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Los embriones, de uno

en uno
La fecundación asistida busca la fórmula de evitar partos
múltiples - La última vía investigadora persigue dar con el
mejor óvulo fecundado tras estudiar su metabolismo
La primera niña probeta, la británica Louise Brown, nació el 25 de
julio de 1978. Después de ella se estima que más de tres millones y
medio de niños han venido al mundo gracias a las técnicas de
reproducción asistida. Victoria Anna Sánchez, que nació en la
clínica Dexeus, fue la número 601, y la primera española. Sólo en
nuestro país, cada año se practican más de 30.000 ciclos de
fecundación in vitro (FIV).

Después de todos estos años y todos estos nacimientos, nadie ha


sido capaz de resolver uno de los grandes retos a los que se enfrenta
la técnica: evitar los partos múltiples. Y todo, básicamente, debido a
un importante problema. No existe ningún método no invasivo -sin
riesgo para el embrión- que determine con certeza cuáles
implantarán tras ser transferidos al útero de su madre, o incluso
que permita, con criterios objetivos, clasificarlos en función de su
calidad. De ahí que existan distintos grupos de investigación -uno
de ellos liderado por el Instituto Valenciano de Infertilidad (IVI)-
dedicados a dar con esta fórmula mágica. Y la clave, según algunos
trabajos, estaría en la metabolómica, el estudio del metabolismo de
los embriones.

Esto no quiere decir que a lo largo de todo este tiempo no haya


habido avances en la reproducción asistida. Uno de los ejemplos
más claros son las mejoras alcanzadas en las tasas de éxito en las
FIV, a pesar de no ser todo lo elevadas que les gustaría ni a los
especialistas ni, mucho menos, a las parejas con problemas de
fertilidad. Las probabilidades de quedarse embarazada han pasado
del 15% o, como máximo, el 20% en el año 1984, fecha en la que
nació Victoria Anna, al 40% e incluso 60% en los casos de mejor
pronóstico (progenitores jóvenes, con pocos ciclos, con óvulos y
espermatozoides de calidad).

También ha habido mejoras en cuestiones relacionadas con las


gestaciones múltiples, especialmente en lo que se refiere a la
reducción de partos de trillizos. En 2000, un 4% de los nacimientos
tras una FIV eran de tres bebés, mientras que en 2006 el porcentaje
bajó hasta el 1,7%, según los archivos de la Sociedad Española de
Fertilidad (SEF).

Sin embargo, la cifra de embarazos múltiples en España sigue


cercana al 30%, una tasa demasiado alta. Y que se traduce en
mayores probabilidades de complicaciones médicas, tanto en la
madre como en los bebés, que en ocasiones han de pasar por los
servicios de neonatología al nacer prematuramente o con bajo peso.

La FIV consiste en fecundar los óvulos fuera del útero, sobre placas
Petri de vidrio. Cuantos más óvulos se obtengan por ciclo, más se
podrán fecundar y más embriones habrá para elegir y trasladar a la
madre. Lo ideal sería transferir sólo uno, para lo que habría que
contar con un método que, sin dañar al embrión, permitiera
clasificarlos en función de su capacidad de implantación a partir de
criterios objetivos. De esta forma, con sólo un óvulo fecundado
habría un alto porcentaje de probabilidades de que arraigara y
evolucionara hacia un embarazo.

Pero esto, de momento, no es posible. A falta de procedimientos


fiables, lo habitual es seleccionar varios embriones para
implantarlos en el útero. Así, es más fácil que al menos uno se
desarrolle hasta el final. La ley española fija un máximo de tres,
aunque la tendencia es transferir dos e incluso uno si hay buen
pronóstico. Los datos de la SEF apuntan que en el año 2006 en el
64% de los casos de FIV se introdujeron dos embriones por ciclo.

Pero, y aquí está el problema, ¿cómo saber cuáles son los mejores?
La embrióloga Montse Boada, directora del laboratorio de
reproducción asistida del USP Institut Universitari Dexeus, admite
que en esta parcela se ha avanzado poco durante las últimas
décadas: "Básicamente hemos mejorado en experiencia y en la
microscopía".

Para elegir a los embriones más sanos que se implantarán en la


madre, los especialistas se guían por cuatro parámetros, todos ellos
relacionados con el aspecto externo del embrión bajo el
microscopio.

Uno de ellos se refiere al ritmo de división. El primer día, el cigoto,


aún sin dividir, debe tener dos pronúcleos. El segundo, el embrión
debe tener cuatro células -llamadas blastómeros- y el tercero ocho
(véanse fotografías superiores). Si va retrasado en este proceso de
multiplicación celular, el pronóstico de implantación no es
satisfactorio. Tampoco será bueno si presenta células con formas
irregulares y asimétricas, si se observan fragmentos del citoplasma
o si las células tienen más de un núcleo. Son criterios morfológicos
que, en el fondo, en algunos casos no dejan de ser intuitivos y
subjetivos. Por ello, los embriones seleccionados no siempre
cumplen las expectativas. Incluso algunos con mal pronóstico
consiguen anidar en el útero y desarrollarse, de igual forma que
sucede lo contrario.

Esta selección, la basada en la morfología, es el procedimiento que


se emplea en el 80% de los casos, cuando no hay factores de riesgo.
En el 20% restante, el estudio de viabilidad embrionaria se lleva a
cabo mediante procedimientos invasivos, lo que también presenta
inconvenientes.

Cuando el óvulo fecundado tiene tres días y presenta un aspecto


similar a una mora de ocho células, se extrae una de ellas para
analizarla y determinar, a partir de los resultados obtenidos, la
salud embrionaria. Pero se trata de un proceso en el que una mano
poco experimentada podría lesionar el embrión. "De esta forma, la
ventaja de eliminar la anormalidad se contrarrestaría con la
transferencia de un embrión dañado", apunta Antonio Pellicer,
codirector del IVI.

Pero, además, hay otro inconveniente. Existe la posibilidad de que


el blastómero seleccionado sea el único que presenta alteraciones, lo
que llevaría a desechar a un embrión perfectamente sano. O el caso
contrario, lo que también llevaría a un diagnóstico equivocado.
Además, una biopsia es cara, hasta el punto de llegar a duplicar el
precio del proceso y situarlo en torno a los 2.000 euros.

Por ello, los esfuerzos se dirigen hacia poder determinar la salud y la


capacidad de implantación de los embriones sin llegar a tocarlos.
Hasta el momento, la opción en la que están puestas las principales
esperanzas para conseguir alcanzar esta meta es la del análisis del
metabolismo del óvulo fecundado. El objetivo consistiría en "ser
capaces de saber lo que un embrión consume y expulsa en el medio
de cultivo donde se desarrolla los primeros días de su existencia",
como apunta el codirector del IVI. Una vez procesada esta
información, que se obtendría de una simple gota del medio de
cultivo, se podría determinar cuáles son los valores que indican qué
embrión está fuerte y sano, y cuáles no llegarán a crecer en el útero.

Pellicer lo compara con un análisis convencional. "Al saber los


parámetros sanguíneos de un paciente (el colesterol, azúcar,
tensión...) y sus hábitos de consumo (comidas, tabaco, alcohol)
podemos hacernos una idea de si está sano o no". Y los primeros
resultados apuntan a que estos estudios pueden aportar
información muy valiosa. "Por un lado resolveríamos los problemas
de las biopsias, pero si además resulta tan específica para eliminar
las anomalías cromosómicas causantes del síndrome de Down o de
Turner como nuestros datos iniciales sugieren, estamos ante una
técnica de aplicación necesaria en un futuro inmediato".

De momento, no hay consenso en los metabolitos -las sustancias


resultantes de los procesos de regulación celular, como el
glutamato, el lactato o la alanina- a los que hay que prestar atención
para evaluar la capacidad de implantación que tendrá el embrión.

La empresa estadounidense Molecular Biometrics está metida de


lleno en esta tarea. De hecho, tiene en marcha varios ensayos
clínicos, en algunos de los cuales participan tanto la Dexeus como
algunas clínicas del IVI. "El objetivo debería ser encontrar entre 15 y
20 metabolitos que fueran determinantes en la implantación",
apunta Carlos Simón, responsable de la fundación de investigación
del IVI. Aunque parece que la meta no está a la vuelta de la esquina.
"Es un campo muy esperanzador, pero aún está todo bastante
verde", indica Montse Boada.

Junto a esta firma existe otra empresa española que apuesta


firmemente por este camino. Se trata de Embryomics, una
compañía creada el verano pasado, participada por el IVI y que se
dedica en exclusiva al diagnóstico de embriones basado en la
metabolómica. "Estamos muy cerca de identificar embriones con
alteraciones cromosómicas empezando por el síndrome de Down",
apunta Simón. El análisis de esta alteración es el primer objetivo
que se ha marcado esta nueva empresa.

Existen otros caminos que tratan de diagnosticar la calidad de los


embriones de formas no invasivas. Uno de ellos es la proteómica,
que consiste en llegar a las mismas conclusiones a partir de estudiar
en el caldo de cultivo las enzimas del embrión, lo que da indicios de
sus características genéticas. También ha habido acercamientos
mediante el análisis del consumo de oxígeno embrionario. Incluso
se han elaborado sistemas matemáticos. Un grupo de investigadores
del Intelligent System Groups, de la Universidad del País Vasco,
dirigido por Dinora Morales, ha diseñado un método, a través de un
sistema de probabilidades, en el que a partir de determinados datos
clínicos de la pareja (edad, calidad del esperma) y de características
morfológicas del cigoto, arroja como resultado una cifra de
probabilidad de implantación. Ninguno de ellos ha ofrecido
resultados que resulten satisfactorios para las clínicas de fertilidad.
Especialistas como Carlos Simón consideran que, si en condiciones
ideales el éxito de los tratamientos puede alcanzar el 60% de los
casos, los avances en la selección de embriones pueden aportar
otros 30 puntos porcentuales.

La otra cara de la moneda en la fecundación está en la receptividad


endometrial de la madre, factor al que correspondería el 10%
restante. Pero esto ya es otra historia.

Pese a la resistencia de los sectores más clásicos, que siguen


confiando en la biopsia y los estudios genéticos, buena parte de los
embriólogos apuestan por la metabolómica como la alternativa de
futuro para acabar con los embarazos múltiples. Una idea que se
resume en el lema Un embrión, un bebé.

JAIME PRATS “El País” 03/11/2009

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