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PRETEXTOS

Las zozobras de Alfonso Quijada

Miguel Huezo Mixco

Silencioso como siempre vino al país Alfonso Quijada Urías. Este hombre de pelo y barba
blancos que el próximo diciembre cumplirá setenta años, es uno de los poetas salvadoreños
más importantes de todos los tiempos. Se escapa las veces que puede del terrible invierno
de Vancouver, Canadá, y viene a refugiarse por unos meses a su casa de Quezaltepeque, en
la falda norte del volcán de San Salvador.

Ese ritual suyo y de su esposa Celia, de empacar-desempacar-volar-y-volver-a-volar, como


dos halcones peregrinos, vienen realizándolo desde hace muchos años. Una y otra vez, a la
hora de despedirnos, la pregunta obligada es cuándo volveremos a vernos. “En uno o dos
años”, suelen responder.

Esta vez fue diferente. Aunque Quijada nos dijo que no lo sabe, y que prefiere dejar el
porvenir en manos de lo incierto, esperamos que cuando el invierno arrecie de nuevo en el
norte se riegue la bola de que Alfonso, como Gulliver, ha vuelto al país de los enanos.

Antes de marcharse, a finales del pasado mes de abril (2009), Alfonso me ha dejado una
copia de su inédito libro de poemas titulado “Zozobras completas”. Quijada sabe que la
poesía no suele instalarse entre las certezas, ni crece en tierra firme, sino en los naufragios.
De allí su título. Por los vientos que soplan, es probable que este poemario no encuentre
quien lo publique en El Salvador.

“Zozobras completas” está compuesto de cinco partes. En las dos primeras, “Tristia” y
“Kaos”, el poeta propone una visión sombría de la vida dominada por la “belleza inocente
de la mercadería”. Solo la creación (artística, literaria, humana) pareciera salvar a la
humanidad de su ruina. Ambas partes recuerdan el tono que ya caracterizaba la poesía de
Quijada desde “Sagradas escrituras” (1969), su primer libro.

En “Profanaciones”, la tercera parte, Quijada Urías experimenta más con el lenguaje. Busca
el exceso expresivo y apuesta por emplear un tono más coloquial en sus composiciones.
Escribe, por ejemplo: "Déme mamita colesterol del fino para el débil miocardio, su espesa
mantequilla, el chicharrón más puro (…) Que detengan los glóbulos su tráfico, calle su
radical sentencia el matasanos de turno”.

La cuarta parte, “Fragmentos de una destrucción”, está escrita en verso libre. La muerte es
la presencia más frecuente en esta sección del libro. No la mira con espanto, sino como un
incidente reiterado. “Tres veces me enterraron y estoy vivo./ Salgo de mi ataúd/ salgo
silbando,/ en busca de mi perro y de mi halcón”, se ufana.

En “Nuevas profanaciones”, la quinta y última parte, Quijada se pega como un indio al


pecho de la tierra para escuchar los pasos de las guerras del mundo, sus ajetreos marciales,
la maligna belleza del desastre, “el sofisticado y último crepúsculo pintado por los dioses
del odio y la venganza”.

Quienes deseen conocer su poesía es posible que encuentren en algunas librerías sus
poemarios "Toda razón dispersa", "Obscuro" y "Escara musa", publicados el siglo pasado
por la DPI.

La obra de Alfonso Quijada Urías es extraña y exigente, y a pesar de su escasa difusión


trasciende tiempos y fronteras. A lo largo de su vida, este poeta ha creado una voz
inconfundible. A su sensibilidad pueden aplicarse las palabras del antiguo poeta chino Hau-
Yu: “Cuando el equilibrio de las cosas se rompe, el cielo escoge entre los hombres aquellos
más sensibles y los hace hablar”.

(Lea más en: http://talpajocote.blogspot.com/)

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