el espacio.
Cada una de las disciplinas antes mencionadas (antropología, sociología y economía) ha
enfatizado ciertos rasgos de las sociedades campesinas, formando visiones cada vez más
aisladas entre sí disciplinariamente e impiden una mirada más amplia de las sociedades rurales
en términos de los contextos y las relaciones económicas y sociales.

1
Ponencia presentada en el seminario ¿Quiénes son los campesinos hoy?: Diálogos en torno a la antropología y los estudios
rurales en Colombia, coordinado por Nadia Rodríguez (U. del Rosario) y Juana Camacho (ICANH), XII Congreso de
Antropología en Colombia, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá 2007. Edición y corrección de estilo: Juana Camacho
y Santiago Gómez.
2
Antropóloga, Universidad de Antioquia.
3
Estudiante de antropología, Universidad de Antioquia.
¿Quiénes son los campesinos hoy?: Diálogos en torno a la antropología y los estudios rurales en Colombia
XII Congreso de Antropología en Colombia, Bogotá, Octubre 2007

Para mostrar tales dificultades, se analizará el campesinado en dos bloques: en el primero se


hará una revisión del concepto de campesino a nivel histórico, tomando principalmente los
planteamientos de Kearney (1996), sin desconocer otros autores que también han realizado un
análisis desde una perspectiva similar. Se retomarán los principales elementos teóricos que,
desde las disciplinas mencionadas, han servido para examinar y entender el campesino como
problema de investigación. De acuerdo con la propuesta de Kearney (1996), la
conceptualización del campesino puede entenderse distinguiendo cuatro períodos o momentos
particulares en la historia de la antropología, entre los cuales se menciona el formativo, el
clásico, el moderno y el global.

El período formativo fue representado por el evolucionismo social de finales del siglo XIX y
principios del siglo XX, en donde se tenía interés por conocer los antecedentes ‘primitivos’ de
las civilizaciones, viendo las sociedades de forma fragmentada en el tiempo, y estableciendo
oposiciones entre unas sociedades llamadas civilizadas y otras concebidas como atrasadas en
el tiempo y en otros aspectos sociales como la tecnología, la economía, el parentesco, la
organización social, entre otros. En este período no se trataba todavía el tema campesino, sino
que se estudiaba un otro exótico que era distante geográfica y socialmente de las sociedades
occidentales, que representaban el punto de comparación.

En el período clásico, consolidado entre las dos grandes guerras mundiales del siglo XX, se
distingue principalmente los trabajos académicos de las escuelas conocidas como el
funcionalismo y el particularismo histórico, que se enfocaban en el trabajo de campo en
sociedades consideradas primitivas, las cuales eran categorizadas por sus particularidades
históricas y culturales. Tocancipá-Falla (2005), quien analiza algunos períodos de la historia
de la antropología, propone que en este período los campesinos surgen de manera anecdótica
en la literatura y son descritos como un tipo del ideal moral, asociado con lo saludable y lo
simple y, al mismo tiempo, con la autosuficiencia.

La etapa moderna transcurre, según Kearney (1996), en el contexto histórico de la guerra fría
(1945-1965) posterior a la segunda guerra mundial, época en la cual se desarrolla el concepto
de campesinado. La concepción del campesino sufre una fuerte trasformación en la medida en

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El fenómeno rural en Ayapel

que no es sólo un grupo “colonizado” a ser descrito etnográficamente sino que es objeto de
mayores reflexiones académicas. Heynig (1982) plantea que entre los años 1940 y 1950 los
análisis antropológicos introdujeron el término campesino genéricamente para distinguir una
comunidad que puede ser explicada por sus actitudes, valores y sistemas cognoscitivos y no
necesariamente por intereses económicos como se hacía en el período clásico. Asimismo,
según Tocancipá-Falla (2005), en esta época los investigadores resaltaron en sus trabajos
etnográficos la importancia que tenían las sociedades campesinas como grupo social en
distintos ámbitos en el mundo.

La antropología de la globalización que, según Kearney, se ha venido desarrollando después


de la guerra fría (a partir de los años 70 aproximadamente), presenta otras perspectivas sobre
el campesino. Este ya no se ve como un ser primitivo sino más bien subdesarrollado, pero con
una incursión en la modernidad: de ahí que se realicen análisis del campesino por fuera de las
zonas rurales y que se incursione en los ámbitos urbanos y en el fenómeno de las migraciones.
Los trabajos sobre el campesinado han sido muy complejos y han estado ideologizados de
acuerdo con los contextos académicos y sociales y los períodos históricos. El concepto
campesino ha cambiado y ya no se restringe a descripciones de grupos sociales o economías
asociadas con el campo sino que se relaciona con el análisis de otras variables socio–culturales
y económicas.

A continuación se presentan algunos enfoques teóricos que han sido trabajados para entender
y examinar al campesinado. Según Monroy (2006) se destacan tres bloques que corresponden
a las disciplinas que los sustentan: la antropología que se ha centrado en el estudio del
campesinado desde lo cultural; la sociología que se ha acercado al estudio del campesino
como una sociedad subordinada a otra, es decir, desde una perspectiva de la lucha de clases; y
la economía que enfatiza la producción y el consumo de la unidad doméstica en la mayoría de
los casos.

Los textos antropológicos clásicos han entendido al campesino como una comunidad
homogénea que posee una identidad propia y que en cierto sentido se resiste al cambio.
Ejemplo de esto es Robert Redfield para quien:

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Tal sociedad es pequeña, aislada, analfabeta y homogénea, con una agudo sentido de la
solidaridad de grupo. Las formas de vida están convencionalizadas dentro de este sistema
coherente al que llamamos "cultura". El comportamiento es tradicional, espontáneo, acrítico y
personal; no hay legislación, ni hábito de experimentación o de reflexión con fines
intelectuales. El parentesco, sus relaciones y sus instituciones son las categorías modelo de la
experiencia y el grupo familiar es la unidad de acción. Lo sagrado prevalece sobre lo profano;
la economía es una economía de posición más que una economía de mercado (Redfield. The
folk society. Citado en: Jaramillo, 1987: 239).

En términos generales, los autores clásicos que analizan el campesinado desde una óptica
cultural insisten en la idea de que éste pertenece a una sociedad que tiene una cultura propia,
donde la familia es la unidad fundamental de análisis y que, en comparación con la economía
de mercado, tiene un comportamiento económico que está al margen de la lógica del
capitalismo. En este sentido, diversos trabajos explican que el comportamiento económico de
los campesinos sólo se puede entender en términos de sus formas de vida y valores, donde el
apego a la tierra (o al campo) y a sus tradiciones no les permite ser partícipes del cambio,
entendiéndose cambio como el paso a lo moderno4.

Según Wolf (1971), el mundo campesino posee sus propias formas de organización, y su
persistencia en la actualidad no es una causa sino el efecto de su continua interacción y
comunicación con otros grupos sociales. En muchas partes el campesino ocupa un lugar
primordial en la sociedad gracias a que con su producción de alimentos puede asegurar el
mantenimiento de la estructura social y además la vida de las personas de las ciudades. Como
otros autores apuntan: “el campo es una ‘canasta de alimentos’ para la ciudad” (Redfield y
Singer, 1979: 319).

Desde una perspectiva sociológica, los campesinos han sido considerados de acuerdo con las
relaciones de subordinación, tanto económicas como sociales, frente a otras clases sociales.
Aunque para algunos autores, los campesinos no son una clase social porque carecen de
cohesión, propósito común o conciencia y además mantienen una amplia gama de relaciones
sociales de producción. Sin embargo hay autores como John Durston (1982), que afirman que

4 Por ejemplo en el esquema de Redfield, las sociedades campesinas se ubicarían en un lugar intermedio entre el continuo que
va de la sociedad folk a la sociedad urbana, es decir entre lo tradicional y lo moderno. El atraso de los campesinos siempre
aparece medido en relación con los pobladores urbanos.

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El fenómeno rural en Ayapel

hay evidencias que caracterizan al campesino como una clase social, por ejemplo, el papel
asignado al campesino de una empresa agrícola familiar o la perduración de esta forma de vida
a través de muchas generaciones. Él entiende al campesino como:

…miembro de una categoría social, el campesinado, sometido a una extracción de excedente


o transferencia involuntaria de recursos por parte de grupos sociales más poderosos […]. En
este […] contexto es obligado a proveer a los grupos dominantes de productos agrícolas y a
costear un nivel de consumo superior al suyo propio (Durston, 1982:156).

La familia campesina es analizada en tanto unidad de producción y consumo, pues desde esta
perspectiva el campesinado conforma sistemas sociales cerrados que deben ser estudiados
como variables independientes, subordinados a la economía capitalista, dando paso a un
círculo de análisis comparativo entre lo tradicional y lo moderno.

Desde un enfoque económico, y según los planteamientos de Heynig (1982), la mayoría de


autores coincide en que el campesino es quien utiliza la fuerza de trabajo familiar para laborar
la tierra, con el fin de guardar una parte de su producción para el autoconsumo o la
subsistencia y otra que en algunos casos podrá ser destinada al mercado o al intercambio. Esto
implica que el campesino no posee una significativa acumulación de capital.

Es importante tener en cuenta que cuando la antropología empieza, en los años setenta y
ochenta, a interesarse por el análisis de las poblaciones rurales, lo hace distinguiendo los
campesinos de otros grupos sociales como de los llamados “primitivos” o indígenas. Wolf
(1971) propone que la diferencia entre el campesino y el indígena radica principalmente en
que aunque ambos son labradores y ganaderos rurales -viven en el campo, recogen cosechas y
cuidan ganados-, los campesinos forman parte de una sociedad más amplia y compleja en la
cual sus excedentes son trasferidos a un grupo dominante que los emplea para asegurar su
propio nivel de vida. En cambio, en la mayoría de las sociedades primitivas los excedentes son
intercambiados directamente entre grupos o miembros de esos grupos. Considerando lo
anterior, Sutti Ortiz (1979) propone que la economía campesina es una:

Economía agrícola donde los productores no sólo pueden alimentarse a sí mismos sino
también contribuir a la subsistencia de especialistas y habitantes urbanos; por lo tanto, los

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campesinos producen para el intercambio. Esta característica distingue a los campesinos de


los productores primitivos. (Ortiz, 1979: 289).

Debe considerarse que estos análisis están mediados por los discursos del mercado, donde
impera una visión economicista que desconoce las posibles transformaciones socioculturales
que se puedan originar desde diversos contextos (Monroy, 2003), pues excluye las relaciones
extraeconómicas sustentadas en aspectos culturales, sociales y religiosos. Algunos autores5
que han estudiado la relación entre los campesinos y las ciudades hablan de la necesidad de
unificar estos aspectos para que el campesinado haga parte de la globalidad. Piden que se
reconozca la importancia de las relaciones entre lo rural y lo urbano en la medida en que los
campesinos participan de los mercados que allí se presentan cambiando lo que sobra de su
producción agrícola por objetos que ellos mismos no pueden elaborar. En este sentido, es
importante tener en cuenta el aporte de Comas d’ Argemir (1998) cuando explica que la
producción también funciona a través de relaciones extraeconómicas por medio del
parentesco, la religión o la política, organizando el trabajo y asegurando la reproducción social
de estas sociedades.

El uso del término campesino es complejo por ser un concepto con múltiples significados y
que se ha utilizado para fines ideológicos, políticos y descriptivos. En este trabajo que
realizamos sobre las prácticas económicas y alimentarias de los campesinos pescadores en
Ayapel y cuyos resultados presentamos a continuación, optamos por trabajar con la noción de
“fenómeno rural” como un concepto que permite distintas posibilidades de análisis.

II. El fenómeno rural en Ayapel

Contextualización

Esta investigación se realizó principalmente por medio de un trabajo etnográfico, acompañado


de observación participante, en cinco caseríos del municipio de Ayapel durante seis semanas
distribuidas en varios meses entre los años 2006 y 2007. Se realizaron entrevistas a los

5 Autores clásicos como Chayanov, Foster, Wolf o Galeski, o en trabajos más recientes como los de Kearney, Mayer,
Edelman, Appadurai y Hannerz, analizados en Tocancipá-Falla (2005).

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El fenómeno rural en Ayapel

pobladores, conversaciones con los líderes comunitarios y visitas casa por casa, lo cual
posibilitó el acercamiento a sus prácticas alimentarias.

El municipio de Ayapel se encuentra ubicado en el departamento de Córdoba, en la planicie


Atlántica del norte de Colombia. La ciénaga, forma parte del macrosistema de humedales y
zonas inundables de la depresión Momposina, la cual cubre áreas de los departamentos de
Córdoba, Sucre, Magdalena y Bolívar. En el complejo de humedales de Ayapel se pueden
distinguir dos ambientes principales: uno de ciénaga y otro pantanoso. El territorio se ubica en
una zona de bosque húmedo tropical, en donde se presenta en general una época de lluvias de
abril a noviembre y una época seca de diciembre a marzo, que marcan sus prácticas
económicas y por tanto alimentarias (CVS y GAIA, 2006).

Los espacios de dicha región se caracterizan por diferencias entre los caseríos ubicados en
tierras altas y tierras bajas, contraste que puede ser reconocido de acuerdo con las épocas de
lluvia, cuando la ciénaga cambia el nivel de sus aguas inundando las áreas bajas. Esta
diferenciación geográfica también representa una distinción entre las prácticas culturales y
económicas de los habitantes de dichos corregimientos, según su localización en tierra alta o
baja.

Desde el punto de vista social, esta población puede ser caracterizada como parte de una
cultura anfibia, que como lo indica Orlando Fals Borda (2002), se destaca por la presencia de
habitantes móviles de las laderas, caseríos y pueblos de los ríos, ciénagas o bosques de la
depresión. Son aquellos que combinan estacionalmente la explotación agrícola, pecuaria y
selvática con la fluvial y pesquera en el mismo hábitat o territorio. Los pobladores de esta área
han sido reconocidos como campesinos pescadores por sus prácticas económicas agrícolas y
pesqueras, pero no como participes de un fenómeno rural más complejo, que se caracteriza por
el manejo de múltiples estrategias de adaptación en sus dinámicas sociales y ecológicas
particulares. Por ello, y como bien se había dicho en el recorrido teórico que se hizo sobre el
concepto de campesino, en este trabajo no se emplea esta categoría para no caracterizar a los
habitantes de Ayapel como dependientes únicamente de la agricultura y la pesca sino presentar

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un análisis más amplio que incluye también sus valores culturales y su contexto medio
ambiental.

La noción de fenómeno rural permite mostrar las trasformaciones que se han venido
presentando en los ámbitos del campesinado, tanto desde sus dinámicas económicas como
sociales. En el caso de los campesinos pescadores de Ayapel, éstas se manifiestan
principalmente en las prácticas de la pluriactividad y los procesos de migraciones del campo a
la ciudad.

Pluriactividad

El concepto de pluriactividad es muy útil para repensar el campesinado en Latinoamérica. El


término pluriactividad surge, según Carneiro (2005), en el escenario internacional de los años
1970 y designa la combinación de actividades no agrícolas con las de producción agropecuaria
que son practicadas por los miembros de las familias rurales y que implican una remuneración
económica, a diferencia de las producciones agrícolas que son, en su mayoría, para la
alimentación familiar. La participación en nuevas dinámicas económicas no significa el
abandono de sus actitudes y valores campesinos relacionados con el trabajo, la familia, la
reciprocidad, que juntas representan una ética campesina que obedece a un ordenamiento
moral del mundo (Woortmann, 1990).

La pluriactividad está relacionada con lo que Comas d’ Argemir (1998) denominó “pluralidad
de bases económicas” y lo que Sigaud (1979) llama “actividades subsidiarias”, que son las
actividades diferentes a las agrícolas para el aseguramiento y la subsistencia que realizan las
familias rurales. La pluriactividad es heterogénea y diversificada y está ligada a estrategias
sociales y productivas de las familias y sus miembros. Según Schneider (2005), es posible
identificar varios tipos de pluriactividad de acuerdo con las características del contexto y del
territorio en el que se desarrollan. La pluriactividad puede ser dividida teniendo en cuenta que
dicho fenómeno es multideterminado y multicausal y que depende de la articulación que se
presente entre el contexto socio-económico y las decisiones de los individuos pertenecientes al
grupo familiar.

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El fenómeno rural en Ayapel

Dentro de los tipos de pluriactividad se encuentra la pluriactividad de base agraria, la cual se


desarrolla en el contexto de un proceso de modernización del campo y se puede manifestar de
dos formas: individuos que residen en un medio rural y realizan una actividad agrícola y
además poseen una parcela donde permanecen la mayor parte de su jornada de trabajo. Estas
personas también se dedican a la prestación de servicios agrícolas en propiedades de terceros
mediante el pago del servicio (en dinero o producto) en el cultivo, la cosecha y el empaque
entre otros. La otra forma se refiere a la contratación de personas que viven en un medio rural
para desempeñar actividades de servicios no agrícolas que son parte de la cadena de la
producción agroindustrial tales como el procesamiento, el transporte, la comercialización y la
administración, entre otras.

Otro de los tipos es la pluriactividad de trabajo informal que varía de acuerdo con las
economías locales y consiste en la venta de fuerza de trabajo en actividades no agrícolas,
esporádicas e intermitentes que no tienen jornada establecida y están ligadas a los servicios de
cosechas estacionales, al turismo o a los servicios domésticos. Muchos agricultores recurren a
ella como una forma de remuneración temporal para complementar los ingresos del hogar. Su
ejecución puede ser dentro o fuera de su región e inclusive en los centros urbanos para prestar
servicios domésticos.

Finalmente está la pluriactividad tradicional o campesina, que es aquella que practica la


familia campesina, consistente en la realización simultánea o estacional de varias tareas
agropecuarias, forestales y/o de pesca, directamente relacionadas con la reproducción de la
familia y no la obtención de excedentes.

Todos estos tipos de pluriactividad están presentes entre los habitantes de los caseríos
aledaños a la ciénaga de Ayapel. De acuerdo con Carneiro (2005), los campesinos reconocen
que estas actividades múltiples que tienen remuneración económica y que no son exclusivas
para la alimentación familiar, contribuyen notablemente al mantenimiento de los miembros del
grupo familiar.

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La mayoría de autores que han trabajado los sistemas económicos en las zonas rurales
coinciden en advertir que la familia es la unidad principal de producción económica ya que los
miembros que la conforman actúan como un grupo de trabajo. Todo lo que cada uno de los
familiares consiga con su trabajo recae en la reproducción de la unidad doméstica, por lo tanto
ésta es la célula productiva fundamental. Ayapel no es una excepción pues son las familias
quienes ejecutan la mayoría de las prácticas de subsistencia alternando la pesca y la agricultura
con otras actividades como el trabajo asalariado, la producción de artesanías, la
comercialización, el transporte de personas y mercancías, entre otras, con el fin de satisfacer el
nivel básico de autoconsumo de la unidad doméstica.

Para el caso de Ayapel es pertinente la propuesta de Comas d’ Argemir (1998) de que las
sociedades campesinas participan en sistemas económicos concretos -como la pesca y la
agricultura- que se integran en sistemas económicos y productivos más amplios a lo largo de
su historia y del proceso de poblamiento de la región que habitan.

Migraciones

Los tipos de pluriactividad descritos anteriormente, que se observan en Ayapel, generalmente


son bien remunerados lo cual ha incitado a los jóvenes de la región a abandonar la agricultura
para dedicarse a trabajos asalariados. En este proceso empiezan a participar en un fenómeno
migratorio de desplazamiento desde los campos y las zonas rurales hacia las ciudades para
acceder al mercado urbano que les permitirá aportar económicamente en sus familias o
cumplir proyectos personales. Este fenómeno que ha venido marcando la ruralidad y que
algunos autores han denominado el “éxodo rural”, puede tener dos causas: por un lado los
desplazamientos de algunos miembros de las unidades domésticas hacia las ciudades o zonas
urbanas se hace con el objetivo de obtener ingresos extras para colaborar con el
mantenimiento de la familia. Pero también pueden presentarse casos en los cuales los jóvenes
emigrantes están realizando un proyecto personal que no está necesariamente vinculado a los
intereses colectivos de la familia y en muchas ocasiones van a las ciudades a estudiar y
trabajar y difícilmente vuelven para establecer una residencia familiar en el lugar de origen
(Carneiro, 2005).

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Estas migraciones son significativas tanto en la dimensión ideológica o de la reproducción


social del campesinado como en las dinámicas de producción económica asociadas con el
fenómeno rural de la pluriactividad. En la mayoría de los casos, y especialmente entre los
habitantes de los caseríos aledaños a la ciénaga de Ayapel, son los jóvenes quienes están
estimulados a abandonar la agricultura y la pesca para dedicarse a trabajos remunerados
económicamente fuera del establecimiento familiar.

En el caso estudiado, la mayoría de los jóvenes viaja a ciudades como Medellín, Bogotá,
Barranquilla o Montería con el fin de obtener un poco más de ingresos para aportar a sus
familias. Estas nuevas dinámicas no significan necesariamente una desvinculación de la
campesinidad; por el contrario, ellos siguen aportando para la reproducción económica y
socio-cultural de la unidad familiar, y en esa medida al orden moral establecido. Esto se debe a
que, en la mayoría de los casos estudiados, los jóvenes migrantes han dejado hijos pequeños
en su lugar de origen, quienes son cuidados por los abuelos o las tías y éstos esperan el dinero
para comprarles lo necesario.

Las migraciones pueden ser el producto principal de las necesidades económicas que, como lo
dice Hobsbawm (1998), se manifestaron principalmente a raíz de las consecuencias que trajo
consigo la revolución industrial. Cuando la vida tradicional se hace muy difícil o imposible los
migrantes están dispuestos a irse. La causa económica ha implicado también un cambio a nivel
ideológico en la medida en que anteriormente eran más las personas que no salían de su lugar
de origen, que los que salían y emigraban, pero el número de quienes se van ha venido
aumentando gradualmente. Los que se van ven y viven cosas que sus padres jamás han visto ni
hecho y que incluso ellos difícilmente habrían imaginado hacer. Lo más común es que los
hombres se vayan a trabajar en fábricas, en empresas o como albañiles, mientras las mujeres
encuentran oportunidades como empleadas domésticas o en las fábricas.

De acuerdo con los diálogos sostenidos con los pobladores, la tasa de migración es más alta
entre los habitantes de las tierras altas, especialmente hacia lugares donde la presencia de
fincas recreativas es más abundante. Esto se presenta porque el contacto con los turistas y

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comerciantes de otras ciudades del país es más fuerte en comparación con las tierras bajas
donde no hay fincas de recreo o clubes pero donde la migración también constituye una de las
oportunidades para sostener la unidad doméstica.

Cuando se habla de migraciones, no se puede pensar sólo en términos de largas distancias; hay
que tener en cuenta que los pobladores de las zonas rurales de Ayapel, en ocasiones, hacen
desplazamientos cortos a otros caseríos o al casco urbano del municipio para ofrecer su fuerza
de trabajo y generar una producción externa a la unidad doméstica.

III. Conclusiones

Lo que se manifiesta en Ayapel es un fenómeno rural con múltiples caras: la familia sigue
siendo la base de su estructura social pero ya no implica la cohabitación en una vivienda, en
tanto algunos miembros se desplazan a otros lugares con el fin de aportar económicamente
para el sustento de su unidad doméstica. Se podría pensar que el proceso de proletarización
que ocurre podría significar la pérdida de valores campesinos por el contacto directo con el
mundo urbano e industrial, pero en ocasiones afianza más sus ideales y proyectos familiares y
da más sentido al valor de la reciprocidad propio de su experiencia rural.

Heynig (1982) planteó que, “El hecho de que algunos miembros de la familia se proletaricen
parcialmente como una forma de completar su ingreso, sin abandonar en forma definitiva su
pedazo de tierra, no quiere decir que hayan perdido su condición de campesinos” (p. 137). De
otra parte, Woortmann (1990) propone que cuando un campesino se proletariza transfiere el
orden moral hacia un orden económico, por el cual los referentes del orden moral cambian,
pero la estructura y la ética siguen siendo las mismas. Por ejemplo, en Ayapel, el centro de los
valores no serían la tierra y la pesca como únicas posibilidades de trabajo, sino que el ‘yonson’
(lancha), la mototaxi, el comercio, las ventas, etc. empezarían a conformar las categorías que
establecerían su nuevo orden social.

El desarrollo de las ideas anteriores permite pensar que los campesinos no pueden verse como
un grupo delimitado temporal y espacialmente. El uso de ciertas tipologías como el campo, lo

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tradicional y lo atrasado no ha permitido ver las transformaciones culturales que se han venido
dando en las dinámicas de su reproducción social. La producción económica y la reproducción
social de los pobladores de las zonas rurales del municipio de Ayapel (Córdoba) conforma un
sistema complejo donde confluyen diversidad de variables, entre las que se destacan: las
ambientales, climáticas, geográficas, históricas y socio-culturales, que determinan a este grupo
social y le dan cualidades propias que lo hacen particular - en cuanto a su orden moral-. Estas
particularidades no son estáticas; por el contrario, debido a la red de variables que convergen
en sus prácticas de vida, los campesinos de Ayapel están experimentando transformaciones
que se manifiestan en fenómenos rurales propios.

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